ASOV - James Inglis
CON el brillo instantáneo de un relámpago, nacieron a la vez la vida y la conciencia. La jornada desde el vacío muerto al vivido despertar fue más rápido que el paso de un meteorito, al instante y completa.
Comenzó la búsqueda de la propia identidad. Segundos después de su despertar, el nuevo ser recién nacido, sometió su entorno y a sí mismo a una minuciosa y detallada explicación y examen. Descubrió dentro de sí mismo, en el mismo centro nebuloso de su conciencia, una riqueza de conocimiento, por el momento sin especial significado, hasta que se hallase eslabonado con el estímulo de la experiencia del exterior.
Aprendió una cosa. Tenía un nombre. Aquello era algo conveniente y necesario. Era el símbolo de una identidad individual. Definía la cosa más importante de su entorno; a sí mismo. Supo que era mucho más que aquello, supo que su nombre contenía el misterio de su existencia. Cuando tuvo éxito en interpretar el misterio, tuvo la certeza del propósito para el cual había sido creado.
Mientras tanto, era bastante el que tuviese un nombre. Su nombre era ASOV¹.
Volvió su atención al mundo que le rodeaba, a aquel sorprendente e incomprensible mundo en el que había nacido. Era un mundo de contrastes, tanto resplandecientes como sutiles. Asov fue inmediatamente sensible a aquellos contrastes, y comenzó a compararlos y a medirlos, comenzando a construir una imagen de su entorno en el nuevo, fresco y fértil medio de su experiencia.
Luz y oscuridad. Movimiento y reposo. Crecimiento y cambio.
Tales eran los conceptos con los cuales Asov comenzó su vida insertando cada nuevo concepto ya aclarado de información en el milagroso depósito de su fantástica memoria, relacionándolo en su interna capacidad de almacenamiento de datos, prácticamente infinito.
El mundo tomó forma y significado. Sus sentidos plenamente iluminados, podían ahora reconocer instantáneamente mil variantes en el juego de energía con que comenzaba a ver el mundo. Al igual que él, el mundo también había tenido un nombre. Se le había llamado la Galaxia.
Al emerger de su sorpresa infantil, Asov pudo también al fin comprender el misterio de su propio nombre. Con tal conocimiento, le llegó asimismo la comprensión de su puesto en la Creación. Su propósito esencial, había dejado ya de serle desconocido.
ASOV. Automatic Stellar Observation Vehicle.
De repente, se dio cuenta de que un objeto reclamaba su atención en sus proximidades, sacándole fuera de las innumerables distracciones de presiones y radiaciones que eran como la vista y el oído para él. La intensidad de la atracción del objeto creció firmemente, por lo cual Asov interpretó que significaba que él mismo estaba en movimiento, y moviéndose hacia la zona de fulgurante conmoción y desorden. Aquello fue, pues, la fuente de origen de su despertar. Por un tiempo sin cuento, había permanecido a la deriva en el vacío, como una dormida semilla de inteligencia, esperando la señal que pusiera en marcha sus sentidos inconscientes, y el primero de todos, fue la suave caricia de la luz y del calor que tendrían que activar, por vez primera, sus sensores dormidos y aletargados.
La estrella se registró a sí misma en el cerebro de Asov, como un frenético dispositivo de reacciones nucleares y continuas explosiones. Esta imagen, fue relacionada con la información previamente inserta y traducida a los términos de referencia de sus creadores. La estrella, era una roja enana, de la clase espectral M5, con temperatura superficial de 4.000 grados centígrados². Al inclinarse en una amplia órbita alrededor de su presa estelar, Asov captó el contraste de las ligeras emanaciones de luz y calor de cuerpos más pequeños y más fríos que giraban a su alrededor, en sendas órbitas de tiempo incalculable sobre la vieja estrella, y gravitando en el sistema. De nuevo relacionó los datos recién obtenidos en su innata memoria enciclopédica.
Planetas: cuatro. Fluctuaciones de temperatura: desde el cero absoluto³hasta la proximidad de la congelación. Condición: sin vida, perdidas sus atmósferas gaseosas...
Meticulosamente, inconsciente del paso del tiempo, Asov continuó su inspección. Cuando la hubo terminado y las células de su cerebro estuvieron debidamente cargadas con una plena información, pasó una señal a su sistema nervioso motor y con una súbita arrancada, fue acelerando hasta apartarse lejos y a distancia del dominio de la estrella roja.
Conforme la vieja estrella se alejaba lentamente, completó el programa de su primera misión. Los datos almacenados en sus células cerebrales, fueron debidamente relacionados, codificados y despachados en un apretado haz de radioondas, dirigido hacia una diminuta zona del firmamento donde estaba situada la remota estrella llamada Sol y el planeta Tierra. El planeta que no había conocido nunca; pero de donde procedía.
Al final, la urgencia de su encuentro estelar fue apaciguándose y Asov buscó la más próxima fuente de luz disponible, arrastrándose sobre las dormidas energías del espacio que le propulsaban hacia su nuevo encuentro. Habiendo completado las maniobras requeridas, Asov se puso a la deriva en la relativa paz del vacío interestelar, donde la gravedad no llega en oleadas, sino en suaves ondas y las voces nucleares de las estrellas no son más que un suave canto, un arrullo cósmico. Asov se durmió.
* * *
El ciclo se repitió cada vez que pasaba dentro del abrazo gravitacional de cualquier objeto interestelar capaz del más ligero grado de brote de energía. Las fuentes de su ciclo de reavivamiento, eran principalmente estrellas del tipo de las enanas rojas, que comprenden una gran mayoría de la masa de la población galáctica. Pero había raras ocasiones en que se despertaba ante el estímulo de gigantes masivas y su proporcionalmente enorme cortejo de planetas. Tales ocasiones exigían una inspección más larga y más detallada, aunque, por supuesto, Asov estuviese inconsciente del elemento tiempo.
Varias veces pasó a través de años-luz de tenue hidrógeno, la materia prima para la vida del Universo. A veces, aquellas fantasmales regiones, eran suficientemente densas y luminosas para despertar sus sensores, además de recargar sus reservas de energía nuclear. Ocasionalmente, tales nebulosas contenían el material embrionario de estrellas recién nacidas, calientes, azules y amorfas. Había mucho que aprender entonces, particularmente en lo concerniente al primitivo desarrollo evolutivo de las estrellas. Con cada encuentro sucesivo de aquellos, su comprensión del proceso galáctico se fue incrementando, siendo debidamente transmitido a su punto de origen, cada vez más distante.
Otro raro acontecimiento que Asov solía experimentar, era el descubrimiento de ciertas características secundarias de algunos sistemas planetarios. El fenómeno de la Vida. Estas características eran anotadas en sus circuitos de instrucción —ya insertos en su estructura antes de haber nacido Asov— y como datos de la más alta prioridad.
Su primer encuentro con el fenómeno, ocurrió mientras se hallaba en la vecindad de una estrella pequeña, de color naranja, de la clasificación espectral G-7. Una estrella no muy distinta de su Sol nativo. Se despertó siguiendo la misma pauta: un reforzamiento de las mareas gravitacionales que le aportaban una intensificación de luz, calor y un amplio espectro radiactivo. Una nueva fuente de energía se hallaba frente a él.
Tras las observaciones de rutina de la estrella, su atención se volvió hacia los cuerpos sólidos que tenía en órbita. De aquellos planetas, dos ofrecían claras trazas de la presencia de moléculas orgánicas. Incluso a remota distancia, la visión espectroscópica de Asov podía desvelar los secretos planetarios con facilidad. Sin embargo, para una inspección más detallada, se hacía necesaria una mayor aproximación. Actuando sobre la base de sus datos preliminares, sus nervios motores fueron estimulados inmediatamente para inyectarle una trayectoria que le llevaría en órbita alrededor de cada uno de aquellos planetas objetivos.
Era el segundo el que poseía las mejores condiciones, como recompensa a su investigación. Primero anotó el dispositivo de abundantes zonas de océanos. El examen espectroscópico le reveló que los mares, como la atmósfera, eran ricos en constituyentes para la vida. Después, le llegó la evidencia directa de una vida avanzada, revelándose tanto en los mares como en la atmósfera. Conforme iba deslizándose en órbita alrededor de aquel planeta y aproximándose a las altas capas atmosféricas, Asov observó sus inequívocos signos: áreas iluminadas en el hemisferio nocturno, grandes estructuras artificiales y comunicaciones y especialmente y lo más inesperado de todo, el contacto. Tras muchos circuitos de reconocimiento, interceptó como un descarriado tentáculo de radiación. Un breve análisis fue suficiente para convencerle de que aquello no podía contar como una emisión natural del planeta. La sola explicación posible, era que la señal de radio había sido dirigida hacia él por una inteligencia.
¡El Indagador estaba siendo indagado!
De acuerdo con las respuestas insertas en sus circuitos, Asov envió como respuesta una señal hacia aquella fuente desconocida en la misma longitud de onda que la recibida. La señal, comprendía un compacto y abreviado relato debidamente codificado del sistema de donde Asov procedía, un registro completo y resumido del pensamiento terrestre y de su historia. En aquel pequeño rayo señal, estaba contenida toda una biografía del Hombre, sus progresos tanto en la Medicina como en la Filosofía, sus conocimientos científicos, sus progresos y sus desastres.
Simultáneamente, Asov trabajaba calculando y desentrañando en el mensaje recibido de aquellos seres extraterrestres. Aquello también se hacía en forma de un código matemático, que cuando llegase el momento y fuese enviado a su punto de origen, revelaría una detallada historia de los dos planetas. Como el hombre, aquellas criaturas inteligentes, estaban todavía confinadas a su propio sistema local, aunque a diferencia de los creadores de Asov, tan distantes entonces, habían evolucionado en una forma de vida global que les permitía una comprensión universal, que además alentaba las esenciales diferencias entre los seres de las mismas especies, en sus principios válidos.
Como complemento final de aquel intercambio, Asov pasó próximo al reino de aquella estrella de color naranja, totalmente ajeno a que había sido la causa del más grande y sencillo acontecimiento ocurrido en toda la historia de un sistema solar.
* * *
Aunque virtualmente indestructible a la erosión del vacío cósmico y aunque los suministros de su energía vital estaban disponibles en cantidades ilimitadas, procedentes de los soles y las nebulosas y gases del espacio, llegaría un momento en que Asov podría encontrarse con un peligro inesperado. Normalmente, sus sensores eran lo bastante rápidos para evitar una posible colisión con otro cuerpo celeste. Este peligro, se hacía sólo posible dentro de los confines de un sistema solar, al pasar a través de los cinturones de asteroides y restos cometarios, las defensas costeras de las estrellas. Ocasionalmente, los proyectiles cósmicos aquellos, se deplazaban a velocidades más allá del poder de maniobra de Asov. En la vecindad de las grandes masas solares, las mareas gravitacionales, eran tan inmensas, que requerían una fabulosa energía para realizar un drástico cambio de ruta o la corrección de su curso, al propio tiempo que para evitar cualquier flota local de meteoritos que se desplazasen a velocidades orbitales muy elevadas.
Le ocurrió al prepararse a salir fuera del sistema de una estrella roja gigante. La enorme estrella había sido un raro hallazgo, ciertamente, y poseía la rara característica de un cortejo de estrellas mucho más pequeñas, en lugar de planetas normales. Aquellas estrellas satélites, eran del tipo enano, la mayor parte ya en el estado de la senilidad estelar. Se movían alrededor de la enorme gigante, en unas órbitas fantásticamente excéntricas. Tan excéntricas, que la totalidad del sistema solar era un verdadero torbellino, turbulento y enloquecido de fuerzas gravitacionales. Enormes fragmentos de planetas esparcidos aquí y allá se movían dentro del sistema, sin curso predeterminado, a locas y a ciegas, como ramitas y hojas arrastradas por una corriente en un torbellino de agua. Asov, contando con el tiempo preciso, habría calculado la mecánica de la totalidad del complejo sistema. Poseía el equipo necesario para predecir con exactitud, la velocidad y la trayectoria de cada fragmento dislocado. Pero el tiempo, o mejor dicho, la falta de él, fue su ruina.
La colisión, cuando llegó, no fue con ninguna gran masa. Las grandes masas habían sido vistas por Asov y había tomado las necesarias medidas de evasión. El proyectil que parecía estarle destinado por el hado, era una diminuta partícula de roca, que compensaba su insignificancia como masa, con su fabulosa velocidad. Le golpeó en un punto, que en sí mismo era desdeñable, ya que lo había sido sobre una antena de transmisión aérea de las que poseía varios duplicados. Pero el choque del impacto fue muy grande, lo bastante para amenguar alarmantemente la sensibilidad de su control de los mecanismos. Sumido en un coma, casi tan profundo como la muerte, Asov quedó a la deriva desamparado, en aquellas vastedades oscuras, sin guía, sin objetivo, y totalmente fuera de funcionamiento.
Aquello pudo haber sido el fin de todo. Lo que era, podía haber flotado por la eternidad, perdido en el espacio cósmico, como otro objeto cualquiera producto del desperdicio de un Universo ya familiar con la falta de vida, lo inerte y lo inútil. Pero no era el fin.
En los lejanos límites del espacio interestelar, como en el reino de los planetas habitados, ocurre dentro de su estabilidad y calma, lo inesperado, lo impredecible de vez en cuando. Dado el tiempo suficiente, y Asov tenía frente a sí todo el Tiempo, tal acontecimiento estaba destinado también a ocurrir. No fue su inmediata resurrección. Voló a la deriva en la inconsciencia por la duración de toda una estrella. Mientras que sus sensores yacían sumidos en el sueño, se formaron planetas, produciendo los mares y el barro de donde surgirían lenta y paulatinamente, las maravillosas singularidades, comienzos de la vida, que después emergerían a la superficie y a los espacios abiertos para luchar con los monstruos primitivos y crear civilizaciones en el curso de millones de siglos. Algunas de aquellas civilizaciones, llegarían a salir al espacio exterior con brillantes máquinas, esbeltas y rápidas. Algunas de ellas, morían por el holocausto nuclear y otras por introspección. Aunque la totalidad del Universo mantenía su firme estado, las estrellas individualmente consideradas y las galaxias, evolucionaban y cambiaban. Mucho ocurrió en el intervalo durante el cual Asov permaneció dormido e inconsciente; pero en un sueño que no significaba el olvido, aunque estuviera tan próximo a tal estado.
Su daño, no era «orgánico». Era una cuestión de grado. La sensibilidad de sus sentidos ópticos y otros, había quedado reducida por la colisión, en forma que ninguna fuente de energía disponible era lo suficientemente potente como para volver a activarla. Ninguna fuente de energía normalmente disponible. Un solo fenómeno poseía suficiente energía para sacudirle fuera de su estado letárgico. Un fenómeno raro; pero que ocurre regularmente y que una galaxia produce de tiempo en tiempo para asombrar al Universo con su poder.
La supernova.
En una galaxia de tipo medio, suele haber unos cien mil millones de estrellas. Cuando uno de esos soles se hace inestable a través del exceso de creación del helio, produce un fenómeno que puede catalogarse como uno de los acontecimientos más asombrosos del Cosmos. Repentinamente, en una fracción de segundo en el tiempo, tal estrella estalla en una fabulosa incandescencia de tal magnitud, que llega a desafiar a la producida por el brillo combinado de media galaxia.
Durante su largo estado de coma, Asov había volado a la deriva a través del lejano oleaje de varias explosiones de supernovas. Pero llegaría el momento, en que se encontrase en el paso directo de tal acontecimiento cósmico. El espacio existente a su alrededor, ya no sería el pasivo vacío, sino un horno inimaginable de fuegos del propio infierno. En tal Hades cósmico, Asov fue resucitado. Y emergió del fuego como el Ave Fénix, de sus propias cenizas, vuelto a nacer, triunfante.
A su segundo nacimiento, siguió una pauta similar a la primera. De nuevo, las puertas de los flujos exteriores se abrieron a sus reservas internas. Su almacenado conocimiento, le permitió beber ávidamente todo un nuevo diluvio de información. En poco tiempo ya, Asov estuvo una vez más en completo control y gobierno de sus facultades; pero antes de cualquier análisis particular de la inmensa escena, Asov tenía todavía que investigar la inmediata fuente de energía; la supernova que le había sacado literalmente de la muerte cósmica.
Como suele ser frecuente en tales casos, la estrella era una azul supergigante, de un tamaño equivalente a cuatrocientos diámetros solares. (La estrella Sol de donde procedía Asov estaba considerada dentro de su maravilloso centro de inteligencia, como el patrón medida para tales cálculos.) Era, por supuesto, en aquel momento, cuando se estaba produciendo una expansión que un día resultaría en la creación como una nebulosa, con el núcleo más pesado, como la estrella central de todo un sistema solar. Asov era incapaz de detectar cualquier sistema planetario, mientras que la atmósfera exterior de la estrella se hubiese ya expandido hasta un punto más allá del planeta más lejano. Cualquier sistema así, se habría evaporado, en cualquier caso, en los primeros minutos de la conflagración.
Asov, captado en la rápida expansión de tal masa gaseosa, perdió la traza del tiempo del Universo exterior. Se dirigía a ciegas en el centro de una tormenta cósmica, una tormenta de luz cegadora y de polvo cósmico, que parecía extenderse hasta los límites del tiempo y del espacio en su convulsivo y frenético esfuerzo expansivo.
Cuando emergió, finalmente, de aquella danza estelar de la muerte, sus sensores se saturaron con un nuevo conocimiento. Y Asov volvió su atención a la escena exterior.
Al principio, parecía como si su equipo de sensibilidad estuviese funcionando mal. La imagen compuesta de la galaxia que estaba recibiendo, no estaba de acuerdo con lo que sus inalterables circuitos de memoria le tenían preparado. Comprobó rápidamente sus sistemas sensores; pero sin descubrir nada que fallase. De nuevo inspeccionó las características a gran escala de su entorno y de nuevo una imagen apenas creíble, le confrontó.
No teniendo otra alternativa sino creer en sus sentidos; Asov sólo pudo hacer una deducción de aquella imagen: la galaxia se había envejecido. Aquello sólo podía significar que su período de inconsciencia había sido muy largo, inmenso ciertamente, en términos del propio espacio.
El inmediato problema, fue el de la energía. Poder y fuerza para la transmisión, propulsión, correlación. Las fuentes de energía estaban, por primera vez en toda su experiencia, severamente limitadas. En su inmediato entorno, eran casi incaptables.
Su viaje galáctico le había llevado en una gran elipse alrededor del sistema. Era en aquellas regiones exteriores, límite, donde la población estelar había disminuido drásticamente. Hacia el centro de la galaxia, que era observable para Asov como una resplandeciente isla de neblina, las estrellas retenían al menos una semblanza de su vieja densidad. Allí, en las regiones fronterizas en la espiral galáctica, las estrellas habían sido siempre relativamente escasas y el tributo a la muerte estelar, más severo. Aunque las estrellas centrales tendían a envejecer, estaban también las más estables. Las gigantes exteriores, habían sido siempre de corta vida, quemándose con una tremenda furia, mientras que las del centro, lo hacían a escala más moderada, conservando su vida tanto tiempo como era posible.
Aunque no por la eternidad.
Siempre práctico, Asov se concentró sobre el problema de las fuentes de energía. Pronto estuvo dispuesto a predecir que su presente ruta le llevaría en seguida más allá de una zona de mínima energía, donde sus sensores se eclipsarían una vez más por las nubes del olvido.
Sólo era posible una decisión. Tal decisión habría sido tomada por cualquier ser, bien por deseo emocional, por necesidad de autopreservación o por la lógica necesidad de cumplir una misión encomendada. Dirigiéndose hacia las abundantes energías que aún fluían de la supernova, Asov preparó y puso en práctica una mayor y más importante maniobra, alterando su vector de curso estelar hasta un punto no conocido en sus anteriores experiencias y lanzarse navegando hacia el centro de la galaxia.
En busca de vida y de luz, dejó tras de sí los lóbregos silencios de la frontera desolada de la galaxia.
En su camino, Asov trazó un mapa constatando la degradación y hundimiento de la galaxia. Observó cada estrella muerta o la que se hallaba en trance de fenecer, y que caían dentro de sus sensores de tan largo alcance. En muchas ocasiones tuvo la oportunidad de pasar cerca como para observar el verdadero cortejo fúnebre de todo un sistema solar.
El mismo caso, siguiendo la misma pauta, constituyó una sombría repetición.
La estrella, que había proporcionado la vida, la luz y el calor para tantos millones de años, se deshacía en una neblina rojiza, sin cohesión y moribunda. Los planetas helados, una vez habitados y bullentes de formas de vida, aparecían como vacíos cementerios, desolados cuerpos rocosos, en cuyos cielos aún brillaban las desnudas estrellas en su agonía final.
El ritmo de la vida y el conflicto de sus elementos aparecían por todas partes en cuanto se aproximaba. Pero Asov, a desemejanza de cuanto le rodeaba, permanecía incambiado. Sus instintos y sus motivaciones básicas eran las mismas como lo eran desde el primer día en que la caricia de la luz de una estrella había abierto sus ojos al Universo. A pesar de todo, algo sombrío y temible le afectaba ahora sus sensores, pero debía, no obstante, continuar sus exploraciones con la fe de que en alguna parte, alguna vez, tuviera que descubrir algo nuevo.
Constantemente, una nueva y fresca información le llegaba a sus células cerebrales, que invariablemente disponía en forma de rayo de larguísimo alcance, enviando la debida información al punto de su lejana procedencia. Y continuó aquel ritual, a despecho de la incrementada posibilidad de que el planeta que le había despachado al Cosmos, tanto tiempo atrás, no fuese ya más que un cascarón muerto y sin ninguna vida, dando vueltas alrededor de un sol pequeño y ya gastado.
Incluso cuando llegó al grande y resplandeciente corazón de la galaxia, Asov detectó los signos de su próxima condenación. Inmensos espacios de oscuridad yacían de estrella a estrella, como una marea gradual e inexorable que finalmente lo abarcaría todo, sumergiendo a la galaxia entera en una sombra final.
Continuó su misión. Al paso de las edades y conforme declinaban las estrellas en su larguísima vida cósmica, fue testigo de la larga y perdida batalla contra la noche. Notaba cada estadio sucesivo de la decadencia de una estrella, sus expansiones y contracciones, el breve resplandor de su último brillo y el subsiguiente colapso que lo reducía todo a una frígida oscuridad, cerrando así, capítulo a capítulo, la gran obra de la galaxia.
Pero la edad de lo inesperado no había pasado aún. Repentinamente, en mitad de aquella familiar tragedia que le rodeaba por doquier, un fenómeno inusitado vino a trastornar y a poner en alerta el curso de las cosas al que Asov ya se había acostumbrado.
Al principio fue algo leve para ser correctamente analizado, una nueva y sorprendente fuente de emisión, que vino a interrumpir su silenciosa vigilancia. La perturbación ocupaba sólo un diminuto fragmento de su completo campo ambiental electromagnético; pero fue lo suficiente como para disponer a Asov a una inmediata investigación. Aquel era su esencial propósito de existencia, el localizar y explorar lo inesperado.
Rastreó el factor de perturbación, midió su frecuencia y estimó su posición relativa respecto a sí mismo. Estaba comparativamente próxima. La parte más sorprendente era que no residía ninguna fuente de energía en tan particular dirección. Cualquiera que fuese lo que emitía tal radiación, era invisible, incluso para la visión supersensible de Asov. Invisible, o muy pequeño.
La experiencia de Asov le aconsejaba como cierto que ningún objeto cósmico diminuto transmitía más que un diminuto impulso de radiación. Aquel hecho le permitió deducir la básica naturaleza del fenómeno antes de que hubiese llegado a tener la certeza de su aserto.
Tenía que ser artificial.
Confirmando esta deducción, el objeto comenzó a gravitar hacia él, significando así que él también había captado una inesperada fuente de radiofrecuencias, en este caso, Asov.
Al final se encontraron el uno al otro, como dos solitarios viajeros que se conocen a orillas de un mar muerto. Grado a grado, el mutuo intercambio de datos que fluía entre sus centros de radio, fundados sobre los mismos principios que los que existían en Asov, fue evolucionando hasta permitir un suave flujo de completa información.
Asov supo que el misterioso objeto era algo muy familiar y al propio tiempo totalmente extraño. Era un explorador interestelar, casi una imagen reflejada en un espejo de sí mismo, aunque había partido de la otra mitad de la galaxia, en distancia, con respecto a él.
Tras el acontecimiento, Asov pudo ver que tal encuentro, inimaginable e inverosímil en cualquier otra circunstancia, era perfectamente lógico en aquel momento y en aquel lugar. Sabía, y lo había sabido ya por incontables años, que habían existido otras razas en la galaxia y que su número había sido legión. Era razonable esperar que ellas también, en su día, creasen seres similares a Asov, exploradores cósmicos que viajarían por toda la galaxia, con independencia de sus creadores, sin ser afectados por la irremisible condenación y extinción de aquellos.
Era de esperar que tales exploradores, al igual que Asov, buscaran el centro galáctico, allí donde la vida durase lo más posible. Con el persistente encogimiento y reducción de la zona habitable de la galaxia, era inevitable que alguna vez aquellos exploradores se moviesen hacia ella y que terminasen gravitando unos respecto a otros. Hasta que un día se encontraron.
La prueba de que el encuentro no era un raro capricho del azar, se produjo bien pronto. Otros encuentros fueron teniendo lugar, al principio muy ampliamente separados en el tiempo y en el espacio y más tarde sobre la base de un mayor incremento. Cada encuentro ocurría en la vecindad o en medio de un núcleo de estrellas firmemente condenadas a su desaparición.
Aunque de variado diseño y complejidad, aquellos últimos representantes del hombre cósmico, todos poseían el mismo instinto, el instinto que les había sido programado en su interior durante su construcción. El declive y la muerte de sus creadores no les privaba en modo alguno de su primitivo instinto; la búsqueda de la luz era su misión y su vida. Terminaría sólo cuando los fuegos del Universo acabaran por apagarse y desapareciesen para siempre.
Mientras que los expectantes observadores giraban alrededor de los restos en decadencia inevitable de lo que una vez fue una orgullosa galaxia, su número continuó en proporciones cada vez mayores, en proporción directa del número de avanzadas especies que una vez hubieron habitado la galaxia, las desaparecidas inteligencias que habían despachado a sus silenciosos centinelas a mantener su observación y exploración sobre las estrellas.
En tanto que las oscuras aguas de la nada inundaban gradualmente el firmamento, Asov ocupó su tiempo en intercambiar relatos con sus compañeros recién hallados en el espacio. Entre ellos se construyó una historia galáctica con cada antiguo explorador cósmico contribuyendo con su propio conocimiento y experiencia al acervo común. Donde antes cada explorador poseía solamente una fragmentaria información respecto a la Ley Cósmica, la experiencia combinada permitió un más completo conocimiento de la totalidad del espectro de la creación.
En cierto sentido, la reunión de todos los exploradores formó una especie de simple entidad. Un ser multiforme y compuesto, en posesión de casi la ilimitada experiencia de toda una galaxia entera.
Pero al irse desvaneciendo el resplandor de las estrellas próximas y últimas, su actividad intelectual comenzó a disminuir. La energía era indispensable, las primeras e indispensables necesidades de prioridad para la propulsión y actividad sensorial. La transmisión se hizo menos frecuente y la comunicación menos intensa.
Y comenzó una desesperada búsqueda de fuentes de energía.
Asov estaba ya aproximándose al estado de conciencia suspendida, parecida a la que había sufrido y había quedado antes a la deriva cuando sufrió la colisión, producto del azar; pero mientras quedase en pie una chispa de percepción debía continuar su misión de ir en busca de la luz. Le resultaba imposible anticiparse al olvido y quedarse indiferente en la oscuridad. Sus sensores de largo alcance exploraron en la noche, comparando, rehusando, seleccionando. Con frecuencia, la particular fuente de luz que estaba siguiendo se apagaría desvaneciéndose ante él, conforme la arrolladura marea de oscuridad apuntaba hacia otra víctima estelar. Muchas veces, su ruta tendría que ir cambiando, con frecuencia mayor incrementada, hasta que pareció que el Universo pronto quedaría desprovisto de luz, y sus sentidos muertos para siempre.
Pero aún quedaban ciertos manantiales de luz, que aunque débiles en extremo, permanecían todavía firmes y aparecían como siendo el remanente inafectado por el destino de su inmediato entorno. Aquellas fuentes de luz no eran, de ningún modo, extrañas a Asov, habían estado presentes a través de toda la larga leyenda de su vida interestelar; pero habían permanecido más allá del área de su actividad preestablecida. Sus distancias ya no eran meramente interestelares, sino extragalácticas. Hasta entonces, no había habido razón para conceder una excesiva importancia a aquellas remotísimas fuentes de luz.
Pero tampoco hasta entonces había tanta necesidad de buscar cualquier fuente de emisión de luz y de vida.
Con la continuada degradación y el desvanecimiento del fuego de la galaxia, Asov y sus compañeros se volvieron al fin hacia aquellas nebulosas resplandecientes en la lejanía; el último refugio, la tenue y final fuente de energía. A pesar de lo sin precedentes de la situación con que se tuvieron que encarar, la comunidad de exploradores actuó rápidamente, con espontaneidad y al unísono. En cierto sentido, era como la consumación de sus vidas galácticas y la introducción al principio a otra forma de existencia más elevada. En la hora final y desde diversas rutas del espacio, los exploradores habían convergido para ser testigos de los últimos momentos de la galaxia. Aunque hacía falta no mucha energía para el ajuste final, necesario para sus nuevas rutas al lejano exterior de la galaxia, disponían de la suficiente con la gravedad que seguía a la luz a lo largo de los corredores de la disolución final. Y conforme progresaban hacia los confines de la galaxia, los últimos y exhaustos fuegos se fueron apagando, estableciéndose en su lugar la total oscuridad. El último de los soles se había eclipsado para siempre.
Aunque inimaginablemente distantes, los Universos Islas, hacia los cuales pusieron proa los exploradores cósmicos, eran lo suficientemente perceptibles y un día serían tangibles. En los milenios por venir en el futuro, aquellas señales de luz y de calor resplandecerían en el vacío para despertar y estimular sus sentidos, tan largamente adormecidos. Y entonces el ciclo recomenzaría de nuevo. Se almacenarían nuevas energías procedentes de los jóvenes fuegos de otras estrellas y se escribiría otro capítulo de la tan antigua epopeya de la exploración cósmica.
La gran flota de exploradores, custodios y guardianes de la historia cósmica navegó hacia los inmensos espacios sin estrellas en busca de otras galaxias a las que poder considerar como su nuevo hogar, su nueva patria.