II

Halpin Frayser había pasado toda su niñez en la casa que sus padres tenían en Nashville (Tennesse). Eran una familia adinerada y ocupaban la más alta escala de la sociedad que había sobrevivido a los desastres de la Guerra Civil. Todos los hijos recibieron una esmerada educación, y frecuentaban los círculos más distinguidos de la ciudad. Exhibían unos nobles modales y una cultura bastante sólida.

Halpin era el menor, y siempre había tenido una salud muy quebradiza. Las gentes decían que estaba «deteriorado». Es posible que la causa de todo se debiera a los obsesivos cuidados de su madre y a la indiferencia de su padre. Sobre todo porque éste era un rico hacendado del Sur, más preocupado de la política que de su familia. Su Estado le absorbía toda la atención, lo que le llevaba a prestar poco cuidado a lo que sucedía en su hogar, al estar más atento a preparar los discursos fulminantes, que le atraerían los aplausos y los vítores de las gentes.

El joven Halpin se había convertido en un soñador indolente, con una afición a la literatura superior a la obligación de convertirse en un abogado. La teoría moderna de la herencia daba por cierto que el abuelo materno debía influir sobre Halpin, hasta obligarle a «rondar los cambiantes aspectos de la luna»: inspiración que convirtió al viejo en un poeta famoso. Era un dato a considerar que casi todos los Frayser poseían un lujoso ejemplar de las Obras poéticas de su antepasado (editadas por cuenta de la familia y retiradas del mercado luego de la décima edición); sin embargo, no parecían respetar la estirpe, al negarse a aceptar que apareciese un nuevo poeta.

Halpin se encontró rodeado de críticas, hasta que terminó por ser considerado la oveja negra, capaz de deshonrar a todos con sus aficiones. Y es que se veía en medio de una gente muy práctica, lo que suponía que llegaran al abuso. El objetivo de casi todos ellos era la política. Para hacer justicia al joven Halpin es necesario afirmar, que si bien en su persona se encontraban muchas de las cualidades de su antepasado, jamás se había decidido a escribir un verso. Claro que esta adormecida inclinación podía despertarse en un momento inesperado; mientras tanto, no dejaba de ser un inútil. Con quien mejor se entendía era con su madre, ya que ésta adoraba al difunto poeta, aunque nunca lo manifestaba en público para evitar los enfrentamientos con su familia.

Si la madre había echado a perder a Halpin en la infancia, éste se cuidó de perjudicar su destino en la juventud y, luego, en la madurez. Porque se decía que carecía de la virilidad suficiente para dedicarse a la política. En realidad siempre había encontrado el apoyo de la hermosísima Katy, su madre, a la que había llamado así desde que aprendió a hablar. Porque ambos poseían una naturaleza novelesca, que les arrastró a sentirse atraídos en todos los aspectos de su naturaleza humana, incluida la sexual. Se hallaban tan unidos, que cuando paseaban por la calle los desconocidos que los veían comentaban que eran dos enamorados en la fase más apasionada de su romance.

Una mañana Halpin Frayser pasó al tocador de su madre, la besó en la frente y, después, se entretuvo jugando con un rizo negro que no había sido controlado por las horquillas. Finalmente, se atrevió a preguntar simulando una tranquilidad que no sentía:

—¿Te preocuparás, Katy, si me marchó a California para estar allí unas semanas?

Ella no tuvo que abrir los labios para responder, porque la palidez de su rostro lo estaba haciendo. Le inquietaba la separación, por eso unas lágrimas brotaron de sus grandes ojos de color café.

—¡Hijo, he debido sospechar que planeabas ese viaje! —exclamó, mirándole con una gran ternura—. ¿Te he contado que anoche sufrí mucho por culpa de una pesadilla? Se me apareció tu bisabuelo Bayne, de pie ante su retrato de joven, cuando era tan guapo, y me señaló el tuyo, ése que está colgado en la pared. Y cuando miré hacia allí, no pude ver tu rostro porque alguien había echado encima un sudario. Sabes que tu padre se ha burlado de mí; sin embargo, tú y yo contamos con los sueños para escaparnos de la opresiva atmósfera que reina en esta casa... ¡Ah, te diré que debajo del sudario pude descubrir que había marcas de dedos en tu cuello! Perdona que te cuente estas cosas, pero nunca nos hemos ocultado nuestros temores... Es posible que tú des a mi sueño otro significado... No debes tomarlo como una advertencia para anular tu viaje a California. ¿Acaso significa que debo ir contigo?

Hemos de reconocer que esta ingeniosa interpretación del sueño, en base a una prueba descubierta recientemente, no fue apoyada por el espíritu más lógico del joven. Aun así se convenció de que la pesadilla anunciaba una tragedia, que iba a suceder aunque no marchase a las costas del Pacífico. Creyó que alguien le iba a estrangular en su tierra natal.

—¿Sabes si hay fuentes termales en California? —preguntó la señora Frayser, sin dar a su hijo tiempo para que respondiese—. Debe existir algún lugar donde la gente se cure del reumatismo y de las neuralgias. Observa mis dedos endurecidos, que tanto me hacen padecer cuando me acuesto en la cama.

Extendió las manos para dejarlas a merced del examen de Halpin. Pero éste se guardó el comentario «médico». Prefirió sonreír y, luego, elogió la belleza de los dedos, diciendo que no ofrecían el aspecto de haber sufrido dolor alguno.

El resultado fue que estas dos singulares personas debieron separarse: una marchó a California, y la otra se quedó en casa, para acompañar a un marido que ni siquiera le prestaba atención.

Halpin se convirtió en un marino durante su visita a San Francisco. Lo hizo mientras paseaba por el puerto. Su decisión fue repentina, fruto de una borrachera. Cuando se recuperó de la misma, pudo comprobar, desagradablemente, que había sido embarcado a la fuerza. Y al encontrarse en alta mar, no le quedó más remedio que trabajar como un miembro más de la tripulación, al convencerse de que sus protestas se las llevaban las olas. Llegó a un país lejano; y cuando regresaban, la embarcación naufragó ante una isla del Sur del Pacífico, donde los supervivientes debieron esperar unos seis años hasta que una goleta los devolvió a San Francisco.

Singularmente, Halpin continuó manteniendo el orgullo, aunque no guardara ni un centavo en los bolsillos. Tenía la sensación de haber estado ausente más de un siglo. Se negó a recibir la ayuda de extraños. Prefirió vivir junto a un compañero de viaje, en las proximidades de la ciudad de Santa Helena, donde esperaba recibir noticias de su familia y, a la vez, algún dinero. Precisamente, por esas fechas se le ocurrió salir de caza, para perder el rumbo y verse en el interior de un bosque maldito, donde terminó encontrando el cadáver de su madre...