«É preciso ter grandes sonhos e persegui-los.
Sonhar e perseguir os sonhos é exatamente romper o limite do possível».

PRESIDENTA DILMA ROUSSEFF

Brasilia, 1 de enero de 2011

HA LLEGADO EL MOMENTO

Sí, ha llegado el momento de superar los límites de lo «posible» y hacer realidad mañana muchos imposibles hoy. Disponemos del conocimiento y de, por primera vez en la historia, posibilidades de participación no presencial y movilización ciudadana. Podemos superar la inercia, el gran enemigo, que se opone a la evolución, consistente en conservar lo que debe conservarse y transformar y cambiar lo que debe cambiarse. Como he escrito en muchas ocasiones, si no hay evolución a tiempo, hay revolución con el riesgo de violencia que conlleva. La diferencia entre evolución y revolución es la «r» de responsabilidad.

Ha llegado, pues, el momento de la acción, de la libertad de expresión, de la responsabilidad. Sí, ha llegado el momento de «los pueblos», como tan lúcidamente se establece en el inicio del Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas: «Nosotros, los pueblos… hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra». El compromiso supremo lo constituyen las generaciones venideras. Para ofrecerles el legado que merecen de una tierra habitable, sin desgarros sociales y confusión conceptual, debemos llevar a efecto en estos albores de siglo y de milenio la gran transición de la fuerza a la palabra, de la mano alzada y armada a la mano tendida.

Cambiar los fusiles por el diálogo proporcionaría no solo el nuevo «marco humanizado» que es exigible para la igual dignidad de toda la humanidad, «ojos del Universo», los únicos seres vivos conscientes del misterio de su existencia, sino que representaría una nueva era en la que la economía no debería basarse en la especulación y la guerra (cuatro mil millones de dólares al día en la actualidad) para poder garantizar a todos, sin excepción, la seguridad alimenticia, el acceso al agua y a los servicios sanitarios, la educación, etcétera.

Cada ser humano único, capaz de pensar, de imaginar, de crear. Esta es la esperanza común y por ello debemos enfrentarnos al fatalismo, al sentimiento de lo inexorable, de lo ineluctable, convencidos de que el futuro debe inventarse, de que el porvenir está por hacer. El pasado ya está escrito y debe describirse de forma fidedigna. Pero tenemos que actuar resueltamente en este sentido: la gran tarea ética de las generaciones presentes es escribir el mañana con otros trazos, con otros signos, en otro lenguaje.

Para cambiar es indispensable conocer la realidad en su conjunto, en profundidad. Si se la conoce superficialmente, el cambio es más de percepciones que de hondo calado. Es imperativo alejarnos de los focos que anuncian la noticia, de las informaciones que, lógicamente, describen tan solo lo extraordinario, lo insólito. Para conocer con exactitud lo que acontece es preciso saber ver los invisibles, los que no son noticia, la inmensa mayoría que nace, vive y muere en espacios física e intelectualmente reducidos. Todos tienen que ser no solo vistos sino observados para que de este modo, como dijo Bernard Lown, al conocer los invisibles seamos capaces de hacer lo imposible, ya que al no tenerlos en cuenta normalmente las medidas políticas y las estrategias no los incluyen y permanecen, una vez más, inadvertidos.

Desde el origen de los tiempos el poder —masculino, con solo episodios fugaces y anecdóticos de la presencia femenina— se ha basado en la imposición, en el dominio. La paz ha sido una pausa entre dos conflictos, haciéndose realidad el perverso adagio de «si quieres la paz, prepara la guerra», instigado siempre por los fabricantes de armas.

A través de los siglos unos cuantos mandando sobre los muchos, que tenían que ofrecer su propia vida sin rechistar a los designios de los mandatarios. Siglos y siglos en que solo algunos destellos fueron capaces, a pesar de vivir confinados, con desconocimiento de los fenómenos naturales que observaban y de la existencia y las características de los otros, de iluminar, por la desmesura de su capacidad reflexiva y creadora, espacios inexplorados del espíritu. El hilo conductor ha sido siempre la fuerza. Ha llegado el momento, en estos albores de siglo y de milenio, de la palabra, grandeza de la condición humana en su totalidad.

Ha llegado el momento, en efecto, de poner claveles en el ánima de los fusiles, en el ánima de las armas, como supieron hacer en Portugal hace unos años, acallando de una vez por todas el disparo y procurar la vida, la vida plena a través de la conversación y el conocimiento recíproco.

ANTECEDENTES

Ha habido varios intentos de reconducir la gobernación mundial a cauces bien distintos de los tradicionales mediante la creación de parlamentos mundiales, unión de naciones, actos globales de paz. En 1918, al término de la Primera Gran Guerra, el presidente Woodrow Wilson, aterrorizado por lo que había sucedido en una guerra de desgaste, de trincheras, de extenuación, llega a Brest desde Nueva York con el Convenio para la Paz Permanente, proclamando que en lo sucesivo los conflictos no deberían solucionarse a través de la barbarie que se acababa de vivir, y así se creó una Sociedad de Naciones, que tomaría las medidas oportunas y arbitraría en los posibles conflictos, de tal modo que el recurso a las armas no fuera irremediable en lo sucesivo.

Ya sabemos lo que ocurrió: tanto los europeos como los norteamericanos reaccionaron vehementemente ante las propuestas del presidente norteamericano, diciendo que ello pondría en riesgo la seguridad de sus naciones, que se hallarían en inferioridad ante el posible rearme de la Alemania vencida. La propia opinión de los Estados Unidos fue enormemente crítica con el presidente Wilson, que regresó a su país convencido de que el mundo discurriría de nuevo por los caminos de la confrontación violenta, ya que bajo la presión de los colosales consorcios de la industria bélica los senderos de la paz aparecían impracticables.

Y así fue. Alemania se armó y Hitler ya advirtió en 1933 que «La raza aria es incompatible con la raza judía», ante la ineficiencia de la diplomacia y de la Liga de Naciones, que desde el principio la falta de voluntad política de los Estados que la integraban había hecho inoperante.

Y de nuevo en 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, ante el horrendo espectáculo de destrucción masiva, de holocausto y genocidio, de uso de terribles armas de exterminio, el presidente Franklin Delano Roosevelt, adopta una serie de medidas para asegurar que, en lo sucesivo, la convivencia pacífica fuera posible. Y no solo se concibe el Plan Marshall para la recuperación de Alemania y Japón, sino que ya en 1944 se crea la FAO para la alimentación, la medida más urgente para todos los ciudadanos, y las instituciones de Bretton Woods para regular los flujos financieros y promover, a través del Banco Mundial para la «reconstrucción y el desarrollo», el progreso en todos los países. Como ya he indicado, la Carta de las Naciones Unidas es un documento audaz e imaginativo, que basa la seguridad en unas Naciones Unidas en las que son «los pueblos» quienes asumen la responsabilidad de garantizar, en adelante, la «construcción de la paz en la mente de los hombres», como figura en la Constitución de la UNESCO, organización creada en 1945, unos meses después de la fundación de la ONU en San Francisco, a través de la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación. El diseño de Roosevelt incluye los grandes pilares de la paz a escala planetaria: el trabajo (OIT), la salud (OMS), el desarrollo (PNUD), la infancia (UNICEF)… Pero, además, para orientar el comportamiento a todos los niveles desde la decisión política a la vida cotidiana de todos los seres humanos, establece la referencia luminosa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General el 10 de diciembre de 1948.

Todo estaba, pues, bien pensado y configurado: sobre la base esencial de la «igual dignidad de todos los seres humanos» se evitaría el horror de la guerra siguiendo los «principios democráticos» de justicia, libertad y solidaridad «intelectual y moral», que el Acta Constitutiva de la UNESCO proclama como único camino para la convivencia armoniosa y los cambios radicales que desde tanto tiempo atrás se consideraban imprescindibles.

A través de una educación que debe formar a personas «libres y responsables», para no dejarse manipular, para actuar en virtud de sus propias reflexiones y no al dictado de nadie, para ser realmente independientes y diversos hasta el límite de la unicidad, y alcanzar la emancipación personal y colectiva… solo era necesario encontrar la palabra clave que, entonces como ahora, sigue siendo insustituible: compartir, distribuir mejor los bienes materiales, repartir de manera adecuada responsabilidades y beneficios. Compartir, partir con, a través del fomento del desarrollo, que debe ser no solo económico sino social y cultural, endógeno, sostenible y, sobre todo, humano. Tan importante se consideraba el desarrollo para el otro mundo posible que se perfilaba con el entusiasmo de personas lúcidas y con capacidad de anticipación como René Cassin, Jean Monnet, Archibald MacLeish, Eleanor Roosevelt… que el papa Pablo VI exclama: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», y se fomenta la cooperación internacional al tiempo que se sientan las bases, con la complicidad de Robert Schuman y Konrad Adenauer, de la Unión Europea, y así se firma el Tratado del Carbón y del Acero como paso inicial. Era el año 1950.

Pero de nuevo —«si quieres la paz, prepara la guerra»— se establece la carrera armamentística entre las dos superpotencias, Norteamérica y la URSS, y al socaire de una competición que exacerba hasta límites indescriptibles la producción del más sofisticado material de guerra se oculta la progresiva sustitución de las ayudas al desarrollo por préstamos concedidos en condiciones draconianas que beneficiaban siempre más a los prestamistas que a los prestatarios; la cooperación se convierte de forma generalizada en explotación; el colonialismo financiero y tecnológico empobrece a los países en lugar de fomentar su progreso y capacidad para el uso de sus, con frecuencia, cuantiosos recursos naturales; de tal manera que se llega a la década de 1980 con el sentimiento de que el bienestar generalizado era imposible en un mundo fracturado entre dos grandes sistemas: capitalismo y comunismo.

Es entonces cuando Estados Unidos, acompañados indefectiblemente por el Reino Unido, deciden acaparar el poder y establecer una hegemonía integrada por los países más ricos de la Tierra, encabezados, desde luego, por Norteamérica. Entonces se produce lo que podríamos denominar el «gran antecedente» de la crisis actual: los valores democráticos, los principios éticos por los que tantos habían luchado, hasta dar su propia vida, la justicia social en primer lugar, se sustituyen por el mercado. De acuerdo con el presidente Reagan y la primera ministra Thatcher, la economía sería libre y autorregulada, sin más pautas y objetivos que los propios de las transacciones mercantiles. «Sustituir los valores por los precios», ya lo advirtió don Antonio Machado, «es de necio». Fueron necios al proponerlo, pero sobre todo fueron necios todos aquellos que, líderes socialistas incluidos, deslumbrados por la globalización neoliberal cayeron en la trampa y aceptaron la marginación progresiva de las Naciones Unidas, y trasladaron la gobernación mundial a los seis países más prósperos de la Tierra (G6). Al poco tiempo se unió Canadá (G7) y, al término de la Guerra Fría, la Federación Rusa (G8).

Al cumplirse el bicentenario de la Revolución Francesa, en 1989, tuvieron lugar acontecimientos que reavivaron las esperanzas en los cambios tan anhelados por la mayor parte de los habitantes de la Tierra. En efecto, en el barrio próspero de la aldea global solo vivía el 20 por ciento de la población mundial. El resto, en un gradiente progresivamente más menesteroso, vivían en condiciones precarias o simplemente sobrevivían. Confiaban en los «dividendos de la paz» al cese de la carrera armamentista. Por el genio de Mikhail Sergeyevich Gorbachev, sin una gota de sangre, se desmorona el Muro de Berlín, como símbolo de Unión Soviética, y se produce la conversión de la Unión Soviética en la Federación Rusa y la Commonwealth de Estados Independientes, que inician su larga marcha hacia sistemas de libertades públicas.

Importantes sucesos contribuyen a hacer pensar que el principio de la década de 1990 puede ser el ansiado momento de la inflexión: otro genio, Nelson Mandela, después de veintisiete años de prisión, logra con la complicidad del presidente Frederik de Klerk la supresión del apartheid racial en Sudáfrica; se firma la paz de Chapultepec, con lo que se da fin al conflicto armado en El Salvador; se consigue un acuerdo de paz, con la intermediación de la Comunidad de San Egidio, en Mozambique; se inician los diálogos de paz en Guatemala…

Todos esperábamos los «dividendos de la paz» porque podía desacelerarse —¡ya era hora!— el ritmo de la producción de armas en todo el mundo. Vana ilusión: los globalizadores redoblaron sus esfuerzos y los grupos plutocráticos sustituyeron de forma sucesiva las funciones del Sistema de las Naciones Unidas, deslocalizando, además, con gran «codicia e irresponsabilidad», utilizando las palabras del presidente Obama, la producción hacia China y otros Estados del Este, cuyas condiciones laborales y respeto de los Derechos Humanos, obcecados por el dinero, nunca se han tenido en cuenta.

A pesar de su progresivo aislamiento las Naciones Unidas siguieron facilitando al conjunto de la humanidad directrices en distintos ámbitos: en 1990 educación para todos a lo largo de toda la vida; en 1992 en la Cumbre de la Tierra, la Agenda 21 para contrarrestar el deterioro ecológico; en 1993 «educación para la democracia y los Derechos Humanos»; en 1994 diálogo inter e intrarreligioso; en 1995 quincuagésimo aniversario del Sistema, se adoptan los compromisos de la Cumbre de Desarrollo Social, en Copenhague; se celebra la reunión sobre la Mujer y el Desarrollo en Beijing, y se aprueba la Declaración sobre la Tolerancia para facilitar la integración y la convivencia; en 1998 la Declaración sobre el Diálogo de Civilizaciones; en 1999 la Declaración y Plan de Acción sobre una Cultura de Paz; en el año 2000 los Objetivos del Milenio y la Carta de la Tierra; en el año 2001 la Declaración sobre la Diversidad Cultural…

CAUSAS INTERNACIONALES

Con los antecedentes indicados, las causas internacionales de la situación actual pueden resumirse del siguiente modo:

1. La globalización desoye los requerimientos

─ educativos

─ democráticos

─ de desarrollo social

─ de la equidad de género

─ el acceso a los mínimos requisitos de una vida digna.

2. En todo el mundo

─ Democracias frágiles, formales, partidistas, con escasa participación social, hasta el punto de aceptarse representaciones parlamentarias con un índice de votación menor al 15-20 por ciento.

─ Aceptación de relaciones con países cuyos gobernantes detentan un poder absoluto, algunos de los cuales se proclaman además monarcas, aceptándose sus exigencias porque para los mercados lo único que importa es la explotación de los recursos de estos países y que adquieran sus productos, empezando por los bélicos.

─ Aceptación, como antes indicaba, de relaciones comerciales con países convertidos en «fábricas globales» sin reparar en otra cosa que los pingües beneficios obtenidos.

─ Aceptación, asimismo, de países en los que se lavan los fondos procedentes de evasión fiscal y de orígenes delictivos. Está claro que la eliminación de los paraísos fiscales es absolutamente imprescindible para los cambios que ahora son inaplazables.

─ Aceptación de la total impunidad en que grandes consorcios internacionales actúan en el espacio supranacional, sin el menor respeto al derecho y promoviendo tráficos de toda índole (drogas, armas, patentes, personas…) sin que los grupos plutocráticos, carentes de base institucional, puedan tener la menor influencia para controlar y suprimir, en último término, estos agravios permanentes a la sociedad, a la que producen, como sucede en el caso de las drogas, profundos desgarros.

─ Burbujas en las telecomunicaciones e inmobiliarias, que eran previsibles, pero que el mercado no supo advertir ni controlar en su momento.

─ Después del ataque terrorista suicida del 11 de septiembre, la represalia aceptada en Afganistán y la inaceptable invasión de Irak argumentando falazmente la posesión de grandes arsenales de armas de destrucción masiva, el «mundo globalizado» aumenta todavía la confusión y el desconcierto, y explota en el año 2007 la burbuja inmobiliaria y, todavía peor, en Estados Unidos la de los créditos humo. Frente a esta situación, que afecta especialmente a la situación financiera norteamericana, la Unión Europea, ya elegido Obama, cede en Camp David el liderazgo al presidente George Bush, que pretende sanar la averiada economía mundial con la misma fórmula que había llevado a la múltiple crisis (financiera, política, social, medioambiental, alimenticia, democrática, ética…) que padecía la humanidad: el mercado.

─ De nuevo la solución neoliberal, aceptada incomprensiblemente por los aliados europeos, aplicada por un grupo de plutócratas, ampliado en esta ocasión a veinte. El G20 adopta el rescate urgente de las instituciones que, en buena medida, habían conducido a la grave situación que ahora debía enfrentarse. No había dinero para la lucha contra la pobreza y el hambre, o contra el sida, y de pronto aparecen inmensos caudales disponibles para recuperar en Estados Unidos y en Europa el quebranto banquero (720 000 millones de dólares en Estados Unidos y más de 400 000 millones en la Unión Europea). Eso sí, el G20 decide que ahora se establecerán rápidamente las normas de regulación apropiadas y desaparecerán de inmediato los paraísos fiscales.

─ No se ha regulado nada. Los paraísos fiscales siguen colmados; los tráficos de toda índole amenazan, especialmente en el caso de las drogas, la seguridad en varios países del mundo; un desempleo rampante (en especial en los países que más pomposamente, como España, presumían de construir más edificios que el resto de toda la Unión Europea)… A todo ello se añade el desencadenamiento, gracias al ciberespacio, de los movimientos de liberación en el Magreb, iniciado en diciembre de 2010 en Túnez.

─ Hoy, otra vez, y esta es una causa que debemos tener muy en cuenta a la hora de establecer nuevos rumbos para una salida digna de la situación presente y empezar a construir un futuro distinto, las instituciones rescatadas vuelven a manifestar unos inmensos beneficios. Hace poco Exxon Mobil anunciaba que en el año 2010 había ganado más de treinta mil millones de dólares y las empresas del IBEX 35 no solo mostraban cuantiosas ganancias sino que resultaba que el 80 por ciento de sus empresas tienen presencia directa en paraísos fiscales a través de sociedades participadas.

CONSECUENCIAS

1. Desequilibrios sociales gravísimos en todo el mundo con umbrales de pobreza extrema hasta el punto de inanición y muerte por hambre (se calcula en más de setenta mil personas diarias), con grandes problemas de integración y convivencia en países que ahora presentan altos índices de desempleo.

2. La explotación de los recursos naturales en algunos países, como el coltán en el Congo o la bauxita en Guinea Conakry, sigue sin resolverse y, de nuevo, con enfoques exclusivamente económicos, se considera que tanto Uganda como Ruanda están incrementado el PIB de manera convincente cuando lo único que en realidad ocultan es el tráfico de la columbita-tantalita que procede de la región de los Kivu.

3. A la explotación hay que unir la adquisición de tierra, extraordinariamente preocupante, por parte de algunos países como Corea del Sur y de China, convertida en el gran país capitalista-comunista, que adquiere los bonos y la deuda exterior de muchos de los países globalizadores.

4. Medioambiente. El cambio climático no es más que el iceberg visible de un profundísimo deterioro del medioambiente, en particular por la gran producción de gases con efecto invernadero, sobre todo CO2 procedente de la combustión de carburantes fósiles, que se ha ido incrementando de manera exponencial en las últimas décadas. Una vez más la mentira, todavía impune, que utilizaron los grandes productores de petróleo cuando en 1981 crearon una fundación con la finalidad de contrarrestar los resultados que expuso la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos en 1979, advirtiendo de que debía reducirse la producción de anhídrido carbónico y facilitarse su recaptura por los océanos, auténtico pulmón de la Tierra, que estaba a su vez disminuyendo por la asfixia que producían en el fitoplancton marino los vertidos que para el lavado en alta mar de los tanques de transporte —en lugar de acudir a las instalaciones portuarias adecuadas— se realizaba, una vez más, para obtener mayores beneficios en la política del «todo vale» que ha caracterizado a la economía neoliberal.

Al deterioro del aire y del mar se ha unido el del suelo con una gran deforestación y contaminación producida por el uso de sustancias químicas de síntesis (abonos, fertilizantes, plaguicidas…).

La fusión progresiva del Ártico es uno de los temas que deberían rápidamente abordarse con el fin de poder obtener, al menos, la contención de un fenómeno que podría llegar a elevar el nivel del mar, lo que originaría gravísimos problemas no solo a determinados Estados-isla sino, en general, a todos los países en sus costas.

EL GRAN DOMINIO

El gran dominio se halla representado por los siguientes poderes a escala mundial:

─ Poder militar: los gastos militares y de producción de armamento en Estados Unidos han representado en el año 2009 más de 800 000 millones de dólares, seguido a distancia por China con casi 100 000 millones, Rusia en tercer lugar… Como ya he indicado, se calcula que en la actualidad representan cuatro mil millones de dólares diarios y constituyen la primera reacción a todas las crisis: armarse más, aumentar los dispositivos de defensa, en la conciencia de que la mayoría de ellos se refieren a artificios bélicos propios de guerras pretéritas. Con muy buen sentido, el presidente Obama, hace ya un año, indicó a su secretario Robert Gates que debía revisar las estrategias actuales y, en consecuencia, la producción de armamento para impedir que se siguiera favoreciendo a los colosos industriales cuyo material ya no tenía justificación dadas las características de los enfrentamientos actuales.

─ El poder energético concentra en muy pocas maños la producción, la distribución y la venta de petróleo que, a pesar de todas las advertencias, ha seguido incrementándose en el año 2010. Una vez más la contaminación del medioambiente y pensar en las generaciones futuras han cedido el paso a la inmensa inercia de un consumo que debería, en muy poco tiempo, moderarse no solo como una exigencia ética sobre todo, sino para evitar que se siga deteriorando la habitabilidad de la Tierra. Ahora, de nuevo, el precio del petróleo vuelve a ensombrecer los tenues indicios de recuperación económica a escala mundial y nacional.

─ Poder económico basado, en muy buena medida, en la especulación y el uso de agencias de calificación con instituciones internacionales que no supieron nunca alertar en su momento y que ahora, en cambio, se pasan el día opinando sobre la marcha de la economía, siempre con los mismos criterios que han demostrado ya sobradamente hasta qué punto son nocivos a la humanidad, con actuaciones que no tienen nada que ver con la situación real y el bienestar social de los distintos países.

─ Poder mediático: los medios de comunicación se hallan concentrados progresivamente en muy pocas maños de tal modo que la información partidista y la proliferación del entretenimiento convierten a muchos ciudadanos en espectadores impasibles y mal informados.

POSIBLES SOLUCIONES

Los diagnósticos ya están hechos en prácticamente la totalidad de los casos. Ahora es tiempo de acción. Hace bien poco el Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental ha presentado el Informe Cambio Global España 2020/50, sobre energía, economía y sociedad, que pone de manifiesto que lo que ahora es realmente apremiante es la acción. Es tiempo de actuar:

─ Energías renovables.

─ Desarme.

─ Regulación de los flujos financieros y eliminación de los paraísos fiscales.

─ Sustitución de la gobernación por grupos plutocráticos por unas Naciones Unidas debidamente reforzadas, dotadas de los medios personales, técnicos y financieros adecuados.

─ La igualdad, la justicia social, la conciliación y la armonía deben ser, con el medio natural, los fundamentos del mundo venidero.

Son necesarias alternativas imaginativas. A este respecto es muy importante la Renta Básica de Ciudadanía (RBC) que, especialmente en tiempos de crisis como el actual, aliviaría de inmediato la situación por la que están pasando miles de familias, en especial en España por el parón inmobiliario. Con carácter urgente podría aprobarse su implantación para todas aquellas personas mayores de 18 años que por haber perdido su empleo, por su condición de pensionistas o por otras razones percibieran prestaciones inferiores al salario mínimo interprofesional, que sería el umbral de referencia.

También debería decidirse la aplicación inmediata de nuevas fórmulas de financiación alternativas, como la que se refiere a la tasa sobre transacciones de divisas, según se propuso a las Naciones Unidas en la Declaración sobre fuentes innovadoras para el financiamiento de la «Iniciativa contra el Hambre y la Pobreza» en 2008.

Es también imprescindible descubrir y regular la economía sumergida que, según recientes estudios, representa en España una evasión fiscal de veinte a treinta mil millones de euros al año.

La crisis sistémica no se puede abordar simplemente insuflando recursos económicos o impulsando la producción de sectores clásicos de la economía sino con un cambio profundo centrado en la sostenibilidad humana y ambiental.

Parece muy atinada la conclusión de que, en el fondo, lo que está sucediendo es que «se han privatizado las ganancias y se han socializado las pérdidas». Es, pues, una ocasión histórica para redefinir el sistema económico mundial a favor de la justicia social. ¡Ha llegado el momento de rescatar a los ciudadanos!

Todos estos cambios pueden hoy hacerse realidad. Para ello es imprescindible la implicación personal. ¡Reacciona!

Por primera vez en la historia es hoy posible la participación no presencial, a través del ciberespacio, no solo para reforzar la democracia sino para movilizar a todos los ciudadanos.

Hoy debemos todos unir nuestra voz para hacer posibles las grandes transiciones:

─ Social, basada en la igual dignidad de todos los seres humanos.

─ De una economía de especulación y guerra a una economía de desarrollo global sostenible.

─ Desarme (en el informe titulado Una crisis encubierta: conflictos armados y educación, que acaba de publicar la UNESCO, se describen los desgarros sociales que producen los conflictos y la necesidad de progresivamente aplicar fondos que hoy se destinan a armas a la educación, que sigue siendo la base fundamental para las conversiones que podrían conducir a la nueva era que está a nuestro alcance).

─ Energías alternativas sostenibles: solares (fotovoltaica y termosolar), eólica, termomarina, hidrógeno, fusión…

─ Relocalizar la producción y favorecer la producción y el consumo cercanos para evitar, además de gastos superfluos, impactos negativos en el medioambiente.

─ Calidad de vida: producción de alimentos (agricultura, acuicultura y biotecnología), acceso al agua (embalse, conducción, gestión, producción por desalinización…), acceso a los servicios de salud, educación para todos a lo largo de toda la vida.

─ Cultural: de súbditos a ciudadanos. Mediante una educación que permita superar la situación de receptores indiferentes y apáticos, lo que los convertiría en actores de su vida, en personas educadas —es decir, que actúan según ellas mismas deciden libremente—, capaces de contrarrestar el inmenso poder mediático y alcanzar la ciudadanía plena.

─ Gobernación internacional: como ya he indicado, es indispensable poder transitar rápidamente desde la plutocracia de los grupos G a unas Naciones Unidas refundadas, con una Asamblea General que, como indica la Carta, represente a «los pueblos», integrada —como en el caso de la OIT— por Estados pero también por representantes de instituciones internacionales y de ONG.

─ De una cultura de guerra a una cultura de paz. La gran transición, ya lo he subrayado, es la que nos permitiría transitar de la fuerza a la palabra, de la utilización de la violencia a la conciliación, a la concertación. A través de la educación para la paz y el respeto de los derechos humanos, para el ejercicio de la democracia, para la participación activa, para la equidad de género y el desarrollo sostenible, para la libertad irrestricta de expresión… se construirá sin duda alguna el otro mundo posible que desde hace años ha constituido el «anhelo de Porto Alegre».

Es necesaria la anticipación, la invención del mañana, liderada por las comunidades académica, científica, intelectual y artística, en suma, por la comunidad creadora, que no solo debe iluminar los caminos del presente sino, sobre todo, avizorar los del porvenir.

Es imprescindible una «evolución acelerada», en palabras de José Monleón, para evitar la revolución, que siempre puede tener tintes de violencia.

Disponemos ahora de los elementos fundamentales para promover la transición:

─ Una visión global, que nos permite comparar y afirmar nuestro compromiso con las generaciones venideras.

─ Una mayor participación femenina en la toma de decisiones.

─ Y la posibilidad de manifestar la opinión y movilizar a la ciudadanía a través de la moderna tecnología de la comunicación. Ahora, en efecto, es posible el cambio. Ahora es posible, a través del ciberespacio, reclamar una gobernación que tenga en cuenta el valor de cada vida, sin excepción, evitando una vez más la insolidaridad que ha permitido que se llegue a las inadmisibles asimetrías actuales. Los ciudadanos ya no permitirán que siga el acoso de los mercados a los políticos, la deslocalización productiva actual, la evasión fiscal.

Ahora es posible la movilización popular. Ahora nos sentimos, como se indica en el segundo párrafo de la Declaración Universal, «compelidos» a la rebelión pacífica. El tiempo apremia. Es la hora de la ciudadanía, de «Nosotros, los pueblos…».

¡Ha llegado el momento de «superar los límites de lo posible»! ¿Soluciones utópicas? Se trata de hacer realidad mañana lo que hoy se empeñan en hacernos creer que es imposible.

Eduardo Galeano nos ha recordado con clarividencia que los horizontes utópicos se alejan a medida que caminamos hacia ellos. Pero ¡hemos avanzado!

Nadie puede esperar cosechar frutos de semillas que no ha plantado.

Hace unos años escribí: «Alzaré mi voz hasta que toda ligadura haya sido desatada». Como nos solicitó José Ángel Valente, debemos reaccionar ante «lo que hemos destruido / sobre todo en nosotros… Es tiempo / de dolor. Es tiempo, pues, de alzarse». ¡Reacciona!