historias del robomóvil

VAMPIRO

LUIS VIGIL

Dar un nuevo giro a un viejo tema constituye siempre una receta de éxito asegurado. Pero para ello hace falta hallar un toque especial. En este segundo relato de la serie «historias del robomóvil», el toque está precisamente en la naturaleza de sus protagonistas, los robomóviles. ¿Qué es un robomóvil? Bien, un robomóvil es, sencillamente…

ilustrado por RAMÓN ESCOLANO

Las radiaciones de la bomba que había borrado del mapa a Malmö habían tenido dos efectos en Olav, el robusto robomóvil Volvo-Facit.

Por una parte habían causado la muerte de su amo, ahora convertido en un descarnado esqueleto que ocupaba el asiento delantero. Por otra, habían afectado el cerebro del vehículo.

¡Olav se había convertido en un vampiro!

Fue algo que ocurrió de repente, cuando rodaba por la carretera de Göteborg a Jönköping. Sus organismos sensores le habían advertido el descenso del combustible, y ya había tenido que echar mano del depósito de reserva.

En un aparcamiento lateral, Olav vio uno de esos niños bien de las autopistas, un Porsche-Olympia color rojo, con aire de desconcierto y abandono. A su lado una osamenta blanqueada indicaba el lugar donde su amo había sido afectado por la radiación.

Olav notó entonces algo dentro de sí, como si un cortocircuito afectase su batería. Acelerando se dirigió hacia el deportivo y, antes de que éste se diera cuenta de lo que pasaba, su duro radiador había percutido contra el lateral del vehículo rojo, atrapándolo contra la pared de roca.

La portezuela del atacante se abrió repentinamente y con un golpe seco segó la toma de combustible del agredido, que daba bocinazos de terror. Luego su propia toma de combustible telescópica se alzó con terrible lentitud y, con la seguridad de un reptil que ataca a su indefensa presa, se introdujo en el agujero producido por el choque.

Entonces, ansiosamente, comenzó a trasegar combustible a su propio tanque y, con una nueva sensación, distinta a cuando repostaba en una estación de servicio, el líquido corrió por sus tuberías. Su sistema eléctrico se sobrecargó y los intermitentes parpadearon descontrolados. Se sentía fuerte, poderoso… y saciado.

Así comenzó el terror de las carreteras. Después de aquella primera víctima cayeron otras: un taxi, un utilitario, un tractor y hasta un camión. Los vehículos inutilizados quedaban abandonados en las cunetas, y en sus carrocerías sin combustible quedaba siempre la horrible marca del vampiro: el agujero en la toma de combustible.

La leyenda fue creciendo y, con sus extraños sistemas de comunicación que los humanos nunca sospecharon, los robomóviles iban extendiéndola. En las estaciones de servicio, en los garages, en los talleres de servicio, los faros se encendían inquietos al llegar la noche y el agua se congelaba en los radiadores.

En ausencia de los desaparecidos humanos, que la Bomba se había llevado del mundo de los robomóviles, los coches policía, investidos del poder que habían tenido sus ocupantes, decidieron tomar cartas en el asunto.

Las patrullas móviles recorrían las rutas, fueron establecidas barreras en los lugares en que se señalaba la presencia del monstruo, pero en vano. Con una malicia que tenía algo de sobrenatural, Olav eludía todas las trampas, escapaba de todas las emboscadas y rehuía todas las persecuciones.

Fue su gula la que lo perdió. En sus correrías, el vampiro había llegado a la región agrícola de los alrededores de Cristiansand, en Noruega, donde había buscado refugio cuando su nativa Suecia se había vuelto demasiado peligrosa para él.

Había decidido permanecer unos días oculto, esperando a que pasase un poco el recuerdo de sus fechorías para reiniciarlas de nuevo en aquellos terrenos vírgenes para él. Pero su sed era ahora incontenible: se había acostumbrado a rodar de noche, con los faros largos encendidos y el acelerador a tope, sintiendo toda la potencia de su motor vibrando en su interior, y eso consumía mucho combustible.

Así que se encontró en un camino rural, espiando a un grupo de tractores de color marrón que descansaban cerca de una granja. Su sed le resecaba el carburador y sus órganos sensores se desenfocaban.

Atacó rápidamente, en la forma que ya había perfeccionado hasta un máximo de eficiencia. El tractor agredido comenzó a lanzar bocinazos agónicos, despertando a sus compañeros.

Y entonces ocurrió algo que asombró a Olav: el resto de los vehículos, en lugar de huir aterrados, se dirigieron agresivos contra él. ¡Contra Olav, el robovampiro!

Los tractores, dirigidos por un vehículo todo terreno, acorralaron al monstruo contra una pared. Olav, sintiéndose acorralado y temeroso por primera vez, giraba su faro piloto de un rincón a otro, tratando de hallar una escapatoria.

Los rangos de sus acosadores se entreabrieron para dejar paso a un autogrúa. En su poderoso brazo balanceaba una gruesa viga, que apuntó hacia el robomóvil sueco.

El cerebro de Olav registró el choque y el desgarro en sus planchas. La viga, prosiguiendo su mortal trayectoria, se le clavó en el cárter, que comenzó a gotear aceite con el que se escapaba la vida del vampiro.

Entonces, cuando ya sus órganos sensores comenzaban a velársele, Olav comprendió cuál había sido su primer y último error. Todo ajustó como piezas de un rompecabezas: el valor de los vehículos, su color, su perfecta coordinación a las órdenes del jeep y la bandera que ahora veía ondear sobre el edificio que había tomado por una granja. ¡Había atacado un parque móvil del Ejército noruego!

Dando un guiño agónico con sus luces de situación, Olav, el robovampiro mutante, se extinguió.