5
Radu luchaba con otra pesadilla. Laenea estaba en Twilight como miembro de la tripulación de la nave de emergencia. La tripulación, en lugar de permanecer a salvo en su nave orbital, había aterrizado con el equipo médico. Habían llegado justo cuando Radu había comenzado a sentir, y a negar, una alta fiebre y disociación mental, los primeros síntomas de la epidemia. Ésa era la realidad. Pero en la pesadilla era Laenea quien enfermaba, y en lugar de que ella cuidara de él, era él quien cuidaba de ella. Radu temía que ella muriese como los otros, amigos y familiares, que él sabía que habrían de enfermar y a quienes no había forma de salvar. En la realidad del pasado, Laenea le había salvado la vida. En el pasado de su pesadilla, él veía que Laenea se estaba muriendo, pero se negaba a aceptarlo.
Se despertó gritando. Las luces se encendieron deslumbrándole. Una forma difusa surgió a su lado.
—Radu, ¿te encuentras bien?
Reconoció la voz de Orca. Sus ojos se reacostumbraron a la luz. Orca le observaba ansiosamente.
Radu se incorporó y echó un vistazo a su alrededor. La tronera submarina, las dimensiones de la cámara y el diseño del suelo revelaban que se encontraba en uno de los dormitorios de la estación de lanzamiento oceánica.
—¿Qué ha ocurrido?
—He tenido una pesadilla y he recordado otra que pensé que estaba soñando otra vez —dijo—. Pensé...
Miró sus piernas y comprobó que estaban perfectamente bien, sin heridas ni cicatrices.
Orca señaló hacia la tronera. En la luz que se disolvía a través del cristal que les separaba del mar, la amiga asesina de Orca paseaba deslizándose suavemente. Radu no pudo reprimir un estremecimiento.
—Ella te oyó —dijo Orca—. Pensó que tal vez eras uno de nosotros, pero ninguno reconoció los modelos natatorios. Entonces comenzaste a moverte como si tuvieras problemas. De modo que regresamos.
—Me siento muy agradecido de que lo hicierais.
Ella se encogió de hombros y luego le preguntó:
—¿Ellos te echaron al agua?
—No —contestó—. Ellos me siguieron. Querían que les acompañara, pero... decliné la invitación. No creo que su intención fuese echarme al agua. Es sólo que me asustaron y me dio un ataque de pánico.
—¿Sólo te asustaron? ¿Cómo la otra vez? —dijo Orca con rabia—. Ellos ni siquiera trataron de ayudarte... y cuando te saqué del agua habían desaparecido.
—¿Dónde están ahora?
—Algunos te están esperando. No pueden entrar en la sección de los buceadores sin una invitación. Pero están fuera.
—He cometido un terrible error —dijo Radu—. Te he puesto en peligro, pero te he mantenido en la ignorancia. Trataré de corregir esa situación si aún lo deseas.
—Creo que será mejor que lo hagas.
Orca parecía mucho menos ansiosa que antes por escuchar lo que él tenía que decirle.
Nunca hubiera creído que el simple hecho de contar una historia pudiera agotarlo de ese modo, pero cuando llegó al momento en que se había arrojado al agua desde la plataforma, estaba temblando de fatiga.
—Dios mío —dijo Orca—. Despierto en tránsito... No me extraña todo este lío.
Radu apretó las palmas de sus manos contra sus ojos, tratando de aliviar la tensión que sentía.
—Cuando regresamos a la Estación Tierra intenté ponerme en contacto con Laenea —dijo Radu—. Pero no había regresado de su vuelo de entrenamiento. Ella podría convencer a los pilotos de que yo no soy una amenaza para ellos.
—¿Por qué no la llamas ahora? —dijo Orca.
Radu asintió.
—Lo haré.
—Té esperaré en el salón —dijo Orca, y le dejó solo.
Unos minutos más tarde, aturdido, se reunió con Orca.
La sonrisa de Orca se desvaneció al ver su expresión.
—¿Qué sucede?
—La nave de Laenea ha sido declarada perdida —dijo.
Aún no podía creer lo que le habían dicho cuando intentó comunicarse nuevamente con ella. El vuelo de entrenamiento tenía una duración que oscilaba entre media hora y medio día. Hacía dos semanas que la nave había partido. La administración de tránsito no la buscaría, porque las naves perdidas nunca eran encontradas.
Para Radu, Laenea era demasiado real para estar perdida. Aún no se las había arreglado siquiera para convencerse de que ya nunca volverían a ser amantes, aunque sabía que era imposible. Nunca llegaría a convencerse de que estaba muerta. Nunca lo intentaría.
Radu pensó: «Ella estaba en peligro, y yo lo sabía. Me desperté en tránsito porque lo sabía.» Luego pensó: «Es igual que las alucinaciones que tuve en Twilight. Tal vez no fueran alucinaciones. Tal vez la visión de Atna también fuese correcta. Se equivocó en los detalles, pero estaba en lo cierto en todo lo demás.»
—Oh, Radu... —Orca cogió su mano en un gesto de consuelo, le llevó hasta un sofá e hizo que se sentara—. No sabes cuánto lo lamento... Conocí a Laenea, en la tripulación. Me gustaba.
—No me lo creo —dijo él—. No puedo..., no quiero.
Permanecieron sentados juntos durante algunos minutos. Si Orca aceptaba que Laenea estaba muerta, ella no intentó convencer a Radu para que aceptara lo inevitable.
—¿Quieres que te deje solo un rato? ¿O quieres que me quede contigo?
—Soñé con ella cuando regresábamos de Ngthummulun.
—¿Cuándo? ¿Cómo pudiste soñar? No teníamos tiempo para un sueño real.
—En tránsito, antes de que rechazara la droga. Siempre sueño cuando estoy en tránsito, pero esta vez tuve pesadillas.
Su última imagen era la de Laenea gritando de dolor, gritando por una ayuda que él no podía darle. No quería que ése fuese su último recuerdo de ella. Quería recordarla con la cabeza echada hacia atrás y riendo.
—Oh, dioses —gimió. Escondió el rostro entre las manos—. Pensé que se trataba de alucinaciones. Pensé que ya habían desaparecido. ¿Por qué sueño con mis amigos cuando van a morir?
Orca dudó un momento y luego dijo:
—¿Quieres decir que sueñas que van a morir y ellos mueren?
—Sueño que necesitan ayuda, pero nunca sé cómo ayudarles. Sucedió durante la epidemia —dijo con tristeza—. Sé que parece una locura...
—No especialmente —dijo Orca—. Pero parecías pensarlo cuando se trataba de Atna.
Radu apoyó las rodillas contra su pecho y se abrazó a ellas.
—Lo hice... pero no lo hice. Pensé que lo que me sucedía eran alucinaciones, o una memoria febril.
Orca le acarició el brazo.
—En casa —continuó Radu—, cuando la gente comenzó a enfermar..., mis sueños cambiaron. Después de un tiempo, empecé a pensar que yo sabía quién iba a morir. Entonces, traté de advertir a la gente...
—Oh, señor... —dijo Orca.
—Sí. —Radu sacudió la cabeza—. Eso debió enseñarme algo, pero creo que aprendí la lección equivocada. Actué con Atna del mismo modo en que los demás habían actuado conmigo.
—No puedes culparte —dijo Orca—. No había nada que pudieras hacer en Twilight y tampoco había nada que pudieras hacer en tránsito. Ni siquiera los pilotos buscan las naves perdidas. Lamento que Laenea haya desaparecido, pero ahora el que tienes problemas eres tú. Tienes que cuidar de ti mismo.
—¿Por qué?
—¿Qué? ¿Quieres entregarte a los pilotos?
—No he querido decir eso —replicó Radu—, Quiero decir, ¿por qué nadie busca las naves perdidas?
—Porque han intentado dar con ellas durante años, aunque sea una sola, y nunca lo consiguieron. Así que dejaron de buscarlas.
—No pueden encontrarlas porque no pueden comunicarse con ellas. Pero Laenea necesitaba ayuda, y yo lo sabía.
—Radu, ¡ella está perdida!
—Perdida... Eso no significa que esté muerta. ¡Nadie sabe lo que significa! Ella podría estar con vida.
Radu miró hacia la puerta, pensando en lo que había más allá del alojamiento de los buceadores. Orca siguió su mirada.
—¡No puedes salir ahí!
—Tengo que hacerlo. Tengo que intentar que me escuchen. He soñado que podía ayudar, si sólo hubiera sabido lo que debía hacer... Ahora lo sé. Tengo que encontrarla.
—¿Qué es lo que te hace pensar que te creerán?
—Nada —dijo él—. No tienen ninguna razón para confiar en mí y muchas razones para no hacerlo. Pero debo intentarlo. De otro modo, Laenea y su instructor y los miembros de la tripulación morirán.
Se puso de pie. Los temblores no le habían abandonado.
Orca le cogió del brazo, apretándoselo con suficiente fuerza para recordarle que no era una criatura débil.
—¿Por qué diablos regresé por ti si ahora vas a salir para que ellos vuelvan a echarte de cabeza al océano? En este momento estaría a mitad de camino de mi casa —dijo—. Todo esto es una locura.
—No te culpo por sentirte de ese modo —dijo Radu. Colocó su mano suavemente sobre la de ella y Orca aflojó la presión.
—Lo siento.
—Olvídalo —dijo Radu—, Después de todo, es probable que tengas razón.
—Si realmente lo creyeras así, no saldrías por esa puerta.
Le siguió al centro del alojamiento de los buceadores, donde una puerta llevaba al ascensor público del vestíbulo.
—Gracias, por todo —dijo Radu.
—Supongo que no eres esa clase de persona que piensa que, puesto que te he salvado la vida, desde ahora tengo que decirte lo que debes hacer.
—Me temo que no —dijo, y se echó a reír. La abrazó, largamente, estrechamente, más que si hubiera sido una despedida regular entre dos miembros de la tripulación de una nave espacial...
—Adiós —dijo Radu.
—Adiós.
Se enfrentó a la puerta, reacio a abrirla, y luego se acercó lo bastante como para que la superficie percibiera su presencia. La puerta se abrió y luego se cerró detrás de él.
Los dos pilotos que le estaban esperando se pusieron de pie. Vasili Nikolaievich, especialmente, parecía sorprendido de verlo. Ninguno de los pilotos sabía qué hacer ahora que él había decidido salir libremente a su encuentro.
—Ustedes no me dirán lo que querían de mí —dijo Radu—, de modo que yo les diré lo que quiero de ustedes.
Vasili sonrió.
—No creo que tenga esa alternativa.
Radu se acercó a los pilotos sintiéndose cada vez más tenso.
—La nave de Laenea Travelyan se ha perdido —dijo—. Yo puedo encontrarla. Eso fue lo que estaba sucediendo cuando...
—¿Usted qué? —dijo el otro piloto—. Espere. No podemos hablar de esto aquí. —Extendió una mano para cogerle el brazo—. Venga con nosotros, ¿quiere?
Radu retrocedió.
—Iré con ustedes —dijo—. No tengo intenciones de resistirme. Su proximidad me resulta tan desagradable como la mía les resulta a ustedes.
—Eso es lo que piensa, ¿verdad? —dijo Vasili.
—Cállate, Vaska —dijo el otro piloto—. Ya hemos complicado este asunto demasiado. Vamos a algún lugar donde podamos conversar tranquilos.
Todos mantuvieron las distancias; incluso los dos pilotos caminaban separados uno del otro. En el ascensor se vieron obligados a acercarse más. Cuando las puertas se cerraron, Radu sintió el impulso de golpearles y escapar. La urgencia era tan intensa que apenas se sorprendió cuando las puertas volvieron a abrirse.
Orca entró en el ascensor, dirigiéndose a un rincón y hundiendo las manos en los bolsillos. Tenía los hombros encorvados.
—¿Qué quieres?
Orca miró ceñudamente a Vasili.
—Puesto que no hay ninguna razón por la que Radu confíe en ninguno de vosotros, tampoco hay ninguna razón para que vaya solo contigo y Chase.
—No te necesitamos.
—Pronto me necesitaréis —dijo Orca—. No importa cuán pequeña sea la nave que abordéis, necesitaréis una tripulación de al menos dos para guiarla, y en este viaje tendréis dificultades para encontrar voluntarios.
—¿Qué vuelo?
—Eso forma parte de lo que no quisieron discutir en el vestíbulo —dijo Radu.
—Oh —dijo Chase—. Entonces será mejor que espere hasta que estemos más seguros.
Al igual que los buceadores, los pilotos disponían de un piso del tallo estabilizador. A nadie se le permitía la entrada a menos que fuese un huésped invitado y acompañado.
Entraron y siguieron a Chase a través de anillos concéntricos de habitaciones, cada vez más profundamente, en dirección al alojamiento de los pilotos.
En el centro de su cubierta, en una sala sin ventanas, se hallaban reunidos más pilotos de los que Radu había visto en su vida. Reconoció a varios de los que le habían rodeado en la estación de lanzamiento y a otros que había visto en los noticiarios, y también estaba Ramona-Teresa.
Ella se puso de pie. Debajo de su camisa de encaje rojo, la cicatriz era una cuchillada blanca, un triángulo con su base en la clavícula y la punta en el ombligo.
—Bien, Chase —dijo—. Bien, Vaska. Finalmente le habéis encontrado. —Parecía cansada y aburrida.
—¡Encontrarle! —exclamó Orca—. ¡Estuvisteis a punto de matarle por dos veces!
—Olvídalo, Orca —dijo Radu.
—Nuestra intención no era asustarle —dijo Vasili—. Fue un accidente.
—No esperábamos que saltara al agua —dijo Chase—. Cuando encontramos un salvavidas, esa Orca ya le estaba llevando hacia el muelle.
—No me sentía ansioso por que me rodearan nuevamente.
—No, supongo que no —dicho Chase—. Lo siento, no lo pensé de ese modo.
Ramona-Teresa suspiró exasperada.
—Bien, me disculpo también contigo —dijo Chase—. Ninguno de nosotros ha sido entrenado para el espionaje y el secuestro.
—Me doy cuenta de ello. Aun así, creo que debíais haber manejado este asunto con mayor elegancia. ¿Y por qué habéis traído a la buceadora aquí?
—Nosotros no trajimos a nadie —dijo Chase—. Ellos nos han traído a nosotros.
—Orca piensa que es su guardaespaldas —dijo Vasili sarcásticamente. Radu sintió que Orca se ponía tensa de furia; curvó sus dedos sobre los de ella, pero dudaba de que pudiera detenerla si ella elegía liberarse.
—Como ella ya me ha salvado la vida por dos veces en mis encuentros con los pilotos —dijo—, me siento muy agradecido de que se haya ofrecido a acompañarme.
—Radu Dracul —dijo Ramona-Teresa, hablando con un tono de voz tan bajo y decidido que estaba claro que no soportaría otra interrupción o cambio de tema de conversación—. Es verdad que yo... le invité a hablar con nosotros. Pero eso fue anoche. Ahora es un mal momento. Una nave se ha perdido...
—Lo sé. Ésa es la razón por la que me encuentro aquí. Para pedir que me ayuden a encontrar a Laenea.
Después de que los murmullos —y algunas carcajadas —disminuyeran, y Radu les explicase lo que creía que le había sucedido a él, tuvo que soportar una hora de escepticismo, preguntas y especulaciones. Mantuvo la espalda apoyada en la pared y los pilotos permanecieron a una distancia mayor que la que habían guardado cuando trataron de atemorizarle. Los pilotos le desagradaban, pero era algo que podía soportar.
Al principio, ninguno de los pilotos creyó una sola palabra de lo que les estaba diciendo, y luego, como comenzaron a sentirse intrigados por las posibilidades de lo que les estaba contando, le pidieron que repitiese algunos trozos de la historia, una y otra vez. Radu les respondió, aunque se negó a comentar su relación con Laenea más allá del hecho de que eran amigos. No era nada de su incumbencia.
Ramona-Teresa, que sabía que habían sido amantes, apenas participó en el interrogatorio. Se sentó en un sillón en un rincón de la enorme sala, observando, escuchando y fumando un cigarrillo.
Estaba claro que algo extraño estaba sucediendo, algo que no había sucedido nunca. La especulación cambiaba de foco una y otra vez, pasando de lo que estaba sucediendo exactamente a por qué estaba sucediendo y a las formas en que podía perjudicar o beneficiar a los pilotos.
—No —dijo Radu por décima vez—. No entiendo qué relación guarda mi percepción del tiempo con mi percepción de tránsito. Probablemente ninguna. Vuelvo a repetirlo, no percibo el tránsito. Pero tampoco me mató.
Los pilotos, cada vez más interesados, se acercaron a él. Le hicieron otra pregunta para ponerle a prueba. Oyó la inflexión de la voz, pero las palabras se desvanecieron como humo en la niebla, y luego el sonido se mezcló con el humo real del cigarrillo de Ramona. Radu deseaba pedirle que lo apagara, pero no pudo. Aún la encontraba tan intimidatoria como el día que la conoció, y éste era su territorio. Alguien hizo otra pregunta y él respondió sin siquiera intentar escuchar o comprender lo que le habían dicho.
—No importa. Nada de esto tiene importancia. Lo único que importa es que yo puedo hallar la nave perdida, si me lo permiten... si me ayudan. No creo que sea conveniente que sigamos perdiendo el tiempo.
Se abrió paso a través del semicírculo de pilotos y corrió hacia el otro extremo del salón, luchando por mantener el control. Deseaba encontrar una ventana, aunque sólo fuese un agujero minúsculo que mirara al mar. Estaba a punto de llorar de frustración, a punto de sufrir un colapso debido a la concentrada atención de todos los pilotos. Alguien le tocó el brazo y se sobresaltó violentamente.
—Lo siento —dijo Orca—, ¿te sientes bien? Salgamos a cubierta un momento.
El tono de su voz era más agudo de lo habitual, y cuando Radu le cogió la mano sus dedos estaban fríos.
—Estás temblando —dijo Orca. Le frotó las manos—, Y yo estoy a punto de empezar. ¿Qué es lo que te ocurre con ellos?
—¿Nadie te ha hablado nunca de los dispositivos de seguridad que llevan las naves en caso de que se pierdan?
—No. No sé a qué te refieres.
—Cuando supe que no tenía otra alternativa que pasar el tránsito despierto, Vasili me entregó un frasco de píldoras suicidas, para que las tomara si lo que me sucedía era demasiado terrible para poder soportarlo. Esas píldoras están previstas para los casos de inanición y asfixia si la nave se pierde.
Orca le abrazó, ofreciéndole el consuelo de una amiga.
—Nunca pensé en eso —dijo ella—. Supongo que pensé que cuando uno se perdía, te esfumabas, lo mismo que a la gente que dejabas atrás.
—No sé cuánto tiempo esperará Laenea —dijo Radu—. Ni siquiera sé cuánto tiempo significa ese tiempo para ella en tránsito. Pero Laenea no es de los que dejan de hacer las cosas que deben hacerse. —Miró hacia el grupo de pilotos—. ¿Me ha oído, Vasili Nikolaievich? —gritó—. ¿No recuerda las píldoras que me ofreció? —Los pilotos se volvieron para mirarle—. Ramona-Teresa, ¿cuánto tiempo cree que Laenea esperará por nosotros? Ella es demasiado orgullosa para elegir la desesperación.
La piloto con más antigüedad abandonó el grupo y se dirigió hacia él, deteniéndose justo antes del lugar en que ambos podían tocarse con sólo extender el brazo.
—Necesita más paciencia, y Laenea también. Si ella hubiese esperado para comprenderse mejor, tal vez ella y Miikala nunca se hubieran perdido. Tal vez nada de esto hubiese sucedido.
Estaba dispuesto a luchar para impedir que ella declarara que Laenea estaba muerta y desaparecida. Comenzó a hablar; sin embargo, ella le hizo callar con un movimiento rápido de la mano.
—Si les encontramos... —dijo ella.
—Ramona —dijo Vasili furiosamente—, pienso que estás dejando que tus sentimientos personales...
Ella sólo necesitó una mirada para silenciar a Vasili. Ramona sacudió la cabeza y volvió a comenzar.
—Si encuentra a Laenea —le dijo a Radu—, ella seguirá siendo un piloto, y usted... no sé qué es usted, pero si intentáramos convertirle en un piloto, el proceso acabaría con usted. ¿Lo comprende? Esa parte no puede cambiar.
—Lo comprendo —dijo Radu—, Comprendo que ella está adaptada para ser un piloto y yo no. Comprendo que la transición...
Ramona-Teresa entrecerró los ojos.
—...tiene pocas posibilidades de hacerse con éxito, y no se intentaría aunque fuese un proceso simple.
Eso era lo máximo que su orgullo le permitía aceptar. Si los pilotos creían que él deseaba que Laenea renunciara a todas sus ambiciones y todos sus sueños y se destruyera por él, entonces no entendían por qué la amaba o por qué —creía él —la había amado.
La expresión de Ramona-Teresa se hizo más clara.
—La paciencia llegará con el tiempo. Ahora tiene derecho a sentirse impaciente. —Volvió su atención hacia Orca—. ¿Sabes en qué consiste el plan? ¿Comprendes los peligros que entraña?
—Sí, piloto, lo sé.
—¿Y aun así deseas formar parte de la tripulación de esa nave?
—Difícilmente puedes llevar a bordo a alguien que no sabe lo que le espera.
—Ah, bien. También comprenderás que nadie más debe conocer este intento antes de que partamos. Los administradores... —Miró a Radu y se echó a reír, un sonido claro y esperanzado después de tanto silencio y tantas discusiones—. Si cree que somos lentos para tomar decisiones, Radu Dracul, debería pasar algún tiempo con los administradores. Y lo pasará, si su misión tiene éxito. Entonces aprenderá a tener paciencia.