LA HERMANA HUABIAN
Tiempo atrás había una hermosa muchacha que era diestra en confeccionar orillos. Los hacía con flores y animales de deslumbrante colorido y tan bien que parecían de verdad. Todo el mundo la llamaba la hermana Huabian, que significa la hermana de los orillos.
Si alguien conseguía alguno de sus trabajos lo pegaba enseguida en la ropa o en el borde de las mangas y decía alegremente: "Miren, estos orillos han sido tejidos por la hermana Huabian." Y así su fama fue corriéndose rápidamente.
Las muchachas de todas las aldeas venían a pedirle que les enseñara a hacer orillos y ella lo hacía con todo su corazón. Pero ninguna llegaba a hacerlos tan bien como la maestra, quien les decía: "Tengan paciencia, yo les aseguro que van a aprender".
El nombre de la hermana Huabian llegó cada vez más lejos y corriendo de boca en boca llegó a oídos del emperador.
—Pues si hay una muchacha tan linda y tan diestra; ¿por qué no me lo han dicho antes? — les reprochó el soberano a sus ministros. Y al momento mandó a uno de ellos con muchos jinetes a que atravesaran las montañas y le trajeran a la joven.
—Yo quiero enseñarles a las muchachas a hacer orillos —decía la hermana Huabian, que no tenía ningún deseo de ir.
—¿Cómo te atreves a negarte a un ceseo del emperador? — replicó un ministro.
Las muchachas rodearon a su maestra para impedir que aquellos lobos se la arrebataran. Entonces, los ministros ordenaron a los soldados que trasladaran a Huabian a pequeño palanquín. Allí se quedó, forcejeando y llorando, al tiempo que les gritaba a las muchachas:
—¡Les enseñaré a hacer orillos aunque me muera!
Y la tropa se alejó, ruidosamente, llevando el palanquín.
El palanquín fue cargado hasta el palacio del emperador, pero la joven de ninguna manera quería salir.
—Una vez que estás aquí nunca más podrás volver — le dijo el emperador después de haber ordenado a las doncellas del palacio que la sacaran.
Huabian pensó en su hermosa aldea y en las innumerables hermanas de allí y sintió que la traspasaba el odio hacia el emperador. En el momento de ser invadida por todo ese odio, él vino, hasta ella: le mordió con rabia los dedos, lastimándolo.
El soberano, furioso, ordenó meterla en la cárcel.
—Si te quedas conmigo —le dijo cuando fue a verla al día siguiente — podrás gozar de una felicidad infinita, tendrás mucho de comer, para vestirte, ¡no seas tonta!
—Yo sólo quiero mi aldea y mis hermanas y no me quedaré aquí ni aunque me muera — gritó ella.
El ministro escuchó aquello y le aconsejó al emperador:
—¡Mátala!
La cara del soberano cambió de color y le respondió:
—He hecho muchos esfuerzos para obtenerla y tú, en vez de pensar en alguna salida me aconsejas que la mate. ¡Para qué sirves! ¡Guardia! ¡Córtenle la cabeza!
Los soldados vinieron gritando y se llevaron a empujones al ministro para ejecutarlo.
Los demás ministros se quedaron blancos y temblando de pies a cabeza.
Uno de ellos se acercó al emperador y le dijo algunas palabras al oído. El soberano afirmó con la cabeza, sonrió y se dirigió a la muchacha:
—He escuchado decir que haces unos orillos muy bonitos, pero no sé si es verdad. Si dentro de siete días puedes tejer en un orillo un gallo vivo te soltaré y podrás regresar a tu casa; de lo contrario, te quedarás conmigo para siempre.
La joven estuvo día y noche llorando y haciendo el gallo en la cárcel. Y cuando llegó el plazo ya estaba hecho. Se mordió un dedo y dejó que la sangre cayera sobre la cresta del animal. Luego cerró los ojos y una lágrima perlada fue a parar al pico. ¡Plaf! El gallo ya estaba parado allí.
El emperador entró en la celda, miró aquel gallo saltando desordenadamente y se quedó atontado.
—Este es un gallo de nuestro palacio, no ha sido tejido por ti. Te vuelvo a dar siete días, desde hoy, para que hagas una perdiz silvestre. Si lo puedes hacer volverás a tu casa.
El gallo de repente saltó y voló hasta la cabeza del emperador mientras decía con el cuello erguido:
—¡Tengo pena de la hermana Huabian! ¡ Odio al emperador!
Los ministros corrieron a agarrar al gallo, éste clavó sus garras en la frente del emperador, voló hasta el parque y desapareció.
El autócrata, con la frente sangrando, se retiró avergonzado y colérico.
La hermana Huabian se quedó en la celda, trabajando día y noche, entre lágrimas, para tejer la perdiz silvestre, que quedó terminada a los siete días. Entonces se mordió un dedo dejando correr la sangre sobre las plumas del ave y pestañeó, haciendo caer sobre el pico una lágrima perlada, y ¡plaf! la perdiz quedó en pie.
El emperador llegó nuevamente a la celda, vio el animal y se quedó pasmado.
—¡Te has equivocado! ¡Yo te ordeñé que tejieras un dragón celestial! ¿Quién te mandó hacer esta cosa? Te vuelvo a dar siete días para hacer el dragón. Si lo haces mal, te quedarás para siempre conmigo.
Entonces la perdiz saltó y voló hasta sus hombros.
—La hermana Huabian la está pasando muy mal, ¡odio al emperador! —gritó el ave.
Los ministros vinieron a atraparla, pero ésta abrió sus patas y las clavó con fuerza en el cuello del emperador, voló hasta la pared del palacio y desapareció.
El soberano se fue, avergonzado, enfurecido y con el cuello sangrando.
Nuestra amiga se quedó en la celda tejiendo con sus lágrimas en lo que le habían pedido y después de siete días ya lo había terminado. Entonces se mordió un dedo y dejó que su sangre tiñera el cuerpo del dragón. Luego derramó una lágrima que fue a parar a la boca del animal. Y en un segundo, ¡plaf! he allí el dragón verdadero.
—Dragoncito — le dijo la muchacha acariciándolo — aunque tú estás vivo el emperador va a decir ahora que lo que me mandó tejer fue un pescado. ¡Parece que ya no volveré a mi aldea!
Cuando el emperador entró en la celda se quedó aterrorizado con el pequeño dragón, y se apresuró a decir:
—¡Este no es un dragón, es una serpiente! El pequeño dragón rojo se enfadó, levantó la cabeza, abrió la gran boca y arrojó una gran bola, de fuego, quemando vivos al emperador y a sus ministros. La bola de fuego salió de la celda y quemó todo el palacio.
Y así, la hermana Huabian subió junto con el dragón al cielo y allí se quedó tejiendo tan laboriosamente como siempre. El arco iris que muchas veces se dibuja en el firmamento ha sido tejido por ella.