EL SIERVO Y LA MUJER DRAGON
Hace mucho tiempo, había en Situ un matrimonio de siervos, Llevaban una vida muy dura, ya que además de labrar la tierra y trabajar para el señor, tenían que ir a una montaña, donde la huella del hombre libre no pisaba, a pastar las vacas y ovejas del hombre que los dominaba.
Ya cuando la pareja estaba en una edad madura tuvieron un hijo llamado Rangge al que quisieron mucho. En general todos los siervos amaban mucho a sus hijos, porque en aquella vida tan dura de desprecio, frialdad y humillación que llevaban, sólo delante de su propio hijo podían sentir un rayo de esperanza y felicidad.
Cuando Rangge apenas tenía tres años su padre murió debido al exceso de trabajo físico. Entonces la mujer no tuvo más remedio que reemplazar a su marido en el día de trabajo gratuito, una vez cada diez días, cargar agua desde la montaña, cultivar la tierra y hacer todo tipo de trabajos duros.
Una vez que el niño llegó a los seis años en la casa no hubo otra salida que mandarlo a pastorear para poder subsistir. Pero cuando el señor se enteró, dijo enojado:
—¿Cómo puede ser que un "keba"[7] de mi casa vaya a pastorear para otra gente? {Qué desvergüenza! Que venga a pastorear para mí. De esta manera a la madre no le quedó más que pasar hambre, juntar a duras penas un poco de alforfón amargo para hacer unas tortas y dárselas a su hijo para que las llevara a la montaña.
El niño llegó a los doce años y poco a poco fue comprendiendo algunas cosas. No podía soportar el ver a su madre haciendo aquellos duros trabajos y le dijo cierto día: H —Mamá, ya estás muy vieja y no puedes cargar agua, ni cultivar, ni subir la alta montaña para cortar leña. Desde ahora yo te reemplazaré en los días de trabajo gratis —. Y desde entonces, cada vez que llegaba ese período, el muchacho suplantaba a su madre en las duras labores.
Rangge era muy inteligente y no pasó mucho tiempo hasta que fue un notable cazador. Frecuentemente conseguía presas valiosas, por lo cual la vida de la familia fue mejorando. Ahora ya tenía su propio dinero para comprarse una escopeta con adornos de plata.
Acostumbraba ir a cazar a una alta montaña de las cercanías. La elevación estaba siempre congelada y en la cima había un gran lago. Estaba rodeada por estas montañas nevadas y un bosque cerrado, habitáculo de los animales de caza. Por esa razón, el joven muchas veces iba a cazar allí y pasaba la noche en el lugar.
Cierta vez, Rangge volvió al sitio a cazar.
De pronto descubrió que los alrededores del lago habían cambiado. Antes, en la orilla se juntaba una capa de nieve blanca como una alfombra, eternamente clara, cristalina y pareja. Ahora la capa se veía rota, despareja, como si hubiese sido pisada por algo. Antes los árboles de los alrededores estaban cubiertos de nieve y de ellos colgaban agujetas de
hielo, cristalinas; ahora no había nieve en sus ramas, como si un viento la hubiera dispersado. Sólo las montañas nevadas de los contornos se mantenían igual, la infinidad de picos seguía enfilada encandilando bajo la luz solar, y sus sombras plateadas se dibujaban en el lago.
Rangge se sintió extrañado y observó en detalle los contornos con su mirada alerta de cazador. Caminó hasta la orilla del lago y recién notó el otro cambio del paisaje: el suelo estaba lleno de plumas blancas, negras y grises y había algunos pescaditos muertos. Se extrañó aún más, sin tener idea de lo que podía haber ocurrido allí, y, con la escopeta en mano, se trepó a un gran árbol para observar.
Cuando estaba mirando comenzó un ruido como si hubiera estallado un remolino de viento. De las montañas nevadas del oriente volaban, llenando el cielo, innumerables pájaros grises de cuello largo. Casi cubrieron el inmenso lago y el ruido de sus alas batiendo arremolinadas provocaba terror. Apenas llegar a la superficie del agua se sumergieron y comenzaron a perseguir a las especies acuáticas. Pero en el agua también se formó una fuerza que por veces les hacía asomar a la superficie. Cuando aquellas especies de pájaros surgían del agua traían cangrejos prendidos en el pecho, tortugas que les mordían las patas y las garras, anguilas verdes y culebras de agua rojas enroscadas fuertemente en el cuello, así como todo tipo de peces y mariscos.
Sin embargo, también muchos peces quedaban flotando con el blanco vientre hacia arriba, mientras que otros eran arrojados a la orilla por los pájaros.
Al ver todo aquello, Rangge no pudo menos que asombrarse. "Parece que estuvieran librando una batalla — pensaba — pero, ¿por qué estos feroces pájaros se vienen desde atrás de las montañas nevadas hasta aquí a librar una lucha? Parece que los peces están sufriendo muchas pérdidas." Se sentía inquieto y, casi sin darse cuenta, levantó la escopeta y lanzó tres disparos hacia uno de los pájaros que estaba dando muestras de su ferocidad.
El ruido del disparo fue brutal, pero creció aún más cuando las montañas nevadas de los alrededores devolvieron el eco. Al instante todos los pájaros, asustados, salieron del agua llamando a volver con aterrorizados graznidos a sus compañeros.
En un segundo la superficie del agua recobró su calma y sólo quedaron unos pececillos dando vueltas, como si estuvieran buscando algo.
Ya era de noche y Rangge, siguiendo la costumbre de los cazadores, hizo fuego en una cueva de una montaña cercana, preparó té, algo de comida y se aprestó a pasar la noche. Como estaba muy cansado, se durmió enseguida.
En lo profundo del sueño, vio que un viejo se acercaba hasta él y le decía:
—Muchachito, soy el dios de la montaña de por aquí, peseo agradecerte sinceramente por una cosa que has hecho hoy gracias a la cual, este lugar recobrará la calma desde hoy en adelante. Recibirás una buena recompensa por haber actuado así.
—Abuelo — dijo sorprendido — hoy yo no he hecho nada. Realmente no recuerdo, ¿qué hice y en dónde?
—No es de extrañar que no entiendas —dijo el viejo al ver que el otro vacilaba —. Los que hoy estaban luchando en el lago eran las tropas del señor de la nieve y del rey del jago. El señor de la nieve vio a la hija del otro y se empeñó en casarse con ella, pero el rey del lago no estuvo de acuerdo y comenzó la pelea. Ya lleva varios días de duración y han habido muchas bajas entre las especies acuáticas. Afortunadamente, tú disparaste y la tropa del señor de la nieve huyó. Es por ello que el rey del lago quiere darte una recompensa. Eres una persona de buen corazón, cazas todos los días para mantener a tu madre y ayudas a los demás cuando hay injusticias. Tu corazón es más valioso que el oro y las joyas ¡ mereces una buena recompensa. ¡Sin embargo, hazme caso! Cuando el rey te quiera demostrar su agradecimiento es mejor que no aceptes ni oro ni plata, ni tesoro alguno. Pide la flor del tercer florero del altar y tendrás algo mucho más valioso que el oro y la plata. Pero, ¡por nada del mundo vayas a decir que esto te lo he dicho yo! — y entonces el viejo desapareció.
Recién cuando se despertó, Rangge supo que aquello había sido un sueño. Muy extrañado, miraba hacia afuera al tiempo que se restregaba ios ojos; quería saber qué era lo que había visto.
Ya era de madrugada y por todas partes se reflejaba el brillo dotado del sol; sobre el lago se levantaba una delgada neblina. De pronto notó que entre la niebla aparecía un grupo de gente, caminando hacia él.
El grupo lo saludó y le dijo:
—Ayer salvaste a nuestras especies acuáticas y el rey del lago quiere expresarte su agradecimiento personalmente. Por eso nos ha mandado a invitarte.
—¿Cómo puedo ir al lago? — replicó moviendo la cabeza —. Mi madre me espera en casa y le tengo que llevar comida y, además, tengo que ir mañana a trabajar gratuitamente para el señor. Por otra parte, yo soy un ser humano común, ¿cómo voy a poder bajar al lago?
El que dirigía el grupo insistió:
—No te preocupes, el rey ya ha arreglado todo esto. En cuanto a bajar al lago, basta que nos sigas a nosotros.
Como no podía negarse a tales ruegos no le quedó más remedio que acompañarlos.
Cuando llegaron a la orilla, el que dirigía el grupo señaló el agua con la mano y ésta se separó enseguida dejando ver un camino. Las aguas quedaron parejamente a cada lado, como un cristalino e infinito biombo. Siguiendo al que dirigía al grupo y a través de los biombos llegó hasta el fondo del lago.
Eran los palacios del rey del lago, de muchos pisos, con escaleras de perlas incrustadas y dibujos de dragones de jades incrustados en los pilares redondos. Quedó deslumhrado con la indecible cantidad de jades y piedras magníficas. Cuando el rey del lago lo conoció se esmeró mucho por atenderlo bien, acompañándolo todos los días a comer en aquellos herírnosos palacios y a pasear por los jardines. Allí crecían toda clase de corales de rarísimas formas, y habían ágatas y todo tipo de flores e hierbas acuáticas. Rangge se preocupaba por su madre que podría estar pasando hambre; se quedó tres días y entonces le rogó ai rey del lago que lo dejara volver.
—Eres muy bueno al inquietarte de esa forma por las personas mayores — le dijo el rey —. Si debes ir de cualquier modo, entonces no te retendré —. Y al mismo tiempo mandó que trajeran una bolsa llena de oro y otra de perlas, regalándoselas. Además le obsequió montones de plata y le dijo que se llevara tanto cuanto pudieran cargar sus espaldas de cazador. Entonces el muchacho se acordó de las palabras del viejo y rechazó todos los regalos. Sólo cuando el rey insistió, dijo:
—Todo esto es muy valioso, no lo quiero. Para nosotros los siervos es peligroso tener esta clase de cosas. Si usted quiere ofrecerme algo, deme, se lo ruego, la flor del tercer florero del altar. A pesar de que soy pobre, nunca he tomado dinero de los demás, eso lo podemos ganar nosotros mismos.
El rey del lago se quedó muy asombrado:
—Muchacho tonto, ¡quién te ha dicho estas cosas! El oro y la plata son de gran utilidad, pueden sacarte de la pobreza, hacer que no vuelvas a pasar penalidades. ¡De qué te va a servir esa flor! No la pidas.
—Rey del lago, yo en principio no pedía nada, pero como usted se empeñó en darme algo, elegí esa flor. Pero, en realidad, mejor no quiero nada. Ayudar a los demás es una característica de los cazadores, ¿por qué querer una recompensa? No aceptaré de ningún modo ni las perlas ni la plata y el oro.
—Si de vetas la quieres, te la daré, muchacho — dijo el rey luego de vacilar un poco y con reticencia—. Pero si no cuidas bien a esa flor te va a traer problemas. Ahora te la voy a dar y cuando vuelvas a tu casa colócala en el mudou[8] de encima de la casa. Tendrás que recoger agua del río todos
los días, no puede pasar ni un día sin que la riegues. Así lo harás cien días y si la flor no se marchita, deja que crezca en el mundo de los humanos y te traerá buena suerte —. y dicho esto le entregó personalmente el florero con la flor.
El mensajero del rey del lago lo acompañó hasta la orilla y nuestro protagonista regresó a su casa, llevando cuidadosamente el regalo. Cuando vio a su madre notó que estaba mucho más envejecida. En realidad sucedía que los tres días que él había pasado en el lago equivalían a tres años en la Tierra. La madre lloró de alegría al verlo y le contó que desde que él se fue hubo alguien que todos los días iba a llevarle comida y que como tampoco la habían llamado para ir a trabajar los días gratuitos, había estado muy bien. Lo único que le preocupaba era no saber adónde estaba su hijo. Rangge le contó lo que había vivido y ella también se extrañó. Contemplaron la hermosura de la flor, extraordinaria y adorable. Entonces Rangge puso en práctica las órdenes del rey, la colocó en aquel sitio y todos los días se iba al lejano río a buscar agua para regarla, sin faltar ni bajo la lluvia ni a pesar de la nieve.
Y llegó un día en que le tocó su período de trabajo gratis. Muy preocupado, salió apenas amaneció. Al llegar todos lo saludaron muy amablemente, como si se vieran con frecuencia. El encargado de los siervos también lo saludó, muy satisfecho. No le quedó sino contestar, un poco confuso, aunque sin saber cuál era la razón de aquel cambio.
Y desde ese día, aparte de cultivar la tierra, siguió cazando para mantener a su madre. Sin darse cuenta casi pasaron más de tres meses y cierta vez que volvía del campo con su madre, vieron que la mesa estaba servida con buena comida caliente y fragante vino. La anciana plegó las manos en un gesto de agradecimiento y dijo:
—Esto lo ha mandado el amo. Nuestra familia ha trabajado para él de generación en generación. Ha sufrido al verme tan vieja y por eso nos ha mandado esto.
—Imposible, mamá — contestó Rangge —. El amo nunca podría ser tan bondadoso con nosotros. Tal vez sea un tagalo del rey del lago, puesto que yo les ayudé en aquella batalla.
La madre asintió y los dos se sentaron a comer. Y desde entonces, todos los días tuvieron una buena mesa servida y nunca más les faltó de comer.
Pasaron algunos días y los vecinos se empezaron a dar cuenta de que la madre y el hijo vivían muy bien y nunca les pedían nada; pero no los veían comprar cereales, aceite ni sal, y estaban muy asombrados. Entonces le preguntaron a la anciana:
—No les vemos pedir cosas prestadas ni comprar granos, aceite ni sal. Sin embargo ustedes siempre comen panecillos al vapor con harina tamizada, carne de res, carne de cerdo y todo tipo de manjares. ¿De dónde sacan esas cosas?
La anciana se vio apremiada y balbuceó:
—Nosotros todavía comemos hierbas y frutos silvestres como todo el mundo. De vez en cuando mi hijo trae alguna presa de caza, ¡qué más vamos a comer!
Pero los vedaos no le creyeron y la mujer volvió a su casa sin decir más, porque ella no sabia mentir.
Los vecinos hacen muy bien en preguntar, se dijo a si misma ai llegar. Si no hemos comprado nada, ¿ cómo es que todos los días tenemos tanto para comer? Hay que aclarar bien esto y así podremos responderles la verdad. Si lo manda el rey del lago hay que saber cómo lo envía. Debemos evitar que piensen que es robado, ¡sería un desastre!
Al otro día, cuando salieron a trabajar, ella se volvió a la mitad del camino y se escondió a esperar detrás de la puerta de su casa.
Cuando llegó la hora en que los vecinos comenzaron a preparar el almuerzo vio que aquella flor se sacudía y de pronto se convertía en una mujer tan bella como pocas veces se ven. Después de que la muchacha salió del florero se arremangó las mangas y comenzó a arreglar la habitación. Luego sacó del florero una cesta y extrajo de allí todo tipo de manjares, los sirvió, volvió a meter la cesta en el florero y ella misma desapareció en su interior. En el recipiente aún estaba la flor.
La anciana se asustó mucho. Era una mujer decente y en toda su penosa vida de sierva nunca hecho algo malo. Tal susto se había llevado que ni siquiera se atrevió a comer. Esperó a que el hijo regresara y gritó:
—¡Corajudo hijo mío! ¿Qué muchacha has traído escondida en ese florero? Y encima me has mentido diciéfi— dome que es una flor que te regaló el rey del lago. Si el señor se entera de esto es capaz de matarnos y darle nuestra carne a los perros; además tirarían nuestra casa abajo. ¿Acaso no conoces las leyes del amo? Y esa muchacha, por su aspecto, debe ser por lo menos hija de algún funcionario del palacio. ¿Cómo te has metido en este lío? — Y dicho esto comenzó a llorar desconsoladamente.
Al ver a su madre en aquel estado Rangge se puso muy nervioso y expresó:
—Mamá, no te enojes, yo realmente no lo sabía, sólo sé que esa es una flor que me regaló el rey del lago. Déjame verla personalmente.
Ella le creyó, porque notó que hablaba con sinceridad.
—Yo creo que es mejor que tú la veas también, jno vaya a ser que mis ojos están mal! Si no, si seguimos así, los vecinos van a sospechar y a empezar a preguntar, ¡eso no es bueno!
Rangge, muy intranquilo, decidió investigar al otro día con sus propios ojos.
Así, se escondió atrás de la puerta a esperar. Cuando llegó la hora de preparar el almuerzo vio, evidentemente, que la flor se sacudía, caía al suelo, y se convertía en una joven de belleza extraordinaria. Luego cogía una cesta del florero y les servía en. la mesa todo tipo de delicias. Recién entonces supo gracias a quién su madre y él habían pasado tan bien esos últimos meses. Se sentía asombrado y conmovido a la vez. Y recordó las palabras del viejo en aquel sueño que había tenido "Si pides la flor del tercer florero obtendrás algo más precioso que el oro y la plata". Seguramente se había referido a esta muchacha. Se sintió infinitamente conmovido ante la hermosura de la joven, ante su delicadeza al arreglarles la casa, y comprendió que la amistad de ella era realmente mucho más valiosa que los preciosos metales. Su corazón latía con fuerza y como temía que ella se volviera a introducir en el florero, no se contuvo y saliendo de su escondite, corrió a abrazarla por la espalda.
La muchacha se asustó mucho, dio vuelta la cabeza y le rogó que la soltara, diciéndole:
—Estamos predestinados a casamos, pero más tarde podríamos sufrir mucho. Mas no te preocupes, si eres valiente, podremos enfrentarnos a todo. No debes, por nada del mundo, contar nada de esto, para evitarnos molestias. Si sigues trabajando la tierra viviremos cada mejor.
También le pidió qué llamara a su madre y le dijo:
—Soy la tercera hija del rey del lago. He venido a ser su nuera ya que su hijo nos ha ayudado. Usted ya está muy anciana, no trabaje más, todo lo haré yo —. Y diciendo esto sacó de la cesta mucha ropa y herramientas, y esa misma noche se convirtieron en marido y mujer.
Tres días después, la joven hizo salir de la cesta a carpianos y albañiles, los cuales arreglaron la casa. En menos de un día, la estrecha y rudimentaria casita quedó más cómoda y amplia. Y desde entonces, la familia vivió días felices y alegres que no se parecían en nada a los días tristes y solitarios que en el pasado vivieron madre e hijo.
Pasaron tres años y la madre de Rangge murió. Según la costumbre había que recitar los sutras budistas. Algunas personas que habían notado los cambios en el nivel de vida de la familia aprovecharon la oportunidad para acercarse y preguntarle, intencionadamente: ;
—Rangge, ¿quieres que te ayudemos a recitar los sutras por tu madre?
Rangge consultó con la muchacha, quien opinó que no siendo aquellas personas de la familia, tal vez les ocasionarían molestias.
¡Agradéceles la buena intención y diles que tenemos de todo y no necesitamos su ayuda!
Ante la respuesta del muchacho los demás se quedaron muy asombrados: ¿hasta qué punto había progresado la familia si ya tenía todo preparado?
El día en que se iban a recitar los sutras todos los vecinos vinieron a plantar la "bandera Mali"[9]. Entonces vieron que
en su casa estaban los cuarenta lamas, el altar estaba bellamente decorado, que allí había todo tipo de estatuas de budas y una lámpara de aceite de cabra. Además conocieron a la muchacha y todos comentaban por lo bajo, atónitos, sobre su belleza.
Todo esto corrió inmediatamente por todo el pueblo, a través de los vecinos. Primero se enteraron las gentes del pueblo, luego los de más alta posición, hasta que ello llegó a oídos del señor feudal.
—¿ Eso es lo que dicen los siervos? — exclamó enfurecido el señor —. Aunque mi casa está llena de tesoros, hay para comer, para vestirse, debemos pedir prestada la tela "dinaguanbei"[10], ¿quién se atreve a decir "en mi casa hay de todo, no necesitamos ayuda"? Y encima él es mi siervo, está bajo mi poder, ¿ cómo puede decir "no necesitamos ayuda"?, e inmediatamente ordenó a sus subalternos que trajeran a Rangge.
—Algunos dicen que en tu casa hay de todo, que viven muy bien, y que no parece una familia de siervos — le dijo una vez allí —. Tú has expresado que tienes de todo y que no necesitas ayuda. ¿De dónde han sacado todo lo que tienen?
Rangge era muy serio y no se atrevió a hablar mucho.
—Señor, realmente no vivo mal — dijo solamente —. En primer lugar porque soy bueno para la caza, luego porque me he casado y la familia de la muchacha está muy bien económicamente. Ella lo ha traído todo. Por eso ahora no nos falta nada.
El señor se asombró y le ordenó:
—¡Vete y vuelve mañana con tu mujer!
Al otro día no le quedó otra alternativa que rumbear junto con su esposa a lo del señor.
—He oído decir que en tu casa se vive cada día mejor — le espetó el señor a la mujer — que no falta nada y que no parecen siervos. ¿De dónde han sacado todo lo que tienen?
—Soy una mujer de la montaña y cuando Rangge fue allí a cazar nos conocimos y luego me casé con él. Todas nuestras cosas nos han sido dadas por el dios de la montaña, porque nuestra familia lo ha venerado de generación en generación.
El señor se quedó estupefacto con la belleza y manera de hablar de la joven. Nunca se hubiera imaginado que un siervo pudiera conseguir una mujer así.
Mientras la escuchaba no dejaba de mirarla y sentía que era una mujer fuera de lo común; tenía deseos de atropellarla en ese mismo instante. Así, surgió en su mente la maligna idea de poseerla.
"Una muchacha como ésta debe estar a mi lado, ¿cómo voy a permitir que trabaje la tierra, junte mierda y viva como los cerdos junto con un siervo?"
Aquel día, luego de que la pareja regresó a su casa, el señor se quedó meditando cómo obtener a la esposa del siervo. Si pudiera tenerla — pensaba. Pensando y pensando, concretó una idea y mandó llamar a Rangge:
—Tu mujer dice que lo que hay en vuestra casa les ha sido dado por el dios de la montaña, y yo me temo que eso sea mentira. Ahora mismo en mi casa hay doscientos buenos caballos. Dile a tu mujer que ya que ella puede pedirle cosas al dios de la montaña le pida dos centenas de caballos. Los caballos del dios de la montaña seguramente serán buenos. Mañana por mañana competirán con los míos. Si los caballos que les han prestado a ustedes ganan, entonces yo les creeré. Si pierden es que me han mentido. Si es así, yo me quedaré coa tu mujer y tú irás a la cárcel. ¡Comunícale esto a tu esposa!
Aquellas palabras le cayeron como un rayo a nuestro amigo, quien estuvo un buen rato sin reaccionar. "Este es un gran lío — pensaba — seguramente ella irá a parar a sus manos y yo a la cárcel. La he visto conseguir de comer y de vestir, pero no sé si podrá conseguir caballos" — pensaba y suspiraba mientras regresaba a casa. Cuando llegó se sentó, preocupado, sin decir palabra.
La muchacha le sirvió la comida y al ver que no la probaba le preguntó qué le pasaba. El le contó lo que había dicho el señor.
—Evidentemente, él quiere conseguirte, por eso nos plantea un problema tan difícil de resolver. ¿Acaso no es fácil que un señor se burle de un siervo? Parece que él quiere que no sigamos unidos, ¿qué hacer?
—Los problemas que yo dije que íbamos a tener, evidentemente se han presentado — dijo riendo la joven esposa —. Pero no hay que preocuparse, si tienes coraje, podremos enfrentamos a él. Si quiere competición de caballos, pues se hará competición de caballos. Mañana irás con los caballos, no te preocupes.
—Pero, ¿de dónde vamos a sacar caballos? — replicó inquieto.
—Quédate tranquilo, te prometo que mañana los tendrás —. La muchacha lo acompañó a comer y lo consoló. El seguía preocupado. ¿Si no se consiguen los caballos? ¿Si no ganan la competencia?
Al día siguiente muy temprano la joven se levantó, preparó el desayuno y sacó de la cesta un caballo y un paquete de papel. Le entregó el paquete a su marido y sopló el caballo de papel, que inmediatamente se convirtió en uno verdadero y hermoso.
—Monta este caballo hasta lo del señor, ellos seguramente no se han levantado aún — le dijo al esposo —. Abre allí el paquete y arrójalo al aire: obtendrás doscientos caballos capaces de vencer a los del señor.
Rangge aún dudaba y tenía miedo de llegar tarde a la hora de la competencia. Con el corazón en la boca montó d hermoso caballo y se dirigió hacia el sitio de la competencia, El corcel era evidentemente algo fuera de lo común, cabalgaba como si fuera por el espacio y en menos de lo que canta un gallo ya estuvieron en el lugar.
La gente no se había levantado aún y ello lo tranquilizó un poco. Abrió enseguida el paquete de papel y observó que allí había una gran cantidad de caballitos pequeños como hormigas. Hizo como le había recomendado su mujer y en cuanto los caballitos tocaron suelo fueron briosos equinos. Entre los caballos había todo tipo de pelaje, blancos, negros, grises, overos, y además, caballos con rayas; muy majestuosos, brincando de aquí para allá, corrieron inmediatamente a la pradera. El hombre se puso contento y se sentó a un lado esperando que el señor llegara a empezar la competencia.
No pasó mucho tiempo hasta que aquél apareció. Observó aquellos caballos correteando por la pradera, de todos colores, hermosos y fuertes como nunca había visto, y se quedó estupefacto. Consciente de que los suyos perderían ordenó que se suspendiera la competencia.
Pero en el fondo estaba enfadadísimo. "Si ni siquiera puedo vencer a un siervo ¿cómo voy a pretender que los otros me sigan llamando señor? Tengo que pensar algo mejor" — pero por más que le dio vueltas en la cabeza no encontraba solución al caso. De pronto y por casualidad levantó la vista: observó un bosque que quedaba afuera de sus recintos y sobre cuyos árboles se posaban cientos de faisanes de plumas blancas, picos y pies rojos. Viéndolos desde esa distancia semejaban extraordinarias flores blancas. "Los caballos son fáciles de pedir prestados — pensó — en cambio los faisanes son salvajes y los bosques no pueden surgir en una noche. Tal vez pidiéndoles estas cosas la deje sin salida". Y le dijo a Rangge:
—Tu mujer ha conseguido los caballos, pero yo aún no me convenzco de que se los haya dado el dios de la montaña. La parte donde está la montaña Yang, en mis dominios, está vacía. Dile a tu mujer que mañana antes del amanecer le pida al dios de la montaña un bosque con muchos faisanes. Si lo consigue, te recompensaré con cien onzas de plata y les creeré. De lo contrario, me quedaré con tu mujer y te meteré en la cárcel, como castigo por haberme mentido.
Al oír aquello Rangge se volvió a amargar; regresó pues a su casa con los caballos. En el camino hizo como le aconsejara su esposa: juntó suspirando a todos los animales en el paquete de papel. Su mujer notó que el hombre todavía estaba inquieto.
—¿Es que el señor te ha pedido que hagamos alguna otra cosa? — preguntó solícita.
Su esposo le refirió lo que había sucedido y agregó, apesadumbrado:
—Ahora tal vez ya no podramos volver a vernos; caballos se pueden pedir, pero ¿cómo pedir bosques y faisanes? No sabes cuánto te amo, y estoy verdaderamente preocupado de que no podamos seguir juntos.
—Rangge, ¿de qué hay que preocuparse? — lo consoló — mañana tendrá lo que quiere.
Al día siguiente, muy temprano, la muchacha sacó de la cesta una bolsa de semillas y otra con todo tipo de plumas, y le dijo, al tiempo que se las entregaba:
—Ve en tu caballo hasta allí, y aprovecha que aún no están levantados para esparcir estas semillas en el sido que él te indicó. Cuanto más superficie abarques, mejor. Una vez que hayas terminado, esparce estas plumas en los mismos sitios' que has derramado las semillas. Al atardecer, llama al señor y en ese instante habrá todo lo que él ha pedido.
Completamente confiado en la capacidad de su mujer, Rangge comenzó a convencerse también de que vencería al señor. Así, montó de una vez en su caballo y partió. Cuando llegó la gente aún estaba durmiendo y puso manos a la obra.
A la caída del sol, le rogó al señor que se levantara a ver: en aquel lugar otrora vacío, había crecido, quién sabe en qué momento, un cerrado bosque negro. Allí no solamente estaban los faisanes que él quería sino también, todo tipo de aves preciosas como pavos, perdices, zorzales, loros, pavos reales, etc., todos ellos compitiendo en el canto bajo los rayos del sol que ya aparecía desde la montaña.
Al ver aquello el señor se quedó de una pieza. "Esta muchacha — pensaba — no solamente es hermosa, tiene un poder tal que realmente la hace aparecer como alguien fuera de lo normal. En verdad es una gran lástima que viva con un siervo. Es imprescindible que la tenga en mis manos". Pero
no podía decir nada y no tuvo otra salida que entregarle a Rangge las cien onzas de plata.
Al otro día, una vez que hubo ideado otro plan, el señor mandó a llamar nuevamente a Rangge y le dijo:
—Yo sé que tanto tú como tu mujer son muy capaces, y si ustedes hacen otra cosa más, entonces voy a quedarme aún más convencido de que es así. Aquí hay un estanque que necesita llenarse con cuatro mil baldes de agua. Quiero que mañana tú lo llenes, pero sin utilizar baldes y de una sola vez. Si lo haces no pasará nada, de lo contrario, me quedaré con tu mujer.
Rangge se sentía desesperado con la cantidad de problemas que le ponía el feudatario. Ya había cargado agua para aquel estanque y sabía perfectamente que era imposible llenarlo de una vez. Pero se contuvo, armóse de paciencia, y volvió a su casa a consultar con su señora.
Una vez que le contó todo a ella, añadió:
—Ya nos ha planteado dos problemas y todavía no desiste. Si sigue así ¿cuándo va a parar? Además, él es el señor y yo un simple siervo ¿qué armas tiene un siervo para pelear contra su señor? Me parece que tarde o temprano vamos a terminar separados.
—Tranquilízate un poco, Rangge, ya hemos resuelto dos de los problemas difíciles que nos ha planteado. Imposible que los otros que nos plantee sean más difíciles. Mañana iremos a cargar agua, yo también voy, ¿de qué tienes que preocuparte?
Pero Rangge tenía mucha cólera y no pudo pegar los ojos en toda la noche. Aunque confiaba en que su esposa lo ayudaría, le preocupaba el no saber con qué otra cosa les podría salir después el amo.
Al otro día de madrugada, la muchacha cogió el florero y emprendió camino junto con Rangge.
Cuando llegaron al lugar le pidió a su marido que fuera a llamar al señor para que fuera a ver cómo cargaban el agua. Cuando el señor vio que ella había venido se alegró mucho, pensando: "Tarde o temprano esta mujer se quedará conmigo".
La joven extrajo el florero de su seno, lo llenó en el río, se lo entregó a Rangge y le pidió que lo volcara en el estanque a la vista del señor. Cuando Rangge lo volcó, una corriente de agua, ni muy grande ni muy pequeña, comenzó a fluir hacia el estanque. Corría sin cesar, cada vez con más fuerza, como si fuera una fuente sin fondo. Y en un abrir y cerrar de ojos no sólo lo llenó sino que comenzó a desbordarse formando un inmenso océano que crecía violentamente, sin cesar, hacia el sitio donde estaban el señor y su séquito, quienes, aterrorizados, corrieron a esconderse en la casa. Pero el agua creció inmediatamente llegando hasta enfrente del palacio, para luego bordearlo. Así, en un chasquear de dedos el señor, su séquito y el palacio se vieron envueltos por la impetuosa corriente.
Luego, el agua corrió hasta los pies de nuestros dos amigos y se retiró. Cuando ellos vieron que el déspota y los demás manoteaban desesperadamente entre las furiosas olas, que de pronto eran aspirados por éstas y ya no se veían, Rangge, casi inconscientemente, gritó con toda la furia y el odio que sentía en su corazón:
—Arrástralos, arrástralos, ¡arrastra a estos malditos demonios!
—gritando, saltaba de alegría, porque él sabía que de ahora en adelante ya no tendría más problemas con el señor, ni éste podría arrebatarle a la esposa que amaba tanto.
—desde entonces, todo el pueblo admiró mucho a aquella pareja. La gente se reunió y fue a pedirles que ellos gobernaran aquel lugar. Como no tenían forma de negarse tuvieron que acceder a aquel ruego. El había nacido siervo y sabía de las penalidades de los pobres, así que agotó todos los esfuerzos para lograr la felicidad de la gente común, ayudado por su esposa. No mucho tiempo después, aquel lugar se volvió próspero, mientras que la gente siguió cultivando y pastando alegre y laboriosamente, llevando una vida sin precedentes.