Hugo von
Hofmannsthal
LA MUJER SIN SOMBRA[15]
Ópera en tres actos
Personajes
EL EMPERADOR.
LA EMPERATRIZ.
LA NODRIZA.
ESPÍRITU MENSAJERO.
La aparición de un joven.
BARAK EL TINTORERO.
SU MUJER.
EL TUERTO. (Hermano del tintoreto)
EL MANCO. (Hermano del tintoreto)
EL JOROBADO. (Hermano del tintoreto)
La voz de un halcón. Servidores imperiales. Niños extraños.
Espíritus sirvientes. La voz de los centinelas.
Voces de espíritus.
PRIMER ACTO
En una azotea sobre los jardines imperiales. A un lado, la entrada a las estancias, iluminada de forma mortecina.
LA NODRIZA, agazapada en la oscuridad:
Luz sobre el lago, un resplandor que se mueve rápido como un pájaro. La cima de la noche iluminada desde arriba, una mano de fuego que intenta apresarme. ¿Eres tú, señor? Observa, yo vigilo al lado de tu criatura, por la noche, llena de preocupación y dolor.
EL MENSAJERO sale de las tinieblas, nimbado con una luz azul:
No es el soberano, no es Keikobad, pero sí su mensajero; once de ellos, cada uno diferente, te han visitado en cada luna menguante, la duodécima luna ha descendido y el duodécimo mensajero está ante ti.
LA NODRIZA, angustiada:
A ti no te he visto nunca.
EL MENSAJERO, severamente:
¡Basta! He venido y te pregunto: ¿Tiene ella una sombra? ¡Si es así, lástima de ti y de todos nosotros!
LA NODRIZA, triunfante, pero con voz moderada:
¡Ninguna! ¡En el nombre del Todopoderoso! ¡Ninguna, ninguna! La luz atraviesa su cuerpo como si fuera de cristal.
EL MENSAJERO, hosco:
¡Rodeada de soledad para cuidar a la criatura, bañada la isla por negras aguas, siete montes de luna situados alrededor del lago, y tú, perra, te dejaste robar el tesoro!
LA NODRIZA:
Desde el seno de su madre sentía ella un impulso poderoso que la empujaba hacia los hombres. ¡Lástima que el padre le diera a la criatura el poder de transformarse! ¿Podía yo seguir a un pájaro en el aire? ¿Debía yo detener a la gacela con la mano?
EL MENSAJERO:
¡Déjamela ver!
LA NODRIZA, en bajo:
No está sola, él está con ella. No hay doce lunas de la noche en las que él no la haya deseado. Es cazador y amante nada más. Con las primeras luces del alba se aleja de ella y cuando caen las estrellas está, de nuevo, de vuelta. Las noches de él son los días de ella y los días de él son las noches de ella.
EL MENSAJERO, muy decidido:
Durante doce lunas fue suya, ahora él la tendrá solamente durante tres breves noches; cuando éstas hayan transcurrido, ella regresará a los brazos del padre.
LA NODRIZA, con controlado júbilo:
¡Y yo con ella! ¡Oh bienaventurado día! Y, sin embargo, ¿qué será de él?
EL MENSAJERO:
¡Se convertirá en piedra!
LA NODRIZA:
¡Que se convertirá en piedra! En esto reconozco a Keikobad y lo reverencio.
EL MENSAJERO, desapareciendo:
¡Cuídala! ¡Tres días! ¡Reflexiona!
EL EMPERADOR, entrando por la puerta de la estancia:
¡Nodriza! ¿Velas?
LA NODRIZA:
Velo y estoy echada, semejante a una perra, en tu umbral.
EL EMPERADOR sale, joven, hermoso, vestido con un arnés de caza; alborea suavemente:
Quédate y vela hasta que ella te llame. La señora duerme, voy de caza. Hoy llegaré hasta los montes de luna y mandaré a mis perros sobre el agua negra, allí donde encontré a mi dueña, y ella tenía el cuerpo de una gacela y no poseía sombra alguna y me inflamó el corazón. ¡Dios quisiera que yo encontrara nuevamente hoy a mi halcón rojo, que, en aquel momento, apresó a mi bien amada, puesto que cuando ella huyó de mí, semejante al viento, y se burló de mí, y mi caballo estuvo a punto de desplomarse, entonces él, volando, se acercó a la blanca gacela, entre las nubes, y con su aleteo cerró sus dulces ojos! Entonces ella se derrumbó y yo me dirigí a ella con el dardo desenvainado. En ese momento y, entre miedos, surgió una mujer, despojándose del cuerpo animal. ¡Ay si lo encontrara de nuevo! ¡Cómo honraría al halcón rojo! Porque pequé contra él en la embriaguez de las primeras horas, pues cuando ella se convirtió en mi mujer, me llené de ira contra el halcón, que había osado posarse en su frente y cerrar sus dulces ojos. Y en la ira, lancé la daga contra el pájaro, rozándolo y haciendo que su sangre goteara.
LA NODRIZA, con impaciencia:
Señor, si organizáis una cacería tal, fácilmente estaréis ausente durante la noche.
EL EMPERADOR:
Es posible que no regrese a casa en tres días. Cuídame a la señora y dile que si cazo es por ella y nada más que por ella y lo que cazo con perro y halcón y lo que consigo con la flecha y la espada es algo que la sustituye. Pues para mi alma, mis ojos, mis manos y mi corazón, es ella la presa de las presas sin fin.
Desaparece rápidamente. La aurora se hace más intensa y se oye el trinar de los pájaros.
LA NODRIZA, a unos criados que se habían ido agrupando alrededor del emperador:
¡Fuera de aquí! Oigo a la señora, su mirada no debe alcanzaros.
Los criados, de un lado a otro, silenciosos.
LA EMPERATRIZ, saliendo de la estancia:
¿Se ha ido mi amado? ¿Por qué me despiertas tan temprano? Déjame que siga acostada. Quizá sueñe que me encuentro de nuevo en el cuerpo ligero de un pájaro o de una joven gacela blanca. ¡Ay, ay, que yo no pueda transfigurarme nunca más! ¡Ay que tuviera que perder mi talismán en la embriaguez de la primera hora! Y yo sería con gusto la pieza huidiza que sus halcones golpean. ¡Mira, allí arriba! ¡Mira! Allí se ha escapado uno de sus halcones. ¡Mira! ¡Ay, mira hacia allí, el halcón rojo que antes me abatió con su aleteo! ¡Desde luego es él! ¡Oh, día de la felicidad para mi amado y para mí! ¡Nuestro halcón, nuestro amigo! ¡Bienvenido seas, hermoso pájaro y valiente cazador! Nos ha perdonado, regresa de nuevo con nosotros. ¡Oh, mira hacia allí, cómo aletea erguido! Allí en la rama, cómo me mira, de sus alas gotea sangre, de sus ojos manan lágrimas. ¡Halcón! ¡Halcón! ¿Por qué lloras?
LA VOZ DEL HALCÓN, quejumbrosa:
¿Cómo no voy a llorar? ¿Cómo no voy a llorar? La mujer no posee sombra alguna, el emperador tiene que convertirse en piedra.
LA EMPERATRIZ:
En el talismán, que yo perdí en la embriaguez de la primera hora, estaba cincelada una maldición, leída en tiempos, ¡ay, olvidada! Ahora reaparece.
LA VOZ DEL HALCÓN:
La mujer no posee sombra alguna; el emperador tiene que convertirse en piedra. ¿Cómo no voy a llorar?
LA NODRIZA, repitiendo con voz ronca:
¡La mujer no posee sombra alguna!
LA EMPERATRIZ:
¡El emperador tiene que convertirse en piedra!
Empezando a llorar:
Nodriza, por lo que más quieras, ¿dónde encuentro yo una sombra?
LA NODRIZA, con voz ronca:
Ha tenido el atrevimiento de convertirte en una como él y se le puso un plazo para que lo llevara a cabo. Los nudos de tu corazón no los ha desatado y no llevas a un no nacido en tu seno. ¡No posees sombra alguna, por todo ello, él debe pagar un precio!
LA EMPERATRIZ:
¡Ay de mí, padre mío! Tu mano se apoya pesada en tu hija. ¡Sin embargo, más fuerte que otras soy yo sin duda!
Nodriza, por lo que más quieras, tú conoces los caminos, conoces las artes, nada te es desconocido y nada te es demasiado difícil. ¡Lógrame una sombra! ¡Ayuda a tu niña!
Y cae de rodillas ante ella.
LA NODRIZA, con severidad:
¡Se ha pronunciado una sentencia y se ha hecho un contrato! Se ha apelado a nombres poderosos y de ti depende que te sometas.
Cortándose ante la fuerza de su mirada.
Quizá yo pudiera lograr la sombra, sin embargo para que se te adhiera, tú misma tendrías que recogerla. ¿Y sabes dónde?
LA EMPERATRIZ:
¡Sea donde sea, muéstrame el camino y recórrelo conmigo!
LA NODRIZA, en voz baja y espeluznada:
¡Donde habitan los seres humanos! ¿No te horroriza? La respiración de los hombres es para nosotros un aire mortal. ¡Esta casa, con torres que miran a las estrellas, agua que corre impulsada hacia arriba, aspirando a la limpieza de los reinos celestiales! Su limpieza nos huele a nosotros a hierro oxidado y a sangre coagulada y a cadáveres viejos. ¡Y desde aquí ahora mucho más abajo! ¡Mezclarte con ellos, vivir con ellos, intercambiando conversaciones, respiración con respiración, observando sus deseos, doblegándote a su maldad, inclinándote ante sus tonterías, sirviéndoles! ¿No te espanta?
LA EMPERATRIZ, muy decidida y con empaque:
¡Quiero la sombra!
Con brío:
¡Amanece! ¡Llévame junto a ellos! ¡Así lo quiero!
Pálida luz matutina.
LA NODRIZA:
Amanece un día, un día humano. ¿Lo percibes? Tienes miedo ya. Ése es su sol, hacia él proyectan sus sombras. ¡Un viento traicionero se desliza por delante de sus casas, sopla en sus cabellos y se los arranca!
Poco a poco llega la aurora.
Llena de ironía y desprecio:
¡El día ha llegado, un día humano, una turbamulta salvaje, ansiosa, sin sentido, aspiraciones perpetuas sin goce!
Fiera y llena de odio:
Múltiples caras sin gestos. Ojos que miran sin mirar, monstruos que se quedan boquiabiertos, anfibios y arañas. ¡Para nosotros es tan divertido observar cómo son ellos!
Yo sabría comprenderlos sin duda, instalarme, hacerles pillerías en su propia casa, eso es mi elemento. Sus almas son almas de ladrones. Así vendo yo uno a otro. Soy una bribona entre bribones. ¡Me llaman abuelita e incluso madre! ¡Tengo muchos hijos e hijas adoptivos que se acurrucan junto a mí como monstruos! ¡Espera, debes ver todavía algo!
LA EMPERATRIZ, sin hacer caso de la nodriza:
¡Horror!, ¿quién me agarra de forma tan tremenda? ¿Qué destino me empuja hacia abajo?
LA NODRIZA muy pegada a ella:
¿Tiemblas? ¿No te arrepientes de tus deseos? ¿Preferirías que nos quedáramos? ¿Dejarías que se perdiera la sombra?
LA EMPERATRIZ:
Naturalmente que tengo miedo, pero en mí hay una fuerza que me ordena hacer todo aquello que me da miedo, y no hay ocupación alguna, aparte de ésta, que me parezca más digna de ser llevada a cabo. ¡Descendamos!
El amanecer reluce en todo su esplendor.
LA NODRIZA:
¡Descendamos! Has elegido sensatamente a la guía. Hijita, amada, espera, espera. Yo sé revolotear alrededor de sus tejados, por la campana de las chimeneas, sé cuál es el camino, y los senderos entrelazados de sus corazones, los recodos y estrechamientos me los conozco bien.
Se sumergen en el abismo del mundo de los hombres. La orquesta acompaña su vuelo terreno.
El telón del foro cae rápido.
Metamorfosis
En casa del tintorero. Una pobre estancia. El taller y la vivienda en una sola. Detrás, a la izquierda, las camas; a la derecha, la única puerta de entrada y salida. Delante, los fogones, todo orientalmente precario. Paños teñidos, colgados en las barras de un lado a otro, para secarse; tinas, cubos, cubas, marmitas colgando de cadenas, grandes vasijas, barras de remover, morteros trituradores, molinos de mano, ramilletes de flores secas y hierbas colgados; los mismos escalonados en los muros; goterones de colores en charcos sobre el suelo de arcilla, manchas azul oscuro y amarillo oscuro por doquier.
Cuando se levanta el telón, el tuerto está encima del manco, estrangulándolo. El joven, el jorobado, intenta separar al tuerto. La mujer del tintorero avanza desde detrás, busca una vasija para mojar con agua a los que se pelean:
EL TUERTO golpea al que está debajo de él:
¡Ladrón! ¡Cógelo! ¡Tú, devorador insaciable!
EL MANCO, debajo, resollando:
¡Quitádmelo de encima!
EL JOROBADO:
¡Socorro! ¡Hermano! ¡Se están estrangulando!
LA MUJER los moja:
¡Sinvergüenzas! ¡Que tengáis una suerte perra!
Los tres hermanos, respondiendo a la actuación de la mujer, bufándose y bufándole, acuclillados en la tierra, contra la mujer.
EL TUERTO:
¿Quieres insultarnos, tú, advenediza? ¿Tú, hija de pordioseros? Pero ¿quién te crees que eres? Nosotros fuimos cinco hermanos, y sin embargo, para cada pobre que llegaba había escudillas y la grasa humeaba en ellas.
EL JOROBADO:
Pero ¿cómo te atreves a levantarnos la mano, preciosa, o es que quieres contradecir, aposta, a mi hermano?
EL MANCO:
¡Déjala, hermano, que es una mujer!
Barak, el tintorero, entra en ese momento por la puerta.
LA MUJER:
¡Que se vayan! ¡Échalos lejos de aquí! ¡O no seguiré aquí por mucho más tiempo!
BARAK, sereno:
¡Marchaos! Hay suficiente para acarrear diez cestas llenas, ¿por qué estáis holgazaneando aquí?
Los tres hermanos salen. Barak coloca pieles teñidas una sobre otra en un gran montón.
LA MUJER:
O se van, y para siempre, o me voy yo. Entonces sabré lo que soy para ti.
BARAK, siguiendo con su trabajo:
Aquí tienen la escudilla con la que calman su hambre. ¿Dónde van a albergarse si no es en la casa de su padre?
La mujer calla, malévola.
BARAK, como antes, sin levantar los ojos:
Fueron niños, tenían ojos relucientes, brazos rectos, una espalda lisa. Los he visto crecer en la casa del padre.
LA MUJER, burlándose de él:
Había escudillas para trece niños, humeando de grasa y si llegaba un pordiosero, había sitio para todos.
Se tapa los oídos.
BARAK coge una cuerda para atar un paquete, hace una pausa y la mira:
Si es necesario, consigo con estas dos manos comida para trece.
Se ha levantado y está muy cerca de ella.
Dame hijos que se acurruquen a mi lado, alrededor de las escudillas, por la noche, y ninguno se me ha de levantar con hambre. Y yo alabaré su apetito y daré gracias de corazón por que se me haya encargado saciar su hambre.
Se acerca y la toca levemente.
¿Cuándo me darás hijos para poder hacerlo?
La mujer se ha vuelto y cuando la toca, le rechaza.
BARAK, de buena fe, agradable:
¡Eh, tú! Es tu marido el que está ante ti. ¿Es que no me está permitido tocarte?
LA MUJER, sin mirarlo:
Mi marido está ante mí. Desde luego es mi marido. Lo sé sin duda alguna, lo sé, y lo que ello significa. He sido pagada y comprada para saberlo y retenida en la casa y albergada y mantenida para saberlo. ¡Pero desde hoy no quiero saber ya más! ¡Maldigo la palabra y lo que ella significa!
BARAK:
¡Ea! ¿No han dicho las buenas comadres hermosos conjuros sobre tu cuerpo y no he comido siete veces lo que ellas han bendecido? Y si eres rara y más distinta de lo normal, yo alabo la rareza y me inclino hasta el suelo ante la metamorfosis. ¡Ay qué dicha sobre mí y qué esperanza y alegría en el corazón!
Se arrodilla para seguir trabajando.
LA MUJER:
Las mujeres de ojos lacrimosos, que pronuncian conjuros, no tienen nada que hacer con mi cuerpo y lo que tú hayas comido en la noche no tiene poder alguno sobre mi alma.
En voz baja:
Hace ya tres años y medio que soy tu mujer y tú no has conseguido fruto alguno de mí y no me has hecho madre. Los deseos de serlo los he tenido que apartar de mi corazón. Por eso ahora debes apartar de ti aquellos deseos que te gusten.
BARAK, con serenidad no forzada y con piedad de corazón:
De una boca joven salen palabras duras y obstinados discursos, pero están bendecidos por la bendición de la revocabilidad. No te guardo rencor alguno y mi corazón está animoso y aguardo con impaciencia y espero a los alabados que han de llegar.
Barak ha atado el gran fardo, lo coloca sobre el hogar y desde allí lo carga, inclinándose y pasando el final de la cuerda sobre su espalda; y, ya cargado, se endereza.
LA MUJER, adusta:
A esta casa no viene nadie, antes bien saldrán y se sacudirán el polvo de las suelas.
Casi sin voz:
Mejor, por tanto, que suceda hoy antes que mañana.
BARAK asiente con la cabeza, sin oír sus últimas palabras; mientras que, yendo difícilmente con el gran peso hacia la puerta, dice para sí:
Si yo llevo esta mercancía al mercado, me ahorraré el asno que me la tenga que llevar.
Se va. La mujer, sola, se ha sentado sobre un hato o un paquete, que está situado ante ella. Un flotar, un oscurecerse, un brillo en el aire. La nodriza, cuyas ropas tienen remiendos blancos y negros, y la emperatriz, vestida como una doncella, aparecen allí sin haber entrado por la puerta.
LA MUJER se pone bruscamente de pie:
¿Qué queréis? ¿De dónde venís?
LA NODRIZA se acerca humildemente para besarle los pies:
¡Oh, belleza sin igual! ¡Fuego reluciente! Oh, oh, hija mía, ¿ante quién nos encontramos? ¿Quién es esta princesa, dónde está su séquito? ¿Cómo ha llegado ella sola a este antro?
Se levanta, temerosa, de su situación de postración.
¿Me permites la pregunta, mi señora? ¿Era acaso uno de tus sirvientes o mensajeros ese alto con un saco en la espalda, un hombre rechoncho, ya no joven, con una gran boca y la frente estrecha?
LA MUJER:
Tú, parpadeante, a la que yo no he visto en mi vida y no sé de dónde has salido, a ti te veo venir de lejos; tú sabes muy bien que ése es el tintorero, mi marido, y que yo vivo en esta casa.
LA NODRIZA salta sobre sus pies como llena de un inconmensurable asombro:
¡Oh, hija mía, observa y asómbrate! ¿Es posible que ésta sea la mujer del tintorero? Acércate, hija mía, te está permitido, observa estas pestañas y mejillas, observa este cuerpo con la delgadez de la joven palmera y exclama: ¡ay, dolor!
LA EMPERATRIZ:
Quiero besar la sombra que proyecta.
LA NODRIZA:
¡Ay, dolor! Y esto tiene que darle hijos y tiene que consumirse aquí. ¡Ay del destino ciego y de la perfidia de la suerte!
LA MUJER, temerosa, retrocede ante ella:
¡Ay, que tú hayas venido para burlarte de mí! ¿De qué hablas y por qué me miras tan fijamente y quieres hacer de mí una loca ante Dios y ante los hombres?
Llora.
LA NODRIZA, con un asombro fingido mientras que arrastra a la emperatriz:
¡Ay, hija mía, larguémonos! Ésta nos aparta de sí y no acepta nuestros servicios. Conoce el secreto y se quiere burlar de nosotros. ¡Larguémonos!
LA MUJER se levanta, súbitamente:
¡Qué secreto, tú, indecible! Por mi alma y la tuya, ¿qué secreto?
LA NODRIZA se agacha profundamente:
El secreto de la compra y el secreto del precio por el que tú vendes todo.
LA MUJER:
¡Por mi alma y por el Juicio Final, no sé nada de compra, ni tampoco sé nada de precio!
LA NODRIZA:
Oh mi señora, ¿me vas a decir que no venderías ni siquiera por un encanto imperecedero y un poder ilimitado sobre los hombres, tu sombra, esa nada negra, que va detrás de ti por el suelo, esa cosa sin nombre?
LA MUJER, dándose la vuelta, hacia su sombra:
¡La sombra torcida de una mujer como yo! ¿Quién daría por ella ni el precio más indigno?
LA NODRIZA:
¡Todo, tú, bendita, todo lo pagan compradores ansiosos, tú, señora, cuando un innombrable como tú renuncia a su sombra y la cede!
¡Ay! ¡Esclavos y esclavas, tantos como pudieras desear y brocados y vestimentas de seda, de los cuales tú podrías, cambiándolos, hacer alarde cada hora! ¡Y las acémilas y el deseo nocturno de tus amantes y la magnificencia de la juventud por tiempo ilimitado, todo es tuyo, señora, si entregas tu sombra!
Se lanza hacia el aire reluciente y alcanza a la mujer una valiosa diadema de perlas y piedras preciosas.
LA MUJER:
¡Esto en mi cabello! ¡Tú, amor, tú! ¡Sin embargo yo, pobre mujer, no tengo espejo alguno! ¡Allí sobre la artesa me arreglo yo el cabello!
LA NODRIZA:
Si me permites, yo te adornaré.
Le coloca la mano sobre los ojos y rápidamente, tanto ella como la mujer han desaparecido. En lugar del cuarto del tintorero aparece un magnífico pabellón, cuyo interior podemos ver: es la sala de estar de una princesa. El suelo está cubierto con una alfombra de los colores más bellos, y también hay allí esclavas con vestimentas de todos los colores. Se levantan del suelo, escuchan de rodillas, retrocediendo y gritando como si fueran las voces entrelazadas de un carillón.
SIRVIENTAS:
¡Ay, señora, dulce señora, ah!
Por una pequeña puerta de detrás, a la izquierda, entra en la estancia la mujer conducida por la nodriza. Está casi desnuda, cubierta por un abrigo y viene del baño; lleva la diadema de perlas sujeta al pelo. Pasa con la nodriza, entre las esclavas arrodilladas, y se dirige hacia un gran espejo oval de metal, que está delante, a la derecha. Allí se sienta y se contempla con asombro.
LA VOZ DE LA EMPERATRIZ:
¿No quieres dar, por esta imagen en el espejo, tu hueca sombra?
VOZ DE JOVEN:
¡Daría, sin duda, por esta imagen en el espejo, el alma y mi vida!
SIRVIENTAS:
¡Ay, dolor! ¡Demasiado pronto! ¡Señora! ¡Ay, señora!
La casa del tintorero está de nuevo allí. La nodriza, como antes, la emperatriz a un lado; la tintorera con su ropa pobretona —la joya ha desaparecido— se aferra tambaleándose a la nodriza. La nodriza y la emperatriz intercambian una mirada.
LA MUJER, muy excitada:
Y aunque tuviera ahora mismo la voluntad para hacerlo, ¿cómo cedería y daría mi sombra que está en la tierra? ¡No, dilo pues rápidamente, no, rápido, rápido, pues, rápido, tú, inteligente, bondadosa! ¡Dilo ahora, rápidamente!
La nodriza se cambia de ropa y llama a la hija para que sea testigo al mismo tiempo.
La mujer casi no puede dominar la impaciencia.
LA NODRIZA:
¿Te ha costado lágrimas de sangre el no haberle parido ningún hijo al esparrancado? ¿Y tu corazón ansia, de día y de noche, que muchos pequeños tintoreros vengan a este mundo gracias a ti? ¿Debe convertirse tu cuerpo en un camino militar y tu delgadez en un sendero trillado? ¿Tienen que mustiarse tus senos y perder rápidamente su esplendor?
LA MUJER, en voz baja:
Mi alma está harta de maternidad antes de haberla probado. ¡Vivo aquí en la casa, pero el hombre no habrá de acercárseme! Así lo he hablado y prometido en mi interior.
LA NODRIZA:
Apartar la maternidad para siempre de tu cuerpo. ¡Sacrificar con los gestos del desprecio a los molestos que no han nacido! ¡Así está dicho y prometido! ¡Tú, extraña, tú! ¡Tú, antorcha levantada! ¡Oh, tú, soberana, alabada entre las mujeres, ahora tendrás que verlo y vivirlo: serán llamados poderosos nombres y se cerrará un trato y se decretará un destierro!
Tres días te serviremos en la casa, ésta y yo, así está decidido. ¡Cuando éstos hayan transcurrido, como pago al servicio, de boca en boca, de mano en mano, con mano consciente y obsequiosa boca, nos entregas la sombra y entras en el comienzo de los gozos! Y las esclavas y los esclavos y los surtidores y los jardines y las cúpulas llenas de toneladas de oro.
LA MUJER la interrumpe, bruscamente:
¡Silenciosa y callada, oigo a mi marido que regresa!
Ceñuda:
Ahora exigirá su cena que no está preparada y su lecho (casi sin voz), que yo no quiero concederle.
LA NODRIZA, arrebatada:
No estás sola, tienes sirvientas, a ésta y a mí; mañana al mediodía estaremos a tu servicio, como parientes pobres tendrás que recibirnos; solamente, después de la medianoche, mientras tú descansas, nos dejas salir por un corto plazo de tiempo. ¡Eso no tiene que saberlo nadie! ¡Ahora, rápido! ¿qué es lo que hace falta?
Un golpe de viento penetra de pronto por la habitación, que ha bañado de luz medio oscura a la progresivamente incipiente puesta de sol.
LA NODRIZA mandando:
¡Pececillos cinco de la cubeta del pescador, nadad en el aceite y tú, sartén, cógelos! ¡Fuego avívate! ¡Aquí, lecho del tintorero Barak! ¡Y fuera con los huéspedes, vengan de donde vengan!
La nodriza, ordenando, ha palmeado sin ruido. Los pececillos vuelan hada dentro, brillando, y aterrizan en la sartén; el fuego, detrás del fogón, se enciende; la mitad del lecho matrimonial se ha dividido y en primer lugar aparece un estrecho lecho para una sola persona; mientras tanto, al fondo, el lecho de la mujer aparece tapado por una cortina y, mientras esto sucede, la nodriza y la emperatriz han desapareado, sin hacer ruido, por el aire. El brillo del fuego oscila en la habitación que refleja ya el anochecer. La mujer está sola y mira, fijamente, llena de asombro. De pronto resuenan en el aire, como si fueran los pececillos en la sartén, temerosamente:
CINCO VOCES DE NIÑO:
¡Madre, madre, déjanos ir a casa! ¡La puerta está cerrada, no sabemos dónde estamos, estamos a oscuras y llenos de temor! ¡Madre, ay, dolor!
LA MUJER, muerta de miedo por lo incomprensible, mirando a su alrededor desconcertada:
¿Qué es ese horroroso gemido que sale del fuego?
LAS VOCES DE LOS NIÑOS, cada vez más insistentes:
¡Estamos a oscuras y llenos de temor! ¡Madre, madre, déjanos entrar! ¡O llama al buen padre para que nos abra la puerta!
LA MUJER, aterrorizada:
Si encontrara agua para acallar el fuego.
La llama bajo el fogón se hace ostensiblemente más débil.
LAS VOCES INFANTILES, con voz apagada:
¡Madre, ay! ¡Tu duro corazón!
La mujer se desploma ante un hato y se limpia de la frente el sudor que le produce el miedo.
BARAK aparece en la puerta, con una cesta bien cargada, hablando para sí, tranquilo:
Si yo mismo llevo la mercancía al mercado, me ahorro así el burro que me la lleva.
La mujer se levanta con dificultad, se acerca a su lecho, levanta la cortina y no dice nada.
BARAK se adelanta:
Un rico olor de pescados y aceite. ¿Cómo, no vienes a comer?
LA MUJER, desde atrás:
Aquí está tu comida, yo me voy a acostar. Allí está ahora tu lecho.
BARAK se da cuenta y, moderadamente indignado:
¿Mi cama aquí? ¿Quién ha hecho esto?
LA MUJER, desde su puesto:
Desde mañana dormirán aquí dos tías, a las cuales les prepararé el lecho a mis pies, como mis sirvientas. Así se ha pactado y así será.
Corre la cortina.
BARAK, entre tanto, resignado, saca un trozo de pan de sus ropas, y lo come sentándose en la tierra:
Me dijeron que sus charlas y su comportamiento serían raros en los primeros tiempos, pero yo los soporto mal y la comida no me gusta.
LAS VOCES DE LOS VIGILANTES, en la calle:
Vosotros, matrimonios en las casas de esta ciudad, amaos el uno al otro más que a vuestra vida y sabed: ¡No por vuestra vida se os ha confiado la semilla de la vida, sino solamente por vuestro amor!
BARAK, volviéndose:
¿Oyes a los centinelas, criatura, y su llamada?
Ninguna respuesta.
LAS VOCES DE LOS VIGILANTES:
Vosotros, matrimonios, que amándoos, os acunáis en brazos, vosotros sois el puente tendido sobre el abismo, sobre el que los muertos regresan de nuevo a la vida. ¡Bendita sea vuestra obra de amor!
BARAK escucha de nuevo, vuelto hacia atrás, en vano; suspira profundamente y se tiende a dormir:
¡Así sea, pues!
El telón cae.
SEGUNDO ACTO
La casa del tintorero. Los hermanos miran hacia la puerta; cargado, el tintorero se descarga; la emperatriz, como sirvienta, le ayuda.
LA NODRIZA corre hacia la puerta y se inclina hasta el suelo ante el tintorero:
¡Ven pronto a casa, mi señor, pues mi señora se consume de nostalgia cuando no estás!
Barak va.
LA NODRIZA corre hacia la mujer, en voz baja:
El aire es puro y valioso el tiempo, ¿cómo debo llamar al que tiene que entrar ahora?
La mujer se ha sentado y ha desatado el pañuelo que rodeaba su cabeza; su cabello está trenzado de perlas. La emperatriz está arrodillada ante ella y le sostiene el espejo.
LA NODRIZA:
¡Oh tú, señora mía, desde hoy, respóndeme! ¿Cuáles son tus costumbres? ¿Debe marcharse ésta? ¿O le llamo? ¿Con una llamada nostálgica? ¿O con una alegre?
LA MUJER, agresiva:
¿A quién se refiere la pregunta?
LA NODRIZA, en voz baja:
¡A aquel que reina en tu corazón y para el que te adornas!
LA MUJER, tranquila:
En un corazón vacío no vive nadie y me he engalanado para el espejo.
LA NODRIZA, con socarronería:
¡Oír es comprender, oh, tú, mi señora! Así hablo yo en vez del devorado por la nostalgia, el que ha intuido el flotar de tus cabellos sueltos, en sueños, pero que no los ha visto nunca —la rodilla liberada de miedos y temores: permite que yo lo llame al umbral de la nostalgia y de la benevolencia.
LA MUJER se levanta:
No conozco a ningún otro hombre aparte de aquel que ha salido de esta casa.
LA NODRIZA pegada a ella:
¡Oh, tú, niña de mis sueños! Al último que has encontrado, deseado en secreto, al que tú has visto no obstante con los ojos cerrados y al que, voluntariamente, has pertenecido en tus pensamientos. ¡Apiádate de él!
LA MUJER, sonrojándose y confusa:
¿Quién eres y por quién me tomas, pues?
LA NODRIZA, triunfante:
Te traeremos a aquel al que tú, ahora mismo, tiernamente sonrojada, envías tu pensamiento.
LA MUJER:
¡Me haces reír!
¡Si te digo que apenas sé la callejuela donde lo encontré, ni siquiera el barrio de la ciudad y todavía menos su nombre!
LA NODRIZA:
¡Ahora cierra los ojos y llámalo, que venga a ti! ¡Cuando los abras, estará ante ti!
LA MUJER, abandonándose a sus pensamientos:
Solamente sé que yo atravesaba el puente entre muchas personas, cuando alguien vino a mi encuentro, casi un muchacho, que no me prestó atención.
LA NODRIZA coge, a escondidas, un manojo de paja del suelo:
¡Tú, escoba, préstame tu aspecto, y tú, caldero, la voz!
LA EMPERATRIZ, dirigiéndose a la nodriza:
¡Horror! ¿Tiene esto que suceder ante mis ojos?
LA NODRIZA, en voz baja:
En buen trato y para tu bien.
Se desliza hacia la mujer escondiendo el manojo de paja detrás de la espalda.
¡Cerrados tus ojos y abierto tu corazón, tú, hermosa, tú!
Lanza el manojo de paja sobre la mujer. Se enciende y después la luz está cambiada.
LA EMPERATRIZ, para sí, murmurando, mientras que la mujer piensa en voz alta:
¿Es que son así los hombres, tan venal es su corazón?
LA NODRIZA:
¡Es tan divertido observarlos a ellos como a los sapos y a las culebras!
LA MUJER, con los ojos cerrados, prosiguiendo en forma de monólogo:
Aquel que no me prestó atención con mirada altanera y en el que yo pensaba, a ratos, secretamente, en sueños.
LA NODRIZA, decidida:
¡Ya es hora, aquí, mi señor!
Aplaude con las manos. Allí aparece un joven, como sin alma. Dos pequeños seres, que desaparecen inmediatamente, lo apoyan.
LA MUJER, con los ojos abiertos:
¡Él y el mismo, y sin embargo, no!
LA NODRIZA, muy cerca del joven, que poco a poco se va reanimando:
¡Por ella estás aquí tú, tú, el muy deseado!
Se dirige hacia la mujer:
¿Qué significa para ti cada hora que has pasado sin conocerlo?
LA MUJER:
Quiero irme y esconderme.
El joven está con la cabeza agachada. La mujer, involuntariamente, levanta la mano hacia él.
LA NODRIZA, entre ambos:
¡Sé rápido, mi señor! ¡Y tú prudente, señora! ¡Indeciblemente pasajera es tal felicidad!
VOCES QUE PROVIENEN DEL AIRE:
¡Sé rápido, mi señor! ¡Y tú prudente, señora! ¡Indeciblemente pasajera es tal felicidad!
La nodriza corre hacia la emperatriz y la empuja hacia atrás.
LA EMPERATRIZ se suelta bruscamente y escucha lo que pasa fuera:
¡Ay! ¡Desesperación! Que tengan que encontrarse el ladrón y aquel al que le pertenece la casa; aquél con corazón y aquél sin corazón.
LA NODRIZA corre hacia adelante:
¡Separaos! A ella le está concedido oír lo que está lejos.
Y anuncia:
¡El tintorero regresa a casa!
Lanza su abrigo sobre el joven, la habitación se oscurece precipitadamente y cuando de nuevo vuelve a iluminarse, el mancebo ha desaparecido. A los pies de la nodriza está el manojo de paja, que ella recoge y esconde en una hornacina.
La puerta se abre, Barak entra, llevando un enorme caldero de cobre en los brazos, le preceden el tuerto, que toca la gaita, el jorobado con una corona y tirando de un enorme tonel de vino, el manco con una fuente todavía más pequeña; tras ellos, pretenden entrar niños mendigos.
BARAK, orgulloso y dirigiéndose a la mujer:
¿Qué dices, tú, princesa, ante esta comida, tú, delicada?
La mujer le da la espalda.
Los hermanos se han colocado a la derecha, en fila:
¡Oh, día de la felicidad, tarde de la piedad! ¡Esto sí que ha sido una compra! ¡Carnicero, corta la ternera y el cordero! ¡Y aquí el gallo! ¡Tú, asador, fuera con el espetón! ¡Aquí tú, panadero, con lo amasado y tú, sospechoso, aquí con el vino! ¡Cuando compramos, lo hacemos bien, de verdad! ¡Oh, día de la felicidad, tarde de la piedad!
LOS NIÑOS MENDIGOS, irrumpiendo en la habitación:
¡Oh, día de la felicidad, oh, tarde de la piedad!
LA MUJER, sin mirar a Barak:
¡Verdaderamente está dispuesto que se pisotee lo tierno y venza lo pesado y que a aquel que quiera pan se le dé una piedra! ¡Y hacia quien prueba la fuente de los sueños se dirigen los animales y le disparan desde la mesa del feliz y él no tiene sitio alguno donde poder refugiarse más que en sus lágrimas! ¡Esto es lo que yo digo, feliz Barak!
Las lágrimas la inundan, se sienta a un lado escondiendo la cara entre las manos.
BARAK ha colocado su escudilla en el suelo; después de un momento de resignación:
¡Comed, hermanos y sentíos a gusto! Su lengua es afilada y su carácter caprichoso, pero no es mala, lo que dice está bendecido con la bendición de la revocabilidad, por la limpieza de su corazón y por su juventud.
Los hermanos están echados en el suelo y se han inclinado sobre las escudillas, los niños mendigos alrededor de ellos. Barak mete a los niños buenos bocados en la boca. En la puerta se agrupan vecinos, ancianas, inválidos, más niños e incluso perros.
BARAK llama a la doncella:
¡Ven aquí, tú, silenciosa tía, esto es para ti! Y acércate a la mujer para ver si quiere probar los pasteles o los dulces con canela.
La emperatriz se prepara para ir hacia la mujer.
LA MUJER se enfurece:
¡Mis pantuflas en tu cara, tú, mosca muerta! ¡Amargura quiero yo tener en la boca y no azucararla! ¡Para qué necesito yo especias cuando me reconcome la aflicción a causa de la cruel alevosía y del deplorable destino!
LOS HERMANOS, en la comida, revueltos:
¿Quién hace caso a una mujer y a los gritos de una mujer? ¡Pero indulgente, paciente has sido tú desde siempre! ¡Y magnánimo desde el seno materno! ¡Y caritativo! ¡Y generoso! ¡Eso eres tú! ¡Oh, nuestro padre!
Se inclinan, medio borrachos, besan el suelo ante Barak.
BARAK, al mismo tiempo con ella y con ellos, piadoso, con solemnidad no buscada:
Aquí hay cosas buenas, ¡sentíos cómodos, hermanos míos, y alegraos de estar con vida! ¡Se os permite y vosotros sois para mí lo que serían los hijos!
LOS NIÑOS, que han entrado de fuera, extraños se inclinan ante Barak:
¡Oh, tú, tintorero de tintoreros y padre de todos nosotros!
El telón de foro cae.
La halconera imperial, solitaria en el bosque. La luz de la luna entre los árboles. El emperador se acerca cabalgando, se baja silencioso del caballo, se aproxima sin hacer mido y permanece escondido tras un árbol, desde el que puede ver la entrada y el fuego de la pequeña casa. La puerta está cerrada.
EL EMPERADOR:
¡Halcón, halcón, tú el hallado de nuevo! ¿A dónde me llevas, sabio pájaro? La halconera, sola en el bosque, tiene que ser mi vivienda por tres días, nadie a mi alrededor a excepción de la nodriza, alejado de los hombres, escondido del mundo.
Así me lo escribió mi mujer —ella se lo dio al mensajero, su diadema envolvía la carta artísticamente—. Ahora me conduces entre ríos y valles hacia este camino. Tú, extraño. ¿Me tengo que esconder aquí en las sombras como su eterno cazador? ¿Me has traído para esto? ¿Duerme? ¡A mí me parece que la casa está vacía! Halcón, mi halcón, ¿qué significa esto? ¿Dónde está tu señora en las horas nocturnas? Halcón, me parece que no me has conducido aquí a la hora apropiada. Escucha.
¡Silencio, mi halcón, y oye conmigo! Algo viene andando, algo viene flotando. ¿Es esta la presa que me ofreces?
Silencio.
La nodriza, y tras ella la emperatriz, vienen flotando entre los árboles y se paran entre ellos; con unos pocos pasos silenciosos alcanzan el umbral, la nodriza abre, se deslizan en la casa que se ilumina.
EL EMPERADOR:
¡Ay, dolor, halcón, ay, dolor! ¿De dónde viene? ¡Dolor, dolor! ¡Hálito humano se desprende de ella! ¡Aliento humano la sigue! ¡Dolor, que me pueda mentir, dolor que deba morir!
Saca una flecha del carcaj:
¡Flecha, mi flecha, tienes que matar a aquélla que fue mi gacela blanca! ¡Dolor, que en el momento en que la rozaste se convirtió en mujer! Tú no eres aquella a la que le está permitido matarla.
Introduce de nuevo la flecha en el carcaj y saca la espada a medias de la vaina.
¡Espada, espada mía, tienes que atacarla! ¡Dolor, tú has desabrochado su cinturón!, ¡tú no eres aquella a la que le está permitido matarla!
Mete la espada de nuevo en la vaina:
¡Y mis manos desnudas! ¡Dolor! ¡Mis manos no pueden! ¡Dolor, oh, dolor! ¡Avanza caballo mío, y tú, halcón, delante! ¡Y llévame lejos de este lugar, a donde te diga tu pérfido corazón, llévame al yermo abismo rocoso, donde no oiga mis quejas ni hombre ni animal alguno!
El telón de foro cae.
La vivienda del tintorero —Barak trabaja—. La mujer y la nodriza intercambian miradas intranquilas.
LA MUJER, a media voz, para ella:
Hay algunos que tienen siempre tiempo y aunque haya pasado el mercado llegarán siempre a tiempo.
BARAK vuelve la cabeza hacia ella:
Ya me voy. Hace calor. He trabajado duramente desde esta mañana y no he adelantado mucho. Dame de beber, mujer.
LA MUJER, sin volverse:
Aquí hay sirvientas.
La nodriza escancia y a escondidas echa en la bebida una pócima:
BARAK, sin mirar:
¿No me lo das?
La nodriza le da a la emperatriz el recipiente.
La mujer, con el brazo estirado, le manda llevárselo al señor. La emperatriz se lo acerca.
BARAK bebe:
Tengo sueño. Hace calor.
LA MUJER, muerta de impaciencia, canta burlona para sí:
¡Di: me voy —y permanece sentado!
¡Di: hago y lo dejo!
Yo soy, sin duda, el señor en la casa. ¡Alto! ¡y así serán míos la casa y el hogar, la cama y la mujer!
BARAK sin ira:
Tengo mucho sueño. Tengo que acostarme aquí, mujer. Por la tarde —luego— llevaré la mercancía al mercado.
Se duerme sobre un saco de hierbas.
LA MUJER cantando de forma burlona y salvaje:
¡Y ahorras el asno que te lo transporta, y ahorras el asno que te lo transporta!
LA NODRIZA corre junto a ella; en voz baja:
¡Señora, contén los gritos y las burlas, le he echado un bebedizo!
LA MUJER:
¿Quién te ha ordenado hacerlo?
Llena de temor:
¡Barak! ¡Barak!
Se acerca y mira al que duerme.
LA NODRIZA la aparta:
Dormirá hasta mañana. Está bien. Muchas horas gozosas, señora, están ante ti.
LA MUJER:
¿Quién te ha enseñado a saber qué horas son gozosas para mí? ¿Si quiero yo salir? ¿Tú estás detrás? ¡No quiero estar en tus manos y que tú espíes toda mi intimidad, tú, serpiente manchada de blanco y negro!
LA NODRIZA:
¿Quieres buscar en la lejanía a aquel que espera por ti y por tu señal? Permite: lo pongo ante tus pies y di que le está permitido acercarse.
LA MUJER, mordaz y cáustica:
Si yo lo expresara así y hablara contigo no sería una charla cualquiera. Naturalmente que puede acercarse aquel en el que yo pienso; pero precisamente delante de ti no puede acercarse nada y por eso él tampoco.
Progresivamente va cambiado de tono.
De él puede acercarse lo que tú no percibirás nunca, lo que nunca de tu mano se acercará a mí.
Soñadora, nostálgica.
Allí, donde la playa nunca fue pisada, allí pisará uno, al cual no se le resistirá ningún muro ni cerrojo.
LA NODRIZA, rápida:
¡Lo llamo!
Un oscurecerse, un rayo. La nodriza conduce de la mano a la aparición del joven.
LA MUJER:
¡Culebra! ¡Qué tengo que ver yo contigo y con lo que traes!
El joven en voz alta y fantasmal:
¿Quién me obliga a esto? ¡Que yo tenga que estar, bruscamente, ante mi señora! ¡El poder es mucho y la violencia muy brusca!
Se arrodilla y se tapa.
LA MUJER con dureza fingida, sin dignarse mirar al joven:
¿Quién hace saber a una vieja bruja lo que ella no debe saber?
Con un desprecio estudiado mientras que le lanza al joven una mirada coqueta:
¡Mis vestidos! Yo tenía la intención de salir al aire libre y navegar, con la fresca, por el río.
Como si quisiera marcharse.
LA NODRIZA, dirigiéndose hacia ella y rodeándole los pies. Vehemente y exaltada:
Una dulce intranquilidad dolorosa te incita. No estás dispuesta a nada más que a estar dispuesta para lo dulce. ¡Ahora y aquí!
Soplando, al mismo tiempo, el fuego, no sin una grandeza celestinescamente demoníaca:
¡Quien ha participado del placer no teme a la muerte, pues ha catado la eternidad, pero de la misma manera que ha llegado hasta ella, de la misma manera se le olvida!
EL JOVEN:
Si yo estoy lejos de ti, es tu proximidad la que me deshace, si estoy ante ti, tú eres inalcanzable y tu lejanía es la que me mata.
Se cae hacia atrás como desmayándose.
LA MUJER, como si estuviera inconsciente:
¡He soñado que volaba hacia ti, con besos inacabables, como una paloma que alimenta a su cría, y mi sueño te ha matado!
Se inclina sobre él, quiere separar dulcemente las manos de su cara; la mirada de él la encuentra, su mano tiembla para aprisionar la suya; ella retrocede con un grito. La nodriza quiere arrastrar a la emperatriz hacia fuera de la puerta.
LA MUJER transformada de pronto:
¡Ay dolor! ¿A dónde? ¡Traidoras! ¡Hacia aquí! ¡Si los muertos están vivos, entonces los que duermen están, desde luego, muertos! ¡Despierta, marido mío! ¡Hay un hombre en la casa! ¡Y quiero! ¡Despierta! ¡Ven hacia mí!
Se dirige a Barak, lo sacude, lo rocía de agua; la emperatriz está a su lado y la ayuda.
LA NODRIZA echa el abrigo sobre el joven:
¡Dios nos proteja de una joven loca! ¡Consuélate! Rápido cambiará el viento y te llamaremos de nuevo.
BARAK se despierta del sopor y se endereza:
¿Cómo he dormido tan profundamente? ¿Quién me ha sacudido?
LA MUJER:
¡No tienes que dormir de día, tienes que cuidar tu casa de ladrones y rateros y atenderme a mí! ¡Si me vuelve a pasar lo mismo delante de ti, no permanezco aquí ni un instante más! ¿Me entiendes?
BARAK se levanta y mira de forma salvaje a su alrededor:
¿Hay ladrones aquí? ¡El martillo, aquí! ¡Hermanos, aquí! ¡Venid con vuestro hermano!
LA MUJER le quita el martillo de la mano:
¡Deja tus gritos y tu burdo comportamiento! ¡Casi me golpeas en el intento, no hablas sensatamente, hablas de forma extraña! ¡Tienes esa manía, o te importa muy poco asustarme de forma tan ruda y brusca!
LA NODRIZA, aparte:
¡Cómo lo trata, lo ensilla, lo embrida; ella, la majestuosa!
BARAK, lentamente:
¡Tuviste miedo por mí, tú, bondadosa, ya estoy de nuevo contigo!
LA MUJER, burlona:
¡Otra vez conmigo! ¡Esto es en verdad el colmo! ¡Él está otra vez conmigo, ay, qué alegría tan grande! ¡Otra vez conmigo!
BARAK recoge sus herramientas:
Me pasa algo que no conozco y sobre mí hay un poder en la oscuridad.
Mira fijamente delante de él:
Mi mejor mortero me ha saltado, ¿será que ya no conozco mi oficio?
LA MUJER le mira fijamente:
Un oficio desde luego que no conoces, como no lo conoces desde el principio, si no, no hablarías así de ti y de ese mortero. Te sucedió lo que precisamente te ha sucedido ahora, tu corazón debería deshacerse de ternura y tendrías que tener miedo de levantar la mano y de dar un paso a causa de lo precioso que pudieras destrozar.
Casi con asco:
Pero un mulo se dirige al abismo y no le llama la atención ni la profundidad ni el misterio.
BARAK a la doncella, que está a su lado y que le ayuda a levantar sus herramientas del suelo:
Yo escucho y no sé de qué habla y he derramado la cola cuando me he caído y tengo miedo por mi oficio y por no poder alimentar a aquellos que están confiados a mis manos.
LA MUJER:
No te preocupes por mi alimentación y si me ves coger mis vestidos
Lo hace, ambas doncellas la ayudan
para viajar acaso por el río o para caminar, quizá, por los jardines o para hacer lo que me diga mi capricho —puede ser que una tarde no regrese a casa, junto a ti. Pues no es precisamente hoy la primera vez que escuchas mi voz y no la comprendes en tu cerebro, y está lejos de ti aquello que crees cerca, y te figuras que lo tienes en casa como un pájaro prisionero, que es tuyo por pocas monedas, comprado en el mercado, aquella que, sin embargo, está en otro sitio y tiene su casa en otro lugar.
Se prepara para salir y hace señas a la nodriza para que la acompañe, a la emperatriz para que permanezca allí.
Barak mira consternado y triste. La mujer y la nodriza salen por la puerta. La emperatriz, a los pies de Barak, intenta reunir sus herramientas dispersas.
BARAK se da cuenta ahora de que no está solo:
¿Quién está ahí?
LA EMPERATRIZ le mira:
Yo, mi señor, tu sirvienta.
El telón de foro cae.
El dormitorio de la emperatriz en la halconera. La emperatriz está en la cama y duerme intranquila. La nodriza, envuelta en su abrigo, dormita a los pies de la cama.
LA EMPERATRIZ saliendo del sueño, sin abrir los ojos:
Mira, nodriza, mira los ojos del hombre, cómo se mortifica.
Como en un sueño, ceremoniosa:
¡Ante tales miradas hay querubines en su rostro!
Después de un silencio, despertándose sobresaltada, con los brazos extendidos:
¡A ti, Barak, a ti me debo!
Se tumba y parece dormirse con más profundidad. La pared de la estancia desaparece, y se la ve en una gran cueva, que a través de una grieta desemboca al aire libre. Lámparas mortecinas, aquí y allí, alumbran sepulturas antiquísimas, esculpidas, en mate, en el basalto. A la derecha se ve una puerta de bronce que conduce al interior de la montaña. El grito del halcón es perceptible. En ese momento aparece el emperador como si siguiera al halcón, tanteando con las manos hacia delante, a través de la grieta en la cueva.
La emperatriz se mueve en sueños y se queja en voz baja.
El emperador toma una de las lámparas de la tumba, que en su mano se enciende; él descubre la puerta de hierro. Un murmullo penetra a través de ella como si fuera agua que cayera.
VOCES DESDE EL INTERIOR DE LA CUEVA; tentadoras, amenazantes.
Tentadoras:
¡Hacia el agua de la vida!
Amenazantes:
¡Al umbral de la muerte!
Tentadoras:
¡Aproxímate! ¡Atrévete!
Amenazantes:
¡Corre! ¡Siente miedo!
El emperador se dirige a la puerta. El halcón revolotea a su alrededor, profiriendo gritos quejumbrosos y de advertencia. El emperador llama a la puerta, que se abre y le deja entrar, cerrándose luego de nuevo.
LA VOZ DEL HALCÓN:
¡La mujer no posee sombra alguna, el emperador debe convertirse en piedra!
La cueva desaparece, las lámparas en el dormitorio alumbran con más intensidad.
LA EMPERATRIZ sale, con un grito, del sueño:
¡Ay, dolor, mi marido! ¿Qué camino? ¿A dónde? ¡Por mi culpa! La puerta se cerró como si fuera una tumba; quiere salir y no puede. El pie se le paraliza, el cuerpo se le pone rígido, la voz se ahoga. ¡Sus ojos solamente piden auxilio! ¡Ay, qué tristeza! ¿Nodriza, puedes dormir? Aquí y allí todo es culpa mía; para él no soy auxilio alguno, para el otro soy perdición. ¡Barak, ay, dolor! ¡Todo lo que toco lo mato! ¡Ay de mí, con gusto me convertiría yo misma en piedra!
Cae el telón de foro.
La casa del tintorero. En la estancia se hace de noche, poco a poco se hace cada vez más oscura.
BARAK sentado en el suelo:
Oscurece, en pleno día no veo para trabajar.
Los tres hermanos entran por la puerta con la cabeza inclinada.
También fuera está oscuro.
LOS TRES HERMANOS:
¡Hay algo y no sabemos lo que es, oh, hermano mío! ¡El sol se pone en pleno día y el río se para y no quiere fluir, oh, mi hermano! ¡Algo nos sucede y no sabemos lo que es!
Rompen en un largo llanto.
LA NODRIZA, con la emperatriz a un lado:
Hay fuerzas sobrenaturales en juego, oh, mi señora, y algo nos amenaza, pero nosotros apelaremos a nombres poderosos y tú sabrás dónde has puesto tus sentidos.
LA EMPERATRIZ, hablando para sí:
¡Ay dolor! ¡De qué está lleno el mundo de los hijos de Adán! ¡Ay, dolor, que yo entré aquí para aumentar su aflicción y para reducir sus alegrías! ¡Alabado sea el que me permita encontrar un hombre entre los hombres, pues él me mostrará lo que es un ser humano y gracias a él permaneceré entre los hombres y respiraré su aliento y soportaré sus cargas!
BARAK hablando para sí:
Mis manos están como si estuvieran atadas y mi corazón como si tuviera una piedra encima y sobre mi alma un trozo de la noche eterna. Alabado sea aquel que no conoce las tinieblas y cuyos ojos no se cierran nunca. ¡Uno entre todos!
LA MUJER, hablando para sí, en el suelo, a un lado:
¡Cómo aguanto esta casa, donde está oscuro en pleno día y los perros aúllan de miedo y nadie les muestra la salida y no pongo fin a esto!
Una pausa.
LA MUJER se ha levantado bruscamente, enviando una mirada maligna a Barak. Luego va de un lado al otro sin mirarle:
Hay algunos que permanecen siempre impasibles; suceda lo que suceda, nadie verá alterarse su rostro. Día a día van como el ganado, del establo al comedero, y del comedero al establo y no saben lo que ha sucedido y cómo estaba pensado.
Un deslumbrante rayo, los hermanos chillan. La mujer da una patada furiosa en el suelo.
LA MUJER sigue:
Por ello deben ser despreciados y reírse del que pertenece a ellos. Y que le ha sido dado a uno de ellos en la mano. Pero yo no estoy en tu mano, ¿me oyes Barak? Y cuando tú habías salido y llevado tú mismo la mercancía al mercado, entonces recibí a mi amigo, un extraño entre los extraños, y cuando te desperté de tu sueño, venía yo de ser abrazada por él.
Rayo, los hermanos gritan.
¿Me oyes, Barak? ¡Haz callar a ésos para que tú me entiendas! ¡No quiero que seas un hazmerreír entre los tuyos, tú debes saber! Todo esto lo hice en casa, durante tres días: pero la alegría se me amargó, pues tuve que pensar en ti, cuando yo hubiera querido olvidarte y tu cara se aparecía donde no tenía nada que buscar. ¡Pero ahora ya sé cómo puedo escaparme y arrancarte de mí, ahora conozco el camino!
Barak se levanta precipitadamente, los hermanos se tambalean a su lado.
LA MUJER, sin miedo:
He apartado de mi cuerpo a los hijos, que no han nacido, y mi vientre no te será fértil a ti ni a ningún otro, sino que yo me he entregado a los vientos y al aire nocturno y aquí estoy en casa y también en cualquier sitio, y para mostrar esto, he negociado con mi sombra y los compradores están dispuestos y el precio de la compra es magnífico y sin igual.
BARAK, excitadísimo:
¡La mujer está loca, encended un fuego para que yo vea su cara!
El fuego se enciende.
LOS HERMANOS:
No posee ninguna sombra; ¡es como ella dice! La ha vendido y ha apartado a los no nacidos de su cuerpo. ¡La sombra se ha desprendido de ella y está sin ella, la maldita!
LA NODRIZA a la emperatriz:
¡Levántate y ve hacia allí, coge la sombra, pégala a ti, ella lo ha dicho conscientemente y así está hecho! ¡Y ni el juicio de las estrellas invalida este trato!
BARAK, estallando violentamente:
¿Tiene tal mente de prostituta y pone una cara tan dulce y no se arrepiente? Aquí, hermanos traedme un saco y llenémoslo de piedras para que yo ahogue a esta mujer en el río con mis propias manos.
Se lanza hacia la mujer.
LOS HERMANOS se cuelgan de Barak:
¡Hermano nuestro, nada de sangre en tus manos! Levántate y échala de casa. Y tenga ella un destino de perra en el arroyo y las tumbas.
BARAK quiere lanzarse sobre la mujer, diciendo al mismo tiempo:
¡Mis ojos están ciegos de ira, ayudadme hermanos! ¡Traed un saco con piedras dentro para que la ahogue con mis manos!
LOS HERMANOS, colgándose de Barak:
¡Nada de sangre en tus manos, hermano mío! ¡Mantente limpio, tú, padre nuestro!
BARAK, al mismo tiempo:
¡Si no me ayudáis os pisaré! ¡Se lo he impuesto a mi alma y quiero llevarlo a cabo con mis manos!
Cuando él, pronunciando el juramento, levanta la mano hacia arriba, se precipita a su mano una espada reluciente desde el aire.
Los hermanos unidos no tienen casi fuerza para detenerlo.
LA NODRIZA, hacia atrás con la emperatriz, sus ojos fijos e inmóviles con gozo satánico en la cortina; al mismo tiempo con Barak y los hermanos:
¡Aquel que grita por sangre y no tiene espada, a ése le armamos la mano nosotros! ¡Y si fluye rápida la sangre oscura, nosotros tenemos la sombra y para nosotros es suficiente!
LA EMPERATRIZ soltándose de ella y volviendo la mirada hacia arriba; para sí pero también, al mismo tiempo, con los otros:
No quiero la sombra, en ella hay sangre, no la tocaré. ¡Estiro las manos al aire para no mancharme con sangre humana! Llamo a nombres de estrellas contra mí para salvar a ésta, pase lo que haya de pasar.
LA MUJER, espantada, en silencio, por el efecto de su discurso maligno, ha huido hacia enfrente a la izquierda; poco a poco sufre una transformación: pálida como un muerto, pero iluminada con una expresión que no ha tenido nunca, se enfrenta a Barak y al golpe de la espada mortal; a la vez que dice, a veces dominante:
Barak, no lo he hecho. Todavía no lo he hecho. ¡Óyeme Barak! ¡La boca me fue traidora antes de que el alma hubiera realizado el hecho! ¡Tengo que morir ante ti, tengo que morir por algo que no ha sucedido, oh, tú al que yo no había visto nunca antes, poderoso Barak, juez severo, marido digno! ¡Barak, mátame, rápido!
Barak levanta la espada que brilla en su mano y de la que salen rayos que alumbran titilantes la estancia oscura, ya que el fuego se ha apagado.
LOS HERMANOS se cuelgan de él con poca fuerza, al mismo tiempo que dicen:
¡Te atarán con cadenas y te pegarán con el filo de la espada! ¡Apiádate de nosotros, tú, padre nuestro!
Barak, preparado para el golpe, la espada reluciente se apaga de súbito y parece que se le suelta de la mano; un sordo estruendo hace temblar la bóveda, la tierra se abre y por el muro lateral que ha estallado entra el río. Mientras que los hermanos, para salvar su vida, huyen por la puerta, se ve a Barak y a la mujer, inconsciente, que yace ante él; ambos, se desploman. La nodriza ha subido a la emperatriz, con ella, a un sitio elevado en el muro de la bóveda y la tapa con su abrigo. Se oye desde la oscuridad, que cubre todo, su voz.
LA NODRIZA:
¡Hay en juego fuerzas sobrenaturales! ¡Aquí hacia mí!
El telón cae rápidamente.
TERCER ACTO
Criptas subterráneas, divididas por un grueso muro en dos cámaras. En la de la derecha se ve a Barak, sentado sobre la dura piedra, meditando de forma melancólica; a la izquierda, a la mujer, llorando, con el pelo suelto. No saben nada el uno del otro, ni se oyen tampoco. La mujer se estremece.
En la orquesta suenan las voces de los niños no nacidos, como en el primer acto.
LA MUJER:
¡Callad ya, voces; yo no lo he hecho!
¡Barak, esposo mío, oh, si pudieras oírme y me creyeras antes de mi muerte!
¡A ti quería yo abandonarte, oh, tú, al que yo no había visto antes! Quería olvidarte y pensaba huir; tu rostro, tu rostro se aparecía ante mí. Oh, si me oyeras y me creyeras. A ti quería yo olvidar, y entonces tenía que pensar en ti. Y allí por donde iba, caminos secretos, tu rostro… se aparecía ante mí y me buscaba antes de que mi alma hubiera realizado el hecho. Un hombre desconocido, yo lo atraje, estuvo cerca de mí, pero no del todo. A ti fue al que yo desperté, ¿no lo sabes?
BARAK para sí:
A mí se me confió para que yo la protegiese, la llevase con estas manos y la honrase y cuidase a causa de su joven corazón.
LA MUJER, en parte con él:
¡Servicial, cariñosa para inclinarme hacia ti, para verte, para respirar, para vivir, para darte hijos, bienes!
BARAK:
Confiada a mí y se tambalea hacia el suelo, muerta de miedo por mi mano. ¡Ay de mí! Que yo la vuelva a ver y le diga: no temas.
Luego un silencio.
UNA VOZ de arriba, por la parte de Barak:
¡Levántate, ve hacia arriba, hombre, el camino está libre!
Al mismo tiempo cae con la voz un rayo de luz en el calabozo de Barak. Los tramos de una escalera de caracol, que están esculpidos en la roca, se hacen visibles.
Barak se levanta y comienza a subir.
LA MUJER:
¡Barak, mi esposo! ¡Juez severo, digno esposo! ¡Si blandieras también tu espada sobre mí, en su fulgor y muriendo, ojalá todavía te pudiera ver!
Un rayo de luz cae desde arriba en su calabozo, el brillo en la cámara vacía de Barak se ha apagado.
LA MISMA VOZ, a la izquierda:
Mujer, sube, pues el camino está libre.
La tintorera se apresura a subir.
La cripta se hunde. Aparecen nubes que, dividiéndose, descubren una terraza rocosa, igual a aquella que se ha hecho visible durante el sueño de la emperatriz. Escaleras de piedras conducen desde el agua hacia arriba a una gran entrada a la manera de un templo en el interior de la montaña. Un agua oscura, encajada en el abismo rocoso, fluye de frente.
La puerta que da a la entrada está cubierta. En el tramo superior, el mensajero, expectante. Espíritus servidores a la derecha y a la izquierda.
Una canoa viene por el agua sin conductor. La emperatriz yace allí dentro, adormilada; la nodriza, arrodillada a su lado, la mantiene abrazada, se mueve mirando hacia su alrededor para ver adónde se dirige la canoa.
El mensajero ha esperado a que la canoa se acerque. La canoa se para.
ESPÍRITUS SERVIDORES:
¡Llegan!
EL MENSAJERO:
¡Fuera!
Entra en el interior, los espíritus al mismo tiempo, la puerta de hierro se cierra tras ellos.
La emperatriz se despierta.
La nodriza intenta detenerla; con el brazo libre intenta, en vano, apartar la canoa de la orilla.
El paraje se ilumina.
La emperatriz se levanta, mira a su alrededor y quiere ir a tierra.
LA NODRIZA la empuja hacia abajo, violenta, excitada:
¡Lejos de aquí! ¡Ayúdame a desatar la canoa de la roca!
En voz baja.
¡Fuerzas sobrenaturales juegan con nosotros! Fiada el lugar más terrible, de forma voluntaria, aspira a dirigirse lo hecho de madera malvada. ¡Si yo no fuera precavida, qué sería de ti!
LA EMPERATRIZ:
La canoa quiere quedarse. ¿No lo ves, pues? ¡La escalera, mira!
LA NODRIZA renuncia a separar la canoa de la orilla, empujándola con impaciencia febril:
¡Bueno, deja la canoa! ¡Ahora, lejos de aquí! Yo conozco el camino, siete montes de luna hay aquí, éste es el más alto: ¡Una zona perversa! ¡Remángate el traje y rápidos los pies: te llevaré abajo, encontraré la salida!
LA EMPERATRIZ se ha subido a la escalera:
¡Aquí hay una puerta!
Meditando, buscando.
¡Anteriormente he visto yo esta puerta una vez!
Sonido de trompetas como viniendo del interior de la montaña.
LA EMPERATRIZ:
¿No oyes el tono? Te invita al juicio.
En voz baja, algo angustiada:
¿Mi padre, acaso? ¿Keikobad? ¿Digo? Hace tiempo que no lo veo, pero sé que le gusta reinar como Salomón y resolver lo que está oscuro. Alta es su silla e insondable su pensamiento.
Pura y animosa.
Sin embargo soy su hija y no tengo miedo.
La nodriza, amedrentada, mira hacia un lado para ver si encuentra una salida.
La trompeta suena de nuevo, más fuerte.
LA EMPERATRIZ, con las manos elevadas, llena de miedo:
¡Mi amo y señor! Lo juzgan a él por mi culpa. Lo que a él le ata, me ata a mí también. Lo que él sufre, quiero yo sufrirlo también. Yo estoy en él, él está en mí. Somos uno, quiero ir hacia él.
Se vuelve para ascender.
LA NODRIZA, llena de miedo:
¡Vámonos! ¡Yo te lograré la sombra! ¡Así está decidido y jurado! ¡Tú eres la misma, hijita querida, y a través de tu cuerpo se desliza la luz, la triste sombra de la mujer que ha caído sobre ti, solamente se prende en tu talón. Pareces ella y sin embargo no lo eres, pero cumples lo que se había convenido!
Mimosa.
¡Así, pues, ten a tu amado y abrázale! ¡Te ayudaré a buscarlo, soportaré el tener que verlo en tus brazos para siempre y seré la perra en su casa!
Suspira resignada, pero no con fuerza:
¡Ay de mí!
Muy fuerte:
¡Fuera de aquí, fuera del umbral, pisarlo es más que la muerte!
LA EMPERATRIZ:
¿Así que conoces el umbral? ¿Así que sabes hacia dónde se abre esta puerta? ¡Contéstame!
LA NODRIZA, con voz sorda:
Al agua de la vida.
LA EMPERATRIZ:
¡Contéstame!
Inspirada de pronto.
¡Al umbral de la muerte! Así decía la llamada. ¡Contéstame! Tú conoces lo secreto y conoces el caso. ¡Contéstame!
La nodriza calla.
LA EMPERATRIZ:
¿Te callas con mala intención? ¿Quieres empeñarte en oscurecerme el sentido? ¡Hay claridad en mí! ¡Hay claridad ante mí!
Apasionadamente.
¡Tengo que ir con él! Agua de la vida, tengo que sentirla y rociarlo con ella. Agua de la vida, ¿es sangre de estas venas? ¡Fluye hacia allí para que yo lo despierte!
Se vuelve decidida hacia la entrada.
LA NODRIZA se arroja ante ella, la coge por las vestiduras:
¡Apiádate! ¡Te apresarás en miles de redes, fantasmagorías, engaño espantoso! Agua de la vida, horribles falsas apariencias —si tuviera que dar mi sangre por ello, la apartaría de tu alma y de tu corazón. Un agua mana, en verdad, en las montañas; brillando asciende, columnas doradas desde el abismo. ¡Agua de la vida! Quien coloca sus labios en ella, uno de los nuestros, uno que desciende de espíritus, sorberá en sí, sin más salvación que la muerte, espantosamente indecible, una desgracia satánica.
La emperatriz ha pisado el escalón más alto.
LA NODRIZA, llena de pánico:
¿No me oyes? ¡Tremendo es Keikobad! ¡Qué sabes tú de él! ¡Tú eres su criatura y te has entregado a la mano humana y has desperdiciado tu corazón con uno de los corrompidos! De forma tremenda te castigará si caes en sus manos. Pues no conoce mayor abominación que ésta: ¡que uno juegue con los odiados y se mezcle con los malditos! ¡Dolor para aquella que te trajo al mundo e inoculó la nostalgia de los hombres en tu corazón!
LA EMPERATRIZ, transfigurada, decidida:
De nuestros hechos sale un juicio, de nuestros corazones surge la llamada de la trompeta que nos invita.
Decidida, estirando la mano contra ella, rogando:
Nodriza, me separo de ti para siempre. Tú sabes poco de lo que los hombres necesitan. El destino del misterio de su corazón está oculto para ti.
Muy ceremoniosa y grandilocuente.
A qué precio pagan todo, cómo se renuevan a partir de grandes culpas, igual que el Fénix, se elevan siempre de la muerte eterna a la vida eterna —apenas lo intuyen ellos—, para ti es desconocido. Yo soy una de ellos.
Poderosa.
¡No me eres útil para nada!
Se acerca a la puerta, que se abre sin ruido, entra, la puerta se cierra.
LA NODRIZA quiere seguirla, pero no se atreve a entrar en la zona, dudosa, en la escalera:
¿Lo que necesitan los hombres? El engaño es su alimento, lo que ellos ambicionan. ¡Si ella misma se engaña, maldita sea! La eterna aspiración, hacia delante, el vacío, la ambiciosa locura mezclada con miedo, derramada en el alma cristalina de mi niña. ¡Maldición sobre ella!
Anochece, una niebla rojiza se hace notar.
LA VOZ DE BARAK EN EL VIENTO:
¡Ay!
LA VOZ DE LA MUJER DE OTRA PARTE:
¡Ay!
LA VOZ DE BARAK:
¡Ojalá te encontrara!
LA VOZ DE LA MUJER, quejumbrosa:
¡Oh, mi amado!
LA VOZ DE BARAK:
¡No tengas miedo de nada! ¡Mira, mira!
LA VOZ DE LA MUJER, al mismo tiempo:
¡Encuéntrame, mátame!
AMBOS:
¡Ay, dolor, dolor, dolor!
LA NODRIZA:
¡Hombres! ¡Hombres! ¡Cómo los odio! ¡Pululantes como anguilas, gritando como águilas, deshonrando la tierra! ¡Muerte para ellos!
BARAK, entrando en la niebla, por la derecha:
Busco a mi mujer que huye de mí.
Reconoce a la nodriza, Heno de miedo, violento, casi quejándose.
¿No la has visto, oh, tía mía?
LA NODRIZA señala arriba a la izquierda:
¡Hacia allí! ¡Hacia allí! ¡Te ha maldecido en la muerte! ¡Castígala, véngate, rápido!
BARAK va a la izquierda, hacia arriba:
¡Hacia ella! ¡Hacia ella!
LA MUJER aparece, por la izquierda, muy abajo:
¡Oh, tú! ¡Oh, tú! ¿Dónde está mi marido? ¡Oh, tú, quiero ir con él!
LA NODRIZA señala a la derecha:
¡Hacia allí enfrente! Para matarte con sus manos. ¡Sálvate, huye!
LA MUJER se dirige apresurada hacia la derecha, en la noche y tremendamente decidida:
¡Barak! ¡Aquí! ¡Blande tu espada! ¡Mátame, rápido! Desaparece por la derecha, anochece.
LA NODRIZA:
¡Ay, mi niña, entregada, fantasmagorías ante sus ojos, trampas y cuerdas ante su pie! ¡Ha entrado! ¡Bebe! ¡La líquida perdición dorada salta en los labios, se agita! ¡Su cara tiembla tremendamente, un grito humano sale dificultosamente de la garganta herida! ¡En su ayuda! ¡Aunque tuviera que morir! ¡Keikobad!
Quiere entrar por la puerta.
UN MENSAJERO sale por la puerta, férreo:
¡El nombre del señor! Perra, ¿a quién alzas tú la voz? ¡Fuera, fuera del umbral! ¡Largo de aquí, para siempre!
LA NODRIZA, como loca de excitación:
¡Tú mismo, mensajero, me la has confiado! ¡Durante tres días! La he cuidado, he discutido con ella, me alejó de su lado, no me conoce ya. ¡Keikobad! ¡Tiene, que oírme!
Quiere pasar ante él.
EL MENSAJERO le cierra el camino, férreo:
¡Ella está ante él! ¿Quién te necesita? Nadie. ¡Busca tu camino!
LA NODRIZA:
¡Keikobad! Tu servidora te grita. Castígala, pero no la eches sin haberla escuchado. Entregada a mi cuidado, te pregunto. ¡Keikobad!
La niebla penetra, se hace cada vez más densa, la borrasca y la tormenta crecen en intensidad. Cada vez oscurece más. En la tormenta resuenan las voces de los tintoreros, que en vano se llaman y se buscan.
Al mismo tiempo.
EL MENSAJERO, poderoso, con un asomo de burla:
¿Quién eres tú para osar llamarle? ¿Qué sabes de su voluntad y cómo él le ha impuesto a ella la prueba? Si te mandó cuidar de la criatura, ¿quién te ha hecho saber si no quería que se escapase de tu lado?
Cada vez más tremendo.
Y, sin embargo, echarte en cara eternamente que tú no supiste cuidarla.
BARAK, invisible:
¡Oh, tú!
LA MUJER, invisible:
¡Oh, tú!
BARAK:
¿Dónde estás?
LA MUJER:
¿Dónde estás?
BARAK:
¡No huyas!
LA MUJER:
¡Encuéntrame!
BARAK:
¡Ven hacia mí!
LA MUJER:
¡Ven hacia mí!
BARAK:
¡Verte respirar, vivir!
LA MUJER:
¡Darte hijos, bienes!
BARAK:
¡Ay, perdido!
LA MUJER:
¡Ay, equivocada!
BARAK:
¡Estas manos!
LA MUJER:
¡Ay, demasiado joven!
BARAK:
¡Entregado a ti para deleitarte!
LA MUJER:
¡Amando e inclinándome servicial ante ti!
BARAK:
¡Ay, perdido!
LA MUJER:
¡Ten piedad!
BARAK:
¡Morir, morir!
LA MUJER:
¡Ay, pobres de nosotros!
BARAK:
Confiada a mí, para que yo te cuidara y te llevara con estas manos.
LA NODRIZA:
¡Aunque él me azote con su ira, quiero ir con ella!
MENSAJERO:
¡Con su ira te azotará, para que tú no puedas ver nunca más su cara!
LA NODRIZA:
¡Ay, niña mía! ¡Perdida para mí! ¡Maldición y perdición sobre los hombres, fuego corrosivo en su esqueleto!
EL MENSAJERO, burlón:
¡Andar perdida entre los hombres es tu destino! Vivir con los que odias, mezclarte con su aliento para siempre.
LA NODRIZA, como si no estuviera en sus cabales: ¡Vivir con aquellos a los que odio, mezclarme con su aliento para siempre!
Lo empuja, queriendo pasar ante él.
EL MENSAJERO la coge con fuerza y la tira escalera abajo:
¡Venga, canoa, lleva a esta mujer, los montes de luna hacia abajo en dirección a los hombres!
LA NODRIZA:
¡Fuego corrosivo en su esqueleto!
La nodriza se derrumba en la canoa, la canoa se suelta y se dirige bruscamente hacia abajo. Su grito, penetrante, se pierde a lo lejos.
EL MENSAJERO, firme:
¡Consúmete, te sucede conforme a la ley!
Rayos, Truenos, Trompetas.
LA VOZ DE LOS TINTOREROS:
¡Morir, morir! ¡Ay, pobres de nosotros!
Manifiesta transformación.
Poco a poco se va haciendo la luz, pero no todavía con una claridad completa, el interior de un espacio con la apariencia de un templo.
Una hornacina, la del medio, está tapada.
La emperatriz, sola, va ascendiendo.
Espíritus servidores, llevando antorchas, salen a su encuentro, en la oscuridad todavía.
EL PRIMERO:
¡Sé temerosa!
EL SEGUNDO:
¡Ánimo!
EL TERCERO:
¡Cumple tu destino!
Desaparecen.
LAS VOCES DE LOS HOMBRES entran desde fuera, pero cada vez debilitándose más, como si se cerraran puertas:
¡Ay, perdidos! ¡Ten compasión! ¡Morir, morir! ¡Ay, pobres de nosotros!
LA EMPERATRIZ, dirigiéndose a la hornacina cubierta:
¿Padre, eres tú? ¿Me amenazas desde la oscuridad? ¡Aquí mira a tu hija! He aprendido a entregarme, pero no he conseguido sombra alguna. Ahora muéstrame el sitio que me corresponde entre los que tienen una sombra.
Un surtidor de agua dorada asciende brillando desde el suelo.
LA EMPERATRIZ retrocede un paso:
No necesito una bebida dorada, agua de la vida, para reconfortarme. Hay amor en mí, que es más.
VOZ DESDE ARRIBA:
¡Bebe pues, tú, amante, de esta agua! ¡Bebe y la sombra que era de la mujer será tuya, y tú serás como ella!
LA EMPERATRIZ:
¿Y qué será de ella?
LA VOZ DE LA MUJER, fuera:
¡Barak!
LA VOZ DE BARAK, fuera:
¿Dónde estás?
LA VOZ DE LA MUJER:
¡Ay!, ¿dónde?
LA VOZ DE BARAK:
¡Ven hacia mí!
LA VOZ DE LA MUJER:
¡Ay, en vano!
LA VOZ DE BARAK:
¡Ay! ¡Perdida!
LA EMPERATRIZ:
¡La voz de Barak! ¡La mirada de Barak! ¡Mi culpa aquí y allí, allí y aquí!
El agua cae lentamente.
Estremeciéndose:
Apelé a nombres de estrellas para permanecer limpia de culpa humana. ¡Hay sangre en el agua, no bebo!
El agua se sumerge lentamente.
¡Sin embargo no he de retroceder! Mi sitio está aquí, en este mundo. Aquí me hice culpable y aquí pertenezco yo. Allí, donde tú siempre te escondes en la oscuridad, en mi corazón hay una luz para descubrirte, ¡Quiero mi juicio! ¡Muéstrate, padre! ¡Muéstrate, mi juez!
La luz detrás de la cortina se hace cada vez más intensa, finalmente su intensidad es tal que la cortina se transforma en un velo transparente. En la hornacina, brillantemente iluminada, está sentado, en el trono de piedra, el emperador. Está rígido y petrificado, solamente sus ojos parecen tener vida.
LA EMPERATRIZ (recitado):
¡Ay! ¡Lástima de mí! Mi amor rígido, enterrado con vida en su propio cuerpo, cumplida la maldición; la culpa inocente de mi ser, castigada en él, porque él ha amado mi secreto en exceso, por él que me eligió, sacrificado su amante corazón, sin piedad, a mi secreto. Sin desatar el nudo de mi alma por mano humana. Rígida ahora la mano que no lo liberó, petrificado su corazón por mi dureza. ¡Mi destino, su culpa, mi culpa, su destino! ¡Ay de vosotras estrellas, esto es lo que infligís a los hombres!
Se acerca llena de desesperación al petrificado.
¡Morir contigo, despierta, despierta! ¡Ojo con ojo, boca con boca, unida a ti, déjame morir!
Quiere adelantarse para abrazar al petrificado, pero no se atreve.
Cuando retrocede, hacia un lado, llena de miedo por la mirada dirigida a ella, la siguen los ojos del emperador.
LA EMPERATRIZ, tremendamente atormentada:
¡Esa mirada, no! ¡No puedo ayudar, no puedo!
Se desploma, tapándose los ojos con las manos. La estatua brilla con una luz intensa, los ojos, en muda súplica, dirigidos a la emperatriz.
VOCES NO TERRENAS, retumbando sordamente desde los abismos:
¡La mujer no posee sombra alguna, el emperador tiene que convertirse en piedra!
La estatua se oscurece como si fuera plomo. Ante sus pies se levanta, como antes, la dorada agua reluciente.
VOZ DE ARRIBA:
¡Exclama: yo quiero, y la sombra de aquella mujer será tuya! ¡Y éste se levantará, volverá a la vida y se irá contigo! ¡Y para demostrarlo inclínate y bebe!
LA EMPERATRIZ, en tremenda lucha, mientras yace en el suelo (recitado):
¡No me tientes, Keikobad! ¡Soy tu criatura! ¡Déjame morir antes de que me rinda!
LA VOZ DE BARAK, fuera:
¡En ningún lugar hay ayuda alguna!
LA VOZ DE LA MUJER:
¡Ay dolor! ¡Morir!
LA EMPERATRIZ se levanta apoyándose en la rodilla, de sus labios se escapa un grito lastimero y quejumbroso, en cuyos intervalos las palabras
¡Yo… no… quiero!
son perceptibles. Tan pronto como estas palabras se hacen perceptibles, se sumerge el agua; la estancia, después de una corta oscuridad, se ilumina desde arriba. La emperatriz, que se ha levantado, como si estuviera inconsciente, del suelo, proyecta una bien perfilada sombra sobre el suelo de la habitación. El emperador se levanta de su trono y se prepara para bajar las escaleras.
EL EMPERADOR:
«Cuando el corazón de cristal se rompe en un grito los no nacidos se apresuran a ir hacia allí como brillo de estrellas. La esposa mira al esposo, de ella se desprende una sombra humana, de la cadera, la cabeza y el cabello. ¡Al muerto le está permitido levantarse de la sepultura de su propio cuerpo! ¡Los mensajeros celestiales se apresuran a descender desde el aire!»
Así se me cantó a mí cuando estaba agonizando. ¡Ahora ya puedo vivir de nuevo! Ya llega el cortejo celestial con sus cantos y sus vuelos.
La luz que desciende de la cúpula se hace cada vez más intensa.
Ahora llegan abajo, desde arriba, las voces de los no nacidos.
UNO SOLO:
¡Oíd, queremos decir: «padre»!
OTROS:
¡Oíd, nosotros queremos exclamar «madre»!
ALGUNOS:
¡Subid!
OTROS:
¡No, descended! ¡Todos los escalones conducen a nosotros!
LA EMPERATRIZ señalando hacia arriba:
¿Son acaso los querubines que alzan su voz?
EL EMPERADOR, desde el tramo inferior:
Ellos son los no nacidos, que ahora se precipitan a la vida, con alas de aurora, hacia nosotros, hacia los casi perdidos: hacia nosotros se dirigen esos fuertes, como brillo de estrellas.
Te has superado a ti misma. ¡Ahora los mensajeros celestiales liberan al padre y a los hijos, a los no nacidos! ¡Nos han encontrado y se apresuran a venir hacia aquí!
Ha descendido del último peldaño. La emperatriz quiere dirigirse a él, señalando hacia arriba, desde donde cae una luz cada vez más clara; un sonido argentino preludia el canto de los no nacidos; ella cae de rodillas. Los no nacidos empiezan a cantar. El emperador y la emperatriz esconden cada uno la cara en las manos.
LOS NO NACIDOS, desde arriba:
¡Oíd, os mandamos que luchéis y sufráis para que nuestra vida sea magnífica! ¡Lo que vosotros pacientemente padecisteis en la prueba ha sido refundido para nosotros en coronas brillantes!
El emperador y la emperatriz se han levantado mirando con arrobo hacia arriba.
LA EMPERATRIZ, mientras sus manos y las del emperador se rozan:
¡Ángeles son, que hablan de sí mismos! ¡Su fortaleza nos servirá de ayuda! ¡No nacidos, abandonados, sin ancla, sin meta! ¡Yo soy, yo soy la que ha sido entregada a ti!
EL EMPERADOR:
En ningún lugar hay tranquilidad para yacer en calma, en ningún lugar un ancla, en ningún lugar un puerto, aquí no hay nada, solamente para levantar el vuelo hay un lugar en cada lugar. ¡Cómo nos rodean llamándonos! ¡Tú eres, tú eres la que me ha sido entregada!
Se mantienen abrazados. Nubes claras los rodean.
Metamorfosis
Un hermoso paisaje escarpado se destaca. En medio, una cascada de agua dorada que se precipita por un abismo. El emperador y la emperatriz se hacen visibles por encima del salto de agua, descendiendo de las alturas.
LA TINTORERA, viniendo de la izquierda, por un sendero estrecho:
¡Si no me encuentra su amor, que me encuentre el juicio, él con la espada!
Se adelanta hacia el abismo.
BARAK, en la parte de enfrente:
¡Párate, te encontraré, te rodearé de forma protectora, tú, eterna compañera!
Mientras que él la ve, y ella le extiende las manos, cae su sombra a lo largo del abismo.
BARAK, jubiloso:
¡Sombra, tu sombra, me llevará a ti!
LA MUJER:
La esposa hacia el esposo, el único para mí.
LOS NO NACIDOS, desde arriba:
¡Madre, tu sombra! ¡Mira qué hermosa! ¡Mira a tu esposo dirigirse hacia ti!
En ese momento cae en vez de la sombra un puente dorado sobre el abismo.
Barak y la mujer pisan el puente y se abrazan.
El emperador y la emperatriz han aparecido arriba, justo a la orilla del abismo.
Se vuelven hacia abajo, los otros dos dirigen su vista hacia arriba, mirándolos.
BARAK:
Ahora quiero alegrarme como nadie se ha alegrado, ahora quiero trabajar como nadie lo ha hecho, pues hacia mí se extienden manos, ojos brillantes, bocas infantiles y yo estoy henchido de fuerza divina.
EL EMPERADOR, señalando hacia abajo a los dos y todavía mucho más abajo al mundo de los humanos:
¡Solamente desde la lejanía era confusamente inquietante, oye ahora con atención, ese sonido es humano! Sonidos emotivos son los que acoges en ti. ¡Hermanos confidentes!
EL CORO INVISIBLE, interrumpiendo lleno de alegría:
¡Hermanos confidentes!
AMBAS MUJERES, hablando entre ellas:
Elegidas ambas para proyectar sombras, acercadas ambas en probadas llamas. ¡Cerca del umbral de la muerte, asesinadas para asesinar, convertidas en madres de hijos dichosos!
Cae el telón que oculta las figuras y el paisaje.
LA VOZ DE LOS NO NACIDOS en la orquesta:
¡Padre, a ti no te amenaza ya nada! mira, desaparece ya, madre, lo temible que os confundía. Si hubiera una fiesta, ¡no seríamos los invitados en secreto sino, al mismo tiempo, también los anfitriones!
Telón.