DECIMOTERCER CAPÍTULO

Sobre castigo y recompensa

El Snusmumrik remó un buen rato sin decir nada. El Mumintroll veía la acogedora silueta de su sombrero contra el cielo de la noche y de las bocanadas de humo de la pipa que se alzaban en el aire calmado.

Ahora todo irá bien, pensó.

Los gritos y aplausos que dejaban atrás eran cada vez más débiles y al final sólo se oían los golpes de remo.

Las playas desaparecían en una línea de oscuridad.

En realidad, ninguno de los dos tenía ganas de hablar. Todavía. Tenían tiempo de sobra; el verano los esperaba largo y lleno de promesas. Ahora, su encuentro dramático, la emoción de la noche y la huida, eran más que suficientes y no lo podían estropear. Y continuaron haciendo un arco hacia la playa otra vez.

El Mumintroll comprendió que el Snusmumrik intentaba despistar a sus perseguidores. El silbato del Hemul sonaba estridente en la oscuridad, y era respondido por otros.

Cuando la barca se deslizó por entre los juncos debajo de los árboles, salió la luna llena.

Ahora escúchame atentamente, dijo el Snusmumrik.

Sí, dijo el Mumintroll mientras el espíritu de aventura le atravesaba el cuerpo con un zumbido de alas.

Vuelve con los demás, dijo el Snusmumrik. Llévate al Valle de los Mumin a todos los que quieran volver a casa y después vuelve aquí. Que no se lleven ningún mueble. Y tenéis que daros prisa antes de que los hemules pongan guardias en el teatro. Los conozco. No te demores por el camino y no tengas miedo. Las noches de junio nunca son peligrosas.

Sí, dijo obediente el Mumintroll.

Esperó un poco, pero cuando vio que el Snusmumrik no decía nada más se bajó de la barca y se puso a caminar de vuelta por la playa.

El Snusmumrik se sentó en la bancada de popa y quitó la ceniza de la pipa con unos golpecitos. Se inclinó y miró debajo de las ramas de los árboles. El Hemul mantenía el rumbo fijo hacia allí. Era bien visible a la luz de la luna.

El Snusmumrik se rió despacio y comenzó a llenar la pipa.

Por fin el agua había comenzado a descender. Poco a poco, con la claridad del sol, volvieron a aparecer las limpias playas y los verdes valles. Los árboles fueron los primeros en salir. Agitaban sus coronas medio dormidas sobre la superficie del agua y estiraban las ramas para comprobar que todavía lo conservaban todo después de la catástrofe. Las que se habían roto se apresuraron a sacar brotes nuevos. Los pájaros encontraban sus antiguos sitios de dormir y más arriba, en las pendientes donde el agua ya se había retirado, la gente extendía la ropa de cama sobre la hierba para que se secara.

En cuanto el agua comenzó a descender, todo el mundo empezó a volver a casa. Remaban o iban a vela, día y noche, y cuando el agua hubo desaparecido por completo continuaron a pie hasta llegar a los lugares donde habían vivido antes.

A lo mejor habían encontrado sitios nuevos y mucho mejores mientras el valle había sido un lago, pero, igualmente, les gustaban más los de antes.

Cuando la madre del Mumintroll estaba sentada al lado de su hijo en la bancada de popa con la maleta en el regazo, no pensó en absoluto en los muebles del salón que había tenido que dejar en casa de Emma en el teatro. Pensaba en su jardín y se preguntaba si el mar habría rastrillado los caminitos de arena tan bien como lo hacía ella.

La madre comenzó a reconocer el lugar. Remaron a lo largo del paso de las Montañas Solitarias y sabía que detrás del siguiente meandro podría ver la roca que vigilaba la entrada al Valle de los Mumin.

¡Llegamos a casa, a casa, a casa!, cantaba la Pequeña My en el regazo de su hermana.

La señorita Snork estaba sentada en la proa y miraba el paisaje acuático que había debajo. Ahora la barca se deslizaba por encima de un prado y, a veces, las flores frotaban la quilla. Amarillas, rojas y azules se asomaban por el agua y estiraban el cuello en busca de la luz del sol.

El padre del Mumintroll remaba con golpes lentos e iguales.

¿Creéis que el porche estará por encima del nivel del agua?, preguntó.

Mientras lleguemos hasta allí…, dijo el Snusmumrik lanzando una mirada para comprobar por detrás del hombro.

¡Madre mía!, dijo Papá Mumin, ¡hemos dejado atrás a los hemules hace mucho rato!

No estés tan seguro, dijo el Snusmumrik.

En medio de la barca se veía un bulto extraño debajo de un albornoz. Se movía. El Mumintroll toqueteó con cuidado la cabeza del bulto.

¿No sales un poco a la luz del sol?, preguntó.

No, gracias, aquí estoy tan bien…, contestó una voz suave debajo del albornoz.

No debe de tener aire, dijo Mamá Mumin preocupada. ¡Ya lleva tres días sentada así!

Los hemules pequeños son tan temerosos…, explicó susurrando el Mumintroll. Creo que está haciendo ganchillo. Entonces se siente más segura.

Pero la hemulita en absoluto estaba haciendo ganchillo. Estaba escribiendo trabajosamente en un cuaderno de tapas de hule negro. Está prohibido, escribía. Está prohibido, está prohibido, está prohibido. Cinco mil veces. Se ponía contenta llenando las hojas con aquello.

Qué agradable es ser buena, pensó sosegada.

Mamá Mumin abrazó la patita del Mumintroll. ¿En qué estás pensando?, le preguntó.

Estoy pensando en los crios del Snusmumrik, respondió el Mumintroll. ¿De verdad van a ser todos actores?

Algunos, contestó la madre. Los que no tengan talento serán adoptados por la Filifjonka. No puede vivir sin familia, ¿sabes?

Van a echar de menos al Snusmumrik, dijo melancólico el Mumintroll.

A lo mejor al principio, dijo la madre. Pero él piensa ir a visitarlos cada año y les escribirá cartas por sus cumpleaños. Con fotos dentro.

El Mumintroll asintió con la cabeza.

Está bien, dijo. Y el Homsa y la Misa… ¿Viste qué contenta se puso la Misa cuando le dijeron que se podía quedar en el teatro?

Mamá Mumin se rió.

Sí, la Misa estaba feliz. Hará dramas toda su vida y se disfrazará de personajes diferentes. Y el Homsa será el director de escena e igual de feliz que ella. ¿No es agradable cuando tus amigos consiguen lo que más quieren?

Sí, dijo el Mumintroll. Infinitamente agradable.

En ese momento la barca se detuvo.

Nos hemos encallado en la hierba, dijo Papá Mumin con el hocico asomado por encima de la borda. Ahora tendremos que vadear.

Todo el mundo se bajó de la barca y continuaron el camino vadeando.

La hemulita se escondió debajo del vestido algo que, sin duda, guardaba con mucho cuidado, pero nadie le preguntó qué era.

Era pesado caminar, porque el agua les llegaba hasta la cintura. Pero el fondo era agradable; hierba blanda sin piedras. De vez en cuando, el suelo se elevaba y surgían matas de flores en la superficie, como islas paradisíacas.

El Snusmumrik iba el último. Estaba más callado que de costumbre. Todo el rato miraba a su alrededor y escuchaba.

¡Me comeré tu viejo sombrero si no se han quedado atrás!, dijo la hija de la Mymla.

Pero el Snusmumrik sólo meneaba la cabeza.

Ahora el paso se estrechaba. Por la ceñida entrada entre las paredes de las montañas se vislumbraba el verde apacible del Valle de los Mumin. Un tejado con una bandera ondeando alegremente…

Ya se veía otro meandro en el río y el puente pintado de azul. ¡Los jazmines ya estaban en flor! Vadeaban con tanta fuerza que el agua corría a su alrededor y hablaban animados de todo lo que iban a hacer cuando llegaran a casa.

De repente, un silbido chirriante cortó el aire como un cuchillo.

En un instante el paso se llenó de hemules, delante de ellos, detrás, por todas partes.

La señorita Snork escondió la cabeza detrás del hombro del Mumintroll. Nadie dijo nada. Era tan horrible llegar casi hasta casa y después ser atrapado por la policía.

El Hemul se les acercó vadeando y se detuvo delante del Snusmumrik.

¿Y bien?, dijo.

Nadie respondió.

¿Y bien?, dijo el Hemul otra vez.

Entonces, la hemulita vadeó lo más rápido que pudo hasta donde estaba su primo, saludó con una reverencia y le alcanzó un cuaderno de tapas de hule negro.

El Snusmumrik se arrepiente y pide perdón, dijo tímidamente.

Yo no he…, dijo el Snusmumrik.

El gran hemul le hizo callar con una mirada y abrió el cuaderno. Empezó a contar. Contó durante mucho rato. Mientras contaba, el agua les descendió hasta los pies. Al final el Hemul dijo:

Es correcto. Aquí pone «está prohibido» cinco mil veces.

Pero…, dijo el Snusmumrik.

No digas nada, por favor, le pidió la hemulita. Me lo he pasado muy bien, ¡muy, muy bien!

¡Pero… los carteles!, dijo su primo.

¿No puede colgar algunos alrededor de mi huerta?, preguntó Mamá Mumin. Por ejemplo «Se ruega a las criaturitas que dejen un poco de lechuga».

Claro que sí… eso también servirá, dijo el Hemul perplejo. Bueno, pues entonces os tendré que soltar. ¡Pero no lo volváis a hacer!

No, respondieron obedientes.

Y tú vuelves a casa, ¿no?, continuó el Hemul mirando a su primita con severidad.

Sí, si no estás disgustado conmigo, contestó ella.

Volviéndose hacia la familia Mumin dijo:

Muchísimas gracias por eso del ganchillo. Os enviaré las pantuflas en cuanto estén listas. ¿A qué dirección las mando?

Basta con Valle de los Mumin, dijo Papá Mumin.

El último tramo lo hicieron corriendo. Cruzaron la cuesta, por entre las lilas, directos hasta la escalera. Allí, la familia mumin se detuvo y, con un gran suspiro de alivio y ya seguros, se quedaron quietos disfrutando de la sensación de estar en casa. Todo volvía a ser como antes.

La barandilla del porche hecho de marquetería no se había estropeado. El girasol seguía en su sitio. El barril de agua, también. Y la hamaca se había descolorido con la ola, de manera que por fin tenía un color bonito. Sólo un charco de agua reflejaba todavía el cielo, un sitio perfecto para que la Pequeña My se bañara.

Era como si no hubiera pasado nada y como si ningún peligro pudiera volver a ocurrirles.

Pero los caminitos del jardín estaban llenos de caracolas y alrededor de la escalera había una corona de algas rojas.

Mamá Mumin miró arriba hacia la ventana del salón.

Cariño, no entres todavía, dijo Papá Mumin. Y si lo haces, cierra los ojos. Voy a hacer unos muebles de salón nuevos y tan parecidos a los otros como pueda. Con lazos y felpa roja y todo eso.

No necesito cerrar los ojos, contestó contenta Mamá Mumin. Lo único que voy a echar de menos es un escenario giratorio de verdad. ¡Y esta vez les pondremos una felpa multicolor!

Por la noche, el Mumintroll fue al lugar de acampada del Snusmumrik para darle las buenas noches.

El Snusmumrik estaba sentado fumando en la orilla del río.

¿Tienes ya todo lo que necesitas?, le preguntó el Mumintroll.

El Snusmumrik asintió.

Todo, todo, dijo.

El Mumintroll husmeó en el aire.

¿Has cambiado de tabaco?, preguntó. Me recuerda un poco a las frambuesas. ¿Es una nueva marca?

No, respondió el Snusmumrik. Pero sólo lo fumo los domingos.

Claro, dijo sorprendido el Mumintroll. Hoy es domingo. Bueno, hasta la vista, ¡me voy a dormir!

¡Adiós, adiós!, dijo el Snusmumrik.

El Mumintroll continuó hasta el pott marrón de detrás de los árboles donde ataban la hamaca. Miró el agua. Sí, las joyas seguían allí.

Y se puso a buscar entre la hierba.

Tardó un rato antes de encontrar el barquito de corteza. El estay trasero se había enrollado en una hoja, pero no se había roto. Incluso la pequeña escotilla estaba en su sitio sobre la bodega de carga.

El Mumintroll volvió a través del jardín hasta la casa. La tarde era fresca y suave y las flores húmedas olían más que nunca.

Su madre estaba esperando en la escalera.

Tenía algo en la patita y parecía contenta.

¿Adivinas lo que es?, dijo.

¡Es la yola!, dijo el Mumintroll y se puso a reír. No porque ocurriese nada divertido, sino simplemente porque se sentía tremendamente feliz.