DUODÉCIMO CAPÍTULO

Sobre un estreno apasionante

Mientras la hemulita invitaba a té en su casa, los carteles del teatro seguían revoloteando por encima del bosque. Uno de ellos descendió lentamente en un claro y se quedó pegado en un tejado recién alquitranado.

Veinticuatro niños y niñas se subieron instantáneamente al tejado para recoger el cartel. Todos y cada uno querían ser el que le entregara la hoja del programa al Snusmumrik, y como era de papel muy fino enseguida se convirtió en veinticuatro hojitas diminutas del programa (algunos trozos incluso se cayeron por la chimenea y se quemaron con el fuego).

¡Te ha llegado una carta!, gritaban los niños del bosque abalanzándose, saltando y rodando por el tejado hasta el suelo.

¡Diantre de niños!, dijo el Snusmumrik, que les estaba lavando los calcetines en el guardacantón de la casa. ¿Os habéis olvidado de que hemos alquitranado el tejado esta mañana? ¿Queréis que os abandone, que me tire al lago o que os mate a palos?

¡Nada de eso!, gritaron los crios tirándole del abrigo. ¡Tienes que leer tu carta!

Tus cartas, querréis decir, dijo el Snusmumrik limpiándose la espuma del jabón en el pelo del niño más cercano. Vaya, vaya. Qué carta tan interesante puede haber sido ésta. Esparció los papelillos arrugados sobre la hierba y trató de unir lo que quedaba del programa.

¡Léelo en voz alta!, gritaron los niños.

Drama en un acto, leyó el Snusmumrik. Las chicas león o… (aquí parece que falta un trozo). Precio de entrada: cualquier cosa que se pueda comer… (ay, ay)… esta noche con la puesta de s… (puesta de sol)… si no hace viento ni llueve (eso se ve bien)… ra… rmir… (no, esto no se puede)… en el centro de la bahía de Granviken.

Bueno, dijo el Snusmumrik levantando la vista. Esto, mis pequeños monstruos, no es una carta, es un cartel de teatro. Por lo visto, alguien actúa esta noche en Granviken. Por qué se hará en el agua lo sabrá el protector de todos los animalitos, pero quizá será porque necesiten olas, por la trama.

¿Está prohibido para los niños?, preguntó el niño más pequeño del bosque.

¿Son leones de verdad?, gritaron los demás. ¿Nos vamos corriendo?

El Snusmumrik los miró y comprendió que tenían que ir al teatro.

A lo mejor puedo pagar con el cuenco de alubias, pensó preocupado. Si llega, porque nos hemos comido gran parte… Siempre y cuando no crean que los veinticuatro son hijos míos… me daría un poco de vergüenza. ¿Y qué les doy de comer mañana?

¿No estás contento de poder ir al teatro?, preguntó el más pequeño frotándole el hocico en el pantalón.

Tremendamente contento, hocico de seda, dijo el Snusmumrik. Y ahora intentaremos hacer que estéis limpios. Por lo menos más limpios que ahora. ¿Tenéis pañuelos?, porque es un drama.

No tenían.

Bueno, dijo el Snusmumrik. Os tendréis que sonar en las enaguas. O lo que sea que llevéis.

El sol casi había bajado hasta el horizonte cuando el Snusmumrik por fin hubo acabado con todos los pantalones y todos los vestidos. Naturalmente, todavía quedaba un montón de alquitrán, pero por lo menos se podía ver que había hecho un esfuerzo.

Muy excitados y solemnes se pusieron en camino hacia Granviken.

El Snusmumrik iba delante con el cuenco de alubias abrazado y detrás iban todos los niños y niñas de dos en dos, todos con la raya en medio bien hecha y que les iba desde las cejas hasta la cola.

La Pequeña My iba sentada en el sombrero del Snusmumrik y cantaba. Llevaba por encima una etiqueta de café, porque más tarde podría hacer frío.

Llegando a la playa, se podía percibir en el aire que había nervios de estreno. Toda la bahía estaba llena de barcas que remaban hacia el teatro.

La orquesta voluntaria de los hemules tocaba en una balsa debajo del proscenio, toda iluminada.

Era una noche apacible y bella.

El Snusmumrik alquiló una barca por dos puñaditos de alubias y se dirigió al teatro.

¡Mumrik!, dijo el niño mayor cuando estaba a mitad de camino.

¿Sí?, dijo el Snusmumrik. Tenemos un regalo para ti, dijo el niño del bosque ruborizándose muchísimo.

El Snusmumrik puso los remos en descanso y se sacó la pipa de la boca.

El niño mayor sacó algo arrugado y de un color impreciso que había estado escondiendo detrás de la espalda.

Es una tabaquera, dijo con poca claridad. ¡La hemos bordado entre todos en secreto!

El Snusmumrik tomó el regalo y miró en el interior (era uno de los viejos gorros de la Filifjonka). Lo olió.

¡Son hojas de frambuesa para fumar los domingos!, gritó orgullosa la más pequeña.

Es una tabaquera extraordinaria, dijo el Snusmumrik complacido. Y el tabaco es perfecto para los domingos.

Les dio la mano a todos los niños y las niñas dándoles las gracias.

Yo no he bordado nada, dijo la Pequeña My desde lo alto del sombrero. ¡Pero fue idea mía!

La barca se deslizó hasta debajo del proscenio del teatro y My arrugó sorprendida la nariz. ¿Todos los teatros son iguales?, preguntó.

Creo que sí, dijo el Snusmumrik. Cuando empiecen, correrán esas cortinas y después tendréis que estar muy callados. No os caigáis al mar si ocurre algo aterrador. Y cuando todo se haya terminado, tenéis que aplaudir con las patitas para mostrar que os ha gustado.

Los niños del bosque estaban inmóviles y con la mirada fija.

El Snusmumrik miró con atención a su alrededor, pero nadie se reía de ellos. Todo el mundo tenía los ojos clavados en el telón iluminado. Sólo un hemul mayor remó hasta ellos y les dijo:

La entrada, por favor.

El Snusmumrik levantó el cuenco de alubias.

¿Es por todos?, preguntó el Hemul y empezó a contar las criaturas.

¿No es suficiente?, dijo el Snusmumrik intranquilo.

Le doy el cambio, caballero, dijo el Hemul llenando de alubias hasta arriba el achicador. Lo justo es lo justo.

La orquesta dejó de tocar y todo el mundo aplaudió.

Se hizo un silencio absoluto.

Y en el silencio se oyeron tres golpes muy fuertes en el suelo detrás del telón.

Tengo miedo, susurró la niña más pequeña y se agarró a la manga del Snusmumrik.

Tú cógeme y verás como todo va bien, dijo el Snusmumrik. ¿Ves?, ahora corren la cortina.

El paisaje montañoso se mostró ante los paralizados espectadores.

A la derecha estaba sentada la hija de la Mymla con un tul de flores de papel.

La Pequeña My se inclinó por encima del ala del sombrero y dijo:

¡Que me maten si ésa no es mi vieja hermana!

¿Eres familiar de la hija de la Mymla?, le preguntó estupefacto el Snusmumrik.

Te he estado hablando de mi hermana todo el rato, dijo My aburrida. ¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho?

El Snusmumrik miraba el escenario. La pipa se le apagó. Vio a Papá Mumin salir por la izquierda y leer algo extraño sobre un montón de familiares y un león.

De repente la Pequeña My le saltó a la rodilla y dijo alterada:

¿Por qué está Papá Mumin enfadado con mi hermana? ¡No puede reñir a mi hermana!

Calla, calla, sólo es una obra de teatro, dijo como ausente el Snusmumrik.

Vio una dama gordita vestida de terciopelo rojo que decía que estaba muy contenta, pero al mismo tiempo parecía como si le doliera algo.

Alguien que él no conocía, gritaba todo el rato desde el fondo «noche decisiva».

Cada vez más sorprendido, el Snusmumrik vio salir a escena a la madre del Mumintroll.

¿Qué le pasa a toda la familia Mumin?, pensó. Vale que siempre hayan tenido sus ideas, ¡pero esto! Me imagino que ahora también saldrá el Mumintroll y empezará a declamar.

Pero el Mumintroll no apareció. En lugar de él apareció un león en escena y empezó a rugir.

Los niños del bosque se pusieron a gritar y estuvieron a punto de volcar la barca.

Esto es ridículo, dijo un hemul que llevaba gorra de policía y que estaba en la barca de al lado. No se parece en nada a aquella bonita obra que vi de pequeño. Una princesa que se durmió en un rosal. No entiendo nada de lo que quieren decir.

Ya, ya, ya, les dijo el Snusmumrik a sus crios aterrorizados. ¡El león no es más que una vieja colcha!

Pero no le creyeron. Ellos veían que el león perseguía a la hija de la Mymla por todo el escenario. La Pequeña My se desgañitaba gritando.

¡Salva a mi hermana!, gritaba. ¡Mata al león!

Y de repente dio un brinco inesperado al escenario, se abalanzó sobre el león y le mordió en la pata trasera con sus afilados dientecillos.

El león gritó y se rompió por la mitad.

Los espectadores vieron cómo la hija de la Mymla levantaba a la Pequeña My, que le daba besos en la nariz, y se dieron cuenta de que ya nadie hablaba en hexámetros, sino de manera normal. No tenían nada en contra, porque por fin podían entender de qué iba la obra de teatro.

Era sobre alguien a quien se lo había llevado una gran ola, había vivido cosas terribles y al final había logrado volver a casa. Y ahora todo el mundo saltaba de alegría y se iban a tomar café.

Ahora actúan mejor, dijo el Hemul.

El Snusmumrik se puso a subir al escenario a todos los niños del bosque.

¡Hola, Mamá Mumin!, gritó alegre. ¿No te podrías hacer cargo de éstos?

La obra era cada vez más divertida. Poco a poco, todo el público fue subiendo al escenario y participaron en la trama comiéndose el precio de la entrada, que se fue poniendo sobre la mesa del salón. La madre del Mumintroll se liberó de las incómodas faldas y corría de aquí para allá sirviendo café.

La orquesta comenzó a tocar la entrada de los Hemules.

Papá Mumin estaba radiante por el gran éxito y la Misa estaba igual de contenta que en el ensayo general.

De pronto, la madre del Mumintroll se paró en medio del escenario y se le cayó una taza al suelo.

Vuelve, susurró, y se hizo un gran silencio a su alrededor.

Unos golpes de remo se iban acercando poco a poco en la oscuridad. Un pequeño cascabel tintineaba.

¡Mamá!, gritó alguien. ¡Papá! ¡Vuelvo a casa!

Pero bueno, dijo el Hemul. ¡Mis propios prisioneros! ¡Atrapadlos enseguida, antes de que quemen el teatro!

La madre del Mumintroll había ido corriendo hasta el proscenio. Vio que al Mumintroll se le cayó un remo en el agua cuando le dio la vuelta a la barca. Desconcertado intentó remar con el otro, pero la barca sólo daba vueltas. En la popa había una hemulita delgada con cara de buena que gritaba algo que no le importaba a nadie.

¡Huid!, gritó Mamá Mumin. ¡La policía está aquí!

No sabía qué había hecho su mumintroll, pero estaba segura de que le gustaba.

¡Atrapad a mis prisioneros!, gritó el gran hemul. ¡Han quemado todos los carteles y han hecho que el vigilante del parque sea fosforescente!

El público, que por un momento había estado un poco sorprendido, comprendió ahora que la obra continuaba. Dejaron las tazas de café en la mesa y se sentaron en el proscenio a mirar.

¡Cogedlos!, gritó furioso el Hemul.

Los espectadores aplaudieron.

Espera un momento, dijo sosegado el Snusmumrik. Aquí debe de haber un malentendido. Porque fui yo quien arrancó los carteles aquéllos. ¿De verdad el vigilante es ahora fosforescente?

El Hemul se dio la vuelta y clavó la mirada en el Snusmumrik.

Lo barato que le va a salir al vigilante ése, decía el Snusmumrik despreocupado mientras se movía hacia el proscenio. ¡Ya no tendrá recibos de la luz! A lo mejor se puede encender la pipa él solo y cocerse huevos en la cabeza…

El Hemul no decía nada. Se iba acercando lentamente abriendo sus grandes patas para agarrar al Snusmumrik del cuello. Estaba cada vez más y más cerca, tomó carrerilla y al instante siguiente…

Se puso en marcha el escenario giratorio a una velocidad de infarto. Oyeron a Emma reírse, pero esta vez no con mala saña, sino triunfante y alegre.

De pronto todo pasaba tan deprisa que a los espectadores les costaba seguir el hilo. Todos perdieron el equilibrio y cayeron los unos encima de los otros mientras el escenario giratorio daba vueltas con ellos encima, y los veinticuatro niños del bosque se tiraron encima del Hemul agarrándose con los dientes a su uniforme.

El Snusmumrik hizo un salto de tigre por encima del proscenio y cayó en una de las barcas vacías. La barca del Mumintroll dio una vuelta de campana por la fuerte ola y la señorita Snork, la Filifjonka y la hemulita empezaron a nadar hacia el teatro.

¡Bravo! ¡Bravo! Dacapo[2]!, gritaban los espectadores.

Tan pronto el Mumintroll asomó el hocico por encima del agua, dio la vuelta y nadó hacia el barco del Snusmumrik.

¡Hola!, dijo cogiéndose a la borda. Estoy contentísimo de verte.

¡Hola, hola!, respondió el Snusmumrik. ¡Súbete y verás cómo se libra uno de la policía!

El Mumintroll se subió arrastrándose a la barca y el Snusmumrik comenzó a remar hacia la bahía con tanta fuerza que el agua corría por el estrave.

¡Adiós, criaturitas mías, y gracias por la ayuda!, gritó. ¡Y procurad seguir limpios y guapos y no subáis al tejado hasta que no se seque el alquitrán!

El Hemul logró por fin liberarse del escenario giratorio, de los niños del bosque y de los espectadores que lo vitoreaban y le lanzaban flores. Regañando se subió a una barca y empezó a perseguir al Snusmumrik.

Pero llegó demasiado tarde; el Snusmumrik había desaparecido en la noche. Todo se quedó raramente inmóvil.

Vaya, al final has venido, dijo Emma tranquila mirando a la mojada Filifjonka. ¡Pero no creas que el teatro es siempre un lecho de rosas!