SEGUNDO CAPÍTULO

Sobre cómo se bucea en busca del desayuno

Al fin llegó la mañana.

Se encendió como una raya de luz que se iba abriendo paso a lo largo del horizonte antes de atreverse a subir más alto.

Hacía un tiempo tranquilo y bueno.

Pero las olas formaban tremendos remolinos en las nuevas playas que nunca antes habían visto el mar. La montaña que escupía fuego y que había causado todo el lío ya se había calmado. Suspiraba cansada y sólo expulsaba, de vez en cuando, un poco de ceniza hacia el cielo.

A las siete sonó el despertador.

La familia Mumin se levantó enseguida y se abalanzaron hacia la ventana para mirar. Subieron a la Pequeña My al alféizar mientras la hija de la Mymla le sujetaba el vestido para que no se cayera. El mundo de fuera había cambiado.

El jazmín y la lila no estaban, el puente no estaba y el río tampoco.

Sólo un trozo del tejado de la leñera sobresalía del agua burbujeante. Allí había un pequeño grupo, seguramente era gente del bosque, que estaba tiritando agarrado al caballete del tejado.

Todos los árboles salían directamente del agua, y alrededor del Valle de los Mumin las cordilleras estaban hechas jirones y eran un hormiguero de islas.

Me gustaba más de la otra manera, dijo la madre del Mumintroll. Miró con los ojos entreabiertos el sol que salía de entre toda la miseria, rojo e inmenso como una luna de verano tardía.

Y sin café de la mañana, dijo el padre.

Mamá Mumin miró las escaleras del salón, que desaparecían bajo el agua inquieta. Pensó en su cocina. Se imaginaba yendo hasta la repisa de la campana donde estaba el tarro de café y se preguntó si se había acordado de ponerle la tapa. Suspiró.

¿Me zambullo a por él?, preguntó el Mumintroll, que había pensado lo mismo que ella.

No puedes aguantar la respiración tanto rato, querido hijo, dijo su madre preocupada.

Papá Mumin los miraba. A menudo he pensado, dijo, que alguna vez habría que contemplar las habitaciones desde el techo en lugar de desde el suelo.

Quieres decir…, dijo el Mumintroll entusiasmado.

Su padre asintió con la cabeza. Se metió en su cuarto y volvió con una barrena y una sierra delgada.

Estaban todos a su alrededor mirando interesados mientras trabajaba.

Seguramente a Papá Mumin le parecía terrible serrar un trozo de su propio suelo, pero, al mismo tiempo, muy satisfactorio.

Poco después, Mamá Mumin pudo contemplar por primera vez su cocina desde arriba. Hechizada clavó la mirada en un acuario verde claro tenuemente iluminado. Vislumbró la campana, la encimera y el cubo de la basura abajo en el fondo. Pero las sillas y la mesa flotaban de un lado para otro allá arriba, debajo del techo.

Tremendamente curioso, dijo Mamá Mumin y se puso a reír.

Se reía con tanta fuerza que tuvo que sentarse en la mecedora, porque le parecía tan refrescante ver su cocina de aquella manera…

¡Menos mal que vacié el cubo de la basura!, dijo secándose los ojos. ¡Y que me olvidé de traer leña!

Voy a bucear, mamá, dijo el Mumintroll.

Prohíbeselo, por favor, por favor, pidió la señorita Snork temerosa.

No, ¿por qué?, dijo la madre. Si a él le parece emocionante.

El Mumintroll estuvo quieto un rato mientras respiraba tan tranquilo como podía. Y luego se zambulló hacia la cocina.

Nadó hasta la despensa y abrió la puerta. Allí dentro el agua estaba blanca por la leche y había un poco de mermelada de arándano rojo por aquí y por allá. Unas hogazas de pan pasaron flotando por delante de él, perseguidas por un grupo de macarrones. El Mumintroll pescó el paquete de mantequilla, atrapó una hogaza de las blancas mientras pasaba y torció hacia la repisa de la campana en busca del tarro de café de Mamá Mumin. Después subió hasta el techo y tomó aire.

Pero, mira, ¡ que le había puesto la tapa!, dijo contenta su madre. Qué paseo más entretenido. ¿Puedes también hacerte con la cafetera y las tazas?

Nunca habían tenido un desayuno tan emocionante.

Escogieron una silla que no le había gustado nunca a nadie e hicieron leña para el café. Desgraciadamente el azúcar se había disuelto pero el Mumintroll, sin embargo, encontró un tarro de arrope. Su padre comió la mermelada directamente del tarro y la Pequeña My hizo un agujero con la barrena a través de una hogaza entera sin que a nadie le importara.

De vez en cuando el Mumintroll se zambullía para salvar algo nuevo de la cocina, y entonces el agua salpicaba en la habitación llena de humo.

Hoy no friego, dijo Mamá Mumin de buen humor. ¡Quién sabe!, a lo mejor ya no vuelvo a fregar nunca más. Pero, chicos, ¿no podríamos intentar subir los muebles del salón antes de que se estropeen?

Fuera el sol brillaba con más fuerza y la marejada se había calmado.

El grupo que estaba en el tejado de la leñera se fue reanimando poco a poco y empezaron a indignarse por el desorden de la naturaleza.

Algo así no pasó nunca en la época de mamá, dijo una señora ratón estirando la cola hacia arriba. ¡Nunca se habría permitido! Pero ahora los tiempos son diferentes y la juventud es muy desconsiderada.

Un animalito serio se acercó receloso a los demás y dijo:

No creo que haya sido la juventud quien haya provocado la gran ola. Seguramente somos demasiado pequeños en este valle como para hacer olas más grandes de las que se pueden hacer en un cubo, un pott o un lavamanos. O, ¿por qué no?, en un vaso de agua.

¿Me está tomando el pelo?, dijo la señora ratón levantando las cejas.

No, en absoluto, dijo el animalito serio. Pero he estado pensando y pensando toda la noche. ¡Cómo se puede formar una ola tan grande sin que haya viento! Me interesa, para que lo sepáis, y me parece que, o bien…

¿Y cómo se llama usted?, si se puede saber, interrumpió la señora ratón.

El Homsa, respondió el animalito sin enfadarse. Si tan sólo pudiésemos entender cómo ha sucedido, la gran ola resultaría de lo más natural.

¡Natural!, gimió una gorda y pequeña Misa. ¡El Homsa no entiende nada de nada! ¡Todo me ha salido mal, todo! ¡Anteayer alguien dejó una piña dentro de mi bota para reírse de mis grandes pies y ayer hubo un animalito hemul que pasó por delante de mi ventana riéndose de mala manera! ¡Y hoy, esto!

¿La gran ola es sólo para irritar a la Misa?, preguntó un animalito knytt impresionado.

Eso nunca lo he dicho, dijo la Misa a punto de llorar. ¿Quién iba a pensar en mí y hacer algo por mí? ¡Y mucho menos una gran ola!

A lo mejor aquella piña se cayó de un pino, propuso el Homsa con la intención de ayudar. Si es que era una piña de pino, claro. Si no, sería una piña de abeto. Si es que tu bota es lo bastante grande como para que quepa una piña de abeto.

Sé que tengo los pies grandes, murmuró amargada la Misa.

Sólo intento explicarlo, dijo el Homsa.

Es una cuestión de sensibilidad, dijo la Misa. ¡Y no se puede explicar!

No, no, dijo el Homsa abatido.

La señora ratón se había peinado la cola y fijó ahora su interés en la casa de los Mumin.

Están salvando los muebles, dijo estirando el cuello. (La funda del sofá está estropeada, puedo ver). ¡Y han desayunado! ¡Dios mío, lo que algunos son capaces de hacer! La señorita Snork se está peinando. (Mientras nosotros nos ahogamos). Sí, dios me ampare. ¡Ahora van a sacar el sofá al tejado para que se seque! ¡¡¡Ahora izan la bandera!!! ¡Por mi eterna cola, hay algunos que creen ser algo!

La madre del Mumintroll, inclinada sobre la barandilla del halcón, gritaba los buenos días.

¡Buenos días!, gritó el Homsa entusiasmado. ¿Podemos haceros una visita? ¿O es demasiado temprano? ¿Vamos mejor por la tarde?

Venid ahora mismo, dijo Mamá Mumin. Me gustan las visitas mañaneras.

El Homsa esperó un rato hasta que un árbol lo bastante grande llegó flotando con las raíces al aire. Lo atrapó con la cola y preguntó:

¿Os venís a hacer una visita?

No, gracias, dijo la señora ratón. ¡Nosotros no! ¡No a una casa como ésa!

Yo no estoy invitada, dijo enfurruñada la Misa.

Vio al Homsa zarpar. El árbol empezaba a deslizarse. En una repentina sensación de abandono, la Misa dio un brinco indeciso y se agarró a las ramas. El Homsa la ayudó a subir sin decir nada.

Navegaron despacio hasta el techo del porche y entraron por una ventana.

Bienvenidos, dijo el padre del Mumintroll. Dejadme que os presente. Mi esposa. Mi hijo. La señorita Snork. La hija de la Mymla. La Pequeña My.

Misa, dijo la Misa.

Homsa, dijo el Homsa.

¡Sois tontos!, dijo la Pequeña My.

Es una presentación, explicó la hija de la Mymla. Ahora te estarás calladita, porque esto es una visita de verdad.

Hoy está todo un poco desordenado aquí en casa, se disculpó Mamá Mumin. Y el salón está bajo el agua, lamentablemente.

¡Oh!, no pasa nada, dijo la Misa. Desde aquí hay una vista tan bonita. También ha hecho un tiempo tranquilo y hermoso.

¿Eso te parece?, preguntó el Homsa sorprendido.

La Misa se ruborizó de repente. No pretendía burlarme, dijo. Pero me pareció que sonaba mejor.

Hubo una pausa.

Aquí se está un poco apretado, dijo tímida Mamá Mumin. Aunque es agradable variar. Es como si viera nuestros muebles de una manera totalmente nueva… ¡en particular cuando están del revés! Y el agua está tan caliente. Es que a nuestra familia le gusta mucho nadar.

Ah, ¿de verdad?, dijo la Misa con educación.

Hubo otra pausa.

De pronto se oyó un sonido tenue, como de un chorrito.

¡My!, dijo severa la hija de la Mymla.

Yo no he sido, dijo la Pequeña My. ¡Sólo es el mar, que entra por la ventana!

Tenía toda la razón. El agua estaba subiendo de nivel otra vez. Una pequeña ola salpicó sobre el alféizar. Y otra.

Y entonces cayó una cascada de agua sobre la alfombra.

La hija de la Mymla se metió rápidamente a su hermana en el bolsillo y dijo:

¡Menos mal que a esta familia le gusta nadar!