Agradecimientos
Estoy en deuda con muchos por la ayuda que me prestaron mientras escribía este libro. Tengo que mencionar a mis editores, Richard Beswick y Stephen Guise, en Londres, y Bill Thomas y Gerry Howard, en Nueva York. También al mejor de los agentes y excelente amigo, Patrick Walsh. No puedo olvidarme de Jamie Muir, por haber sido la primera en leer el manuscrito y por su generosa amistad y sus ánimos y consejos. A Caroline Muir, por haberme ayudado tanto cuando mi incapacidad para ser un pater familias estricto amenazaba con acabar conmigo. A Mary Beard, por salvarme de cometer más errores de los que soy capaz de enumerar. A Catharine Edwards, por lo mismo. A Lizzie Speller, por estar tan obsesionada por el tupé de Pompeyo como lo estaba yo mismo, y por toda su ayuda y todas las conversaciones que mantuvimos. A todos los de la British School en Roma, y a Hillary Bell, por no quejarse (demasiado) mientras la arrastraba a ver otra colección de monedas. Al personal de la London Library y a la biblioteca de la Society for the Promotion of Roman Studies. A Arthur Jarvis y Michael Symonds, porque fueron ellos los primeros en instruirme sobre los últimos tiempos de la República. Y, sobre todo, por supuesto, a mi amada esposa Sadie y a mi hija Katy, por ayudarme a mantener la cordura cuando para lo único que tenía yo tiempo era para los romanos: «Ita sum ab omnibus destitutus ut tantum requietis habeam quantum cum uxore et filiola consumitur.»