Capítulo 31
Encendieron una hoguera en el hueco formado por dos grandes fragmentos desprendidos de roca, en un resguardado rincón al abrigo del viento. Chee eligió cuidadosamente el lugar y después efectuó un recorrido para cerciorarse de que no se vería ninguna luz, ni siquiera un débil reflejo. El rubio se había alejado hacia la carretera de Bisti. Chee vio la luz de los faros, alejándose en aquella dirección. Observó cómo se desplazaba hacia el este hasta que, al final, la perdió de vista entre los copos de nieve. Lo más probable era que el rubio no regresara. No tenía ninguna razón para hacerlo. Pero tal vez lo hiciera.
Menos mal que, por lo menos, se habían librado del viento. Mary Landon se hallaba sentada frente a él, con la espalda apoyada en la roca vertical y las piernas enfundadas en unos pantalones vaqueros estiradas hacia adelante. Por encima de ellos, las ráfagas de viento silbaban alrededor de la cumbre de la loma. Entre aquellas paredes de rocas desprendidas, el viento sólo conseguía hacer parpadear un poco las llamas. Aun así, Mary se estremeció.
- Creo que dejar aquella nota sobre el señor Vines ha sido un error -dijo.
- ¿Por qué?
- Porque, a lo mejor, es capaz de ir a pegarle un tiro a Vines… y a usted no le consta con certeza que Vines haya matado a alguien. No tiene pruebas.
- Me consta con certeza.
- No tiene nada que lo demuestre. Usted no es un juez.
Chee reflexionó. Las llamas de la hoguera eran rojas y estaban quemando la resina de la leña de pino seca. Su luz iluminaba el rostro de Mary Landon, arrojando unas negras sombras en los lugares donde el cabello le caía sobre la frente.
- Sí -dijo Chee-, soy un juez. Si el rubio mata a Vines, eso será un acto de justicia. Pero no matará a Vines. No tendrá tiempo. La nieve le impedirá llegar allí esta noche. Si aquí abajo tenemos diez centímetros de nieve, en el monte Taylor habrá una capa de sesenta centímetros. La carretera no se abrirá hasta que quiten la nieve… y eso no ocurrirá hasta mañana por la mañana. Utilizarán los vehículos quitanieves donde haya más tráfico.
- Aun así, usted no tiene ningún derecho a…
- Nosotros los navajos no somos muy amantes de la violencia. La que hay suele estar asociada con la brujería. La Mujer Cambiante nos enseñó a enfrentarnos con los Lobos Navajos. Invertimos la dirección del mal para que éste se revuelva contra el brujo.
- Pero primero hay que asegurarse de que es un brujo -alegó Mary.
Los copos de nieve eran ahora más grandes. El viento aullaba alrededor de la cumbre de la loma y los copos se arremolinaban por encima de ellos, iluminados por las rojas llamas de la hoguera. Algunos penetraban en el interior del refugio de rocas y se posaban en la rodilla de Chee, el cabello de Mary o las superficies de piedra. Algunos volaban hacia las llamas y se desvanecían… tocados por la varita mágica del calor.
Iba a ser una noche muy larga y muy fría, y no podrían hacer nada hasta que empezara a clarear. Cuando se hiciera de día, las compañías de suministros efectuarían una inspección de sus sistemas de conducción para asegurarse de que el brusco descenso de la temperatura no hubiera cuarteado el metal expuesto al aire libre, separado los empalmes o atascado las válvulas. Las pequeñas avionetas sobrevolarían la zona a baja altura, buscando señales de fugas de gas. A saber cómo serían aquellas señales. Chorros de polvo, suponía Chee. Recordó que habían cruzado la línea de suministro de la compañía de Gas Natural de El Paso entre Bisti y la loma. Cuando amaneciera, se dirigirían a pie allí, encenderían una hoguera y esperarían hasta que los vieran. Hasta entonces no podían hacer nada, sólo esperar a que pasara el tiempo, evitar morirse de frío y pensar.
- Yo nací entre el Pueblo Taciturno -le explicó Chee-. Pero también pertenezco al clan de la Frente Roja porque mi padre era de allí. También estoy emparentado con el clan del Barro porque mi tío, el que me está enseñando a ser cantor, está casado con una mujer del clan del Barro. Todos estos clanes tienen la misma tradición. Para que uno se convierta en brujo, para que pueda pasar de ser un navajo a ser un Lobo Navajo, tiene que quebrantar por lo menos uno de los tabús más importantes. Tiene que cometer incesto o matar a un pariente cercano. Pero hay otra historia muy antigua y ya casi olvidada en la cual se explica cómo el Primer Hombre se convirtió en brujo. Puesto que fue el primero, no tenía parientes a quienes destruir. Por consiguiente, se inventó un medio mágico para quebrantar el mayor de los tabús. Se destruyó a sí mismo y se volvió a crear, adquiriendo de este modo los poderes del mal.
- Jamás había oído contar esta historia -se justificó Mary-. Pensé por un momento que quería cambiar de tema. Pero no es eso lo que quiere, ¿verdad?
- No -contestó Chee-. Lebeck decidió ser un brujo. Se destruyó a sí mismo y regresó.
- ¿Lebeck? -preguntó Mary, frunciendo el ceño-. ¿El geólogo del pozo petrolífero?
- Sí, el geólogo -dijo Chee-. Piense en lo que sabemos. Sabemos que el pozo de petróleo se perforó a través del yacimiento de uranio porque ahora el Diablo Rojo está extrayendo el mineral en el lugar donde antes se encontraba el pozo. Lebeck era lo que llaman el «controlador del pozo»… el que examina las muestras de la roca que están perforando y traza el mapa de los yacimientos. En una zona muy superficial, puede que a unos quince metros de profundidad, el pozo atraviesa la pechblenda, un grueso estrato del mineral más rico en uranio que existe. Y Lebeck se percata de pronto de que allí hay algo que vale cientos de millones de dólares. ¿Cómo se los puede embolsar? Sólo se los puede embolsar cuando expire la concesión petrolífera. Entonces podrá solicitar la concesión del yacimiento de mineral. Y decide falsificar los datos del registro.
Mary se inclinó hacia adelante y le preguntó:
- Oiga, usted ha examinado los datos del registro. ¿Eso es lo que hizo? ¿Por qué no me dijo nada? ¿Y cómo lo supo?
- No lo supe. Examiné los datos de aquel registro y los de los registros de otros pozos perforados en el condado de Valencia, y todos me parecían iguales. Las compañías petrolíferas buscaban yacimientos superficiales, a unos seiscientos metros de profundidad. Sólo Dios sabe lo que yo buscaba en el fondo de aquel pozo, allí donde ellos decidieron introducir la carga de nitroglicerina. No sabía lo que buscaba y no veía nada.
- Pero algo hubiera tenido que ver -dijo Mary muy despacio-. Debió de ver que habían perforado el pozo a través del yacimiento de uranio.
- ¡Exactamente! -exclamó Chee-. He oído decir que el yacimiento del Diablo Rojo se encuentra a unos sesenta metros de profundidad. Eso hubiera tenido que figurar en el registro.
Chee experimentó la imperiosa necesidad de fumar. No había tenido ocasión de encender un cigarrillo desde la aparición del rubio en los alrededores de la loma. Sacó un Pall Mall, le ofreció uno a Mary y ésta lo rechazó, sacudiendo la cabeza. Chee encendió el cigarrillo.
- Estas cosas lo van a matar -comentó Mary.
- Ahora pienso que debió de falsificar dos veces el registro. Cuando empezaron a perforar al principio y otra vez al final. Creo que encontraron el petróleo superficial que buscaban y Lebeck anotó otra cosa y les obligó a seguir perforando. O, quizás, anotó en el registro que estaban perforando una formación geológica que hubiera debido de estar debajo del yacimiento petrolífero superficial, lo cual demostraba que en aquel lugar en concreto no existía el yacimiento superficial que buscaban. Sea como fuere, su propósito era el de que cerraran el pozo y abandonaran la concesión para que, de este modo, él pudiera solicitar otra por su cuenta. Si encontraran el petróleo, la compañía petrolífera renovaría la concesión y él jamás podría conseguir el uranio. Por consiguiente, cuando la compañía decidió introducir el explosivo, Lebeck debió de comprender que habría muchas posibilidades de que empezara a salir el petróleo. Y no podía correr ese riesgo. -Chee inhaló el humo y lo dejó escapar lentamente entre sus labios. El humo se elevó en el aire en azuladas espirales, hacia arriba mientras los blancos copos caían sobre el suelo. Alrededor de la cumbre de la loma, el viento del norte, el viento del mar, empezó a soplar de nuevo. Chee expulsó el resto del humo, destruyendo el dibujo con su aliento-. Y, de este modo, Lebeck decidió hacerlo volar todo por los aires y convertirse en brujo -añadió, mirando a Mary.
- Murió, o aparentó morir, y regresó convertido en B.J. Vines -dijo Mary.
- Sí.
- Pero cuando llegó el camión con la nitroglicerina, algo falló. El equipo de peones de Charley no se presentó al trabajo.
- ¿Y cómo pudo saberlo Dillon Charley?
- El Divino Peyote se lo reveló en una visión -contestó Chee-. O, a lo mejor, Lebeck le avisó… cosa que dudo. O tal vez Dillon Charley vio alguna cosa rara. Charley era un hombre muy perspicaz. La señora Vines me dijo que su marido y Dillon Charley eran amigos… que se tenían una simpatía especial. A lo mejor ya eran amigos cuando Vines era Lebeck -Chee se encogió de hombros-. ¿Quién sabe? Ya fuera por una revelación del Divino Peyote, porque el asunto de la nitroglicerina le puso nervioso o vaya usted a saber por qué, el caso es que al día siguiente Dillon no se presentó, tras haber advertido a los peones de su cuadrilla. Supongo que Lebeck deseaba que estuvieran todos allí. Nadie más le conocía. Nadie le reconocería cuando se conviertiera en Vines. Pero no tuvo más remedio que aceptar la situación. Llegó el camión con la nitroglicerina. O lo hacía entonces o jamás podría hacerlo.
- ¿Cómo lo hizo?
- Sólo puedo imaginarlo. Está claro que debió de alejarse de las instalaciones. Se debió de alejar lo suficiente como para estar a salvo, iba armado con un rifle y efectuó un disparo contra la botella de nitroglicerina en el momento oportuno.
Mary Landon volvió a estremecerse y se rodeó el tronco con los brazos cruzados.
- Y entonces se fue para que lo incluyeran entre las víctimas. ¿No tenía familia? ¿Ni padre ni madre? ¿Ningún ser querido?
- No sé nada de Lebeck -contestó Chee.
- Después, regresó. ¿No tuvo miedo de que alguien le reconociera?
- Probablemente nadie le conocía o puede que ni siquiera le hubieran visto. Sólo le conocían los trabajadores del pozo. Era un lugar aislado. La carretera era casi inexistente y los peones debían de vivir cerca del pozo donde nadie les veía. Permaneció ausente un par de años. Tal vez algo más. El tiempo suficiente como para que expirara el período de concesión del yacimiento. El tiempo suficiente como para que le creciera una poblada barba. ¿Quién sabe…? A lo mejor, se cambió un poco la cara. He dicho que no sabíamos nada de Lebeck, pero sabemos algo. Ingresó como voluntario en las tropas paracaidistas. Y, una vez allí, ganó dos importantes medallas al valor. Por consiguiente, me imagino que no temía el peligro. Ni los asesinatos. Debió de cometer muchos -Chee hizo una pausa para pensar-. Comprendió que tendría que cometer unos cuantos más.
- El Pueblo de las Sombras -sugirió Mary.
- Sí. No podía contar con que Dillon Charley le olvidara.
- ¿Cree que Dillon Charley vio a Vines y le reconoció como Lebeck?
- Tal vez. Pero apuesto a que Lebeck no esperó a que eso ocurriera. Apuesto a que fue en su busca. A lo mejor, le dijo a Charley que el Divino Peyote también le había hecho una revelación. O quizá se limitó a ofrecerle un empleo, dinero y otras cosas. Sabía que Charley no le diría nada al sheriff… Gordo lo acosaba sin piedad y perseguía a su iglesia. Y, además, Charley no iba a vivir mucho tiempo.
- ¿Lebeck sabía que Dillon Charley estaba enfermo de cáncer?
- Lebeck sabía que Charley enfermaría de cáncer -puntualizó Chee-. La piedra negra debe de ser pechblenda. Cuando la perforación petrolífera la atravesó, Lebeck comprendió que era pechblenda, el mineral más rico en uranio que existe. No lo anotó en el registro, pero se guardó un fragmento de roca para analizarlo y estar seguro. Y después lo guardó porque era aficionado a conservar recuerdos y aquél le iba a cambiar la vida. A lo mejor, ya sabía que le sería útil.
- Me estoy perdiendo -se lamentó Mary-. ¿Cómo sabe usted que es pechblenda? Yo jamás he oído hablar de eso. ¿Cómo sabe tantas cosas?
- Aquí todo el mundo se pasa la vida haciendo prospecciones -contestó Chee-. Uno aprende muchas cosas y, sobre todo, aprende cosas sobre los minerales que contienen uranio. Se me hubiera debido de ocurrir antes. Creo que si le pedimos a un mineralogista que analice esas muestras de roca y los amuletos del topo, vamos a descubrir que son radiactivos. Vines le entregó el topo a Charley, sabiendo que lo guardaría en su bolsa de las medicinas, colgada del cinturón por debajo de la ropa y directamente contra la ingle.
- Dillon Charley, Tsossie, Begay y todos los demás -dijo Mary, estremeciéndose.
- No se le pasaron por alto demasiadas cosas -añadió Chee-. Creo que Dillon Charley debió de ser el primero en morir y Vines lo enterró en seguida, temiendo que una autopsia pudiera revelar algo. Pero a los navajos no les interesan mucho los cuerpos y la policía no tiene mucho interés por los navajos muertos. La gente se desperdigó y, después de lo de Dillon Charley, ya no merecía la pena preocuparse. Todos los trabajadores que le habían conocido como Lebeck habían muerto o morirían muy pronto. No tuvo ninguna preocupación durante muchos años.
- Hasta que Emerson Charley enfermó de cáncer -expuso Mary Landon.
- En efecto. El viejo Dillon era un destacado dirigente religioso y estas personas intentan a veces transmitir el poder a sus hijos. Supongo que Dillon le entregó a Emerson su bolsa de las medicinas con la esperanza de que algún día se convirtiera en el jefe del peyote; un día, al cabo de varios años, Emerson decide revitalizar el culto. Empieza a llevar el topo de Dillon y, como es natural, se pone enfermo…
- Y Vines se inquieta -dijo Mary, inclinándose hacia adelante-. Estamos en 1980 y Vines no quiere que Emerson ingrese en un moderno centro de investigación del cáncer donde sin duda le practicarán una autopsia. Y contrata a alguien para que lo mate.
- Y robe el cuerpo -añadió Chee.
- Y recupere también probablemente el topo. Pero el rubio perdió el topo.
- Por su parte, Thomas Charley sospechaba algo. Los navajos del monte Taylor no saben gran cosa sobre la patología radiactiva, pero se daban cuenta de que la gente que se relacionaba con Vines se moría de una manera muy rara. Sabían que Vines era un brujo. Cuando colocaron el artefacto en la camioneta de Emerson, Thomas empezó a sospechar. Entró en la casa de Vines y robó la caja. La señora Vines sólo sabía que el contenido de la caja era extremadamente importante para Vines. Por eso me pidió que la recuperara. Creo que quería conocer el secreto de Vines.
Ahora la nevada se había intensificado y los copos descendían casi verticales desde un cielo súbitamente sin viento.
- ¿No podríamos hacer una hoguera un poco más grande? -preguntó Mary.
- Un poquito -respondió Chee, añadiendo otros dos trozos de tronco de pino.
- Pero no puede usted demostrar nada de todo eso, ¿verdad?
No era una pregunta sino una afirmación.
- Ni falta que me hace -dijo Chee-. Se lo he dicho al rubio. Mañana se lo diremos a Gordo Sena. Sena tampoco necesitará pruebas.
ñ