CAPITULO IX

Resulta difícil explicar la actitud de Ginebra a menos que se llegue a comprender que puede amarse a dos personas al mismo tiempo. Probablemente no pueda quererse a dos personas del mismo modo, pero también es cierto que existen distintas clases de amor. Las mujeres aman a sus hijos y a sus maridos al mismo tiempo, y los hombres suelen sentir un deseo amoroso por una mujer, mientras que quieren con todo su corazón a otra mujer. En cierto modo, así es como Ginebra llegó a amar al francés, sin haber perdido su cariño por Arturo.

Ella y Lanzarote eran poco más que chiquillos cuando todo comenzó, y el rey tenía ocho años más que ellos. A los veintidós años, las personas de treinta parecen estar casi al borde de la senilidad. El casamiento entre ella y Arturo había sido lo que suele llamarse una boda de conveniencias, es decir, que fue fijado por medio de un tratado con el rey Leodegrance sin consultar para nada con la novia. Constituyó una unión satisfactoria, como suele ocurrir con las de este tipo, y antes de que Lanzarote entrara en escena la muchacha adoraba a su famoso marido, aunque fuese más viejo. Tenía hacia él respeto, gratitud, afecto y amor, y a su lado se veía protegida. Sentía más que esto, desde luego. Puede afirmarse que sintió todo a su lado, excepto la pasión de una aventura amorosa.

Entonces llegaron los cautivos. La turbada reina, de poco más de veinte años, se colocó en su trono, ante la gran sala vivamente iluminada y repleta de nobles caballeros, que doblaron ante ella una rodilla.

- ¿De quién sois prisionero?

- Soy prisionero de la reina, para la vida o la muerte, y me rendí a sir Lanzarote.

- ¿Y vos?

- De la reina, y me venció el brazo de Lanzarote.

Sir Lanzarote era el nombre que estaba en todos los labios. Era el mejor caballero del mundo, el que los sobrepasaba a todos, incluso a Tristán. Era el cortés, el misericordioso, el feo, el invencible. Y había enviado a la reina a todos sus cautivos, igual que si se trataran de regalos de cumpleaños.

Ginebra sentóse muy derecha, inclinando la cabeza regiamente ante cada prisionero. Los perdonó a todos. Sus ojos estaban aún más relucientes que las joyas de su corona.

Por fin entró Lanzarote. Hubo un movimiento de excitación entre los portadores de antorchas que había junto a la puerta. El ruido de los cuchillos, de los platos y los jarros, el de la amistosa charla de los comensales, las voces solicitando más cordero o una pinta de hidromiel se acallaron por un momento, y todos los rostros se volvieron hacia la entrada. Allí estaba Lanzarote, no ya con armadura, sino vestido magníficamente de terciopelo bordado. Vaciló un momento en la puerta, intimidado por el silencio que se hizo, y luego avanzó hacia la luz. Los rostros se volvieron de nuevo al frente y se reanudó la fraternal charla. Entonces Lanzarote acercóse a besar la mano del rey Arturo.

- Bien, Lanzarote -dijo el rey, alegremente-, habéis hecho una buena captura, sin duda alguna. La reina se siente muy orgullosa con tantos prisioneros.

- La reina lo merece -repuso Lanzarote. Ella y el caballero no se miraron. Lo habían hecho, como dos imanes que se atraen, cuando Lanzarote traspasó el umbral.

- No puedo dejar de pensar que son también para mí -dijo Arturo-. Lo cierto es que como presente, me habéis proporcionado casi tres condados.

Lanzarote sintió necesidad de romper el silencio y comenzó a hablar rápidamente.

- Tres condados no es mucho -declaró-, para el emperador de toda Europa. Señor, habláis como si no fuerais el vencedor del dictador de Roma. Y bien, ¿cómo va todo en vuestros dominios?

- Van tal como vos lo disponéis, Lanzarote. De nada me habría valido vencer al dictador, si vos y unos pocos más no os hubierais encargado de llevar a cabo la labor civilizadora. ¿De qué vale ser emperador de Europa, si todas esas tierras se ven agobiadas por la lucha?

La reina recalcó las palabras de su héroe para mantener la conversación. Era la primera complicidad de ambos.

- Sois un hombre extraño, querido Arturo -dijo ella-. Os pasáis la vida luchando, conquistando países y ganando batallas, y ahora decís que luchar es mala cosa.

- Y lo es. En realidad, es la cosa peor del mundo. Cielos, no hay necesidad de volver a explicarlo.

- En efecto.

- ¿Y cómo sigue la facción de Orkney? - inquirió el joven, apresuradamente-. ¿Qué tal va la obra civilizadora? ¿Impera la razón o la fuerza? No debéis olvidar que he estado lejos de la corte un año entero.

El rey apoyó su cabeza en las manos, se acodó sobre la mesa y miró con gesto entristecido a los demás comensales. Era un hombre afectuoso, consciente, amante de la paz, que se había visto agraciado en su juventud con la presencia de un preceptor genial. Entre los dos habían desarrollado la teoría de que matar a la gente y gobernarla como un tirano era algo deleznable. Para acabar con todo ello habían creado la Tabla Redonda -grupo precursor de la democracia, del juego limpio, de la moral-, y ahora, en un esfuerzo por imponer la paz al mundo, se veía sumergido en sangre hasta las rodillas. Cuando estaba animado, no se afligía excesivamente, ya que el dilema era inevitable, pero en los momentos de debilidad se veía acuciado por la vergüenza y la indecisión.

Era uno de los primeros nórdicos que había fomentado la civilización, o que deseó obrar de manera diferente a como lo hizo Atila, el huno. Pero, en ocasiones, la batalla contra el caos no parecía dar el fruto apetecido. A menudo pensaba que más hubiera valido conservar vivos a los soldados caídos en las batallas, aunque hubieran vivido bajo la tiranía y el terror.

- La facción de Orkney va mal, igual que la civilización -repuso Arturo-. Sólo he tenido un rayo de esperanza con lo que me habéis enviado. Antes de vuestra llegada, estaba pensando que era el emperador de nada. Ahora, al menos, me siento emperador de tres condados.

- ¿Qué ocurre con las gentes de Orkney?

- Dios santo, ¿debemos hablar de eso cuando tan felices nos sentimos por vuestro regreso?

- Se trata de Morgause -repuso la reina.

- En parte. Morgause tiene aventuras con el primero que se presenta ahora que Lot ha muerto. Cuánto hubiera yo deseado que no hubiese ocurrido aquel desgraciado accidente que le causó la muerte a manos del rey Pelinor… El caso es que los muchachos se sienten disgustados.

- ¿Qué queréis decir?

El rey acarició pensativamente el borde de la mesa y dijo:

- Sencillamente, habría preferido que no hubierais rescatado a Gawain, cuando os hallabais disfrazado como Kay. Más valdría que no hubieseis obtenido un éxito tan señalado, al liberarlos a él y a sus hermanos de Carados y Turquine.

- ¿Por qué?

- Esta Orden de la Tabla Redonda era una gran cosa cuando pensamos en ella. No sé de qué otra forma hubiéramos podido llevarla a cabo. Había que organizar una pandilla, como hacen los chicos en las escuelas. En ese grupo había que hacer un juramento formal de luchar por nuestros ideales en bien de la civilización. Pero lo que yo entiendo por civilización es no aprovecharse del débil, no violar doncellas, no robar a viudas y no matar al hombre desvalido. La gente debe aprender a comportarse notablemente. Sin embargo, esto ha resultado una especie de pugna deportiva. Merlín siempre dijo que lo deportivo era la maldición del mundo, y así es, en efecto. Mi plan está resultando equivocado. Todos se aplican a ello como a una especie de competición. Merlín llamaba a eso «juegomanía».

»Todo el mundo murmura, especula y pronostica acerca del caballero que gana más combates, del que ha rescatado más vírgenes y del que es el mejor de todos los de la Tabla Redonda. Yo hice que la mesa fuera redonda para evitar tales diferencias, pero no he logrado mi propósito. Los hermanos Orkney son los que más trastornados se hallan. Creo que el comportamiento de su madre es lo que los impulsa a querer estar en cabeza siempre. Tienen que sobresalir para reparar lo que ella hace. Por eso era preferible que no hubierais tenido que liberar a Gawain. Es una buena persona, pero en el interior de su ser siempre alentará resentimiento contra vos. Le habéis herido en su orgullo de luchador. Esto es algo que para mis caballeros se ha convertido en algo más importante que sus Propias almas.

»Si no tenéis más cuidado, os encontraréis con todo el grupo de Orkney en contra vuestra, como le ocurre al pobre Pelinor. Es una posición muy poco envidiable. La gente hace a veces las cosas más bajas, cuando se trata de lo que llamamos honor. Me hubiera gustado no haber inventado esta clase de honor, de deporte, de civilización.

- Buen discurso -repuso Lanzarote-. Pero alegraos, los Orkney no me harán nada, aunque lo pretendan. En cuanto a que vuestro plan está equivocado, eso no es cierto. La Tabla Redonda es el mejor proyecto que se ha realizado jamás.

Arturo, que aún seguía apoyado en los codos, alzó la vista. Vio que su amigo y su esposa se miraban con desbordante pasión, y entonces concentró rápidamente su atención en el plato que tenía delante.