CAPITULO V

Las dos primeras personas que advirtieron que Lanzarote y Ginebra estaban enamorándose fueron el tío Dap y el propio rey Arturo. Este advertido al respecto por Merlín -el cual había sido encerrado en su cueva por la veleidosa Nimue-, inconscientemente había temido que ocurriese aquello. Pero desconfiando siempre de las predicciones, resolvió apartar de su mente tales pensamientos. La reacción del tío Dap consistió en sermonear a su discípulo cuando se hallaban un día en el pabellón de cetrería.

- ¡Ira del cielo! - dijo el tío Dap, y añadió otras exclamaciones por el mismo tenor-. ¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo? ¿Es propio del mejor caballero del mundo olvidarse de mis enseñanzas sólo porque te han encandilado los hermosos ojos de una mujer? ¡Y una mujer casada! ¡Con un rey, además!

- No sé de qué me estás hablando, tío Dap.

- ¿No lo sabes? ¡Rayos y centellas! - gritó el anciano-. Te estoy hablando de Ginebra, ¿o no habías caído en ello?

Lanzarote cogió a su tío por los hombros y le hizo sentar sobre un cofre.

- Mira, tío -comenzó diciendo con decisión-, precisamente deseaba hablar contigo. ¿No crees que es hora de que regreses a Benwick?

- ¡A Benwick! - exclamó el tío Dap, como si le hubiesen dado una puñalada.

- Sí, a Benwick. No puedes seguir fingiendo toda la vida que eres mi escudero. En primer lugar, eres hermano de dos reyes, y por otra parte, tienes tres veces mi edad. Eso iría contra las leyes de la Caballería.

- ¡Puaf, las leyes de la Caballería! - replicó por una vez el anciano.

- No debieras decir puaf.

- ¡Y pensar que yo te he enseñado todo lo que sabes, y es a mí precisamente a quien quieres hacer volver a Benwick! Y eso sin haber demostrado siquiera lo que vales realmente. Si no te he visto usar de verdad tu espada, tu Joyeux… Eso es ingratitud, perfidia, traición. ¡Ah, por todos los demonios! ¡Por mi fe! ¡Parbleu!

Y el excitado anciano siguió profiriendo una sarta de gálicas maldiciones, incluyendo la que se atribuye a Guillermo el Conquistador, de Per Splendorem Dei, y el Pasque Dieu, que según el rey Luis XI era el colmo de los juramentos. Ya en aquella vena de impías exclamaciones reales, prosiguió con las de Rufus, de Enrique I, de Juan y de Enrique III, que eran, respectivamente, por la santa faz de Lucca, por la muerte del Señor, por los dientes de Dios y por la cabeza de Dios. El gerifalte, que parecía muy contento oyendo aquella retahíla, agitó las alas alegremente, como una doncella que sacude una alfombra por la ventana.

- Está bien, si no quieres marcharte no te vayas -dijo Lanzarote-; pero, por favor, te ruego que no me hables de la reina. No puedo remediar el que nos tengamos afecto el uno al otro. Al fin y al cabo, nada de malo hay en que dos personas se tengan cariño, ¿no es así? La reina y yo no somos unos villanos. Cuando comenzaste a hablarme de ella, parecías querer dar a entender que existía algo sospechoso entre nosotros. Es como si me creyeras capaz de una bajeza, como si yo no tuviese honor. Por favor, no vuelvas a mencionar de nuevo ese tema.

El tío Dap hizo girar los ojos en las órbitas, se mesó el pelo, mordióse los nudillos y agregó otros ademanes para expresar su astado de ánimo. Pero desde entonces no volvió a referirse al tema.

La reacción de Arturo ante el problema que se le presentaba fue algo más complicada. La advertencia de Merlín acerca de la reina y del mejor amigo que él tenía, llevaba en sí una semilla de contradicción, ya que nadie puede ser el mejor amigo si es a la vez un traidor. Arturo sentía adoración por su Ginebra, de cutis de pétalo de rosa, y sintió un respeto instintivo por Lanzarote, lo que no tardó en convertirse en verdadero afecto. Ello hacía que le resultase más difícil albergar sospechas.

Por fin decidió que la mejor forma de resolver el problema sería llevarse a Lanzarote con él a la Guerra Romana. De ese modo el joven se separaría de Ginebra. Le sería grato ir acompañado de su discípulo, un excelente soldado, tanto si las predicciones de Merlín eran ciertas como si no lo eran.

La Guerra Romana era un complicado asunto que estuvo incubándose durante muchos años. Pero no necesita preocuparnos demasiado. A su modo fue la consecuencia lógica de la batalla de Bedegraine, la continuación de la lucha a escala europea. La idea feudal de la guerra para obtener rescates había quedado desterrada en Britania, pero no en el extranjero, y ahora los cazadores de botines pretendían caer sobre el recién coronado rey. Un caballero llamado Lucio, que a la sazón era dictador de Roma -y resulta extraño comprobar que Malory emplea la palabra «dictador»-, envió una embajada exigiendo el pago de un tributo por parte de Arturo (se llamaba tributo antes de la batalla, y rescate después de la misma), a lo cual el rey, después de consultar con su Parlamento, contestó que no pensaba satisfacer tal pretensión.

La consecuencia, el dictador le declaró la guerra. Al propio tiempo el romano envió sus mensajeros a todos los puntos del mundo conocido, para reunir aliados. No tenía menos de dieciséis reyes marchando con él desde Roma, por la Alta Germania, cuando iba en camino para guerrear con los ingleses. Tenía aliados de Ambagia, Arragia, Alejandría, India, Hermonia, Eufrates, Elamia, Arabia, Egipto, Damasco, Damieta, Cayer, Capadocia, Tracia, Turquía, Pampoilla, Surria y Galacia, además de otros de Grecia, Chipre, Macedonia, Calabria, Portingale, Catelandia, además de muchos miles de españoles.

A las pocas semanas de haberse enamorado Lanzarote y Ginebra, Arturo tuvo que cruzar el Canal para encontrarse con sus enemigos en Francia, y en consecuencia decidió llevarse con él al joven caballero. En esa época Lanzarote no era aún reconocido como caballero jefe de la Tabla Redonda. En el momento al que nos referimos sólo había celebrado una justa, la que sostuvo con el mismo Arturo, y el capitán reconocido de los caballeros era Gawain.

Lanzarote se disgustó al ver que le alejaban de Ginebra, pero más que nada porque ello implicaba una falta de confianza. Además, enteróse de que sir Tristán se había quedado con la esposa del rey Mark de Cornualles, en una ocasión similar. No comprendía por qué no podían dejarle con la reina Ginebra, ahora que ocurría lo mismo.

No hay necesidad de relatar todo lo concerniente a la campaña de la Guerra Romana, aunque ésta duró varios años. Era el tipo corriente de contienda, con grandes embestidas y vocerío por ambas partes, poderosos encuentros y notables proezas y hechos de armas. Era Bedegraine en gran escala, y allí también se negó Arturo a considerar la guerra como una empresa deportiva o comercial, si bien la lucha tuvo algunas características propias. El pelirrojo Gawain perdió la paciencia en el curso de una embajada a la que había sido enviado, y mató a un enemigo en plenas negociaciones. Sir Lanzarote intervino en una terrible batalla en la que sus hombres se encontraban en inferioridad de tres a uno. En ella dio muerte al rey Lyly y a tres grandes personajes llamados Alakuke, Herawd y Heringdale. Durante esa campaña se dio buena cuenta de tres notorios gigantes, dos de ellos por el mismo Arturo. Por fin, y en el último encuentro, Arturo propinó al emperador Lucio tal golpe en la cabeza con su Excalibur, que se la partió hasta el cuello.

Más tarde se descubrió asimismo que habían muerto en combate el rey de Egipto y el de Etiopía -un antepasado de Haile Selassie-, así como diecisiete caballeros de otros países y sesenta senadores romanos. Arturo colocó sus cuerpos en suntuosos ataúdes, y sin ninguna intención sarcástica los envió al alcalde de Roma, en lugar del tributo que le había sido exigido. Esto indujo al alcalde, y a casi toda Europa, a aceptar a Arturo como señor supremo. Los reinos de Pleasance, Pavía, Petersaint y Puerto Tremble le rindieron pleitesía.

Durante esta contienda Arturo llegó a cobrar verdadero afecto a Lanzarote, y para la época en que regresaron a casa, el rey ya no creía en la profecía de Merlín, que casi había olvidado. Lanzarote fue reconocido como el mejor caballero de sus tropas. Ambos estaban decididos en su yo interior a que Ginebra no empañase su amistad, y así los primeros tiempos transcurrieron sin mayores complicaciones.