Capítulo Treinta y seis

La cabeza de Haven nadaba. Sus sueños se proyectaban al más vivo de los colores que había visto. Una multitud de olores lo invadió, y su cerebro funcionaba como una computadora, analizando, comparando y procesando. Entre los olores había uno por el que se sentía atraído más que por ningún otro: naranjas. Su hogar. Finalmente estaba en su hogar.

Se obligó a abrir sus pesados párpados. Las imágenes explotaron en su consciencia. A pesar de la penumbra, no tenía problemas para ver todos los detalles. Una habitación, una en la que nunca había estado, decorado por una mujer, el toque femenino no dejaba ninguna duda sobre eso. La suavidad de una cama debajo de él. Sábanas de algodón suave rozaban su piel desnuda.

Haven se sentó con un movimiento fluido, la liviana colcha de edredón cayó hasta su estómago. Le recordaba algo. A lo lejos, como en una vida diferente, recordó el dolor. Un puñal. Sangre. Su mirada se dirigió hacia su estómago, donde el fantasma de un recuerdo permanecía. Pero nada marcaba su piel perfecta.

Mientras él se tocaba el vientre, una avalancha de recuerdos, regresaron con rapidez. Vio a Francine mientras realizaba el ritual. Luego tenía el puñal en su mano. El dolor llegó un segundo más tarde, mientras sus manos hundían la afilada hoja en su estómago. Y después de eso, se acordó de una cosa: Yvette, sintió sus brazos alrededor de él, entonces sus colmillos en el cuello, drenándolo.

Instintivamente, su mano se fue a su cuello, pero, también, su piel estaba impecable.

Sin embargo, él sabía lo que había sucedido. Él era uno de ellos ahora. Lo sentía con su cuerpo y con su corazón. Cada fibra de su nuevo cuerpo estaba alerta, cada poro de su piel podía tomar las impresiones, sensaciones y estímulos. Nunca en sus sueños más descabellados, pudo haberse imaginado alguna vez cuán vivo se sentiría.

Haven tomó su primera respiración consciente como un vampiro, e inhaló un aroma totalmente atractivo, uno que él conocía de su vida anterior. Sólo que ahora, era más pronunciado, más intenso, y en última instancia, imposible de resistir. Debajo de la colcha, su cuerpo respondió. Tirando de las sábanas, se levantó de la cama, sin estar sorprendido en lo más mínimo de que su pene sobresalía cual poste que sostenía una tienda.

Sus oídos recogieron el sonido del agua: una ducha. Con resuelta determinación, cruzó la habitación y siguió el sonido. La puerta del baño estaba abierta. Él la abrió sin hacer ruido y entró en la sala llena de vapor. La bañera grande a su derecha estaba vacía, pero al lado de él estaba la gran ducha con puertas de vidrio. Y en ella, Yvette estaba bajo el agua, de espaldas a él.

El corazón de Haven se aceleró cuando abrió la puerta de cristal y se deslizó dentro. Yvette giró al mismo instante, sorprendida.

—Estás despierto.

—Estoy vivo. —Vivo y con hambre. La sed en su garganta ardía como un horno.

Sus ojos recorrieron su rostro—. ¿Recuerdas lo que pasó?

Haven asintió con la cabeza—. Cada segundo de ello. —Su mirada se desvió a la columna pálida de su garganta—. Tengo hambre.

—Te he dejado una botella de sangre en la mesita de noche.

Mientras instintivamente sabía que necesitaba el alimento que había dejado para él, él quería otra cosa en primer lugar, para calmar un hambre diferente—. Más tarde.

—Haven… yo… yo no tenía otra opción.

Puso el dedo en sus labios, deteniéndola de decir cualquier otra cosa.

—Era la única manera.

El aliento de Yvette se sentía como un fantasma contra su dedo, mientras abría los labios—. No podía dejarte morir.

—Me temo que voy a tener que castigarte por eso. Ves, Yvette, me convertiste en un vampiro, ahora estás atrapada conmigo. —Dejó que sus ojos descendieran por su cuerpo desnudo. Ella era aún más hermosa de lo que recordaba.

—¿Por qué lo hiciste? —El sonido de angustia en su voz le dio qué pensar.

—Era la única solución para destruir el poder. Ninguna brujería puede vivir en el cuerpo de un vampiro. Francine lo dijo.

—Debiste haberlo discutido conmigo.

—¿Y que no me dejaras hacerlo? —Sacudió la cabeza—. No, bebé, hubieses tratado de convencerme que no lo hiciera.

—¿Pero qué hubiera pasado si yo no hubiera llegado a tiempo?

Lágrimas no derramadas asomaron a sus ojos. Haven acarició la mano sobre su mejilla—. Pero lo hiciste. Estoy vivo. Y nunca me he sentido mejor en toda mi vida.

—Pero has odiado a los vampiros durante toda tu vida, ¿cómo podrías tú…?

—Me has enseñado que los vampiros tienen un corazón. No son criaturas sin alma. —Luego se miró a sí mismo y se dio cuenta que ella seguía su mirada—. Y por lo visto, los vampiros tienen un mayor deseo sexual. —¿O era porque Yvette estaba cerca de él?

El aliento de Yvette se detuvo—. Te amo.

Sus palabras hicieron que todo estuviera bien en su vida. Haven la apretó contra su cuerpo desnudo y sintió que su piel chisporroteaba con el toque. Las sensaciones que el contacto con su piel producían eran más intensas que cuando había sido humano—. Estaba esperando que dijeras eso. —Suavemente rozó sus labios contra los suyos—. Porque yo nunca te dejaré ir. Lo entiendes, ¿no? No habrá ninguna fuga.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —Su sonrisa coqueta le dijo que estaba lista para jugar.

—Sólo hay una manera de hacer esto… —Haven sumergió la cabeza y rozó sus labios contra los suyos, inhalando su aroma—. Dios, hueles incluso mejor de lo que recuerdo.

—Todo será diferente ahora —le susurró contra sus labios.

—¿Diferente bueno?

—Mejor. Más intenso.

Haven deslizó su mano por su espalda hacia las olas de su trasero y la acercó hacia su adolorido pene.

El aliento de Yvette se detuvo con el contacto—. Y más grande.

No pudo reprimir la sonrisa que se formó en sus labios—. Si yo lo hubiera sabido, habría considerado este cambio antes.

—No deberías hacer bromas al respecto.

—¿Por qué no?

Ella se apartó y golpeó con su puño sobre su hombro—. ¡Porque me asustaste como la mierda cuando te apuñalaste! ¡Nunca te atrevas a hacer nada de eso otra vez!

—¿Y cómo te asegurarás de que nunca lo haga? —Haven le respondió, riendo en voz baja.

—Hay una manera por la cual siempre sabría lo que estás pensando. —Yvette lo evadió, bajando los párpados como si estuviera insegura de cómo continuar.

Haven no tenía que preguntarle en qué estaba pensando. Un recuerdo del día anterior se deslizó en su conciencia: Amaury supo cuando Nina estuvo herida, y Maya le dijo a Gabriel telepáticamente que Delilah había dado a luz a una niña. Él entendió.

—Quieres un vínculo de sangre.

Yvette se hizo un poco hacia atrás, tratando de girar fuera de su control—. Es demasiado pronto para hablar de algo así. Y, además, a lo mejor lo que quieres es diferente.

Haven no aflojó para soltarla. Y ahora que él era un vampiro, era tan fuerte como Yvette. Nunca más iba a poder escapar de él—. Es muy pronto, ¿eh?

—Sólo estaba bromeando. Realmente.

—Ah, ¿sí? —Entonces la obligó a mirarlo con su mano, agarrando la barbilla entre el pulgar y el índice—. Pensé que estabas más allá de esa fase.

—¿Qué fase?

—Cuando me mientes, y lo sé.

—No estaba…

Él chasqueó la lengua—. Bebé, te voy a preguntar de nuevo. ¿Quieres un vínculo de sangre?

Ella desvió la mirada, pero él tomó su cara para que lo viera—. Porque yo lo quiero. Y estaría muy decepcionado si me rechazaras.

Los ojos de Yvette se iluminaron como un árbol de Navidad. Contra su pecho, sintió los latidos acelerados del corazón—. Oh, Haven, ¿estás seguro? Porque si estamos vinculados de sangre… va a ser para siempre.

Por siempre era lo que tenía en mente. Haven acarició su mano sobre su mejilla—. Bebé, no te estaría preguntando si yo no estuviera seguro. ¿O te gustaría que reitere mi propuesta de rodillas? Creo que la propuesta en la ducha es un poco ortodoxo, pero… Yo…

Ella sacudió la cabeza y lo interrumpió con sus siguientes palabras—. Te amo.

Entonces echó los brazos alrededor de él y se apretó contra él.

—Lo tomo como un «sí».

—Sí. —Acarició su aliento el oído, enviando un escalofrío por su cuerpo, la onda de choque viajó por todo el camino hasta su pene.

Impaciente por hacerla suya para siempre, le preguntó: —¿Cuándo?

—Ahora.

Ahora no podía venir lo suficientemente rápido—. Tienes que decirme qué hacer.

Ella aflojó su abrazo y lo miró—. Vamos a hacer el amor y beberemos la sangre el uno del otro, cuando nuestros cuerpos estén unidos.

Haven gimió. Esto era mejor de lo que había imaginado que sería el ritual. En el mejor de los casos, pensó que habría una ceremonia similar a una boda, con los vampiros presentes, mientras que intercambiaban la sangre mediante un corte en sus manos como en la tradición de los indios americanos. Pero esto, bueno, eso era algo más que una amenaza inesperada. Se dio cuenta de que eso era lo que había soñado desde que conoció a Yvette, sin saber siquiera lo que significaba. Desde que por primera vez había probado su sangre.

En el momento en que se hundió en los labios de Yvette y la capturó, se dio cuenta de que finalmente había encontrado la paz. Finalmente era libre para amar a la mujer en sus brazos, y lo haría por toda la eternidad. Ella lo había liberado de las ataduras de la venganza y el odio, y le había mostrado que el amor podía residir en cualquier ser.

Haven inclinó la cabeza y barrió la lengua entre sus labios entreabiertos, familiarizándose de nuevo con su sabor embriagador. Sólo que esta vez todo era más intenso, más real. Sin embargo, a pesar de la intensidad, no podía imaginar que algún día podría saciarse de Yvette.

Sin esfuerzo, él la apretó contra la pared de azulejos de la ducha y devoró su boca como si hubiera sido privado de alimentos durante una semana. Pasó la lengua y mordisqueó, se adentró y la chupó, la recorrió y la acarició. E Yvette igualó cada acción, su cuerpo se retorcía contra él, el agua de la ducha caliente hacía que sus cuerpos se deslizaran uno contra el otro en un movimiento fluido.

Con cada caricia, Haven sintió las cuerdas de su control más fuerte. Sus encías le picaban y ardían como si alguien estuviera presionando un hierro para marcarlas. Haven se separó de la boca de Yvette y se echó para atrás, los dedos al instante se dirigieron a sus dientes, antes de alejarse en estado de shock.

Y ahí estaban: los colmillos. Lentos pero seguros, descendían de sus orificios. Puntas afiladas y peligrosas.

Su mirada se fijó en Yvette, quien lo miraba fascinada. En cámara lenta, levantó la mano y tocó su mejilla, y luego sus dedos se fueron a los labios, tocándolos.

—Enséñamelos —susurró.

Él dudó, al principio sintiéndose preocupado acerca de mostrar su nuevo yo, pero luego se dio cuenta que era una estupidez. Ella era como él, y recordó lo hermosa que la había encontrado cuando la había visto con sus colmillos extendidos.

Haven entreabrió sus labios y sintió su dedo deslizarse a lo largo de los dientes. Un momento después, un rayo de energía lo atravesó. Su pene se sacudió con el toque.

—¡Mierda! —exclamó. Nunca había sentido un placer más intenso que el toque de su dedo en contra de su colmillo.

Una sonrisa maliciosa fue su respuesta.

—¿Es eso lo que te hice cuando lamí tus colmillos?

Yvette asintió con la cabeza—. Sí. ¿Entiendes ahora por qué traté de detenerte?

—¡Diablos, no! —Él tomó su mano y la alejó, entonces la atrajo hacia sus brazos, su pene hinchado se hundía en su estómago—. Lámelos, bebé.

Él vio el destello de alegría en sus ojos, justo antes de que hundiera de nuevo sus labios sobre los de ella. Cuando pasó la lengua por su boca y la corrió a lo largo de sus dientes, Haven se tambaleó al borde de su control. De ninguna manera iba a poder volver a la cama, él tenía que tomarla aquí y ahora.

La levantó y la apretó contra la pared, abriéndole las piernas en el proceso. En el instante en que pasó la lengua por uno de sus colmillos, Haven se deslizó en ella hasta el fondo con un empuje, su canal estrecho lo envolvió en el calor húmedo. Se quedó sin aliento, sus labios se desprendieron de él.

—No te detengas ahora, bebé —instó.

—Me estás matando, Haven. —Su respuesta era más un gemido que palabras—. Eres nuevo en esto. Debemos tomar las cosas con calma para que no te dejes abrumar.

—Me parece que tú eres la que no lo puede aguantar. Confía en mí, tomar las cosas con calma no es lo que estoy buscando. —Haven se retiró de su concha y se sumergió de nuevo, sus bolas golpeándose contra la carne—. Las palabras que yo estoy buscando son fuerte, rápido y profundo.

Y con cada palabra, se estrellaba contra ella.

Los ojos de Yvette se cerraban con cada movimiento hacia adentro y se abrían de nuevo en cada retirada—. ¡Oh, Dios!

—Eso me gusta más, cariño. —Entonces él bajó la cabeza a la suya—. Ahora, ¿no ibas a lamer mis colmillos?

Sus miradas se conectaron. En sus ojos verdes, vio deseo y alegría—. Nunca pensé que me resultaras con talento tan natural. Me preocupaba que lo pelearas más. Que lucharas contra lo que eres.

Haven rozó los labios contra los suyos, el toque ligero como una pluma enviaba un hormigueo agradable a lo largo de su piel—. He luchado toda mi vida. Quiero amar ahora, porque es lo que cuenta al final. Yo quiero amarte y hacerte mía.

—Ya soy tuya.

Yvette abrió los labios, invitándolo a entrar. A pesar de que él quería saber tanto, tenía tantas preguntas, no pudo resistirse a lo que ella le ofrecía en ese momento: la felicidad total y absoluta en sus brazos. Nada más importaba. Ya habría tiempo para todo lo demás más tarde, para las preguntas, para averiguar cómo sería su nueva vida.

Sus cuerpos se movían en sincronía, mientras hacían el amor, sus piernas alrededor de su cintura, la espalda apretada contra las baldosas. Haven casi no sentía su peso, su nueva fuerza de vampiro le permitía hacer cosas que hubiera encontrado un poco vigorosas como un ser humano. Pero todo lo que podía pensar era en cómo sus cuerpos se ajustaban perfectamente, cómo su concha se contraía alrededor de él, apretándolo, sosteniéndolo. Cómo sus pechos generosos rebotaban con cada golpe, cómo sus pezones se endurecían aún más cada vez que rozaban su pecho.

Nunca durante el acto sexual había sentido tan intensamente cada acción. Toda sensación se magnificaba diez veces, no, cien veces más. Y al mismo tiempo, sabía que podía durar más tiempo, llevarla más alto y hacer que terminara más fuerte de lo que había hecho como un ser humano. La idea de dar más placer a su mujer que antes, sólo se agregaba a su propio deseo. Todas las dudas sobre si alguna vez podría ser suficiente para ella, se habían borrado. La forma en que respondía a él, la forma en que le sostenía la mirada y la forma en que su amor se derramaba en él, sabía cómo sería su nueva vida: feliz y llena de amor. Sin odio. Sin dolor.

La respiración de Yvette cambió, y Haven escuchó claramente los latidos del corazón acelerarse. Sus propias bolas se endurecieron con el conocimiento de lo cerca que ella estaba. Sus labios se separaron—. Ahora. Muérdeme ahora.

Sus ojos miraron el cuello, las venas por debajo de su piel palpitaban. Dejó caer la cabeza hacia él, atraída por una fuerza invisible. Mientras le besaba su sensible piel, sintió que se estremecía bajo su toque. Retirándose de su concha, se metió de nuevo en ella mientras sus colmillos traspasaban la piel y se alojaban en su interior.

Cuando la primera gota de su sangre golpeó su lengua, el sabor se propagó como pólvora, su pene se sacudió en su interior. Un instante después, sintió sus labios sobre su hombro, sus dientes rozándolo, antes de abrir la boca más grande y hundir sus colmillos afilados en la carne.

El control de Haven se quebró, y el orgasmo se estrelló sobre él más poderoso que ningún terremoto, ningún tornado, o tsunami. Cada célula de su cuerpo estalló, y con cada sorbo de la sangre de Yvette que entraba en su cuerpo, se intensificó el placer.

Y entonces lo sintió.

La sintió a ella.

Yvette.

Podía sentirla, sentir lo que sentía. Sentía su amor con mayor intensidad ahora. En su mente, él se acercó a ella.

Yvette, nena, soy tuyo ahora.

Mi amor. Su voz se dispersó a través de su mente, sin embargo, sus labios todavía estaban presionados contra su hombro, sus colmillos aún bebían de él como él de ella.

Un instante después, sintió la proximidad de su orgasmo y se preparó. Cuando los músculos alrededor de su pene convulsionaban, otra oleada de placer le pegó de la nada, enviándolo por encima del borde, una vez más.

Yo nunca te dejaré ir, bebé.

¿Cómo estás tan seguro de eso?

Él se impulsó más fuerte, su pene aún estaba tan fuerte como antes de su orgasmo—. De esta manera, bebé, de esta manera.