Capítulo Cinco

Quienquiera que fuera el apestoso vampiro que estaba protegiendo a Kimberly Fairfax, era bueno. Haven no lo había visto todavía. Esa era otra razón por la que odiaba a los vampiros: eran demasiado cautelosos.

No importaba. Haven sabía que con el tiempo Kimberly dejaría la fiesta con el guardaespaldas a su lado. Estaba preparado para el encuentro: una estaca estaba escondida en el bolsillo interior de su traje, y la poción de la bruja estaba fácilmente accesible en su bolsillo derecho. Y sólo para estar seguro, había preparado otra cosa para defenderse: una cadena sólida de plata con pequeñas pesas en cada extremo, que estaba en su otro bolsillo por si todo lo demás fallaba, podría lanzarlo alrededor del cuello del vampiro; el metal ardería quemando su piel, sería una distracción temporal, lo incapacitaría y le daría tiempo suficiente a Haven para sacar la estaca o la poción.

Durante años de cazar vampiros y buscar a su hermana pequeña, había aprendido mucho acerca de los chupadores de sangre… mayormente sobre la forma de lastimarlos o matarlos. Su carne chisporroteaba y se quemaba cuando se ponía en contacto con la plata, y no importaba lo mucho que lo intentaran, no podían romper el metal. Lo que hacía difícil estar preparado para un vampiro, era que ni él ni su hermano habían heredado la habilidad de su madre para reconocer a un vampiro por el aura que lo rodeaba.

A pesar de su falta de poderes, Haven se enorgullecía de haber eliminado a más de dos docenas de vampiros en los últimos años. Ninguno de los que había matado, lo había llevado más cerca de encontrar al vampiro que había secuestrado a su hermana, sin embargo, les había quitado la vida. Demonios, ellos ya estaban muertos. Cómo despreciaba a esas criaturas que tomaban de los seres humanos, sin preocupación, sin piedad. Así que él tampoco les había mostrado misericordia. Se había convertido de manera implacable en asesino de vampiros. Cada vez que convertía a otro en polvo, su necesidad de venganza quedaba apaciguada por un corto tiempo. Pero nunca duraba mucho.

Haven se decía a sí mismo que una vez que hallara a su hermana, iba a encontrar la paz y, finalmente, podría pensar en una vida normal, pero hasta entonces, la venganza era lo que lo impulsaba.

Esperando en la oscuridad de una de las puertas de la entrada, Haven esperó su momento. El sonido de una puerta le hizo girar la cabeza. Kimberly era inconfundible con su vestido rosa y cabellera rubia. Ella salió del edificio y entró en el callejón oscuro con otra persona. Haven se había asegurado que estuviera oscuro, golpeando el farol con una piedra.

A pesar de la oscuridad, Haven reconoció el rostro de la otra persona. Tomó aire sorprendido, involuntariamente: Yvette estaba al lado de Kimberly. ¿Era esta una coincidencia? Tal vez ambas habían estado trabajando juntas en la película. Estiró el cuello para mirar a su guardaespaldas, pero nadie salió. La puerta se cerró detrás de ellas, el sonido del eco en las paredes altas, reflejaba el sonido hueco en su corazón.

Haven maldijo en silencio al ver que las dos mujeres se acercaban a una limusina oscura. Ahora que las observaba muy de cerca, se dio cuenta de cómo Yvette escaneaba su entorno, escuchando apenas la charla de Kimberly y parecía que evaluaba cada entrada y cada transeúnte.

Bajo el vestido halter sexy que le quedaba como una segunda piel, su cuerpo tonificado estaba tenso y en guardia, podía verlo en la forma en que los músculos de sus brazos se flexionaban. ¿Lo había sentido ya?

¡Mierda! Eso no era lo que había esperado. ¿Acaso se había equivocado la bruja? ¿Sería que la joven no estaba protegida por un guardaespaldas vampiro después de todo?

Había hablado con Yvette en el interior del salón de baile, y nada en su comportamiento había sugerido que era algo más que una mujer hermosa. Había sentido el calor que su cuerpo emanaba, la pasión que irradiaba a través de ella y que había encendido a su propio cuerpo. ¿Cómo podría haber reaccionado así si ella fuese un vampiro? Todo lo que siempre había sentido por los vampiros, era repugnancia y odio. Era imposible que su cuerpo se equivocara, que reaccionara a un ser despreciable, como lo había hecho.

Pero cuanto más la miraba, los signos de un vampiro estaban más presentes: la fluidez con la que se deslizaba por la calle, la agudeza de sus ojos que parecían registrar todo a su alrededor, la forma en que parecía recoger todos los sonidos, tal como lo hizo ahora, cuando levantó la cabeza hacia arriba para ver una ventana que alguien había cerrado. Oh, sí, estaba alerta. Y sólo podía significar una cosa: que era guardaespaldas de Kimberly. Tenía que ser el vampiro del que la bruja le había hablado.

Maldito sea el infierno si no se sentía una punzada de pesar por lo que tenía que hacer. Si era el vampiro guardaespaldas, ella tenía que morir, estuviese atraído o no. No debería sentir los escrúpulos que empezaba a sentir al pensarlo. Nunca antes había tenido dudas acerca de lo que tenía que hacer. Su misión siempre había estado clara: matar a todos los vampiros que encontrara, hasta dar con él que le había robado a su hermana.

Tragando sus escrúpulos fuera de lugar y tratando de enterrarlos en los oscuros y profundos recovecos de su mente, Haven salió de la puerta de entrada donde había estado escondido y lentamente se dirigió hacia las dos mujeres. Dibujó una falsa sonrisa en su rostro y levantó la mano en señal de saludo—. Señorita Fairfax, un autógrafo por favor.

La cara de Yvette sólo mostró sorpresa momentánea cuando lo reconoció, y luego volvió a su máscara profesional de indiferencia. El estómago de Haven se torció. Se obligó a pensar nuevamente en el día que su madre fue asesinada, sabiendo que el odio que sentía por los vampiros le ayudaría a llevar a cabo su tarea y olvidar la otra cara que había visto de Yvette: la mujer sensual dispuesta a reunirse con él para una cogida sin inhibiciones.

Kimberly sonrió ampliamente mientras se detenía y esperaba a que Haven se acercara. Yvette inclinó la cabeza hacia ella y dijo algunas palabras. Lo único que Haven escuchó al final de la misma fue—: … ¿doble del set de la película?

Cuando Kimberly le dio a Yvette una mirada confusa y sacudió la cabeza, sabía que su tiempo había terminado. Yvette sabía que él no pertenecía al elenco y le había mentido. Pero él no necesitaba mucho tiempo. Estaba a sólo unos metros de distancia cuando Yvette emitió su orden.

—¡Métete en el coche, Kimberly, ahora!

Sin embargo, Kimberly no se movió. Ella simplemente le dio a Yvette otra mirada confusa—. Pero él sólo quiere un autógrafo. No deberías ser tan grosera…

Yvette la empujó a un lado hacia la limusina, su cuerpo estaba ahora en posición de ataque—. ¡AHORA, Kimberly!

Entonces Yvette saltó hacia él. Haven apenas tuvo tiempo de reaccionar. La anterior mujer seductora, se había ido. Lo que quedaba era una letal máquina de combate. Si alguna vez había tenido alguna duda de que ella era un vampiro, se borró con el impacto… ninguna mujer podía ser tan fuerte.

Yvette lo tiró al suelo de un solo golpe. Él aterrizó de espaldas. Pero no era fácil de vencer. Él la capturó entre sus piernas y la retorció, por lo que ella se fue hacia abajo sobre el pavimento. Pero no había contado con su agilidad. Como una gacela, se levantó de un salto y le dio una patada en el costado justo mientras él se levantaba del piso. Sus patadas de karate eran altas y elegantes. Una costura a lo largo de su muslo rasgó varios centímetros de su vestido cuando ella pateó más alto, lo que le permitía un mejor movimiento. Y demonios, tenía que admirar la forma en que luchaba con sus piernas poderosas y sexys.

En el fondo, se escuchó el grito de Kimberly. Si no hacía esto rápido, la joven atraería la atención y pediría ayuda.

Haven metió la mano en su bolsillo y sacó la estaca.

Los ojos de Yvette se redujeron, mientras ambos se movían en círculos—. Yo hubiera dejado que me atravesaras con tu pene, pero no con esa cosa.

Sus palabras le hicieron bajar la guardia. Contaba con eso para pelear sucio. Perra—. No hay manera en el infierno que ensucie mi pene metiéndolo dentro de ti. —Su pene lo llamaba mentiroso.

Él vio la ira en sus ojos, pero también había algo más allí. ¿Su observación había herido sus sentimientos? Haven se sacudió el estúpido pensamiento. Como si los vampiros tuvieran sentimientos. Bastardos insensibles… y perras.

Yvette atacó con más fuerza en ese momento. Ellos luchaban golpe tras golpe. Sus patadas en su mitad inferior, estaban haciendo efecto. Por desgracia, no podía acercarse lo suficiente con su estaca para hacerle algún daño.

Otra dolorosa patada en el estómago, y se tambaleó. Ella lo golpeó contra el coche. Haven se apretó la mano contra su estómago para evitar la sensación de náuseas. Su mano sintió el pequeño frasco que la bruja le había dado. Él lo sacó de su bolsillo y se volvió, justo cuando Yvette lo agarraba por el cuello.

—Toma esto, chupa sangre. —Lo presionó hacia afuera, tiró el frasco al suelo y lo aplastó con su zapato.

Al instante, el vapor rosado salió del mismo. Yvette giró su cabeza hacia el objeto, pero sus movimientos ya se habían frenado.

—¡Mierda! —gritó ella, sus ojos como dardos a un lado—. ¡Kimberly!

La joven estaba a tan sólo un par de metros de distancia de ellos, aún estaba congelada de pie en el mismo lugar donde el ataque se había iniciado. Con visible esfuerzo, Yvette lo soltó y llegó hasta Kimberly, puso su mano sobre la muñeca de la muchacha antes de desplomarse en el pavimento, tirando a Kimberly con ella.

—¡Yvette! —gritó la joven.

Bien, ahora la actriz se ponía histérica. Cómo odiaba eso.

—¡Cállate!

Los gritos de la muchacha se tranquilizaron hasta llegar a un quejido, mientras sacudía Yvette, tratando de despertarla.

Haven miró a Yvette, que yacía inmóvil en el suelo. Sabía que no estaba muerta, sólo inconsciente. Ahora era el momento de matarla. Apretó fuertemente su estaca y la suave madera rodó entre los dedos. Luego se arrodilló junto a ella y la rodó sobre su espalda. No debería haberlo hecho. Simplemente debería haber enterrado la estaca en su espalda.

La patada de Kimberly en su costado, lo golpeó con sorpresa—. ¡Déjala en paz!

Haven le lanzó una mirada de enojo y al mismo tiempo agarró su tobillo, con lo que le hizo perder el equilibrio y caer contra el coche detrás de ella, sacudiendo a Yvette, cuya mano todavía estaba alrededor de la muñeca de Kimberly.

—¿Qué parte de, «cállate», no entiendes?

En respuesta a la tácita amenaza, sus ojos se convirtieron en la de una cierva asustada—. ¡Ay!

Bueno, al menos la muchacha podía actuar. Pero, maldita sea, cómo odiaba atemorizar a los inocentes. Si su madre estuviera viva, ella lo golpearía por eso.

Haven centró su atención en la inconsciente Yvette. Lo que veía en su rostro eran las características perfectas de la mujer que lo sedujo tan fuertemente hace unas cuantas horas antes en el salón, los labios rojos de la mujer que le había desafiado, las gloriosas curvas y pechos de la sensual mujer, que le había ofrecido tan descaradamente una noche de sexo.

Por primera vez le temblaba la mano cuando tenía una estaca. Nunca había tenido algún reparo en matar a un vampiro, ¿por qué no podía hacer que su mano descendiera y llevara la estaca hacia su corazón?

En su lugar, se levantó y miró a Kimberly, que se había apoyado contra el maletero del coche, asustada y llorando. Haven miró a su alrededor. Todavía estaban solos en el callejón, y la puerta del conductor de la limusina estaba abierta como si el conductor hubiese huido, abandonando el coche en medio de la lucha. Aún mejor.

—Vamos. ¡Tú vienes conmigo! —Le ordenó.

Él agarró el brazo de la muchacha y trató de llevarla hacia la parte delantera del coche, pero puso resistencia—. Te dije, vamos.

—No puedo. —Se lamentó Kimberly.

Haven miró hacia atrás y vio cómo Kimberly trataba de aflojar la mano de Yvette de su muñeca, pero no podía hacer palanca con los dedos separados. Se detuvo y tomó la mano de Yvette, pero su intento fue tan infructuoso como el de Kimberly. Como un candado, los dedos de Yvette se habían cerrado alrededor de la muñeca de Kimberly y se había congelado en su lugar.

—¡Mierda!

—¿Qué está pasando? —exclamó Kimberly—. ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! —Frenéticamente, miró a su alrededor en el callejón, pero no había transeúntes. No se quedaría de esa manera, Haven estaba seguro. Tenía que salir de ahí rápidamente.

—¡Métete en el coche, ahora! ¡Y ni una palabra!

Odiaba lo que ahora tenía que hacer. Si él podía haber dejado a Yvette justo donde estaba, por lo menos podría haber cerrado ese capítulo de su vida, pero las circunstancias eran lo que eran. Tenía dos opciones, ninguna de las cuales le parecían en lo más mínimo atractivas, una de ellas ya la había intentado sin éxito: por alguna razón, no podía enterrarle la estaca. Y sólo quedaba una opción.

Haven condujo a la muchacha hacia la puerta del coche y levantó el cuerpo inerte de Yvette en sus brazos, llevándola y colocándola en el asiento de atrás de la limusina, mientras Kimberly entraba. Sólo esperaba que ella se quedara inconsciente durante el viaje en auto, de lo contrario tendría que recurrir a la primera opción. Por supuesto, si se quedaba inconsciente mientras él la llevaba hacia la bruja, significaba que tendría que llevarla de nuevo y sentir su cuerpo cerca del suyo. Y se presentaba un asunto completamente diferente: uno que su cerebro quería evitar y su pene esperaba ansioso.

—Un grito más, y vas a terminar como ella.

Con ojos asustados, Kimberly asintió con la cabeza, puso un brazo alrededor de su cintura, y el otro extendido hacia Yvette—. ¿Por qué no me suelta la muñeca?

Haven no sabía a ciencia cierta, pero pensó que tenía algo que ver con los poderes de vampiro—. Odio decirte esto a ti, niña, pero tu guardaespaldas es un vampiro.