4. Piak
Tiuri siguió a Jaro con la mirada hasta que éste desapareció de su vista. Después se sentó a reflexionar sobre lo que había escuchado.
—Ya podemos comer —dijo Piak que había aparecido de pronto—. Aquí tienes.
Sostuvo ante Tiuri un puñado de bayas.
Tiuri le miró algo confuso. Se había olvidado por un momento del chico moreno.
—Ah, gracias —dijo.
Piak puso las bayas sobre una piedra plana y se acuclilló al lado.
—Se ha ido, ¿eh? —dijo con calma.
—Sí —dijo Tiuri—. Pero ¿cómo lo sabes?
—He visto que se iba —contestó Piak metiéndose una baya en la boca.
—¡Ah! —exclamó Tiuri. Se preguntaba si Piak habría oído algo de la conversación.
Éste escupió una pepita, cogió una segunda baya y la miró con atención. Después dirigió su mirada clara hacia Tiuri.
—¿Quién eres? —preguntó en voz baja.
—¿Que quién soy? —preguntó Tiuri sorprendido.
—¿Eres un caballero con una misión?
—¿Cómo se te ocurre?
—¡Ah!, enseguida sospeché que no eras un viajero normal. Vi tu cota de malla en el arca de Menaures y… —Piak esperó un momento y se comió la segunda baya—. Bueno —siguió diciendo— he oído todo lo que habéis dicho… No lo hice a propósito. Pero aquí a veces se oyen voces que están a kilómetros de distancia… Eso es por el eco. Al principio quise irme, pero después pensé de pronto en lo que me había dicho Menaures y me pareció que era mejor que me enterara de todo.
—¡Vaya! —exclamó Tiuri, sin saber si debía sentirse sorprendido, enfadado o intranquilo.
—Sí —siguió diciendo Piak—, ahora por lo menos sé con qué tengo que tener cuidado… por ejemplo con ese tal Slupor… ahora ya no nos cogerá. No en las montañas si de mí depende. Antes caerá por un precipicio abismal.
—¿Ah sí? Pero ahora debes contarme qué…
Piak no le dejó hablar. Se incorporó de un salto, cogió los fardos y dijo:
—¡Ven conmigo!
—¿Qué pasa? —preguntó Tiuri algo asustado.
—Vamos a sentarnos en otra parte. Los ecos.
Un minuto después estaban en otro lado.
Piak retomó la historia.
—No he entendido todo lo que te ha dicho ese tal Jaro, pero algo sí —dijo en voz baja—. Llevas una carta al rey Unauwen y Jaro o su señor no quieren que el rey la reciba. Y han enviado a un tal Slupor a por ti. Podría decirse que es una astuta serpiente. No dices nada —siguió diciendo después de un momento de silencio—. No te atreves, claro. Seguro que estás pensando lo mismo que un tío mío que siempre dice: «Fíate sólo de ti mismo». Tienes razón. Pero ahora ya lo sé, y me parece mejor que estés al corriente. Así sabes lo que hay y yo no tengo que hacer como que no sé nada.
Tiuri le miró y se echó a reír.
—Eso es cierto —dijo—. Y ahora yo también sé algo más: que hay que tener cuidado al hablar en las montañas porque el eco puede delatarte.
Piak también rió. Después su cara se puso seria y dijo:
—No debes tener miedo a que yo te delate. Puedes confiar en mí. ¿Sabes qué? Yo también tengo una misión. Menaures me la encargó: «Tienes que ser su guía», me dijo, «tienes que indicarle un camino corto y que sea lo más seguro posible. Tienes que prestar atención a que nadie os siga. Tienes que permanecer despierto cuando él duerma y quedarte junto a él cuando esté despierto…». Bueno, ésa es mi misión. Por eso me quedé por los alrededores y escuché lo que decíais. Y como tengo la misión de ser el guía de alguien que tiene una misión, esa misión tuya en realidad también es un poco mía.
Tiuri lo miró y empezó a alegrarse. «Piak», pensó, «no sólo será un guía y un compañero de viaje, sino también un amigo».
Le tendió la mano y le dijo:
—Confío totalmente en ti. Aquí tienes mi mano. Tengo una misión, es verdad, pero no puedo hablar de ella con nadie. Hay enemigos que quieren evitar que la lleve a cabo; eso ya me ha quedado claro. Más adelante tal vez te cuente más. Sólo te pido una cosa: no dejes que nadie note lo que sabes.
—Ni que decir tiene —dijo Piak estrechando fuertemente su mano—. ¡Qué burro soy! —exclamó poco después—. Me he dejado las bayas. Iré a buscarlas. Esas bayas tienen la culpa de que conozca tu secreto; como castigo nos las comeremos para que no puedan contar nada.
—¡Qué bonito es todo esto! —exclamó Tiuri cuando reanudaron la marcha. Era como si en aquel momento lo viera todo mucho mejor, cuando ya no lo atormentaban el cansancio y el dolor, la preocupación o el desánimo…: las poderosas paredes rocosas, los escasos y caprichosos pinos, las vistas cambiantes, las corrientes de agua espumeante y saltarina, las nubes como velos en las cimas.
—¿Te gusta? —preguntó Piak—. Yo sólo conozco esto, así que no puedo comparar, pero creo que no querría vivir en otro lugar más que en las montañas. Me encanta escalar y escalar y ver adonde llego. Mi padre era igual y en mi pueblo decían que estaba loco. Un día cayó por un precipicio y dicen que yo acabaré igual. ¡Tonterías! Un vecino de mi padre nunca quiso dar un paso fuera del pueblo y también murió al caerse de una escalera. Para eso es mejor caer por un precipicio, ¿no te parece? Por lo menos has visto cosas.
Tiuri estaba de acuerdo con él.
Piak siguió hablando de su padre.
—Dicen que me parezco a él. También se llamaba Piak. ¿Tu padre está vivo?
—Sí. Yo también me llamo como él.
—Así que se llama Martín.
—No —dijo Tiuri en tono suave—, se llama Tiuri, y ése es mi nombre también.
—¡Ay! —exclamó Piak mirándole con los ojos muy abiertos.
—Pero delante de los demás no debes llamarme así —añadió Tiuri.
—No, no, claro que no —dijo Piak. Dio la impresión de que quería preguntarle algo, pero no dijo nada.
A la puesta de sol llegaron al lugar que Piak se había marcado como meta para aquel día, los dos refugios que había mencionado. Ambos estaban vacíos e inutilizados, pero serían una buena guarida para la noche. Cuando el sol desapareció, Tiuri sintió que empezaba a hacer frío y se alegró de poder ponerse las pieles de oveja. Se instalaron en una de las cabañas y comieron algo. No encendieron ningún fuego que pudiera delatarlos desde una gran distancia.
Después Piak sacó una botella y dijo:
—Menaures me ha dado esto. Tengo que ponértelo en la herida.
Tiuri se dejó hacer con una sonrisa.
—No entiendo mucho de esto —dijo Piak—, pero creo que tiene buen aspecto. Menaures dijo que tenía que extendértelo por encima si te volvía a doler y que además debía encargarme de que no le entrara frío.
—Está bien, de verdad —dijo Tiuri—. Ya no me molesta nada.
Se enrollaron en las mantas para dormir.
—Mañana —dijo Piak— iremos por un sendero por el que nadie podrá seguirnos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tiuri bostezando.
—Nadie lo conoce; ni mi padre llegó a descubrirlo nunca. Menaures me lo enseñó y él lo encontró por casualidad… Bueno, en realidad lo descubrió otra persona, alguien que venía del otro lado a visitar al ermitaño.
—¿Sí? —dijo Tiuri adormilado—. ¿Y cómo fue?
—Ah, eso fue hace mucho tiempo, incluso antes de que yo naciera. Un joven caballero del rey Unauwen se internó en las montañas. Se perdió y se metió en una tormenta de nieve. Entonces sopló su cuerno y Menaures lo oyó y fue en su busca. Lo encontró en ese sendero desconocido. El caballero ya había cruzado el paso y no estaba lejos de su objetivo. Menaures dijo que fue un milagro porque desconocía por completo el camino en la montaña. Era un joven valiente. Después se convirtió en un famoso caballero. Se llamaba Edwinem.
Tiuri se despejó de golpe.
—¿Edwinem? —repitió.
—¿Has oído hablar de él?
—Sí.
—¿Lo conoces?
Tiuri tardó en contestar.
—Sí —dijo entonces—, le he visto una vez.
—¿De verdad? ¿Hablaste con él?
—Humm… sí.
Oyó que Piak se incorporaba un poco.
—Cuenta, Tiuri —dijo susurrando—, porque así es como te llamas, ¿no?
—Sí —contestó algo asombrado.
—Sé una canción sobre los caballeros del rey Dagonaut que habla de una gran batalla en el este. Escucha —Piak cantó en voz baja—:
Quieren escuchar mi canción,
entonces les cantaré yo
sobre lo hermoso y valiente
que en el este pasó.
Cómo nuestro rey Dagonaut
partió con sus afines
y cómo el enemigo los viera acercarse
a él mismo, y a sus paladines.
El rey con el traje púrpura,
en la cabeza la corona de oro,
sobre un corcel blanco tan altivo
como sobre su dorado trono.
¿Quién iba a su derecha
con escudo oro y azul?
el caballero Tiuri. Él era
en quien mucho confiaba…
»El caballero Tiuri —dijo Piak interrumpiéndose a sí mismo—, Tiuri el Valiente. ¿Es tu padre?
—¿Cómo se te ocurre? —empezó a decir Tiuri, pero luego contestó—. Sí, es mi padre.
—Así que eres caballero —susurró Piak excitado.
—No, yo no. Soy… sólo fui escudero.
—Bueno, pero luego te convertirás en caballero, ¿verdad? Primero paje, luego escudero… Así es como sucede, ¿no? ¡Cuenta, cuenta!
—Fui el paje de mi madre y el escudero de mi padre.
Sonrió en la oscuridad ante el recuerdo de aquellos años felices en Tehuri. Por primera vez desde hacía días se preguntaba cómo estarían sus padres. ¿Le estarían esperando en la ciudad de Dagonaut o habrían vuelto a su castillo?
—Cuando cumplí los trece me convertí en el escudero del caballero Fartumar —siguió diciendo.
—El caballero Fartumar —repitió Piak con respeto—. La canción también habla de él:
¿Quién iba a su izquierda
con escudo blanco y refulgente?
El caballero Fartumar, era él,
su cuerno convocaba a muchas gentes…
—Después entré al servicio del rey Dagonaut —contó Tiuri—. Eso es algo que debe hacer todo el que quiera ser caballero.
—¿Y cuándo te nombrarán caballero?
—Ya habría podido serlo. Pero ahora no sé si lo seré alguna vez. He incumplido las reglas y el rey es severo.
Le contó a Piak la noche de vela en la capilla, lo de la voz que le pidió que abriera, lo del desconocido que le dio la carta para el Caballero Negro del Escudo Blanco… Contó que había encontrado moribundo al caballero y que había aceptado la misión: llevar la carta al rey Unauwen.
—¡Ah! —exclamó Piak con un suspiro—. Para mí que eres un caballero con una misión. No podías hacer otra cosa que lo que hiciste, ¿no?
—No, no podía hacer otra cosa.
—Y el Caballero Negro del Escudo Blanco, ¿quién era?
—El caballero Edwinem, señor de Foresterra. Pero de eso me he enterado después.
—Me alegro de que me lo hayas contado —dijo Piak—. Tal vez quieras contarme más cosas: todo lo que has vivido antes de llegar aquí. Me gustaría ser tu escudero.
—No soy caballero.
—¡Sí que lo eres!
—Preferiría que fueras mi compañero, mi amigo.
—¿Sí? Entonces somos amigos.
Estuvieron un rato en silencio.
—Bueno —dijo entonces Piak—, me gustaría oír mucho más, pero tengo sueño. Soñaré un poco con lo que me has contado, ¿vale? Que descanses.
—Que descanses —dijo Tiuri.
Después hubo silencio en el refugio.