3. Lo que Ristridín contó del Caballero del Escudo Blanco
El caballero Ristridín habló de su amigo, Edwinem de Foresterra. Contó una historia de aventuras y grandes hazañas, de la que Tiuri ya conocía el final. Pero Tiuri oyó más cosas sobre la última aventura de Edwinem, aunque la historia de Ristridín estaba incompleta. En ella no se mencionó la carta para el rey Unauwen, a pesar de que era la causa segura de la huida y muerte del caballero Edwinem.
Esto es lo que contó Ristridín:
—En la primavera de este año —dijo—, yo estaba con mi hermano en el castillo de Ristridín junto al río Gris. Bendú y Edwinem habían prometido venir. Después iríamos los tres al Bosque Salvaje en el que nunca habíamos estado. Un día llegaron unos mensajeros contando que se aproximaban caballeros de Unauwen. Fui a su encuentro. No eran muchos pero la pequeña comitiva tenía un aspecto muy bonito. Todos los caballeros iban totalmente engalanados con sus escudos blancos y sus mantos irisados. Y a la cabeza, en su caballo negro, iba Edwinem de Foresterra, que poseía una preciosa tierra en el reino de Unauwen, pero que era un Caballero Errante como yo. Los demás también tenían nombres famosos, como Andomar de Ingewel y Argarath de Verredave, Marcian y Darowin. Iban de camino a Eviellan como emisarios del rey Unauwen. Viajaban a través de nuestro país a petición del caballero Edwinem, para poder verme y decirme que, en principio, no podría sumarse a nosotros en esta aventura. Su rey le había encomendado una importante misión. Como ya sabes, el monarca de Eviellan había enviado mensajes a su padre y a su hermano en los que manifestaba su deseo de firmar la paz. Por eso el rey Unauwen había enviado a Eviellan sus mejores caballeros.
»Los caballeros se quedaron una noche y un día como invitados en el castillo de mi hermano. Estaban llenos de alegría y esperanza… todos, menos uno. Porque el caballero Edwinem estaba silencioso y ensimismado.
»Por la tarde había estado con él en la torre más alta del castillo contemplando los llanos de Eviellan, al otro lado del río Gris. Entonces le pregunté por qué no estaba contento. Al principio no quería hablar, pero finalmente me dijo dando un suspiro:
»—No lo sé. Todo el mundo es feliz y desea la paz con Eviellan. Pero tengo el corazón preso de un oscuro presentimiento. A veces me enfado conmigo mismo y me pregunto si no me he vuelto desconfiado y receloso. Nunca me había sentido así, ni en los momentos de peligro.
»Le dije que en realidad no había nada que temer, pero contestó:
»—Lo sé tan bien como tú, Ristridín. Y a pesar de ello no puedo quitarme esa sensación.
»Después volvió la cara hacia el oeste y dijo:
»—Lejos de aquí, en un bosque y junto al mar, está mi castillo, Foresterra. Le tengo cariño y cuando estoy lejos mi corazón se alegra cuando pienso que volveré a vivir en él. Pero ahora sólo me entristezco al pensar en ello, y creo que nunca volveré a verlo.
»Le pregunté si temía una traición.
»—No digas esa palabra en voz alta —dijo—. El monarca de Eviellan ha sido mi enemigo durante mucho tiempo. He luchado contra muchos de sus caballeros y ninguno de ellos ha podido vencerme nunca. Pero tampoco se ha comportado ninguno de forma deshonesta conmigo. Por eso no debo pensar en traición. Y, a pesar de ello, y esto sólo te lo digo a ti, Ristridín, no creo que el monarca de Eviellan quiera realmente la paz. Le conozco. Es malvado.
»—Pero puede haber cambiado —objeté.
»—Dios lo quiera —dijo Edwinem—. Deseo que así sea, Ristridín. Tal vez, cuando le vea, olvide mis presentimientos. El monarca de Eviellan posee un gran encanto: se parece tanto a su hermano, el príncipe heredero, que quien le ve no puede creer en su maldad. Precisamente por eso es tan peligroso —entonces sacudió la cabeza y dijo con una sonrisa—: Ahora no hablaré más de esto, Ristridín. No te preocupes por mí. Déjame ir donde debo. Y tú haz lo que te habías propuesto: ve al Bosque Salvaje. Eso está bien porque nadie ha estado nunca allí y uno debe conocer su propio país.
»A la mañana siguiente Edwinem y el resto de los caballeros se despidieron y fueron hacia Eviellan. Su escudero, Vokia, se quedó en el castillo de Ristridín, si bien a su señor le había costado mucho convencerle de que lo hiciera. El viaje iba a ser demasiado duro para el anciano, que no se sentía bien. Los caballeros volverían a pasar a su regreso y le recogerían.
»Cuando se marcharon, el temor de Edwinem se me había contagiado. Por eso decidí no ir al Bosque Salvaje antes de que hubieran vuelto. Bendú llegó y también esperó porque no quería ir sin mí. Cruzamos el río Gris y entramos en Eviellan pero no oímos nada excepcional. Allí también había rumores de paz y reconciliación, pero nos enteramos de que el número de guerreros de Eviellan había aumentado mucho y que vigilaban intensamente la frontera del reino de Unauwen.
»Entretanto el verano se aproximaba. Pronto llegaría el momento de partir a la ciudad de Dagonaut para el gran encuentro cuatrienal. Ya no podíamos ir al Bosque Salvaje.
»Entonces llegó el día en que vería al caballero Edwinem por última vez. Fue un día peculiar: llovía y el sol brillaba a la vez, y el viejo Vokia iba y venía intranquilo mascullando algo sobre un sueño que había tenido y refunfuñando porque no estaba su señor. A la hora de la puesta del sol, un caballero extraño llamó a la puerta del castillo de Ristridín. Quería hablar conmigo pero no quería decir su nombre. El guardián pensó que era un caballero de Eviellan. Fui a la puerta seguido por Vokia, que estaba convencido de que aquel visitante desconocido tenía algo que ver con su señor. Allí estaba el caballero: negra era su armadura, negro su escudo y negro su caballo. Pero incluso sin aquel caballo habría sabido quién era, aunque no se levantara la visera y se comportara como si no me conociese. Le dejé entrar, pero no le llamé por su nombre. Fue después, cuando estuvimos solos, cuando nuestro saludo fue más caluroso.
»—¿Qué ha pasado, Edwinem, para que vengas solo, vestido de negro como un caballero de Eviellan? —pregunté.
»—Era la única manera de salir de aquel país —contestó—. Odio ir de negro, pero debajo está oculto el blanco y dentro de poco será visible de nuevo.
»No podía o no quería decir lo que pasaba: su llegada debía permanecer en secreto. Comprendí que había huido por algún motivo y que tenía prisa. De no haber sido necesario que él y su caballo descansaran, no habría venido. Al cabo de unas horas quería volver a partir y cabalgar por el Tercer Gran Camino hacia su país. Cuando le informé de que había más tropas en la frontera, abandonó aquel plan.
»—Estarán vigilando la frontera —dijo—. El sur del reino de Unauwen está, en gran medida, en su poder. El Bosque de Vórgota permanece a salvo, pero los guerreros de Eviellan están al acecho en los montes del Viento del Sur y en este momento serán muchos más que hace un par de meses. No, iré al país de Unauwen dando un rodeo: primero iré al norte y después tomaré el Primer Gran Camino.
»Le pregunté si podía ayudarle, pero negó con la cabeza y dijo:
»—Éste es un asunto que sólo concierne a mi país y a mi rey. Aunque no será siempre así —después sonrió y añadió—: ¡Ésta es la más asombrosa de mis aventuras! Voy huyendo, en el más profundo de los secretos, como si la muerte me pisara los talones, vestido de negro como un sirviente de la noche. Pero tal vez ésta sea también mi misión más importante. Dios quiera que alcance mi meta.
»No dijo nada más. Se marchó unas horas después, pero ya no estaba solo: su anciano escudero le seguía.
»Me quedé con preocupación, miedo y dudas. Al día siguiente una comitiva de caballeros vestidos de rojo cruzó el río y se dirigió hacia el norte. Mi hermano y yo les retuvimos y les preguntamos qué hacían en el reino de Dagonaut. Contestaron que habían sido enviados por su monarca para rendir homenaje al rey Dagonaut con motivo de la fiesta del solsticio de verano. No pudimos hacer otra cosa que dejarles marchar: las relaciones entre nuestro país y Eviellan habían sido buenas en los últimos tiempos. De vuelta en el castillo estuve deliberando con Bendú y con mi hermano. Yo sabía lo que quería: seguir a aquellos Caballeros Rojos y no perderlos de vista. Bendú quería acompañarme y Arturin, mi hermano, se quedaría en Ristridín para vigilar la frontera. Enseguida tuvimos todo preparado y Bendú y yo partimos aquel mismo día.
»Por el camino oímos que un caballero desconocido se había incorporado a los Caballeros Rojos: llevaba armadura negra y escudo rojo.
»¡Ay, aquel viaje al norte, a la caza salvaje! Seguimos a los Caballeros Rojos, mientras ellos perseguían, al menos eso es lo que nos temíamos, al señor de Foresterra. En una aldea junto al río Verde tuvimos noticias. Dos caballeros negros habían luchado allí, uno con escudo rojo y otro con escudo blanco. Así que Edwinem se había quitado el negro del escudo. El Caballero del Escudo Blanco había vencido a su adversario pero no lo había matado. A continuación había llegado una horda de Caballeros Rojos, ahuyentando al ganador hacia el bosque. Después desaparecieron todos. Más tarde, el anciano que acompañaba al caballero vencedor había vuelto y se había alejado a toda velocidad hacia la capital.
»Después de oír aquello dividimos nuestro grupo. Bendú fue hacia la ciudad adentrándose en el bosque. Pero yo no encontré el rastro de ningún caballero ni del Caballero Negro del Escudo Blanco.
Finalmente yo también fui a la ciudad, a la que llegué justo después del festivo nombramiento de los nuevos caballeros. Por supuesto se hablaba mucho de un joven que se había marchado, pero en aquel momento no me pareció tan importante. Pensaba en Edwinem y en los Caballeros Rojos. Me reencontré con Bendú, que no había conseguido hallar al anciano escudero. Me enteré de que sólo algunos de los Caballeros Rojos habían presentado sus respetos al rey Dagonaut y que en la ciudad nunca había estado ningún Caballero Negro. El rey nos concedió un permiso inmediato para investigar. El caballero Ewain, que casualmente estaba en la ciudad, se nos unió, al igual que Arwaut, el primo de Bendú.
»Pero no tuvimos que seguir buscando al caballero Edwinem. Ese mismo día nos enteramos de que el Caballero Negro del Escudo Blanco había sido asesinado y encontrado en el bosque, no lejos de la posada Yikarvara, donde se había alojado por poco tiempo.
»Él, el más valiente de los caballeros de Unauwen, uno de sus paladines más nobles y fieles, el Invencible, había sido derrotado, no en un duelo honesto, sino por una cobarde traición. Su presentimiento se había hecho realidad: nunca volvería a ver su país ni a su amada Foresterra junto al mar…
Esto, y más, fue lo que contó el caballero Ristridín a Tiuri mientras hacían la guardia. Dentro y fuera de la posada había silencio. No fueron interrumpidos.