Epílogo

Dos años después

—Espera un momento —dijo Rourke, tirando de Jenny para que se detuviera en la acera—. Quiero ver esto.

Rufus, al que Jenny llevaba atado de la correa, se detuvo obediente y se sentó sobre sus cuartos traseros. Jenny se volvió para ver el escaparate de la librería Camelot. La librería local había dedicado todo un escaparate a su primer libro de recetas y recuerdos: Comida para pensar. La sabiduría de una familia de panaderos, escrito por Jenny Majesky y con fotografías de Daisy Bellamy. Aquel precioso volumen tenía un aspecto tan cálido y apetitoso como las tartas de su abuela. Había sido publicado la semana anterior y Jenny todavía estaba flotando de felicidad.

—Es un libro —dijo sonriendo y sacudiendo la cabeza—. Todavía no me puedo creer que exista el libro.

El día de su publicación habían celebrado una fiesta en la panadería. Había sido tanta la gente que había llegado que habían tenido que organizar un dispositivo de tráfico especial. Jenny no estaba segura de si la gente iba para disfrutar de la tarta de whisky o porque quería un libro autografiado, pero el caso era que habían llegado a cientos.

—Vamos a comprar uno —dijo Rourke.

—Tengo una caja llena de libros en casa.

—Como si eso pudiera detenerme.

Le sostuvo la puerta y entraron juntos, con el perro. La librería estaba en silencio. El dependiente que estaba detrás del mostrador no reconoció a Jenny, que llevaba el rostro prácticamente oculto por el gorro de lana y la bufanda con los que se protegía del frío de febrero. Además, estaba gorda como un kolache con el embarazo. Rourke pagó el libro y le sonrió al dependiente.

—Es de mi autora favorita.

Jenny se sentía a punto de elevarse del suelo.

—Creo que no voy a acostumbrarme nunca a esto.

Las calles estaban desiertas. La gente procuraba evitar el frío. Una vez fuera de la librería, Rourke sacó el libro de la bolsa, lo abrió por la primera página y leyó la dedicatoria: «En memoria de mis abuelos, Helen y Leopold Majesky».

—Estén donde estén, estoy seguro de que ahora mismo están muy orgullosos de ti.

Jenny asintió, pero sintió de pronto el escozor de las lágrimas, a lo mejor por culpa de lo revueltas que tenía las hormonas a causa del embarazo, o quizá fuera porque le resultaba imposible pensar en sus abuelos sin acordarse de su madre. Le habían hecho la autopsia a los restos de Mariska. Las heridas se debían a una caída desde gran altura. En eso Matthew no había mentido. Su madre se había caído, pero él tenía tanto miedo de que le acusaran de su muerte que, después de averiguar que no llevaba los diamantes consigo, había escondido su cadáver. Estaba en prisión en aquel momento. Zach, su hijo, estaba estudiando en la universidad.

Pero ya no debía seguir pensando en el pasado, se dijo Jenny. Que sus abuelos, Mariska y Joey descansaran en paz.

—¿Sabes? —Rourke volvió a guardar el libro en la bolsa—. El libro es precioso —le acarició el vientre—, tú eres preciosa y te amo.

Tenía una habilidad particular para detectar sus cambios de humor, algo que a Jenny no le sorprendía. Siempre había sido así.

Observó su reflejo en el cristal del escaparate de la tienda: el reflejo de dos supervivientes que pronto formarían una familia. Y lo que sintió, en medio del invierno, fue un calor capaz de vencer el frío más intenso.

* * *