Treinta y tres

EN cuanto entró en el vestíbulo del hospital, Jenny notó una fuerte presión en los pulmones. Había estado otras tres veces allí, por su abuelo, por su abuela y por Joey, y las tres veces había salido con el corazón destrozado. Metió la mano en el bolsillo, sacó las píldoras tranquilizantes y fue a buscar un dispensador de agua.

Un momento, se dijo. Lo peor había pasado. Matthew estaba encarcelado y a Rourke le habían llevado en helicóptero al hospital. Rufus estaba en el veterinario. Dos policías le habían llevado a ella al pueblo y otros dos se habían ocupado de Matthew. La tormenta se había alejado y la nieve comenzaba a derretirse. No tenía nada que temer. Bueno, nada salvo el hecho de que a Rourke habían tenido que someterle a una operación de urgencia. Estuvo a punto de doblarse de dolor al pensar en ello, al recordar lo terrible que era perder a un ser amado. Quería tanto a Rourke que perderlo la destrozaría para siempre.

Era una realidad a la que no podía escapar. Rourke era el dueño de su corazón y eso era algo que ni siquiera podía cambiar la posibilidad de perderle. Además, no quería aplacar sus sentimientos. Qué diferente era aquella Jenny de la mujer que había vivido huyendo siempre de sus propios sentimientos. No podía sacar muchas cosas positivas del hecho de que alguien le hubiera apuntado con una pistola, pero a lo mejor ésa era una de ellas.

El policía que la acompañaba, un sobrino de Nina, pareció advertir su vacilación y permaneció a su lado, esperando. Jenny cerró los ojos un instante, tomó aire, guardó la medicación y siguió avanzando.

Cuando salió del ascensor, vio que por lo menos la mitad de los policías del departamento estaban reunidos en la sala de espera. Tomaban café y hablaban entre susurros, pero se quedaron completamente callados al ver llegar a Jenny.

No, pensó, con el corazón helado. Aquel silencio la estaba matando.

—¿Dónde está? ¿En qué habitación?

—En la UCI —contestó alguien, señalando una puerta de cristal—. Acaba de salir del quirófano. Pero sólo se permiten visitas familiares.

—¿Y qué van a hacer? —le desafió Jenny mientras se dirigía hacia la UCI—, ¿arrestarme?

No tuvieron que hacerlo. La puerta estaba cerrada por indicación de la enfermera, de modo que lo único que pudo hacer fue permanecer fuera como todos los demás, esperando en un estado de miedo absoluto. A través de las puertas de cristal podía ver al personal del hospital y una cama con tantos aparatos alrededor que era casi imposible ver a Rourke.

Uno de los ayudantes de Rourke se acercó a ella.

—Ha superado la operación como un campeón. Está estable y en cuanto podamos verlo nos avisarán.

Jenny asintió con un nudo en la garganta. Estaba agotada. Todo el miedo de las horas anteriores se estaba cobrando su peaje. No sabía qué hora era, sólo sabía que era de noche y no podía recordar la última vez que había comido o dormido. Le dolía la mano y la tenía hinchada, aunque alguien le había dado una bolsa de hielo para aliviar sus molestias.

Comenzó a tambalearse contra el cristal.

—Eh, tranquila —dijo una voz femenina, y alguien le pasó el brazo por los hombros.

Era Olivia, con un anorak y el pelo recogido en una descuidada cola de caballo. A su lado estaba Philip Bellamy. Jenny recordó entonces que había ido a Avalon a principios de la semana.

—Acabamos de enterarnos —dijo Olivia.

Philip se acercó a ella y se aclaró la garganta.

—Daisy nos ha contado... lo de Mariska.

Jenny descubrió que era incapaz de decir palabra, así que se limitó a asentir. Estaba sobrecogida por el peligro al que había sobrevivido, por su preocupación por Rourke y por el impacto de la verdad sobre la desaparición de su madre. En ese momento, se daba cuenta de que no habría podido enfrentarse a tanta tragedia sola. Su hermana y su padre la acompañaban con una solidaridad que no esperaba.

Olivia le tendió una taza de té bien cargado.

—Gracias —dijo Jenny, encontrando por fin la voz—. Me alegro de que estéis aquí. Ha sido... ha sido increíble.

—Lo sé.

Philip le palmeó el hombro. A diferencia de en otras ocasiones, Jenny no encontró embarazoso aquel gesto, sino reconfortante.

—Siento mucho lo que le pasó a tu madre —le dijo—. Lo siento mucho.

Jenny bebió un sorbo de té con la mirada fija en el mostrador de las enfermeras.

—Gracias. En realidad... no me ha afectado tanto como pensaba... No sé, llevaba tanto tiempo sin saber nada de ella que, aunque nunca me lo decía claramente, supongo que en el fondo sabía que estaba muerta. Aun así, al no tener ninguna prueba concreta, siempre podía imaginar que estaba en cualquier otra parte.

—Yo también lo pensaba —dijo Philip.

Su voz sonaba ronca por la emoción, lo que le hizo recordar a Jenny que también él había querido a Mariska. Philip se pasó la mano por el pelo.

—La verdad es que no consigo entender nada de lo que ha pasado.

Olivia y Jenny intercambiaron una mirada.

—Tú no tuviste nada que ver con todo eso, papá —intentó tranquilizarle Olivia.

—Ella... Supongo que mi madre vio una oportunidad —dijo Jenny—. No puedo justificar lo que hizo, pero en sus circunstancias, la comprendo. Hizo un trato con el señor y la señora Lightsey y supongo que no pensó en las complicaciones que podía entrañar, ni que podía hacer daño a alguien más que a sí misma.

—Los abuelos no deberían haber hecho lo que hicieron —añadió Olivia—. Se aprovecharon de una chica joven y asustada por un embarazo...

Philip alzó la mano para interrumpirla.

—Cuando seas madre, harás cualquier cosa para asegurarte de que tus hijos tengan todo lo que quieres. Estoy seguro de que estaban convencidos de que Pamela y yo terminaríamos siendo felices y de que Mariska saldría adelante gracias a la fortuna que le entregaron.

Recientemente, los Lightsey habían descubierto una de las verdades más viejas del mundo: había cosas que no podían comprarse con dinero. Habían conseguido alejar a Mariska y su hija se había casado con Philip, tal y como ellos habían planeado. Pero habían dado pie a un matrimonio difícil y sin amor. Al final, nadie había conseguido lo que quería.

—¿Y qué ha pasado con los diamantes? —preguntó Olivia—. Es simple curiosidad.

Jenny bajó la mirada hacia las baldosas del suelo.

—Eh... dudo mucho que volvamos a verlos.

Les habló del enfrentamiento con Matthew Alger y les contó que los había tirado al lago segundos antes de que Rourke hubiera conseguido llegar hasta él y desarmarle.

—Lo siento.

—No lo sientas —respondió Olivia—. Es lo mejor que podía haber pasado. Supongo que, técnicamente, los diamantes pertenecían a Lightsey Gold & Gem, pero no habría estado bien devolverlos. En cualquier caso, los diamantes son lo de menos. Lo importante es que tú estés bien.

Jenny se llevó la taza a la boca. Descubrió entonces que había terminado el té.

—Voy a traerte otra taza.

Philip tomó la taza y se dirigió con ella hacia el ascensor.

—Supongo que prefiere tener algo que hacer —le explicó Olivia—. Le cuesta mucho verse obligado a esperar sin hacer nada.

—A todo el mundo.

Jenny sintió náuseas. Le tembló la mano, pero decidió ignorar aquellas sensaciones.

Nina entró corriendo en aquel momento. En cuanto vio a Jenny, fue hacia ella y la abrazó con fuerza.

—No me puedo creer que esté pasando todo esto —dijo—. ¿Estás bien?

—Sí, y Rourke también se pondrá bien —Jenny no podía creer otra cosa—. Pero todavía no nos han dejado verle.

—Me siento fatal, incluso responsable en cierto modo —confesó Nina—. Matthew estaba robando al Ayuntamiento y yo no me di cuenta. Por eso estaba tan desesperado por conseguir dinero. Quería reponerlo todo antes de que el auditor descubriera lo que estaba pasando.

—Nada de esto es culpa tuya —la tranquilizó Jenny.

—Lo sé, pero continúo sintiéndome fatal. Y también lo siento mucho por Zach.

Salió entonces una enfermera de la UCI y le preguntó a Olivia:

—¿Es usted Jenny Majesky?

Olivia negó con la cabeza.

—No, Jenny es mi hermana —contestó.

Jenny intentó interpretar la expresión de la enfermera, pero no fue capaz. «No», pensó, «por favor, no».

—Yo soy Jenny Majesky, ¿qué ocurre?

—El enfermo ha pedido verla —dijo la enfermera—. Bueno, no lo ha pedido, en realidad, lo ha exigido.

Jenny se reclinó contra su padre, que ya había vuelto con el té, y éste la agarró del brazo. Junto a Olivia, caminaron los tres hasta la puerta de la UCI. Jenny cruzó sola la puerta. La enfermera la condujo hasta un lavabo y la ayudó a ponerse una bata esterilizada.

Cuando miró hacia la cama, Jenny apenas reconoció al desconocido que estaba tumbado en ella, rodeado de aparatos y cables. Colgaban bolsas de diferentes puntos de la cama y los cables formaban una auténtica red sobre su pecho. El rostro de Rourke era una máscara descolorida. Pero entonces, pestañeó y fijó su mirada sobre ella. Sus ojos continuaban siendo más azules que el propio azul. Comenzó a mover la boca lentamente.

—Tiene que acercarse más —le aconsejó la enfermera—. Le acabamos de desentubar la garganta y ahora apenas puede susurrar.

Jenny corrió a su lado y se obligó a sonreír. No quería que se diera cuenta de lo preocupada que estaba.

—Hola —le saludó, estudiando su rostro.

La cicatriz de la mejilla, un recuerdo de un pasado lejano, resaltaba contra la palidez de su piel. Jenny intentó alcanzar su mano sobre la barandilla que rodeaba la cama, pero Rourke tenía todo tipo de cosas enganchadas a los dedos y había cables por todas partes. Al final, posó la mano en su hombro y pudo sentir el reconfortante calor de su cuerpo.

—Me alegro de que estés bien. Y hay un montón de gente ahí fuera que también se alegrará.

—¿Y Rufus?

—Un policía le llevó al veterinario. También él se pondrá bien.

Esperaba no estar mintiendo. La bala le había dado en un costado, pero el veterinario había asegurado que podría curarse.

—¿Y tú?

Jenny tomó aire. Estaba dispuesta a arriesgarlo todo por Rourke. Más que todo. Y el último riesgo que iba a correr era el de abrirse completamente a él, dejando de preocuparse por las consecuencias. Había llegado el momento de dar un paso adelante.

—Te quiero y no pienso dejarte nunca. Así que será mejor que vayas acostumbrándote a mí.

Rourke entrecerró los ojos, pero Jenny era incapaz de adivinar lo que estaba pensando. Una de las máquinas hizo un ruido de succión que resonó en toda la habitación.

—De modo que así están las cosas —Rourke se interrumpió, tosió un poco y susurró—: Iba a pedirte que te casaras conmigo. Había pensado que podríamos casarnos en otoño, o el invierno que viene. Pero he cambiado de opinión.

Jenny se abrazó a sí misma. El problema era que ya no podía volver a levantar la barrera que había mantenido alzada durante tantos años para protegerse de sus sentimientos hacia Rourke. Eso ya no funcionaba. Estaba loca por él y no podía hacer nada para evitarlo.

Vio que Rourke intentaba sonreír.

—He cambiado de opinión —volvió a decir—. No quiero casarme contigo el año que viene. Quiero casarme contigo ahora.

—¿Ahora? —repitió Jenny en un susurro.

—Bueno, en cuanto salga de aquí. Te dije que algún día te contaría cuál quería que fuera el final. Pues ya te lo estoy diciendo.

Quizá Jenny se había imaginado a sí misma alguna vez el día de su boda, rodeada de amigos y familia y disfrutando de un día tan especial que no lo olvidaría nunca. Pero Rourke le estaba ofreciendo algo mucho más poderoso que un sueño, y no era un solo día, sino el resto de su vida. Sí. Sus emociones desembocaron en un sentimiento tan intenso que todo le parecía envuelto en un halo luminoso. Incluso en aquel lugar tan frío y aséptico, lleno de máquinas extrañas, el mundo le parecía hermoso.

—Me gustaría ponerme de rodillas —dijo Rourke—, pero me temo que tendremos que conformarnos con que te lo pida tumbado. Te he amado durante más de la mitad de mi vida, Jenny Majesky. Quiero que te cases conmigo y te conviertas en mi esposa.

Jenny bajó la mirada hacia su rostro. Sabía que era un hombre complicado, difícil. Le había hecho mucho daño, pero sabía que era por lo mucho que se había esforzado para mantenerse alejado de ella. Y su situación en ese momento era completamente diferente.

—Tengo la sensación de que no te gustan mucho los diamantes —le dijo Rourke—. Y me alegro, porque ahora mismo no tengo ninguna sortija que regalarte. Pero te la regalaré. Será como tú quieras. De rubís y de perlas, o si lo prefieres, un zafiro gigante. Pero di que te casarás conmigo. Y, por el amor de Dios, deja de llorar.

—No estoy llorando —pero claro que estaba llorando. No podía evitarlo—, estoy diciendo que sí, Rourke. Claro que sí.

COMIDA PARA PENSAR de Jenny Majesky

Algo que celebrar cada día

El final perfecto para una comida no tiene nada que ver con los postres y el café, sino que está directamente relacionado con la compañía. Aun así, la comida puede hacer más agradable cualquier celebración. En la panadería Sky River creamos tartas para cada ocasión y nuestros clientes siempre están aportándonos ideas. No sólo tenemos tartas para cumpleaños y bodas, sino también para primeras comuniones, graduaciones, jubilaciones, velatorios, nacimientos y fiestas nacionales. Mi abuela, Helen Majesky, creó esta tarta para celebrar los cien años del señor Gordon Dumbar, pero si quieren saber mi opinión, yo creo que es apropiada para cualquier ocasión.

Tarta de celebración

2 tazas de harina

4 cucharadas de levadura en polvo

½ cucharadita de sal

2 barras de mantequilla

2 tazas de azúcar moreno

4 huevos

½ taza de bourbon

4 cucharadas de agua

170 gr. de chispas de chocolate

1 taza de nueces picadas

Precalentar el horno a ciento setenta grados. Engrasar y enharinar una fuente de veinte por cincuenta centímetros, de unos cinco centímetros de altura. Mezclar la harina, la levadura y la sal. Derretir la mantequilla y añadirla a la harina junto con el azúcar moreno, los huevos, el bourbon y el agua. Verter la mezcla en la fuente y espolvorear con las chispas de chocolate y las nueces. Hornear durante unos cincuenta minutos o hasta que el centro de la tarta esté firme y los bordes comiencen a rebasar la fuente. Enfriar y rociar con el glaseado de bourbon.

Glaseado de bourbon

Derretir cuatro cucharadas de mantequilla. Batir con dos tazas de azúcar refinada, cinco cucharadas de bourbon y una cucharadita de vainilla hasta que estén perfectamente mezclados todos los ingredientes.