Epílogo

Sarah estaba en la cocina con la hermana pequeña de Adam, Rachel, preparando una fiesta importante. La repisa estaba llena de bandejas con todo tipo de viandas.

Oklahoma era, de nuevo, su hogar y no podía imaginar estar en ningún otro sitio. Adam había abierto una clínica de medicina natural en Tahlequah y Sarah era parte del negocio, ofreciendo sus masajes naturales con aceites que el propio Adam creaba. Todo lo que hacían, lo hacían juntos.

La casa que habían comprado tenía un huerto lleno de hierbas y remedios medicinales. Dos caballos compartían el pequeño establo y había tres gatos y un perrillo abandonado que se instaló en el porche en cuanto se mudaron. Eran una familia feliz.

Adam entraba en ese momento en la cocina, sonriendo.

—¿Cómo están mis dos chicas favoritas?

—Bien —contestó Rachel—. Haciendo cosas.

—¿Puedo ayudar?

—Pregúntale a Sarah. Ella es la jefa —sonrió la niña, saliendo de la cocina con una bandeja en la mano.

Adam le guiñó un ojo a su mujer. ¿Era posible enamorarse cada día? ¿Ver el sol y la luna en los ojos de su esposa?

—He invitado a Jeremy. Y a sus padres.

—Me parece muy bien —dijo Sarah.

Jeremy era uno de los chicos de Alcohólicos Anónimos. Y Adam no desperdiciaba una oportunidad para ayudar a los que, como él, habían pasado por aquel infierno.

Su padre no había vuelto a probar el alcohol. Incluso había empezado a salir con una viuda de Hatcher y las cosas le iban muy bien.

La madre de Adam y sus hermanos llegarían enseguida. Probablemente estaban comprando el regalo. Solían reunirse los fines de semana para ver partidos de fútbol en televisión y se llevaban tan bien que nadie hubiera podido decir que no se habían criado juntos.

—¿Tú crees que la niña estará despierta? —preguntó él, mirando su reloj.

—No lo sé. Vamos a ver.

De la mano, salieron de la cocina para ir a la habitación de su hija. Kaylee Marie Paige dormía en su cuna con el culito hacia arriba. Tenía el pelo oscuro y las regordetas mejillas sonrosadas.

—No puedo creer que ya tenga un año.

—Es verdad. Y ha sido un año increíble.

—Sí —sonrió Adam, emocionado.

Kaylee se despertó en ese momento y su padre no esperó un segundo más para tomarla en brazos y llenarle la cara de besos.

Sarah daba gracias a Dios por cada día de felicidad, por cada regalo que les había hecho.

Adam, ella, su hija... No se podía pedir una vida mejor.

Fin