CAPÍTULO XXX

SITIADA

LA conducta del marqués de A… desde que partió Ravenswood había sido la más a propósito para excluir toda posibilidad de un enlace entre su pariente y Lucy Ashton. En esto creía favorecer a Ravenswood, aun sabiendo ir contra sus inclinaciones.

Con la fuerza de su autoridad ministerial, el marqués llevó en apelación a la Cámara inglesa de los Pares las sentencias de los tribunales que pusieron a Sir William en posesión de los bienes de Ravenswood. El antiguo Lord Keeper estaba desesperado por la pérdida que veía avecinarse. El espíritu altanero de su hijo llegaba a la rabia ante la perspectiva de perder su patrimonio. Y para Lady Ashton, la conducta de Ravenswood, o más bien la de su protector, le parecía una ofensa oue requería la venganza más imperecedera. Hasta la misma Lucy, arrastrada por las opiniones que oía a su alrededor, consideraba ya la conducta de Ravenswood como demasiado precipitada e incluso grosera. «Fue mi padre quien lo trajo aquí, pensaba, y animó, o por lo menos permitió, la intimidad entre nosotros. Debió recordar esto y haber aplazado algún tiempo la reivindicación de sus derechos. Yo hubiera perdido por él un valor doble que el de estas tierras, y él, por la ansiedad con que quiere conseguirlas, demuestra haber olvidado cuánto estoy yo implicada en este asunto».

Pero estas observaciones no salían de su pensamiento, para no aumentar la irritación de su familia contra Ravenswood y el partido dominante, cuyas disposiciones calificaban de vejatorias, tiránicas e ilegales, como las peores medidas de los peores tiempos de los peores Estuardos.

Lucy lo podía soportar todo con paciencia menos la persecución de que su madre la hacía objeto, dispuesta a acabar con el noviazgo de Ravenswood y su hija, como medio de asestar un golpe de eficacísima venganza en el mismo corazón de su mortal enemigo. Y no vacilaba en levantar el brazo aun sabiendo que la herida sólo podía conseguirla traspasando primero el pecho de su hija. Con esta idea fija, la señora preparó todos los horrorosos medios por los cuales pueden torcerse los libres movimientos del espíritu.

Conquistó, con el dinero y con su autoridad, a cuantos rodeaban a su hija. Ninguna fortaleza sitiada sufrió un bloqueo más riguroso. En cambio, aparentemente Lucy disfrutaba de amplia libertad. Los límites de las posesiones de sus padres eran para ella como la línea invisible y encantada tendida alrededor de un palacio de hadas, donde nada puede entrar ni salir sin permiso. Así, las cartas de Ravenswood a Lucy, exponiéndole las razones que le obligaban a demorar el regreso, y las muchas misivas dirigidas a él por lo que ella creía «un conducto seguro», caían sin excepción en manos de la madre. Esta quemaba los papeles conforme los leía. Y mientras se reducían a cenizas, se dibujaba una sonrisa en sus labios contraídos y los ojos le brillaban de alegría con la confianza de ver pronto igualmente destruí; das las esperanzas de los enamorados. La suerte ayudó las maquinaciones de Lady Ashton, pues se extendieron ciertos rumores, sin base alguna, que procedían del Continente, sobre la inminencia de un enlace entre el Master de Ravenswood y una distinguida y acaudalada dama extranjera. Sobre esta noticia se lanzaron ávidamente ambos partidos políticos, utilizando —como ocurre siempre— las circunstancias más privadas de la vida de los contrarios para convertirlas en materia de discusión política.

El Marqués de A… dio su opinión públicamente, desde luego no en términos tan rudos como contó el capitán Craigengelt, pero de manera bastante ofensiva para los Ashton, diciendo que se alegraría muchísimo si se confirmara la noticia, librándose su pariente de casarse con la hija del whig marrullero. El otro partido acusaba al Master de perfidia por haberse ganado la voluntad de la joven y haberla abandonado luego por otra.

Se puso buen cuidado en que estos informes entraran en el Castillo de Ravenswood por varios conductos, pensando Lady Ashton que un rumor repetido por caminos distintos parece una verdad; y así, unos los murmuraban al oído de Lucy en tono de broma malintencionada y otros se lo decían en serio, coma una grave advertencia.

Hasta a su hermano Henry lo convirtieron en instrumento de tortura para ella. El muchacho venía a soliviantarla, transmitiendo lo que le habían dictado.

Lucy sentía que sospechaban de ella, que la despreciaban, veía que molestaba a los suyos, por no decir que la odiaban. Y tenía la impresión de haber sido abandonada precisamente por la persona a causa de la cual se había ganado la enemistad de cuantos la rodeaban. Desde luego, la evidencia de la infidelidad de Ravenswood se acentuaba cada día más.

Un soldado aventurero, llamado Westenho, antiguo conocido de Craigengelt, había llegado del extranjero en aquellos días. El famoso capitán, siempre dispuesto a secundar los planes de Lady Ashton, convino con su amigo en presentar lo del casamiento de Ravenswood como cosa absolutamente cierta, aportando Westenho su «testimonio».

Sitiada así por todas partes, y reducida a la desesperación, el temperamento de Lucy cedió bajo la presión de la persecución incesante. Se fue haciendo sombría y abstraída, y, en contra de su naturaleza, a veces se revolvía airadamente contra los que la molestaban. Su salud comenzó también a resentirse; sus ojos extraviados y sus mejillas héticas eran síntomas de la fiebre llagada «del espíritu». Esto, en cualquier madre hubiera sido motivo de compasión; pero Lady Ashton, inquebrantable en su propósito, veía estas oscilaciones de la salud y del intelecto de Lucy con tan poca simpatía como siente un artillero al contemplar las torres de una ciudad enemiga sitiada derrumbándose bajo los disparos de sus cañones. O, para expresarlo mejor, consideraba estas relaciones y desigualdades del carácter de su hija como el pescador que se da cuenta, por los convulsivos tirones del pez ya preso en el anzuelo, de que pronto lo podrá sacar a tierra. Para acelerar la catástrofe, Lady Ashton recurrió a un medio muy de acuerdo con la credulidad de aquellos tiempos, pero que al lector le parecerá probablemente detestable y diabólico.