CAPÍTULO XVI

UN PADRE JUGANDO CON FUEGO Y UNA APARICIÓN FUGAZ DE CRAIGENGELT

A la mañana siguiente, volvió a recaer el Master en sus sombrías cavilaciones. Pero, ya que estaba roto el hielo, no estaba dispuesto el Lord Keeper a dejarlo congelarse otra vez. Decidido a desorientar la inexperiencia del joven con sus manejos legales, se apartó con él junto a una ventana del hall y le pidió le escuchara con paciencia el relato circunstanciado de sus pleitos con el difunto Lord. El Master enrojeció, pero guardó silencio y Sir William comenzó refiriéndose a un préstamo de veinte mil marcos hecho por el padre del Keeper al de Allan Lord Ravenswood, pero el joven le interrumpió:

—No es este el lugar apropiado para escuchar una explicación de Sir William Ashton sobre los asuntos en litigio entre nosotros. Aquí, donde mi padre murió con el corazón destrozado, no puedo investigar las causas de su infortunio. Podría recordar que soy su hijo, y olvidar los deberes de un huésped. Ya vendrá el momento en que todo ello se ventile en un lugar y ante quienes tengamos ambos la misma libertad para hablar y escuchar.

El Keeper no se arredró, insistiendo en la legalidad de sus actos pasados.

—Sir William Ashton —repuso el Master con ardor—, las tierras que ocupáis ahora fueron concedidas a mi antepasado para recompensarlo por los servicios prestados con su espada contra los invasores ingleses. Vos sabéis mejor que yo por qué conglomerado de argucias jurídicas han ido a parar a manos extrañas. Sin embargo, estoy dispuesto a creer en la lealtad de vuestra) conducta para conmigo y he podido equivocarme sobre vuestro carácter.

El Lord Keeper le devolvió el cumplido.

—Os había creído un muchacho atolondrado y engreído, dispuesto a acudir al empleo de la fuerza contra la ley y ahora lo veo tan sensato y respetuoso con los procedimientos legales… ¿Por qué, pues, no queréis escucharme?

—No, mi lord —contestó Ravenswood—, argumentaremos sólo en la Cámara de los Pares británicos. Si fracaso, aún me quedan mi capa y mi espada para luchar dondenuiera suene una trompeta.

Al pronunciar estas palabras, en un tono firme y melancólico a la vez, levantó los ojos y encontró los de Lucy Ashton, y observó la mirada de ésta clavada en él con un interés entusiasta y una admiración, que la habían hecho detenerse allí sin el temor a ser inoportuna. La arrogancia de Ravenswood, la belleza de sus facciones, el tono suave y a la vez expresivo de su voz, su adversa fortuna, el estoicismo con que parecía soportarla, todo ello hacía peligrosa su contemplación por una muchacha ya muy inclinada a pensar en él. Cuando sus ojos se encontraron, ambos se ruborizaron intensamente, como reflejo de la emoción que los invadía, y evitaron volver a unir sus miradas.

A Sir William Ashton no se le había escapado la expresión de los dos. «No tengo que temer al Parlamento, pensó; siempre tendré a mano un excelente modo de reconciliación. Lo importante, por lo pronto, es no comprometerse. El anzuelo está echado. No tiremos de la caña demasiado pronto; si el pez no merece la pena, lo dejaremos dentro del agua».

En su egoísmo, jugando así sobre un supuesto afecto de Ravenswood por Lucy, ni siquiera pensó en el riesgo de envolver a su hija en los peligros de una pasión desgraciada, como si las predilecciones sentimentales de ésta fueran como la llama de una bujía, que ouede encenderse o apagarse a capricho. Pero la Providencia había preparado una horrible respuesta a este agudo observador del alma humana, que se pasó la vida asegurándose provechos mediante un habilidoso manejo de las pasiones ajenas.

Caleb Balderstone entró a anunciar que el desayuno estaba servido. En aquellos días de abundantes provisiones, los restos de la cena sirvieron para el sustento de la mañana siguiente.

—Un hombre espera en el patio desde muy temprano. ¿Va a hablarle su señoría o no? —dijo Caleb, de mal humor.

—¿Quiere hablar conmigo?

—Eso pretende; pero no haríais mal echándole una ojeada por el postigo antes de abrir; no es persona para dejarla entrar en el castillo.

—¡Eh! ¿Supones que viene a arrestarme por deudas?

—¡Arrestaros por deudas y en vuestro castillo del Despeñadero! ¡Su señoría bromea con el viejo Caleb! —Pero estas palabras fueron contrarrestadas por otras dichas a su amo al oído, cuando salían juntos—. No he querido dejar que pongan en tela de juicio la reputación de su señoría; ¡tened cuidado con ese fulano por si acaso!…

No era sin embargo un alguacil, pues se trataba nada menos que del capitán Craigengelt, con la nariz colorada de resultas de una restauradora copa de aguardiente, el chambergo ladeado sobre la negra peluca de viaje, la espada al cinto, una pistola en cada pistolera, y su persona ataviada con traje de montar, guarnecido con encajes deslucidos; en fin, toda la apariencia de alguien capaz de gritarle ¡alto! a un hombre cabal.

El Master, al reconocerlo, dio orden de abrir las puertas.

—Creo, capitán Craigengelt, que no hay entre nosotros asuntos de tanta importancia como para discutirlos en este lugar. Tengo invitados, y los términos en que nos separamos últimamente me excusan de consideraros como uno de ellos.

Craigengelt, aunque perfecto en el descaro, quedó algo turbado con tan desfavorable acogida. Dijo que venía sólo a traerle un mensaje de parte de su amigo.

—Abreviemos, señor, ésta será vuestra mejor disculpa. ¿Quién es el caballero que tiene la fortuna de utilizaros como mensajero?

—Mi amigo Mr. Hayston de Bucklaw, el cual se considera tratado por vos con falta de respeto y está dispuesto a obtener una satisfacción. Aquí traigo —y sacó del bolsillo un pedazo de papel— la longitud exacta de su espada. Espera encontrarse con vos igualmente armado, y acompañado por un amigo en cualquier sitio a una milla del castillo… Yo asistiré muy complacido como testigo suyo.

—¡Satisfacción… y armas iguales! —repitió Ravenswood, el cual, como se recordará, no tenía motivo para suponer haber ofendido a su reciente alojado—. A fe mía, capitán Craigengelt: o habéis inventado la falsedad más increíble o vuestra bebida de la mañana ha sido de lo más fuerte. ¿Qué podía inducir a Bucklaw a enviarme un emisario semejante?

—Vuestra inhospitalidad, señor, no dejándole entrar en vuestra casa, sin razón alguna.

—Es imposible que pueda interpretar la falta de medios como un insulto. Ni puedo creer que sabiendo mi opinión sobre vos, capitán, haya empleado los servicios de una persona tan insignificante e inmoral. No es posible que un hombre de honor pueda utilizaros de testigo.

—¡Yo, inmoral e insignificante! —dijo Craigengelt, levantando la voz, y llevándose la mano a la espada—; si no fuera porque el duelo de mi amigo tiene precedencia, os haría comprender…

—No puedo comprender nada si vos me lo explicáis. Contentaos con esto, y hacedme el favor de marcharos.

—¡Maldito sea! —rezongó el matón—; ¿y esta es vuestra respuesta a un honorable mensaje?

—Decid al Laird de Bucklaw, si realmente os manda él, que cuando me envíe sus motivos con una persona apropiada, veré entonces si doy o no explicaciones.

—Bien, Master, me habéis deshonrado y vilipendiado esta mañana, pero recaerá sobre vos mismo mucho más… ¡De manera que un castillo! Vamos, esto es peor que una casa coupe-gorge, donde reciben a los viajeros para robarlos.

—¡Insolente canalla! —le increpó el Master, alzando sobre él un bastón y sujetando las bridas del caballo de Craigengelt—. ¡Si no os marcháis sin pronunciar otra palabra, os apalearé hasta mataros!

Como el Master avanzara hacia él, el matón volvió grupas con tal rapidez que estuvo a punto de derribar a su caballo, cuyas herraduras levantaban chispas del pavimento rocoso. Sin embargo, recobrando el dominio de las riendas, se lanzó al galope en dirección a la aldea.

Al volverse Ravenswood para abandonar el patio, halló que el Lord Keeper había descendido del hall y presenciado —aunque a la distancia prescrita por la cortesía— su entrevista con Craigengelt.

—No hace mucho he visto el rostro de ese caballero —dijo el Lord Keeper—. Su nombre es Creaig… Craig… no sé qué… ¿no?

—Se llama Craigengelt —dijo el Master—, por lo menos así dice llamarse ahora.

—Craig-in-guilt —dijo Caleb, haciendo un juego de palabras con la voz Craig que significa en escocés garganta[21]—, y luego será Craig-in-peril[22]. El pillastre lleva la horca grabada en su visnomía.

—Entendéis de fisonomía, buen Mr. Caleb —dijo el Keeper, sonriente—. Ese caballero ha estado ya en gran peligro, pues recuerdo claramente haber visto, con motivo de un viaje que hice a Edimburgo hace quince días, a Mr. Craigengelt, o como se llame, cuando sufría un severo juicio ante el Consejo privado.

—¿Por qué motivo? —dijo Ravenswood, con algún interés.

Esta pregunta estaba estrechamente relacionada con algo sobre lo cual el Keeper deseaba sobremanera hablar en la primera oportunidad. Tomó al Master por el brazo y lo llevó hall adentro. «La respuesta a esa pregunta», dijo, «aunque es asunto sin importancia, sólo vos debéis oírla». Y apartáronse en el vano de una ventana, sin que Miss Ashton se hallase presente.