CAPÍTULO 23


El doctor Gilbert Keller tenía a su cargo la terapia de Ashley. Su especialidad era tratar casos con trastorno de personalidad múltiple, y no había tenido fracasos pero sí un gran número de éxitos. En casos como ése no había respuestas fáciles. Su primera área era conseguir que la paciente confiara en él, se sintiera cómoda con él, y después hacer salir a los alter egos, uno por uno, para que finalmente ellos pudieran comunicarse entre sí y entender la razón de sus existencias y, más adelante, por qué ya no tenían razón de ser. Ése era el momento de la fusión, cuando las distintas personalidades se unían para constituir una entidad única.


Pero para eso falta todavía mucho, pensó el doctor Keller.

A la mañana siguiente, el doctor Keller hizo que llevaran a Ashley a su consultorio.

–Buenos días, Ashley.

–Buenos días, doctor Keller.

–Quiero que me llame Gilbert. Vamos a ser amigos. ¿Cómo se siente?

Ella lo miró y respondió:

–Me dicen que maté a cinco personas. ¿Cómo debería sentirme?

–¿Recuerda haber matado a alguna de ellas?

–No.

–Leí la transcripción de su juicio, Ashley. Usted no las mató. Lo hizo uno de sus alter egos. Iremos conociéndolos y, con el tiempo y con su ayuda, los haremos desaparecer.

–Yo… bueno, espero que usted pueda…

–Puedo. Estoy aquí para ayudarla y es lo que haré. Los alter egos fueron creados en su mente para salvarla de un dolor intolerable. Debemos averiguar qué fue lo que le causó ese dolor. Necesito saber en qué momento nacieron esas personalidades y por qué.

–¿Cómo hará para averiguarlo?

Usted irá recordando cosas. Cada tanto emplearemos hipnotismo o amobarbital sódico. A usted la han hipnotizado antes, ¿verdad?

–Sí.

–Nadie la presionará. Nos tomaremos nuestro tiempo. – Y agregó, para tranquilizarla.: -Y cuando terminemos, usted estará curada.

Hablaron durante casi una hora. Y, después, Ashley se sintió mucho más distendida. Una vez en su habitación, pensó. Realmente creo que él puede hacerlo. Y elevó una breve oración.

El doctor Keller mantuvo una reunión con Otto Lewison.

–Esta mañana estuvimos hablando -dijo el doctor Keller-. La buena noticia es que Ashley reconoce que tiene un problema y está dispuesta a que la ayudemos.

–Es un buen principio. Mantenme informado.

–Lo haré, Otto.

Al doctor Keller lo ilusionaba el desafío que tenía por delante. Había algo muy especial en Ashley Patterson. Estaba decidido a ayudarla.

Hablaron todos los días Y una semana después de la llegada el doctor Keller dijo:

–Quiero que se sienta cómoda y distendida. Voy a hipnotizarla. – Y se le acercó.

–¡No! ¡Espere!

Él la miró, sorprendido.

–¿Qué ocurre?

Una docena de pensamientos espantosos desfilaron por la mente de Ashley. Él iba a sacar a relucir a sus alter egos. La sola idea la aterrorizaba.

–Por favor -dijo-. Yo no quiero conocerlas.

–No lo hará -le aseguró el doctor Keller. No todavía.

Ella tragó saliva.

–De acuerdo.

–¿Está lista?

Ella asintió.

–Sí.

–Bien. Aquí vamos.

Hipnotizarla le llevó quince minutos. Cuando finalmente lo logró, Gilbert Keller miró un papel que tenía sobre el escritorio. Toni Prescott y Alette Peters. Había llegado el momento de hacer un cambio, de iniciar el proceso de pasar de una personalidad dominante a otra.

Miró a Ashley, dormida en su silla, y entonces se inclinó hacia adelante.

–Buenos días, Toni. ¿Puede oírme?

Vio cómo la cara de Ashley se transformaba y era poseída por una personalidad totalmente diferente. En su rostro apareció una repentina vivacidad. Ella comenzó a cantar:


“Half a pound of tupenny rice, Half a pound of treacle, Mix it up and make it nice, Pop! goes the weasel…”


–Eso estuvo muy lindo, Toni. Soy Gilbert Keller.

–Ya sé quién es usted -dijo Toni.

–Me alegro de conocerla. ¿Le dijeron que tiene una voz preciosa?

–Váyase a la mierda.

–Lo digo en serio. ¿Alguna vez tomó clases de canto? Apuesto a que sí.

–No, no las tomé. En realidad lo deseaba, pero mi…

–¡Por el amor de Dios, termina con ese barullo espantoso! ¿Quién te dijo que sabías cantar? – …no tiene importancia.

–Toni, quiero ayudarla.

–No, no es así, doctorcito. Lo que quiere es cogerme.

–¿Por qué cree eso, Toni?

–Es lo único que los hombres siempre quieren hacer. Chau.

–¿Toni…? ¿Toni…?

Silencio. Gilbert Keller observó el rostro de Ashley. Estaba sereno. El doctor Keller se inclinó hacia adelante.

–¿Alette?

No hubo ningún cambio en la expresión de Ashley.

–¿Alette…?

Nada.

–Quiero hablar con usted, Alette.

Ashley comenzó a moverse con desasosiego.

–Vamos, Alette, salga de una vez.

Ashley hizo una inspiración profunda y entonces de su boca brotaron una serie de palabras en italiano.

–C'é qualcuno che parla italiano?

–Alette.

–Non so dove mi trovo.

–Alette, escúcheme. Está a salvo. Quiero que se relaje.

–Sono stanca… Estoy muy cansada.

–Usted ha tenido que pasar momentos muy difíciles, pero ya todo quedó atrás. Su futuro será muy apacible. ¿Usted sabe quién es?

Su voz era blanca.

–Sí. Es una especie de lugar donde están i pazzi.

–Por eso está usted aquí, doctor. Usted es el chiflado.

–Es un lugar donde la curarán. Alette, cuando cierra los ojos y visualiza este lugar, ¿qué se le cruza por la mente?

–Hogarth. El pintaba manicomios y escenas aterradoras. – Lo más probable es que usted jamás haya oído hablar de él.

–No quiero que piense que éste es un lugar aterrador. Hábleme de usted, Alette. ¿Qué le gusta hacer? ¿Qué le gustaría hacer mientras está aquí?

–Me gusta pintar.

–Le conseguiremos pinturas.

–¡No!

–¿Por qué?

–No quiero.

–¿Cómo llamas a eso, hija? A mí me parece un garabato horrible.

Déjeme en paz.

–¿Alette? – Gilbert Keller vio que la cara de Ashley volvía a cambiar.

Alette se había ido. Gilbert Keller despertó a Ashley. Ella abrió los ojos y parpadeó.

–¿Ya empezó?

–Hemos terminado.

–¿Cómo fue?

–Toni y Alette hablaron conmigo. Ha sido un buen comienzo, Ashley.

La carta de David Singer decía:


“Estimada Ashley:


Ésta es sólo una nota para que sepa que pienso en usted y espero que esté haciendo grandes progresos en su tratamiento. De hecho, pienso mucho en usted. Tengo la sensación de que pasamos juntos una guerra. Fue una lucha dura, pero ganamos. Y tengo buenas noticias. Me aseguraron que los cargos de homicidio contra usted en Bedford y Quebec se levantarán. Si hay algo que pueda hacer por usted, hágamelo saber.


Mis mejores deseos, David.”


A la mañana siguiente, Gilbert Keller hablaba con Toni mientras Ashley estaba hipnotizada.

–¿Qué pasa ahora, doctorcito?

–Sólo quiero charlar un rato con usted. Me gustaría ayudarla.

–Yo no necesito su maldita ayuda. Estoy muy bien.

–Pues bien, yo sí necesito su ayuda, Toni. Quiero hacerle una pregunta. ¿Qué piensa usted de Ashley?

–¿La Señorita Mojigata? No me haga hablar.

–¿No le tiene simpatía?

–Ninguna.

–¿Qué es lo que no le gusta de ella?

Pausa.

–Que trata de impedir que los demás se diviertan. Si yo no tomara el control cada tanto, nuestras vidas serían un opio. Aburridísimas. A ella no le gusta ir a fiestas ni viajar ni hacer cosas divertidas.

–¿Pero a usted sí?

–Ya lo creo. De eso se trata la vida, ¿no, mi amor?

–Usted nació en Londres, ¿no es así, Toni? ¿No quiere hablarme al respecto?

–Le diré una cosa. Ojalá estuviera ahora allá.

–¿Toni…? ¿Toni…?

Se había ido. Gilbert Keller le dijo a Ashley:

–Me gustaría hablar con Alette.

Vio cómo la expresión de Ashley cambiaba. Se le acercó y le dijo en voz baja:

–Alette.

–Sí.

–¿Oyó mi conversación con Toni?

–Sí.

–¿Usted y Toni se conocen?

–Sí. – Por supuesto que nos conocemos, imbécil.

–¿Pero Ashley no conoce a ninguna de las dos?

–No. – ¿A usted le gusta Ashley?

–No está mal.

–¿Por qué me pregunta estas tonterías?

–¿Por qué no habla usted con ella?

–Porque Toni no quiere.

–¿Toni siempre le dice qué debe hacer?

–Toni es mi amiga. – No es asunto suyo.

–Quiero ser su amigo, Alette. Hábleme de usted. ¿Dónde nació?

–Nací en Roma.

–¿Le gusta Roma?

Gilbert Keller observó que la expresión de la cara de Ashley cambiaba y que ella comenzaba a llorar.

¿Por qué?

Gilbert Keller se inclinó hacia adelante y dijo con voz tranquilizadora.

–Está bien. Ahora despertará, Ashley.

Ella abrió los ojos.

–Hablé con Toni y Alette. Son amigas. Quiero que las tres sean amigas.

Mientras Ashley almorzaba, un enfermero entró en su habitación y vio en el piso una pintura que representaba un paisaje. La estudió un momento y después la llevó al consultorio del doctor Keller.

En la oficina del doctor Lewison se celebraba una reunión.

–¿Cómo van las cosas, Gilbert?

El doctor Keller dijo, pensativo:

–Hablé con los dos alter egos. La dominante es Toni. Se niega a hablar de los años de su infancia en Inglaterra. La otra, Alette, nació en Roma y tampoco quiere hablar de su pasado. De modo que me concentraré en ese punto. Fue allí donde tuvieron lugar los traumas. Toni es la más agresiva. Alette es sensible y tímida. Le interesa la pintura pero no se atreve a dedicarse a ella. Tengo que descubrir por qué.

–¿De modo que piensas que Toni domina a Ashley?

–Sí, Toni es la que lleva la voz cantante. Ashley no tenía conciencia de que ella existiera, y tampoco de la existencia de Alette. Pero Toni y Alette se conocen. Es interesante. Toni tiene una voz preciosa para el canto, y Alette, un gran talento para la pintura. – Sostuvo en alto la pintura que el enfermero le había llevado. – Creo que los talentos de ambas pueden ser la clave para llegar a ellas.

Ashley recibía carta de su padre una vez por semana. Después de leerlas, se sentaba en su habitación, permanecía en silencio y no quería hablar con nadie.

–Las cartas son el único vínculo con su hogar -le dijo el doctor Keller a Otto Lewison. – Creo que incrementan su deseo de salir de aquí y comenzar una vida normal. Cada detalle ayuda…

Ashley se estaba acostumbrando a todo lo que la rodeaba. Los pacientes parecían caminar libremente por todas partes, aunque había asistentes en cada puerta y en los pasillos. Los portones del edificio siempre estaban cerrados con llave. Había una sala de recreación donde podían reunirse a ver televisión, un gimnasio para hacer ejercicio, y un comedor común. Había allí personas de todas las nacionalidades: japoneses, chinos, franceses, norteamericanos… Se había hecho todo lo posible para que el hospital pareciera un lugar común y corriente, pero cuando Ashley regresaba a su habitación, siempre las puertas se cerraban con llave detrás de ella.

–Esto no es un hospital -se quejó Toni a Alette-. Es una maldita prisión.

–Pero el doctor Keller cree que puede curar a Ashley. Entonces podremos salir de aquí.

–No seas estúpida, Alette. ¿No lo entiendes? La única forma que él tiene de curar a Ashley es librarse de nosotras, hacernos desaparecer. En otras palabras, para que ella se cure tendremos que morir. Y te juro que yo no permitiré que eso suceda.

–¿Qué piensas hacer?

–Encontraré la manera de que las dos escapemos de aquí.