–Doctor Singer, háblenos del caso. ¿Para su cliente alegará
inocencia…?
–¿Pondrá a Ashley Patterson en la barra de los
testigos…?
–¿Es verdad que el Fiscal de Distrito estaba dispuesto a
negociar con usted?
–¿El doctor Patterson prestará testimonio en favor de su
hija…?
–Mi revista pagará cincuenta mil dólares por una entrevista
con su cliente…
Mickey Brennan también era perseguido por los
medios.
–Doctor Brennan, ¿podría decirnos algunas palabras sobre el
juicio?
Brennan se dio media vuelta y sonrió hacia las cámaras de
televisión.
–Sí. Resumiré el juicio en dos palabras. “Lo ganaremos.” No
hay más comentarios.
–¡Espere! ¿Cree que ella está loca…?
–¿El Estado pedirá la pena de muerte…?
–¿Piensa que será un juicio corto…?
David alquiló un a oficina en San José, cerca de tribunales,
donde entrevistaría a sus testigos y los prepararía para el juicio.
Había decidido que Sandra trabajaría desde la oficina de Quiller en
San Francisco hasta que empezara el juicio. El doctor Salem había
llegado a San José.
–Quiero que vuelva a hipnotizar a Ashley -dijo David-.
Necesito obtener toda la información posible de ella y de sus alter
egos antes de que comience el juicio.
Se reunieron con Ashley en una sala del centro de detención.
Ella se esforzaba por ocultar su nerviosismo. Para David, parecía
un cervatillo atrapado en los faros de un monstruo
destructivo.
–Buenos días, Ashley. ¿Recuerda al doctor
Salem?
Ashley asintió.
–La hipnotizará de nuevo. ¿Está bien?
Ashley dijo:
–¿Él hablará con… con las otras?
–Sí. ¿Le importa?
–No. Pero yo… bueno, yo no quiero hablar con
ellas.
–Está bien. No hace falta que lo haga.
–¡Detesto esto! – estalló Ashley con furia.
–Ya lo sé -dijo David con tono tranquilizador-. No se
preocupe. Pronto terminará todo.
–Póngase cómoda, Ashley. Recuerde lo fácil que fue esto.
Cierre los ojos y aflójese. Trate de despejar la mente. Sienta cómo
se distiende su cuerpo. Escuche el sonido de mi voz. Concéntrese en
ella y no piense en nada más. Empieza a tener mucho sueño. Siente
pesados los ojos. Quiere dormir… Dormir…
En diez minutos, Ashley estaba completamente hipnotizada. El
doctor Salem le hizo señas a David, quien se acercó entonces a
Ashley.
–Me gustaría hablar con Alette. ¿Estás allí,
Alette?
Y vieron cómo las facciones de Ashley se suavizaban y en
ellas se operaba la transformación que habían visto la otra vez. Y,
entonces, oyeron ese suave y melifluo acento
italiano.
–Buon giorno.
–Buenos días, Alette. ¿Cómo te sientes?
–Male. Estos son momentos muy difíciles.
–Son difíciles para todos nosotros -le aseguró David-, pero
todo saldrá bien.
–Eso espero.
–Alette, me gustaría hacerte algunas
preguntas.
–Sí…
–¿Conociste a Jim Cleary?
–No.
–¿Y a Richard Melton?
–Sí. – En su voz había una profunda tristeza. – Fue… fue
terrible lo que le sucedió.
David miró al doctor Salem.
–Sí, fue terrible. ¿Cuándo fue la última vez que lo
viste?
–Lo visité en San Francisco. Fuimos a un museo y después a
cenar. Antes de separarnos, él me pidió que fuera a su
departamento.
–¿Y lo hiciste?
–No. Ojalá lo hubiera hecho -dijo Alette con pesar-. Yo
podría haberle salvado la vida. – Se hizo un silencio breve. – Nos
despedimos y yo conduje el auto de vuelta a
Cupertino.
–¿Y ésa fue la última vez que lo viste?
–Sí.
–Gracias, Alette.
David se acercó más a Ashley y dijo:
–¿Toni? ¿Estás ahí, Toni? Me gustaría hablar
contigo.
En Ashley se operó otra notable transformación. Sus facciones
cambiaron delante de los dos hombres. Había en su cara una nueva
seguridad, un fuerte matiz sexual. Comenzó a cantar con su voz
ronca y sensual:
“Up and down the city road, In and out of the Eagle, That's
the way the money goes. Pop! goes the weasel.
Ella miró a David:
–¿Sabes por qué me gusta cantar esto,
querido?
–No.
–Porque mi madre odiaba esa canción. Me odiaba a
mí.
–¿Por qué crees que te odiaba?
–Bueno, ahora no podemos preguntárselo, ¿no?
Toni se echó a reír.
–No donde está en este momento. Nada de lo que yo hacía le
parecía bien. ¿Qué clase de madre tuviste tú,
David?
–Mí madre era una persona maravillosa.
–Entonces eres muy afortunado. En el fondo es una cuestión de
suerte. Porque Dios juega con nosotros, ¿no?
–¿Crees en Dios? ¿Eres una persona religiosa,
Toni?
–No lo sé. A lo mejor hay un Dios. Si es así, ese Dios tiene
un extraño sentido del humor, ¿verdad que sí? Alette es la
religiosa. Ella asiste a la iglesia en forma
regular.
–¿Y tú?
Toni lanzó una carcajada.
–Bueno, si ella está allí, yo también lo
estoy.
–Toni, ¿crees que está bien matar a la
gente?
–No, desde luego que no. – Entonces…
–No a menos que resulte necesario.
David y el doctor Salem se miraron.
–¿Qué quieres decir?
El tono de voz de Toni cambió. De pronto pareció estar a la
defensiva.
–Bueno, ya sabes, como cuando es preciso protegerse. Si
alguien la está lastimando a una. – Comenzaba a agitarse. – Si
algún degenerado trata de hacernos porquerías. – Se estaba poniendo
histérica.
–Toni…
Ella comenzó a sollozar.
–¿Por qué no pueden dejarme en paz? ¿Por qué tienen que…? –
Ahora gritaba.
–Toni…
Silencio.
–Toni…
Nada. El doctor Salem dijo:
–Se ha ido. Me gustaría despertar a Ashley.
David suspiró.
–Está bien.
Unos minutos más tarde, Ashley abría los
ojos.
–¿Cómo se siente? – preguntó David.
–Cansada. ¿Cómo… salió todo bien?
–Sí. Hablamos con Alette y con Toni. Ellas…
–No quiero saberlo.
–De acuerdo. ¿Por qué no descansa ahora, Ashley? Esta tarde
regresaré a verla.
Vieron cómo la guardiana se la llevaba. El doctor Salem
dijo:
–Tiene que ponerla en la barra de los testigos, David. Eso
convencerá a cualquier jurado del mundo de que…
–Lo he estado pensando mucho últimamente -dijo David-. Pero
no creo poder hacerlo.
El doctor Salem lo miró un momento.
–¿Por qué no?
–Porque Brennan, el fiscal, la destrozaría. Y no puedo correr
ese riesgo.
David y Sandra cenaban con los Quiller dos días antes de que
se iniciaran los preliminares del juicio.
–Nos hemos registrado en el Wyndham Hotel -dijo David-. El
gerente me hizo un favor especial. Sandra vendrá conmigo. Es
increíble lo llena que está la ciudad.
–Y si ahora están así las cosas -dijo Emily-, imagínate lo
que será cuando empiece el juicio.
Quiller miró a David.
–¿Puedo hacer algo para ayudarte?
David sacudió la cabeza.
–Tengo que tomar una decisión importante: si poner o no a
Ashley en la barra de los testigos.
–Es bien difícil -dijo Jesse Quiller-. Estás perdido si lo
haces y perdido si no lo haces. El problema es que Brennan mostrará
a Ashley Patterson como un monstruo despiadado y asesino. Si no la
haces declarar, ésa es la imagen que tendrán los jurados cuando se
reúnan para alcanzar un veredicto. Por otro lado, por lo que me
dices, si haces declarar a Ashley, lo más probable es que Brennan
la destruya.
–Brennan tendrá allí a todos sus expertos en medicina para
desacreditar el trastorno de personalidad
múltiple.
–Tú debes convencerlos de que es algo real.
–Eso me propongo hacer -dijo David-. ¿Sabes qué me molesta,
Jesse? Las bromas. La última que circula es que yo quería pedir un
cambio de jurisdicción, pero que decidí no hacerlo porque ya no
quedan lugares donde Ashley no haya asesinado a alguien. ¿Recuerdas
cuando Johnny Carson estaba en televisión? Él era divertido pero
sin dejar de ser caballero. Ahora, todos los conductores de los
programas de bien entrada la noche son malditos. Su humor a
expensas de otras personas es realmente salvaje.
–¿David?
–¿Sí?
Jesse Quiller le dijo en voz baja:
–Las cosas empeorarán aún más.
La noche previa a su presentación en el juzgado David Singer
no podía dormir. No lograba reprimir los pensamientos negativos que
rondaban en su mente. Cuando finalmente logró conciliar el sueño,
oyó una voz que le decía: Dejaste morir a tu última cliente. ¿Qué
sucederá si también dejas morir a ésta?
Se incorporó en la cama, empapado de sudor. Sandra abrió los
ojos.
–¿Te sientes bien?
–Sí. No. ¿Qué demonios hago aquí? Lo único que tenía que
hacer era decirle que no al doctor Patterson.
Sandra le oprimió el brazo y le dijo en voz
baja:
Por qué no lo hiciste?
Él gruñó.
–Tienes razón. No podía hacerlo.
–Está bien, entonces. Ahora, ¿qué tal si duermes un poco para
estar fresco y despejado por la mañana?
–Gran idea.
Estuvo despierto el resto de la noche.
La jueza Williams había estado en lo cierto con respecto a
los medios. Los reporteros eran implacables. Los periodistas
llegaban desde todos los rincones del mundo, ávidos por cubrir la
historia de una hermosa mujer joven acusada de ser la autora de
asesinatos en serie que mutiló sexualmente a sus
víctimas.
El hecho de que a Mickey Brennan le estuviera prohibido sacar
a relucir en el juicio los nombres de Jim Cleary o de Jean Claude
Parent le había resultado desalentador, pero los medios le habían
solucionado ese problema. Los programas de televisión, las revistas
y los periódicos presentaban historias espeluznantes de los cinco
asesinatos y castraciones. Mickey Brennan se sentía
complacido.
Cuando David llegó a la sala del juzgado, los integrantes de
la prensa estaban allí en pleno y lo acosaron.
–Doctor Singer, ¿usted sigue trabajando en Kincaid, Turner,
Rose Ripley…?
–Mire hacia aquí, doctor Singer…
–¿Es verdad que lo despidieron por tomar este
caso…?
–¿Qué puede decirnos sobre Helen Woodman? ¿No manejó usted su
juicio por homicidio…?
–¿Ashley Patterson dijo por qué lo hizo…?
–¿Pondrá a su cliente en la barra de los
testigos…?
–Ningún comentario -dijo secamente David.
Cuando Mickey Brennan se acercó en el auto al edificio de
tribunales, enseguida fue rodeado por los medios.
–Doctor Brennan, ¿cómo piensa que saldrá adelante el
juicio…?
–¿Alguna vez le tocó un caso en que la defensa alega un alter
ego…?
Brennan sonrió.
–No. Estoy impaciente por hablar con todas las acusadas. –
Consiguió las risas que quería. – Si hay suficientes, pueden tener
su propio club de admiradoras. – Más risas. – Tengo que entrar. No
quiero hacer esperar a las acusadas.
El voir dire comenzó con la jueza Williams haciéndoles a los
posibles jurados preguntas de orden general. Cuando terminó, era el
turno de la defensa y, después, de la fiscalía.
Para los legos, la elección de un jurado parece sencilla:
Elegir al candidato a jurado que parece tener una actitud amistosa,
y rechazar a los otros. De hecho, el voir dire era un ritual
cuidadosamente planeado. Los abogados penalistas experimentados
jamás hacían preguntas directas que pudieran responderse con un
“sí” o un “no”. Hacían preguntas capaces de alentar a esas personas
a hablar y a revelar cosas de sí mismos y de sus verdaderos
sentimientos.
Mickey Brennan y David Singer tenían diferentes objetivos en
este sentido. En este caso, Brennan quería una preponderancia de
hombres en el jurado, hombres a quienes les disgustaría y
escandalizaría la idea de que una mujer apuñalara y castrara a sus
víctimas. Las preguntas de Brennan apuntaban a elegir personas de
pensamientos tradicionales, con menos probabilidades de creer en
espíritus, duendes y personas que alegaban estar habitadas por
alter egos. El enfoque de David fue diametralmente
diferente.
–Señor Harris. Ése es su nombre, – verdad? Yo soy David
Singer Y represento a la acusada. ¿Alguna vez antes integró un
jurado, señor Harris”
–No.
–Aprecio que se haya tomado el trabajo y haya dedicado su
tiempo a hacer esto.
–Pensé que sería interesante, en un importante juicio de
homicidio como éste.
–Sí, creo que lo será.
–En realidad, es algo que siempre he
deseado.
–¿De veras?
–¿Dónde trabaja usted, señor Harris?
–En Aceros United.
–Imagino que sus compañeros de trabajo han hablado sobre el
caso Patterson.
–Sí. En realidad lo hemos comentado.
–Muy comprensible -dijo David-. Todos parecen no hablar de
otra cosa. ¿Cuál es la opinión general? ¿Sus compañeros creen que
Ashley Patterson es culpable?
–Sí. Debo decir que sí.
–¿Y usted también lo piensa?
–Bueno, creo que sí.
_¿Pero está dispuesto a escuchar las pruebas antes de
decidirse?
–Sí, las escucharé.
–¿Cuáles son sus lecturas preferidas, señor
Harris?
–No soy un gran lector. Me gusta más salir, hacer campamento
y cazar y pescar.
–Un amante del aire libre. Cuando acampa y por la noche
contempla las estrellas, ¿alguna vez se pregunta si allá arriba
existirán otras civilizaciones?
–¿Se refiere a todo ese asunto disparatado de los ovnis? Yo
no creo en esas tonterías.
David se dirigió a la jueza Williams.
–La defensa rechaza a este candidato a jurado, Su
Señoría.
Éste fue el interrogatorio a otro postulante a
jurado:
–¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre, señor
Allen?
–Bueno, me gusta leer y ver televisión.
–A mí también. ¿Qué programas suele ver?
–Los jueves por la noche hay varios muy interesantes. Las
malditas cadenas suelen poner todos los buenos programas a la misma
hora.
–Tiene razón. Es una vergüenza. ¿Alguna vez ve Los
expedientes secretos X?
–-Sí, a mis hijos les encanta.
–¿Y qué me dice de Sabrina, la Bruja
Adolescente?
–Sí, también lo vemos. Es un buen programa.
–¿A qué autores le gusta leer?
–A Anne Rice, Stephen King… SÍ.
Otro interrogatorio a un posible jurado:
–¿Qué programas le gusta ver por televisión,
señor?
–Minutos, la Hora de las Noticias con Jim,
documentales…
–¿Qué le gusta leer?
–En su mayor parte, libros históricos y de
política.
–Gracias. No.
La jueza Tessa Williams se encontraba sentada en el estrado,
escuchando los interrogatorios, y sin que su rostro traicionara sus
sentimientos. Pero David sentía su desaprobación cada vez que ella
lo miraba.
Cuando finalmente fue elegido el último jurado, el panel
consistía en siete hombres y cinco mujeres. Brennan miró a David
con expresión triunfal. Esto será una masacre.