CAPÍTULO 21


Volvió a repasar mentalmente las escenas, una y otra vez, interminablemente.


Esta mañana vi la noticia en los periódicos, doctor Patterson. No puedo decirle lo mucho que lo lamento.

Sí. Ha sido un golpe duro. Necesito tu ayuda, David.

Por supuesto. Cualquier cosa que yo pueda hacer.

Quiero que representes a Ashley.

No puedo hacerlo. No soy abogado penalista. Pero puedo recomendarle a uno excelente, Jesse Quiller

Me parece muy bien. Gracias, David.

Por lo visto es usted un joven muy ansioso. Se supone que nuestra reunión no sería hasta las cinco de la tarde. Pues bien, le tengo buenas noticias. Lo vamos a nombrar socio de la firma.

¿Usted solicitó verme.

Sí, Su Señoría.

En Internet no se habla de otra cosa que de este juicio, y ya han condenado a la acusada. Esto podría perjudicar mucho a la defensa. Por consiguiente presentaré la moción de que el juicio se considere nulo.

Creo que existen suficientes fundamentos para anular el juicio, doctor Singer. Haré lugar a esa moción…

El gusto amargo del “qué habría pasado si"…

A la mañana siguiente, el tribunal estaba en sesión.

–¿La acusación está lista para hacer su alegato final?

Brennan se puso de pie.

–Sí, Su Señoría.

Se acercó a la tribuna del jurado y observó a sus integrantes uno por uno.

–Hoy tienen ustedes la oportunidad de hacer historia. Si creen que la acusada es en realidad un conjunto de personas diferentes y no es responsable de lo que hizo, de los espantosos crímenes que cometió y la dejan en libertad, entonces estarán diciendo que cualquiera puede asesinar con impunidad con el simple recurso de alegar que no lo hizo, que el culpable es algún misterioso alter ego. Puede robar, violar y matar y, ¿es culpable? No. “Yo no lo hice. Lo hizo mi alter ego.” Ken o Joe o Suzy o como quiera que se hagan llamar. Pues bien, en mi opinión ustedes son demasiado inteligentes para caer en la trampa de esa fantasía. La realidad está en las fotografías que vieron. Esas personas no fueron asesinadas por alter egos; fueron deliberada, cruel y calculadoramente asesinadas por la acusada que está sentada frente a aquella mesa, Ashley Patterson. Damas y caballeros del jurado, lo que la defensa trató de hacer en esta sala ya se intentó antes. En Mann contra Teller, la decisión fue que la determinación de la existencia de TPM, per se, no conlleva un fallo de absolución. En los Estados Unidos contra Whirley, una enfermera que asesinó a un bebé alegó padecer TPM. El tribunal la halló culpable. “¿Saben?, casi siento lástima por la acusada. Todas esas personalidades que viven dentro de esa pobre muchacha. Estoy seguro de que ninguno de nosotros querría tener adentro un conjunto de chiflados desconocidos que se dedican a asesinar y a castrar hombres. Confieso que a mí me daría miedo.

Giró para mirar a Ashley.

–Pero la acusada no parece asustada, ¿verdad? Al menos no demasiado asustada como para no ponerse un vestido bonito y peinarse bien y maquillarse. No parece nada asustada. Ella cree que ustedes se tragarán su historia y la dejarán ir. Nadie puede probar si este trastorno de personalidad múltiple realmente existe, de modo que tendremos que hacer nuestro propio juicio. “La defensa alega que esas personalidades salen a la superficie y controlan a la acusada. Veamos: está Toni, que nació en Inglaterra, y Alette, que nació en Italia. Todas son la misma persona. Sólo que nacieron en diferentes países y en momentos diferentes. ¿Esto los confunde? Sé que a mí me confunde. Le di a la acusada la oportunidad de que nos mostrara sus alter egos, pero ella no me hizo caso. Me pregunto por qué. ¿Podría ser porque no existen…? ¿Las leyes de California reconocen el TPM como una enfermedad mental? No. ¿Las leyes de Colorado? No. ¿De Mississippi? No. ¿Las leyes federales? Tampoco. En realidad, ningún Estado tiene una ley que confirme que el TPM constituye una defensa legal. ¿Y por qué? Porque no constituye una defensa. Damas y caballeros, no es más que una coartada ficticia para escapar al castigo… “Lo que la defensa pide es que ustedes crean que existen dos personas dentro de la acusada, de modo que ninguna es responsable de sus actos delictivos. Pero en esta sala hay una sola acusada: Ashley Patterson. Hemos probado más allá de toda duda que es una asesina. Pero ella alega que no cometió los homicidios. Que lo hizo otra persona, alguien que se apoderó de su cuerpo para matar a personas inocentes: sus alter egos. ¿No sería maravilloso que todos tuviéramos alter egos, alguien que se ocupara de llevar adelante todo lo que secretamente deseamos pero la sociedad no permite? O quizá no. ¿Les gustaría vivir en un mundo en el que las personas se lo pasan asesinando gente y dicen: “Nadie puede tocarme, lo hizo mi alter ego”, y “No pueden castigar a mi alter ego porque mi alter ego en realidad soy yo”. “Pero este juicio no es sobre algunos personajes míticos que no existen. La acusada, Ashley Patterson, está procesada por ser la autora de tres horribles crímenes cometidos a sangre fría, y el Estado solicitará la pena de muerte. Muchas gracias.

Mickey Brennan regresó a su asiento.

–¿La defensa está lista para presentar su alegato final?

David se puso de pie. Se acercó a la tribuna del jurado, observó los rostros de los jurados, y lo que vio lo desalentó.

–Sé que éste ha sido un caso muy difícil para todos nosotros. Han oído a los expertos testificar que han tratado pacientes con trastorno de personalidad múltiple, y también han oído a otros expertos asegurar que tal cosa no existe. Ustedes no son médicos, de modo que nadie espera que basen su juicio en el conocimiento médico. Quiero pedirles disculpas si mi conducta de ayer les resultó grosera. Le grité a Ashley Patterson sólo porque quería obligar a sus alter egos a salir. Yo he hablado con esos alter egos. Sé que existen. De veras hay una Alette y una Toni, y pueden controlar a Ashley en cualquier momento que lo deseen. Ella ignora haber cometido cualquier homicidio. Al principio de este juicio les dije que para que alguien sea condenado por homicidio en primer grado debe existir evidencia física y un motivo. Aquí no existe ningún motivo, damas y caballeros. Ninguno. y la ley dice que la parte querellante debe probar que un acusado es culpable más allá de toda duda razonable. Estoy seguro de que convendrán conmigo en que en este caso existe una duda razonable. En lo que concierne a las pruebas, la defensa no las cuestiona. Las huellas dactilares y los rastros de ADN hallados en cada una de las escenas del crimen pertenecen a Ashley Patterson. pero precisamente el hecho de que estuvieran allí debe hacernos pensar. Ashley Patterson es una mujer joven e inteligente. Si cometió un asesinato y no quería que la pescaran, ¿habría sido tan estúpida como para dejar sus impresiones digitales en cada una de las escenas del crimen? La respuesta es no.

David continuó durante otros treinta minutos. Al final, miró los rostros de los jurados y no quedó nada tranquilo. Se sentó.

La jueza Williams se dirigió a los jurados.

–Ahora quiero instruirlos con respecto a la aplicación de la ley en este caso. Quiero que me escuchen con atención. – Habló durante los siguientes veinte minutos y explicó en detalle qué era admisible y permitido por la ley.

–Si tienen alguna pregunta o desean que se les vuelva a leer cualquier parte del testimonio, el relator judicial lo hará. Se permite al jurado ir a deliberar. El tribunal entra en receso hasta que ellos regresen con su veredicto.

David vio cómo los integrantes del jurado abandonaban la tribuna y entraban en la sala para jurados. Cuanto más tiempo tarden, mejores serán nuestras posibilidades, pensó.

Los jurados regresaron cuarenta y cinco minutos después.

David y Ashley contemplaron a los jurados entrar y tomar asiento en la tribuna. Ashley estaba impávida y David, empapado de transpiración.

La jueza Williams se dirigió al presidente del jurado.

–¿Los jurados llegaron a un veredicto?

–Así es, Su Señoría.

–¿Se lo pueden entregar, por favor, al oficial de justicia?

El oficial de justicia le llevó el papel a la jueza, quien lo desplegó. En la sala reinaba un silencio absoluto.

El oficial de justicia volvió a entregarle el papel al presidente del jurado.

–¿Podría leer el veredicto en voz alta, por favor?

Con un tono mesurado y lento, el individuo leyó:

–En la causa El Pueblo del Estado de California contra Ashley Patterson, nosotros, el jurado, en la acción arriba mencionada, encontramos a la acusada, Ashley Patterson, culpable del asesinato de Dennis Tibble, en violación al Artículo 187 del Código Penal.

En la sala, todos contuvieron la respiración. Ashley cerró los ojos con fuerza.

–En la causa El Pueblo del Estado de California contra Ashley Patterson, nosotros, el jurado, en la acción antes mencionada, encontramos a la acusada, Ashley Patterson, culpable del asesinato del detective Samuel Blake, en violación del Artículo 187 del Código Penal. “En la causa El Pueblo del Estado de California contra Ashley Patterson, nosotros, el jurado, en la acción antes mencionada, encontramos a la acusada, Ashley Patterson, culpable del asesinato de Richard Melton, en violación al Artículo 187 del Código Penal. Nosotros, el jurado, en todos los veredictos, determinamos que fueron homicidios en primer grado.

A David le costaba respirar. Miró a Ashley, pero no tenía palabras. Se inclinó hacia ella y la abrazó.

La jueza Williams dijo:

–Me gustaría pedirle a cada uno de los miembros del jurado que confirme el veredicto.

Uno por uno, cada jurado se puso de pie.

–¿El veredicto que se leyó corresponde a su veredicto?

Y cuando cada jurado se lo confirmó, la jueza Williams dijo:

–El veredicto será registrado e ingresado en el libro de actas. – Continuó: -Quiero agradecer a los miembros del jurado su tiempo y su servicio en esta causa. Pueden retirarse. Mañana trataremos el tema de la salud mental.

David, paralizado, observó cómo se llevaban a Ashley.

La jueza Williams se puso de pie y se dirigió a su despacho sin mirar a David. Esa actitud le dijo a David con más claridad que las palabras cuál sería la decisión de la magistrada a la mañana siguiente. Ashley sería sentenciada a muerte.

Sandra llamó desde San Francisco.

–¿Estás bien, David?

Él trató de sonar animado.

–Sí, estoy bien. ¿Cómo te sientes tú? ¿Y el bebé?

–Estamos perfectamente bien. Estuve mirando los informativos por televisión. La jueza no fue justa contigo. No puede hacer que te expulsen del Colegio de Abogados. Lo único que hiciste fue tratar de ayudar a tu cliente.

Él no supo qué contestarle.

–Lo lamento tanto, David. Ojalá estuviera allá contigo. Podría conducir el auto y…

–No -dijo David-. No podemos correr ningún riesgo. ¿Viste hoy al médico?

–Sí.

–¿Qué te dijo?

–Que será muy pronto. En cualquier momento. Feliz cumpleaños, Jeffrey.

Jesse Quiller llamó por teléfono.

–Lo eché todo a perder -dijo David.

–¡De ninguna manera! Te tocó un juez adverso. ¿Qué le hiciste para que se te pusiera tan en contra?

David respondió:

–Ella quería llegar a un arreglo. No quería que esto fuera a juicio.

En mitad de la noche, David estaba sentado en su habitación del hotel y miraba por la ventana. Era el momento más terrible de su vida. En todos los canales de televisión se transmitía la noticia de su fracaso. Vio a uno de los expertos legales de una cadena televisiva analizar el caso.

–Es la primera vez que veo a un abogado defensor gritarle a su cliente. Debo decirles que todos en la sala estábamos atónitos. Fue uno de los espectáculos más ultrajantes…

David apagó el televisor. ¿En qué me equivoqué? Se supone que la vida tiene un final feliz. Pero lo eché todo a perder. Ashley morirá, a mí no se me permitirá ejercer la abogacía, el bebé nacerá en cualquier momento y ni siquiera tengo empleo.

Siguió allí, desolado, repasando mentalmente una y otra vez la última escena en la sala del juzgado. Usted no puede hipnotizarla en mi sala. La respuesta es no.

Si tan sólo ella me hubiera permitido hipnotizar a Ashley en la barra de los testigos, sé que eso habría convencido al jurado. Pero ahora es demasiado tarde. Ya todo terminó.

Pero una vocecita comenzó a repetirle en su mente: ¿Quién dijo que todo terminó?

No hay nada más que yo pueda hacer. Tu cliente es inocente. ¿La dejarás morir? Déjame en paz. Las palabras de la jueza Williams siguieron resonando en su mente. Usted no puede hipnotizarla en mi sala.

Entonces tres palabras comenzaron a repetirse sin cesar: en mi sala.

A las cinco de la mañana, David, excitado, hizo dos llamados telefónicos de urgencia. Cuando terminó, el sol comenzaba a asomar sobre el horizonte. Es una señal, pensó David. Vamos a ganar.

Temprano por la mañana, David entró muy apurado en una tienda de antigüedades.

El vendedor se le acercó.

–¿En qué puedo ayudarlo, señor? – Después reconoció a David-. ¿Doctor Singer?

–Estoy buscando un biombo chino plegable. ¿Tienen algo así?

–Sí, tenemos. En realidad no tenemos verdaderos biombos antiguos, pero…

–Veamos qué tienen.

–Desde luego.

Condujo a David a un sector donde había varios biombos chinos plegables. El empleado le señaló el primero.

–Ahora bien, éste…

–Ése estará muy bien -dijo David.

–De acuerdo, doctor. ¿Adónde se lo enviamos?

–YO me lo llevaré.

La próxima parada de David fue en una ferretería, donde compró un cortaplumas suizo. Quince minutos más tarde entraba en el lobby del edificio de tribunales con el biombo a cuestas. Le dijo al guardia del mostrador de entrada:

–Hice los arreglos necesarios para entrevistar a Ashley Patterson. Tengo permiso para utilizar el despacho del juez Goldberg. Hoy él no está aquí.

El guardia dijo:

–Sí, doctor. Todo está preparado. Haré que traigan a la acusada. El doctor Salem y otro hombre ya lo esperan arriba.

–Gracias.

El guardia observó a David portar el biombo al ascensor. Está más loco que una cabra, pensó.

El despacho del juez Goldberg era una habitación de aspecto agradable, con un escritorio frente a la ventana, un sillón giratorio, un sofá y varias sillas. El doctor Salem y otro hombre se encontraban allí de pie cuando David entró.

–Lamento llegar tarde -dijo David.

El doctor Salem dijo:

–Éste es Hugh Iverson. Es el experto que usted pidió.

Los dos hombres se estrecharon la mano.

–Preparemos esto enseguida -dijo David-. Ashley ya viene para aquí.

Miró a Hugh Iverson y señaló un rincón de la habitación.

–¿Qué le parece ese lugar?

–Estupendo.

Observó a Iverson poner manos a la obra. Algunos minutos después, la puerta se abrió y Ashley entró con un guardia.

–Tengo que quedarme en la habitación -dijo el guardia.

David asintió.

–Está bien. – Miró a Ashley. – Por favor, siéntese. La observó tomar asiento. – En primer lugar, quiero decirle cuánto lamento la forma en que salieron las cosas.

Ella asintió.

–Pero todavía no terminó todo. Todavía tenemos una oportunidad.

Ella lo miró con incredulidad.

–Ashley, quiero que el doctor Salem vuelva a hipnotizarla.

–No. ¿Qué sentido tendría…?

–Hágalo por mí. ¿Sí?

Ella se encogió de hombros y David le hizo una seña afirmativa al doctor Salem.

El doctor Salem le dijo a Ashley:

–Hemos hecho esto antes, así que ya sabe lo sencillo que es. Lo único que tiene que hacer es cerrar los ojos y distenderse. Relájese. Sienta cómo todos los músculos del cuerpo van soltando la tensión. Lo único que desea es dormir. Siente mucho sueño.

El doctor Salem miró a David y dijo:

–Está completamente hipnotizada.

David se acercó a Ashley con el corazón latiéndole con fuerza.

–Quiero hablar con Toni.

No hubo reacción. David levantó la voz.

–Toni. Quiero que salgas. ¿Me has oído? Alette… quiero que las dos hablen conmigo.

Silencio. Ahora David gritaba.

–¿Qué les pasa? ¿Están demasiado asustadas? ¿Eso fue lo que ocurrió en la sala del juzgado? ¿Oyeron lo que dijo el jurado? Ashley es culpable. Ustedes tuvieron miedo de aparecer. ¡Eres una cobarde, Toni!

Observaron a Ashley. No hubo reacción. David, desesperado, miró al doctor Salem. No iba a funcionar.

–La corte está en sesión, presidida por la Honorable Jueza Williams.

Ashley estaba sentada frente a la mesa de la defensa, junto a David, quien tenía la mano cubierta con un vendaje.

David se puso de pie.

–¿Puedo acercarme al estrado, Su Señoría?

–Hágalo.

David caminó hacia el estrado seguido por Brennan. David dijo:

–Me gustaría presentar nuevas pruebas para este caso.

–Absolutamente no -objetó Brennan.

La jueza Williams lo miró y dijo:

–Deje que yo lo decida, doctor Brennan. – Se dirigió entonces a David. – El juicio terminó. Su cliente ha sido condenada y…

–Esto tiene que ver con mi alegato de insania -dijo David-. Lo único que le pido son diez minutos de su tiempo.

La jueza Williams dijo, enojada:

–El tiempo no parece importarle mucho, ¿verdad, doctor Singer? Ya desperdició gran parte del tiempo de todos. – Tomó su decisión. – Está bien. Espero que sea el último pedido suyo en un tribunal de justicia. Habrá un receso de diez minutos.

David y Brennan siguieron a la jueza a su despacho.

Ella le dijo a David:

–Le doy diez minutos. ¿Qué ocurre, abogado?

–Quiero mostrarle un trozo de película, Su Señoría.

Brennan dijo:

–No veo qué puede esto tener que ver con…

La jueza Williams le dijo a Brennan:

–Yo tampoco. – Miró a David. – Ahora tiene nueve minutos.

David se dirigió deprisa a la puerta que conducía al corredor y la abrió.

–Entre.

Hugh Iverson entró con un proyector de dieciséis milímetros y una pantalla portátil.

–¿Dónde quiere que instale esto?

David le señaló un rincón del cuarto.

–Allá.

Vieron cómo el hombre instalaba el equipo y enchufaba el proyector.

–¿Puedo cerrar las persianas? – preguntó David.

–Sí, hágalo, doctor Singer -fue todo lo que pudo hacer la jueza Williams para reprimir su fastidio. Consultó su reloj.

–Tiene siete minutos.

Iverson encendió el proyector y en la pantalla apareció el despacho del juez Goldberg. David y el doctor Salem observaban a Ashley, sentada en una silla.

En la pantalla, el doctor Salem decía:

–Está completamente hipnotizada.

David se acercó a Ashley.

–Quiero hablar con Toni. Toni… quiero que salgas. ¿Me has oído…? Alette… quiero que las dos hablen conmigo.

Silencio. La jueza Williams estaba inmóvil, la cara tensa. Ahora David gritaba. – ¿Qué les pasa? ¿Están demasiado asustadas? Eso fue lo que sucedió en la sala del juzgado, ¿no? ¿Oyeron lo que dijo el jurado? Ashley es culpable. Ustedes tuvieron miedo de salir. ¡Eres una cobarde, Toni! – La Jueza Williams se puso de pie.

–¡Ya tuve suficiente de esto! He visto este lamentable espectáculo antes! Su tiempo se acabó.

–Espere -dijo David-. Usted todavía no…

–Se terminó -le dijo la jueza Williams y se dirigió a la puerta.

De pronto, una canción comenzó a inundar la habitación.


“A penny for a spool of thread, A penny for a needle, ‘That's the way the money goes. Pop! goes the weasel.”


Con curiosidad, la jueza Williams se volvió y miró la imagen que apareció en la pantalla.

La cara de Ashley había cambiado por completo. Era Toni.

Toni dijo con furia:

–¿Demasiado asustada para aparecer en el juzgado?

¿Realmente creyó que yo aparecería sólo porque usted me lo ordenaba? ¿Qué cree que soy, un poni adiestrado?

Lentamente la jueza Williams volvió a entrar en la habitación y comenzó a mirar la película.

–Escuché a todos esos tarados que hacían un papelón. – Imitó una de sus voces-. “No creo que exista tal cosa como el trastorno de personalidad múltiple.” Qué imbéciles. Jamás vi a nadie…

Mientras tenían la vista clavada en la pantalla, la cara de Ashley volvió a cambiar. Parecía distenderse en su silla, y en su rostro apareció una expresión tímida. Con su acento italiano, Alette dijo:

–Doctor Singer, sé que usted hizo todo lo que estuvo a su alcance. Yo habría querido aparecer en el juicio y ayudarlo, pero Toni no me dejó.

La jueza Williams observaba, atónita. La cara y la voz volvieron a sufrir un cambio.

–Por supuesto que yo no quería aparecer -dijo Toni.

David dijo:

–Toni, ¿qué crees que te sucederá si la jueza sentencia a Ashley a muerte?

–No lo hará. Ashley ni siquiera conocía a dos de los hombres que mató, ¿recuerda?

David dijo:

–Pero Alette sí los conocía. Tú cometiste esos crímenes, Alette. Tuviste relaciones sexuales con esos hombres y después los mataste a puñaladas y los castraste…

Toni dijo:

–¡Pedazo de idiota! Alette jamás se habría animado a hacer algo así. Fui yo la que lo hizo. Ellos merecían morir. Lo único que querían era tener relaciones sexuales. – Respiraba con fuerza. – Pero yo se los hice pagar, ¿no? Y nadie podrá demostrar que yo lo hice. Que la Señorita Mojigata cargue con toda la culpa. Todas iremos a un lindo y agradable asilo y…

En el fondo, detrás del biombo japonés que estaba en un rincón, se oyó un clic.

Toni giró.

–¿Qué fue eso?

–Nada -dijo David-. Fue sólo…

Toni se puso de pie y corrió hacia el biombo. En el centro le habían practicado un pequeño agujero del que asomaba una lente. Toni derribó el biombo. Detrás estaba Hugh Iverson y operaba una cámara. Toni miró a David.

–Hijo de puta, ¿qué trata de hacer? ¡Me engañó!

Sobre el escritorio había un abrecartas. Toni lo agarró y saltó hacia David, gritando:

–Lo mataré. Lo mataré.

David trató de sostenerla, pero no era rival para ella. El abrecartas le hizo un tajo en la mano.

Toni levantó el brazo para atacar de nuevo y el guardia corrió hacia ella y trató de sostenerla, pero Toni lo arrojó al suelo. La puerta se abrió y un agente uniformado entró corriendo. Cuando vio lo que sucedía, se abalanzó hacia Toni. Ella lo pateó en la entrepierna y él cayó. Dos agentes más entraron a toda velocidad e hicieron falta tres para sujetar a Toni contra una silla, mientras no dejaba de gritarles.

David le dijo al doctor Salem.

–Por el amor de Dios, despiértela.

El doctor Salem dijo:

–Ashley… Ashley… escúcheme. Ahora puede aparecer. Toni se ha ido. Ya puede salir sin peligro, Ashley. Contaré hasta tres.

Mientras el grupo observaba, el cuerpo de Ashley se serenó y distendió.

–¿Puede oírme?

–Sí. – Era de nuevo la voz de Ashley que parecía proceder de muy lejos.

–Despertará a la cuenta de tres. Uno… Dos… Tres… ¿Cómo se siente?

Ella abrió los ojos.

–Me siento tan cansada. ¿Dije algo?

La pantalla ubicada en el despacho de la jueza Williams quedó en blanco. David se acercó a la pared y encendió las luces.

Brennan dijo:

–¡Vaya! Qué buena actuación. Si le dieran un Oscar a la mejor…

La jueza Williams lo miró:

–Cállese la boca.

Se hizo un silencio momentáneo. La jueza Williams se dirigió a David.

–Doctor.

–¿Sí?

Pausa.

–Le debo una disculpa.

Sentada en el estrado, la jueza Williams dijo:

–Los dos abogados convinieron en aceptar la opinión de un psiquiatra que ya examinó a la acusada: el doctor Salem. La decisión de este tribunal es que la acusada es inocente en razón de insania. Se ordenará que sea internada en una institución donde recibirá tratamiento. Se levanta la sesión.

David se puso de pie, agotado. Ya terminó, pensó. Finalmente terminó. Él y Sandra podrían empezar de nuevo a vivir sus vidas.

Miró a la jueza Williams y le dijo, muy contento:

–Estamos por tener un bebé.

El doctor Salem le dijo a David:

–Me gustaría hacerle una sugerencia. No estoy seguro de que sea factible, pero si puede hacer los arreglos necesarios, creo que sería provechoso para Ashley.

–¿De qué se trata?

–El Hospital Psiquiátrico de Connecticut, allá en el este, ha manejado más casos de TPM que cualquier otra institución del país. Un amigo mío, el doctor Otto Lewison, está al frente del hospital. Si pudiera arreglar que la corte enviara allí a Ashley, creo que sería muy beneficioso.

–Gracias -dijo David-. Veré qué puedo hacer al respecto.

El doctor Steven Patterson le dijo a David:

–No sé cómo agradecerte.

David sonrió.

–No hace falta que lo haga. Fue un quid pro quo, ¿recuerda?

–Tu trabajo fue brillante. Por un momento temí que…

–Yo también.

–Pero se hizo justicia. Mi hija se curará.

–De eso estoy seguro -dijo David-. El doctor Salem me recomendó un hospital psiquiátrico en Connecticut. Allí hay médicos especializados en TPM.

El doctor Patterson permaneció un momento callado.

–¿Sabes?, Ashley no se merece nada de esto. Es una persona maravillosa.

–Estoy de acuerdo. Hablaré con la jueza Williams y trataré de que la transfieran allá.

La jueza Williams estaba en su despacho.

–¿Qué puedo hacer por usted, doctor Singer?

–Quisiera pedirle un favor.

Ella asintió.

–Espero poder concedérselo. ¿De qué se trata?

David le explicó lo que el doctor Salem le había dicho.

–Bueno, es un pedido bastante insólito. Aquí en California tenemos algunos excelentes institutos psiquiátricos.

David dijo:

–Está bien. Muchas gracias, Su Señoría.

Y se dio media vuelta para irse, decepcionado.

–No le dije que no, doctor Singer.

David se frenó en seco.

–Es un pedido nada usual, pero también este caso fue poco usual.

David aguardó.

–Creo que puedo disponer que la transfieran a ese lugar.

–Gracias, Su Señoría. Lo aprecio mucho.

En su celda, Ashley pensó: Me sentenciaron a muerte. Una larga muerte en un hospicio lleno de locos. Habría sido más bondadoso matarme ahora mismo. Pensó en los años interminables y desesperanzados que tenía por delante y comenzó a sollozar.

La puerta de la celda se abrió y entró su padre. Él se quedó un momento allí de pie, mirándola, su rostro lleno de angustia.

–Querida… -Se sentó junto a ella. – Vivirás -le dijo.

Ella sacudió la cabeza.

–No quiero vivir.

–No digas eso. Tienes un problema médico, pero que puede curarse. Y así será. Cuando estés mejor vendrás a vivir conmigo y yo te cuidaré. No importa qué suceda, siempre nos tendremos el uno al otro. Eso no pueden quitárnoslo.

Ashley no dijo nada.

–Sé cómo te sientes en este momento, pero créeme, las cosas cambiarán. Mi chica terminará por venir a casa conmigo, curada. – Lentamente se puso de pie. – Me temo que debo volver a San Francisco. – Esperó a que su hija dijera algo.

Pero ella siguió callada.

–David me dijo que cree que te enviarán a uno de los mejores centros psiquiátricos del mundo. Yo iré a visitarte. ¿Te gustaría eso?

Ella asintió.

–Sí.

–Muy bien, querida. – La besó en las dos mejillas y la abrazó. – Procuraré que tengas la mejor asistencia del mundo. Quiero tener nuevamente a mi lado a mi chiquilla.

Ashley miró irse a su padre y pensó: ¿Por qué no puedo morir ahora mismo? ¿Por qué no me dejan morir?

Una hora después, David fue a verla.

–Bueno, lo logramos -dijo. La miró, preocupado: -¿Se siente bien?

–No quiero ir a un manicomio. Quiero morir. No puedo soportar vivir así. Ayúdeme, David. Por favor, ayúdeme.

–Ashley, la ayudarán. El pasado quedó atrás. Ahora tiene un futuro. La pesadilla terminará. – Le tomó una mano. – Mire… hasta ahora usted confió en mí. Siga haciéndolo. Volverá a vivir una existencia normal.

Ella no dijo nada.

–Diga: “Creo en usted, David”.

Ella respiró hondo.

–Yo… yo creo en usted, David.

Él sonrió.

–Buena chica. Éste será un nuevo principio para usted.

Tan pronto como lo dispuesto por la jueza se hizo público, los medios enloquecieron. De la noche a la mañana David se convirtió en un héroe. Había tomado a su cargo un caso imposible y lo había ganado.

Llamó a Sandra.

–Querida, yo…

–Ya lo sé, querido. Ya lo sé. Acabo de verlo por televisión. ¿No es maravilloso? Estoy tan orgullosa de ti.

–No puedo decirte lo mucho que me alegra que todo haya terminado. Volveré a casa esta noche. Estoy impaciente por verte…

–¿David…?

–¿Sí?

–David… oooh…

–¿Sí? ¿Qué ocurre, mi amor?

–… oooh… que llega nuestro bebé…

–¡Espérame! – gritó David.

Al nacer, Jeffrey Singer pesó tres kilos novecientos gramos y era el bebé más hermoso que David había visto jamás.

–Es idéntico a ti, David -dijo Sandra.

–¿Verdad que sí? – David estaba feliz.

–Me alegra que todo haya salido tan bien -dijo Sandra.

David suspiró.

–Hubo momentos en que no estaba tan seguro.

–Yo jamás dudé de ti.

David abrazó a Sandra y dijo:

–Volveré, querida. Tengo que ir a sacar las cosas de mi oficina.

Cuando David llegó a las oficinas de Kincaid, Turner, Rose Ripley, lo recibieron con mucha cordialidad.

–Felicitaciones, David…

–Buen trabajo…

–Realmente les demostraste que…

David entró en su oficina. Holly ya no estaba. David comenzó a vaciar su escritorio.

–David…

David giró. Era Joseph Kincaid. Kincaid se le acercó y dijo:

–¿Qué haces?

–Estoy limpiando mi oficina. Me despidieron.

Kincaid sonrió.

–¿Despedido? Por supuesto que no. No, no, no. Ha habido un malentendido. – Sonrió. – Te hemos nombrado socio, muchacho. De hecho, te organicé una conferencia de prensa para esta tarde a las tres.

David lo miró.

–¿En serio?

Kincaid asintió.

–En serio.

David dijo:

–Será mejor que la cancele. He decidido dedicarme de nuevo al derecho penal. Jesse Quiller me ofreció ser socio suyo. Cuando uno se especializa en esa parte de la ley, al menos sabe quiénes son realmente los delincuentes. Así que Joey, bebé, tome el cargo de nuevo socio y métaselo donde corresponde.

Y David salió de la oficina.

Jesse Quiller observó el penthouse y dijo:

–Esto es fantástico. Es perfecto para ustedes dos.

–Gracias -dijo Sandra.

Oyó un sonido procedente del cuarto de los niños.

–Será mejor que vaya a ver a Jeffrey. – Y se dirigió a la habitación contigua.

Jesse Quiller se acercó a admirar un hermoso marco de plata con la primera fotografía de Jeffrey.

–Esto es precioso. ¿De dónde vino?

–Me lo envió la jueza Williams.

Jesse dijo:

–Me alegra tenerte de vuelta, socio.

–Y yo me alegro de estar de vuelta, Jesse.

–Seguramente ahora necesitarás un poco de tiempo para tomarte un descanso…

–Sí. Sandra y yo pensamos llevar a Jeffrey en el auto a Oregon a visitar a mis padres y…

–A propósito, esta mañana nos llegó un caso bien interesante: una mujer acusada de asesinar a sus dos hijos. Yo creo que es inocente. Por desgracia, debo ir a Washington a ocuparme de otro caso, así que pensé que podrías hablar con ella y ver qué opinas.