MENTE VERSUS CUERPO

Tuve que admitir que Edythe no conducía mal cuando iba a una velocidad razonable. Como tantas otras cosas, la conducción no parecía requerirle ningún esfuerzo. Aunque apenas miraba a la carretera, la camioneta se mantuvo perfectamente centrada en su carril. Conducía con una mano, porque yo sostenía la otra entre nosotros. A veces fijaba la vista en el sol poniente, que arrancaba destellos color rubí a su piel; y otras en mí, me miraba a los ojos o bajaba la vista hacia nuestras manos unidas.

Había cambiado el dial de la radio para sintonizar una emisora de viejos éxitos y cantaba una canción que no había oído en mi vida. Se sabía la letra entera.

—¿Te gusta la música de los cincuenta?

—En los cincuenta, la música era buena, mucho mejor que la de los sesenta, y los setenta… ¡Puaj! —se estremeció—. Los ochenta fueron soportables.

—¿Vas a decirme alguna vez cuántos años tienes?

Dudé de si mi pregunta arruinaría su optimismo, pero se limitó a sonreír.

—¿Importa mucho?

—No, pero quiero saberlo todo sobre ti.

—Me pregunto si te perturbaría… —comentó para sí.

Fijó la mirada en el sol. Transcurrió un minuto.

—Ponme a prueba.

Me miró a los ojos, olvidándose al parecer, y por completo, del camino durante un buen rato. Fuera lo que fuese lo que viera en ellos, debió de animarla. Clavó la vista en los últimos rayos rojizos de sol y suspiró:

—Nací en Chicago en 1901 —hizo una pausa y me miró con el rabillo del ojo. Puse mucho cuidado en que mi rostro no mostrara emoción ni sorpresa alguna, esperando el resto de la historia con paciencia. Esbozó una leve sonrisa y prosiguió—: Carine me encontró en un hospital en el verano de 1918. Tenía diecisiete años y me estaba muriendo de gripe española.

Me oyó inhalar bruscamente, y volvió a mirar mis ojos.

—No me acuerdo muy bien. Sucedió hace mucho tiempo y los recuerdos humanos se desvanecen —se sumió en sus propios pensamientos durante un minuto, pero antes de que pudiera instarla a hacerlo, continuó—. Recuerdo cómo me sentía cuando Carine me salvó. No es nada fácil ni algo que se pueda olvidar.

—¿Y tus padres?

—Ya habían muerto a causa de la gripe. Estaba sola. Me eligió por ese motivo. Con todo el caos de la epidemia, nadie iba a darse cuenta de que yo había desaparecido.

—¿Cómo…? ¿Cómo te salvó?

Transcurrieron varios segundos, y cuando volvió a hablar parecía estar eligiendo las palabras con sumo cuidado.

—Fue difícil. No muchos de nosotros tenemos el necesario autocontrol para conseguirlo, pero Carine siempre ha sido la más humana y compasiva de todos. Dudo de que se pueda hallar alguien igual a ella en toda la historia —hizo una pausa—. Para mí, solo fue muy, muy doloroso.

Tensó la mandíbula, y supe que no iba a decir nada más al respecto. Decidí dejarlo para más tarde. Mi curiosidad estaba lejos de estar satisfecha. Había muchos detalles sobre los que tenía que reflexionar, detalles que apenas se me estaban empezando a ocurrir.

Su voz suave interrumpió el hilo de mis pensamientos:

—Actuó desde la soledad. Esa es, por lo general, la razón que hay detrás de cada elección. Fui el primer miembro de la familia de Carine, aunque poco después encontró a Earnest. Se cayó de un risco. Lo llevaron directamente a la morgue del hospital, aunque, nadie sabe cómo, su corazón seguía latiendo.

—Así pues, tienes que estar a punto de morir para…

—No, eso es solo en el caso de Carine. Ella jamás hubiera convertido a alguien que hubiera tenido otra alternativa, cualquiera que fuera —siempre que hablaba de su madre lo hacía con un profundo respeto—. Aunque, según ella —continuó—, es más fácil si el corazón está débil.

Contempló la carretera, ahora a oscuras, y sentí que estaba a punto de zanjar el tema.

—¿Y Eleanor y Royal?

—El siguiente a quien Carine trajo a la familia fue Royal. Hasta mucho después no comprendí que albergaba la esperanza de que él fuera para mí lo mismo que Earnest para él. Se mostró muy cuidadosa en sus pensamientos sobre mí —puso los ojos en blanco—. Pero él nunca fue más que un hermano para mí y solo dos años después encontró a Eleanor. Royal iba de caza, en aquel tiempo íbamos a los Apalaches, y se topó con un oso que estaba a punto de acabar con ella. La llevó hasta Carine durante ciento cincuenta kilómetros al temer que no fuera capaz de hacerlo por sí solo. Solo ahora comienzo a intuir lo difícil que fue ese viaje para él.

Me dirigió una mirada elocuente y alzó nuestras manos, todavía entrelazadas, para rozar con la mía su mejilla.

—Pero lo consiguió.

—Sí. Royal vio algo en sus facciones que le dio la suficiente entereza, y llevan juntos desde entonces. A veces, viven separados de nosotros, como una pareja casada: cuanto más jóvenes fingimos ser, más tiempo podemos permanecer en un lugar determinado. Forks es perfecto en muchos sentidos, de ahí que nos inscribiéramos en el instituto —se echó a reír—. Supongo que dentro de unos años vamos a tener que ir a su boda… otra vez.

—¿Y Archie y Jessamine?

—Son dos criaturas muy extrañas. Ambos desarrollaron una conciencia, como nosotros la llamamos, sin ninguna guía o influencia externa. Jessamine perteneció a otra familia… Una familia bien diferente. Se había deprimido y vagaba por su cuenta. Archie la encontró. Al igual que yo, está dotado de ciertos dones.

—¿De verdad? —la interrumpí, fascinado—. Pero tú dijiste que eras la única que podía oír el pensamiento de la gente.

—Eso es verdad. Archie sabe otras cosas, las ve… Ve cosas que podrían suceder, hechos venideros, pero todo es muy subjetivo. El futuro no está grabado en piedra. Las cosas cambian.

La mandíbula de Edythe se tensó y me lanzó una mirada, pero la apartó tan deprisa que no quedé muy seguro de si no lo habría imaginado.

—¿Qué tipo de cosas ve?

—Vio a Jessamine y supo que le estaba buscando antes de que ella le conociera. Vio a Carine y a nuestra familia, y ellos acudieron a nuestro encuentro. Es más sensible hacia quienes no son humanos. Por ejemplo, siempre ve cuando se acerca otro clan de nuestra especie y la posible amenaza que pudiera suponer.

—¿Hay muchos… de los tuyos?

Estaba sorprendido. ¿Cuántos podían estar entre nosotros sin ocultarse?

Mi mente se quedó con la palabra que acababa de pronunciar. Amenaza. Era la primera vez que mencionaba algo que daba a entender que su mundo no solo era peligroso para los humanos. Me inquietó, y estaba a punto de formularle una nueva pregunta, pero ella ya estaba respondiendo a la que había realizado antes:

—No, no demasiados, pero la mayoría no se asienta en ningún lugar. Solo pueden vivir entre los humanos por mucho tiempo los que, como nosotros, renuncian a dar caza a tu gente —me dirigió una tímida mirada—. Solo hemos encontrado otra familia como la nuestra en un pueblecito de Alaska. Vivimos juntos durante un tiempo, pero éramos tantos que empezamos a hacernos notar. Los que vivimos de forma diferente tendemos a agruparnos.

—¿Y el resto?

—Son nómadas en su mayoría. Todos hemos llevado esa vida alguna vez. Se vuelve tediosa, como casi todo, pero de vez en cuando nos cruzamos con los otros, ya que la mayoría preferimos el norte.

—¿Por qué razón?

En aquel momento ya nos habíamos detenido enfrente de mi casa y ella había apagado el motor. El silencio que siguió al rugido de la camioneta fue muy intenso. Todo estaba oscuro y no había luna. Las luces del porche estaban apagadas, de ahí que supiera que mi padre aún no estaba en casa.

—¿Has abierto los ojos esta tarde? —bromeó—. ¿Crees que podría caminar por las calles sin provocar accidentes de tráfico?

Pensé para mí que ella podría detener el tráfico incluso sin toda la pirotecnia de su piel.

—Hay una razón por la que escogimos la península de Olympic: es uno de los lugares menos soleados del mundo. Resultaba agradable poder salir durante el día. Ni te imaginas lo fatigoso que puede ser vivir de noche durante ochenta y tantos años.

—Entonces, ¿de ahí viene la leyenda?

—Probablemente.

—¿Procedía Archie de otra familia, como Jessamine?

—No, y es un misterio, ya que no recuerda nada de su vida humana ni sabe quién le convirtió. Despertó solo. Quienquiera que lo hiciese, se marchó, y ninguno de nosotros comprende por qué o cómo pudo hacerlo. Si Archie no hubiera tenido ese otro sentido, si no hubiera visto a Jessamine y Carine y no hubiera sabido que un día se convertiría en uno de nosotros, probablemente se hubiera vuelto una criatura totalmente salvaje.

Había tanto en qué pensar y quedaba tanto por preguntar… Pero, entonces, me sonaron las tripas. Estaba tan intrigado que ni siquiera había notado el apetito que tenía. Ahora me daba cuenta de que me moría de hambre.

—Lo siento, te estoy impidiendo cenar.

—Me encuentro bien, de veras.

—Jamás había pasado tanto tiempo en compañía de alguien que se alimentara de comida. Lo olvidé.

—Quiero estar contigo.

Era más fácil decirlo en la oscuridad al saber que la voz delataba mi irremediable atracción por ella cada vez que hablaba.

—¿No puedo entrar? —preguntó.

—¿Te gustaría?

No me imaginaba a esa diosa sentándose en la zarrapastrosa silla de mi padre en la cocina.

—Sí, si no te importa.

Sonreí.

—Por supuesto que no.

Bajé de la camioneta y ella ya estaba abajo. Avanzó con un revoloteo y desapareció. Dentro de la casa, las luces se encendieron.

Me esperó en la puerta. Era tan surrealista verla dentro de mi hogar, enmarcada por los anodinos detalles físicos de mi monótona existencia. Recordé un juego al que mi madre solía jugar conmigo cuando tenía cuatro o cinco años: «Una de estas cosas no pertenece al conjunto».

—¿Estaba abierta? —me pregunté.

—No, he usado la llave de debajo del alero.

No recordaba haber usado esa llave delante de ella. Pero entonces recordé cómo había encontrado la de mi camioneta y me encogí de hombros.

—Tienes hambre, ¿verdad? —y me guio hasta la cocina, como si hubiera estado allí un millón de veces. Encendió la luz y se sentó en la misma silla en la que había intentado imaginármela. La cocina ya no tenía un aspecto tan desastrado. Pero quizá fuera porque no podía mirar nada que no fuera ella. Me quedé allí durante un segundo, tratando de envolver mi mente alrededor de su presencia en mi casa, en un escenario tan mundano.

—Come algo, Beau.

Asentí y me di media vuelta para buscar algo. Quedaban sobras de lasaña de la noche anterior. Corté una porción y la deposité en un plato, pero cambié de idea y eché el resto del contenido de la bandeja, y luego lo metí en el microondas. Mientras este empezaba a girar, llenando la cocina de olor a tomate y orégano, lavé la bandeja. Mi estómago volvió a rugir.

—Hmm —dijo ella.

—¿Qué pasa?

—Voy a tener que hacerlo mejor las próximas veces.

Yo me reí.

—¿Qué podrías hacer mejor de lo que ya lo haces?

—Recordar que eres humano. Debería, no sé, haber preparado un pícnic o algo así para hoy.

El microondas pitó y yo saqué el plato y lo deposité rápidamente en la mesa al notar que me quemaba los dedos.

—No te preocupes por eso.

Encontré un tenedor y empecé a comer. Tenía muchísima hambre. El primer bocado me escaldó la boca, pero seguí masticando.

—¿Está buena? —preguntó.

—No estoy seguro —tragué—. Creo que me acabo de quemar las papilas gustativas. Pero ayer estaba muy buena.

No parecía muy convencida.

—¿Alguna vez echas de menos la comida? ¿El helado? ¿La mantequilla de cacahuete?

Ella negó con la cabeza.

—Apenas recuerdo la comida. Ni siquiera sé qué comidas eran mis preferidas. Ahora no me huele… comestible.

—Es un poco triste.

—No supone tanto sacrificio —lo dijo con tristeza, como si tuviera otras cosas en mente, sacrificios que sí que le resultaran inmensos.

Usé el trapo de secar los platos a modo de manopla y llevé el plato a la mesa para poder sentarme con ella.

—¿Echas de menos algún otro aspecto de ser humana?

Meditó sobre ello durante un segundo.

—La verdad es que no echo nada de menos, porque para poder extrañarlo tendría primero que recordarlo y, como te he dicho antes, me cuesta recordar mi vida humana. Pero hay cosas que creo que me gustarían. Supongo que tú lo describirías como cosas que me generan envidia.

—¿Como qué, por ejemplo?

—Dormir es una de ellas. La conciencia permanente termina siendo aburrida. Creo que no me importaría tener de vez en cuando periodos en los que poder olvidar. Parece interesante.

Comí unos cuantos bocados, reflexionando sobre lo que había dicho.

—Suena duro. ¿Qué haces durante la noche?

Ella vaciló y compuso un mohín con los labios.

—¿Te refieres en general?

Me pregunté por qué su voz daba la sensación de que no quería contestar. ¿Sería una pregunta demasiado amplia?

—No, no tiene por qué ser en general. Por ejemplo, ¿qué vas a hacer esta noche, después de irte?

No fue una pregunta acertada. Sentí cómo el subidón de adrenalina se empezaba a desvanecer. Iba a tener que irse. No importaba lo corta que fuera a ser la separación: ya la estaba temiendo.

Aquella pregunta tampoco pareció gustarle, y en un primer momento pensé que era por la misma razón. Pero entonces sus ojos se detuvieron en mi rostro para luego apartarse, como si se sintiera incómoda.

—¿Qué pasa?

Puso una mueca.

—¿Prefieres una mentira agradable o una verdad turbadora?

—La verdad —me apresuré a contestar, aunque no estaba del todo seguro.

—Volveré aquí a verte cuando tu padre y tú estéis dormidos —suspiró—. Últimamente, es una especie de rutina.

Yo pestañeé. Y volví a pestañear.

—¿Vienes aquí?

—Casi todas las noches.

—¿Por qué?

—Eres interesante cuando duermes —explicó con total naturalidad—. Hablas en sueños.

Se me abrió la boca sola. El calor subió por mi cuello hasta mi rostro. Sabía que hablaba en sueños, por supuesto, mi madre siempre bromeaba al respecto, pero no había creído que fuera algo de lo que tuviera que preocuparme.

Ella observó me reacción, mirándome con aprensión por debajo de las pestañas.

—¿Estás muy enfadado conmigo?

¿Lo estaba? No lo sabía. El potencial de humillación era elevado. Y había algo que no entendía: ¿por dónde me había estado escuchando balbucear en sueños? ¿Por la ventana? No era capaz de comprenderlo.

—¿Cómo…? ¿Dónde…? ¿Qué he dicho…? —no era capaz de formular ninguno de mis pensamientos.

Me apoyó una mano en la mejilla. Mi sangre bajo sus dedos helados tenía en comparación una temperatura ardiente.

—No te enfades. Mi intención no era mala. Prometo que estaba completamente bajo control. Si en algún momento hubiera pensado que estabas en peligro, me hubiera marchado. Yo solo… quería estar donde tú estuvieras.

—Yo… Eso no es lo que me preocupa.

—¿Y qué es lo que te preocupa?

—¿Qué he dicho?

Ella sonrió.

—Echas de menos a tu madre. Cuando llueve, el sonido hace que te revuelvas inquieto. Solías hablar mucho de Phoenix, pero ahora lo haces con menos frecuencia. En una ocasión dijiste: «Todo es demasiado verde».

Se rio con suavidad, con la esperanza de no ofenderme aún más.

—¿Alguna otra cosa? —exigí saber.

Supuso lo que yo quería descubrir y admitió:

—Pronunciaste mi nombre.

Derrotado, suspiré.

—¿Mucho?

—Define mucho.

—Oh, no —rezongué.

Como si fuera un gesto fácil, natural, puso sus brazos alrededor de mis hombros y se reclinó contra mi pecho. Automáticamente, mis brazos la envolvieron para sostenerla allí.

—No te acomplejes —me susurró—. Ya me habías contado que soñabas conmigo, ¿recuerdas?

—No es lo mismo. Sabía lo que estaba diciendo.

—Si pudiera soñar, sería contigo. Y no me avergüenzo de ello.

Le acaricié el pelo. Pensé que, en el fondo, daba igual. No esperaba de ella que se plegara a las convenciones humanas. Las reglas que ella misma se imponía me bastaban.

—No me avergüenzo —susurré.

Ella emitió un sonido similar a un ronroneo con la mejilla apoyada contra mi pecho.

En ese momento, ambos oímos el sonido de unas llantas sobre los ladrillos del camino de entrada a la casa y vimos las luces delanteras que nos llegaban desde el vestíbulo a través de las ventanas frontales. Di un respingo y aparté los brazos al tiempo que ella me soltaba.

—¿Quieres que tu padre sepa que estoy aquí? —preguntó.

Intenté decidirlo con rapidez.

—Esto…

—En otra ocasión, entonces.

Y me quedé sola.

—¡Edythe! —susurré.

Escuché una risita muy suave y luego, nada más.

Mi padre hizo girar la llave de la puerta.

—¿Beau? —me llamó.

Recuerdo que aquello me había parecido gracioso otras veces. ¿Quién más podría haber sido? Pero, de repente, la pregunta de Charlie ya no me parecía totalmente fuera de lugar.

—Estoy aquí.

¿Sonaba demasiado agitada mi voz? Le di otro mordisco a mi lasaña para que me sorprendiera masticando cuando entrara. Después de pasar el día con Edythe, sus pasos me parecían estrepitosos.

—¿Te has comido toda la lasaña? —me preguntó, mirando el plato.

—Ay, lo siento. Toma, queda un poco.

—No te preocupes, Beau. Me prepararé un sándwich.

—Lo siento —murmuré de nuevo.

Charlie iba dando golpes por la cocina, alcanzando lo que necesitaba. Yo me concentré en devorar mi enorme plato de comida lo más rápido que resultaba humanamente posible sin morir atragantado. Estaba pensando en lo que había dicho Edythe: «¿Quieres que tu padre sepa que estoy aquí?». Que no era lo mismo que decir: «¿Quieres que tu padre sepa que he estado aquí?», usando el pasado. ¿Significaba aquello que en realidad no se había ido? Eso esperaba.

Sándwich en mano, Charlie se sentó en la silla que había frente a la mía. Me costaba imaginar que Edythe había estado sentada en aquel mismo lugar hacía apenas unos minutos. Charlie encajaba en aquel escenario. El recuerdo de Edythe era como un sueño que jamás hubiera podido ser real.

—¿Qué tal te ha ido el día? ¿Hiciste todo lo que querías hacer?

Me moría de ganas de escaparme a mi habitación.

—En realidad, no. Se estaba demasiado bien fuera como para quedarse en casa. ¿Han picado los peces?

—Sí. A ellos también les gusta el buen tiempo.

Rebañé lo que quedaba de lasaña de una sola cucharada y empecé a masticar.

—¿Tienes planes para esta noche? —me preguntó de repente.

Sacudí la cabeza, quizá enfatizando demasiado el gesto.

—Pareces un poco tenso —observó.

Por supuesto: de todas las noches en las que podía prestarme atención, tenía que hacerlo en aquella.

—¿De verdad? —tragué.

—Es sábado —musitó.

Yo no respondí.

—Supongo que al final no vas a ir al baile esta noche…

—Como era mi intención desde un principio —declaré.

Él asintió.

—Sí, claro. Lo de bailar y eso. Lo pillo. Pero quizá la semana que viene podrías llevar a la chica de los Newton a cenar o algo. Salir de casa. Socializar.

—Ya te he dicho que está saliendo con un amigo.

Él frunció el ceño.

—Bueno, hay muchos peces en el mar.

—Al ritmo que tú pescas, no tantos.

Se rio.

—Se hace lo que se puede… Entonces, ¿no vas a salir esta noche? —volvió a preguntar.

—No tengo adónde ir —le dije—. Además, estoy cansado. Me voy a acostar pronto.

Me levanté y llevé el plato al fregadero.

—Ajá —dijo, masticando concienzudamente—. Ninguna de las chicas del pueblo es tu tipo, ¿verdad?

Me encogí de hombros y fregué el plato. Noté que tenía los ojos clavados en mí, y me esforcé al máximo por evitar que la sangre me subiera al cuello, pero no estaba muy seguro de estar consiguiéndolo.

—No seas demasiado duro con los pueblos pequeños —dijo—. Ya sé que no tenemos la misma variedad que en las grandes ciudades, pero…

—Hay mucha variedad, papá. No te preocupes por mí.

—Vale, vale. De todas maneras, no es asunto mío —parecía un tanto abatido.

—Bueno, yo ya he terminado —suspiré—. Te veo mañana.

—Buenas noches, Beau.

Intenté arrastrar los pies mientras pisaba los escalones, como si estuviera cansadísimo. Me pregunté si se habría tragado mi pésima actuación. No es que le estuviera mintiendo, en realidad. Definitivamente, aquella noche no tenía ninguna intención de salir.

Cerré la puerta de mi habitación con suficiente fuerza como para que pudiera escucharlo en el piso de abajo y corrí lo más rápido que pude a mi ventana. La abrí de par en par y me recliné hacia la oscuridad. No veía nada: solo la sombra de las copas de los árboles.

—¿Edythe? —susurré, sintiéndome completamente idiota.

La tranquila risa de respuesta procedía de detrás de mí.

—¿Sí?

Me giré tan deprisa que sin querer tiré un libro del escritorio y este cayó al suelo con un golpe.

Estaba tendida en mi cama con las manos detrás de la nuca, los tobillos cruzados y su enorme sonrisa de hoyuelos en el rostro. Tenía el color de la escarcha en la oscuridad.

—¡Oh! —jadeé, estirando la mano para apoyarme en el escritorio.

—Lo siento —dijo.

—Dame un minuto para que me vuelva a latir el corazón.

Se incorporó despacio, como hacía siempre que intentaba parecer humana o pretendía no asustarme, y dejó las piernas colgando del borde de la cama. Dio una palmadita en el espacio que quedaba junto a ella.

Yo me dirigí a la cama con paso titubeante y me senté a su lado. Apoyó su mano sobre la mía.

¿Cómo va el corazón?

—Dímelo tú… Estoy seguro de que lo escuchas mejor que yo.

Rio en voz baja.

Nos sentamos ahí durante un momento, escuchando ambos cómo los latidos de mi corazón se iban ralentizando. Se me ocurrió pensar en el hecho de tener a Edythe en mi habitación, en las suspicaces preguntas de mi padre, y en mi aliento a lasaña.

—¿Me concedes un minuto para ser humano?

—Desde luego.

Me levanté y la miré, allí sentada en toda su perfección al borde de mi cama, y pensé que quizá todo aquello no fuera más que una alucinación.

—Vas a estar aquí cuando vuelva, ¿verdad?

—No voy a mover ni un músculo —me prometió.

Y entonces se quedó completamente inmóvil, de nuevo una estatua posada en el borde de mi cama.

Alcancé mi pijama del cajón y corrí al baño. Cerré con fuerza la puerta del baño para que Charlie supiera que estaba ocupado.

Me cepillé los dientes dos veces. Luego me lavé la cara y me cambié de ropa. Siempre me ponía para irme a la cama un par de pantalones de chándal llenos de agujeros y una camiseta vieja, de un lugar de barbacoas que le gustaba a mi madre, en la que aparecía un cerdo sonriendo entre dos panecillos. Deseé tener algo que fuera menos… yo. Pero lo cierto es que no esperaba tener invitados y, probablemente, era una estupidez preocuparme por ello. Si de verdad solía venir a verme por las noches, ya sabía lo que me ponía para dormir.

Me lavé los dientes una vez más.

Cuando abrí la puerta, sufrí otro pequeño infarto. Charlie estaba en lo alto de las escaleras; estuve a punto de chocar con él.

—¡Ay! —tosí.

—Ay, perdona, Beau. No quería asustarte.

Inspiré hondo.

—Estoy bien.

Miró mi pijama y emitió un leve carraspeó con el fondo de la garganta, como si estuviera sorprendido.

—¿Tú también te vas a la cama? —le pregunté.

—Sí, supongo. Mañana tengo que volver a madrugar.

—Vale. Buenas noches.

—Sí.

Entré en mi habitación, agradecido de que mi cama no pudiera verse desde donde estaba Charlie, y cerré con fuerza la puerta a mis espaldas.

Edythe no se había movido ni un milímetro. Sus labios se curvaron cuando sonreí: se relajó y, de repente, recobró el aspecto humano. O casi. Yo volví a sentarme junto a ella. Se giró hacia mí, encogió las piernas y las cruzó.

—No sé qué opinión tengo de esa camiseta —dijo. Hablaba en voz tan baja que ni me preocupó que Charlie pudiera oírnos.

—Me puedo cambiar.

Ella puso los ojos en blanco.

—No me refería solo a que tú la lleves puesta, sino a su mera existencia —estiró la mano y rozó al cerdo sonriente con los dedos. El pulso se me disparó, pero ella lo ignoró educadamente—. ¿Debería alegrarse tanto de ser comida?

Intenté sonreír.

—Bueno, no conocemos su versión de la historia, ¿no? Tal vez tenga una buena razón para sonreír.

Me miró como si estuviera poniendo en duda mi cordura.

Estiré el brazo para sostener su mano. Daba la sensación de ser algo muy natural, pero, al mismo tiempo, era incapaz de dar crédito a la suerte que tenía. ¿Qué había hecho para merecer aquello?

—Tu padre piensa que te vas a escapar a hurtadillas —me dijo.

—Lo sé. Según él, parezco un poco tenso.

—¿Y lo estás?

—Creo que estoy algo más que tenso, en realidad. Gracias. Por quedarte.

—También era lo que yo quería.

Mi corazón empezó a latir… no más rápido, sino de algún modo más fuerte. Por alguna razón que no era capaz de comprender, ella quería estar conmigo.

Moviéndose a velocidad humana, desdobló las piernas y las extendió sobre las mías. Entonces, se acurrucó contra mi pecho de aquella manera que parecía su preferida, apoyando el oído contra mi corazón, que probablemente estaría teniendo una reacción exagerada. La envolví con mis brazos y apoyé los labios en su melena.

—Hmm —musitó.

—Esto… —murmuré contra su pelo—… es mucho más fácil de lo que pensaba que sería.

—¿Te parece fácil? —su voz sonaba como si estuviera sonriendo. Giró la cabeza para mirarme, y sentí cómo su nariz trazaba una fría línea ascendente por el costado de mi cuello.

—Bueno —dije, sin aliento. Sus labios rozaban el borde de mi mandíbula—. Tengo la sensación de que resulta más fácil de lo que lo era esta mañana, al menos.

—Hmm —dijo. Sus manos se deslizaron por mis hombros y se cerraron en torno a mi cuello. Se alzó hasta que sus labios rozaron mi oreja.

—¿Por qué será? —inquirí con voz temblorosa, lo cual me avergonzó—. ¿Qué crees?

—El triunfo de la mente sobre la materia —me susurró directamente al oído.

Un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Ella se quedó inmóvil y se apartó con cuidado. Una mano me acariciaba la piel justo por debajo de la manga de mi camiseta.

—Estás frío —me dijo.

Noté cómo la piel se me ponía de gallina bajo las yemas de sus dedos.

Frunció el ceño y recuperó su posición inicial. Mis brazos rehusaban soltarla. Cuando se deslizó fuera de mi abrazo, mis manos permanecieron en sus caderas.

—Te tiembla todo el cuerpo.

—No creo que sea a causa del frío —le dije.

Nos miramos un segundo en la oscuridad.

—No estoy seguro de qué se me permite hacer —admití—. ¿Cuánto cuidado tengo que tener?

Ella dudó.

—No es fácil —dijo, por fin, contestando a mi primera reflexión. Acarició mi antebrazo con su mano, y se me volvió a poner la piel de gallina—. Pero esta tarde estaba todavía… indecisa. Lo lamento, es imperdonable que me haya comportado de esa forma.

—Te perdono —murmuré.

—Gracias —sonrió, y de nuevo adoptó una expresión seria al observar mi piel erizada—. Ya ves, no estaba convencida de ser lo bastante fuerte… —me tomó una mano y la presionó suavemente contra su rostro—. Estuve susceptible mientras existía la posibilidad de que me viera sobrepasada… —exhaló su aroma sobre mi muñeca—. Hasta que me convencí de que mi mente era lo bastante fuerte, que no existía peligro de ningún tipo de que yo… de que pudiera…

Jamás la había visto trabarse de esa forma con las palabras.

Resultaba tan… humana.

—¿Ahora ya no existe esa posibilidad?

—La mente domina la materia.

Al fin alzó la vista hacia mí y me sonrió.

—Suena fácil —dije, sonriendo para que supiera que estaba de broma.

—Más qué fácil, yo diría… hercúleo, pero posible. Y, en respuesta a tu otra pregunta…

—Lo siento —dije.

Ella rio casi sin hacer ruido.

—¿Por qué te disculpas? —no era más que una pregunta retórica, pero prosiguió muy deprisa, poniéndome un dedo en los labios por si acaso yo sentía la necesidad de dar una explicación—. No es fácil, así que, si te parece bien, preferiría que… ¿fueras a mi ritmo? —dejó caer el dedo—. ¿Te parece justo?

—Por supuesto —me apresuré a contestar—. Lo que tú quieras.

Como de costumbre, mi respuesta era literal.

—Si resultara… insoportable, estoy bastante segura de ser capaz de irme.

Yo fruncí el ceño.

—Me aseguraré de que no sea insoportable.

—Mañana va a ser más duro —prosiguió—. He tenido tu aroma en la cabeza todo el día y me he insensibilizado de forma increíble. Si me alejo de ti por cualquier lapso de tiempo, tendré que comenzar de nuevo. Aunque no desde cero, creo.

—No te vayas nunca —sugerí.

—Eso me satisface —replicó mientras su rostro se relajaba al esbozar una sonrisa—. Saca los grilletes… Soy tu prisionera.

Pero mientras hablaba, enroscó sus fríos dedos alrededor de mis muñecas como si fueran esposas.

—Y ahora, si no te importa, ¿me prestarías una manta?

Tardé un segundo en procesarlo.

—Ah, sí, claro. Aquí tienes.

Estiré el brazo libre tras ella y tiré del viejo edredón que había doblado a los pies de la cama para ofrecérselo. Soltó mi muñeca, alcanzó el edredón y lo extendió, y luego volvió a abrazarme.

—Estaré mejor si sé que tú estás cómodo.

—Estoy muy cómodo.

—¿Por favor?

Con un gesto rápido, me eché el edredón sobre los hombros como si fuera una capa.

Ella dejó escapar una risita en voz baja.

—No era exactamente lo que estaba pensando.

Ya se había puesto de pie y me estaba colocando el edredón por encima de las piernas y subiéndomelo hasta los hombros. Antes de comprender qué estaba haciendo, volvió a acomodarse en mi regazo y se acurrucó contra mi pecho. El edredón suponía una barrera entre cualquier parte de nuestros cuerpos cuya piel pudiera estar en contacto.

—¿Mejor? —me preguntó.

—No estoy seguro.

—¿Pero bien?

—Mejor que bien.

Ella rio y yo le acaricié el pelo. Aquello parecía prudente.

—Es muy extraño —dijo—. A veces lees sobre algo, o lo escuchas en la mente de otras personas, ves cómo les sucede a ellos…, y no te prepara en lo más mínimo para experimentarlo por ti misma. El esplendor del primer amor. Es mucho más de lo que me esperaba.

—Muchísimo más —asentí fervientemente.

—Y lo mismo pasa con otras emociones. Por ejemplo, los celos. He leído sobre los celos un millón de veces, he visto actores representarlos en mil películas y obras teatrales diferentes, los escucho en las mentes que me rodean a diario, y hasta creo que los he sentido de manera muy superficial, al desear tener algo de lo que carezco… Pero me asustaron… —hizo una mueca—. ¿Recuerdas el día en que McKayla te pidió que fueras con ella al baile?

Asentí, aunque recordaba ese día por un motivo diferente.

—Fue el día en que empezaste a dirigirme la palabra otra vez.

—Me asombró la llamarada de resentimiento, casi de furia, que experimenté… Al principio no supe qué era. No sabía que los celos pudieran ser tan poderosos, tan dolorosos. Y entonces la rechazaste, y no sabía por qué. No poder saber qué pensabas me exasperaba más que de costumbre. ¿Lo hacías en beneficio de Jeremy? ¿O había alguna otra? En cualquier caso, sabía que no tenía derecho alguno a que me importara, e intenté que fuera así.

—Y entonces empezó a haber cola —rezongué yo, pero ella rio.

—Esperé —prosiguió—, más ansiosa de lo que debería, por oír qué les decías, por intentar descifrar tus expresiones. No niego el alivio que sentí al ver el fastidio en tu rostro, pero no podía estar segura. No sabía cuál hubiera sido tu respuesta si yo te lo hubiera pedido —me miró—. Esa fue la primera noche que vine aquí. Me debatí toda la noche, mientras vigilaba tu sueño, en el abismo que mediaba entre lo que sabía que era correcto, moral, ético, y lo que realmente quería. Supe que si continuaba ignorándote como hasta ese momento, o si dejaba transcurrir unos pocos años, hasta que te fueras, llegaría un día en que encontrarías a alguien que te gustara, alguna humana como McKayla. Eso me entristecía.

»Y en ese momento —su voz se redujo a un susurro casi inaudible—, pronunciaste mi nombre en sueños. Lo dijiste con tal claridad que por un momento creí que te habías despertado, pero te diste la vuelta, inquieto, musitaste mi nombre otra vez y suspiraste. Una emoción desconcertante y asombrosa recorrió mi cuerpo. Y supe que no te podía ignorar por más tiempo.

Enmudeció durante un momento, probablemente al escuchar el irregular latido de mi corazón.

—Pero los celos son… tan irracionales. Justo ahora, cuando Charlie te ha preguntado por esa chica tan molesta…

—¿De veras que eso te hace sentir celosa?

—Soy nueva en esto. Has resucitado al ser humano que hay en mí, y lo siento todo con más fuerza porque es reciente.

—Pero sinceramente, que eso te moleste después de lo que he oído de ese Royal, modelo masculino del año; Royal, Míster Perfecto, Royal, que estaba hecho para ti con o sin Eleanor, ¿cómo voy a competir con eso?

—No hay competencia.

Sus dientes centellearon y sus brazos se me entrelazaron de nuevo al cuello.

—Eso es lo que me preocupa —intenté abrazarla—. ¿Esto está bien?

—Más que bien —suspiró alegremente—. Por supuesto que Royal es atractivo a su manera, pero incluso si no fuera como un hermano para mí, incluso si Eleanor no le perteneciera, jamás podría ejercer la décima, no, qué digo, la centésima parte de la atracción que tú tienes sobre mí —estaba seria, meditabunda—. He caminado entre los míos y los seres humanos durante casi noventa años… Todo ese tiempo me he considerado completa sin comprender qué estaba buscando, sin encontrar nada porque tú aún no existías.

—No parece justo —susurré en su melena—. En cambio, yo no he tenido que esperar para nada. ¿Por qué resulta tan fácil para mí?

—Tienes razón —admitió—. Debería ponértelo más difícil, sin duda —me acarició la mejilla con la mano—. Solo te juegas la vida cada segundo que pasas conmigo, lo cual, seguramente, no es mucho. Solo tienes que dar la espalda a la naturaleza, a la humanidad… ¿Acaso vale algo?

—No me siento privado de nada.

Volvió el rostro hacia mi pecho y susurró.

—Aún no.

—¿Qué…? —empecé a preguntar cuando su cuerpo se quedó inmóvil. Me quedé paralizado, pero Edythe desapareció y me quedé abrazando el vacío.

—¡Túmbate! —siseó. No sabría decir en qué lugar de la negrura se encontraba.

Me eché en la cama de espaldas, agitando la colcha y poniéndome de lado, de la forma en que solía dormir. Oí el crujido de la puerta. Charlie estaba comprobando que aún seguía allí. Respiré acompasadamente, exagerando el movimiento.

Transcurrió un largo minuto. Estuve atento hasta que la puerta se cerró. De repente, Edythe estaba a mi lado. Me levantó el brazo y lo colocó sobre sus hombros mientras se apretaba contra mí.

—Eres un pésimo actor… Diría que ese no es tu camino.

—Adiós a mi plan —murmuré.

—¡Caray!

Mi corazón me resultaba aborrecible. Probablemente ella podía sentirlo tan bien como lo escuchaba, galopando entre mis costillas como si fuera a romperme alguna. Tarareó una melodía que no identifiqué. Parecía una nana. Hizo una pausa.

—¿Debería cantarte para que te durmieras?

—Cierto —me reí—. ¡Cómo me podría dormir estando tú aquí!

—Lo has hecho todo el tiempo —me recordó.

—Pero no sabía que estabas aquí —disentí, estrechándola con más fuerza.

—Llevas razón. Bueno, si no quieres dormir…, ¿qué quieres hacer entonces?

—¿Francamente? Un montón de cosas. Ninguna de ellas precavida.

No dijo nada, pero no sonaba como si estuviera respirando. Me apresuré a arreglarlo.

—Pero como he prometido que sería precavido, lo que quiero es saber más de ti.

—Pregunta lo que quieras.

En su voz escuché que estaba sonriendo.

Cribé todas mis preguntas para elegir la más importante y entonces dije:

—¿Por qué lo haces? Sigo sin comprender cómo te esfuerzas tanto para resistirte a lo que… eres. Por favor, no me malinterpretes, me alegra que lo hagas. Nunca antes me había alegrado tanto de estar vivo. Solo que no veo la razón por la que te preocupó al principio.

Contestó muy lentamente:

—Es una buena pregunta, y no eres el primero en hacerla. El resto, la mayoría de nuestra especie, está bastante satisfecho con nuestro sino… Ellos también se preguntan cómo vivimos. Pero, ya ves, solo porque nos hayan repartido ciertas cartas no significa que no podamos elegir el sobreponernos, dominar las ataduras de un destino que ninguno de nosotros deseaba e intentar retener toda la esencia de humanidad que nos resulte posible.

Yací inmóvil, sintiéndome un tanto sobrecogido.

—¿Te has dormido? —cuchicheó, casi sin alzar la voz, después de unos minutos.

—No.

—¿Eso es todo lo que te inspira curiosidad?

Puse los ojos en blanco.

—En realidad, no.

—¿Qué más deseas saber?

—¿Por qué puedes leer mentes? ¿Por qué solo tú? ¿Y por qué Archie lee el porvenir? ¿Por qué sucede?

Sentí cómo se encogía de hombros bajo mi brazo.

—En realidad, lo ignoramos. Carine tiene una teoría. Cree que todos traemos algunos de nuestros rasgos humanos más fuertes a la siguiente vida, donde se ven intensificados, como nuestras mentes o nuestros sentidos. Piensa que yo debía tener ya una enorme sensibilidad para intuir los pensamientos de quienes me rodeaban y que Archie tuvo el don de la precognición, donde quiera que estuviese.

—¿Qué es lo que se trajo ella a la siguiente vida? ¿Y el resto?

—Carine trajo su compasión, y Earnest, la capacidad para amar con pasión. Eleanor trajo su fuerza, y Royal, la… tenacidad, o la obstinación, si así lo prefieres —se rio—. Jessamine es muy interesante. Fue bastante carismática en su primera vida, capaz de influir en todos cuantos tenía alrededor para que vieran las cosas a su manera. Ahora es capaz de manipular las emociones de cuantos la rodean para apaciguar una habitación de gente airada, por ejemplo, o a la inversa, exaltar a una multitud aletargada. Es un don muy sutil.

Estuve considerando lo inverosímil de cuanto me describía en un intento de aceptarlo. Aguardó pacientemente mientras yo pensaba.

—¿Dónde comenzó todo? Quiero decir, Carine te cambió a ti, luego alguien antes tuvo que convertirla a ella, y así sucesivamente…

—¿De dónde proceden los seres humanos? ¿Evolución? ¿Creación? ¿No podríamos haber evolucionado igual que el resto de las especies, presas y depredadores? O, si no crees que el universo surgió por su cuenta, lo cual me resulta difícil de aceptar, ¿tan difícil es admitir que la misma fuerza que creó al delicado chiribico y al tiburón, a la cría de foca y a la ballena asesina, hizo a nuestras respectivas especies?

—A ver si lo he entendido… Yo soy la cría de foca, ¿verdad?

—Exacto —rio, y sus dedos rozaron mis labios—. ¿No estás cansado? Ha sido un día bastante largo.

—Solo tengo unos cuantos millones más de preguntas…

—Tenemos mañana, y pasado, y pasado mañana…

Un sentimiento de euforia, de pura felicidad, inundó mi pecho hasta tal punto que pensé que iba a explotar. No concebía que cualquier drogadicto en el mundo no estuviera dispuesto a cambiar su droga favorita por aquella sensación.

Pasó un minuto antes de pudiera volver a hablar.

—¿Estás segura de que no te vas a desvanecer por la mañana? —quise asegurarme—. Después de todo, eres un mito.

—No te voy a dejar —prometió con solemnidad, y la misma sensación, quizá incluso más potente que antes, volvió a invadirme.

Cuando pude hablar de nuevo, dije:

—Entonces, una más por esta noche…

La sangre trepó por mi cuello. La oscuridad no iba a servir de mucho. Estaba seguro de que ella había notado el calor.

—¿Cuál?

—Hmm, no, olvídalo. He cambiado de idea.

—Beau, puedes preguntarme lo quieras.

No le respondí y ella gimió.

—Intento pensar que no leerte la mente será menos frustrante cada vez, pero no deja de empeorar y empeorar.

—Ya es bastante malo que espíes lo que digo en sueños —murmuré.

—Por favor —murmuró, y su voz aterciopelada adoptó aquella fascinante intensidad que tan difícil me resultaba resistir.

Lo intenté. Negué con la cabeza.

—Si no me lo dices, voy a asumir que es algo mucho peor que lo que es —me amenazó.

—No debería haber sacado el tema —dije, y apreté los dientes.

—¿Por favor? —me pidió de nuevo, con voz hipnótica.

—No te vas a ofender, ¿verdad? —suspiré.

—Claro que no.

Inspiré hondo.

—Bueno…, obviamente, no sé muchas cosas sobre vampiros…

Se me escapó la palabra sin querer, estaba tan concentrado en cómo formular la pregunta que me di cuenta de lo que había dicho y me quedé inmóvil.

—¿Sí? —su voz sonaba normal, como si la palabra no tuviera ningún significado.

Respiré aliviado.

—De acuerdo. Me refiero a que solo sé las cosas que me has contado y parece que somos muy… distintos. Físicamente. Tú pareces humana, una versión mejorada de un ser humano, pero no comes, ni duermes. Ni necesitas las mismas cosas.

—Lo que dices es debatible a ciertos niveles, pero ciertamente hay algo de verdad en tus palabras. ¿Cuál es tu pregunta?

Inspiré hondo.

—Lo siento.

—Pregúntamelo.

Me salió todo atropelladamente.

—Bueno, yo solo soy un chico normal, y tú eres la chica más preciosa que he visto en mi vida y, bueno, me siento un poco abrumado por ti, y en parte es porque, naturalmente, me siento locamente atraído hacia ti, lo que estoy seguro que habrás notado por tu naturaleza, bueno, por decirlo de alguna manera, tan consciente de mi sistema circulatorio, pero lo que no sé es si a ti te pasa lo mismo. O si es como el dormir y el comer, cosas que tú no necesitas y yo sí, aunque no las deseo ni una mínima parte de lo que te deseo a ti. Antes dijiste que Eleanor y Royal se separan de vosotros y viven como una pareja casada, pero ¿significa eso lo mismo para los vampiros? Y si esta pregunta está completamente fuera de lugar, es decir, que es completamente inapropiada para una primera cita, me disculpo ahora mismo y no tienes por qué contestarla.

Aspiré una enorme bocanada de aire.

—Hmm… Yo diría que esta es nuestra segunda cita.

—Tienes razón.

Edythe rio.

—¿Me estás preguntando sobre sexo, Beau?

Se me volvió a encender la cara.

—Sí. No debería haberlo hecho.

Volvió a reír.

—Beau, me he metido en tu cama. Creo que eso convierte esta línea de investigación en algo bastante apropiado.

—Si no quieres, no tienes por qué contestar.

—Te he dicho que me podías preguntar cualquier cosa —calló un momento, y su voz adoptó un tono más formal, como si estuviera dando una conferencia—: Bueno, pues en sentido general, veamos un poco de Vampiros y Sexo, nivel principiante. Todos empezamos siendo humanos, Beau, y la mayoría de esos deseos humanos están ahí, solo que ocultos por instintos más poderosos. Pero no estamos siempre sedientos, y tendemos a formar… vínculos muy fuertes, tanto físicos como emocionales. Royal y Eleanor son como cualquier otra pareja humana que se atrae, y con eso me refiero a que pueden resultar muy, pero que muy desagradables para los que tenemos que vivir con ellos, y mucho más todavía para quien pueda leerles la mente.

Reí en voz baja, y ella me imitó.

—Qué incómodo.

—No tienes ni idea —dijo con voz sombría, y luego suspiró—. Y ahora, más concretamente, Sexo y Vampiros para principiantes, tema Beau y Edythe —suspiró de nuevo, más lentamente esta vez—. No creo que eso… sea… posible para nosotros…

—¿Porque tendría que acercarme demasiado? —pregunté.

—Es un problema, pero no el más grave. Beau, no sabes lo…, bueno, lo frágil que eres. No pretendo con ello insultar tu virilidad ya que, para mí, cualquier humano resulta frágil. Tengo que controlar mis actos cada instante que estamos juntos para no dañarte. Podría matarte con bastante facilidad, y simplemente por accidente.

Recordé las primeras veces que me había tocado y la cautela con la que se movía, lo mucho que parecía asustarla. Cómo me pedía que fuera yo quien apartara la mano en lugar de desasirse ella misma…

Ahora apoyó su palma en mi mejilla.

—Si me apresurase, si no prestara la suficiente atención, podría extender la mano para acariciar tu cara y aplastarte el cráneo por error. No comprendes lo increíblemente frágil que eres. No puedo perder el control mientras estoy a tu lado.

Si su vida estuviera en mis manos de ese modo, ¿la habría matado ya? Me estremecí al pensarlo.

—Creo que tu presencia podría llegar a distraerme enormemente —murmuró.

—A mí no hay un solo momento en que la tuya no lo haga.

—¿Puedo preguntarte algo que podría resultar… potencialmente ofensivo?

—Te toca.

—¿Tienes alguna experiencia con el sexo entre humanos?

Me sorprendió un poco que no se me volviera a poner la cara roja. Me resultaba muy natural contarle todo.

—No, ni un poquito. Ya te he dicho que nunca antes he sentido esto por nadie, ni siquiera de cerca.

—Lo sé. Es solo que conozco los pensamientos de otras personas, y sé que el amor y el deseo no siempre recorren el mismo camino.

—Para mí, sí.

—Eso está bien. Al menos tenemos una cosa en común.

—Ah.

Cuando antes había dicho: «Tendemos a formar vínculos muy fuertes, tanto físicos como emocionales», no había podido evitar preguntarme si hablaría por experiencia. Descubrí que me aliviaba enormemente saber que aquel no era el caso.

—Entonces, ¿soy una distracción para ti?

—Así es —estaba sonriendo de nuevo—. ¿Quieres que te diga qué cosas de ti me distraen?

—No tienes que hacerlo si no quieres.

—Lo primero fueron tus ojos. Tienes unos ojos adorables, Beau, como un cielo despejado. Me he pasado toda la vida viviendo en climas lluviosos, y a menudo echo de menos el cielo, pero nunca cuando estoy contigo.

—Esto… ¿gracias?

Ella rio, divertida.

—No soy la única. Seis de tus diez admiradoras también empezaron fijándose en tus ojos.

—¿Diez?

—No son tan evidentes como Taylor y McKayla. ¿Quieres que te haga una lista? Tienes muchas opciones.

—Creo que te estás quedando conmigo. Y, de todas maneras, no hay ninguna otra opción.

Y nunca volvería a haberla.

—Lo siguiente fueron tus brazos. Me gustan muchísimo tus brazos, Beau. Y eso incluye tus hombros y tus manos —me deslizó la mano por el brazo y luego volvió a subirla al hombro, y luego de vuelta a mi mano—. O quizá lo segundo fuera tu barbilla —me tocó la cara con los dedos, como si yo no supiera a qué se refería—. No estoy segura del todo. Todo me pilló bastante por sorpresa cuando me di cuenta de que no solo me parecías delicioso, sino también muy atractivo.

La cara y el cuello me ardían. Sabía que aquello no podía ser cierto pero, en aquel momento, me pareció bastante convincente.

—Ah, y ni siquiera he mencionado tu pelo.

Me peinó acariciándome el cuero cabelludo con las yemas de los dedos.

—Vale. Ahora estoy seguro de que te estás quedando conmigo.

—De verdad que no. ¿Sabías que tu pelo es exactamente del mismo tono que el tejado con incrustaciones de teca de un monasterio en el que una vez me alojé? Creo que esa zona ahora pertenece a Camboya.

—Ehhh… No, no lo sabía —bostecé sin querer.

Ella rio.

—¿He satisfecho tus preguntas?

—Sí.

—Entonces deberías dormir.

—No estoy seguro de poder.

—¿Quieres que me marche?

—¡No! —dije con voz demasiado fuerte.

Rio, y entonces comenzó a tararear otra vez aquella nana desconocida con su suave voz de ángel al oído.

Más cansado de lo que creía, y más exhausto de lo que me había sentido nunca después de un día de tensión emocional y mental, me dormí sosteniendo su frío cuerpo entre mis brazos.