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EL GOLPE. LOS NUEVOS ESCÁNDALOS FINANCIEROS DEL VATICANO

Tras la conmoción que supuso el atentado contra Juan Pablo II en la plaza de San Pedro y las intrigas de espionaje que le siguieron, el mundo de las finanzas vaticanas se volvió a tambalear no ya ante los manejos de una compleja red de mafiosos internacionales, sino ante los de un timador de altos vuelos que supo aprovecharse como nadie de la codicia de ciertos miembros de la Iglesia.

En 1982 el papa Juan Pablo II estableció una alianza estratégica con el presidente estadounidense Ronaid Reagan que tenía al sindicato Solidaridad como máximo exponente para minar el bloque soviético. El gobierno de Estados Unidos informaba a la Santa Sede de toda suerte de asuntos de interés global a cambio de contar con su apoyo en las cuestiones en que fuera necesario. Mientras Estados Unidos, por ejemplo, bloqueaba millones de dólares de ayuda a países que contaban con programas de planificación familiar, el papa, «mediante un significativo silencio», apoyaba algunas de sus políticas militares, incluida la de proveer a la OTAN con una nueva generación de misiles crucero.[1]

Todas las semanas, el jefe de la estación de la CÍA en Roma llevaba personalmente al papa un extenso informe secreto elaborado por la CÍA. Ningún otro líder mundial, a excepción del presidente estadounidense, tenía acceso a la información que el papa recibía, lo que explica que la primera parte del pontificado de Juan Pablo II tuviera un marcado carácter político que a punto estuvo de costarle la vida en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, cuando fue abatido por las balas de Mehmet Ali Agca, antiguo miembro de un grupo terrorista llamado Lobos Grises. Sin embargo, el papa sabía muy bien que el ejecutor del atentado era sólo un peón en manos de una fuerza mucho más poderosa que quería verle muerto. El arzobispo Luigi Poggi, «el espía del Papa», fue el encargado de averiguar quién había ordenado el asesinato.

Durante meses, el arzobispo mantuvo contactos con diversos servicios de inteligencia hasta que en noviembre de 1983, el Mossad, el servicio secreto israelí, le proporcionó la información que buscaba. La CÍA pensaba, tal vez porque era la versión que mejor se acomodaba a sus intereses estratégicos, que Agca había sido el ejecutor de un complot inspirado por el KGB y materializado por los servicios de espionaje búlgaros. Los estadounidenses argumentaban que Moscú temía que el pontífice encendiera la mecha del nacionalismo polaco. Pero la CÍA se equivocaba. Lo que descubrieron los agentes del Mossad fue que el complot había sido urdido en Irán con la aprobación del ayatolá Jomeini, como primer movimiento para librar una guerra santa contra Occidente y sus valores decadentes.[2]

Un mes después, el 23 de diciembre de 1983, el papa fue a ver a Agca a la prisión de Rebibbia. El encuentro fue concertado como un «acto de perdón», pero, en realidad, lo que Juan Pablo II quería saber era si lo dicho por el Mossad se correspondía con la verdad. Los periodistas permanecieron en el corredor, y con ellos los numerosos guardias preparados para entrar en la celda en caso de que Agca hiciera algún movimiento sospechoso. El diálogo duró veintiún minutos, tras los cuales el papa se puso en pie y le extendió una caja en la que había un rosario de nácar y plata. Agca había confirmado lo que el arzobispo Luigi Poggi averiguó por el Mossad. Este hecho cambiaría para siempre la actitud de Juan Pablo II hacia el islam e Israel.

EL ESCÁNDALO FRANKEL

Por otro lado, la desaparición del escenario de los principales implicados en el escándalo del Banco Ambrosiano no supuso que el resto del pontificado de Juan Pablo II estuviera libre de la sombra de los escándalos financieros.

El hombre que volvió a aprovecharse de la Iglesia para beneficiarse a su costa se llamaba Martin Frankel, una especie de Roberto Calvi que se las arregló para organizar una de las mayores estafas que ha visto Estados Unidos en su época más reciente.[3]

Frankel llevaba camino de convertirse en un artista del fraude y tenía la pretensión de crear un imperio financiero con la ayuda del IOR. Para ello adoptó el nombre supuesto de David Rosse y contrató al prestigioso abogado Tom Bolán. El 8 de agosto de 1998, y gracias a las gestiones de su amigo, el sacerdote neoyorquino Peter Jacobs, Bolán llegaba al Vaticano para reunirse con Emilio Colagiovanni, que iba a desempeñar un papel protagonista en la historia.

Colagiovanni dirigía la fundación Monitor Ecciesiasticus, que publicaba una revista de derecho canónico. Aunque se encontraba jubilado, en su día fue juez de la Rota Romana, el tribunal de apelaciones vaticano, célebre en el mundo de la prensa rosa por ser el lugar en el que se dirimen las nulidades matrimoniales. En aquellos días, utilizando un viejo ordenador, un bote de cola y unas tijeras, componía su revista de derecho en la pequeña casa de campo en que vivía y trabajaba. Monitor Ecciesiasticus no formaba parte del Vaticano, pero había sido bendecida por un papa anterior y, lo más importante desde el punto de vista de Frankel, tenía una cuenta corriente en el IOR.[4]

Bolán contó a los allí reunidos que representaba a un rico filántropo de origen judío llamado David Rosse, que tenía el deseo de donar para causas pías cincuenta millones de dólares a través de una fundación formada en el Vaticano a tal efecto o de una ya existente y con sólidos lazos con la Santa Sede. (Frankel había tornado el nombre de David Rosse de uno de sus guardaespaldas, le cuya biografía [lugar de nacimiento, estudios, servicio militar, etc.] se había apropiado, de tal manera que si alguien investigaba e encontraría con que todos los datos encajaban, incluido su domicilio actual).

La posibilidad de que el Vaticano recibiera tal cantidad de dinero era, ciertamente, muy atractiva, y entre todos los presentes el que se creyó el embuste con más fuerza fue monseñor Colagiovanni. Ante la propuesta respondió con una entusiástica recitación de las cualidades que le convertían en el hombre más indicado para realizar aquella tarea: tenía múltiples contactos entre los altos dignatarios del Vaticano, como el secretario de Estado, y sabía lo que había que hacer para que el sueño de tan generoso donante se hiciera realidad.

PATENTE DE CORSO

El 22 de agosto Bolán, en una reunión en el Hotel Hassier de Roma, presentaba una propuesta oficial de seis páginas. Rosse (es decir, Frankel) establecería una fundación en Licchtenstein que estaría regida por unos «estatutos secretos». Por medio de un banco suizo, Rosse enviaría a la fundación 55 millones de dólares, de los cuales cincuenta serían enviados a Estados Unidos para uso exclusivo del propio Rosse y los cinco millones restantes se transferirían a una cuenta controlada por el Vaticano. A nadie le pareció mal. Es más, los sacerdotes involucrados en la operación se apresuraron a pensar en el destino que darían a esos primeros cinco millones de dólares. Monseñor Colagiovanni esperaba que su fundación se beneficiara de aquel dinero y el padre Jacobs deseaba que una parte fuera destinada a una obra de caridad con la que se sentía especialmente implicado, la Ciudad de los Muchachos de Italia. Tras algunas discusiones el dinero se repartió de la siguiente forma: 3,5 millones para Monitor Ecciesiasticus, 1,1 para las obras de caridad del padre Jacobs y 400.000 dólares para Bolán como comisión.

En medio de todas aquellas discusiones sobre el destino del dinero a nadie pareció extrañarle que Rosse se reservase el control de cincuenta millones de dólares, lo que, sin duda, constituía una situación cuando menos inusual. Además, aquella generosa donación tenía un añadido. En una carta dirigida a Bolán Rosse ponía una condición:

Nuestro acuerdo incluirá el compromiso del Vaticano de ayudarme en mi deseo de adquirir compañías de seguros, permitiendo a funcionarios del Vaticano certificar a las autoridades, si fuera necesario, que la fuente de financiación de la fundación es el propio Vaticano.[5]

Más tarde, Bolán declararía no haber leído nunca esta carta e incluso dudaba de haberla recibido. Y es que con esta cláusula, Frankel ofrecía a los sacerdotes el mismo trato que Michele Sindona y Roberto Calvi establecieron en su día con el arzobispo Paul Marcinkus: blanqueado de dinero a cambio de una generosa comisión o, lo que es lo mismo, una patente de corso del Vaticano para que Frankel pudiera estafar sin problemas las compañías de seguros que se habían convertido en su objetivo.

A pesar de que los términos del acuerdo se volvieron cada vez más oscuros y farragosos todo siguió adelante. El padre Jacobs hizo las veces de cicerone para Bolán en Roma. Le llevó a su Ciudad de los Muchachos, le mostró la entrada secreta de la basílica de San Pedro —reservada exclusivamente a los cardenales—, y, lo más importante, le concertó una entrevista con el obispo Francesco Salerno, secretario de la prefectura de asuntos económicos de la Santa Sede, y monseñor Gianfranco Piovano, de la secretaría de Estado.[6]

INOCENTES PERO NO TANTO

Con plena seguridad se puede asegurar que los sacerdotes ignoraban que el generoso benefactor que les estaba ofreciendo aquel negocio era un impostor, pero no podían ser tan inocentes como para no darse cuenta de que aquel trato no era del todo lo ético ni legal que debería. Con su 90 por 100 Frankel pretendía adquirir diversas compañías de seguros estadounidenses a través de la fundación respaldada por el Vaticano, que podría embolsarse más de cien millones de dólares con tan sólo dar su visto bueno. La increíble habilidad de Frankel para el fraude informático haría el resto.

No obstante, la amarga experiencia padecida con personajes como Sindona y Calvi había vuelto recelosos a los sacerdotes. Antes de que el acuerdo fuera firmado, Frankel se vio obligado a presentar ante el IOR documentación acreditativa de que poseía realmente el dinero necesario para realizar tan ambiciosa operación económica. Frankel respondió dándoles el número privado del banquero suizo Jean-Marie Wery, director del Banque SCS Alliance. Cuando éste fue preguntado por los funcionarios del IOR, aseguró que David Rosse (Frankel) era un hombre extraordinariamente rico con capacidad más que sobrada para emprender un negocio de mil millones de dólares.

El 1 de septiembre de 1998, monseñor Colagiovanni, monseñor Piovano y el obispo Salerno comunicaron a Bolán que el Santo Padre daba su aprobación a la creación de una nueva fundación de la Iglesia que tuviera a Rosse como presidente. Se le permitía, además, que abriera su propia cuenta en el Banco Vaticano, un privilegio al alcance de muy pocos seglares, todos ellos personas de la máxima confianza de la Iglesia. Sin embargo, aún quedaban varios cabos por atar. En el supuesto de que la operación saliese mal, el Vaticano podría verse involucrado como cómplice en una conspiración, y tal vez en una estafa, así que habría que hacer las cosas de otra manera. Rosse crearía una organización que, oficialmente, no estaría vinculada al Vaticano: la Fundación San Francisco de Asís para Servir y Ayudar a los Pobres y Aliviar el Sufrimiento.[7]

Frankel decía ser admirador de san Francisco de Asís, el hombre que renunció a sus riquezas para predicar la necesidad de una vida de pobreza y humildad basada en los Evangelios, lo cual no deja de ser paradójico viendo el estilo de vida del nuevo benefactor de la Iglesia. Cuando sus estafas fueron descubiertas, Frankel vivía en dos mansiones que habían costado 5,6 millones de dólares y que se pagaron al contado. Allí disfrutaba de chefs que le atendían las veinticuatro horas, disponía de bellas prostitutas que poblaban su piscina y de una flota de veinte automóviles de lujo. Todos sus empleados eran de sexo femenino. Controlaba todos sus negocios a través de ochenta ordenadores y se mantenía informado por medio de un panel de televisores sintonizados en diversos canales económicos de todo el mundo. Frankel dirigía su imperio desde aquella mansión, siempre en batín y zapatillas. En el momento de su detención llevaba encima diez millones de dólares en joyas.

En cuanto a la vida sexual del financiero mecenas también había más que fundadas sospechas. En 1997 la policía investigó la muerte de una de las integrantes del harén de Frankel, Francés Burge, de veintidós años, que apareció ahorcada en una dependencia de la mansión con una fusta y pornografía de temática sadomasoquista a su alrededor. El caso fue archivado como suicidio, a pesar de que Frankel era cliente habitual de The Vault, el club sadomasoquista más importante de Nueva York. Frankel no pareció lamentar mucho la muerte de Francés, a la que había contratado mediante un anuncio en una revista: «Francés no tenía el aspecto que yo esperaba —declaró a la policía—. Tenía sobrepeso, aunque era una buena persona. Aquella tarde se quitó la ropa y quiso tener sexo, pero a mí no me apetecía».

LA TAPADERA

La no vinculación directa entre el Vaticano y la fundación del falso Rosse era una medida de protección por si algo fallaba; en realidad, y tal como se establece en el texto de la demanda interpuesta en el Estado de Misuri contra el Vaticano:

[Colagiovanni] utilizó su posición como miembro de la Curia para convencer a funcionarios del gobierno estatal y a compañías de seguros en Estados Unidos de que la fundación San Francisco de Asís estaba relacionada con el Vaticano a través de Monitor Ecciesiasticus, y de que la fundación era una iniciativa financiada por el Vaticano.[8]

La unión con Monitor Ecciesiasticus era el elemento que daba a la trama la cobertura vaticana que precisaba la fundación San Francisco de Asís. En los documentos de presentación de la organización se decía:

La fundación San Francisco de Asís fue creada en el Vaticano por la fundación Monitor Ecciesiasticus para contribuir al cumplimiento de las ideas de san Francisco de Asís a través de la ayuda a obras de caridad de todo el mundo.[9]

En este texto se cometía una grave inexactitud, ya que donde realmente creó Frankel su fundación fue en las Islas Vírgenes británicas, un lugar muy poco apropiado para una fundación pía. En una misiva dirigida a Rosse, monseñor Colagiovanni le aseguraba que todas las donaciones que recibiera Monitor Ecciesiasticus estarían protegidas por el estricto secreto bancario que caracterizaba al IOR: «Tan sólo el Papa puede revelar los detalles de cualquier depósito o donación».

La fundación no era más que humo, pero Monitor Ecciesiasticus no. La revista de derecho canónico que recibían cardenales y obispos de todo el mundo constituía para Frankel una inmejorable conexión con el Vaticano de cara a presentársela a sus futuras víctimas. Con esta cobertura, Frankel no dudó en comenzar las negociaciones para adquirir compañías de seguros en Estados Unidos. En una de aquellas operaciones, la de la empresa de Colorado Capitel Lite, el abogado Kay Tatum preguntó de dónde obtendría la fundación el dinero para realizar la transacción. La respuesta fue que la Santa Sede había donado 51 millones de dólares a través de Monitor Ecciesiasticus, hecho corroborado por monseñor Colagiovanni cuando el abogado le telefoneó al Vaticano. Por si aún albergaba alguna duda, Tatum recibió en su despacho la siguiente carta firmada por Colagiovanni:

Le certifico y confirmo a usted que ME [Monitor Ecciesiasticus] es el garante de fondos para la fundación San Francisco de Asís para Servir y Ayudar a los Pobres y Aliviar el Sufrimiento, una compañía de las Islas Vírgenes británicas… […] ME ha contribuido aproximadamente con 1.000.000.000 $ (mil millones de dólares) a la fundación San Francisco de Asís desde su creación el 10 de agosto de 1998. Estos fondos fueron recibidos por ME desde varios tribunales católicos romanos e instituciones de caridad y culturales católicas romanas para las obras de caridad de ME. Estos fondos, a su vez, han sido donados por ME para su uso por la fundación San Francisco de Asís.[10]

NI UNA SOLA VERDAD

Este farragoso texto no contenía ni una sola verdad. Los mil millones de dólares que se mencionan ni existían ni habían existido.

Otra de las empresas en las que Frankel había centrado su atención era la Metropolitan Mortgage & Securities de Spokane, Washington. Su presidente, C. Paul Sandifur, escribió una carta al Vaticano preguntando por ambas fundaciones:

La fundación [San Francisco de Asís] afirma ser agente de la Santa Sede y desea embarcarse en una transacción comercial de 120 millones de dólares. La fundación también afirma haber sido creada por Monitor Ecciesiasticus… a la que representa como fundación vaticana.

Apenas dos semanas después, el arzobispo Giovanni Battista Re, uno de los personajes más importantes de la curia, respondió a la carta con otra en la que no mencionaba ni una sola vez a Monitor Ecciesiasticus, aunque sí dedicaba una línea a la fundación San Francisco de Asís: «Esa fundación no ha sido aprobada por la Santa Sede ni existe en el Vaticano». Nada más recibir la carta, Sandifur telefoneó a Frankel para pedirle explicaciones.

El financiero parecía relajado. No había por qué preocuparse. Evidentemente, el Vaticano no iba a admitir nada por escrito concerniente a la fundación San Francisco de Asís. La Santa Sede no tenía el menor interés en revelar sus finanzas ni la extensión de su patrimonio. Si realmente los ejecutivos de la compañía querían comprobar las credenciales de la fundación, lo mejor que podían hacer era desplazarse a Roma y reunirse con las personas adecuadas. Así lo hicieron, y varios representantes de las compañías que iban a ser adquiridas viajaron a Roma, donde monseñor Colagiovanni les dio toda suerte de explicaciones sobre la fundación. Colagiovanni, no contento con implicar a la Iglesia y al papa en el fraude, llegó a asegurar que Monitor Ecciesiasticus era «un canal e instrumento en el cumplimiento de la voluntad y deseos del Supremo Administrador». La fe de Frankel, en cambio, estaba depositada en la astrología, de hecho, llegó a encargar una carta astral que intentara contestar a la pregunta «¿iré a la cárcel?».[11]

Ni los ejecutivos de las aseguradoras ni Frankel eran los únicos que se estaban poniendo nerviosos. Colagiovanni también estaba intranquilo. Había mentido de palabra y por escrito y, sin embargo, todavía no había visto un centavo de los cinco millones de dólares prometidos. Decidió escribir al abogado Bolán para pedir su mediación y que ejerciera su «persuasiva amabilidad en el trato con Mr. D [David Rosse]. Debo solicitar que al menos esta cantidad [los cinco millones de dólares] sea transferida por su parte para que podamos continuar implementando el programa de ME».

Para evitar que otra posible víctima fuera alarmada por funcionarios del Vaticano, y así tranquilizar a Colagiovanni, Bolán fue enviado por Frankel de nuevo a Roma para reunirse con el arzobispo Agostino Cacciavillan, presidente de la administración del patrimonio de la Santa Sede.

A través de este engaño, Frankel fue capaz de adquirir siete compañías aseguradoras estadounidenses. Rápidamente comenzó a utilizar la estrategia de Sindona y las despojó de sus fondos, transfiriendo importantes cantidades a empresas fantasma ubicadas en diferentes paraísos fiscales.[12] Finalmente todo fue descubierto. Cuando las autoridades económicas estadounidenses preguntaron a la Santa Sede sobre el asunto, la curia declaró que ninguna de las dos fundaciones implicadas tenía relación con el Vaticano. Frankel volvió a consultar a su astrólogo y éste le dijo que las cosas se estaban poniendo realmente feas, ante lo cual reunió todo el dinero que pudo y huyó a Europa en compañía de dos de sus novias.

En octubre de 1999, las autoridades estimaron que Frankel había robado unos doscientos millones de dólares de las compañías estafadas. En diciembre de ese mismo año fue detenido en Alemania, donde se declaró culpable de contrabando de joyas por valor de varios millones de dólares a fin de evitar, o al menos retrasar, su extradición a Estados Unidos. Tras un intento de fuga, fue devuelto a su país y juzgado por diversos cargos. En 2001, el Vaticano fue demandado como cómplice por las comisiones de seguros de varios Estados, solicitándosele doscientos millones de dólares en concepto de reparación.