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LA SOMBRA DE SAN PEDRO EL NUEVO PODER DE MICHELE SINDONA
Con el paso del tiempo, Michele Sindona fue ganando más y más poder al amparo del Vaticano. Ya no había nada fuera de su alcance, ni siquiera el glamour de la industria cinematográfica de Hollywood se le resistía. Sin embargo, todo su imperio se sustentaba en un entramado de estafas e irregularidades, de las que, inevitablemente, la Santa Sede resultaría salpicada.
Michele Sindona no perdió tiempo en llevar a la práctica su plan para las finanzas vaticanas, a medio camino entre la evasión fiscal y el escarmiento al gobierno italiano por atreverse a gravar las inversiones de la Santa Sede. El momento culminante de esta operación fue la venta de la Societá Genérale Immobiliare (SGI), el buque insignia de las empresas del Vaticano, la más grande y, con diferencia, rentable. La Societá fue una de las piedras maestras sobre las que Bernardino Nogara edificó la compleja arquitectura de las finanzas de la Santa Sede en los años treinta. Sindona compró él mismo la empresa, al doble de su valor de mercado, con dinero de su banco, la Banca Privata Finanziaria.[1]
Como suele suceder con los negocios vaticanos, la venta de la SGI se realizó en el mayor de los secretismos. Sindona estableció que las acciones de la SGI fueran transferidas en primer lugar al Paribas Transcontinental de Luxemburgo, un banco subsidiario del Banque de Paris et des Pay Bas (Paribas), y de ahí, las acciones pasaron a Fasco AG, la compañía que Sindona había fundado para administrar el dinero de la mafia. Fue poco después de esto cuando se filtró la noticia y la prensa se enteró de que la SGI había cambiado de dueño.
A través de un portavoz, la Santa Sede salió al paso de la información con la siguiente declaración: «Nuestra política es evitar mantener el control de compañías privadas como se hacía en el pasado. Deseamos mejorar el rendimiento de nuestras inversiones, de forma equilibrada, por supuesto, para lo cual es fundamental mantener una filosofía de inversión conservadora. No se puede consentir que la Iglesia pierda su patrimonio en especulaciones». Con esto, la Iglesia se desvinculaba de la trama y rubricaba su retirada de la economía italiana. Pero, en realidad, la «especulación» se mantenía, sólo cambiaba la nacionalidad de las empresas en las que se invertía. Sindona transfirió la recién adquirida liquidez de la Santa Sede a multinacionales como Procter & Gamble, General Motors, Westinghouse, Standard Oil, Colgate, Chase Manhattan o General Food.
Sindona, que no deseaba hablar con la prensa, no hizo declaraciones a pesar de la insistencia de los periodistas italianos. Lo más llamativo fue la excusa que esgrimió para mantener su silencio, ya que afirmaba que no podía hablar debido a los acuerdos de confidencialidad que había contraído con sus clientes, y que revelar información sobre la operación podría suponer un quebrantamiento de la ley.
En 1970 la Societá realizó una oferta formal para hacerse con la mitad de Paramount Pictures y entrar así en el glamouroso negocio de Hollywood.[2] Suponemos que Sindona debió de sentir algún perverso placer cuando su nueva compañía comenzó el rodaje de El Padrino, una de las películas capitales de la historia del cine en la que se trataban asuntos que el financiero dominaba a la perfección.[3] Lo que es menos conocido es que la vida y las peripecias de Sindona bien pudieron inspirar parte de la trilogía.
EL PADRINO Y SUS AMIGOS
Mientras Francis Ford Coppola y Mario Puzo trabajaban en el guión de la película en el estudio, una de las comidillas favoritas era la llegada a la empresa del que seguía siendo asesor económico de la familia Gambino. El personaje de Sindona comenzó a fascinar a Coppola, y sería en la tercera parte de la saga donde plasmaría buena parte de lo que había aprendido sobre este personaje y, muy especialmente, sobre sus tratos con el Vaticano.[4] En El Padrino III, Michael Corleone se apodera de un importante consorcio propiedad de la Santa Sede, curiosamente denominado Immobiliare, que pierde tras el asesinato de un papa que lleva tan sólo un mes como pontífice. No son estas coincidencias en lo único que la realidad terminó por parecerse al arte. Resulta irónico que buena parte de los beneficios de la película definitiva sobre la mafia y su mundo fueran a parar al mayor entramado mafioso financiero de la historia.
La presencia de Sindona en el cine no fue ni mucho menos casual. Era amigo y socio de Charles Bludhorn, presidente de Gulf & Western, propietaria de Paramount Pictures. Ambos ganaron mucho dinero con un negocio de compraventa fraudulenta de acciones para alterar su valor en bolsa. La operación cesó en 1972 tras la intervención de la comisión estadounidense del mercado de valores.
Simplificando, se podría afirmar que el negocio que mantenían Sindona y Bludhorn consistía en irse vendiendo mutuamente las mismas acciones, pero a un precio cada vez más alto para, de esta manera, generar un mercado artificial. Ambos financieros lograron salir indemnes de esta historia. Sindona consiguió negociar con las autoridades estadounidenses un acuerdo gracias al cual él y su socio se comprometían a terminar con sus actividades ilícitas a cambio de la retirada de cargos contra ambos. Así se hizo y los dos socios pudieron disfrutar libremente de los inmensos beneficios generados por esta operación.
Utilizando técnicas similares, Sindona se convirtió en el virtual regente del mercado de valores italiano, y muy especialmente de la bolsa de Milán. Un día cualquiera, el 40 por 100 del volumen de negocio de la bolsa italiana era propiedad de Michele Sindona. ¿Cómo lo conseguía? Ilegalmente, por supuesto. Ni siquiera Sindona era tan rico como para invertir tanto en la bolsa, pero los clientes de sus bancos sí. Sindona utilizaba sin autorización los depósitos de aquéllos para realizar toda una compleja serie de operaciones cuyo fin era alterar el valor de determinadas acciones y enriquecerse cada vez más.
ESTAFA TRAS ESTAFA
La forma de actuación de Sindona en aquellos años queda perfectamente ilustrada en la compra de una pequeña empresa química llamada Pachetti. Pachetti era una compañía insignificante sobre la que Sindona edificó todo un holding, pero un holding «basura». Pachetti compró una serie de empresas, a cuál más ruinosa, que la convirtieron en el entramado financiero más atípico de todos los tiempos. Sin embargo, aquel cajón de sastre contenía un pequeño diamante oculto en su interior, la opción de compra de la Banca Católica del Véneto, un prestigioso y saneado banco católico, por 46,5 millones de dólares. La concesión la había obtenido de su amigo Paul Marcinkus.[5] Pachetti sirvió de tapadera para algunos de los arreglos financieros de Sindona hasta que le dejó de ser útil y la vendió, por medio de complejas operaciones de ingeniería financiera, a Roberto Calvi y su Banco Ambrosiano, que rápidamente se hizo con la propiedad de la Banca Católica del Véneto. Sindona obtuvo cuarenta millones de dólares de beneficio, y Calvi y Marcinkus se repartieron seis millones y medio de comisión.[6]
En poco tiempo, Calvi sacó importantísimos beneficios de su asociación ilícita con Sindona. En 1976 el presidente del Banco Ambrosiano tenía cuatro cuentas numeradas en Suiza con las claves 618934, 619112, Ralrov/G21 y Ehrenkranz. La suma de todas estas cuentas arrojaba más de cincuenta millones de dólares.
La venta de la Banca Católica del Véneto tuvo una víctima colateral inesperada: el patriarca de Venecia, cardenal Albino Luciani. El banco católico patrocinaba muchas obras pías y de caridad de la diócesis veneciana, algo que, lógicamente, dejó de ser así nada más tomar posesión la nueva gerencia. Luciani, que estaba seriamente contrariado, comenzó a sospechar que en la operación no todo había sido legal ni ético, así que decidió presentarse en el despacho de Marcinkus en el IOR. Aquélla no fue una reunión en términos cordiales y marcó una antipatía inmediata entre ambos. Marcinkus se permitió tratar con brusquedad a Luciani, diciéndole que como patriarca de Venecia debería ocuparse de la salud espiritual de su rebaño y dejar los asuntos económicos de la Santa Sede en manos de quienes realmente entendían del asunto. Lo que no sabía Marcinkus es que estaba hablando con quien años después, en 1978, se convertiría en el papa Juan Pablo I.
En 1971 uno de los clientes estafados por Sindona en el asunto Pachetti, un hombre apellidado Jacometti, tuvo el valor de hacer pública su situación en una rueda de prensa que suscitó considerable revuelo y constituyó la primera grieta en la hasta entonces intachable reputación financiera de Sindona. Cuando estalló el escándalo, Sindona se encontraba en Madrid negociando la adquisición del Banco Industrial. El financiero se defendió afirmando que Jacometti no era más que un cliente que se negaba a devolver un préstamo de medio millón de dólares. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. La bolsa es un entorno en el que las apariencias cuentan casi tanto como la realidad, y ni la realidad ni las apariencias de Michele Sindona inspiraban demasiada confianza. Para intentar paliar esta circunstancia, Licio Gelli medió para que su hermano masón Sindona adquiriera la agencia de noticias AIPE.
No es la única cosa positiva que Sindona sacó de su pertenencia a P2. Allí conoció a otros personajes influyentes, como el propio Roberto Calvi. Todo ello le abrió nuevas puertas, cada vez más influyentes, en todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos, donde ya contaba con contactos muy poderosos. Uno de los más destacados era David Kennedy, secretario del Tesoro con Richard Nixon y presidente del Continental Illinois National Bank & Trust Company.
Ambos habían sido presentados a principios de los sesenta por Dan Porco, uno de los socios norteamericanos de Sindona. Kennedy cayó cautivo del encanto natural de Sindona, quedando sellada la amistad entre ambos cuando el Continental Illinois adquirió el 20 por 100 de la fraudulenta Banca Privata Finanziaria, para devolverle el favor, Sindona nombró a Kennedy presidente de Fasco AG. Así las cosas, y como cabía suponer, el gobierno italiano terminó demandando, el 29 de enero de 1982, a Kennedy en Estados Unidos por sus operaciones fraudulentas y logró que fuera condenado al pago de una indemnización de cincuenta y cuatro millones de dólares.
Es muy probable que a través de Kennedy Sindona conociese al mismísimo Richard Nixon, con quien comió en diversas ocasiones. Al parecer, Nixon apreciaba mucho el talento del italiano y lo recomendaba a sus amistades como el asesor financiero perfecto. Sin embargo, esta opinión debió de variar cuando acaeció un incidente en el que Sindona a punto estuvo de meter en un aprieto a Nixon. Todo ocurrió en 1972, cuando Sindona se presentó en el despacho de Maurice Stans, el recaudador de fondos para la campaña de Nixon, portando un maletín que contenía un millón de dólares en efectivo. Stans, muy a su pesar, tuvo que rechazarlo cuando Sindona insistió en que debía tratarse como un regalo anónimo, algo estrictamente prohibido por la legislación electoral estadounidense.
TODOS CONTENTOS
En uno de los informes definitivos de la comisión del Parlamento italiano que investigó en su día las actividades de Sindona se dice: «La venta de la Societá Genérale Immobiliare (SGI, sociedad de bienes raíces del Vaticano) señala el punto de partida de la desmovilización financiera vaticana y de la relación, cada vez más estrecha, entre el Istituto per le Opere di Religione (IOR) y el sistema Sindona». Las autoridades italianas comprendieron muy pronto que tras esta monumental operación económica no sólo estaba la imparable ambición del banquero, sino que existía una nueva alianza entre éste y la Santa Sede:
El efecto de la alianza, quizá convertida en simbiosis, entre el Vaticano y Sindona es doble; por una parte, legitima a Sindona en los ámbitos interno e internacional, lo que le permite avanzar hacia su objetivo de crear un imperio financiero; por otra, está el poder adquirido por Sindona ante las autoridades italianas, que ya no le consideran como un banquero privado, sino como la sombra de San Pedro. Este trasfondo es, sin duda, una de las claves para comprender el sistema de poder de Sindona.[7]
A Michele Sindona la vida le sonreía. Cuando en 1972 se mudó de Milán a Ginebra, ya figuraba como uno de los hombres más ricos del mundo. El 17 de febrero de 1972, el Wall Street Journal le equiparaba al Howard Hughes de Italia. En enero de 1974, John Volpe, el embajador estadounidense en Italia, le invistió con el título de «hombre del año» en una ceremonia que se celebró en el Grand Hotel de Roma. Haberse convertido en «la sombra de San Pedro» ofreció a Sindona la posibilidad real de ser el arbitro inapelable de la economía italiana, y muy en especial de sus recovecos más sórdidos, como los relacionados con la fuga de capitales:
Sus bancos, es decir, la Banca Unione y la Banca Privata Finanziaria, de cuya fusión nace en 1974 la Banca Privata Italiana, se dedican a la exportación de capitales por cuenta de grandes, medianos y pequeños empresarios y profesionales liberales, aterrados por la progresiva depreciación de la lira.[8]
Sindona no era el único beneficiado de estas operaciones. La Santa Sede también veía incrementado su patrimonio con cada intervención del banquero. Lo que no se sabía en el Vaticano es que buena parte de este dinero procedía de los amaños personales de Sindona y sus socios sicilianos. De esta forma, Sindona siguió comprando a precio de oro, una a una, todas las grandes empresas italianas propiedad del Vaticano (como Condotte d'Acqua, la compañía italiana de suministro de agua, y Cerámica Pozzi, una compañía química y de cerámicas).[9] Pablo VI pudo respirar tranquilo cuando su socio económico adquirió los laboratorios Sereno, alejando definitivamente a la Santa Sede del negocio de los anticonceptivos.
EL PRECIO DEL PECADO
El gobierno italiano pronto comenzó a sufrir los rigores del escarmiento de Sindona y Pablo VI. En Italia se produjo una de las mayores crisis económicas de su historia. El desempleo y la inflación se dispararon. La moneda perdía valor día a día.
Fue más o menos por aquellos días cuando Sindona, a pesar de estar felizmente casado desde hacía muchos años, vivió un apasionado romance con una estadounidense llamada Laura Turner. Se trataba de una mujer muy inteligente y de gran belleza que había trabajado en las empresas de Sindona. Destacaba por su cabello muy corto y sus grandes ojos color avellana. Siempre habló de Sindona en los términos más elogiosos, definiéndole como el único hombre del que nunca se había aburrido:
Michele tenía un tremendo coraje […]. Era un gran campeón, un maravilloso amante y una persona amable con sus amigos. Pero, al mismo tiempo, estaba destinado a ser algo parecido a un dios. No vivía bajo las leyes y la moral de los otros. ¿Cómo podría? Él estaba por encima de todos nosotros. Él era una fantasía hecha realidad. Era como el Padrino.[10]
Laura sabía que su amante sólo la utilizaba para el placer y para librarse de las tensiones de su ajetreada vida. Aun así, ella estaba agradecida por haber compartido sus pensamientos y «la energía que le rodeaba». Consideraba a Sindona como un hombre con un papel que cumplir, con un destino, cuya misión era cambiar el curso de la historia. Posiblemente lo que tanto admiraba Laura era un perfil psicológico que reflejaba, uno por uno, todos los síntomas de la psicopatía: una amoralidad total en la que los conceptos del bien y del mal carecen de significado, y una falta total de remordimientos.
Pocos o ninguno debió de sentir cuando, en su calidad de asesor financiero de la Santa Sede, recomendó a su amigo Marcinkus que buena parte de la gran cantidad de dinero líquido del que disponía en ese momento el IOR tras la venta de sus empresas italianas fuera invertido en su banco suizo, el Banque de Financement en Ginebra. Marcinkus aceptó, convirtiendo, sabiéndolo o sin saberlo, al Vaticano en copropietario de una de las mayores «lavadoras» de dinero negro del planeta. Eso sí, ahora aquel dinero invertido en Suiza podría beneficiarse de la creativa contabilidad de los empleados de Sindona.