Capítulo 17

-Tengo algo -dijo Harvard mientras manipulaba los mandos del micrófono ultrasensible que apuntaba hacia la casa de la calle Barker-. Parecen una mujer y una niña cantando... Creo que es la canción del alfabeto.

Alcanzó a Prisco sus auriculares y éste se los puso y miró por la ventanilla tintada del lateral de la furgoneta, hacia la casa que estaban vigilando.

Eran ellas. Tenían que ser ellas. Luego acabó la canción y oyó hablar a Tash.

-Mia, ¿por qué estamos sentadas en la bañera?

-Porque tu tío cree que estamos más seguras aquí.

-¿Porque Dwayne quiere matarnos, como a Thomas?

-Cariño, Prisco no va a dejar que eso ocurra.

-¿Porque te quiere? -preguntó la niña. Mia titubeó.

-Sí -dijo por fin-. Porque... nos quiere.

Prisco comprendió que no se creía lo que le estaba diciendo a Tash. ¿Y por qué iba a creer que la quería después de las cosas terribles que había dicho? El recuerdo de aquello le producía un dolor en el pecho. Le devolvió los auriculares a Harvard.

-Son ellas, jefe -dijo-. ¿Puedes señalar su posición?

-En la parte de atrás de la casa -dijo Harvard mientras seguía manipulando los controles-. En la parte delantera hay un televisor puesto a todo volumen, y se oye comer a alguien.

Prisco asintió con la cabeza. Era un comienzo. Tendría una idea más clara de dónde se encontraban Mia y Tash cuando Blue, Cowboy y Lucky regresaran de su ronda de reconocimiento.

La noche había caído hacía poco y los tres SEAL estaban inspeccionando el jardín y el exterior de la casa en busca de alarmas o trampas, de cualquier cosa que pudiera avisar a Bell de su presencia. Wes y Bobby, por su parte, estaban manejando un sistema de infrarrojos que les ayudaría a localizar a Mia y Tash y a sus secuestradores. Bell y otros dos. Eso era lo que Mia había logrado decirle. Todos armados.

Tres matones contra ocho SEAL. Era imposible que salieran perdiendo.

Si no fuera porque Prisco estaba decidido a que los SEAL no abrieran fuego estando Mia y Tasha dentro de la casa, a pesar de que se encontraban refugiadas en la bañera. Porquei.. que Dios lo ayudara si algo salía mal y una de las dos personas que más quería en el mundo resultaba herida en el tiroteo.

No, tendrían que hacer aquello con sigilo... cosa que, últimamente, no era su fuerte. Él no podía trepar por el lateral de la casa.

-¡Eh! He encontrado unos auriculares y un chaleco de sobra en mi coche -Joe Catalanotto subió a la furgoneta y le arrojó ambas cosas a Prisco.

-¿Sabes cuánto tiempo hace que no me pongo estas cosas? -preguntó Prisco, y levantó el chaleco y los ligeros auriculares.

Cat asintió con la cabeza.

-Sí -dijo-, lo sé. Póntelos. Blue y Lucky están empezando a informar. Querrás saber lo que dicen.

Prisco se puso el chaleco negro de combate. Era una versión más reciente del chaleco de faena que había usado durante sus cinco años en los SEAL. Estaba hecho de un tejido más ligero que el antiguo y era más confortable.

Le hacía sentirse bien. Se puso los auriculares, colocó el micrófono y enchufó el cable a la unidad de radio del chaleco. Ajustó la frecuencia y...

-...nada en el jardín -era Blue McCoy, hablando en voz baja-. No hay otras alarmas, ni sensores de movimiento... Nada. La alarma de la casa es pan comido. Lucky ya la ha desactivado. También había una celosía en la parte de atrás. Está perfectamente colocada. Como una invitación a la segunda planta.

-Ya estoy arriba -era la voz de Cowboy-. Las ventanas parecen selladas. Pero hay otra planta. Seguramente un desván. Las ventanas parecen fáciles de abrir. El acceso es sencillo.

-Detecto movimiento en los infrarrojos -informó la voz profunda de Bobby-. Dos siguen parados en la segunda planta y tres abajo, en la parte delantera del edificio, aunque uno se mueve ahora hacia la parte de atrás.

-Ése es Cliff -informó Harvard-. Acaba de decirle a su amigo Ramón que va a la cocina a buscar más salsa para sus patatas. Están viendo algo en un canal para adultos. No hay mucho diálogo, pero sí un montón de música hortera.

De nuevo la voz de Blue.

-La casa tiene siete habitaciones abajo. Un cuarto de estar en la esquina sureste. Un comedor al oeste, una cocina y una especie de salón que se extiende a lo largo de toda la parte de atrás.

Prisco tomó lápiz y papel y dibujó un tosco plano de la planta baja mientras Blue seguía describiendo su disposición, y la ubicación de todas las puertas y ventanas.

-Cat, ¿quieres que entre por el desván? -preguntó Cowboy.

-Esta función la dirige Prisco -contestó Cat, y se volvió para mirarlo.

Prisco levantó la vista de su dibujo y sacudió la cabeza.

-Aún no. Volved todos a la furgoneta -dijo, hablando por el micrófono por primera vez en cinco años-. Todos menos Bobby. Quiero que te quedes ahí con los infrarrojos, Bob. Necesito estar completamente seguro de que Mia y Tash no se mueven de la habitación de arriba.

-De acuerdo -contestó Bobby.

Pasaron sólo unos minutos antes de que el resto de la Brigada Alfa surgiera de las sombras y la oscuridad de la noche. El plan de Prisco era muy sencillo.

-Quiero que Cat y Lucky entren por las ventanas del ático y bajen a la segunda planta, donde están Mia y Tash. Los demás entraremos sin hacer ruido por esta puerta trasera -señaló su dibujo-. Menos Bobby, que va a quedarse pegado a los infrarrojos, y Harvard, que tiene que quedarse a la escucha.

-Qué aburrimiento -la voz de Bob resonó en sus auriculares desde algún lugar del jardín.

-Alguien tiene que hacerlo -dijo Joe Cat.

-Sí, pero ¿por qué yo? Venga, hasta un parapléjico en silla de ruedas podría ocuparse de esta misión...

Se hizo un súbito silencio en la furgoneta. Nadie miró a Prisco, ni sus muletas. Nadie se movió. Bobby se dio cuenta de lo que había dicho y masculló una maldición en voz baja.

-Prisco... No quería que sonara así... No sé en qué estaba pensando...

-Como de costumbre -añadió Wes. Prisco se sentó y observó la expresión azorada de sus amigos.

-Es lógico que me cambie por Bob -dijo con calma-. ¿No?

Joe Catalanotto fue el primero en mirarlo a los ojos.

-No va a ser una operación difícil -dijo. Miró a Blue-. Imaginamos...

Y de pronto Prisco lo comprendió todo.

-Imaginabais que podíais dejarme jugar a los soldados una última vez, ¿en? -dijo, consciente de que estaba en lo cierto-. Pensabais que podíais hacerme de niñeras y que el hecho que no pueda correr ni apenas andar sin muletas no pondría en peligro al equipo.

Cat lo respetaba lo suficiente como para no intentar mentirle. Aunque tampoco podía darle la razón. Así que no dijo nada. Pero la respuesta estaba claramente escrita en su cara.

-Pero, aun así, el que yo esté allí va a poner hasta cierto punto en peligro al escuadrón -dijo Prisco.

-Podemos arreglárnoslas...

-Pero, si no formo parte del equipo que entre por la puerta trasera, disminuyen las posibilidades de que algo salga mal.

-No es para tanto... —Prisco se levantó.

-Bob, cuando estemos listos para salir, ocuparé tu puesto.

Bob parecía angustiado.

-Prisco, yo no quería...

-Tendrás que esperar a que esté ahí, porque no quiero que apartes ni un segundo la mirada del escáner de infrarrojos. Lucky se adelantó.

-Oye, colega, sabemos lo importante que es para ti entrar ahí y...

-Trabajar en equipo significa reconocer los puntos fuertes y las debilidades de cada miembro del equipo -dijo Prisco con firmeza-. Aunque quiero ser yo quien proteja a Mia y Natasha, sé que no puedo trepar hasta la ventana del desván. Y lo cierto es que tampoco tiene sentido que intente colarme por la puerta trasera. Yo manejaré el infrarrojo -respiró hondo-. Blue, tienes razón. Tú estarás al mando cuando entréis en la casa. Sabía que podía confiar en Blue McCoy, que tomaría las decisiones adecuadas para atrapar a Dwayne y a sus dos hombres con la menor cantidad de disparos posible.

-Está bien, ocupemos nuestras posiciones. —Uno a uno, los SEAL salieron de la furgoneta y se perdieron en la oscuridad de la noche. Prisco se volvió hacia Joe Cat.

-No llevéis a Mia y a Tash al piso de abajo hasta que os diga que todo está despejado. Cat asintió con la cabeza.

-Esperaremos tu señal.

Prisco salió torpemente de la furgoneta y echó a andar hacia los matorrales que bordeaban el jardín, donde Bobby estaba oculto con el escáner de infrarrojos. Pero Joe Cat lo detuvo.

-¿Sabes?, hace falta mucho valor para anteponer el bienestar y la seguridad de otros al orgullo propio -dijo.

-Sí, ya. Soy todo un héroe -repuso Prisco-. Perdona, voy a esconderme entre los arbustos mientras vosotros os jugáis el pellejo para rescatar a mi novia y mi sobrina.

-Los dos sabemos que lo que acabas de hacer ha sido increíblemente duro y heroico -contestó Cat-. Si Ronnie estuviera en esa casa, no sé si yo habría sido capaz de quedarme fuera.

-Sí, lo habrías hecho -dijo Prisco con calma-, si supieras que participando en el asalto no sólo arriesgarías la vida de tus hombres, sino también la de Ronnie -sacudió la cabeza-. No tenía elección. Y tú tampoco la tendrías.

Joe Cat asintió con la cabeza.

-Tal vez -hizo una pausa-. Me gustaría pensar que sí.

-Cuento contigo para cuidar de Mia y de Tash -dijo Prisco.

-Esos tipos no van a oírnos entrar. Si hacemos las cosas bien, el riesgo es mínimo.

Y hacer las cosas bien significaba que él no estuviera en medio. Por más que le doliera, Prisco sabía que era cierto.

-Eh, tú mismo lo has dicho. Trabajar en equipo significa reconocer los puntos fuertes y las debilidades de cada uno de sus miembros -dijo Joe como si le hubiera leído el pensamiento. Cuando Prisco asintió y se dio la vuelta para alejarse, Joe lo detuvo de nuevo-. Puedes seguir siendo parte del Equipo 10 de los SEAL, teniente. Bien sabe Dios que necesitamos tus puntos fuertes. Tengo muy pocos instructores fiables, y tantos reclutas recién salidos del cascarón que no podemos enseñarles como es debido. Tú tienes mucha información que transmitir a esos chicos. Podrías elegir prácticamente cualquier asignatura que quisieras enseñar.

Prisco se quedó callado. Enseñar. «Los que pueden, actúan. Los que no pueden, enseñan». Pero ¿qué había dicho Mia? «Los que aprenden, actúan. Los que enseñan, dan forma al futuro».

-Y en cuanto a sus debilidades... -prosiguió Joe Cat-. ¿Te acuerdas del final de la semana infernal? No estabas en el equipo de mi barca, pero sé que seguramente te enteraste de lo que pasó. Me quedaba medio día para que acabara aquella tortura y me hice una fisura la pierna. Eso sí que dolió. Fue un infierno, pero no abandoné. No iba a tirar la toalla después de haber llegado tan lejos. Pero estuvieron a punto de retirarme. Uno de los instructores, un auténtico bastardo al que apodaban Capitán Sangre, iba a llamar a los sanitarios para que me sacarán de allí.

Prisco asintió con la cabeza.

-Recuerdo que lo oí contar.

-Pero Blue y los otros chicos que quedaban en el equipo de mi barca le dijeron al Capitán Sangre que yo estaba bien, que podía seguir. De hecho, dijeron que correría dos kilómetros por la playa para demostrarlo. Y el capitán me miró y me dijo que, si podía correr esos dos kilómetros, dejaría que me quedara hasta el final.

-Yo no podía andar, ni mucho menos correr, pero Blue y los otros chicos me recogieron y corrieron esos dos kilómetros llevándome en brazos.

Prisco había oído aquella historia. Como recompensa por su increíble demostración de unidad y lealtad, el instructor anunció que Cat, Blue y el resto de su equipo habían aprobado casi seis horas antes del fin oficial de la semana infernal. Fue un caso sin precedentes.

Joe Cat alargó el brazo y apretó el hombro de Prisco.

-Ahora estás dejando que te llevemos. Pero no creas que no puedes llevarnos tú a nosotros, amigo mío. Porque puedes. Enseñando a otros reclutas que algún día tendrán que cubrirnos las espaldas, nos apoyarás más de lo que crees.

Prisco se quedó callado. ¿Qué podía decir?

-Piénsalo -añadió Cat en voz baja-. Al menos, piénsalo.

Prisco asintió con la cabeza.

-Lo haré... cuando saquéis a Mia y a Natasha sanas y salvas de esa casa.

-Sé que quieres decir cuando las «saquemos» de ahí. Todos nosotros... trabajando en equipo. —Prisco sonrió.

-Sí. Ha sido un lapsus.

Desde donde estaba sentado, Prisco veía la luz de la ventana del piso de arriba. Aquella ventana era más pequeña que las demás. Tenía que ser un cuarto de baño.

Mia y Natasha estaban al otro lado del cristal. Tan cerca y, sin embargo, tan lejos.

Mientras miraba el escáner de infrarrojos, los puntos anaranjados de señalaban la posición de los miembros de la Brigada Alfa se iban acercando a la casa. Dos, que tenían que ser Lucky y Cat, treparon por la celosía. Los otros cuatro, es decir, Blue, Bobby, Wes y Cowboy, permanecían inmóviles, esperando su orden.

Dentro de la casa, según el escáner, nada había cambiado. Dwayne y sus hombres seguían en el cuarto de estar. Mia y Tash estaban arriba.

Mia y Tash.

Las dos le habían dado un amor incondicional. Curiosamente, no le había costado aceptar el amor de la niña, pero el de Mia...

No creía que aquello fuera posible. Todavía le parecía demasiado bueno para ser cierto. Mia estaba tan llena de vida y de alegría, mientras que él era la imagen misma de la desesperanza. Ella tenía un gran ímpetu; él, en cambio, se sentía inseguro y luchaba por mantenerse a flote. No le había dicho que la quería. Podría, pero, en lugar de hacerlo, la había atacado, se había mofado de su vocación. La había rechazado. Y, aun así, ella seguía queriéndolo.

¿Era posible que Mia hubiera intuido al hombre desesperado y asustado que se escondía bajo la ira de su ataque verbal? Thomas le había dicho que Mia también había marcado un punto de inflexión en su vida, que había alterado su destino y dado forma a su futuro.

«Los que aprenden, actúan. Los que enseñan, dan forma al futuro».

Prisco se imaginaba a Mia diciéndole aquello, con los ojos llenos de fuego y pasión. Ella lo creía. Y, en ese instante, mientras la Brigada Alfa esperaba su señal para entrar en casa de Dwayne Bell, Frisco comprendió con la misma certeza que deseaba una segunda oportunidad.

Se dio cuenta de que toda su vida estaba llena de segundas oportunidades. Otro hombre podría haber muerto a consecuencia de las heridas que él había recibido. Otro hombre no habría podido levantarse de la silla de ruedas. Otro hombre dejaría que Mia Sum-merton se marchara para siempre.

Pensó en la lista que ella había puesto en su nevera, en todas las cosas que todavía podía hacer. Y había muchas cosas que todavía estaban a su alcance, aunque algunas fueran extremadamente difíciles.

Como no volver a ser un SEAL en servicio activo. Eso iba a ser muy duro. Pero lo sería igualmente si pasaba el resto de su vida bebiendo en su cuarto de estar que si aceptaba un puesto de instructor. Su desilusión y sus esperanzas malogradas serían un duro lastre que acarrear, un camino difícil que recorrer. Pero él era un SEAL. La dureza, las penalidades, eran para él el pan de cada día. Había llegado hasta allí. Podía, y lo haría, seguir el resto del camino.

-Está bien -dijo hablando al micrófono-. Los tres objetivos no se han movido. Hagámoslo de una vez. En silencio y rápidamente, Brigada Alfa. Adelante.

No recibió respuesta a través de los auriculares, pero vio que las formas que señalaba el escáner empezaban a moverse.

Blue emitió un chasquido a través del micrófono cuando el equipo que debía penetrar en la planta baja estuvo dentro de la casa.

-Avanzamos despacio en el desván -oyó susurrar Frisco a Joe Cat-. Las vigas son viejas. No queremos que crujan.

-Tomaos el tiempo que necesitéis -dijo Frisco. Pareció pasar una eternidad, pero por fin Frisco oyó que Cat decía:

-En posición.

Lucky y él estaban frente a la puerta del cuarto de baño de la planta de arriba. Aquélla era la señal que esperaba Blue para empezar a moverse.

Frisco oyó un susurro, un movimiento y el ruido de cuatro armas automáticas que se cargaban. Fue entonces cuando empezó el alboroto.

-¡Manos arriba! -gritó Blue. Su voz, normalmente suave, sonó dura y crispada-. ¡Vamos! ¡Quiero verlas! ¡Las manos en la cabeza!

-¡Vamos! ¡Levantaos! -era Cowboy-. ¡Venga! ¡Moveos!

-¿Qué demonios...? -oyó decir Prisco a Dwayne a través de los cuatro micrófonos.

-¡Moveos! ¡Al suelo, con la cara contra la alfombra! ¡Vamos! -era Bobby. Un instante después se oyó un estrépito. Al parecer, había ayudado a alguien a tumbarse en el suelo.

-¿Quién demonios sois vosotros? -preguntó Dwayne-. ¿Quién demonios sois?

-Somos vuestra peor pesadilla -respondió Cowboy, y se echó a reír-. ¡Dios! No sabéis cuántos años he esperado para decir esta frase.

-Somos amigos de Alan Francisco -oyó Prisco que decía Blue-. Está bien, Prisco, el señor Bell y sus amigos han sido despojados de sus armas.

-Sacadlos a la parte delantera del jardín y atadlos, Blue -ordenó Prisco. Ya había cruzado el jardín y estaba a punto dé entrar en la casa-. Harvard, usa ese equipo tuyo tan fino para llamar a emergencias. Que el camión de la basura de la policía se lleve los desperdicios. Cat, ésta es mi señal oficial. Todo despejado. Deja salir a Mia y a Tasha.

La puerta del cuarto de baño se abrió de golpe y Mia se halló mirando la cara de un gigantesco desconocido de pelo negro que llevaba un arma igualmente gigantesca.

Él pareció percibir el pánico en sus ojos porque apuntó rápidamente con la pistola hacia el suelo.

-Soy el comandante Joe Catalanotto, de la Brigada Alfa -dijo con un inconfundible acento de Nueva York-. No pasa nada, señora. Están a salvo.

-Dwayne ha sido detenido... -otro hombre asomó la cabeza por la puerta. Era Lucky O'Donlon. Ambos llevaban ropa militar y una especie de chaleco negro.

-¿Se encuentran bien? -preguntó el hombre moreno, Joe.

Mia asintió con la cabeza, sin soltar a Tasha. Oyó, a lo lejos, un ruido de sirenas.

-¿Dónde está Alan? ¿Se encuentra bien? —Lucky sonrió y se acercó para ayudarlas a salir de la bañera.

-Está abajo, esperando a que llegue la policía. No les va a hacer mucha gracia vernos aquí, haciendo su trabajo, por así decirlo.

-He hecho que vomitaba para que los malos nos encerraran en el cuarto de baño -dijo Natasha a Lucky con orgullo.

-Eso es genial -contestó él, muy serio. Pero, cuando miró a Mia, había un destello de buen humor en sus ojos-. Vómito de niño como arma -le dijo en voz baja-. La sola idea haría temblar de miedo al más pintado. Buena ocurrencia.

-Quiero ver a Alan -dijo ella. Joe asintió.

-Sé que él también quiere verla. Vamos abajo.

-¿Cuántos SEAL han venido? -preguntó ella a Joe mientras bajaban las escaleras y Lucky llevaba a Tasha en brazos.

-Toda la Brigada Alfa -contestó él.

-¿Cómo han conseguido que les dejara ayudarlo?

-Fue él quien nos lo pidió.

Mia se quedó mirando a Joe. ¿Alan les había pedido ayuda? ¿No se habían ofrecido y él había aceptado a regañadientes? Dios, ella tenía tanto miedo de que fuera solo y acabara muerto...

-Le cuesta, pero está aprendiendo -dijo Joe en voz baja-. Dele tiempo. Se pondrá bien.

-¡Prisco! -gritó Tasha.

Mía se detuvo en medio de la escalera al ver que la pequeña se desprendía de los brazos de Lucky y corría hacia Alan Francisco.

Él iba vestido como los otros SEAL, con un chaleco negro y unos auriculares. Sus muletas cayeron con estrépito al suelo del cuarto de estar cuando tomó a Tasha en brazos.

Desde el otro lado de la habitación, por encima de la cabeza de la niña, Alan miró a Mia. Los ojos de ambas se encontraron y él esbozó una de sus sonrisas tristes, sesgadas y perfectas.

Luego Mia corrió hacia él con tan poco pudor como Natasha. Y se encontró en sus brazos. Prisco la abrazó con tanta fuerza como pudo mientras Tasha seguía aferrándose a él.

-Lo siento -le susurró al oído-. Mia, lo siento mucho.

Mia no sabía si se estaba disculpando por las cosas que le había dicho o porque Dwayne las hubiera secuestrado. Pero no importaba. Lo que importaba era que estaban a salvo, que él estaba bien y que había pedido ayuda...

Las luces de las sirenas anunciaron la llegada de los coches de la policía y Prisco soltó a Mia y dejó que Tasha se deslizara hasta el suelo.

-¿Podemos hablar luego? -preguntó. Mia asintió con la cabeza.

-Iba a volver, ¿sabes? -dijo-. A la cabaña. Para hablar contigo. Para hablar, no para discutir. Pero Dwayne estuvo a punto de sacarme de la carretera.

Sus bellos ojos castaños brillaban, llenos de lágrimas sin derramar. Iba a volver a la cabaña. Lo quería lo bastante como para tragarse su orgullo.

De pronto, Prisco no quiso dejar para más tarde aquella conversación. De pronto, había cosas que tenía que decirle, cosas que no podían esperar. Comprendió en ese momento que, aunque recuperara milagrosamente, por una intervención divina, el uso de su pierna herida, seguiría estando incompleto. Comprendió, con una certeza que lo dejó sin aliento, que sólo cuando estaba con aquella mujer increíble se sentía verdaderamente pleno.

Sabía que podía vivir sin ella, del mismo modo que sabía que podía vivir sin volver a correr. Sería duro, pero podría hacerlo. Mia no lo había salvado. No podía: eso lo había hecho él mismo. Con un poco de ayuda. Había hecho falta la aparición de Natasha para devolverlo al mundo de los vivos. Y, una vez allí, el calor y la alegría de Mia habían iluminado su camino y lo habían ayudado a salir de la oscuridad.

Sabía que seguramente no volvería a correr. Pero también sabía que no tenía por qué vivir sin Mia.

Eso era algo sobre lo que, al menos, tenía cierto control.

Y podía empezar diciéndole lo que sentía.

Pero no había tiempo. La policía había llegado y los agentes vestidos de paisano no se mostraron muy contentos al ver que los SEAL se habían tomado la justicia por su mano. Joe Cat había interceptado al oficial al mando y estaba intentando calmarlo, pero necesitaba refuerzos para vérselas con el capitán de policía.

Y, en vez de decirle a Mia que la quería, Prisco se volvió hacia Lucky.

-Hazme un favor, ¿quieres? Lleva a Mia y a Tash a la furgoneta de Harvard. Quiero llevármelas de aquí, pero antes de que nos vayamos tengo que aclarar las cosas con la policía.

-Claro.

Prisco recogió sus muletas, se las colocó bajo los brazos y miró a Mia.

-Intentaré no tardar mucho. —Ella le lanzó una sonrisa trémula que añadió peso y significado a sus palabras.

-No importa. Esperaremos. —Prisco le devolvió la sonrisa. De pronto se sentía casi ridiculamente feliz.

-Sí, lo sé. Pero no quiero hacerte esperar más.

-Le dije al capitán de policía que Sharon estaba dispuesta a testificar contra Bell -les contó Prisco a Harvard y Mia cuando salieron de la furgoneta y echaron a andar hacia el patio del edificio de apartamentos-. Con su ayuda, pueden identificar a Bell como el responsable de cierto número de robos sin resolver y, posiblemente, incluso de un asesinato.

-¿Sharon vio a Dwayne matar a alguien? -preguntó Mia en voz baja.

Él asintió con la cabeza y miró a Harvard, que llevaba en brazos a una soñolienta Tasha. Pero la niña seguía teniendo el oído tan fino como siempre y levantó la cabeza.

-Yo también vi a Dwayne matar a alguien -les dijo con los ojos llenos de lágrimas-. Lo vi matar a Thomas.

-Thomas no está muerto -dijo Prisco.

-Sí que lo está -insistió Tasha-. Dwayne le dio un golpe y le hizo sangre y Thomas no se levantó.

-Thomas te está esperando en el piso, princesa.

-Gracias a Dios -dijo Mia-. ¿De veras está bien?

-Un poco tembloroso, quizá -dijo Prisco-. Pero, sí, está bien.

Tasha se despejó de pronto y se liberó de los brazos de Harvard. Subió las escaleras como una exhalación. Pero la puerta del piso estaba cerrada y llamó con el puño.

Mientras Mia miraba, la puerta se abrió y, cómo no, allí estaba Thomas King, algo vapuleado. Tasha se abalanzó hacia él y estuvo a punto de tirarlo al suelo.

-Eh, marcianita -dijo Thomas tranquilamente, como si se hubieran encontrado en la calle. Pero la abrazó con fuerza. Eso y el súbito brillo de lágrimas de sus ojos lo delataron.

-Creía que estabas muerto -dijo ella, y le dio un sonoro beso en la mejilla-. Y, si estabas muerto, no podías casarte conmigo.

-¿Casarme contigo? -la voz de Thomas subió una octava-. Oye, espera un momento, yo...

-Una princesa rusa tiene que casarse con un rey -dijo Tasha, muy seria.

-Eres muy bajita -contestó Thomas-. No sé si quiero una mujer tan bajita. —Tasha se echó a reír.

-Seré más alta, tonto -le dijo-. Cuando tenga dieciséis años.

-Dieciséis... -Thomas parecía a punto de atragantarse-. Mira, marcianita, si sigues interesada cuando tengas veintiséis, llámame, pero hasta entonces somos amigos, ¿de acuerdo? -Natasha se limitó a sonreír-. De acuerdo -dijo Thomas-. Ahora ven a ver lo que te ha comprado tu tío.

Desaparecieron dentro de la casa y Mia oyó el grito de alegría de Tasha. Se volvió hacia Prisco, que iba subiendo penosamente las escaleras.

-¿Es el sofá?

Prisco asintió con la cabeza.

-Cielos, lo había olvidado.

-Yo no -dijo Harvard, y se echó a reír. Llena de curiosidad, Mia corrió a la puerta de Prisco. Y rompió a reír a carcajadas.

-Lo hiciste -dijo-. Compraste el sofá. Santo cielo, es tan...

-¿Rosa? -preguntó Prisco al entrar tras ella, y en sus ojos brilló un destello de buen humor y de disgusto.

Tasha estaba sentada en medio del sofá, con los tobillos delicadamente cruzados. Era una perfecta princesa rusa, a pesar de que tenía el pelo revuelto y la cara sucia y manchada por las lágrimas.

Harvard comenzó a recoger su equipo y Thomas se puso a ayudarlo.

-Todo esto es genial -oyó Mia que le decía a Harvard-. ¿Qué tengo que hacer para ser uno de vosotros?

-Bueno, puedes empezar enrolándote en la Marina -dijo Harvard-. Y, si le pones ganas durante unos tres años, quizá, sólo quizá, te aceptarán en el curso de entrenamiento.

-Eh -dijo Prisco a Natasha-, ¿no me merezco un abrazo? ¿Ni las gracias? —Tasha lo miró altivamente.

-Las princesas rusas no dan las gracias, ni abrazos.

-¿Qué te apuestas? -él se sentó en el sofá, junto a la niña, y la abrazó.

Tasha se echó a reír y le rodeó el cuello con los brazos.

-Gracias, gracias, gracias, gracias...

Prisco se rió. Mia adoraba el sonido de su risa.

-Ya basta -dijo él-. Ve a lavarte la cara y a prepararte para irte a la cama -Tash se levantó y lanzó una mirada anhelante a sofá-. No te preocupes -le dijo Prisco-. Seguirá aquí por la mañana.

-Puedes apostar a que sí -comentó Harvard-. Y pasado mañana y al día siguiente...

-No sé -dijo Mia-. A mí me gusta cada vez más -le tendió la mano a Tasha-. Vamos, te ayudaré.

Prisco las vio desaparecer en el cuarto de baño. Tasha iba arrastrando los pies. Estaba exhausta. No tardaría en dormirse. Él se volvió hacia Harvard.

-¿Necesitas ayuda para recoger eso? —Harvard sonrió como si le hubiera leído el pensamiento.

-Ya está. Nos vamos. Aunque lamento que no podamos quedarnos.

Prisco le tendió la mano y Harvard se la estrechó.

-Gracias, amigo mío.

-Ha sido un placer volver a verte, Francisco. No vuelvas a desaparecer.

-No -le dijo Prisco-. De hecho, seguramente me pasaré por la base dentro de unos días para hablar con Cat.

Harvard sonrió. Sus poderos bíceps sobresalieron cuando levantó con toda facilidad el pesado equipo.

-Bien. Hasta entonces.

Siguió a Thomas fuera y cerró la puerta.

El repentino silencio resultaba ensordecedor. Prisco echó a andar hacia el cuarto de Tasha, pero se detuvo al ver que Mia cerraba con cuidado la puerta de la pequeña.

-Ya está dormida -dijo Mia-. Estaba agotada.

Ella también parecía exhausta. Quizá no fuera buen momento para hablar. Tal vez sólo quisiera irse a casa.

-¿Quieres una taza de té? -preguntó Prisco. De pronto se sentía terriblemente inseguro. Mia dio un paso hacia él.

-Lo único que quiero ahora mismo es que me abraces -contestó en voz baja.

Prisco apoyó cuidadosamente las muletas contra la pared y la estrechó despacio entre sus brazos. Mia temblaba cuando le enlazó la cintura. Él la atrajo hacia sí, la apretó más fuerte y ella apoyó la cabeza contra su pecho y suspiró.

-¿De veras le pediste ayuda a la Brigada Alfa? -preguntó.

-¿Tan difícil es de creer? —Mia levantó la cabeza.

-Sí.

Prisco se echó a reír. Y la besó. Mia sabía tan dulce, sus labios eran tan suaves... Él debía de estar loco cuando había pensado que podía abandonarla.

-¿De veras ibas a volver a la cabaña? -preguntó. Ella asintió con la cabeza-. ¿Por qué? Dijiste todo lo que había que decir en pocas palabras. Tu visión de cómo podía haber sido mi futuro era muy acertada..., aunque estoy seguro de que no me imaginabas emborrachándome hasta morir en un sofá rosa.

-¿De cómo podía haber sido tu futuro? —Había tanta esperanza en sus ojos que Prisco tuvo que sonreír.

-Ése no es mi futuro, Mia -le dijo-. Eso era mi pasado. Era mi padre quien se emborrachaba para olvidar cada noche delante del televisor. Pero yo no soy él. Soy un SEAL. Tenías razón. Sigo siendo un SEAL. Y lo único que tengo destrozado es la rodilla, no el espíritu.

-Ay, Alan....

-Sí, duele saber que no voy a volver al servicio activo, pero es lo que me ha tocado en suerte. Estoy harto de compadecerme -dijo-. Ahora voy a tomar las riendas de mi verdadero futuro. Voy a hablar con Joe Cat sobre ese puesto de instructor. Y tengo que pensar en Tash, porque Sharon tendrá que cumplir algún tiempo en prisión por conducir bebida, aunque el hombre contra el que chocó sobreviva...

Mia estaba llorando. Estaba llorando y riendo al mismo tiempo.

-Eh -dijo Prisco-. ¿Estás bien?

-Sí, muy bien -dijo ella-. Y tú también. Lo has conseguido, Alan. Vuelves a estar completo -sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas-. Soy tan feliz por ti...

¿Volvía a sentirse completo? Prisco no estaba tan seguro.

-Voy a tener que buscar otro sitio donde vivir -dijo mientras la miraba a los ojos-. Supongo que, si vendo esta casa, quizá pueda encontrar algún sitio más cerca de la base, tal vez un barco... o quizás algo en la planta baja. Una casa lo bastante grande para Tash y para mí y quizá... ¿para ti también?

-¿Para mí? -susurró ella. Él asintió con la cabeza.

-Sí, si quieres, claro...

-¿Quieres que viva contigo?

-Demonios, no. Quiero que te cases conmigo.

Mia se quedó callada. Tenía los ojos como platos y los labios ligeramente abiertos. No dijo una palabra, se limitó a mirarlo fijamente.

Prisco cambió de postura, nervioso.

-Sé que seguramente te has quedado muda de ale gría al pensar en pasar el resto de tu vida con un hombre que tiene un sofá rosa y...

-¿Me quieres?

Prisco notó por su mirada que, sinceramente, no le sabía. ¿Cómo podía dudarlo? Bueno, pensó Prisco porque, para empezar, él nunca se lo había dicho...

-¿Sabes?, allá arriba, en la cabaña, cuando te dije todas esas cosas horribles... -ella asintió con la cabeza-. Lo que en realidad quería decirte es que estaba perdidamente enamorado de ti y que tenía miedo... miedo de lo que sentía y de arruinarte la vida si me quedaba a tu lado.

Ella se indignó.

-¿Cómo podías pensar eso? —Prisco sonrió.

-Sigo pensándolo. Pero creo que, si me esfuerzo mucho por hacerte feliz, ni siquiera te darás cuenta. Y tampoco notarás que, cuando votemos, nuestros votos se cancelarán mutuamente.

-La democracia en acción -dijo Mia.

-Y quizás algún día, si quieres, podamos añadir «tener hijos» a esa lista que pusiste en mi nevera -dijo él-. ¿Qué me dices?

-Que sí -respondió Mia, y la emoción hizo temblar su voz-. Digo que sí.- Prisco la besó. Y se sintió completo.

Fin