Capítulo 13

Natasha abrió la puerta mosquitera de la cabaña, pero se detuvo y miró a Prisco, que tenía los brazos metidos hasta los codos en el agua espumosa de fregar los platos de la cena.

-¿Puedo salir?

Él asintió con la cabeza.

-Sí, pero quédate en el porche. Está oscureciendo -ella salió de inmediato y él le gritó-: ¡Eh, Tash!

La niña apretó la nariz contra la mosquitera y lo miró.

-Has hecho bien en preguntar -dijo.

Tasha le sonrió y desapareció.

Prisco miró a Mia, que lo estaba observando. Estaba sentada en el sofá, con un libro sobre el regazo y una pequeña sonrisa bailaba en las comisuras de su boca.

-Has hecho bien en alabarla -le dijo.

-Empieza a hacerme caso.

-¿Seguro que no quieres que te ayude con eso? -preguntó ella.

Prisco negó con la cabeza.

-Tú has cocinado y yo friego. Es lo justo.

Habían llegado a la cabaña de Lucky justo antes de la hora de la cena. Hacía casi seis años que Prisco no iba por allí, pero la casa estaba prácticamente igual.

No era muy grande: sólo tenía un cuarto de estar con chimenea y una zona para cocinar separada, dos dormitorios pequeños, uno en la parte de atrás y el otro junto al cuarto de estar, y un cuarto de baño muy funcional, únicamente con agua fría. Lucky siempre tenía en la casa latas de comida y embutidos..., y cerveza y whisky suficientes para hundir un barco.

Mia no había dicho una palabra al respecto, pero Prisco sabía que se preguntaba si aquello sería una tentación para él. Aún no acababa de creerse que no tuviera problemas con el alcohol. Él había estado allí muchas veces con Lucky y otros chicos de la Brigada Alfa, y siempre había bebido un refresco mientras los demás daban cuenta de una botella de whisky y un paquete de cervezas.

Aun así, sabía que Mia confiaba en él.

Esa tarde, ella había seguido sus instrucciones sin lanzarle siquiera una mirada inquisitiva cuando le había pedido que abandonara la estrecha carretera secundaria y tomara un camino de tierra. Habían salido de la autopista hacía mucho tiempo, y el camino serpenteaba por espacio de diez kilómetros, sin señal alguna de civilización antes de llegar al camino, aún más estrecho, que llevaba a la cabaña de Lucky.

La casa estaba, decididamente, en medio de la nada.

Eso la hacía perfecta para los ejercicios de entrenamiento de los SEAL. Había un lago a unos quinientos metros del porche trasero, y un sinfín de hectáreas de bosque y matorral alrededor. Era, además, un escondite perfecto. Imposible que Dwayne Bell los encontrara allí.

-¿Qué tal tu rodilla?

Prisco la miró y vio que se había levantado y estaba apoyada contra la nevera, mirándolo mientras él acababa de fregar el fondo de la cacerola de pasta.

Aclaró la cacerola sumergiéndola en la pila llena de agua caliente y limpia y asintió con la cabeza.

-Está... mejor -le dijo-. Hace unas ocho horas que no uso el analgésico y... -la miró de nuevo-. No voy a echarme a correr, pero tampoco me mata de dolor.

Mia asintió con la cabeza.

-Bien -vaciló ligeramente, y él comprendió lo que iba a decir a continuación-. Cuando hablaste con Lucky...

Prisco colocó cuidadosamente en equilibrio la cacerola en el escurridor, sobre las demás. Comprendió lo que ella quería saber.

-He quedado con él mañana por la noche -dijo con calma-. Y con un par de tíos más de la Brigada Alfa. El plan es que Thomas venga por la tarde y me lleve en coche a San Felipe. Tash y tú os quedaréis aquí.

-¿Y qué ocurrirá cuando encuentres a Dwayne? —Él vació la pila y se secó las manos y los brazos con un paño, volviéndose para mirarla a los ojos.

-Voy a darle mil pavos y a informarlo de que los otros cuatro mil que le debe Sharon cubren los destrozos que hizo en mi apartamento. Pienso decirle que ninguna suma de dinero bastaría para compensar el que pegara a Natasha antes de que Sharon y ella se mudaran, y que tiene suerte de que no vaya a partirlo en dos por haberlo hecho. También voy a convencerlo de que, si vuelve a acercarse a Tash o a Sharon o a alguien que me importe, lo buscaré y haré que desee haber muerto.

Los ojos de Mia se agrandaron.

-¿Y de veras crees que funcionará?

Prisco no pudo resistir el deseo de extender la mano y tocarle la mejilla. Su piel era tan deliciosamente suave...

-Sí -dijo-. Creo que funcionará. Si le doy algún dinero, una suma importante, aunque sólo sea una quinta parte de lo que se llevó Sharon, no se irá con las manos vacías. Salvará las apariencias -hizo una pausa. A menos que la situación fuera más compleja. A menos que hubiera algo que Sharon no le hubiera contado, algo sobre lo que no hubiera sido del todo sincera. Pero Mia seguramente no necesitaba saber que tenía sus dudas.

Por desgracia, ella percibió su vacilación.

-¿Qué ocurre? -preguntó mientras escudriñaba su cara-. Ibas a decir algo más, ¿no?

Prisco quería abrazarla, quería aspirar el dulce olor de su pelo limpio y gozar de la suavidad de su cuerpo. Deseaba todo aquello, pero no podía arriesgarse a tocarla de nuevo. Incluso el contacto de su mejilla tersa había bastado para prender el deseo que sentía cada vez que estaba a su lado. O cada vez que pensaba en ella. Si la estrechaba en sus brazos, la besaría. Y, si la besaba, no querría parar.

-Tengo la sensación de que Sharon no fue sincera conmigo al cien por cien -reconoció por fin. Mia había sido sincera con él hasta el momento; a veces, dolorosamente sincera. Él la respetaba lo suficiente como para devolverle el favor-. No sé... Puede que me esté poniendo paranoico, pero, cuando encuentre a Dwayne, prefiero estar preparado para cualquier cosa.

Mia miró su pecho, el lugar junto a su brazo izquierdo donde se hallaba escondida el arma en la pistolera. Prisco sabía exactamente lo que estaba pensando. Iba a ir al encuentro de Dwayne con aquella arma que tanto desagradaba a Mia metida bajo el brazo. Y gracias a esa arma estaría preparado para cualquier cosa.

Ella levantó la vista.

-¿Vas a quitarte esa cosa cuando hagamos el amor esta noche?

«Cuando hagamos el amor esta noche». No «si». Prisco sintió una ardiente espiral de deseo. Tenía esperanzas de que así fuera, pero no había querido darlo por sentado. Claro que le parecía muy bien que ella no dudara de que iban a compartir la cama esa noche. Le parecía de maravilla.

-Sí -dijo con voz ronca-. Me la quitaré.

-Bien -Mia le sostuvo la mirada y el aire pareció chisporrotear a su alrededor.

Prisco quería estrecharla entre sus brazos, besarla. Podía sentir la reacción de su cuerpo ante la cercanía de Mia, ante la suave curva de sus labios, ante la expresión atenta de sus ojos.

La deseaba en ése preciso instante, pero era imposible: Tasha estaba sentada en el balancín del porche, meciéndose y cantando una cancioncilla. Prisco intentó calcular a qué hora podría acostar a la niña y cuánto tiempo tardaría en dormirse. Estaba oscureciendo y la cabaña se encontraba ya en penumbra. Aunque no había electricidad, ni luces ni televisión que distrajeran a la pequeña, imaginó que tardaría aún una hora en aceptar irse a la cama y otra media hora en quedarse dormida. Procuró mirar subrepticiamente su reloj; Mia lo notó y sonrió. No dijo nada, pero Prisco comprendió que era consciente de lo que estaba pensando.

-¿Sabes dónde guarda Lucky las velas? -preguntó Mia, apartándose de él-. Esto empieza a estar muy oscuro.

Él señaló con la cabeza mientras se colocaba las muletas bajo los brazos.

-En el armario de al lado de la chimenea. Y hay una lámpara de keroseno por ahí, en alguna parte.

-Con las velas bastará -dijo Mia, y se acercó al armario. Le lanzó una sonrisa muy sexy por encima del hombro-. Me gusta la luz de las velas, ¿a ti no?

-Sí -contestó, y procuró no pensar en la luz de las velas y en la gran cama de la otra habitación. Aquella hora y media iba a ser la más larga de su vida si empezaba a pensar en Mia, con su pelo largo y sus ojos bellos y luminosos, tumbada en la cama mientras la luz de las velas refulgía en su piel.

Mia encontró una caja de cerillas sobre la repisa de la chimenea, lejos del alcance de Tasha, encendió una vela tras otra y fue colocándolas por la habitación. Parecía de otro mundo; la llama vacilante de las velas proyectaba sombras y la luz danzaba sobre sus pómulos altos, sobre sus labios carnosos y bellos y sus exóticos ojos rasgados. Los pantalones cortos, de tela vaquera muy desgastada, se ceñían pecaminosamente a sus nalgas. Se había recogido el pelo en una trenza alta.

Prisco se acercó a ella. Deseaba deshacerle la trenza, pasar los dedos por entre su melena sedosa; ansiaba verla sonreír, oírla reír, hundirse en su dulzura y estrecharla entre sus brazos toda la noche. No había tenido ocasión de abrazarla después de que hicieran el amor de madrugada, y ahora lo deseaba tanto que apenas podía creer que su deseo fuera tan intenso.

Ella volvió a mirarlo y luego no pudo apartar la mirada, atrapada por un momento por la pasión que reconoció en sus ojos.

-Puede que lo de las velas no sea tan buena idea -musitó-. Porque, si sigues mirándome así, voy a...

-Mmm, eso espero -Prisco se acercó, le quitó la vela de la mano y la dejó sobre la repisa de la chimenea-. Sea lo que sea lo que estás pensando..., eso espero.

El corazón de Mia martilleaba con fuerza. Dios, cuando Prisco la miraba con tanto deseo, cada fibra nerviosa de su cuerpo se ponía en alerta roja. Él la tocó ligeramente, pasó el pulgar por sus labios y ella sintió que se tambaleaba, pero Prisco bajó la mano. Mia sabía que no debía besarlo. Allí, no. No, en aquel momento. Natasha estaba fuera y podía entrar en cualquier instante.

Veía el mismo razonamiento en los ojos azules oscuros de Prisco. Pero, en lugar de apartarse, como ella esperaba, él bajó la cabeza y la besó de todos modos.

Tenía un sabor seductoramente dulce, como el de los melocotones frescos que habían comprado en el puesto de una granja de por allí y habían probado después de la cena. Fue un beso duro, apasionado, a pesar de que él mantúvolas manos sobre las asas de sus muletas y sólo la tocó en los labios.

Fue más que suficiente.

De momento, al menos.

Prisco se apartó y Mia se descubrió contemplando sus ojos de color azul fuego. Luego levantó los brazos y volvió a atraer sus labios increíbles hacia los de ella. Se había equivocado. No era suficiente.

-¿Vais a besaros otra vez?

Mia se apartó de Prisco como si se hubiera quemado. Al volverse, vio a Natasha de pie en la puerta, observándolos. Mia no sabía cuánto tiempo llevaba allí. Sintió que se sonrojaba.

Prisco sonrió a Tasha. Si estaba azorado, lo disimulaba muy bien.

-Ahora mismo no.

-¿Y luego?

Él miró a Mia, y ella vio un regocijo genuino en sus ojos.

-Eso espero.

Natasha se quedó pensando con la cabeza ladeada.

-Thomas me dijo que, si le rompías el corazón a Mia, te iba a dar una patada en el trasero -se sentó altivamente en el sofá. Era la perfecta princesa rusa-. Bueno, la verdad es que dijo otra cosa, pero yo no digo palabrotas.

Los músculos de la cara de Prisco se tensaron, pero de algún modo logró ocultar su sonrisa.

-Bueno, Thomas y tú no tenéis que preocuparos. No tengo intención de...

-Te he hecho una medalla -dijo Tash-. Por no decir palabrotas. Y por no beber eso que huele tan mal -añadió como si se lo pensara mejor, arrugando la nariz. Miró a Mía-. ¿Puedo dársela ya?

-Ay, Tasha, creo que nos la dejamos en mi cuarto de estar. Lo siento...

-Es preciosa -le dijo Tasha a Prisco, completamente en serio-. Puedo dártela cuando volvamos. Pero el saludo te lo doy ahora, ¿vale?

-Claro.

La niña se levantó y ejecutó un saludo militar que habría impresionado al sargento más duro y malvado.

-Gracias, Tash -Prisco tenía la voz ronca.

-Dwayne besaba a mamá y le rompió el corazón en vez de casarse con ella -les dijo la niña-. ¿Vosotros vais a casaros?

Prisco ya no estaba tan impasible.

-Pero, Tash, ¿no tuvimos ya esta conversación? ¿Y no quedamos en que...?

-Yo prefiero tener el corazón roto a que Dwayne sea mi papá -anunció Tasha-. ¿Por qué está tan oscuro esto? ¿Por qué no encendemos las luces?

-¿Recuerdas que te dije que aquí no hay electricidad?

-¿Eso quiere decir que las luces están rotas? —Prisco titubeó.

-Es algo parecido...

-¿La tele también está rota?

La pequeña miraba a Prisco con los ojos llenos de espanto. El le devolvió la mirada con la boca ligeramente entreabierta.

-Mierda -dijo, rompiendo la norma de su sobrina.

-Cariño, aquí no ha tele -dijo Mia. Natasha puso cara de que el fin del mundo se avecinaba, y Prisco tenía una expresión idéntica.

-No puedo dormirme sin la tele puesta -susurró Tash.

Prisco se obligó a mantener la calma cuando entró en la habitación de Tash por tercera vez en menos de media hora.

Sí, había visto a Tasha en acción la noche en que apagó accidentalmente el televisor. Estaba claro que la niña dependía del maldito aparato para que su luz y su ruido de fondo la calmaran. Aquello le parecía reconfortante, sólido, fiable. Allá donde hubiera estado en su corta existencia, siempre había habido una televisión.

Pero tenía cinco años. Tarde o temprano la rendiría el cansancio y se quedaría dormida. Cierto, él había confiado en que fuera antes, pero así era la vida. Tendría que esperar un par de horas más antes de que Mia estuviera en sus brazos. No era para tanto.

Al menos, de eso intentaba convencerse.

Cuando se sentó al borde de una de las estrechas camas de la pequeña habitación trasera, Tasha lo miró con ojos tristes. Él le besó la coronilla.

-Intenta dormir, ¿de acuerdo?

La niña no dijo nada. Sólo lo miró mientras salía de la habitación apoyado en las muletas.

Mia estaba sentada en un extremo del sofá, delante de la chimenea, con las piernas recogidas. La luz de las velas bailaba, y ella estaba deliciosamente sexy. Prisco se sentó, apoyando con cuidado la rodilla herida, al otro lado del sofá.

-Estás siendo muy paciente con ella -dijo Mia en voz baja.

Él sonrió con desgana.

-Tú estás siendo muy paciente con los dos.

-No he venido aquí por el sexo -contestó ella mientras intentaba ocultar una sonrisa. Pero no lo consiguió.

-Esta mañana he dormido dos horas, como mucho -dijo él en voz baja-. Debería estar agotado, pero no lo estoy. Estoy completamente despierto porque sé que la niña va a dormirse y que, cuando se duerma, voy a llevarte a la otra habitación, a quitarte la ropa y a hacerte el amor como me muero por hacer desde que saliste de mi cuarto esta mañana.

Le sostuvo la mirada. La suya era firme y ardiente, y la sonrisa de Mia se desvaneció rápidamente.

-Quizá deberíamos hablar de otra cosa -sugirió casi sin aliento, y él se obligó a mirar hacia otro lado.

Ella se quedó callada un momento. Prisco oía la manecilla de su reloj girando alrededor de la esfera. Oía la brisa fresca de la noche entre los árboles. Oía los suaves crujidos de la cabaña a medida que la madera perdía el calor que había absorbido del sol caliente del verano.

-Siento haberme dejado en casa la medalla que te ha hecho Tasha -dijo Mia por fin para cambiar de tema-, íbamos con tanta prisa que no me acordé. Tardó mucho en hacerla. Me contó lo que pasó cuando se te cayó la leche.

Prisco no pudo evitar pensar en la nueva lista que Mia había pegado en la puerta de la nevera: la lista de las cosas que todavía podía hacer, aunque tuviera la rodilla lesionada. La había visto a primera hora, cuando estaba recogiendo la leche vertida. Le había quitado de golpe el enfado y había convertido su exasperación en buen humor y en una expectación ardiente y dulce. Algunas de las cosas que ella había escrito eran tan sugerentes que aturdían. Y tenía mucha razón. Él podía hacer todas esas cosas. Y pensaba hacerlas, en cuando tuviera ocasión...

Se forzó a concentrarse en la conversación. Tasha. La medalla que había hecho para él. Pero la niña había dicho que no era sólo por no decir palabrotas.

-No creía que fuera a darse cuenta de que ya no bebo -confesó-. Quiero decir que no le he dado tanta importancia. Supongo que da que pensar que lo haya notado.

Mia asintió con la cabeza. Su mirada era suave.

-A mí no me ha dicho nada. —Prisco bajó la voz aún más para que, si Tasha seguía despierta, no los oyera.

-He encargado ese sofá.

Mia pareció confusa, pero luego sus ojos brillaron y se tapó la boca con la mano para no echarse a reír.

-¿Te refieres al...?

-Al rosa, sí -concluyó Prisco por ella. Sintió que una sonrisa se extendía por su cara-. Sí. El otro estaba destrozado y pensé, qué demonios, la niña tiene tantas ganas... Pero me aseguraré de que se lo lleve cuando se vaya.

Cuando se vaya. Aquella idea no resultaba agradable. De hecho, era deprimente. Y eso era extraño. Cuando Tasha había llegado, él no podía pensar más que en sobrevivir, en poner al mal tiempo buena cara hasta que se fuera. Pero eso no había tardado mucho en cambiar. Era cierto que tener a la niña le complicaba la vida, como en ese momento, cuando deseaba desesperadamente que se quedara dormida, pero por primera vez en años se veía obligado a pensar en algo más que en su lesión. Se veía obligado a dejar de esperar una ocasión para volver a vivir, y a vivir de nuevo.

Lo cierto era que adoraba a Tasha desde el momento de su nacimiento.

-Yo la ayudé a nacer. ¿Lo sabías? -preguntó a Mia.

-¿A Natasha? -dijo ella-. No, no lo sabía.

-Lucky y yo estábamos de permiso y él me acompañó a Atizona a ver a Sharon. Mi hermana estaba a punto de dar a luz y a nosotros iban a mandarnos a Oriente Medio por Dios sabe cuánto tiempo. Sharon vivía entonces en un parque de caravanas, a unos ochenta kilómetros al este de Tucson. Veinte minutos después de que llegáramos, se puso de parto. El hospital más cercano estaba en Tucson, así que la metimos en mi camioneta y salimos pitando -sonrió-. Pero Sharon nunca hace las cosas por el camino fácil. El suyo debió de ser el parto más corto de la historia. Tuvimos que parar en la cuneta porque Tasha no quería esperar.

Mientras Mia lo miraba, Prisco se quedó callado un momento. Ella sabía que estaba reviviendo aquel momento.

-Fue increíble -dijo él en voz baja-. Cuando salió el bebé, fue... Fue uno de los momentos más bonitos de mi vida -sacudió la cabeza. Tenía una expresión maravillada, a pesar del tiempo transcurrido-. Nunca antes había visto un milagro, pero ese día lo vi. Y cuando Lucky me puso a la niña en las manos... Estaba toda roja y arrugada, y tan viva... Aquel nuevo ser, con apenas unos segundos de vida... -levantó la vista hacia ella y su sonrisa se tiño de pudor-. Suena bastante cursi, ¿eh?

Mia negó con la cabeza, incapaz de contestarle, incapaz de decir nada. No era cursi. Era increíblemente tierno.

-Tuve a Tasha en brazos hasta que llegamos al hospital -continuó él-. Sharon estaba grogui... como casi siempre. Así que envolví a la niña en mi camiseta y la sostuve en brazos una eternidad, porque lloraba, y Sharon también lloraba, y lo peor de todo es que yo también tenía que esforzarme por no llorar -se quedó callado un momento-. Pero por fin conseguí que Tasha se calmara. Le cantaba y le hablaba, le prometía que lo peor de la vida ya había pasado. Había nacido, y eso siempre era difícil, pero, si dependía de mí, de allí en adelante para ella sería todo coser y cantar. Le dije que cuidaría de ella y que también cuidaría de su mamá.

Y entonces llegamos al hospital y salieron las enfermeras para llevársela, y yo no quería soltarla -forzó una sonrisa que le hizo parecer infinitamente triste-. Pero la solté -se miró la rodilla-. Y tres horas después, el oficial al mando convocó a todo el Equipo 10 de los SEAL, y la Brigada Alfa zarpó en una misión de rescate de urgencia.

-Y entonces fue cuando te hirieron -dijo Mia. No era una pregunta, pero él la miró y asintió con la cabeza.

-Sí, entonces fue cuando me hirieron -apretó los dientes y el músculo de un lado de su mandíbula vibró-. No cumplí ninguna de las promesas que le hice a la niña. Le mandaba dinero a Sharon, sí, pero... -sacudió la cabeza y compuso otra sonrisa-. Así que voy a comprarle un sofá rosa, con la esperanza de compensar todos estos años de ausencia -su sonrisa se hizo más sincera-. Lucky iba a pasarse por mi casa con algunos compañeros para acabar de limpiar. Estará allí cuando llegue el sofá. Le dije cómo era, pero no sé si me creyó -Prisco se echó a reír-. En fin, me creerá cuando lo vea, ¿no?

Mia no sabía si reír o llorar. Cada destello de emoción del rostro de Prisco, cada brillo de dolor, de pena o de alegría de sus ojos, cada palabra que decía, cada palabra que compartía con ella, llenaban su corazón de un sentimiento de anhelo tan profundo que apenas podía respirar.

Lo quería.

Prisco era justo lo que no le convenía. Sus heridas eran tan hondas y tan catastróficas... Ella podía enfrentarse a sus limitaciones físicas. No le importaba que necesitara un bastón o muletas, o incluso una silla de ruedas para moverse. A su modo de ver, las limitaciones emocionales de Prisco eran mucho más graves. Era su bagaje emocional, la amargura y la ira que llevaba consigo, lo que podía hundirla a ella también como un lastre.

Y, a pesar de todo, lo quería.

Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y se volvió. No quería que él la viera llorar. Pero Prisco la vio y se inclinó hacia delante con los ojos llenos de preocupación.

-¿Mia...?

Ella maldijo para sus adentros su debilidad mientras se limpiaba los ojos.

-Lo siento. Soy... un tonta.

Él intentó quitarle importancia a la situación.

-Sí, es bastante tonto llorar por un sofá rosa.

-No lloro por el sofá. Lloro por... -cometió el error de mirarlo a los ojos y, de pronto, se sintió atrapada, incapaz de apartar la mirada, presa de la ternura de su preocupación y del fuego y la intensidad que veía en sus pupilas-. Porque me has complicado terriblemente la vida -musitó.

Prisco sabía lo que quería decir. Comprendía su mensaje tácito. Mia vio comprensión en sus ojos y dijo en voz alta:

-Me estoy enamorando de ti, Alan.

Él tenía el corazón en la garganta. Sospechaba que Mia sentía algo por él, pero había una gran diferencia entre una vaga sospecha y oír aquellas palabras directamente de su boca. Se estaba enamorando. De él.

Santo cielo, ¿acaso estaba ciega? ¿Cómo podía enamorarse del guiñapo en el que se había convertido? ¿Cómo podía una mujer tan bella, vital y llena de alegría querer a un hombre incompleto?

Sus palabras deberían haberlo llenado de euforia. Pero sólo sentía desesperación. ¿Cómo podía amarlo?

Oía el tictac del reloj de Mia, cuyo minutero giraba en círculos una y otra vez.

Por fin, ella se levantó y se acercó a la puerta mosquitera. Se quedó mirando la noche como si ésta supiera hasta qué punto le había conmovido su sinceridad, expresada tan suavemente.

Prisco tenía que decir algo. Sabía por la espalda rígida de Mia que quería que dijera algo, lo que fuese, pero no se le ocurría ninguna respuesta. «Estás loca» parecía tan inapropiado como «Es una equivocación».

-¿Prisco?

Él se volvió y vio a Natasha de pie en el pasillo. El camisón le quedaba varias tallas más grande de lo debido, y caía casi hasta el suelo. Llevaba agarrado su osito de peluche por un brazo. Tenía el pelo revuelto alrededor de la cara y los ojos llenos de lágrimas.

-No puedo dormir -dijo-. Hay demasiado silencio. No se oye nada. No me gusta. No oigo nada de nada.

Prisco miró a Mia, que se había dado la vuelta, pero sus ojos no se encontraron. Dios, ella acababa de abrirle su corazón y él no había respondido. No había dicho ni hecho nada. Al menos, tenía que decirle que su declaración lo había turbado completamente.

-Tash, vuelve a la cama -dijo-. Enseguida voy, pero primero tengo que hablar con Mia... —Mia lo interrumpió.

-No, no pasa nada. Podemos hablar luego, Alan -compuso una sonrisa, pero tenía una mirada muy triste-. He elegido... un mal momento.

Apartó los ojos y se hizo el silencio en la habitación. Prisco oía latir su propio corazón, el ligero arrastrar de los pies de Tasha y el maldito tictac del reloj...

La idea se le ocurrió de pronto, con un fogonazo.

Se levantó.

-Vamos -entró en el cuarto de Tasha. La niña lo siguió, pero Mia no se movió. Él asomó la cabeza por la puerta-. Tú también -le dijo.

Notó incertidumbre en su mirada.

-Quizá debería esperar aquí fuera...

-No, te necesitamos. Vamos -Prisco volvió a la habitación-. A la cama, Tash.

Mia se quedó en la puerta y dejó que sus ojos se habituaran a la oscuridad. Había estado ya en aquel cuarto, ayudando a Tasha a ponerse el camisón. Aunque estaba a oscuras, podía identificar las distintas formas de los muebles. La cama en la que se había tumbado Tash estaba contra una pared. Frente a ella había otra cama. Había también una mesita y una cómoda, y varias ventanas alargadas que estaban abiertas para que entrara la suave brisa de la noche de verano.

Prisco estaba sentado en la otra cama, con la espalda contra la pared.

-Ven aquí -le dijo con tranquilidad.

Ella entró, indecisa, en la habitación y él la agarró suavemente del brazo y la hizo sentarse en la cama, entre sus piernas, con la espalda apoyada contra su pecho. Le rodeó la cintura con los brazos y la sujetó con firmeza.

Ella se resistió medio segundo antes de rendirse a la deliciosa sensación de su abrazo. Recostó la cabeza contra su hombro y se permitió el placer de disfrutar del roce áspero de su mejilla contra la sien.

Sabía que lo había sorprendido al afirmar que lo quería. Incluso se había sorprendido a sí misma. Pero, ante la falta de reacción por parte de Prisco, había dado por sentado que, a menos que ella pudiera explicar de alguna forma sus sentimientos, él tenía intención de rechazarla. Ahora, en cambio, estaba haciendo todo lo contrario. La estaba abrazando.

Él le rozó la mejilla con los labios y ella luchó contra el repentino deseo de llorar. Quizás la idea de que se estuviera enamorando de él no lo asustaba tanto como ella había imaginado. Tal vez, ahora que había tenido varios minutos para acostumbrarse a la idea, incluso le gustaba. Quizá...

-Tasha cree que aquí no se oye nada -dijo Prisco con voz rasposa y cálida en medio de la fresca oscuridad.

-No se oye nada -la niña se incorporó en la otra cama.

-Tienes que tumbarte -le dijo Prisco-. Esto sólo funcionará si te tumbas.

Ella obedeció, pero luego volvió a incorporarse.

-¿Qué vamos a hacer?

-Tú vas a tumbarte en la cama -contestó él, divertido, y esperó a que la niña obedeciera-. Nosotros vamos a comprobar si de verdad hay tanto silencio en esta habitación. Y es muy raro, porque en el cuarto de estar hay muchos ruidos. Y fuera de la cabaña, muchos más.

-¿Sí? -Tasha volvió a sentarse. Pero enseguida se dio cuenta de su error y volvió a tumbarse antes de que Prisco la regañara.

-Claro. Chist. Quédate muy quieta y escucha. —Mia se descubrió conteniendo el aliento cuando Prisco y Tasha guardaron silencio.

-Vaya -dijo Prisco al cabo de un momento-, estás equivocada, Tash. Ésta es una de las habitaciones más ruidosas en las que he estado.

La niña se sentó.

-¿Ruidosa?

-Túmbate -ordenó él-. Y escucha otra vez. —Otra vez, el silencio.

-Escucha el viento en los árboles -dijo Prisco en voz baja. Mia cerró los ojos y se relajó aún más entre sus brazos. Le encantaba sentir su abrazo y su aliento en el oído, mientras su voz flotaba en la oscuridad-. Escucha cómo susurran las hojas cuando pasa por ellas la brisa. Y hay una rama... Seguramente está muerta. Golpea una y otra vez contra las otras ramas, intentando desprenderse y caer al suelo. ¿La oyes?

-Sí -susurró Tasha.

Mia también la oía. Antes no había reparado en aquel ruido. Se levantó otra ráfaga de aire y oyó el sonido de las hojas agitadas por el viento. Susurrando, había dicho Prisco. Sus descripciones eran poéticas.

-Y los grillos -continuó él-. ¿Los oyes? Y tiene que haber también una langosta ahí fuera, tocando su música, haciendo su número. Pero todos se callarán si aparece un extraño. Cuando los insectos hablan más alto es cuando su música se detiene.

Se quedó callado otra vez.

-Debe de haber alguien acampado al otro lado del lago -dijo en voz baja-. Oigo ladrar un perro. Gime, seguramente estará atado en alguna parte. Y... ¡chist! Escucha ese traqueteo. Deben de ser vías de tren, no muy lejos de aquí. Está pasando un mercancías.

Cómo no, Mia oyó a lo lejos el leve y solitario sonido del silbato de un tren.

Era asombroso. Aunque ella se ganaba la vida enseñando historia de Estados Unidos, se consideraba una artista, había crecido rodeada de artistas, estaba habituada desde niña a su sensibilidad y su delicado sentido del detalle. Nunca había podido pintar como su madre, pero no era mala fotógrafa y era capaz de plasmar en la película la personalidad y las peculiaridades de la gente. Además de ser una artista, se consideraba una feminista liberal, en sintonía con el mundo, siempre dispuesta a trabajar como voluntaria en el albergue para personas sin hogar de la parroquia, sensible a las necesidades de los demás. Era una mujer moderna, creativa, sensible, de temperamento artístico... que nunca se había parado a escuchar de verdad los sonidos de la noche.

No como aquel hombre fornido, de rostro severo, que llevaba pistola y era una versión en carne y hueso de un Geyperman; que se sobreponía al dolor físico como si su corazón y su alma fueran de piedra... y que tenía la paciencia de escuchar y la sensibilidad de oír música en el sonido del viento entre los árboles.

Mia estaba asombrada por haberse enamorado de un rudo y curtido soldado profesional. Pero Prisco era mucho más que eso. Mucho más.

-La noche nunca es silenciosa -dijo él-. Está viva, siempre moviéndose, siempre contando una historia. Sólo hay que aprender a oír su voz. Hay que aprender a escuchar. Y, cuando aprendes, siempre te resulta familiar, siempre es acogedora. Al mismo tiempo, nunca es aburrida. Puede que la voz sea siempre la misma, pero la historia que cuenta cambia.

Otra racha de brisa sacudió las hojas y arrastró aquel ladrido lejano. Era asombroso.

-Y eso es sólo fuera de la cabaña -les dijo Prisco-. Dentro, hay un montón de ruidos más. Dentro de la cabaña, vosotras os convertís es parte de la historia que cuenta la noche.

-Os oigo respirar -dijo Tasha. Su voz sonaba densa y soñolienta.

-Sí. Y yo te oigo respirar a ti. Y a Mia también. Ella contiene el aliento, cree que así hace menos ruidos, pero se equivoca. Cada vez que suelta el aire y vuelve a respirar, se la oye diez veces más alto. Si no quiere uno que lo oigan, hay que respirar despacio, pero no profundamente. Hay que convertirse en parte de la noche, respirar con sus ritmos.

Mia oyó el nítido sonido de los labios de Prisco curvándose en una sonrisa. No necesitaba ver su cara para saber que aquélla era una de sus medias sonrisas.

-De vez en cuando oigo sonar las tripas de Mia. No sé, Tash. Puede que no le hayamos dado suficiente de cenar -prosiguió él-. Y también oigo el minutero de su reloj. Hace mucho ruido.

-Puede que sea tu reloj el que oyes -contestó Mia en voz baja. Tenía la impresión de que hacía demasiado ruido. Su respiración, su estómago, su reloj... Lo siguiente que le diría Prisco sería que oía latir su corazón. Aunque, naturalmente, debido a su postura, recostada contra él, quizá su corazón latiera con fuerza suficiente como para que lo oyera todo el estado.

-Mi reloj es digital -le susurró él al oído-. No hace ruido.

Ella tuvo que preguntar.

-¿Dónde aprendiste a escuchar así? —Él se quedó callado un momento.

-No lo sé. Supongo que he hecho muchas guardias nocturnas. Cuando está uno a solas con la noche, aprende a conocerla bien.

Mia bajó la voz.

-Nunca he conocido a nadie como tú.

Los brazos de Prisco se tensaron a su alrededor.

-El sentimiento es... mutuo.

-¿Vais a besaros? -la voz se Tasha sonaba muy soñolienta.

Prisco se rió.

-Delante de ti, no, pequeña.

-Thomas me dijo que, si Mia y tú tenéis un bebé, será mi primo.

-Thomas sabe mucho, ¿no? -Prisco soltó a Mia y le dio un suave empujón para que se levantara-. Ahora, duérmete, Tash. Recuerda, tienes a la noche para que te haga compañía, ¿de acuerdo? -recogió sus muletas del suelo.

-De acuerdo. Te quiero, Prisco.

-Yo también a ti, Tash.

Mia se apartó mientras él se inclinaba sobre la cama de la niña para darle un rápido beso.

-¿Te quedas conmigo un momento? -preguntó Tash.

Mia oyó suspirar a Prisco.

-Está bien. Sólo un momento.

Mia entró en el cuarto de estar y oyó el viento entre los árboles, oyó el sonido de su propia respiración, el tictac de su reloj. Se quedó de pie junto a la puerta mosquitera, contemplando la noche, consciente de que las llamas de las velas se agitaban y mecían tras ella.

Quizá pasó un minuto, o diez, pero, cuando por fin oyó que él entraba en el cuarto de estar, no se volvió. Sabía que él la estaba mirando, que no se había acercado, que se había quedado parado y ni siquiera había cruzado la habitación para sentarse en el sofá.

El silencio de Prisco la puso nerviosa, y se reprendió para sus adentros por haber hablado de sus sentimientos de aquel modo. No sabía lo que decía. Si lo hubiera pensado mejor, se habría acordado de que el amor no entraba en los planes de ese hombre.

Aun así, su modo de abrazarla cuando se habían sentado juntos en la habitación de Tasha... Respiró hondo y se volvió hacia él.

-No quería asustarte. Ya sabes..., antes.

-No me asustaste -Prisco sacudió la cabeza, como si supiera que no estaba diciendo la verdad-. Sí, es cierto, me asustaste. Yo no... -esa vez fue él quien respiró hondo-. No lo entiendo, Mia.

-¿Qué parte no entiendes? -preguntó, refugiándose en su sorna habitual-. ¿Que te quiera o...? Bueno, no, en realidad no hay más partes que ésa, ¿no?

Él no se rió. Ni siquiera esbozó una sonrisa.

-Hace un par de días, ni siquiera te caía bien.

-No. Hace un par de días, no me gustaba la persona que creía que eras -repuso ella-. Pero estaba equivocada. Eres increíble. Cuando he dicho que nunca había conocido a nadie como tú, lo he dicho en serio. Eres divertido, inteligente y...

-Basta ya, maldita sea -él avanzó apoyado en las muletas, pero se detuvo en medio de la habitación como si no supiera adonde ir, qué hacer. Se pasó una mano por el pelo, dejándoselo alborotado: una prueba visible de su exasperación.

-¿Por qué? Es cierto. Eres maravilloso con Tasha. Eres amable, paciente y bueno y, al mismo tiempo, no dudo de tu capacidad para hacer cualquier cosa en situaciones difíciles. Eres un soldado con un código de honor irrenunciable. Eres sensible y tierno y, sin embargo, posees una voluntad de hierro. Eres...

-Un discapacitado físico -gruñó él entre dientes-. No te olvides de eso.