Capítulo 4.

 

Al principio estaba demasiado cohibido para agacharse, pero el plañido de los fragmentos metálicos que hendían el aire, muy cerca, no tardó en convencerle de que debía protegerse. Se esforzó por arrastrarse detrás de los otros, mas sus holgadas botas le hacían tender a rezagarse, y se vio forzado a proseguir en cuclillas, ofreciendo una grotesca imitación de un bailarín de Ucrania. Las botas causaban muchos problemas pese a su espléndido aspecto, y Peace se arrepintió de no haber conservado su calzado civil, mucho más cómodo y adecuado a sus pies.
Apenas veía nada desde su encogida posición, y la cuadrilla se estaba desplazando por terreno abierto cubierto por una sola especie de planta de amplias hojas. El único detalle agradable del ambiente era la abundancia de humo de tabaco, del que Peace aspiraba alegremente mientras pugnaba por seguir el paso de los demás. Al ir pasando el tiempo, Peace empezó a sudar a causa del esfuerzo, y entonces comprendió que no se trataba de un ataque con gases localizado en una zona concreta. Los ulfanos habían cometido un craso error táctico al creer que el humo, cargado de nicotina, incapacitaba a todos los terráqueos, pero la magnitud de su operación sugería que no tenían motivo para preocuparse.
Peace se atrevió a levantarse para ver al enemigo. Una cálida brisa apartó momentáneamente la cortina de niebla y el recluta vislumbró una ondeada llanura cubierta con la misma vegetación amarillenta y en h que sobresalían varias colinas cónicas de escasa altura. Uno de los conos parecía resplandecer con una tonalidad rosácea bastante agradable a la vista. Embelesado por la primera visión de un planeta extraño, Peace se llevó la mano a la frente para ver mejor, sin notar casi la repentina aglomeración de avispones metálicos a su alrededor.
—¡Agáchese, loco! —gritó Merriman—. ¡Está atrayendo el fuego del enemigo!
Peace se hundió bajo el amparo de la vegetación y se revolvió para avanzar hacia el lugar donde el resto de la tropa se había refugiado, una trinchera de reciente construcción. Cerca de veinte legionarios estaban apiñados allí, algunos con careta antigás, y Peace los contempló con interés. Aparte del teniente Merriman, al que difícilmente se podía tener en cuenta, aquellos hombres eran los primeros combatientes veteranos que Peace veía, e incluso la suciedad de las vestimentas y equipos les confería un tosco encanto. Por su parte, los veteranos no parecieron advertir la llegada de refuerzos. Un capitán que se encontraba con ellos avanzó hacia Merriman. Se detuvo al llegar junto a Peace, y la parte de su rostro que no estaba cubierta por la careta reflejó un inequívoco desprecio.
—¿Por qué se esconde ahí como un conejo asustado? —los ojos del capitán se concentraron en Peace—. ¿Qué clase de soldado es usted? ¿A qué punto ha llegado la gloriosa Terra?
Peace se dispuso a saludar, pero cambió de idea.
—Ha sido el teniente Merriman, señor. El me dijo que...
—No intente culpar a un oficial de su falta de valor —dijo el capitán en un susurro—. ¡Por Júpiter, usted es indigno de vivir en la gloriosa Terra, pero al menos me aseguraré de que muera por ella! Se lo prometo—. El oficial siguió arrastrándose sin esperar respuesta.
—Sí, señor —contestó en tono trémulo Peace ante la reptante figura del capitán.
—Cochina suerte —dijo Benger, arrastrándose sobre manos y rodillas; su expresión de simpatía fue rápidamente expulsada por otra de asombro—. Eh, Warren. ¿Dónde está esa Terra que estos tipos curiosos mencionan tantas veces?
—¿Cómo diablos voy a saberlo? —Peace estaba demasiado alarmado por el nuevo rumbo de los acontecimientos para interesarse en las insignificantes preocupaciones de los demás.
—Significa Tierra —comentó uno de los legionarios del puesto de combate—. Todos los oficiales dicen Terra en vez de Tierra. Nadie sabe el porqué, pero será mejor que os acostumbréis. Y los oficiales que dicen gloriosa Terra son los peores-los ojos le brillaron de un modo significativo en dirección a Peace, que se estremeció.
—¿Crees que el capitán estaba hablando en serio? ¿Me ha puesto en su lista?
—El capitán Handy no guarda rencores personales, si es que te refieres a eso.
—¡Qué alivio! Por un momento pensé que...
—El capitán no tiene necesidad de hacer esas cosas —continuo el legionario—. Hará que nos maten a todos, así que no necesita aplicar un tratamiento especial a ninguno.
Peace apretó su rifle de radiación, intentando reforzar su coraje.
—Si te ordenan marchar en línea recta hacia uno de esos nidos de ametralladoras, lo harás igual que todos..., y caerás con muchísima facilidad.
—No puedo seguir escuchando estas cosas —dijo débilmente Benger—. Creo que voy a vomitar.
Benger se alejó, arrastrándose en la niebla, y se escucharon ruidos demostrativos de que su predicción había sido correcta.
—Pero derrochar hombres va en contra de los intereses de un oficial —ansioso por obtener el máximo de información Posible, Peace culebreó para acercarse al legionario—. Oye, ¿dónde está tu placa de identificación?
—Me llamo Bud Dinkle, pero la placa se cayó hace siglos. No saben cómo fabricarlas correctamente.
Peace examinó su placa y reparó por primera vez en que el rectángulo de plástico se sostenía simplemente gracias a un pequeño imperdible y un trozo de esparadrapo color carne que ya había empezado a perder adherencia, lo cual hacía que la placa estuviera torcida. Peace la ajustó en ángulo correcto y la apretó contra su pecho, confiando en poder efectuar una rápida reparación.
—Eso no servirá de nada —dijo Dinkle—. Te ordenan llevar siempre la placa, pero...
Dinkle guardó silencio y contempló estoicamente sus uñas hasta que los ecos de una serie de explosiones que casi llegaban a lesionar los oídos se apagaron. Peace, casi convencido de haber escuchado un breve chillido en medio del estruendo, miró inquietamente a uno y Otro lado, pero el humo volvía a ser espeso, y sólo era posible ver a veinte o treinta pasos en ambas direcciones. Tiró de la manga a Dinkle.
—¿Cuánto tiempo continuará el ataque con gases?
—¿Gases? —Dinkle manoseó torpemente su careta—. Nadie bien informado me ha hablado de gas hasta ahora. ¿Qué tipo de gas?
—Esa sustancia que nos rodea...
Dinkle dejó caer su careta y miró severamente a Peace.
—¿Quieres hacerte el gracioso?
—No. El teniente Merriman dijo simplemente que...
—¡Ese pelagatos! ¿No os ha dicho que el planeta entero es así?
—¿El planeta entero?
—Es la atmósfera característica de Ulfa —Dinkle arrancó una hoja de la ubicua vegetación amarilla y la puso bajo la nariz de Peace—. Huele.
Peace obedeció.
—¿Tabaco?
—Correcto, hijito. Toda la superficie de Ulfa está cubierta de esto, y cuando esos volcanes esparcen lava y brasas... ¿Qué te pasa?
—Nada —comentó Peace a través de sus manos, que en ese momento le tapaban la cara—. No esperaba que las cosas fueran así, eso es todo. ¿Dónde está la gloria? ¿Dónde está la grandeza?
—A mí que me registren —replicó Dinkle, indiferente—. Estoy aquí únicamente para librar una batalla.
—¿Pero por qué?
—Lo único que sé es que los ulfanos iniciaron la agitación. La Tierra sólo espera una cosa de los otros mundos de la Federación: que respeten la Carta de los Derechos Comunes y el Pacto de Libre Comercio. Es lo correcto, ¿verdad?
—Supongo que sí-dijo Peace, tratando de tranquilizarse—. ¿Qué estaban tramando los ulfanos? ¿Esclavitud? ¿Tortura?
—Peor que eso, Warren. Estaban violando el Pacto de Libre Comercio. Se negaban a importar su cuota de ciertos productos terráqueos.
Una rara inflexión en la voz de Dinkle suscitó el interés de Peace.
—¿Qué clase de productos?
—Cigarrillos y puros.
—¿Cigarrillos? ¿Puros?
Dinkle asintió con un solemne gesto de su cabeza.
—Y no sólo eso Querían inundar el resto de la Federación con tabaco barato —el legionario frunció el entrecejo para demostrar su patriótico enojo—. Individuos así se merecen todo lo que les está pasando.
—Pero se comprende su punto de vista —dijo Peace—. Es decir...
—¿Quién comprende su punto de vista? —Dinkle entrecerró los ojos—. ¿Qué eres, Warren? ¿Un relativista? ¿Un pipiolo?
—No. Al menos, no lo creo. ¿Qué es un pipiolo?
—Comprendo. Se trata de una prueba de actitud —dijo Dinkle—. Ya me parecía que no eras un recluta ordinario, Warren. Y si acabo de llamar pelagatos al teniente Merriman es porque, quiero que lo sepas, pelagatos es una palabra cariñosa para mí. Llamo pelagatos a mis mejores amigos—. Dio un golpecito en el hombro del legionario que tenía más cerca—. ¿No es cierto, pelagatos?
—¿A quién has llamado pelagatos?
Dinkle intentó deshacerse de su compañero, pero la pelea fue interrumpida por una orden del teniente Merriman que indicaba a todos que se acercaran al capitán Handy; los hombres, tanto veteranos expertos en el combate como simples reclutas, formaron un semicírculo alrededor del punto donde Handy y Merriman estaban sentados, con las espaldas apoyadas en el terraplén. El humo del tabaco no dejaba de flotar en el lugar y ocultas ametralladoras mantenían su terco traqueteo. A Peace le parecía imposible que sólo algunas horas antes hubiese estado a salvo, en la Tierra. Desconocía por completo lo que le había sucedido antes de alistarse en la Legión, pero cualquier cosa habría sido mejor que sus presentes aprietos en Ulfa.
—El capitán Handy desea pronunciar un discurso —dijo Merriman en tono aflautado, levantando cautelosamente su careta. Sonrió, o sea que la elipse de su boca se alargó hasta mostrar un diente más a ambos extremos—. Sé que ustedes, igual que yo, respetan al capitán Handy por cuanto es uno de los mejores oficiales de la Legión, y por tal motivo consideran conmigo un honor y un privilegio el hecho de que él llegue hasta aquí a dirigir en persona esta fase de la batalla con las soberbias dotes de mando, pericia y Valentía que le han dado justa fama.
Handy manifestó su acuerdo con todo lo que acababa de decirse y tocó el bulto parecido a un quiste del impositor de órdenes que llevaba en el cuello.
—Soldados: tal vez se sorprendan al saber que no me gusta llevar esto. No sólo es un costoso artefacto, sino que además creo que es totalmente innecesario. Sé que todos ustedes, llegado el caso, estarán dispuestos a dar sus vidas por la gloriosa Terra sin necesidad de coacciones electrónicas.
—Estamos perdidos —musitó tristemente Dinkle a los hombres que tenía al lado—. Ahora se pondrá a disparatar sobre el amilanador impacto psicológico que sufrirá el enemigo al ver a los guerreros de la gloriosa Terra marchando a pecho descubierto y sin temor hacia las bocas de los cañones.
—Silencio —dijo Peace—. Ningún comandante sería tan estúpido.
—Es la única táctica que conoce el capitán Handy, la táctica que lo ha hecho famoso—. Dinkle acentuó sus palabras escupiendo brutalmente, pero se dio cuenta demasiado tarde de que su pie estaba en la trayectoria y acabó limpiando la saliva de su puntera—. Os lo aseguro, estamos jodidos.
—...a su nivel, caballeros —decía Handy—. Las cosas van muy mal en este sector. La estrecha línea defensiva de la gloriosa Terra es demasiado estrecha y...eh, demasiado defensiva. No les prometo una victoria rápida como la de Aspatria. Pero tenemos una tremenda ventaja, una gran arma que el enemigo no posee..., y que es nuestro invencible espíritu. Estos ulfanos son indisciplinados, son una cobarde chusma. Sólo se atreven a luchar refugiándose y disparando desde detrás de las rocas.
Handy hizo una pausa para denotar su desprecio hacia lo que consideraba claramente como falta de decencia general.
—Así pues, lo que haremos en este sector es usar nuestra arma invencible, nuestra superioridad moral, nuestro espíritu.
Los ulfanos esperan que luchemos cobardemente, igual que ellos... Pero vamos a sorprenderlos atacando frontalmente. Frontalmente, con la cabeza bien alta y las banderas al viento. ¿Imaginan el amilanador impacto psicológico que sufrirá el enemigo al ver a los guerreros de la gloriosa Terra marchando a pecho descubierto y sin miedo hacia las bocas de los cañones?
El auditorio se agitó inquietamente mientras la imaginación de los legionarios entraba en acción.
—Habrá bajas, por supuesto —prosiguió Handy, quizá desilusionado por la ausencia de una respuesta favorable—. Incluso puede haber bajas de importancia antes de que el enemigo ponga pies en polvorosa, pero los anales de la historia militar están repletos de episodios similarmente gloriosos. Piensen sino en la carga de la Brigada Ligera.
Benger levantó la mano.
—Señor, vi una película acerca de la carga de la Brigada Ligera. ¿No acabaron todos muertos? ¿No se trató de un gran error?
—Diez pellizcos, Benger —ordenó Merriman, sus labios retorciéndose de disgusto igual que un foco que se desplaza sobre un fondo dentado.
Contentos con la diversión, casi todos los presentes se volvieron para contemplar el castigo que iba a administrarse Benger, pero en ese instante explotó una granada en las cercanías y todos se tumbaron en el suelo. La ametralladora resonó entre la vegetación, y cuando Peace se incorporó, vio que un hombre, a pocos metros de distancia, se estaba retorciendo en silenciosa agonía. Otros dos hombres con distintivos de la Cruz Roja recogían al herido y se retiraban con la máxima rapidez posible.
—Espero que todos lo hayan visto —dijo el capitán Handy en tono tajante.' Espero que todos lo hayan visto y se sientan alentados y estimulados. Gracias a su negativa a permanecer en la progresista sociedad interestelar de la Federación, los ulfanos se ven obligados a confiar en sus anticuadas armas arrojadizas. Ustedes, soldados de la gloriosa Terra, por otra parte, están armados con los mejores rifles de radiación existentes. Armas de alcance ilimitado e insuperable precisión que valen tanto como una docena de las tristes ametralladoras del enemigo. Ahora quiero que vayan allí y usen esas armas..., y que las usen bien. Vayan, caminen con orgullo, erguidos y sin miedo, y maten tantos sucios ulfanos como puedan, y hagan de la galaxia un lugar apropiado para que los seres racionales lo habiten, es decir, para que los seres racionales... eh, lo habiten.
El teniente Merriman, tal vez sin darse cuenta de que su reacción era innecesaria, palmoteó como si ya estuviera cansado de aplaudir.
—Soldados: estoy seguro de que se sienten, igual que yo, inspirados y animados por las palabras del capitán Handy. Pero ahora, caballeros, el tiempo de hablar se ha terminado. Es el momento del asalto.
—Él no tiene problemas —murmuró Peace, mientras una gélida sensación brotaba en su estómago—. Nosotros atacamos y él se queda aquí.
—No, él no —dijo Dinkle, apretando la correa de su casco—. Esos jóvenes lunáticos que han pasado por la academia militar cargan con todas las responsabilidades. Por eso no duran mucho tiempo. Nunca he visto uno que tenga más de veinte años.
—¿Por qué lo hacen?
—Por tradición, supongo. Todos son iguales, están chiflados.
—Fabuloso —dijo amargamente Peace mientras contemplaba al teniente Merriman, que se levantó y, tras dar la señal con el característico giro de su brazo, trepó a gatas sobre el borde de removida tierra.
El ruido de los disparos se intensificó al instante. Peace pensó fugazmente en quedarse agazapado y negarse a dar un paso, pero los invisibles cepillos de alambre entraron en acción dentro de su cabeza y, antes de saber qué ocurría en realidad, se encontró de pie y corriendo hacia las posiciones ulfanas.
Igual que antes, la excesiva holgura de sus botas dificultó su avance y vio que el resto de la unidad desaparecía entre el humo. Encogió los dedos de los pies para tratar de que las —botas no se movieran, y una de las curiosas protuberancias interiores se deslizó ligeramente hacia abajo. Un instante más tarde Peace se encontró volando, en un fantástico salto de esquiador olímpico, impulsado por la presión hacia arriba de sus botas. Demasiado asombrado para gritar, Peace se esforzó por mantener el equilibrio y conservar las piernas juntas, ya que las botas tenían la tendencia de ir en direcciones distintas y amenazaban con desplazarlo. Las botas lo conducían inadvertidamente a lo largo de una precaria parábola muy por encima de sus compañeros, tanto que durante algunos segundos Peace dejó de ver el suelo. De pronto, el planeta ascendió velozmente a su encuentro y Peace aterrizó con un indigno resbalón, sobre una pierna y sacudiendo los brazos, que finalizó cuando se lanzó de costado sobre un grupo de plantas de tabaco.
Sin aliento y totalmente desconcertado con su experiencia, Peace se sentó y examinó con espanto las botas rojas y doradas. El encargado de suministros de Fort Eccles las había llamado botas de siete leguas de soldado estelar, pero él había comprobado tardíamente el porqué: ambas poseían un diminuto dispositivo antigravedad. Estaba preguntándose si sería prudente levantarse de nuevo, cuando una ramita crujió a cierta distancia. Peace levantó la mirada y vio a un hombre con uniforme color canela que avanzaba cautelosamente entre la niebla. Llevaba un arma de fuego de viejo diseño que lo identificaba instantáneamente como soldado de Ulfa, y su aspecto indicaba que se encontraba tan perdido y aturdido como Peace.
Consternado y hastiado por lo que hacía, pero incapaz de desobedecer la orden implantada en su mente, Peace levantó su rifle, un arma infinitamente superior. Ansioso por dar al ulfano una muerte rápida, Peace apuntó al corazón y apretó el gatillo, liberando así un rayo de mortífera radiación. Una parte de su mente suplicó que el rayo no alcanzara el blanco, pero la terrible saeta purpúrea llegó a su objetivo. El ulfano se llevó la mano al pecho mientras emitía un alarido de dolor y de sorpresa, y a continuación giró en redondo, apuntó con su rifle y lanzó una ráfaga de fuego automático en dirección a Peace.
Incapaz de comprender el motivo de que su rifle, supuestamente para dinosaurios, no pudiese haber abatido a un hombre de estatura media, Peace se agachó para protegerse. No había tiempo para especular sobre la probable falla; el rifle del soldado ulfano, anticuado o no, estaba segando rápidamente el abrigo de vegetación, y tal vez fueran a bastar algunos segundos para que la bala pusiera fin a la breve carrera de Peace en la Legión. El recluta, desesperado, llegó a la conclusión de que su única esperanza de huida eran las mismas botas de siete leguas que lo habían metido en ese apuro.
Dispuesto a luchar, Peace retorció los dedos de los pies y notó que los botones de control descendían.
Respiró profundamente mientras las unidades antigravedad se disponían a entrar en acción, pero en lugar del vertiginoso ascenso que Peace esperaba, las botas lo impulsaron hacia el ulfano en una trayectoria rasante. La boca del soldado se abrió al ver que Peace, todavía indecorosamente acuclillado, avanzaba velozmente hacia él a través de la neblina. Afligido por el caprichoso comportamiento de su calzado, Peace intentaba mantenerse en equilibrio pero las botas se empeñaron en abalanzarlo más allá de su centro de gravedad y en el proceso lo echaron hacia atrás. Peace notó un feroz impacto en su trasero y un instante después se encontró firmemente sentado en el pecho del soldado enemigo. Las botas rojas y doradas se desprendieron en la colisión y, libres de peso, se remontaron en el cielo como asustados periquitos. Peace experimentó sentimientos conflictivos al verlas desaparecer hacia el cenit, y después se dio cuenta de que ya no tenía rifle y que seguramente se hallaba en peligro mortal. Aferró tardíamente el cuello de su rival, pero lo soltó casi excusándose, al ver que el ulfano, sin resuello e incapaz de moverse, lo estaba mirando con una expresión de miserable terror.
—No intentes moverte —dijo Peace, levantándose; localizó los dos rifles, y ya los estaba recogiendo cuando las figuras de Dinkle, Ryan y Farr emergieron del humo circundante.
—¡Warren! ¿Cómo es posible que nos hayas adelantado? Creía que... —los ojos de Ryan quedaron muy abiertos al observar la tendida forma del soldado ulfano—. ¿Está muerto?
—No —Peace contempló atentamente el uniforme color canela del ulfano, y sólo vio un ligero chamuscón en la parte izquierda del pecho. Se volvió hacia Dinkle y le mostró el rifle de radiación—. ¿Crees que pueda estar fallando? Disparé contra el ulfano a veinte metros, y lo único que conseguí fue enfurecerlo.
—Siempre pasa igual —contestó Dinkle, indiferente.
—Pero si nos dijeron que los rifles tienen un alcance ilimitado, y que...
—Disparando en humo, no. La absorción de energía de las partículas que hay en el aire es excesiva. Y lo mismo sucede en la niebla —Dinkle saboreaba el desagradable placer de comunicar malas noticias—. Lo cierto es que te podrías defender mejor con un mazo en cuanto hay un poco de niebla. Y si hay humo...
—Corrígeme si me equivoco —intervino Ryan—, pero creo que los campos de batalla suelen estar invariablemente cubiertos de humo. ¿O...
—Porque el bando contrario acostumbra a usar material anticuado como fusiles, bombas y lanzallamas.
—Esto es peor de lo que pensaba —dijo Ryan, y su rollizo rostro empalideció aún más—. ¿Nadie más está equipado con armamento de radiación?
—Sólo nuestros aliados, los mundos que han recibido nuestras armas avanzadas —Dinkle miraba a sus compañeros para comprobar si estaban apreciando la ironía de sus palabras, y a continuación continuó desarrollando el tema—. Si pudiéramos establecer un sistema en que fuésemos amigos de nuestros enemigos, y en el que sólo combatiéramos con nuestros amigos, todo iría bien. Él problema consiste en que...
—No puedo entender este disparate —dijo Farr, con su típica mirada ceñuda—. Derrotamos a Aspatria, ¿no? Recuerdo que el capitán Handy dijo que fue una victoria rápida...
Sorpresivamente, Dinkle mostró indicios de aprensión.
—Si te interesa saberlo, no fuimos nosotros ni los aspatrianos los que pusieron fin a esa guerra. Fueron las alfombras. Las alfombras y los óscares.
Las palabras tenían connotaciones siniestras para Peace, que sin embargo experimentó un temblor de nerviosismo.
—¿Alfombras y óscares?
—Puedes estar contento de no conocerlos. Yo vi a una alfombra atacar a uno de mis compañeros —los ojos de Dinkle parecieron desorbitarse, como si pavorosos recuerdos desfilasen ante ellos—. Saltó de un árbol, eso hizo la alfombra... Directamente hacia él. Lo envolvió, igual que una enorme alfombra, y empezó a digerirlo. Nunca olvidaré aquellos chillidos. Tuvo suerte de que yo estuviera allí, aterrorizado, mirando. Tuvo suerte, sí.
—Lograste sacarle la alfombra de encima —aventuró Ryan.
Dinkle contestó negativamente con la cabeza.
—Logré matarlo de un tiro cuando sólo había sufrido unos segundos. Me arriesgué mucho al permanecer allí tanto tiempo, pero era lo mínimo que podía hacer por un camarada.
Ryan se alejó lentamente de Dinkle.
—Nunca me hagas un favor, ¿quieres? Si alguna vez me ves sufrir, preocúpate de...
—¿Qué sucede aquí? —la voz del teniente Merriman sonaba apagada por la careta antigás mientras el legionario avanzaba tambaleándose entre las sucesivas capas de humo—. ¿Por qué no avanzan, soldados?
—El soldado Peace tiene un prisionero, señor —Dinkle señaló al caído ulfano, que mostraba los primeros síntomas de recuperar el resuello—. Estábamos a punto de interrogarlo.
—Buen trabajo, Peace. Muy bien pensado —Merriman dedicó a Peace una mirada de aprobación—. Me aseguraré de que permanezca en primera línea a partir de ahora.
—Gracias, señor.
Peace no experimentó felicidad alguna con aquella novedad, el incidente bélico que Dinkle acababa de describir lo había afectado de una forma extraña e inquietante, y la perspectiva de interceptar una bala ulfana había dejado de parecerle terrible. Sus pensamientos al respecto fueron interrumpidos por el descubrimiento de que sus pies, sin la protección de botas ni zapatos, parecían estar pegados al suelo. Bajó los ojos y vio que estaba pisando una sustancia negra y pegajosa tal vez resumada por la tierra. Sujetando trabajosamente sus calcetines, Peace se desplazó a una mejor posición.
—Yo interrogaré al prisionero —Merriman dio un suave golpe al ulfano con la punta del pie—. Escúchame, cobarde perro extraterrestre. Será mejor que me cuentes todo lo que sabes 'sobre la fuerza y disposición de vuestros efectivos en esta zona.
El ulfano se apoyó en el codo para incorporarse.
—¿Van a matarme o a torturarme?
Merriman miró a los otros, escandalizado.
—¡¿Cómo te atreves...?! Terra no trata así a sus prisioneros.
—En ese caso —dijo tranquilamente el ulfano—, lárguense.
Merriman bajó su careta en un gesto de furia, sus pulmones se llenaron de fumoso aire, y el teniente se vio obligado a taparse la cara otra vez. Tosió y se atragantó, mientras la cauchutada careta se encogía y se inflaba horriblemente al ritmo de los espasmos, y la parte visible de su cara adquiría tintes azul-rojizos.
—No debió haberle dicho eso, señor —Dinkle dio varios golpes en la espalda del teniente—. Déjeme hacerlo de otra manera.
—¿Qué puede...? —Merriman enjugó las lágrimas de sus ojos—. ¿Qué puede hacer usted?
—El conocido papel de hombre simpático, señor. Nunca falla. Observe.
Dinkle sacó del bolsillo dos aplastados envoltorios y se arrodilló junto al prisionero. Abrió uno de ellos y quedó al descubierto una hilera de finos cilindros blancos parecidos a cigarrillos, y ofreció el contenido al ulfano.
—Coge uno.
—Gracias —el ulfano cogió un cilindro, lo colocó entre sus labios y aspiró ansiosamente. Una expresión de contento se fue extendiendo por su cara.
—¿Qué ocurre aquí? —preguntó Merriman—. Ese objeto ni siquiera está encendido. ¿Qué le ha dado al prisionero?
—Los ulfanos los usan en lugar de cigarrillos, señor —Dinkle se levantó y mostró el paquete al oficial—. Capturamos un cargamento la semana pasada. Los nativos siempre están respirando humo de tabaco, pero les satisface succionar aire puro mediante estos filtros alargados. Esta marca es sólo para curtidos fumadores. Algunos ulfanos, sobre todo las mujeres, prefieren estos más suaves —Dinkle abrió el segundo paquete y mostró una hilera de cilindros que parecían cigarrillos con filtro de la Tierra con las proporciones invertidas: un alargado filtro blanco con una breve sección rellena de tabaco en la punta.
—Desagradable hábito —dijo Merriman—. A ver qué puede sonsacarle...
Dinkle volvió a ponerse junto al prisionero, y dejó los dos paquetes en su mano.
—Quédate con todo, compañero... Saludos de la Legión.
—Gracias —el ulfano sacó las cajetillas y miró el interior—. ¿No hay cupones?
Con aire bastante culpable, Dinkle le entregó un montón de vales azules.
—Y ahora..., ¿qué te parecería un poco de cooperación?
El ulfano inhaló profundamente.
—Lárguense.
Peace, que sentía un interés de propietario por el prisionero, avanzó coléricamente para recuperar los anticigarrillos. El ulfano retrocedió al instante con el rostro contraído de miedo.
—No permita que ese hombre se me acerque —suplicó con los ojos a Merriman—. No permita que salte sobre mí.
Merriman observó recelosamente a Peace.
—¿Qué le ha hecho a este hombre?
—Yo...sólo...ehrn, salté sobre él, señor. Ya sabe usted..., combate sin armas.
—Te dije que Warren es un tipo especial —comentó Ryan a Copgrove Farr—. Apuesto a que Warren puede obtener toda la información que nos hace falta —se volvió hacia Peace—. Adelante, Warren, veamos cómo saltas sobre él.
—Hablaré —dijo el ulfano, aferrado a una pierna de Merriman—. Miren, ya estoy hablando. No tenemos soldados en este sector, aparte de algunos técnicos y exploradores. El fuego procede de robots, y podrán desconectarlos silos sorprenden por la espalda.
—¿Ningún soldado? —preguntó Merriman—. ¿Por qué?
—Por esa sustancia —el ulfano señaló la materia viscosa que Peace había estado pisando—. En esta zona abunda el alquitrán. La mayor parte de nuestros muchachos se niega a respirar la clase de humo que hay por aquí. Personalmente, afirmo que este humo no es nocivo. Mi abuelo lo respiraba todos los días y llegó a los noventa años. Lo que yo digo es que si...
—Silencio —ordenó Merriman—. No estoy convencido de esta historia que nos cuentas... Podría ser una astuta treta ulfana. Robots armados constituirían un peligro tanto para ti como para nosotros.
El prisionero negó con la cabeza.
—Llevamos transmisores que emiten en código una señal de identidad. Puede disponer del mío, silo desea... Siempre que me permita estar a su lado.
—Todo ha estado tranquilo desde que apareció el ulfano —dijo Peace—. Ni un solo tiro, ni una sola granada cerca de nosotros.
—Ha obrado bien, soldado Peace —la fina voz de Merriman se perdía prácticamente por completo dentro de su careta, pero en cambio era imposible dejar de apreciar la excitación del teniente—. Podría tratarse de un momento crucial de la batalla, de la misma guerra. Informaré inmediatamente al capitán Handy.
Merriman elevó el comunicador de su muñeca hasta la región general de su boca. Mientras hablaba con el capitán, Ryan cogió la mano de Peace y la estrechó enérgicamente, e incluso Farr pareció adoptar una expresión amistosa, por más que lo hiciera a regañadientes.
—Buenas noticias, Warren —dijo Ryan—. Tal como iban las cosas, no habríamos durado una semana. Ahora todo será celebraciones de la victoria. Siempre soñé con entrar en una ciudad montando un tanque. Chicas arrojándome flores..., chicas arrojándome cigarrillos..., chicas arrojándome chicas...
Ryan guardó silencio al ser atraída su atención por el tono de disputa, ligero pero inconfundible, que la conversación por radio del teniente Merriman iba dejando notar. El matiz de desacuerdo era tanto más notable por cuanto había surgido de un modo totalmente inesperado.
—Con el debido respeto, señor —estaba diciendo Merriman—, no creo que los ulfanos experimenten ningún amilanador efecto psicológico al enterarse de que hemos marchado con el pecho descubierto y sin miedo hacia sus robots armados. En realidad, creo que se desternillarían de risa. Comprendo desanimado que debe sentirse al no tener otra oportunidad de demostrar sus teorías tácticas, pero...
Merriman tuvo que callarse y escuchar durante unos instantes, mientras sacudía la cabeza.
—No quería dar a entender que usted...
Calló de nuevo, sacudiendo todavía la cabeza. Sus hombros fueron hundiéndose poco a poco, de un modo increíble.
—Sí, señor. Sé que morir por Terra es un privilegio.
Ryan cogió del brazo a Peace.
—Esto no me gusta, Warren.
El teniente Merriman cortó la transmisión y se puso de cara a los legionarios. Se quitó la careta, arreglándoselas para no toser, y su boca se desplazó hacia arriba y hacia la derecha sobre la cortina de fuego de sus dientes, adoptando una forma de coma indicativa de ilusión frustrada. Repentinamente Peace sintió pena por el teniente.
—El capitán Handy envía sus felicitaciones —dijo el teniente después de una pausa—. Han demostrado ser un equipo de combate tan valioso y hábil que inmediatamente serán transportados al planeta Threlkeld. Estarán allí dentro de un par de horas. Yo iré con ustedes, por supuesto.
Ryan sacudió los dedos para atraer la atención del teniente.
—¿Se trata de un mundo de recuperación y descanso, señor?
—No, a menos que muerte y destrucción sean lo mismo para usted... Allí estamos perdiendo hombres con mayor rapidez que nuestra capacidad para reponerlos.
—¡Oh, Dios! —Ryan se volvió hacia Peace y su mirada cobró una acusadora rudeza—. Tú tienes la culpa, Warren. Vamos directo a una segunda guerra y ni siquiera hemos tomado una triste taza de café.
Peace replicó con la grosería más cruda que le vino a la cabeza, pero lo hizo totalmente abstraído; para él estaba claro que sólo tenía una posibilidad de que su vida se prolongara un razonable número de años. Por más imposible que pareciera la tarea, por más dificultades que surgieran, tendría que recuperar la memoria e invalidar así su contrato con la Legión. El problema era simplemente que no existía ningún lugar que le sirviera como punto de partida y que, puesto que ya no estaba en la Tierra, las posibilidades de encontrar a alguien que lo hubiera conocido en su existencia anterior eran tan escasas que casi se habían esfumado ya.
Mientras caminaba con el resto de la unidad hacia el punto de embarque, los pensamientos de Peace retornaron al misterio que envolvía su pasado. La gente le aseguraba uña y otra vez que él debía haber sido un experto en maldad. Pero no podía encontrar impulsos antisociales en su persona cuando hacía, una y otra vez, inventario mental. Con ello se le planteaba un enigma filosófico: ¿Lograría reconocer una tendencia criminal si se la presentaran servida en bandeja? ¿Todos los individuos se consideran conscientemente como 'malos'? Cuando el peor malhechor estaba a punto de cometer alguna fechoría, ¿no se sentía tan justificado, tan 'bueno' como cualquier otro miembro de la sociedad?
Las especulaciones de Peace cesaron al aparecer la nave, unas angulosas pesas de gimnasio que cayeron del cielo formando un difuso arco y que adquirieron forma nítida en el blando suelo. Las puertas centrales se abrieron sin intervención humana visible y Merriman dio la orden de que todos subieran a bordo. Peace entró corriendo en la nave, y se sobresaltó al notar el frío suelo metálico en sus pies descalzos. Se dejó caer en un banco, abatido, sin tomar parte en la riña por conseguir cinturones de seguridad en buen estado.; los riesgos del vuelo espacial eran despreciables comparados con los del campo de batalla y Peace, pensando con frío realismo, tenía menos esperanzas de escapar que cualquier otro soldado de la Legión. Sin una sola pista que le ayudara a resolver el misterio de su pasado, estaba condenado a recorrer velozmente la galaxia en naves horribles y de idéntico aspecto y...
Los ojos de Peace se concentraron repentinamente en un pequeño objeto azul que había en el suelo, delante de él, y se dio cuenta de que la nave era la misma que los había traído a Ulfa. El diminuto sapo de plástico había quedado aplastado en el suelo cuando lo vio por última vez, pero su memoria molecular le había permitido recuperar su forma original. Con el deseo de ser también indestructible, Peace cogió al sapo y lo contempló con algo parecido a afecto. Si el animal hubiese tenido el don del habla, tal vez habría contado algunas cosas sobre la persona que había sido Peace.
—¿Qué has encontrado? —Dinkle, que se había sentado junto a Peace sin que éste lo advirtiera, se inclinó para ver mejor el objeto—. ¡Vaya! Alguien se ha estado pasando la gran vida...
Peace sujetó al sapo en el momento justo para evitar que saltara.
—¿Qué quieres decir?
—Estas cosas las dan en el Sapo Azul, en Aspatria.
—¿El Sapo Azul? —Peace experimentó una punzada de excitación—. ¿Un bar? ¿Un restaurante? ¿Un club nocturno?
—El más selecto de Ciudad de Aterrizaje. De hecho, el más refinado de toda Aspatria. No me explico que alguien quiera ir a un lugar así con la paga de soldado.
—Todo depende de cómo mires las cosas —dijo Peace, dejando a buen recaudo el sapo en su bolsillo mientras adoptaba una secreta decisión—. Ciertas personas son incapaces de estar lejos de sitios como ése.