Capítulo 2.
Peace se encontraba de pie en compañía de
seis jovencísimos hombres en un rincón de una alargada sala. Todos
llevaban placas de identificación, de plástico, y formaban un
apretado y receloso grupo en el interior de un pequeño espacio que
alguien había cerrado con soportes portátiles unidos por cuerdas.
Peace examinó los alrededores con cierta curiosidad.
La sala quedaba dividida en dos partes
iguales por un largo mostrador en el que se apoyaba una estructura
reticular que llegaba hasta las desnudas e inclinadas vigas.
Luminosas franjas cercanas al vértice del techo lanzaban destellos
de un deprimente color verde entre los zarcillos de la niebla de
noviembre que había ido penetrando lentamente desde el exterior.
Los tubos más distantes estaban tan oscurecidos por el vapor que
parecían varillas de reluciente hielo... Detrás de la malla había
hileras de estantes, y a lo largo del mostrador, a intervalos,
aparecían sentados unos cuantos oficinistas de uniforme. Los
hombres estaban tan inmóviles como si hubiesen sido petrificados
por las corrientes del gélido aire que remolineaba por el suelo de
cemento.
—¿Cuánto rato teníamos que estar
aquí...?
El que había hablado era uno de los hombres
que estaba más cerca de Peace, un individuo de aspecto malhumorado
cuyo rostro habría tenido un matiz azulado a causa de la incipiente
barba, de no ser por el blanquecino moteado que el intenso frío
creaba. Su placa lo identificaba como el soldado Copgrove
Farr.
—El sargento Cleet nos dijo que tú sólo
estarías un par de minutos aquí, pero ya nos has hecho esperar
media hora —continuó Farr—. ¿Qué ocurre?.
Peace parpadeó al mirarlo.
—Me quitaron la memoria.
—Todos teníamos cosas que olvidar. Eso no
justifica que...
—No lo entiendes. No me queda memoria, todos
los recuerdos han desaparecido.
—¿Todos? —Farr dio un paso atrás y un aire
de cauteloso respeto apareció en sus ojos castaños—. Debes haber
sido un auténtico monstruo.
—Tal vez —respondió tristemente Peace—. El
problema es que jamás lo sabré.
—Tendrías que haber hecho lo mismo que yo
—había hablado un rollizo joven de redondeados hombros, el soldado
Vernon A. Ryan, que llevaba una vestimenta verde brillante. Ryan
dio un codazo en las costillas de Peace—. Puse por escrito mi
problema, y tengo el papel oculto.
—¿Para qué sirve eso?
—Me protege de varias maneras —dijo
maliciosamente Ryan—. No pueden detenerme por lo que hice, sea lo
que fuere, y mientras los ánimos se aplacan viajo gratis y...
—Espera un momento —dijo Peace—. ¿No te
equivocas? No sabía que no pudieran juzgarte por algo que ha sido
borrado de tu memoria.
—¿Dónde has pasado toda tu vida? Ah, lo
olvidaba... No lo sabes.
—¿Quieres decir... ¿Quieres decir que no te
torturaba la conciencia?
—Lo dudo, pero de todas maneras no soy como
tú. No estoy en una posición tan desfavorable, creo —el rostro de
Ryan, dotado de una nariz pequeña y redondeada, reflejó pura
felicidad—. Sólo estaré en esta tropa durante uno o dos meses, ya
veremos cómo va. Después, cuando crea que es el momento adecuado,
miraré mi trozo de papel y saldré. Libre y sin cargos. Saldré
riendo.
EI entusiasmo de Ryan empezaba a irritar a
Peace.
—¿Has examinado tu contrato?
—¡Claro que lo he examinado! Ahí está la
clave, amigo mío. Me obliga a servir en la Legión a cambio de
borrarme la memoria, pero si por casualidad recupero la memoria, el
contrato expira —Ryan dio un codazo al atezado hombre que había
hablado primero—. Pregunta al Viejo Coppy, de él fue la idea.
—Habla en voz baja —dijo Farr con el ceño
arrugado—. ¿Quieres que se entere todo el mundo?
—No importa que tengas que dar un
empujoncito a tu memoria —musitó Ryan, guiñando primero un ojo y
después el otro—. El contrato tendrá que anularse de todas maneras.
Te lo prometo, esto va a ser como unas vacaciones pagadas para
mí.
Ryan miró en derredor con evidente
satisfacción, lo cual hizo que el fastidio de Peace aumentara.
Varios hombres manifestaron furtivamente su acuerdo.
—¿Por qué estamos encerrados como ovejas?
—preguntó Peace, al tiempo que apartaba uno de los ligeros soportes
y salía del grupo cercado.
—No deberías hacer eso, soldado —dijo otro
hombre—. El sargento Cleet nos dijo que no nos moviéramos.
Peace pateó para combatir el creciente
entumecimiento de sus extremidades.
—Ningún sargento me preocupa.
—Ese sargento te preocuparía si lo vieras
—comentó Ryan—. Es el bruto más forzudo, feo y terrible que he
visto en mi vida. Sus brazos son como mis piernas, su boca es tan
grande que incluso cuando está cerrada queda medio abierta, y si...
—la voz de Ryan enmudeció, el color desapareció parcialmente de sus
mejillas y sus ojos se concentraron en un punto situado por encima
de la cabeza de Peace.
Peace se volvió y se encontró cara a cara
con una visión pavorosa que, pese a lo incompleta que había sido la
descripción de su compañero, reconoció al instante como el sargento
Cleet. El recién llegado tenía dos metros de estatura. Era una
pirámide de músculos y huesos que empezaba con una cabeza
puntiaguda como un obús y se ensanchaba poco a poco en unos hombros
inclinados e impresionantes, un torso que parecía un barril y unas
piernas seguramente tan gruesas como la cintura de Peace. La
potencia de aquellas piezas era tal que, pese a la enorme carga que
sostenían, el conjunto se movía con un paso silencioso y elástico,
como si anduviera rebotando.
¿Qué era lo que estaba diciendo, Peace? —la
voz de Cleet era un estruendo subterráneo que brotaba de la caverna
de su boca, exactamente del tamaño que Ryan había indicado. Los
labios parecían extenderse de oreja a oreja, y en un momento de
horror Peace tuvo la impresión de que se alargaban hacia la nuca
del sargento: una franja circular de labios y dientes en el obús de
su cráneo.
—Yo... Yo no decía nada, sargento —balbuceó
Peace.
—Me alegro muchísimo —Cleet se acercó,
oscureciendo el campo de visión de Peace con su uniforme azul—. ¿Y
por qué ha movido el soporte?
El miedo que brotó dentro de Peace se alió
con el susto y la desesperación que experimentaba para dar como
resultado la repentina comprensión de que él no podía seguir así
durante treinta, cuarenta o cincuenta años, que prefería morir de
repente y que todo se acabara. Y de un modo misericordioso, el
medio para un rápido y espectacular suicidio estaba delante.
—No lo he movido —dijo Peace—. Le he dado
una patada porque me estorbaba. Doy patadas a todo lo que se pone
en mi camino.
Peace demostró su flamante visión de los
problemas de la vida dando una violenta patada al soporte y
volcándolo. Sus zapatos eran más finos de lo que había pensado, y
el contacto con el borde del soporte hizo que una oleada de dolor
ascendiera por su pierna. Pero Peace resistió sin recular y aguardó
su aniquilación. La boca de Cleet se abrió de asombro, en un
proceso que constó de varias etapas, igual que el derrumbe gradual
de un puente colgante. El sargento respiró profundamente, una
inmensa máquina llenándose de combustible antes de una portentosa
hazaña de destrucción, después cayó de rodillas y meció en sus
brazos el caído soporte.
—¿Por qué ha hecho esto? —gimoteó—. Ha
raspado la pintura. ¿Qué dirá el teniente Toogood?
—No me preocupa —dijo Peace,
desconcertado.
—A usted le da igual, pero estos soportes
son de mi responsabilidad —Cleet levantó los ojos en un gesto de
reproche—. Conozco a su calaña, Peace. Usted es un
pendenciero.
—Escuche...
Peace arrastró los pies, en parte porque
estaba confundido, en parte para calmar las pulsiones en su
adolorido dedo gordo del pie.
—¡No me de una patada! —Cleet reculó hasta
una distancia que le pareció segura antes de seguir hablando—. Voy
a dar parte de usted al teniente Toogood, Peace. El teniente le
ajustará las cuentas, sí señor. Ya lo verá. Va a estar
pellizcándose desde ahora hasta Navidad. Ya lo verá. Cuando el
teniente acabe con usted, tendrá las tetillas al revés. Ya lo
verá.
Cleet dio media vuelta y se marchó
corriendo. Su forma cónica tembló a causa de la agitación y se
elevó claramente del suelo a cada paso. El grupo de reclutas
contempló su marcha en silencio y después, como en respuesta a una
señal, todos se arremolinaron en torno a Peace, volcando el resto
de los soportes del sargento.
—Nunca había visto algo parecido —dijo un
hombre, asiendo y estrechando la mano de Peace—. Pensaba que ese
enorme gorila iba a devorarte, pero lo has sujetado desde el
principio. ¿Cómo lo has hecho?
—Es una de mis habilidades —contestó Peace
en voz baja. El impulso de autodestrucción había desaparecido, y
ahora temía que su imprudencia oscureciera aún más la visión de su
futuro—. ¿Cómo será este teniente Toogood? Si alguien como Cleet le
tiene miedo...
Ryan miró hacia la puerta por la que se
había esfumado el sargento Cleet.
—No me gusta como van las cosas, chicos.
Creo que sólo estaré en la Legión el tiempo justo para completar la
instrucción básica y conseguir un viaje gratis a otro mundo.
Los que lo acompañaban, todavía
recuperándose de la tensión mental que la llegada de Cleet había
provocado, prorrumpieron en murmullos indicativos de que tenían
planes similares.
La comprensión de que él era el único que no
había previsto la preparación de una ruta de huida de la Legión
deprimió aún más a Peace. En un esfuerzo para reparar en parte su
mala conducta, empezó a levantar los caídos soportes y a reajustar
la cuerda que los unía. Casi había terminado la tarea cuando
escuchó el ruido de pasos que se acercaban. Al levantar los ojos
vio a un joven oficial, elegante y apuesto, que llevaba un
cigarrillo en una mano y un fajo de papeles en la otra. Su cabello
castaño rojizo estaba arreglado según el tradicional estilo
militar: abundante en la parte delantera de la cabeza y tan largo
como para tocar el cuello de su camisa en la parte trasera.
—Soy el teniente Toogood —anunció.
Guardó silencio mientras el grupo de
reclutas, Peace incluido, exhibía una diversidad de irregulares
saludos, inclinaciones de cabeza, reverencias y choques de talones
en sus ansias por demostrar respeto. Finalmente, el teniente movió
la cabeza de un lado a otro.
—Olviden esas nociones preconcebidas sobre
cómo saludar a los oficiales —dijo Toogood—. Esas cosas no nos
preocupan en el 203. Forman parte de un antiguo sistema de
disciplina que pretendía inculcar el hábito de la obediencia total,
y por tanto ya no son necesarias. También han desaparecido los
viejos absurdos hábitos del adiestramiento junto a los barracones y
los salivajos para lustrar las botas. Una buena noticia, ¿no es
cierto?
—Sí, señor —tímidas sonrisas aparecieron
entre los reclutas.
Toogood dio un golpecito al bulto del
impositor de órdenes que tenía en su cuello.
—Al fin y al cabo, ¿para qué gastar tiempo y
dinero si ustedes ya están condicionados hasta el extremo de que si
les ordeno que se corten el cuello saldrán corriendo a cumplir la
orden?
Las sonrisas de los reclutas desaparecieron
bruscamente.
—El sistema actual, enormemente superior a
los viejos métodos, da a los oficiales una responsabilidad que es
una carga aplastante. Supongamos, por ejemplo, que uno de ustedes
se comporta de un modo tal que me hace perder los nervios y yo,
inconscientemente, por supuesto, grito esas cosas que a veces se
dicen cuando se está enfadado... Los resultados podrían ser
catastróficos —Toogood, muy complacido de si mismo, continuó
fumando mientras la imaginación de sus oyentes se desbocaba—.
Piensen cuán espantado estaría yo después. Piensen cuán espantados
estarían ustedes. —.
Los reclutas asintieron tristemente,
mientras pensaban de acuerdo con las sugerencias de Toogood.
—Pero no quiero abrumarlos con mis
preocupaciones —prosiguió el magnánimo teniente—. Mi tarea consiste
en preocuparme de ustedes mientras reciben instrucción básica aquí,
en Fort Eccles, y quiero que me consideren como un amigo...
¿Querrán hacerlo?
Peace asintió enérgicamente, igual que los
demás. Realizó un esfuerzo consciente para imaginar al airoso
teniente como un amigo, pero una voz que surgía de las
profundidades de su mente, una voz que no era suave ni calmada, le
indicaba que las cosas eran de otra forma.
—La situación está empeorando —musitó Ryan
al oído de Peace—. Creo que ni siquiera esperaré a terminar la
instrucción básica.
—Puesto que ya sabemos exactamente cuál es
nuestra posición —dijo Toogood—, ¿quién de ustedes ha molestado al
sargento Cleet?
Peace pensó guardar silencio y permanecer
bajo la amistosa protección del grupo, pero entonces se produjo una
inmediata repetición del efecto de lijado en la superficie de su
cerebro. M —mismo tiempo, el grupo, que al parecer no sentía deseos
de entrar en el juego de la protección a los camaradas, lo empujó
hacia el teniente con una invisible mano colectiva.
Haciendo esfuerzos por aparentar que
avanzaba por voluntad propia, Peace sacudió los dedos y dijo:
—He sido yo, señor. Soldado Peace. No
pretendía...
—Mi reconocimiento incondicional, Peace —le
interrumpió Toogood—. Lo que ha hecho demuestra valor y una rápida
comprensión de la situación... Creo que usted será un hombre útil
en primera línea el teniente dirigió su severa mirada al resto de
reclutas—. Lo que Peace ha comprendido de inmediato, lo que el
resto de ustedes no ha comprendido porque son muy lentos, es que el
suboficial representa un anacronismo, es un apéndice prácticamente
inútil en el ejército moderno. En los viejos tiempos su misión
consistía en hacer cumplir la disciplina, actuando como
intermediario entre oficiales y soldados. Pero en la actualidad,
con el impositor de órdenes y las técnicas de condicionamiento
mental a nuestra disposición, cabos, sargentos y el resto de
miembros de esa familia son prácticamente superfluos. Si continúan
existiendo es para hacerse cargo de las tareas más rastreras, pero
a ningún hombre se le asciende a sargento hasta que demuestra ser
suficientemente estúpido o cobarde como para desempeñar otra
función.
Toogood seguía fumando con gran delicadeza,
sus ojos cobraron mayor dureza.
—Después de mirarlos, muchachos, mi primera
impresión es que, con la excepción del soldado Peace, la Legión
acaba de adquirir un lote de suboficiales en potencia.
Aguijoneados por el insulto, el resto de
reclutas se agitó nerviosamente, y Peace, que aún recordaba la
falta de solidaridad de sus compañeros, no pudo menos que
dedicarles una mirada de presunción.
—No esté tan ufano, Peace —continuó Toogood,
retirando su aprobación—. El sargento Cleet se ha encerrado en el
lavabo, seguramente estará llorando, lo que significa que no
servirá para nada durante el resto del día... Y eso implica trabajo
extra para mí. En esta ocasión lo pasaré por alto, pero será mejor
que recuerden, todos ustedes, que mostrarse duro con los sargentos,
enojarlos, constituye un tipo de mala conducta que exige un castigo
notable —
Es posible que algunos de ustedes conozcan
ya el pellizco retorcido, pero les aseguro que eso no es nada
comparado con algunos de los castigos en que estoy
especializado.
Toogood sonrió de un modo desagradable entre
penachos de humo.
Está decidido —murmuró Ryan a Peace—. No me
quedaré en esta tropa. Correré el riesgo de enfrentarme a la
ley.
—Dejen de hablar y síganme —ordenó Toogood,
dirigiéndose hacia una mesa ocupada por una caja metálica
cuadrada.
El teniente quitó la tapa de la caja, y dejó
al descubierto un verduzco fulgor interno indicador de que se
trataba de un desintegrador molecular de los usados en las
viviendas para eliminar basura. Los siete reclutas se miraron
nerviosamente y la sonrisa de Toogood se amplió hasta una mueca de
burla.
—Este es el bocado que siempre me da más
placer —dijo el teniente—. En todas las tandas de novatos hay tipos
inteligentes que creen poder engañar a la Legión. ¿Y cómo planean
hacerlo? Muy fácil: ocultando pequeños refrescadores de memoria en
alguna parte de sus personas. Notitas. Cintas en miniatura
—Microimpresiones.
Toogood mantuvo su sonrisa burlona, pero su
mirada barrió a los reclutas igual que una ametralladora.
—Escuchen atentamente la siguiente orden.
Todos los que tengan estos recordatorios escondidos los sacarán
ahora mismo y, sin intentar leer el contenido, los echarán
aquí.
El teniente ilustró la orden arrojando su
cigarrillo al desintegrador. El resplandor interno se intensificó
durante un momento, y la colilla quedó convertida en polvo
invisible.
Las palabras de Toogood fueron acogidas con
un silencio mortífero que duró quizá tres segundos, aunque a Peace
le pareció una eternidad. Miró a Ryan y Farr; los rostros de sus
compañeros estaban terriblemente contraídos, y Peace pudo suponer
que ambos hombres estaban sufriendo la agonía del lijado cerebral
mientras sus mentes entraban en colisión con el condicionamiento
electropsíquico. Finalmente, Ryan sacó un sobrecito del bolsillo de
su chaqueta verde brillante y, con dedos temblorosos, lo dejó caer
en la expectante caja. Farr hizo lo mismo con un trozo de papel que
extrajo del calcetín izquierdo, y otros reclutas sacaron objetos
similares de su ropa interior y de las conreas de los relojes. El
desintegrador iluminó las facciones de Toogood con un resplandor
mefistofélico mientras devoraba los recuerdos de olvidados crímenes
y locuras.
—Así está mejor —dijo benignamente el
teniente—. Experimentarán una profunda paz y alegría interior,
puesto que se han librado de la tentación, ya que ahora saben que
su compromiso con la Legión es total. ¿Qué opina usted, Ryan? Ya se
siente mejor, ¿no es cierto?
—Sí, señor —contestó Ryan con los dientes
apretados. Para un hombre que estuviera disfrutando de una profunda
paz y alegría interior, su aspecto era extrañamente
enfermizo.
—Una vez más, mi reconocimiento
incondicional para el soldado Peace. Es el único que se ha
presentado aquí con la honesta intención de dedicar su vida a la
Legión. Me complace. ¿Proviene de familia militar, Peace?
—No lo sé, señor —dijo Peace, como
aturdido.
—¿Cómo que no lo sabe?
—No sé de qué familia provengo. Toda mi
memoria ha sido borrada.
—¿Toda?
—Sí, señor. No recuerdo nada antes de
aparecer en aquel sillón.
Toogood se impresionó.
—Debe haber sido un monstruo, Peace. Toda su
vida debe haber estado impregnada de crímenes y pecados.
—Sí, señor —replicó tristemente Peace; las
reiteradas afirmaciones de que habría sido una especie de
Anticristo en su existencia anterior estaba empezando a ejercer un
abrumador efecto en su persona. Ansió que Toogood cambiara de tema
y le permitiera olvidar que no tenía nada que recordar.
—Es curioso, pero no tiene aspecto de
monstruo —Toogood se acercó a Peace y lo miró fijamente a los
ojos—. ¿...o tal vez, sí? Un momento! Creo que... ¿Ha aparecido su
fotografía en los periódicos?
—¿Cómo puedo saberlo? —exclamó Peace,
perdiendo la paciencia.
—No me pinche, Peace —Toogood se tocó el
bulto de su cuello y siguió hablando—. Recuerde esto. Está en la
Legión, sin bandas de malhechores y asesinos que puedan
ayudarle...
Espere un momento —protestó Peace—. Yo no
tenía ninguna banda.
¿Como puede saberlo?. ¿Recuerda acaso que no
la tenía?.
Ah no.
Ahí lo tiene —dijo Toogood con aire de
triunfo.
Al reconocer el mismo tipo de truco lógico
que el capitán Widget había empleado con él, Peace tomó la decisión
de no discutir con oficiales que tuvieran años de práctica en el
trato con amnésicos. Miró esperanzadamente hacia el centro de la
sala Toogood, como si hubiera comprendido la insinuación, dio orden
de que el grupo pasara por el mostrador central, para la recepción
de uniformes y equipo. Ryan y Farr, tras recuperar la facultad del
habla, empezaron a murmurar reproches por el fracaso de su plan.
Peace se apartó de ellos y se acercó al oficinista que estaba
sentado bajo el letrero que decía. UNIFORMES.
El encargado lo examinó con unos ojos
funestamente amarillentos se aproximó a una percha y regresó con un
casco de plástico y un objeto algo menor en forma de taza dotado de
finas correas elastizadas. Empujó ambas cosas hacia Peace a través
de un espacio abierto en la malla de separación, volvió a sentarse
y dio la impresión de entrar en coma. Peace tocó el ahuecado
artefacto y vio que se trataba de un protector del tipo usado por
los deportistas.
—Perdone —dijo—. ¿Qué es esto?
El brillo volvió lentamente a los ojos del
oficinista.
—Es tu uniforme.
—Pensaba que estas cosas eran para juegos de
pelota.
—En este caso son para prevenir juegos de
pelota —el individuo lo miró de reojo, diabólicamente—. Ciertas
especies que tendrás que combatir pelean de una manera francamente
sucia.
Peace reprimió una punzada de espanto.
—¿Dónde está el resto de mi uniforme?
—Ahí está, compañero. Eso es todo lo que te
dan.
—¿Qué? —Peace se echó a reír de un modo
vacilante—. ¡Un casco y un protector...! Eso no es un
uniforme.
—Lo es cuando ingresas en el 203 regimiento
—dijo el oficinista.
—No lo entiendo.
—No entiendes demasiadas cosas, ¿eh? —el
hombre suspiró, irritado, hizo ademán de irse y finalmente agachó
la cabeza junto al mostrador—. El 203 está costeado por la S.S.G...
¿Comprendes?
—¿Qué significa S.S.G.?
—Salsa Sabrosa para Gambas, memo. ¿No sabes
nada de la Legión?
—Nada —Peace bajó la voz y se inclinó hasta
que su nariz quedó casi tocando la del otro hombre a través de la
malla—. Mire, me pusieron un aparato en cirugía, y ese aparato
borró toda mi memoria.
—¿Toda? —el oficinista se echó hacia atrás
bruscamente, con los ojos muy abiertos—. Debes haber sido un
auténtico...
—No lo diga —le interrumpió Peace—. Estoy
harto de escucharlo.
—Muy bien, compañero. No quería ofenderte
—el hombre leyó la placa de identificación de Peace—. No quiero
cruzarme con alguien como tú, Warren. Honestamente. Yo sólo
era...
Peace lo hizo callar levantando una
mano.
—Bueno, últimamente han tenido una mala
temporada, desde que se descubrió que las gambas locales están tan
llenas de mercurio que los días de calor aumentan de tamaño. Las
ventas descendieron en picado, la S.S.G. tuvo menos dinero para
dedicar al regimiento, y decidieron recortar la partida de
uniformes.
—No sabía que la Legión funcionaba
así.
—Tendrías que haber ingresado en el 186
regimiento. Su base también está en Porterburg, el centro de
reclutamiento se encuentra unos cuantos edificios al sur de aquí,
pero su patrocinador es Pesticidas Extingo y estos días van muy
mal. Aquí has conseguido un bonito uniforme, Warren.
Peace se puso la palma de la mano en la
frente; se preguntaba por qué la noticia de la orientación
comercial de la Legión Espacial lo había sorprendido tanto, y su
mirada se fijó en la resplandeciente figura del teniente
Toogood.
—El teniente lleva uniforme completo
—observó-Y el capitán, y el sargento Cleet.
—Ah, pero ellos forman parte del personal de
la base, están estacionados aquí mismo, en Porterburg —dijo el
oficinista—. La imagen de S.S.G. quedaría perjudicada si esos
hombres fueran vistos vestidos como pobres diablos... Vosotros, en
cambio, os embarcaréis en cuanto termine la instrucción
básica.
—Comprendo —Peace se dispuso a marcharse—.
Gracias por la información.
—Espera un momento, Warren —el oficinista
había adquirido un aire de conspirativa camaradería-¿De qué tipo
son tus zapatos?
—Son estos —dijo Peace, advirtiendo que el
dolor de su pie había disminuido únicamente a causa de la
entumecedora frialdad que se filtraba del suelo de cemento.
—No te servirán en los lugares a que van a
enviarte. Te diré lo que haré, Warren. Jamás había conocido a un
recluta que hubiera perdido más de tres meses de memoria. De manera
que como eres un caso especial, te daré este calzado —el hombre
metió la mano debajo del mostrador y sacó unas enormes botas rojas
con talones y punteras de color dorado.
—¿Qué es esto? —preguntó Peace,
impresionado.
—Genuinas botas de siete leguas de soldado
estelar, una entrega normal cuando Salsa Sabrosa ocupaba la cabeza
del DowJones. Es el último par que hay en toda la base, Warren. Las
guardaba para vendérselas a algún recluta que tuviera dinero extra,
pero desde que el capitán Widget tomó el mando, nadie consigue
salir y tener dos monedas que frotar entre las manos. Puedes
quedártelas.
—Gracias.
Peace recogió las pesadas botas, se las puso
bajo el brazo con el resto del uniforme y se dirigió a otra
ventanilla en la que los hombres recibían rifles.
—¡Llévalas en salud, Warren! —le gritó el
oficinista—. O mientras te dure la salud.
Mientras Peace se acercaba a la ventanilla,
Ryan y Farr se pusieron a su lado. Ryan volvía a tener aspecto
jovial, el brillo de sus ojos acompañaba al fulgor de su chaqueta
verde. La tez apizarrada de Farr reflejaba una furtiva
alegría.
—Coppy y yo hemos elaborado un nuevo plan
—dijo Ryan en voz baja—. Estaba un poco preocupado, pero todo
vuelve a ir bien.
Peace se impresionó, pese a no desearlo,
ante la negativa de aquellos hombres a aceptar la derrota.
—¿Qué vais a hacer?
—¡Es sencillísimo! Yo y Coppy tenemos muchos
amigos en Porterburg, que por fuerza han de saber qué hicimos para
meternos en este lío. Iremos a verlos en cuanto nos den el primer
permiso durante la instrucción básica..., y recuperaremos la
memoria.
—¿Y si no nos dan ningún permiso?
—Eso es imposible. Además, eso no cambiaría
las cosas. Coppy y yo saltaremos el muro como sea. Saldremos.
Espera y ya lo verás.
—Buena suerte.
Peace apenas había tenido tiempo para pensar
si tenía amigos en Porterburg cuando se encontró ante la
ventanilla. Una fulgurante arma, vagamente reconocible como un
rifle de radiación, cayó en sus manos, y en los instantes que
siguieron lo empujaron fuera del edificio y lo introdujeron en un
gran rectángulo rodeado por un elevado muro. Parecía el patio de
una cárcel, pero en el enladrillado opuesto a la puerta por la que
había emergido el grupo aparecía el dibujo de un animal azul,
semejante a un dinosaurio, con un punto blanco en la panza. Nubes
grises como el acero se perseguían en el cielo y un viento cargado
de aguanieve hacía que el deprimente edificio que los reclutas
acababan de abandonar fuera un cálido y alegre refugio. Se pusieron
los cascos y se apiñaron como ovejas mientras el teniente Toogood
ascendía los escalones de una pequeña plataforma.
Peace aprovechó la oportunidad para
deshacerse de sus livianos zapatos y calzarse las resplandecientes
botas rojas y doradas que de un modo tan inesperado habían pasado a
ser de su propiedad. Eran excesivamente grandes y las aberturas
quedaban muy sueltas en torno a las piernas más bien delgadas de
Peace, pero las sólidas suelas constituían una excelente protección
contra el frío. Peace notó gruesas protuberancias debajo de los
dedos gordos..., un extraño defecto para un calzado tan costoso.
Decidió arreglar las botas en el primer momento libre que
tuviera.
—Presten atención, soldados. Están a punto
de iniciar la instrucción básica —dijo el teniente Toogood.
—Creo que saltaré el muro esta misma noche
—murmuró Ryan mientras sus dientes rechinaban-No podré soportar
esto durante mucho tiempo.
—A todos les ha sido entregado un rifle de
reglamento
—prosiguió Toogood—. Quiero que apunten a la
silueta azul que hay en el muro, frente a ustedes, y que aprieten
los gatillos. Adelante.
Ligeramente sorprendido de que le
permitieran usar un arma mortífera con tan poca preparación, Peace
apuntó el rifle al dinosaurio azul y apretó el gatillo. Un finísimo
rayo púrpura surgió del cañón y alcanzó el muro varios metros por
encima de la silueta del animal. Con tan poco esfuerzo como si
estuviera manejando un foco, Peace bajó el rayo hasta que la
energía bañó el blanco del círculo en la parte central del
dinosaurio Los otros reclutas procedieron de manera similar y
fragmentos de ladrillo se desprendieron del reluciente círculo y
cayeron al suelo.
—Ya basta..., no hay que malgastar las
baterías —Toogood se cruzó de brazos y aguardó a que el último rayo
púrpura desapareciera—. ¡Felicitaciones, soldados! Retiro todo lo
que les he dicho antes. Ustedes han completado la instrucción
básica con un éxito completo —Ahora abordarán el transporte de
personal que los llevará hasta la guerra más cercana.
El teniente señaló un camión azul que había
entrado en el patio y avanzaba pesadamente hacia el grupo. Ryan, de
pie junto a Peace, expresaba su alarma con algo parecido a un
balido.
—¡Señor!, ¡Por favor, señor!, ¡No puede
hacemos esto, señor!, —exclamó—. Creía que la instrucción básica
duraría varias semanas...
—¿Y por qué tanto tiempo? —contestó
apaciblemente Toogood, al parecer muy divertido—. ¿Qué otra cosa
necesita aprender?
—Bueno..., ¿otras armas?, —Ryan miraba a su
alrededor desesperado-Usted no nos ha advertido que no debemos
apuntamos con los rifles.
—Pero si no hace falta decirlo, soldado
Ryan... Quiero decir que es obvio, ¿no le parece?
Sí, pero... ¿Y un curso de endurecimiento,
señor?. Todos somos tan enclenques y delicados como viejas.
—No se preocupe por eso, Ryan. Se espera que
ustedes disparen contra el enemigo, no que luchen cuerpo a cuerpo
con él. ¿Por qué cree que les entregamos rifles antes que otra
cosa?
—Sí, pero... —Ryan enmudeció, su labio
inferior empezaba a temblar.
Toogood adoptó su ya familiar sonrisa
burlona.
—Pensé que usted se alegraría de que
hubiéramos suprimido la limpieza del calzado y los largos períodos
de instrucción. Es imposible que usted pensara en ir a Porterburg y
ponerse en contacto con su familia o amigos..., imposible,
¿verdad?
La boca de Ryan se abrió y cerró en
silencio.
—No te rindas, Vemie —musitó Farr,
acercándose a su compañero—. Pregúntale
—Vete a la mierda —dijo Ryan, a punto de
llorar, mientras pisaba el pie de Farr—. Tienes la culpa de todo.
No tendría que haberte hecho caso.
Farr logró contener una exclamación cuando
el considerable peso de Ryan cayó sobre su pie. Una expresión
pensativa y enfermiza apareció en su rostro, y se apartó. En ese
momento el camión de transporte se detenía junto al grupo —Para
Peace, el vehículo tenía, curiosamente, el mismo aspecto que un
vulgar vagón de mercancías al que habían dado una capa del color
azul de la Legión Espacial. Examinó atentamente el camión y, bajo
la cresta del ejército, distinguió la llamativa imagen de una
botella de salsa puesta verticalmente sobre un plato de gambas. Su
examen del vehículo finalizó cuando una puerta automática situada
en un costado se abrió y dejó al descubierto varias hileras de
bancos de madera.
—Buena suerte, soldados —dijo Toogood en voz
alta—. No importa lo que pueda ocurrir en los años venideros, no
importa lo lejos que viajéis al servicio de la Legión. Pese a todo,
quiero que recordéis, con afecto y lealtad, los felices momentos y
la camaradería que habéis encontrado aquí, en Fort Eccles, en la
clase de las... —hizo una pausa para consultar su reloj—. En la
clase de las diez de la mañana del diez de noviembre de 2386.
Peace asintió sin convicción y, sosteniendo
el peso de sus voluminosas botas con enorme dificultad, trepó al
camión para iniciar la primera etapa del viaje a una desconocida
estrella.