Veinticuatro
DESPUÉS de lo que había sucedido, pensaba que tendría la adrenalina al máximo y el corazón a mil kilómetros por hora. Sin embargo, estaba entumecida, completamente insensible.
Jase colgó el teléfono y soltó toda una sarta de juramentos.
—Tenemos que llegar inmediatamente allí —estalló—. Estoy seguro de que piensa entrar.
—No, cómo va a entrar —replicó Hohn—. Es imposible que sea tan cabe... —la expresión de Jase debió de advertirle de que era preferible que no siguiera por ahí, porque cerró la boca sin terminar la frase y se encogió de hombros—. Por la cara que tienes, cualquiera diría que podrías arrancarle la cabeza a una gallina con tus propias manos —comentó.
Miró con el ceño fruncido el atasco que les retenía y presionó un interruptor para activar la sirena que llevaba el coche.
—Ahora mismo, eres el candidato perfecto para abrirme paso en medio de todo este tráfico.
—Será un placer, créeme —respondió Jase furioso, y salió del coche—. Pero asegúrate de sacar el coche pronto de aquí —agarró la placa y comenzó a dar órdenes a los conductores.
Algún idiota que estaba pendiente de escribir un mensaje en su iPhone provocó un choque trasero que, a su vez, causó una reacción en cadena que culminó con una camioneta dando un volantazo e invadiendo el carril contrario. El conductor que se encontró de pronto frente a la camioneta, consiguió esquivarla, pero la caravana que conducía quedó en ángulo, bloqueando el tráfico en todas direcciones.
Jase tardó cerca de siete minutos, que se alargaron como siete horas, en despejar espacio suficiente como para que Hohn pudiera atravesar el atasco. Volvió entonces al coche, golpeó el techo con violencia.
—No se puede ser más estúpido.
Hohn conectó de nuevo la sirena, pisó el acelerador y se subió a la acera.
Jase iba inclinado hacia delante, con los hombros en tensión y los puños apretados sobre las rodillas mientras dejaban el atasco tras ellos. Hasta que no salieron del distrito no comenzó a dominarse. Miró entonces a su amigo.
—Tú llevas mucho tiempo casado —comentó.
—Siete años de felicidad, amigo —se mostró de acuerdo Hohn.
—¿Y cómo lo consigues?
—De la misma forma que se supera una adicción. Paso a paso, día a día.
Jase se le quedó mirando de hito en hito.
—Vaya. Se te ve tan contento, que entran ganas de casarse.
—Bueno, eso es como dijo el sabio...
—No me cites ahora a Nietzsche —le interrumpió Jase con impaciencia.
Hohn tenía un apego casi ridículo por todo lo que leía y normalmente Jase le escuchaba resignado, pero aquel día no estaba de humor para citas.
—No, escucha, ésta da en el blanco —tomó aire y se llevó una mano al corazón, con un gesto exageradamente teatral—. «Ah, mujeres. Te elevan a lo más alto, pero hacen más frecuentes las caídas».
—Déjalo ya.
Diciéndose que se lo merecía por haber sacado el tema del matrimonio, o, ni siquiera eso, el de las relaciones en general, Jase continuó con la mirada fija en el parabrisas, animando en silencio a su compañero para que llegaran cuanto antes a su destino.
Poppy se adentró recelosa en aquel lúgubre y tenebroso almacén. Todo estaba en silencio, nada se movía, y ella no tenía la menor idea de qué hacer a continuación. Se detuvo y miró a su alrededor, intentando hacerse una idea de la estructura del lugar.
Le resultó más difícil de lo que debería, teniendo en cuenta que aquel espacio era, básicamente, un cubo de cemento. Pero aunque no estaba dividido en habitaciones, había filas y filas de cajas apiladas que rozaban casi las vigas del techo.
Estaba todavía intentando decidir hacia dónde dirigirse para localizar a Cory cuando fue de pronto consciente de un murmullo; era un hombre o una radio. El sonido parecía proceder del lago, de fuera de la casa.
Poppy palpó nerviosa el spray que llevaba a la cintura y se adentró en el estrecho pasillo que quedaba entre dos filas de cajas, intentando acercarse a la voz sin hacer ruido.
El corazón le latía como un timbal y no tenía la menor idea de cómo reaccionaría si aparecía de pronto su enemigo al final de aquel pasillo. Nada bueno, seguro. Si no le fallaba el corazón, acabarían con ella los tiros de Bruno Arturo.
Estuvo paralizada durante unos segundos, hasta que se obligó a sí misma a moverse. Pero podría haberse ahorrado el último pensamiento, se dijo. Evidentemente, aquel hombre tenía una pistola, ¡era un gánster, por el amor de Dios! Sin embargo, habría estado mucho más tranquila sin que todo el imaginario de El padrino hubiera invadido inesperadamente su conciencia.
Aunque en realidad, tampoco tenía mucha importancia. Al fin y al cabo, no podía permitirse el lujo de dar media vuelta y dejar que Cory se defendiera sola. Probablemente se estaba jugando la vida al haber cometido la estupidez de entrar en vez de esperar a Jase, pero tampoco habría podido sobrevivir en el caso de que Cory resultara herida, o algo peor. Y no intentar ayudarla tampoco habría sido una opción.
La buena noticia era que acababa de llegar al final del pasillo sin que se produjera ningún incidente. Siempre era agradable que algo saliera bien.
Aunque se viera enfrentada a un nuevo dilema.
Con la respiración agitada, fijó la mirada frustrada en una nueva pared de cajas. En aquella ocasión giraba a la izquierda del pasillo que acababa de dejar.
¿Qué era aquello? ¿Un maldito laberinto?
Respiró hondo, intentando calmarse y trató de construir una caja fuerte para su estrés: conseguiría mantenerlo a raya alimentando su enfado, como su tía Sara le había enseñado a hacer mucho tiempo atrás, cuando todavía vivían en la comuna.
Al parecer, los buenos consejos nunca morían, porque el ejercicio resultó efectivo. Si conseguía salir sola de aquel lío, tendría que darle las gracias a su tía.
Por lo menos comenzaba a estar más tranquila, a tener la sensación de controlar la situación, y volvió a concentrarse en la que debía de ser la voz de Bruno Arturo, al tiempo que utilizaba aquel sonido como guía mientras seguía avanzando.
—Probablemente no te lo creerás —le oyó decir mientras se acercaba al final de otro pasillo—, pero no me hace mucha gracia la idea de hacer daño a una niña.
Con mucho cuidado, Poppy estiró el cuello para poder ver por detrás de las cajas. Retrocedió rápidamente buscando la protección de aquella pared de cartón; las imágenes que había conseguido atrapar en aquellas milésimas de segundo se habían grabado con sorprendente detalle en sus retinas.
La imagen de un pequeño claro en aquel bosque de cajas.
Y la de un hombre corpulento y elegantemente vestido de espaldas a ella, que se rascaba la oreja con el cañón de una pistola.
La imagen de Cory, toda ojos y miedo, con labios temblorosos y la barbilla alzada en un gesto de obstinación a pesar del moratón que comenzaba a aparecer en ella. La imagen de Cory pálida y asustada, acurrucada en un sofá.
Pero gracias a Dios, estaba bien.
—Sí, claro —replicó la adolescente con una muestra evidente de valentía—. Supongo que por eso tiene una pistola.
—¿A qué pistola te refieres? ¿A ésta?
Poppy volvió a asomarse justo a tiempo de ver que el hombre bajaba el arma y apuntaba con ella a la chica. Vio también que Cory la había visto. Poppy se llevó un dedo a los labios, pidiéndole que guardara silencio y retrocedió suspirando. Se preguntó qué podía hacer a continuación. Sabía que tenía que sacarla de allí de cualquier forma. Miró a su alrededor, buscando alguna fuente de inspiración, pero lo único que veía eran cajas.
—En realidad, no quiero usarla —le aseguró Bruno Arturo—. Pero, por supuesto, lo haré. Porque si tengo que elegir entre tú y yo, la respuesta siempre será yo.
—Sí, seguro que el asesino que mató a mi padre tenía la misma actitud —replicó Cory—. Pero aunque yo había aprendido la lección y sabía lo que podía pasarme si hablaba con la policía, usted intentó atropellarnos a mí y a mi profesora.
—Sí, ésa no ha sido una de mis mejores ideas —reconoció el matón—. Cuando vi allí al policía, pensé que me habías delatado.
—Sí, claro —musitó Cory—. ¿Es que no ha oído lo que le he dicho? Hablar con la policía sólo sirve para buscarse problemas. Lo último que haría sería chivarme a la policía. Pero si me mata, no dejarán de perseguirle nunca, así que no entiendo por qué no me deja marcharme. Yo podría volver con mi madre y usted volver a lo que sea que esté haciendo.
A Poppy le maravilló la capacidad de negociación de Cory, sobre todo cuando vio que su interlocutor no descartaba inmediatamente aquella posibilidad. Sí, era posible que aquello funcionara.
Después, al oír un sonido procedente de la dirección por la que ella acababa de llegar, giró para enfrentarse a cualquier posible nuevo peligro, esperando también que fuera Jase en su ayuda y, al mismo tiempo, temiendo dar la espalda a Bruno Arturo.
Desgraciadamente, giró tan rápido que se dio un codazo con una de las cajas. De sus labios escapó un quejido al sentir un intenso dolor. El spray que llevaba en la mano se escurrió de entre sus dedos y aterrizó en el suelo de cemento.
Se quedó paralizada, rezando y esperando que aquel matón no la hubiera oído. Después, al oír un sonido de pasos, se abalanzó hacia el spray. No tenía donde esconderse, así que sacudió el pequeño recipiente para activar los ingredientes antes de prepararse para utilizarlo.
Aunque la verdad era que no entendía del todo de qué podía servir el spray contra una bala.
Bruno Arturo apareció entonces frente a ella, apuntándola con la pistola.
—Vaya, vaya. Si tenemos aquí a la rubia.
«¿No crees que ésta es la razón por la que Jase quería que esperaras fuera, genio?», se preguntó Poppy en silencio. Dio un paso adelante y se detuvo. Se apartó un rizo de los ojos y vio como se acercaba Bruno Arturo lentamente hacia ella. En el momento en el que se detuvo y le hizo un gesto de impaciencia con la pistola, indicándole que se apartara, Poppy vio la sólida pared de cajas que se interponía entre la adolescente y el arma.
—¡Corre, Cory!
—¡Mierda!
Arturo se abalanzó sobre Poppy, la agarró de la muñeca y la arrastró tras él mientras corría por el pasillo de cajas. Al llegar al final, se detuvo bruscamente, haciendo que Poppy chocara contra su espalda.
Poppy miró por encima de él y estuvo a punto de desmayarse de alivio al comprobar que Cory no estaba a la vista.
Desgraciadamente, eso la convertía en el único centro de atención de Arturo. Y no parecía muy contento cuando se volvió hacia ella.
La seguridad que había tenido siempre Poppy de que moriría en su propia cama rodeada de bisnietos flaqueó al comprender que el minúsculo bote de spray de pimienta estaba en aquel momento en la mano que aquel hombre le sujetaba con tanta fuerza que le estaba cortando la circulación. Lentamente, intentando disimular el movimiento, intentó liberarse.
Pero Arturo alzó la pistola y posó el frío acero contra su entrecejo.
—Dame una buena razón por la que no deba volarte la cabeza.
—Eh... ¿a lo mejor necesita un rehén para cuando llegue aquí la policía?
El terror le atenazaba la garganta, pero en aquel momento, agradecía el mero hecho de poder continuar entre los vivos.
Curiosamente, no se había orinado encima. Por supuesto, era absurdo preocuparse por un detalle tan nimio. Aun así, no había podido evitar pensar en ello al comprender que probablemente ni siquiera oiría el disparo que acabaría con ella. Y, por supuesto, prefería que Jase la encontrara en las mejores condiciones.
—No intente engatusarme. Ningún policía en su sano juicio le hubiera dejado meterse aquí sola.
—¿Cuánto tiempo lleva con ella? ¿Cinco minutos? —se oyó la fría voz de Jase—. Intente negociar con ella durante varios meses.
Bruno Arturo giró con Poppy a la velocidad de la luz y la retuvo contra su pecho. Por un instante, lo único que fue capaz de comprender Poppy fue que estaba contra él y sentía la presión de la pistola en la sien en vez de entre las cejas.
Realmente, no era una gran mejora en su situación.
Tampoco le servía de mucha ayuda tener la mirada fija en la pistola de Jase, que estaba frente a ella y apuntando también en su dirección. Desvió su horrorizada mirada del cañón de la pistola para alzar los ojos hacia la dura mirada del policía.
—Yo no le he dado permiso a esta zorra para entrar —continuó Jase tajante—. Pero como sin lugar a dudas ya ha podido comprobar, esta mujer hace exactamente lo que le apetece.
Muy bien. Así que no estaba particularmente contento con ella. Sí, eso lo entendía. Pero Jase jamás llamaba «zorra» a una mujer. ¿Por qué lo haría entonces? ¿Para crear una corriente de empatía con el hombre que había intentado acabar con ella y con Cory? ¿Con el hombre que había secuestrado a Cory? Aquél no era el hombre que ella conocía. El hombre al que ella amaba.
Poco a poco, comenzó a disiparse la niebla del miedo.
—Pero tampoco tienen por qué acabar así las cosas —continuó Jase, dirigiéndose a Arturo en un tono amistoso—. Es cierto que esta mujer es más molesta que una piedra en el zapato, pero mi trabajo consiste en servir y proteger a los ciudadanos, aunque sean como ella. Y hasta ahora, no ha muerto nadie. No pesa sobre usted ninguna acusación de asesinato, ni una sola. Y usted tiene algo por lo que estoy dispuesto a negociar.
Bruno Arturo aflojó la tensión del brazo durante un segundo y apartó ligeramente la pistola, de modo que a Poppy ya no se le clavaba en la sien.
—¿Schultz?
—Schultz.
El matón pareció considerarlo. Pero volvió a tensar el brazo y Poppy comprendió intuitivamente que no estaba dispuesto a aceptar la oferta.
—Sí, yo también he pensado en ello, no voy a fingir lo contrario —contestó lentamente—. Pero el brazo de Schultz es muy largo. Y no pienso pasar los años que me queden de condena mirando por encima del hombro y esperando que algún tipo con tatuajes en los brazos me clave un pincho.
—Podemos hablar con los federales e incluirle en un programa de protección de testigos.
Poppy sintió el bufido burlón de Arturo retumbando contra su espalda.
—¿Y terminar viviendo en un hostal de hormigón en lo más remoto de Idaho? Eso sería peor que la muerte —replicó.
—Soy un excelente tirador, y esta mujer no es suficientemente grande como para que pueda esconderse tras ella. Es posible que prefiera considerar mejor su respuesta.
—¿Por qué voy a tener que hacerlo? Lo mire por donde lo mire, ya es evidente que me encuentro en una situación bastante complicada —comenzó a alzar el brazo con el que la sujetaba y Poppy pudo sentir que la pistola volvía a presionarle la sien.
—Creo que está bastante equivocado sobre lo que supone formar parte de un programa de protección de testigos —contestó Jase, como si tuvieran todo el día para discutir las ventajas de su propuesta—. Francamente, me sorprende que tipos como usted puedan vivir como rajás gracias a los impuestos que pagamos el resto de ciudadanos —desvió la mirada fugazmente hacia Poppy—. Ahora —dijo sin cambiar de tono.
Poppy alzó el spray y lo presionó al tiempo que cerraba los ojos para protegerse y se tiraba hacia la izquierda. Sonó un disparo. Desapareció la tensión con la que la sujetaban y sintió que Bruno Arturo se separaba completamente de ella. Le oyó caer después contra el suelo de cemento y corrió tambaleándose hacia Jase.
Jase la agarró y la colocó tras él con un rápido movimiento.
—Escóndete detrás de las cajas.
—Jase...
—¡Escóndete detrás de las cajas!
Su voz tenía la dureza del acero; su fría precisión la caló hasta los huesos.
Poppy se escondió detrás de las cajas. Pero asomó la cabeza para ver lo que estaba ocurriendo.
—¡Hohn! —gritó Jase y cruzó con recelo el espacio que le separaba del delincuente, sin dejar de apuntarle en ningún momento—. Debería haber aceptado el trato —le oyó musitar Poppy.
Vio que le quitaba la pistola con el pie y se agachaba a su lado para posar dos dedos en su garganta, como si quisiera tomarle el pulso. Soltó un juramento y llamó de nuevo a su compañero.
Hohn contestó desde la distancia.
—¡Llama al 911! —le pidió Jase—. Necesitamos una ambulancia, ¡rápido! —volvió a volcar toda su atención en Arturo—. Vamos, hijo de perra. No me hagas esto. No me gusta verme convertido en verdugo —miró hacia Poppy—. ¿Dónde está Cory?
—En alguna parte, detrás de las cajas. Ha salido corriendo.
Poppy podía oír a un hombre, muy probablemente Hohn, dando órdenes a través del teléfono. Su voz sonaba cada vez más cerca y no tardó en doblar la esquina. La miró con la misma mirada evaluadora que Poppy estaba acostumbrada a ver en Jase, después, miró al hombre que yacía en el suelo.
—¿Está vivo?
—Sí, pero creo que está gravemente herido. Está sangrando mucho. Necesito algo para hacer un torniquete y detener la hemorragia.
—Hay una toalla en el sofá, debajo de ese periódico —dijo Cory desde donde estaba escondida—. Aunque me importaría muy poco que ese tipo muriera. Él estaba dispuesto a matarnos a la señorita Calloway y a mí.
La hora siguiente fue como un torbellino. Poppy y Cory no se separaban la una de la otra mientras Jason y Hohn se esforzaban en detener la hemorragia. Apareció el equipo de urgencias para hacerse cargo de todo y el almacén no tardó en llenarse de policías. Abrazando a la adolescente que tenía a su lado, Poppy se dirigió hacia una esquina, para no molestar.
Vieron que el equipo de urgencias se llevaba a Bruno Arturo en una camilla. Cory, que hasta entonces había estado en silencio, apoyó la cabeza en el pecho de Poppy.
—Lo siento, señorita Calloway.
—Sí, lo sé —le acarició el pelo con la mano libre—. La verdad es que las decisiones que has tomado hoy no han sido muy acertadas, pero ¿sabes? Eso es algo que a todos nos ocurre alguna vez. Y me gustaría pensar que esta experiencia te ayudará a detenerte a pensar la próxima vez que estés a punto de dejarte llevar por un impulso —una lección que también debería aprender ella, se dijo.
—Sí, le aseguro que seré más prudente —Cory, pálida y cansada, alzó la mirada hacia ella. Le temblaban los labios y tenía los ojos llenos de lágrimas—. Estaba tan asustada... Y no sólo por mí. Lo siento. Lo siento mucho. Si la hubieran matado por mi culpa, no me lo habría perdonado jamás.
—¡Cory!
Ambas se sobresaltaron al oír la voz de Sandy Capelli llamando desesperada a su hija desde el otro lado de aquella barricada de cartón.
—¡Mamá! —gritó Cory inmediatamente.
Se liberó del abrazó de Poppy para correr a los brazos de su madre, que llegaba escoltada por un policía.
Hohn se acercó entonces a Poppy.
—Jase me ha pedido que le tome declaración y la deje sana y salva en su casa, ¿de acuerdo?
—Sí.
Necesitaba marcharse cuanto antes de allí. Necesitaba alejarse de toda aquella violencia que había ensuciado su alma. No había nada que deseara más en aquel momento que meterse en una bañera de agua caliente y disfrutar de una copa de vino. Y en cuanto volviera a sentirse sola otra vez, iba a acabar de una vez por todas con su soledad. Llamaría a su madre. O a Jane y a Ava. O a las tres.
Pero antes tenían que tomarle declaración.
Contestó con voz serena a las preguntas de Hohn hasta que éste se dio por satisfecho y aceptó después que la acompañara a su casa.
Sin embargo, no fue capaz de marcharse sin mirar atrás por última vez. Jase estaba hablando con otro policía, pero, como si hubiera sentido el peso de su mirada, desvió los ojos directamente hacia ella. Sin pensar en lo que hacía, Poppy alzó la mano para despedirse de él con un tímido gesto.
Jase reconoció aquel gesto con poco más que un parpadeo. Sin embargo, Poppy no fue capaz de ver en su expresión ninguna clase de sentimiento. Inmediatamente, Jase retomó la conversación.
A Poppy se le encogió el corazón. Mientras se obligaba a dar media vuelta y continuar avanzando, se le ocurrió pensar que quizá fuera aquélla la última vez que le veía.
Que en realidad, Jase nunca la había querido tanto como ella le quería.
Y que jamás lo haría.