Dieciséis

PODRÍA prescindir felizmente durante el resto de mi vida de otro día como éste. Por lo menos de la parte en la que me he sentido al borde de la muerte.

—Has hecho un buen trabajo en el caso del supermercado de Pinehurst, De Sanges.

Jase se detuvo para recoger la pistola que tenía sobre la mesa con una mano al tiempo que con la otra se guardaba la placa en el bolsillo del pantalón. Miró al teniente.

—Gracias. Tuvimos bastante suerte.

—Supongo que también el trabajo tuvo algo que ver. ¿Te vas ahora para ponerte al día con el proyecto de los adolescentes?

Jase se enderezó lentamente, sorprendido por aquella pregunta.

—Así que Calloway ha vuelto a llamar al alcalde...

¿Era un destello de esperanza lo que sentía ante la posibilidad de que lo hubiera hecho?

Diablos, no. Había desaparecido del proyecto durante cerca de una semana y media porque le había parecido lo más inteligente. Tanto para ella como para él. Quizá incluso también para los chicos. Empujó la placa para guardarla bien en el bolsillo trasero del pantalón y deslizó el arma en la pistolera.

El teniente Greer soltó una carcajada.

—Qué va, llevo tiempo sin saber nada de llamadas —se puso repentinamente serio—. Pero es un buen proyecto para hacernos propaganda y a nuestros superiores les encanta. Estaban entusiasmados con el reportaje que salió el otro día en los informativos sobre el proyecto. Ni siquiera les importó que no estuvieras realmente allí. El chico más joven, Harry, ¿verdad?

—Henry.

—Sí, Henry los obligó a mencionarte. ¿Cómo lo dijo? Sí, algo así como «ese tío no está del todo mal para ser policía» —Greer soltó una carcajada y Jase le miró muy serio—. Tampoco te hace ningún daño que tu nombre comience a ser conocido entre las personas que se ocuparán de los próximos ascensos. Así que tómate el resto del turno libre —le hizo un gesto con la mano—. Acércate al proyecto y acumula unos cuantos puntos más.

—Eh...

—Vamos —Greer se puso serio ante aquella vacilación—. No sé si lo he hecho parecer una propuesta, pero no lo es: es una orden.

—No sé qué planes tiene Calloway para hoy. Ni siquiera estoy seguro de que tuviéramos que vernos. Trabaja con otros dos grupos como éste y se dedica a hacer los trabajos más extraños por toda la ciudad, así que sus horarios son un poco complicados.

—Afortunadamente, tengo una copia en mi despacho y, a diferencia de ti, la miro de vez en cuando. De hecho, desde que la noticia del proyecto salió por televisión y los tipos del piso de arriba comenzaron a interesarse por él, lo miro todos los días. Y hoy teníais una reunión. Una reunión que debería haber empezado hace diez minutos, así que estoy seguro de que todavía tienes tiempo de sobra para acercarte hasta allí.

Jase maldijo por dentro, pero no le quedó más remedio que asentir.

—Muy bien —dijo sin ninguna inflexión en la voz—. Iré hacia allí.

Mientras cruzaba la ciudad en coche, estuvo pensando en cómo le había tratado Poppy la última vez que se habían visto. O repensando, mejor dicho, porque había estado dándole vueltas a lo ocurrido durante toda una semana y media. Le molestaba que estuviera tan enfadada. ¿Y todo por qué? ¿Porque había evitado violar una norma no escrita del departamento que le impedía acostarse con una persona con la que estaba trabajando en un caso? Sí, sí, ya sabía que técnicamente Poppy no formaba parte de ningún caso, pero sólo porque al involucrarse en aquel proyecto, aquellos adolescentes habían evitado que los detuvieran.

Había seguido las normas y Poppy se había comportado como si hubiera hecho algo malo.

Aun así, al intentar imaginarse a Poppy siguiendo cualquier norma no pudo por menos que soltar un bufido burlón. No vería él el día. Poppy tenía alma de artista. Estaba hecha para violar las normas, no para seguirlas.

Y si había algo que Jase entendía era precisamente eso: la gente era como era, e intentar cambiar su naturaleza sólo servía para procurarse dolores de cabeza. Lo que no acababa de comprender era que se hubiera puesto de tan mal humor cuando había intentado hablar con ella aquella noche. Lo único que él pretendía era cruzar unas cuantas palabras con ella y marcharse después a matar dos pájaros de un tiro en un bar de copas, tomándose unas cervezas con Hohn y los otros chicos mientras echaba un vistazo a las mujeres que había por el bar. Necesitaba encontrar a alguna que fuera capaz de apagar el fuego que le abrasaba desde la primera vez que se había acercado a Poppy.

Un plan que la propia Poppy había arruinado al ignorarle primero para después fundirse en sus brazos durante unos tres minutos y medio antes de enviarle públicamente a paseo. Tenía que enfrentarse a ello: una mujer irritada era capaz de quitarle a cualquier hombre las ganas de hablar con cualquier otro ejemplar de su especie.

De modo que había terminado regresando solo a casa. Y aquélla era la razón por la que últimamente estaba más que un poco enfadado consigo mismo.

Minutos después, aparcaba enfrente del establecimiento de Harvey más que dispuesto a olvidarse de aquel tema. Sin embargo, apenas había apagado el motor cuando salió Danny G. a grandes zancadas.

—Agente —dijo el adolescente en el instante en el que Jase abrió la puerta—, tiene que hablar con ella.

Jase suspiró. «Ella» sólo podía ser una persona. Resignado, miró frente a él y vio a Poppy llevando una enorme escalera de aluminio. Ignorando la punzada que sintió en el estómago al verla, rechazó su primera intención, que no era otra que quitarle esa maldita escalera y llevarla adonde quiera que pretendiera colocarla. En cambio, desvió la mirada para fijarla de nuevo en su interlocutor.

—¿Sobre qué?

—¡Sobre la escalera! Dice que no tiene ningún seguro que nos cubra a Cory y a mí si nos hacemos algún daño. Como si fuéramos unos... Eso, como si fuéramos unos mal... —se apartó el pelo de la frente con un gesto de frustración—. ¡Como si fuéramos niños! ¡Mire!

Señaló la detallada combinación de paisaje urbano con cómic que habían dibujado sobre la pared sur del edificio, que todavía tenían que pintar.

—El dibujo ya está prácticamente terminado, pero ahora que por fin hemos conseguido una escalera para acabar la parte de arriba, no nos deja subirnos. Dice que lo va a hacer ella, ¡pero es nuestro proyecto!

—También es su proyecto. De hecho, si no hubiera sido por ella, los tres hubierais dado por terminado el trabajo en cuanto terminasteis de pintar las paredes. Por no hablar de que os habrían arrestado. De modo que sin ella, no habría mural.

—Sí, lo sé, pero...

—Además, ha tenido que luchar contra viento y marea para conseguir los permisos necesarios para llevar adelante esta parte del proyecto...

—Aun así...

—¿Alguna vez os ha mentido o ha intentado engañaros con algo?

—No.

—En ese caso, tendrás que fiarte de ella cuando te dice que no puede permitirse que ninguno de vosotros sufra alguna lesión estando bajo su responsabilidad. Porque si eso ocurriera, muchacho, incluso en el caso de que nadie la denunciara, acabarían de un día para otro todos sus proyectos y a ella sólo le quedaría el mal recuerdo de haber cometido una imprudencia.

Danny suspiró con expresión culpable.

—Sí, supongo que es cierto. Pero aun así, fastidia.

—Sí, ya lo sé.

Fijó la mirada en el trasero de Poppy que marcaban los vaqueros mientras ésta subía la escalera y se inclinaba hacia delante para asentar las patas. Por un momento, Jase regresó mentalmente a los escasos minutos que había pasado junto a ella en la pista de baile. Después, el recuerdo de su brusco rechazo le obligó a volver bruscamente al presente. Asintió con la cabeza, mostrándole a Danny su comprensión.

—Sí, siempre tiene que haber algo que nos fastidie los grandes momentos.

Al sentir los ojos de Danny clavados en su espalda, Poppy miró por encima del hombro, preguntándose si sería una pérdida de tiempo intentar explicarle una vez más el motivo de su decisión. Pero no fue con la mirada de Danny con la que chocaron sus ojos, sino con la de Jase.

Genial. Se volvió de nuevo hacia la escalera que su padre le había dejado la noche anterior e intentó sobreponerse a la irritación que le causaba el que se le acelerara el corazón cada vez que veía a Jase dándole una patada a la escalera para colocar las patas en su lugar. Sí, la presencia de Jase era justo lo que necesitaba para redondear el día.

Aquella tarde, nada estaba saliendo como pretendía. Danny estaba continuamente enfadado y Cory estaba sombría, parecía afectada por algo y muy triste. De Sanges no se había molestado en aparecer durante los dos encuentros anteriores, a pesar de que, por lo menos para Henry, había sido una gran decepción no tenerle allí. Poppy, sin embargo, estaba encantada con aquella situación. Así que ¿por qué tenía que haber elegido precisamente aquel día para ir?

Inmediatamente descartó la pregunta. Tenía muchas cosas que hacer. Y asuntos mucho más importantes de los que ocuparse. Con el dibujo de los chicos en una mano, subió a la escalera, tomó un carboncillo y comenzó a dibujar la parte que faltaba del mural. No iba a malgastar ni emociones ni pensamientos en aquel tipo. Que se fuera a paseo.

De su garganta escapó una carcajada involuntaria. ¿A quién pretendía engañar? El problema era precisamente que le fastidiaba que hubiera tardado tanto en aparecer. Aun así, continuaba pensando que no quería saber nada de Jase. Estaba harta de dejar que la confundiera.

Terminó aquella parte del dibujo, bajó de la escalera y le observó con atención para asegurarse de que las proporciones eran las correctas. Después, corrió la escalera unos cuantos centímetros.

—Es muy rápida —musitó Danny tras ella—. Y muy buena.

Aunque continuaba malhumorado, por lo menos había vuelto a hablarle. La verdad era que a Poppy le había sorprendido que se enfadara tanto, puesto que él era el más estable de los tres. Pero creía comprender sus razones y le sonrió mientras volvía a subir a la escalera. Poppy les había entregado un proyecto en el que se habían volcado y Danny pensaba que aquel día se lo estaba arrebatando.

—No estoy intentando quedarme con su criatura, señor Gardo. En cualquier caso, el noventa y nueve por ciento del trabajo será suyo.

—Sí. Y está genial —se acercó a ella arrastrando los pies—. El agente De Sanges dice que lo hace porque si alguno de nosotros sufriera algún daño al subirse a la escalera... —chasqueó la lengua con un gesto de desprecio, como si quisiera dejar claro que eso no podría ocurrir—, le quitarían todos los proyectos.

—¿Ah, sí? ¿Ha dicho eso?

Poppy se volvió y clavó la mirada en el policía, que estaba hablando con Henry en el otro extremo del aparcamiento. Maldito fuera, justo cuando estaba convencida de que era un auténtico estúpido, tenía que ir a suavizar las cosas entre ellos. ¿No podía por lo menos ser coherente?

Como si hubiera sentido su mirada, Jase alzó la cabeza. Poppy se volvió inmediatamente. No quería establecer ningún contacto visual con él. La escalera pareció tambalearse ligeramente bajo su peso y se aferró a ella. A pesar de las precauciones que había tomado para evitar que los chicos sufrieran algún percance, sabía que su padre mantenía aquella escalera en un perfecto estado. De modo que aquella repentina sensación de inestabilidad debía de estar más relacionada con la rapidez con la que había girado que con la propia escalera. Se colocó el lápiz en la oreja, consultó el diseño maestro y volvió al trabajo.

Un poco después, se inclinaba para terminar la cumbre de una montaña que, en realidad, sabía no debería haber intentado dibujar sin antes desplazar la escalera, sobre todo después de todos sus sermones sobre la seguridad. Justo cuando se estaba estirando todo lo que le permitía su cuerpo, sintió que algo se movía bajo ella. Inmediatamente, el peldaño sobre el que tenía el pie derecho se movió. Entonces, las dos partes de la escalera que la plataforma superior debería haber mantenido estables, comenzaron a deslizarse. La pared impidió que una de ellas continuara abriéndose, pero Poppy perdió el equilibrio.

Rápidamente, alzó las manos para evitar darse con la cabeza contra el muro y después intentó aferrarse a aquella superficie lisa mientras la sección de la escalera sobre la que permanecía comenzaba a abrirse en la dirección contraria. El espacio que había entre sus manos y la pared crecía a medida que el ángulo de la escalera iba distanciándose de la pared y acercándose al suelo.

Oyó el grito de Danny y saltó. Mientras deslizaba las manos contra la pared y era consciente de cómo iba encogiéndose, apenas tuvo tiempo suficiente para comprender que no iba a ser en absoluto agradable el momento en el que impactara contra el suelo.

Pero justo en ese instante, antes de que recorriera los últimos centímetros que la separaban del suelo, alguien la agarró con fuerza por la cintura y la estrechó contra un duro cuerpo. Después de aquella brusca interrupción de su descenso, que la tenía doblada en dos, apenas podía respirar. Hizo un esfuerzo para colocarse en posición erguida, y al hacerlo se golpeó el codo derecho contra la pared.

—¡Noooo!

Sintió que una punzada de dolor le recorría desde el hombro hasta las yemas de los dedos. Pero cuando Jase la colocó con delicadeza en el suelo y la invitó a apoyarse contra su fuerte torso, comprendió que sería perfectamente capaz de permanecer sola sobre sus propios pies.

No se tomó la molestia de comprobarlo, pero se alegraba de saberse capaz. Tomó aire varias veces e intentó hacer balance de lo ocurrido.

Descubrió entonces que, gracias a un aterrizaje mucho menos desagradable del que había anticipado durante aquellos segundos eternos de caída libre, estaba en bastante buena forma.

Sintió el corazón de Jase latiendo contra su espalda mientras éste pasaba las manos por sus hombros y las deslizaba por sus brazos hasta su cintura, para palparle después de una forma completamente impersonal los costados y las costillas, en busca, seguramente, de alguna posible fractura.

—¿Estás bien? —le susurró al oído.

Poppy tomó aire y lo soltó lentamente.

—Sí.

Jase retrocedió entonces y la hizo volverse hacia él.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —parecía enfadado y nervioso—. Primero están a punto de partirte la cabeza con una llave inglesa y ahora te falla la escalera.

Se agachó para examinar los puntales de la escalera, que deberían haber impedido que se abriera.

—Me temo que le estás preguntando a la persona equivocada, porque yo tampoco entiendo lo que ha pasado —contestó, agachándose a su lado.

Los chicos también se reunieron con ellos alrededor de la escalera caída.

Interrumpiendo sus exclamaciones de sorpresa, Poppy le explicó al policía:

—Esta escalera es de mi padre y él mantiene siempre a punto todas sus cosas.

Al verle deslizar las manos sobre los huecos que había donde deberían haber estado los topes de la escalera, le miró confundida.

—Sencillamente, no lo comprendo.

Mientras observaba desde el interior del coche cómo disminuía la actividad en el mural, Bruno Arturo tuvo que admitir que quitarle los remaches a la escalera había sido un impulso ridículo. Se había dejado llevar por la rabia. Cuando la noche anterior se había encontrado con la escalera al ir a examinar el terreno, todavía estaba molesto por la noticia que había visto en la televisión. Había intentado darle un respiro a la chica, pero debería haber sabido que no se conseguía nada siendo blando con ella.

No había sido fácil encontrar información sobre aquella adolescente. Para empezar, había cometido el error de dar por sentado que los grafiteros sabían lo que él había tardado semanas en averiguar: que aquel adolescente era una chica, de modo que había tardado más tiempo del habitual en descubrir quién se ocultaba tras la firma «CaP».

Después, cuando por fin había podido ponerle un nombre, no había encontrado a nadie que pudiera ofrecerle algún dato sobre ella. Hasta que un chico le había informado de que era de Philly y la suerte de Bruno había empezado a cambiar. Había sido entonces cuando se había puesto en contacto con algunos socios de allí y se había enterado de quién era el padre de aquella muchacha.

Sin embargo, todavía no sabía dónde vivía, algo que le fastidiaba y asombraba por igual, porque normalmente, ésa era la parte más fácil cuando se estaba intentando localizar a alguien.

Pero aquella chica era muy astuta; cada día regresaba a su casa por un camino diferente. Acortaba por parques y jardines, se metía por calles imposibles y al final siempre parecía disolverse en el aire. El día que había conseguido perseguirla durante más tiempo sólo había conseguido no perderla de vista durante cuatro manzanas. Tampoco la había encontrado en la guía telefónica, lo cual, teniendo en cuenta lo que le había pasado a su padre, imaginaba que había sido cosa de su madre. Perder a un ser querido en un asesinato le hacía a uno precavido.

Al final, había llegado a la conclusión de que su jefe tenía razón: aquella chica no representaba ninguna amenaza. Después de haber visto lo que le había pasado a su padre, sin duda alguna, mantendría la boca cerrada. De modo que, por primera vez desde hacía semanas, había comenzado a relajarse.

Pero sólo hasta que había visto aquella noticia en la televisión y había descubierto que mientras él estaba dispuesto a dejar en paz a aquella chica, tal como Schultz quería, ella estaba trabajando con un policía. Un policía del Departamento de Robos.

Aun así, sabotear la escalera había sido una respuesta ridícula. Para empezar, no sabía quién iba a subirse a ella. Por no decir que cualquier posible víctima podía terminar como mucho con un par de moratones.

Por lo menos, había sido capaz de actuar con suficiente frialdad como para envolver en una gamuza la cuchilla que había utilizado para aflojar los remaches. De esa forma, había evitado dejar marcas. Lo último que pretendía era tener a un policía tras él.

Lo cual le llevó a pensar de nuevo en que se había equivocado al manipular esa maldita escalera. Todavía no sabía qué demonios iba a hacer con aquella adolescente cuando la atrapara. De lo que sí estaba seguro era de que no quería que hubiera «accidentes previos» que pudieran alertar a un policía.

Por otra parte, aquel episodio podía haber asustado a la chica. Y una presa asustada era mucho más fácil de atrapar.

Por supuesto, siempre y cuando no estuviera cerca de aquel policía que parecía dispuesto a fastidiarlo todo. De manera que haría bien en alejarse de aquel barrio antes de que alguien se fijara en él.

Encendió el motor.

Después, parpadeó nervioso al darse cuenta de que llevaba varios minutos con la mirada fija en aquella calle, pero sin prestar realmente atención a lo que estaba ocurriendo. Capelli y su profesora ya no estaban cerca de la escalera. Miró a su alrededor y vio a la chica cruzando la calle, justo delante de él. Mientras la observaba, Capelli se detuvo a mitad de camino y se volvió para decir algo por encima del hombro.

Bruno Arturo se inclinó inmediatamente hacia delante.

No había nadie en la calle en ese momento.

El policía estaba de espaldas.

Y la oportunidad que se le presentaba era demasiado buena como para pasarla por alto.

Pisó el acelerador.

Jase estaba en cuclillas al lado de Danny G., examinando la escalera por última vez cuando oyó que un coche aceleraba de pronto en la calle. Todavía estaba volviéndose para ver quién conducía a aquella velocidad cuando vio que Henry salía disparado y preguntaba asustado:

—¿Estás bien, Cory? ¿Señorita Calloway, está bien?

Con el corazón latiéndole a toda velocidad en el pecho, no sólo por lo que estaba diciendo, sino también por el temblor de su voz, Jase se levantó rápidamente y recorrió la zona con la mirada. Poppy estaba tumbada bocabajo en la acera, y Cory medio encima de ella. Mientras las estaba mirando, Henry se detuvo tan bruscamente que perdió el equilibrio y cayó junto a ellas.

Ninguna de las mujeres que estaba en el suelo movió un solo dedo y Jase sintió que se le paralizaba el corazón en el pecho. Durante un segundo. Dos.

Después, el policía que llevaba dentro se puso en movimiento.

—¿Pero qué le pasaba a ese tipo? ¿Estaba borracho? —preguntó Henry, mirando por encima del hombro—. ¿Ha visto eso? Parecía que quería atropellar a la señorita Calloway. Si no hubiera sido porque Cory la ha empujado, estarían las dos muertas.

Jase ya estaba caminando a grandes zancadas hacia ellas con intención de analizar los daños cuando Danny pasó corriendo por delante de él. Aunque había tardado un par de segundos más en reaccionar, el adolescente apartó rápidamente a Henry y ayudó a Cory a levantarse.

—Tranquilo —le recomendó Jase—. Hay que asegurarse de que no tiene ningún hueso roto antes de moverla.

—No —jadeó Cory—. Pero... me cuesta... respirar.

—Toma aire y suéltalo lentamente —le aconsejó Jase—. Sé que tienes la sensación de que no vas a poder volver a respirar, pero si dejas que el miedo se vaya yendo poco a poco, verás que cada vez te resulta más fácil tomar aire —se agachó al lado de Poppy—. ¿Tú qué tal estás?

—Dame un minuto para reponerme.

Jase esperó hasta que Poppy le tendió la mano, después, entre Henry y Jase la ayudaron a levantarse. Jase la examinó por segunda vez en el día y sintió que comenzaba a aflojarse el nudo que tenía en las entrañas cuando vio que solamente tenía unos arañazos.

—¿Estás segura de que estás bien?

Cory asintió temblorosa y Jase miró de nuevo hacia Poppy.

—¿Puedes contarme lo que ha pasado? —le pidió.

Poppy se le quedó mirando con los ojos abiertos como platos.

—Era un coche grande... No, grande no, enorme —tragó saliva y clavó en él la mirada—. Dios mío, Jase, iba directamente hacia mí, ¡y me he quedado completamente paralizada! —sacudió la cabeza—. ¡Estaban a punto de atropellar a una de mis chicas y me he quedado paralizada! —se volvió hacia Cory—. Dios mío, lo siento. Si no me hubieras apartado, nos habría atropellado a las dos.

—¡No, no ha sido culpa suya! —Cory se abrazó a sí misma mientras miraba a Poppy con angustia.

A Jase le importaba un comino de quién fuera o no la culpa. Sabía que no estaba comportándose de una forma racional, pero el enfado comenzaba a dominar sobre su profesionalidad.

—Para empezar, ¿qué estabais haciendo las dos en medio de la calle? —les espetó.

—He visto que Cory se iba y quería hablar un momento con ella. Hoy la he visto muy alicaída y quería asegurarme de que estaba bien.

Cory emitió un sonido atragantado.

—¿Y pensabas tener una conversación de corazón a corazón con ella en medio de la calle? —le reprochó Jase.

Al propio Jase le sorprendió la dureza de su tono. Inmediatamente se obligó a tranquilizarse. ¿Dónde demonios había dejado su objetividad?

Poppy le miró con los ojos entrecerrados y, por primera vez desde que se había levantado, pareció recuperar su habitual confianza en sí misma.

—No, agente —dijo con calma—. Como estoy segura sería el primero en señalar —añadió, utilizando el usted para guardar las distancias—, no estaba pensando en nada. La he alcanzado y antes de que pudiera reaccionar, he visto que un coche enorme se abalanzaba sobre nosotras.

—Por cierto, ¿qué coche era? —Jase sacó del bolsillo la libreta que llevaba siempre consigo.

—Ya lo he dicho. Un coche oscuro y enorme.

Menuda ayuda.

—¿Negro? ¿Azul, quizá?

—Sí, creo que sí.

Jase la miró a los ojos y Poppy estalló.

—No lo sé, ¿de acuerdo? Era un coche grande y oscuro, eso es lo único que he visto. Cuando tú te encuentres en medio de una carretera y veas que se abalanza sobre ti una tonelada de metal a cien kilómetros por hora, compararemos nuestra capacidad de observación.

Jase suspiró y se volvió hacia Cory.

—¿Tú lo has visto mejor?

Cory negó con la cabeza.

—Era negro —intervino Henry—. No sé exactamente qué modelo, pero era un todoterreno de ésos de lujo.

—¿Como un Escalade? —intentó precisar Danny.

Henry se encogió de hombros.

—No tengo ni puta idea.

—No hables mal —le dijo Poppy, pero era obvio que era una advertencia hecha de forma casi automática.

—Antes lo ha hecho usted.

Poppy le miró parpadeando.

—¿De verdad?

Jase chasqueó los dedos para volver a captar su atención. Quería que se concentrara en lo que era verdaderamente importante.

—¿Tienes algún enemigo que hayas olvidado mencionar?

—Que yo sepa, no.

—Entonces, ¿qué demonios está pasando aquí? Porque has tenido tres accidentes en muy poco tiempo. A lo mejor sólo es una racha de mala suerte, pero yo no creo en la suerte, ni en la buena ni en la mala. Y tampoco soy muy amigo de las coincidencias. Así que, si crees que voy a dejar de investigar antes de llegar al fondo de todo esto, estás muy confundida.

Se preparó para recibir la inmediata protesta de Poppy, pero, en cambio, la vio apartarse el pelo de la frente y asentir con cansancio. Los dientes le castañeteaban como si de pronto la temperatura hubiera bajado treinta grados.

—Me parece bien.