Veinte
¿ENAMORADA? ¿De verdad puedo estar enamorada?
Poppy no llevaba ni media hora en la mansión cuando aparecieron Jane y Ava.
—Eh —exclamó, alzando la mirada de las molduras que estaba pintando—. ¿Tenéis un radar o algo parecido?
—No, algo mejor. Un marido al que le había dicho que me avisara en cuanto te viera aparecer por aquí —Jane clavó los ojos en su amiga—. Has estado evitándonos, señorita.
Ah, diablos. Con mucho cuidado, Poppy dejó la brocha en la esquina de la bandeja en la que tenía la pintura y se levantó.
Intentó recurrir a una evasiva.
—No entiendo qué quieres decir.
Evidentemente, seguía mintiendo tan mal como cuando era una niña, porque Ava contestó:
—Oh, por favor.
Y Jane golpeó con su impresionante zapato de marca el reluciente parqué.
—Déjalo, Calloway —le advirtió—. Jamás has sabido decir una mentira. De todas formas, ¿qué tienes que esconder? No es propio de ti que te hayas pasado una semana viviendo con un semental y nos estés ocultando la noticia en vez de compartir con tus amigas los más tórridos detalles, tal como ordena el reglamento de nuestra amistad.
—Ésa sí que es buena —repuso Ava—. Y es curioso que no mencionaras el reglamento cuando estabas saliendo con Dev —hizo un gesto con la mano, como si quisiera cambiar de tema—. Pero tampoco hace falta ponerse demasiado quisquillosa, puesto que al final todo salió bien. Pero Poppy no ha tenido una cita apasionada durante casi tanto tiempo como yo, y, mucho menos, ha estado viviendo con un hombre de ensueño —le dirigió a Poppy una sonrisa.
«Vamos», se animó Poppy a sí misma, intentando adoptar una expresión de confusión. «No puedo fallar ahora. No puedo». Pero su expresión no dejaba lugar a dudas.
Ava y Jane la miraron boquiabiertas.
—Es cierto, ¿verdad? —dijo Ava—. ¡Llevas toda la semana con un hombre! ¿Pero quién demonios puede ser...? No, Dios mío. ¿El agente Jeque?
—Dime que no es él —le suplicó Jane. Pero al parecer, también eso lo llevaba escrito en la cara, porque su amiga suspiró—. Es él.
Y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, sin importarle enseñar la ropa interior.
Ava se sentó a su lado, pero dobló pudorosa las piernas hacia un lado, a pesar de que llevaba pantalones y podía repantingarse sin peligro. Miró a su amiga Poppy con firmeza.
—Si sabes lo que te conviene, suéltalo ya.
Y Poppy lo hizo. Se sentó junto a ellas y les contó todo a sus amigas. Bueno, casi todo; no mencionó la supuesta amenaza que había movido a Jase a mudarse a su casa, porque sabía que en realidad no corría ningún peligro y no quería preocuparlas. También se reservó lo relativo a su vida sexual.
Pero lo demás lo contó con todo lujo de detalles.
Cuando por fin terminó, Jane la estudió en silencio durante varios minutos y después sonrió.
—Así que, al parecer, De Sanges no es el rígido nazi que nos habías descrito al principio.
—Bueno —tomó aire y sacudió la cabeza—. Tiene sus momentos duros, pero también tiene momentos dulces y divertidos. Y con los chicos está siendo increíble.
—Ya está. Está completamente perdida —suspiró Ava.
Poppy arqueó las cejas como si no tuviera la menor idea de a qué se estaba refiriendo su amiga.
—Oh, vamos, Poppy. Es guapo, tiene un cuerpo de atleta y se porta maravillosamente con tus chicos —señaló a su amiga con un dedo—. ¡Es él! Lo veo en tu cara. ¡Estás loca por ese tipo!
—No puedo negarlo.
—¿Y él? —preguntó Jane—. ¿También está loco por ti?
—No lo sé —admitió Poppy—. Todavía no hemos hablado de sentimientos.
—Bueno, al fin y al cabo, sólo lleváis juntos una semana —concedió su amiga—. De modo que seremos generosas y le daremos un par de semanas o tres, cuatro incluso, antes de declararse. Después, será mejor que el agente De Sanges se comprometa contigo, si sabe lo que le conviene.
—Eso es —se mostró de acuerdo Ava—. Y si no, se lo haremos pagar de tal manera que terminará gritando asustado como una niña.
—Creo que Cory ha podido ser testigo de un delito —le comunicó Jase a Poppy en el momento en el que entró en casa varias horas después—. Y creo saber cuándo.
Poppy estaba trabajando en una de sus tarjetas de felicitación. O al menos eso pensó Jase, puesto que estaba inclinada sobre la mesa del cuarto de estar. Habían compartido esa mesa en muchas ocasiones, pero en realidad nunca habían comido en ella, puesto que siempre estaba cubierta de los proyectos en los que Poppy estaba trabajando.
Poppy dejó el lápiz sobre la mesa y se levantó. Cruzó la habitación y alargó la mano para acariciarle el brazo. Le dirigió una sonrisa que hizo que a Jase se le encogieran las entrañas.
Después, le agarró del nudo de la corbata y le hizo inclinar la cabeza hasta la altura de la suya antes de decir:
—Cuéntamelo todo.
Jase estuvo a punto de sonreír. Era tan propio de Poppy... Le importaba todo lo referente a sus chicos. Y a eso había que añadir que estaba deseando que se abriera más a ella en todo lo relativo al trabajo.
Todas y cada una de las noches se interesaba por cómo le había ido el día. ¿Qué se suponía que podía decirle? Podía contestar con generalidades, pero no podía divulgar detalles sobre su trabajo. Al parecer, no era capaz de hacerle comprender que no era como ella, que él no contaba todo lo que sabía.
Aun así, era consciente de que Poppy sólo pretendía liberarle de parte de la tensión que acumulaba en el trabajo. No tenía sentido, puesto que el interés de Poppy no cambiaba en absoluto nada referente a las nuevas preocupaciones que había despertado la información que había obtenido aquel día. Tenía la plena convicción de que no iba a mejorar nada hablando con ella. E, incluso en el caso de que no fuera así, lo único que conseguiría sería cambiar unos problemas por otros.
Poppy le soltó tan bruscamente como le había agarrado. Soltó también la corbata y alisó cuidadosamente aquella prenda de rayas grises y blancas contra la camisa azul. Después, entrelazó los dedos en los de Jase y tiró de él para llevarle al cuarto de estar.
—Por favor —pidió con voz queda.
Alargó la mano al pasar por delante de la mesa para agarrar la taza de té que había dejado allí, se colocó delante del sofá y miró a Jase sin disimular su preocupación.
—Háblame de Cory. Necesito saberlo todo.
Por primera vez en toda su trayectoria como policía, Jase se descubrió a sí mismo deseando hablar de un caso con alguien que no era policía.
—Hace unas semanas, me llamaron para que investigara un robo. Uno más de una serie de robos en joyerías que se están sucediendo en toda la ciudad.
—¿Los robos que mencionaste la otra noche y que te tenían preocupado?
Jase asintió. Estaba delante del sofá y Poppy le empujó suavemente para que se sentara. Cuando ella se sentó en la mesita del café, sus rodillas se rozaron. Jase buscó su mano, la retuvo entre las suyas y continuó:
—Aquella llamada fue diferente porque el propietario tuvo la mala suerte de estar en la tienda cuando entraron y recibió un disparo. Todavía está hospitalizado.
—Sí, creo que oí algo en las noticias —Poppy se enderezó ligeramente en la mesa—. ¿Es el hombre que está todavía en coma?
—Sí. Lo que no han contado las noticias es que encontré un spray y un chicle mascado en el jardín que hay frente a la consulta del dentista de al lado. Creo que un grafitero fue testigo de parte de lo que ocurrió.
—Oh, Dios mío —Poppy se levantó de un salto. Caminó unos cuantos pasos y se detuvo para mirarle—. ¿Y crees que ese alguien es Cory?
—Sí, creo que es ella. Por lo que me ha dicho mi informante, ha habido muchas bajas entre los tagger que consideraban el distrito U como su territorio. Últimamente, los chicos han desaparecido de las calles.
Poppy se terminó el té y estrechó la taza vacía contra su pecho.
—¿Desaparecido? —susurró—. ¿Los han matado?
—No —Jase se levantó de un salto, acortó el espacio que había entre ellos y la abrazó rápidamente—. Lo siento, no pretendía asustarte. Pero la verdad es que les han estado haciendo daño —sentó a Poppy en el sofá, se sentó a su lado y se volvió hacia ella—. A uno de esos chicos le han enviado de un día para otro a vivir con una tía. La familia no confía en la policía, así que no van a contar lo que ha pasado. A otro le han roto un brazo y hay un tercero que tiene heridas en el cuello sobre las que se niega a dar explicaciones a su familia.
Poppy le miró preocupada.
—¿Eso no te suena muy parecido a lo que le pasó a Freddy Gordon?
—Sí, yo también lo he pensado. Podría ser una coincidencia, pero ya sabes lo que pienso de las coincidencias. Por otra parte, a Freddy le golpearon más o menos por la misma época y es rarísimo que un adolescente mienta cuando la verdad podría evitarle un castigo. He intentado llamarle, he dejado varios mensajes en el contestador de su tío, pero todavía no he tenido noticias suyas.
—¿Y cómo puedes aguantar la espera? Yo me volvería loca con tu trabajo —frunció el ceño y le dirigió una mirada acusadora—. ¿Has sabido algo de alguno de ellos?
A los labios de Jase asomó una sonrisa. Alargó la mano para acariciarle suavemente la nuca.
—He hablado con el chico que tiene los moratones en el cuello. Está asustado y creo que yo no habría podido sacarle una sola palabra. Pero su madre se sentó con él en el sofá, le dio la mano y le dejó muy claro que no iba a permitir que nadie se moviera de esa habitación hasta que no hablara, porque ya estaba harta de no enterarse de nada. En cuanto quedó claro que estaba hablando en serio y que iba a tener un policía acampado en su cuarto de estar hasta que hablara, cedió.
—¿Y? —insistió Poppy con impaciencia.
—Al parecer, hay un matón que estaba buscando a un chico al que sólo se le conoce por su firma callejera —vaciló un instante y admitió—: CaP.
Poppy se quedó en silencio y le miró alarmada.
—Cory Capelli.
—Sí, eso mismo pienso yo. Y es evidente que ese matón ahora sabe que Cory es una chica, y no el chico que estaba buscando antes. No sé cómo ha podido llegar a esa conclusión, pero el hecho de que haya intentado atropellarla indica que lo ha descubierto. Tengo que hablar con ella, Poppy —se abrazó a sí mismo, preparándose para el momento en el que Poppy se abalanzara a su cuello.
—Estoy de acuerdo.
Jase relajó los músculos, uno a uno, y se inclinó hacia ella para estudiar atentamente su rostro.
—¿De verdad?
—Claro que sí. Lucharé hasta la muerte si intentas hacer algo que pueda ir contra mis alumnos. ¿Pero cuando estás haciendo tu trabajo e intentando mantenerlos a salvo? Por favor, Jase, soy una persona responsable.
Jase tiró de ella y la sentó en su regazo para darle un beso. Después, volvió a sentarla frente a él en el sofá y alisó suavemente la ropa que había arrugado con su repentino abrazo.
—Te lo he dicho en otras ocasiones, pero volveré a repetirlo: eres una mujer muy inteligente.
—Y una vez más, me veo obligada a mostrarme de acuerdo —le sonrió con ironía—. Pero no esperes que vuelva a decirte que besas muy bien.
—No necesito que me digas lo que ya sé, Rubia —sonrió, sintiéndose maravillosamente bien—. ¿Tienes el número de teléfono de Cory?
—Sí, lo tengo en mi agenda. Es de color rojo y está debajo del teléfono. Pero ya iré a buscarla yo.
Se levantó, cruzó la habitación y fue a buscar la agenda. Tras pasar varias páginas, le leyó el teléfono.
Jase sabía que sería más inteligente llamar desde la comisaría y tener a alguien registrando la llamada para poder presentarse después en casa de Cory. Sin embargo, al ver la expresión expectante de Poppy, decidió hacer algo que no había hecho jamás en su vida. Llamó desde su propio teléfono.
Un minuto después, cerró bruscamente el móvil.
—¿Qué ha pasado? ¿No había nadie en casa?
—Peor aún —respondió rotundo—. Es un número que no existe. Cory te ha dado un número de teléfono falso.
Poppy le miró boquiabierta.
—Que me ha dado un número... Pero... —tomó aire, lo soltó lentamente y se volvió hacia él—. Muy bien. Creo que mañana podremos terminar el mural y pensaba llevarlos a una pizzería para celebrarlo. Llevaremos allí a los tres y después hablaremos con Cory.
—Hablaré yo con Cory —la corrigió—. Pero si quieres, puedes estar delante velando por sus intereses, hasta que me ponga en contacto con su madre.
Poppy se acercó a él.
—¿Sabes una cosa, De Sanges? —dijo, apoyando la cabeza en su hombro—. Tratas mucho mejor a los chicos de lo que jamás me habría atrevido a soñar cuando empezamos este proyecto.
—Sí, y ahora que sale esto a relucir, me gustaría preguntarte algo —era una sospecha que llevaba tiempo rondándole y quería aclararla cuanto antes. La miró a los ojos—. ¿Conoces al alcalde?
Poppy sonrió de oreja a oreja.
—No.
Jase no pudo por menos que admirar su descaro, porque no había tenido ningún inconveniente en obligarle a participar en el proyecto amparándose en aquella relación. Le dirigió una dura mirada, que, al parecer, no la afectó en lo más mínimo, porque le miró sin pestañear.
—Entonces —continuó Jase—, ¿quién habló con el alcalde? No, espera, no contestes. Déjame adivinarlo —no se lo pensó ni cinco segundos—. Apuesto por Ava.
—No te creerías los contactos que tiene —admitió Poppy, pero hizo un gesto de impaciencia—. Pero ahora estábamos hablando de ti. Sobre lo bien que se te ha dado trabajar con los chicos. ¿Quién iba a imaginar que iba a funcionar todo tan bien?
—Desde luego, yo no —contestó Jase con sinceridad.
Hasta ese momento, su experiencia con adolescentes había sido mínima y casi siempre trataba con chicos que habían caído en alguna redada.
Seattle amaneció con una mañana cálida y soleada, uno de esos raros días que antecedían al verano y anunciaban la llegada del calor. Cory sacó un vestido del fondo de su armario, un vestido que le había comprado su madre y que no se había puesto nunca por considerarlo demasiado alegre. Por lo menos para ella.
Pero era muy bonito, de tirantes muy finos y talle imperio y la tela fucsia de la parte superior y del ribete del vestido no era excesivamente cursi. Quizá fuera demasiado animado, pero podría soportarlo.
Sobre todo, después de ponérselo y ver lo bien que le quedaba.
Se peinó y comenzó a maquillarse. Cuando se miró en el espejo, se detuvo unos segundos con el lápiz de ojos en la mano, pensando en lo que tanto su madre como Poppy le decían, que estaba más guapa sin tanto maquillaje. ¿Sería posible que...?
No. Sacudió la cabeza. Sin maquillaje, nadie diría que tenía quince años. A lo mejor, cuando tuviera dieciséis o diecisiete años se lo pensaba.
O no. En cualquier caso, era algo de lo que todavía no tenía por qué preocuparse. Afortunadamente, porque ya tenía demasiadas cosas en las que pensar.
La señorita Calloway creía que terminarían el proyecto ese mismo día. Y Cory tenía sentimientos encontrados al respecto.
Por una parte, habían invertido muchísimas horas en aquel proyecto y estaba deseando ver el resultado final de tan duro trabajo. Pero iba a echar de menos a todas las personas involucradas en el proyecto. Hasta a Henry y al agente De Sanges. Y, por supuesto, a la señorita Calloway.
Pero, sobre todo, iba a echar de menos la posibilidad de ver a Danny G. de forma regular. Y le encantaría poder ir a su instituto.
Se preguntó si desaparecería para siempre de su vida. Ella ya había decidido renunciar a los grafitis, puesto que las calles habían dejado de ser un lugar seguro para ella. Además, después de trabajar en aquel proyecto, tenía ganas de cosas grandes. Sin embargo, la calle era el único espacio que compartía con Danny. ¿Qué pasaría si desaparecía también él? Ni siquiera sabía dónde vivía. Había intentado localizar su dirección en la guía de teléfono, pero no había obtenido ningún resultado.
Ella pensaba que habían llegado a ser buenos amigos. Pero también era consciente de que estaba molesto con ella porque no le había hablado a De Sanges de aquel matón y de lo que había visto en la joyería. En realidad, Cory pensaba hacerlo esa misma tarde, cuando acabaran el proyecto. Porque lo último que quería era que aquel hombre pudiera seguirla algún día hasta su casa. Prefería morir a poner a su madre en peligro. Y aunque hasta el momento había conseguido despistar a Arturo, nada podía garantizar que la suerte siguiera acompañándola.
Además, no quería pasarse el resto de su vida encerrada en su apartamento. Se volvería loca.
Sacudió la cabeza. No necesitaba que todo aquello le estropeara el día. Ya se enfrentaría más tarde a ello, pero hasta entonces, intentaría no preocuparse. Porque lo único que importaba en aquel momento era que estaba muy guapa, que iba a ver a un chico que le gustaba y que estaba embarcada en un proyecto que le encantaba con una mujer a la que admiraba.
Rezó para que la situación no cambiara por lo menos durante las siguientes horas.