Nueve

QUÉ rabia. Justo cuando estaba comenzando a confiar en mis primeras impresiones, Jase tiene que fastidiarlo todo. ¡Odio que los hechos contradigan mis prejuicios!

Cuando Bruno Arturo vio a un adolescente con un bote de spray, dio media vuelta y retrocedió a grandes zancadas en su dirección. Sí, Schultz le había ordenado que dejara las cosas tal y como estaban, pero aquello tenía que ser cosa del destino. ¿Por qué si no iba a aparecer un grafitero al que había visto vagando por las calles en otras ocasiones justo en el momento en el que estaba lamentándose de no poder localizar a su presa?

—¡Eh, chaval!

El chico alzó la mirada, pero continuó caminando con la cabeza oculta bajo la capucha y arrastrando unos pantalones holgados que dejaban al descubierto varios centímetros de sus boxers. En los pies llevaba unas zapatillas de deportes con los cordones desatados.

—¡Tú! ¡Estoy hablando contigo!

Dios santo, ¿qué demonios podía pasarle por la cabeza a un adolescente para ponerse esos harapos por las mañanas? Advirtió que el chico volvía la cabeza y le espetó, al tiempo que alisaba la solapa de su chaqueta gris:

—¡No te alejes de mí!

—¿Qué te pasa, tío? —el adolescente se volvió, pero echó la cabeza hacia atrás y se cruzó de brazos en un gesto retador—. ¿Qué quieres?

—Quiero que contestes a unas preguntas sobre uno de los de tu especie.

—¿De qué especie estás hablando, imbécil? ¿De los negros?

—No, idiota, estoy intentando localizar a un tagger. Un tagger blanco —añadió intencionadamente.

—No conozco a ninguno. Yo me dedico a los grafitis.

—No digas estupideces. Veo a taggers y a grafiteros juntos continuamente. Lo único que os diferencia es que vosotros utilizáis spray de colores. Así que dime dónde puedo localizar a este chico.

Describió al adolescente al que había perseguido por los tejados con todos los detalles que pudo recordar.

Pero su interlocutor se limitó a encogerse de hombros y Bruno tuvo la sensación de que ni siquiera le estaba escuchando.

—Ya te he dicho que no le conozco, tío. No puedo ayudarte.

—Bueno, si no puedes, qué se le va a hacer —respondió Arturo con exquisita amabilidad.

Inmediatamente, agarró al joven por la garganta y lo arrastró hasta el callejón más cercano.

—Y ahora —dijo con calma, mientras el chico se aferraba con fuerza a su mano y le miraba con los ojos a punto de salírsele de las órbitas—, ¿qué te parece si vuelves a intentarlo?

Poppy se descubrió mirando a Jase de reojo mientras el grupo cubría con una capa de pintura la pared de otro de los comercios. Era martes por la tarde, habían pasado veinticuatro horas desde el desahogo de Cory. Jase se había mostrado más amable desde entonces, no estaba ni tan rígido ni tan serio.

Tampoco podía decirse que fuera todo sonrisas o que pareciera dispuesto a convertirse en el mejor amigo de los chicos. Pero Poppy había reparado en la delicadeza con la que había tratado a Cory cuando se habían encontrado aquel día y también en la afabilidad con la que le había permitido guardar las distancias. Además, aunque continuaba sin estar de acuerdo con ella sobre aquellos pequeños delincuentes, era evidente que había hecho algo bien cuando había ido con Danny y con Henry a la cafetería. Poppy no sabía qué les había dicho, pero los dos chicos se habían comportado con una gran naturalidad con Cory cuando habían vuelto. Después de la revelación de la adolescente y, sobre todo, tratándose de chicos, Poppy dudaba de que hubieran dejado el tema de lado si no hubiera sido porque alguien les había recomendado que lo hicieran.

De modo que aquello era... una buena noticia. O por lo menos debería serlo. El problema era que, el estómago le daba un vuelco cada vez que miraba al policía. Porque no estaba del todo segura de que un De Sanges más comprensivo fuera una cosa buena.

Ya era suficientemente problemático que Jase le gustara con su habitual actitud de «yo soy un hombre serio y por lo tanto no sonrío jamás». Aquella atracción no tenía ningún sentido, pero, por lo menos, su actitud fría la ayudaba a guardar las distancias.

¿Ah, sí? ¿Estaba segura? Resoplando disgustada, sacó una lama de una vieja persiana veneciana del bolso y se acercó a la zona que Henry estaba evitando pintar con intención de enseñarle a utilizar aquella pieza de aluminio para no manchar la pared adyacente.

Pero su mente volvió a enredarse en un revoltijo de pensamientos en cuanto ya no tuvo nada que pudiera distraerla. Porque si el Jase menos jovial ya era una persona a la que había tenido en gran consideración, ¿qué podía hacer cuando veía asomar una sonrisa a sus labios y le entraban ganas de comérselo?

Sí, claro, como si su actitud esquiva le hubiera servido para alejarse de él.

Maldita fuera. No conseguía entenderlo. ¿Por qué tenía que sentirse así con él? Jamás en su vida se había sentido tan libidinosa. Jamás le había pasado algo así, que le bastara mirar a un hombre para pensar: «quiero acostarme con él».

Ahogó un bufido burlón. Se estaba atribuyendo demasiados méritos si realmente creía que había algún pensamiento implicado en sus reacciones. Lo único que había eran sus terminales nerviosas y la constante conciencia de su presencia. Bastaba con pensar en lo que había pasado el otoño anterior, cuando se habían encontrado en la mansión y ella creía que no pensaba investigar el robo. A pesar de que estaba enfadada con Jase, no podía evitar desear restregarse contra él como una gata en celo.

No tenía la menor idea del origen de todas aquellas urgencias. Ella siempre había imaginado que la clase de hombre que pudiera tener un impacto emocional de ese tipo sobre ella sería... bueno, una persona muy diferente a Jason De Sanges, eso por supuesto. Había imaginado un hombre con talento artístico e inquietudes sociales, un hombre que se pareciera quizá un poco a su padre, un hombre al que le encantara reír y que pensara que su deseo de cambiar el mundo niño a niño era algo maravilloso, y no algo tan molesto como un grano en el trasero.

Se descubrió con la mirada fija en aquella parte de la anatomía De Sanges y continuó estudiándola en detalle. Cuando iba vestido de traje, su trasero ya parecía suficientemente redondo, musculoso y lo bastante atractivo. Pero con aquellos vaqueros... Que el cielo se apiadara de ella. Aquél era un trasero de primera categoría...

¡Por el amor de Dios, Poppy! Apenas pudo reprimir las ganas de darse una palmada en la frente. ¿Quién demonios pensaba que era? ¿Una adolescente suspirando por el capitán del equipo de fútbol? ¡Ni siquiera siendo adolescente había adoptado aquella actitud!

Lo peor de todo era que tenía el presentimiento de que las cosas no iban a mejorar. Porque ya era suficientemente difícil mantener tanto sus ojos como sus pensamientos alejados del trasero de Jase cuando éste se comportaba como el digno doble de Robocop. ¿Cómo se suponía entonces que iba a conseguirlo cuando se transformaba en un tipo sensible, en un digno representante de la Nueva Era?

Intentando mantener las distancias, así. Suspiró furiosa y cuadró los hombros.

Claro que sí, podría hacerlo. Podía y debía comportarse de una forma profesional y mantener sus inclinaciones personales bajo llave. No iba a permitir que fueran sus hormonas las que dominaran la situación. No volvería a mirarle el trasero. Y, excepto cuando tenían que trabajar con aquellos adolescentes, había cientos de situaciones que le permitían poner distancia entre ellos. Tanto física como emocionalmente.

Estuvo moviéndose entre los chicos, controlando su trabajo y ofreciéndoles palabras de ánimo. Le sonó el teléfono justo en el momento en el que estaba alabando el trabajo limpio y eficiente de Danny y dobló la esquina del edificio para contestar. Con la mirada fija en el tráfico de la calle, se tapó la oreja libre para aislarse del ruido de los coches.

—¿Diga?

—¿Señorita Calloway? Soy Barb Jackson, la abuela de Darnell.

Poppy sonrió al pensar en su mejor alumno del programa del Distrito Central.

—Hola, señora Jackson, ¿qué tal está?

Su sonrisa desapareció al advertir que el nerviosismo y el miedo iban aumentando en la voz de su interlocutora a medida que hablaba. En dos ocasiones tuvo que pedirle que intentara tranquilizarse y más de una vez se vio obligada a hacerle repetir algo de lo que había dicho para comprender los motivos de su disgusto.

Al final le dijo:

—Señora Jackson, ahora mismo estoy con otro grupo de chicos, pero supongo que dentro de una hora ya habremos terminado. ¿Le parece bien que pase por su casa? ¿Sí? Estupendo, espere un momento mientras voy a buscar un papel para apuntar su dirección —corrió hasta el bolso y sacó una libreta y un bolígrafo—. Muy bien, ya estoy lista. Deme su dirección y su número de teléfono.

Minutos después, palmeaba la libreta contra su mano y miraba a Jase pensativa. En realidad, lo último que quería era involucrarle en aquel asunto, pero, en tanto que policía, disponía de fuentes con las que ella no se atrevería ni a soñar.

Guardó la libreta y el bolígrafo en el bolso y se acercó a grandes zancadas hasta Jase, que estaba en la misma esquina en la que Henry trabajaba.

Éste le dirigió una mirada con la que parecía estar diciéndole «no te metas ahora conmigo».

—Esta lama de persiana va bien para las zonas pequeñas —le advirtió a Poppy—, pero ahora estoy tapando esto y quiero acabarlo antes de que termine el año.

—Muy bien. Siempre que funcione, por mí, estupendo. Pero no he venido aquí por eso. Necesito...

Las palabras se le quedaron atascadas en la garganta, porque aquella petición contradecía directamente su promesa de mantener las distancias. Aun así, no podía dejar de decírselo. Jase disponía de muchos más medios que ella, se recordó. Y aquello no tenía nada que ver con su relación, era un problema de Darnell. Tragó saliva.

—Necesito ayuda.

Después de que los adolescentes se marcharan, Jase hundió las manos en los bolsillos y caminó junto a Poppy hacia su coche, preguntándose qué demonios estaría pasando. No habían tenido tiempo de hablar y todavía no estaba seguro de por qué había contestado afirmativamente en cuanto Poppy le había pedido ayuda.

No era su comportamiento habitual. Siempre le había gustado poner los puntos sobre las íes antes de comprometerse a nada. ¿Pero se había preguntado siquiera para qué podía necesitar su ayuda? Diablos, no. El último sol de la tarde dibujaba un aura alrededor de los rizos de Poppy y entretejía sombras a través de sus largas pestañas y él sólo había podido decirle que sí. Por supuesto.

Casi inmediatamente, aquella aquiescencia tan impropia de él le había hecho detenerse en seco. Pero antes de que hubiera podido retractarse y pedir detalles, Henry había puesto fin a cualquier posible conversación al anunciar que había terminado su trabajo. Después, todos y cada uno de los adolescentes parecía tener una opinión o una pregunta para Poppy, de modo que no les habían dejado un solo minuto para hablar a solas.

Pero por fin estaban solos, así que abrió la boca para pedir detalles sobre lo que ciegamente se había comprometido a hacer. Sin embargo, cuando Poppy se detuvo delante del que era su coche, Jase fue incapaz de pensar en nada que no fuera aquel vehículo.

Dios santo, debías tener quince años por lo menos y estaba prácticamente hecho pedazos. Si hubiera visto un coche tan destartalado el día que le habían sacado del caso Lewis para ocuparse del robo que habían sufrido Poppy y sus amigas, se habría librado de un buen número de malentendidos sobre su situación económica.

—Iremos en mi coche —propuso.

Sin ofenderse, Poppy sonrió con malicia mientras acariciaba el parachoques oxidado de su turismo.

—¿Por qué todo el mundo cree que mi coche está a punto de romperse? Es posible que Maybelline no tenga muy buen aspecto, pero funciona mucho mejor de lo que parece.

—Eso espero, porque tiene el aspecto de un cubo oxidado —se la quedó mirando de hito en hito—. ¿Le ha puesto nombre a su coche?

—Claro que sí. Llevamos mucho tiempo juntos, no podía seguir llamándole «coche» —le miró divertida—. Asumo que usted no les pone nombre a los suyos.

—Jamás en mi vida —musitó él.

Pero se imaginaba perfectamente a Poppy Calloway haciéndolo. Durante aquellos días, había descubierto en ella una luminosidad, una especie de alegría interior, que la hacía resplandecer. Por supuesto, él no pensaba ponerse a su altura.

—Vamos —dijo malhumorado—, tengo el coche en la otra esquina.

La condujo a toda velocidad hacia su monovolumen. Le abrió la puerta y en cuanto estuvo instalada en el interior, rodeó el coche, se montó y metió la llave en el encendido, pero en vez de girarla, se volvió hacia ella y la miró fijamente.

—Muy bien, y ahora, ¿puede decirme a qué demonios quiere que la ayude?

—No es nada ilegal, se lo aseguro —contestó secamente, e hizo un gesto con los dedos—. ¿Le importaría que fuéramos hacia el Distrito Central mientras hablamos?

—No.

Poppy suspiró.

—Barb Jackson, la abuela de uno de los estudiantes que participa en el programa que dirijo en el Distrito Central me ha llamado. Darnell ha desaparecido y está muy asustada.

Jase se la quedó mirando fijamente.

—A pesar de lo que pueda sugerir el hecho de que me hayan asignado este trabajo, no soy su policía personal. Por no hablar de que me dedico a investigar robos, no a buscar personas desaparecidas.

—Algo de lo que en este momento me alegro, porque lo que le ha dicho hasta ahora la policía es que no se preocupe, que Darnell tiene que llevar veinticuatro horas desaparecido para que empiecen a buscarle.

—Y hay motivos para ello. En nueve de cada diez ocasiones, los chicos acaban apareciendo.

—Darnell es un buen chico, Jase —volvió a tutearle—. ¿Qué pasaría si ésta fuera la ocasión en la que no aparece? Sé que te ocupas de casos importantes que no puedes estar atendiendo por culpa de este trabajo, y, sinceramente, no espero que dejes todo lo que estás haciendo. Pero dispones de recursos con los que no contamos ni la señora Jackson ni yo. ¿No puedes por lo menos hablar con ella?

Debería decirle que no; y pretendía decirle que no. Sin embargo, encendió el motor casi a regañadientes. Y se dirigió hacia donde Poppy le pedía.

Veinte minutos después, aparcaban delante de un cuidado bungalow de mediados del siglo XIX. Durante un breve instante, mientras apagaba el motor, se limitó a permanecer en su asiento con la mirada fija en el camino de la casa. Suspiró después resignado y se volvió hacia Poppy.

—Supongo que no vas a cambiar de opinión sobre todo esto, ¿verdad?

—Necesita nuestra ayuda, Jase.

Jase soltó una maldición y, haciendo un esfuerzo por ignorar el extraño efecto que tenía en sus entrañas el hecho de que volviera a tutearle, salió del coche y lo rodeó a grandes zancadas para abrirle la puerta. Pero Poppy se le adelantó y, con la mirada fija en sus caderas, Jase la siguió durante el corto camino que conducía hasta la casa. Una vez en la puerta, cuando Poppy se detuvo para llamar al timbre, se descubrió respirando prácticamente contra su nuca, de modo que tomó aire y retrocedió. Aquella mujer le estaba volviendo completamente loco.

La puerta se abrió y la responsable de su locura dijo:

—¿Señora Jackson? Soy Poppy Calloway y éste es el agente De Sanges.

—Gracias por venir —una afroamericana ligeramente gruesa de unos sesenta años les abrió la puerta de par en par para invitarlos a entrar—. Pasen, por favor —le dirigió a Jase una mirada fugaz—. No sabía que iba a acompañarla un policía.

—No pertenezco al Departamento de Personas Desaparecidas, señora Jackson, pero la señorita Calloway me ha pedido que la ayude con la desaparición de su nieto. No tengo ninguna autoridad para ocuparme de un caso de otro departamento, pero...

—No es un caso de nadie, agente. Cuando he llamado al instituto de Darnell y me han dicho que no había ido en todo el día, he llamado al Departamento de Personas Desaparecidas. Me han contestado que no llevaba fuera el tiempo suficiente como para abrir el caso.

—La mayor parte de las veces, las personas desaparecidas regresan durante ese periodo de espera. Pero veremos lo que podemos hacer.

La señora Jackson les condujo al cuarto de estar, una habitación amueblada de forma muy sencilla, pero limpia y con las paredes pintadas de un alegre verde primaveral.

—Por favor, siéntense.

El policía se sentó en el sofá y, en un gesto automático, alargó la mano al que debería haber sido el bolsillo interior de su chaqueta; sólo entonces se acordó de que aquel día había prescindido del traje.

—Lo siento, señora Jackson, no he traído la libreta. ¿Le importaría dejarme un papel y un bolígrafo para tomar nota?

La abuela de Darnell le entregó inmediatamente una libreta y un bolígrafo.

—Gracias.

Jase abrió la libreta, miró a la anciana y presionó el bolígrafo para empezar a escribir.

—¿Cuándo vio por última vez a su nieto?

—Ayer por la noche, antes de acostarme —se volvió hacia Poppy—. Continuaba hablando de la última clase de pintura, así que al principio, al ver que no volvía, he pensado que a lo mejor estaba en casa de esa chica latinoamericana que le gusta, o que quizá habría ido a casa de algún amigo. Pero cuando he visto que no llamaba y que no aparecía a la hora de la cena, he empezado a llamar a sus amigos —arrugó el rostro como si estuviera a punto de llorar, pero recuperó el control—. Nadie sabe nada.

—O no quieren decirlo.

La anciana se removió molesta en su asiento.

—¡Es un buen chico! Y también lo son el noventa y nueve por ciento de sus amigos.

—No estoy insinuando lo contrario, señora. Pero hasta los mejores adolescentes son adolescentes. Hacen cosas sin pensar en las consecuencias. Todos ellos parecen creer que si hubiera un undécimo mandamiento, sería «Intenta proteger a tus amigos hagan lo que hagan». A veces mienten sencillamente porque saben que a los adultos no les gusta la verdad y no quieren asumir la responsabilidad de no estar a la altura de sus expectativas. No conozco a Darnell y no puedo decir que haya hecho ninguna de estas cosas, pero es preferible que lo tengamos en cuenta. ¿Tiene coche?

—No, señor.

Jase se levantó.

—¿Por qué no me enseña su dormitorio? Y podría buscar una fotografía suya y una lista con las direcciones y los teléfonos de sus amigos mientras yo le echo un vistazo a su cuarto.

—De acuerdo —les condujo a una habitación que había al lado de la cocina.

Cuando la anciana les dejó en la puerta y regresó a la cocina, Poppy se volvió y observó a Jase mientras éste revisaba las pertenencias del adolescente.

Y se descubrió a sí misma reconsiderando todo lo que hasta entonces había pensado de él.

El año anterior, cuando De Sanges le había dicho muchas cosas que no le había gustado oír, le había juzgado rápidamente. Sin embargo, era consciente de que De Sanges se limitaba a exponer lo que veía basándose en su experiencia profesional. Al contrario de lo que ella había asumido en un primer momento, no lo hacía para desanimar a nadie ni para herirlo, sino para aportar una información lo más veraz posible. Y el cielo sabía que todo podía corroborar lo que acababa de decir de los adolescentes.

También estaba convencida de lo que le había dicho a Cory: las cosas serían muy diferentes si hubiera habido más policías como él ocupándose del caso Capelli. Era un hombre terco y demasiado detallista como para permitir que a un hombre le mataran por haber tenido el valor de identificar a un asesino.

—Es un chico con talento —comentó Jase, interrumpiendo el curso de sus pensamientos.

Poppy alzó la mirada y le descubrió estudiando algunos de los dibujos de Darnell, sujetos con chinchetas en las paredes.

—Sí, tiene un gran talento.

—No veo que tenga ordenador.

—Seguramente utilizará los de la biblioteca. La señora Jackson ha podido ofrecerle una vida digna, pero tiene unos ingresos muy reducidos y objetos como los teléfonos móviles o los ordenadores para ellos son un lujo.

Jase se encogió de hombros con un gesto que sugería que tenía que enfrentarse a aquellas diferencias sociales a diario.

—Revisaré la papelera y veré si hay algo que pueda darnos alguna pista.

La señora Jackson se reunió con ellos y Jase estudió la foto que le entregó. Le pidió después a la abuela de Darnell que revisara sus ropas por si se le había pasado algo por alto, y después que identificara a las personas que aparecían en los bocetos de una libreta del adolescente.

—Ésa soy yo, por supuesto —dijo la anciana.

Se sentó en silencio, con los ojos llenos de lágrimas. Se sorbió la nariz, se enderezó y acarició lentamente las líneas dibujadas en el papel. Pasó la página y estudió detenidamente otro de los dibujos.

—Creo que ésta es esa chica que le gusta y que está en la clase de la señorita Calloway.

Poppy se inclinó hacia delante:

—Sí, es Emilia. Se llevan muy bien.

Jase miró entonces a la señora Jackson:

—¿Qué ha dicho Emilia cuando la ha llamado?

Cuando la señora Jackson contestó que no había podido llamarla porque no tenía su número de teléfono, Poppy se ofreció a ponerse en contacto inmediatamente con la chica.

La abuela de Darnell tensó de repente las facciones.

El agente desvió la mirada del rostro de la anciana para observar de cerca otro boceto.

—¿Y éste quién es?

—Nadie —respondió la señora Jackson tajante.

—Tiene que ser alguien, señora, si no, su nieto no le habría dibujado.

—Se llama Freddy Gordon y Darnell y él eran amigos —reconoció reticente—. Pero Freddy se unió a una banda y ya han dejado de verse.

—De todas formas, también necesito su dirección. No podemos dejar de levantar una sola piedra.

—Puedo decirle exactamente lo que va a encontrar debajo de esa piedra en particular —musitó la señora Jackson.

Aun así, se levantó, tomó la lista que ella misma había confeccionado y regresó con ella a la cocina.

Sin cambiar apenas de expresión y estableciendo el mínimo contacto visual, Jase le pasó a Poppy la libreta. Para su propia sorpresa, Poppy comprendió que estaba empezando a interpretar los diferentes matices de la cara de póquer del agente. Y al bajar la mirada, comprendió por qué a Jase le costaba aceptar las palabras de la señora Jackson. En el dibujo aparecía un joven de mirada triste y casi vieja, pero en sus labios se insinuaba una dulce sonrisa.

—Es posible que este chico sea una fuente de problemas o una mala influencia, pero Darnell le ha dibujado con cariño —musitó Poppy, admirando la capacidad del chico para dar vida a sus dibujos.

—Sí —Jase se levantó—. También ha sido ésa mi impresión.

Se encontró en la puerta con la señora Jackson, que regresaba en aquel momento de la cocina, aceptó la nueva hoja que le tendía y le dijo:

—Señora Jackson, voy a llevarme la fotografía de Darnell y toda la información que nos ha dado y empezaremos a buscarle. En cuanto tenga alguna noticia, se lo haré saber.

La anciana buscó su mano y la retuvo entre las suyas para agradecerle lo que estaba haciendo. A continuación, repitió el gesto con Poppy. Cinco minutos después, estaban de vuelta en el coche.

Jase miró a Poppy y ésta vio algo en sus ojos que le decía que después de aquella visita, estaba tan comprometido en aquella búsqueda como ella.

—Vamos a hablar con Freddy Gordon —anunció Jase, y puso el coche en marcha.