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6:00 a.m.

Isla de Chongming

Shen Deshi se encontraba al volante de su coche, frente a la comisaría 5 de Chongming, aguardando el cambio de turno. Llevaba casi nueve horas allí aparcado, repasando mentalmente el plan una y otra vez. Aquella agente se la había jugado. Tendría que devolverle el dinero. Luego lo dividiría según lo acordado con el ministro, y se jubilaría oficialmente. Todavía había esperanza.

La mujer salió al cabo de unos minutos y se alejó en una bicicleta. Shen Deshi la siguió dejando una buena distancia entre ellos.

Llegaron a un ruinoso edificio de cuatro plantas, de la clase que el inspector conocía muy bien. Albergaría en total a cinco o seis familias, cada una ocupando lo que era esencialmente una habitación grande. Salió del coche en pos de ella. Nadie como él para realizar un discreto seguimiento. Cuando la joven entró en el piso de la tercera planta no se había percatado de su presencia.

Shen Deshi no quería darle tiempo para ponerse cómoda. Se acercó a la puerta y la abatió de una patada, con tal fuerza que la hizo rebotar contra la pared. Se apartó un lado para permitir que volviera a cerrarse sobre las jambas rotas.

Llevaba una piedra en la mano derecha.

Ella tenía un bebé en brazos.

Al ver al niño, el inspector se frenó un momento. La chica era muy joven. Se había imaginado que compartiría el apartamento con otras cuatro o cinco mujeres como ella, pero en lugar de eso se encontró a otro agente de policía a su derecha, un tipo grande con la camisa desabrochada. Un tipo nada contento. Un tipo con una navaja en la mano.

—Es él —dijo ella—. El de la mamada.

Shen se pasmó de su propia estupidez. Había dejado que las prisas y las emociones dictaran sus actos. ¿Desde cuándo? Desde que aquella puta le robó su futuro del asiento trasero del coche, respondió su mente.

—Lo único que quiero es mi dinero.

—¿Qué dinero? —preguntó la joven con tono imperioso.

El marido no dijo nada. Se limitó a dar un paso hacia el inspector, con la navaja a un costado.

—¿Estás segura? —le preguntó por fin a su mujer.

—¿Dudas de mí? Esas cosas no se olvidan. —Y escupió en el suelo—. Todavía noto su sabor en la boca.

La expresión en los ojos del policía era turbadora. Shen estuvo a punto de abandonar en ese momento, pero no pensaba permitir que lo intimidaran un par de ladrones comunes.

—El dinero, y me marcho. —Pero había subestimado seriamente al marido, que se lanzó no contra él, sino hacia la puerta para bloquear la salida.

La mujer había dejado al niño en una cuna y ahora también blandía un cuchillo.

—¡Podemos negociar! —exclamó Shen. La piedra que llevaba en la mano le parecía inútil ahora. No es que no pudiera vencer a un hombre y una mujer, ambos armados con cuchillos. Tal vez recibiera varios cortes, pero sobreviviría. Sin embargo, era la expresión en los ojos del marido lo que le helaba la sangre en las venas.

—Aquí no —dijo el hombre con calma.

—Yo sé dónde —replicó ella—. Un sitio remoto, abandonado. Perfecto.

Shen Deshi vio mentalmente el agua ensangrentada corriendo sobre la mesa de carnicero para perderse por el desagüe.

—Seamos razonables.