Marie 4

Timothy conduce el coche patrulla, con la mirada fija más allá del parabrisas. A su lado, con el gesto crispado, como si estuviera haciendo denodados esfuerzos por no romper a llorar, está sentado el Sheriff.

Atrás, John y tú, viajáis, dejando un espacio entre ambos, pegados vuestros cuerpos a las respectivas ventanillas.

Nadie dice nada. Ninguno de vosotros parece tampoco saber qué se puede decir en momentos así.

Lleváis horas atravesando pueblos y ciudades fantasmales. Ni rastro de gente viva; ni tampoco del ejercito o la policía.

Esperabais encontraros con algún cordón policial, al menos cuando abandonasteis el condado, pero apenas habéis visto un par de coches patrulla y un camión militar, aparcados en las orillas de la calzada, como si hubiesen sido abandonados a toda prisa.

Sólo quedan tareas a medio hacer: ropa tendida, perritos y hamburguesas calentándose, periódicos en los cestos de bicicletas abandonadas, utensilios de limpieza esparcidos por el suelo, coches con la capota levantada o desnudos de neumáticos, asomando dentro de talleres de reparación; camiones de reparto con las puertas traseras, abiertas de par en par, y la carga todavía visible en el interior; escaparates iluminados y con los carteles de «Abierto» colgados bien a la vista; un cubo de cemento y ladrillos amontonados a un palmo escaso de una fachada sin terminar; las agujas de los relojes moviéndose… sólo falta la gente que hacía aquellas cosas.

El silencio te hiela la sangre. Es como si todo el mundo estuviera escondido, hubiese sido evacuado o se estuviera descomponiendo y pudriéndose, rodeado por las moscas que revolotean por todas partes.

Cuando lograsteis huir en aquel coche patrulla, sentiste un hálito de esperanza, como si aún pudiera haber algo de luz en vuestras vidas destrozadas por la pérdida. Pero ahora, a medida que avanzáis y no encontráis otros supervivientes, el pesar y el cansancio parecen haberse convertido en dueños y señores, tanto de vuestros cuerpos como de vuestras mentes.

Eres consciente de que no podéis ser los únicos humanos sobre la faz de la tierra, que tarde o temprano, encontraréis a otros. Pero el pesimismo se ha instalado de tal forma en tu corazón, que desearías haber muerto en casa, aunque fuera a manos de Greg, antes que ser testigo de las atrocidades que has podido contemplar desde entonces.

—¡Marie! —grita John, mientras te zarandea—. ¡Todos! ¡Mirad ahí arriba!

Tardas un poco en reaccionar. El repentino ataque de histeria de John te ha cogido por sorpresa. Pasar del silencio más absoluto a semejante algarabía no resulta fácil.

Cuando logras centrarte un poco, te acercas a la ventanilla de John para descubrir qué puede ser tan importante, como para que él, os haya despertado del letargo en el que estabais sumidos.

John señala con el dedo índice a un punto situado muy por encima del horizonte. Te cuesta creer que él pueda ver algo que tú eres incapaz de identificar, siendo varias décadas más joven que John.

—Es un avión, ¿verdad? —grita Timothy, mientras se echa casi sobre el volante y mira hacia arriba.

—Sí, chico —dice el Sheriff, contagiado por la emoción de John y Timothy, al mismo tiempo que le pone una mano en el hombro—. No puede ser otra cosa.

El Sheriff enciende la sirena, la cual empieza a aullar y girar en el techo.

—¡Joder —exclama Timothy, mientras se dirige hacia la zona que sobrevuela el avión, sin que nadie le diga nada—, es increíble! ¡Un avión! ¡Un maldito avión!

—Oh, dios, no… —masculla John.

—¿John? —murmuras aterrada— ¿Qué pasa? ¿Qué has visto? ¿Algo va mal?

John no responde, se limita a apartar la cara y lo oyes sollozar.

Te acercas más a John y tratas de enfocar la imagen del avión con tus ojos. Al principio no lo entiendes, pero luego ves algo caer.

«No puede ser», piensas, mientras el pánico comienza a filtrarse en lo más hondo de tu ser. «¿Por qué haría algo así?».

Timothy frena de golpe, dando un volantazo, que provoca que el coche patrulla derrape hacia la derecha y se detenga bruscamente después.

Una bomba se precipita a varios kilómetros de donde os encontráis. Nunca has visto ninguna; sólo en los seriales y en las películas. Pero no te cabe la menor duda de que se trata de una bomba.

En cuestión de segundo, observas como una especie de hongo gigante se forma en el aire y el coche patrulla es barrido por la onda expansiva que lo rodea.

Tu mente comienza a disgregarse, y sientes como, literalmente, te separan la piel del hueso y te arrancan la vida, mientras el blanco lo inunda todo.

FIN.