John 5
Parece que el final está más próximo de lo que imaginasteis. Una marabunta de aquellos seres grotescos se dirige hacia la comisaría.
«Esta maldita infección se está propagando con una rapidez descomunal», piensas, desconcertado, mientras te planteas que quizá no exista ya un lugar seguro al que ir en todo el país.
—¡John! —oyes que te dice Michael. Alzas la cabeza, saliendo bruscamente de tu ensimismamiento, y le miras, aturdido—. Acompaña a James, a la oficina del piso superior. Y llévate todas las armas y munición que puedas cargar, el resto… dáselas al forastero. Marie sube al primer piso. Ahí, según entras del descansillo, a la derecha, hay un pequeño armario, lleno hasta los topes de comida… busca alguna bolsa o una caja que puedas cargar, y llenala con latas de conserva y todo aquello que creas que se puede comer. Tú, Timothy, ayúdame a parapetar ventanas y puertas. Tenemos que ponérselo difícil a esos cabrones, para que se centren en entrar y no nos persigan cuando nos vayamos de aquí.
—Entonces, ¿nos vamos de aquí? —pregunta Timothy.
—Sí, chico —responde Michael—. Quedarnos sería un suicidio. No sé cuánto tiempo tardarían en encontrar un resquicio, por el cual poder entrar. Y aunque no lo encontrarán, el tiempo jugaría en nuestra contra. Si nos quedamos aquí, y la comisaría queda sitiada, no tendremos forma humana de salir y estaremos a expensas de lo que suceda.
—Pero aquí estaremos protegidos —dice Marie—. Si nos marchamos, puede que no encontremos otro sitio donde refugiarnos, y nos den caza.
—Es una posibilidad, Marie —intervienes—. Pero es preferible morir como consecuencia de tus decisiones, que esperar aquí, encerrados, a que todo se solucione, como por arte de magia. Si no nos vamos ahora, luego no podremos cambiar de opinión. Porque estaremos sitiados. Y aunque no sean capaces de entrar, llegará un día que ya no tengamos nada que comer o beber. Y si esas cosas siguen ahí fuera, no habrá forma humana de salir y conseguir suministros. Además, no sé vosotros, pero yo quiero saber cómo se originó todo, y si me quedo, dudo que pueda descubrirlo. Necesito que alguien me diga por qué tuvo que morir Amy; tu marido, Marie; y toda la gente inocente que ha muerto hoy. Necesito entender la naturaleza de un acontecimiento tan absurdo. Algo así, no es normal. No, la evolución no sería capaz de gestar semejante horror. Estoy convencido de que la mano del hombre está detrás de este caos. Sí. Tiene que haber responsables, y quiero mirarles a la cara, cuando traten de explicarme por qué hicieron lo que hicieron… Porque puede que nunca lo entendamos, pero tener esa meta me ayuda a seguir luchando. Si nos quedamos aquí, acabaremos por matarnos entre nosotros o volvernos locos.
Marie se queda en silencio, parece que, lo que le has contado, basta para aplacar sus dudas; al menos, por el momento. Michael te mira, como si quisiera agradecerte el apoyo prestado. Tú intentas esbozar algo parecido a una sonrisa de satisfacción, pero te queda tosca y desangelada, como si las comisuras de tus labios estuvieran tan rígidas que no te permitiesen estirar la boca de forma natural.
—Estaban muy cerca, Sheriff —dice Timothy—. Deberíamos ponernos en marcha, ¿no?
—Sí, Timothy —corrobora Michael—. Tienes razón. En menos de cinco minutos, tenemos que estar fuera del edificio. Cogeremos el coche patrulla, la furgoneta no es fiable, y nos alejaremos tanto como sea posible. ¡Vamos!
Miras al forastero y luego subes los peldaños que conducen al piso superior, lo más rápido que tus envejecidas piernas te permiten. El forastero te sigue, en silencio, sin dar muestras de que el tobillo herido, le moleste en exceso. Mientras ascendéis, te asomas por el hueco de la escalera, y ves como todos se disgregan en distintas direcciones.
Alcanzáis la última planta y entráis en la oficina del Sheriff. El armero está situado próximo al escritorio de éste. Forcejeas un rato con el candado, pues tus dedos ya no son lo que eran. Por fin consigues abrirlo y, tras correr la puerta de cristal, el forastero y tú comenzáis a vaciarlo, rápidamente, y a poner las escopetas y los revólveres, así como las cajas de munición y los cinturones, encima de la mesa.
Una vez todo el contenido del armero está esparcido por la superficie plana del escritorio, comienzas a colgarte los cinturones, pasándolos por encima de la cabeza, de un hombro y otro, tratando de conseguir llevar el mayor número posible. El forastero te tiende una bolsa deportiva, que parece haber encontrado a los pies de la mesa del escritorio del pobre Billy. Tú la coges, la miras, y la vacías.
Luego guardas en su interior tantas armas y cajas de munición puedes. También te pones un cinturón en la cintura con dos revólveres cargados, y coges dos escopetas recortadas, después de cargarlas con los cartuchos correspondientes, llevando una por cada mano.
Cuando consideras que es inútil llevar más, te alejas de la mesa y te encaminas abajo. El forastero coge dos revólveres, se enfunda varios cinturones de munición; en los cuales lleva también dos revólveres más y toma una escopeta y numerosos cartuchos. Se vuelve, y percibes sorpresa en sus ojos, cuando vuestras miradas se cruzan.
Quizá no esperaba que te detuvieses bajo el quicio de la puerta, para acompañarle abajo; o simplemente, has confundido su expresión.
Una vez llega a tu altura, os dirigís a la planta baja.
Basta recorrer un tramo de escalera, para localizar al resto del grupo. Todos están en el descansillo de la primera planta, asomados por entre los muebles y sil as que cubren parcialmente todas las puertas y ventanas.
—Sois los últimos, John —dice Michael—. Tenemos que darnos prisa. Saldremos por la puerta de atrás, cogeremos el coche patrulla y nos iremos. Prestad atención ahí fuera. Por lo que estoy viendo, el grueso de muertos vivientes está todavía a cierta distancia; y al ritmo que van, no creo que nos supongan ningún contratiempo. Pero puede que haya alguno de esos bichos por ahí fuera. No os descuidéis, ni os separéis de los demás. ¿Listos? Bien. Vamos allá. John, entrégales a cada uno de ellos un par de revólveres o una escopeta. Timothy, el forastero, tú John y yo sabemos disparar… a ti, Marie, te enseñaremos en cuanto tengamos un momento de paz.
—Yo no voy —dice el forastero—. Os daré cierta ventaja, mientras guardo el fuerte.
—No, chico —dice Michael—. Debemos irnos todos. No voy a dejar a nadie rezagado. Me da igual lo que hicieras en el pasado, ahora es mi responsabilidad sacarte vivo de aquí. Si llegado el momento, comienzas a cambiar, yo mismo te pegaré un tiro en la cabeza. Pero, hasta que llegue ese momento, no voy a dejar que te suicides. Puede que no cambies, puede que haya una cura o puede que cambiemos todos. En realidad, me importa un carajo. Además, por como se está extendiendo la plaga, empiezo a pensar que la infección se debe propagar también por el aire o el agua, porque no es normal que en tan poco tiempo se haya extendido tanto. Las cuentas que tengas que saldar con la ley, ya las saldarás. Y créeme, si eres culpable de algún delito, me encargaré personalmente de que caiga todo el peso de la ley sobre ti. Pero ahora, como te he dicho, eres uno más.
—Le agradezco sus palabras, Sheriff —dice el forastero—. Pero estoy empezando a notar cómo algo está cambiando dentro de mí… y de alguna forma… sé que el fin está cerca. No me malinterprete, Sheriff. Pero prefiero morir a lo grande, en medio de una gran masacre, enfrentándome cara a cara con esas aberraciones, que esperar a que alguno de ustedes se asuste más de la cuenta y decida pegarme un tiro. No me queda ya nada que perder… Déjeme purgar mis pecados, haciendo algo bueno, para variar. No soy un héroe, ni siquiera soy un buen tipo. Así que, Sheriff, deje que alguien como yo muera de una forma digna. Permítame morir peleando, y que, si puede ser, mi muerte tenga algún sentido. No lo hago por ustedes, ni siquiera les conozco. Compréndanme, gran parte de mi vida he intentando salvar mi propio pescuezo. No soy un samaritano entregado. Soy un gángster, un criminal… Pero siempre sentí que mi vida podía haber sido distinta, si hubiera tenido más valor y me hubiese enfrentado al destino. Y ahora, lo quiero hacer. Cada fibra de mi ser me pide que huya con ustedes, que incluso les sacrifique, si suponen un peligro para mi supervivencia… Pero no quiero seguir siendo un cobarde, quiero tirar de las riendas de mi vida, por una vez. Estoy cansando de correr y de pelear. Y además, prefiero morir siendo un hombre, a morir transformado en una de esas horribles cosas de ahí fuera.
—Bien, como quieras —dice el Sheriff—. Es tu elección. No me gusta la idea, pero estamos perdiendo un tiempo precioso hablando, y hay más gente aquí, además de nosotros dos. Si tu deseo es morir matando, adelante. Pero no me pidas que te dé las gracias por lo que vas hacer.
—No lo haré, Sheriff —dice el forastero—. Ya les he dicho que esto lo hago por mí, no por ustedes.
—Pero Michael —te quejas—. No podemos dejarle aquí.
—Él ha tomado su decisión, John —dice Michael—. ¡Vámonos!
Intentas continuar con la disputa, pero acabas por rendirte, cuando ves como Timothy y Marie siguen a Michael, y tú te quedas solo con el forastero y con la palabra en la boca.
—Márchate, viejo —dice el forastero, cuando te ve dudar—. No te quiero aquí. No quiero a nadie vivo aquí, conmigo.
Bajas la cabeza y te marchas, siendo consciente de que nada de lo que digas o hagas hará cambiar de idea al forastero.