Allí —dijo Rompehuesos señalando torpemente con una zarpa—. El paso que buscamos está entre esas dos colinas. Desde allí, el camino debería de ser muy fácil.
El Príncipe asintió. Pelesh también asintió, aunque con más lentitud. El respeto que les merecía a los soldados había subido un peldaño pero las heridas que le había infligido Rompehuesos tardarían en curarse. Se estremeció y se abrazó a sí mismo.
—¿Qué hay en el paso? —preguntó el Príncipe con languidez—. ¿Algún pueblo?
—Uno, pero apenas digno de mención. —La voz de Rompehuesos era un gruñido lleno de avaricia y hambre—. Podríamos detenernos allí si os place.
—No, no, no es importante. —El Príncipe desechó la sugerencia con un ademán—. Es mejor que lleguemos cuanto antes, ¿no te parece?
Rompehuesos asintió. Un reguero de saliva resbalaba por su hocico.
—Oh, sí.
El Príncipe hizo un ademán y se alejó.
—Me alegra ver que estamos de acuerdo —dijo sin volverse y desapareció en su tienda. Por vez primera desde que Rompehuesos despertara al tesorero en plena noche, estaban los dos solos.
—Tienes prisa, Rompehuesos —dijo Pelesh con voz apagada.
El espíritu contestó con un gruñido.
—Sí. Mira allí. Un rastro. Un viajero. —Con una sonrisa lupina, bajó la cara hasta la de Pelesh—. Huelo al niño.
Algo se movió al otro lado de la puerta de los aposentos de Chejop Kejak. No era una criatura grande. Una criatura grande hubiera sido descubierta y destruida con implacable eficiencia. Pero era pequeña y se ocultaba entre las sombras. La habían visto, pero la habían creído pequeña y débil y gracias a eso había sobrevivido. Y ahora estaba entrando a rastras, con enorme lentitud y sigilo, en los aposentos de Kejak.
El hombre estaba dormido, vio. Se detuvo para acariciarse los largos y ratunos bigotes antes de seguir adelante. La cola rosada y carnosa se arrolló sobre la madera del suelo una vez, dos veces, y entonces la criatura empezó a moverse arañando el suelo.
Se arrastró hasta el pie de la cama. Todavía avanzaba con el máximo sigilo, apenas respirando. Había nacido para aquel momento, la habían creado para aquello. La garganta de Kejak se encontraba a menos de un palmo de ella. Ahora podía ver las tenues señales de la edad que, inevitablemente, estaba haciendo presa del anciano. Las arrugas, la carne fláccida, los músculos que habían perdido el primer atisbo de su color antaño magnífico… todas las evidencias estaban a la vista.
La criatura separó los labios y unos colmillos amarillentos y afilados aparecieron a la vista. Sus ojos rojos despidieron un fulgor de obediencia demente. Durante un instante consideró la posibilidad de no cumplir su cometido. El tiempo borraría muy pronto las culpas y los merecimientos del día de hoy. Pero a su manera era una criatura fiel, así que reanudó su avance. Su primera pata se hundió con suavidad en la almohada de Kejak, junto a su cabeza, y durante un momento de terror aguardó, creyendo que iba a despertar. pero Kejak no despertó. Sus ojos siguieron cerrados y su respiración siguió siendo regular y al cabo de una docena de latidos que parecieron un millar, la criatura avanzó otro paso.
Fue un paso de más. Rápida como el rayo, la mano de Kejak se cerró a su alrededor. La criatura chilló de terror y lo atacó frenéticamente con las garras, pero en vano. Estirando el cuello todo lo posible, hundió los colmillos en la parte carnosa del pulgar de Kejak, pero éste no apretó con menos fuerza ni soltó a su prisionera.
—Bien, bien —dijo mientras se incorporaba—. ¿Qué tenemos aquí? —Sus dedos se cerraron un poco más—. ¿Otro asesino? ¿Un presagio? ¿O sólo una pequeña alimaña tratando de morder a un anciano mientras duerme?
Como respuesta, el cuerpo de la criatura quedó inmóvil, como si estuviera muerta. Kejak no se dejó engañar.
—Noto los latidos de tu corazón, ¿sabes? —dijo—. Si puedes hablar, dime quién te ha enviado. Si no, prepárate para que aplaste tu cerebro contra el muro. La elección es tuya. —Se levantó y llegó en tres pasos a la puerta—. Es tu última oportunidad, criatura.
—¡Espera! —chilló ésta.
—Ah. Así que puedes hablar. Eso esperaba. Excelente.
Kejak le clavó la mirada y, por primera vez en su existencia, el ser conoció el miedo.
—No me han enviado a matarte.
La voz de la criatura era aguda y alta, como una flauta tocada por un niño sin talento.
—¿Y decidiste que podrías aprovechar la ocasión? Me estaba preguntando qué era lo que andaba por ahí aterrorizando a mis acólitos y me decepciona descubrir que no es más que un diminuto miserable como tú. ¿Quién te ha enviado?
Para subrayar su pregunta, Kejak apretó. La bestia emitió un siseo explosivo.
—¡Por favor! ¡No puedo decírtelo!
—Entonces tendré el placer de sentir cómo se rompen tus costillas entre mis dedos. —Se detuvo un instante y a continuación añadió—. Prepárate.
—¡Espera!
—¿Sí? —Kejak se detuvo en mitad de su movimiento—. ¿Tienes algo que decir?
—Sólo es una advertencia. —La criatura sentía que se le estaban partiendo las costillas. Ahora formar palabras era una verdadera agonía y una neblina roja le oscurecía la visión—. Vengo de… los cielos. Muchos están… contrariados… contigo. Prepárate para ser juzgado por tus obras.
—Oh —dijo Kejak—. Eso.
Cerró el puño de manera convulsa y la espalda de la criatura se partió por una docena de sitios diferentes. Tras dejar caer el cadáver sin vida al suelo, examinó las marcas de colmillos en su pulgar Una herida dolorosa, decidió al fin, pero no preocupante. Podía esperar.
Llamó a sus criados. Un esbelto acólito de asombrosos ojos verdes se presentó en la puerta casi al instante.
—¿Sí, Excelencia?
—Encárgate de esto —dijo, y le puso la criatura muerta en las manos. El acólito no se encogió y Kejak reparó en ello. «Bien. Muy bien», pensó. Puede que aquél sirviera de algo—. Y cuando hayas terminado, haz que sellen mi cámara de meditación.
—Pero, Excelencia —dijo el chico, asombrado—. ¿Después de todos los esfuerzos por mantenerla en buen estado?
—Eso ya no tiene importancia, créeme. —Sacudió la mano con gesto ausente y volaron gotas de sangre por toda la habitación—. Hazlo. Y tráeme una venda. Parece que estoy sangrando.
Fueron las aves de carroña las que finalmente la atrajeron al sur. Al día siguiente de haber enviado a Holok en litera de regreso a la Isla, había avistado la bandada, docenas de retones y otras alimañas del cielo que daban vueltas en la distancia. Demasiadas para un solo cadáver, había pensado, y había enviado a un jinete a investigar. Éste había encontrado varios cadáveres con la librea del Abismo y, según decía, parecía que habían recibido algo más que picotazos de pájaros.
El jinete había encontrado también rastros de un camino que corría en dirección sudeste y había ofrecido a T'fillit la humilde sugerencia de que lo siguieran. La oportunidad, arguyó el hombre, de tender una emboscada a una de las patrullas del Príncipe de las Sombras, era algo que había que aprovechar.
La propia T'fillit no podía por más que estar de acuerdo. Hasta el momento la Cacería había sido infructuosa, aparte de haber encontrado a Holok, y sus tropas estaban menguando por momentos. La oportunidad de cazar unos servidores de la sombra era tentadora y daría a los setenta y ocho hijos reunidos bajo su estandarte algo de lo que presumir al regresar a casa.
Además, pensó, matar a criaturas como aquéllas era siempre una buena idea.
—¡Al sur! —gritó a los heraldos.
—¡Al sur! —repitieron éstos al resto del campamento. Las tiendas fueron desmontadas. Se ensillaron los caballos. Los criados corrían de acá para allá, empaquetando las cosas o abandonándolas por las prisas.
—¡Al sur! —corrió el grito de un lado a otro del campamento.
T'fillit lo observó todo con la mirada entornada.
—Al sur —susurró—. Y hasta el final del camino. Os encontraremos, amigos míos. Tened por seguro que lo haremos.