Dónde conseguiste el cuchillo?
—Daga —le corrigió Flor Implacable. Se movió casi de forma imperceptible para apoyar la espalda en el tronco del árbol—. Es una daga.
—Si tú lo dices. —Yushuv se encogió de hombros—. Ése es el tipo de cosas por las que se preocupaba Dace. —Estaba de pie y observaba la llanura a intervalos regulares para asegurarse de que todavía llovía. Y, como evidenciaba el golpeteo del agua en el dosel de hojas sobre sus cabezas, así era—. Todavía no me has dicho dónde la conseguiste.
Flor Implacable parpadeó, indignada.
—Ya te lo he dicho, la robé.
—¿A quién se la robaste?
Se dio cuenta de que el chico se mantenía a cierta distancia de donde ella estaba sentada. Apoyaba su peso en uno u otro pie de forma inconsciente y daba paseos de un lado a otro, pero no se sentaba en ningún momento y tampoco le daba la espalda. «Una precaución lógica —pensó—, pero una que hace muy difícil sostener una conversación».
—Se la robé al Príncipe de las Sombras —respondió sin variar el tono— y como puedo ver por tu cara que no sabes de quién te estoy hablando, te diré que es un siervo de la muerte y de las cosas que acontecen después de ella. Robarle es algo que no se hace a la ligera.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Ella se encogió de hombros con delicadeza.
—Porque tenía que hacerlo. No creí adecuado que estuviera en su posesión. Pienso que es mejor que la tengas tú.
Yushuv sacó la daga y la miró.
—Supongo que sí. Yo la encontré, ¿sabes? Estaba en los túneles que hay debajo de la aldea donde crecí.
—Aún no has terminado de crecer —dijo ella con reproche y Yushuv se sonrojó. Volvió a guardarla con un movimiento brusco y se dio media vuelta.
—Soy lo bastante mayor —afirmó—, lo suficiente como para haber matado a un montón de… cosas. Y personas.
—Pero lo bastante joven para tener aún mucho que aprender.
Él volvió a girarse.
—No me digas que tú también quieres enseñarme —escupió—. Ya he tenido suficientes maestros y mensajeros diciéndome qué debía hacer. Todo lo que debo hacer es permanecer con vida. Todo lo demás acabará por encontrarme.
—No tengo ninguna necesidad de adoctrinarte. Eres un niño mimado y no siento deseos de prolongar un trato contigo que acabaría irritándome. Y sobre lo de que el destino te encuentre, eso es precisamente lo que ocurre, pequeño rescatador. Asimílalo. ¿Cómo de enormes son las praderas vacías que hay ahí fuera? Y, sin embargo, conseguimos encontrarnos. Ayudados, claro, por esos bufones cuyo escándalo te guió hasta mí.
—Yo te encontré —dijo, malhumorado.
—En cualquier caso, no es coincidencia. No hay duda de que debías recuperar la daga. Ésa es la razón, la única razón, de que el destino nos llevara a encontrarnos. Ésa es la razón de que tus maestros te descubrieran, te instruyeran y te permitieran marchar. Ésa es la razón de que sigas con vida. —Respiró sonoramente y arrugó el entrecejo—. Estoy muy segura de que mi papel no era sólo actuar como un correo, pero la idea me ha costado algunas noches de sueño.
—Creo que estás loca —dijo Yushuv con los brazos cruzados sobre el pecho y en tensión.
—No me importa, yo pienso que tú eres un ignorante.
El chico negó con un gesto de la cabeza.
—No tiene sentido. Todos me cuentan que se sacrifican por mí porque yo debo cumplir un destino increíble. He visto milagros cuando todo lo que podía esperar ver era mi aldea. —Se miró las manos—. Supongo que ahora debería creerlo, pero… Todavía no lo entiendo.
—Si lo comprendieras no reaccionarías. Debes ser quien eres. Dirígete allí donde te lleve el espíritu. Sin duda acabarás en el lugar idóneo en el momento oportuno. O bien eso, o perderás tu destino y sucederá algo catastrófico. Pero no lo creo posible. No se te permitirá que lo hagas.
—Eres de gran ayuda —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Quién no me lo permitirá?
—Entre otros, el Sol Invicto. Llevas su marca. Eso implica que tu destino no te pertenecería aun cuando no tuvieras que cumplir con un gran destino. —Recorrió con sus dedos su cabello cepillado y luego se miró las yemas—. Por si lo has olvidado, llevas el sol en la frente. Eso quiere decir algo.
Yushuv se tocó la frente, como si nunca antes hubiera advertido la presencia de la señal.
—Supongo que es así. ¿Me vas a acompañar?
Ella rió y volvió a reír ante el gesto sorprendido en el rostro del muchacho.
—Desde luego que no. No tengo ganas de estar más tiempo del necesario contigo. Desprecio a los niños y más a los que no saben cuál es su lugar. No, no viajaré contigo y, con un poco de suerte, no os volveré a ver ni a ti, ni al Príncipe de las Sombras.
—Oh —Yushuv parecía estar casi dolido—. ¿Qué harás entonces?
—No lo sé —y se sorprendió al comprobar cuánta verdad había en aquellas palabras—. He pensado en ir a Nexo y quizá abrir allí una tienda. Adivinaría el futuro, elaboraría ungüentos y las jovencitas enamoradas acudirían a mí para comprarme filtros amorosos con los que los chicos estúpidos quedaran prendados de ellas. Sería bastante diferente a estar siempre metida en los asuntos de los grandes y poderosos.
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó Yushuv con tono acusador.
—Sí, así es. Es un privilegio que tienen aquéllos a los que no les queda mucho tiempo de vida. Reírse de los que sí lo tienen.
El chico entrecerró los ojos.
—No eres una anciana, lo pareces, pero no lo eres.
Flor Implacable parpadeó sorprendida.
—La mayoría no se da cuenta. Eres más listo de lo que pareces.
—Todos lo dicen —sonrió abiertamente. Dejó caer las manos a los costados del cuerpo.
—Es lo que deben. No, no soy una anciana, pero al final no es eso lo que importa. Mi cuerpo sí lo cree y también el Tiempo, y son ellos los que tienen el poder de decisión en estos asuntos. —Descruzó las piernas y se levantó—. Creo que la tormenta amaina.
Yushuv ladeó la cabeza para escuchar.
—Quizá, no obstante, pronto oscurecerá. Deberías quedarte hasta mañana.
Ella frunció los labios.
—Tal vez, pero no más.
—No más —accedió él.
Él se encargó de buscar leña seca para encender un fuego. Ella cocinó, y cuando él la miró interrogante para conocer el resultado final, ella lo probó todo cuidadosamente. Se quedó dormida no mucho después, envuelta en una capa de lana de la mochila que Yushuv había recuperado para ella; la había dejado caer cuando se hizo evidente que los bandidos no pretendían nada bueno. Él, por su parte, estuvo despierto casi toda la noche, acuclillado cerca del fuego y vigilando que no los atacaran. Se quedó dormido en posición fetal y cerca de las ascuas del fuego unas pocas horas antes del amanecer.
Y fiel a su palabra, cuando se despertó, ella se había marchado.
Yushuv se fue más tarde, después de enterrar los rescoldos del fuego. No tenía idea de a dónde debía ir, así que se lo dejó al destino. Extrajo la daga del cinturón y la miró durante un momento.
Era tan hermosa como siempre y no mostraba ninguna imperfección a pesar de los viajes. Ahora que se había ido, deseó haberle podido formular otras preguntas a Flor Implacable. Quería saber dónde había estado la daga y cómo había llegado a estar en posesión del Príncipe de las Sombras. Con toda seguridad había muchas historias que habían quedado sin contar.
Sentía también curiosidad por Flor Implacable y lo que le había ocurrido. No le gustaba a la mujer; eso era evidente. Pero se sentía fascinado tanto por lo que no había dicho, como por lo que sí.
En cualquier caso, el tema tendría que esperar para más adelante. Dejó descansar la daga en su mano y la lanzó hacia arriba. Giró en el aire, se abrió camino a través de las ramas que pendían hasta alcanzar la cumbre de su vuelo y luego descendió. Yushuv se apresuró a echarse a un lado para asegurarse de no quedar empalado por el objeto que habría de ayudarlo a tomar una decisión. Luego observó cómo caía sobre el suelo con una fuerza inesperada.
La mitad de la hoja quedó sepultada en la fría tierra. Yushuv se acercó a ella con cuidado y se situó detrás con la intención de juzgar hacia qué ángulo apuntaba.
—Sur-sureste —dijo, y tiró de la daga para sacarla de la tierra. El polvo cayó sin necesidad de limpiarlo pero, en cualquier caso, decidió pulirla frotándola contra las polainas. Dace le había enseñado a mostrar respeto por las armas.
Miró alrededor. Las huellas del campamento habían desaparecido gracias al trabajo de la mañana. Nada parecía indicar que alguien hubiera estado allí y las escasas pruebas que aún restaban se desvanecerían pronto por el azote de los elementos. Flor Implacable no había dejado rastro de su marcha y no había signo de su paso en todos los lugares en los que había mirado. O bien habían desaparecido durante la noche o alguien se había encargado de borrarlas. Daba igual; no había nadie esperándolo para tenderle una emboscada y eso era lo importante.
Miró la daga una última vez.
—Sur-sureste —repitió—, ¿estás segura?
Con un gesto de resignación, guardó la daga en la vaina improvisada y se colgó la mochila de los hombros. El arco que llevaba en la mano izquierda estaba tenso y listo para usarlo. Asintiendo para sí, Yushuv salió a la pradera, ahora ligeramente pantanosa debido a la tormenta de la noche anterior. Miró por encima del hombro el último campamento de un bosque que lo había protegido durante largo tiempo.
—Gracias —dijo, sin saber por qué lo hacía pero creyéndolo importante—. Volveré.
Y diciendo aquello, dio la espalda al verde forraje y continuó caminando, siguiendo la dirección que le había sugerido la daga.