12. ¿Qué es un milagro?

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EN EL PRIMER capítulo de este libro hablé sobre magia, y separé la magia sobrenatural (recitar un conjuro para convertir a una rana en un príncipe o frotar una lámpara para invocar a un genio) de los trucos de escenario (ilusiones, como un pañuelo de seda que se convierte en un conejo o una mujer a la que se corta por la mitad) Hoy en día nadie cree en la magia de los cuentos de hadas. Todo el mundo sabe que las calabazas se convierten en carruajes únicamente en Cenicienta. Y todos sabemos que los conejos salen de chisteras aparentemente vacías tan solo gracias a un truco. Pero hay algunos cuentos sobrenaturales que siguen tomándose en serio, y esos «sucesos» que relatan suelen denominarse milagros. En este capítulo hablaremos de milagros, historias de acontecimientos sobrenaturales que mucha gente cree, a diferencia de los conjuros de los cuentos de hadas, que nadie cree, o de los trucos del escenario, que parecen magia, pero sabemos que son falsos.

Algunos de estos cuentos hablan de fantasmas, otros son leyendas urbanas y otros, historias de extrañas coincidencias, historias como «soñé con una famosa en la que no había pensado durante años y a la mañana siguiente escuché que había muerto esa misma noche» Otros muchos proceden de los cientos de religiones que hay por todo el mundo, y esos en concreto suelen llamarse milagros. Por poner un ejemplo, hay una leyenda de hace unos 2000 años en la que un predicador judío llamado Jesús estaba en una boda en la que se agotó el vino. Él pidió agua y utilizó poderes milagrosos para convertirla en vino, en vino muy bueno, tal como nos dice la historia. La gente que se reía con la idea de que una calabaza se pudiera convertir en un carruaje, y que sabe perfectamente que los pañuelos de seda no se convierten en conejos, sí cree, por contra, que un profeta convirtió el agua en vino, o como los devotos de otra religión podrían contarlo, voló hasta el cielo en un caballo con alas.

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Rumor, coincidencia e historias aumentadas

Normalmente cuando escuchamos la historia de un milagro no lo hacemos de un testigo presencial, sino de alguien que ha oído esa historia de alguna otra persona, que a su vez la oyó de una que la oyó de la prima de una amiga de la esposa de otra…, y cualquier historia que haya pasado por el suficiente número de personas termina desvirtuada. La fuente original de la historia suele ser también un rumor que empezó hace tanto tiempo y se distorsionó tanto en los distintos pasos que es prácticamente imposible adivinar qué suceso —si es que hubo alguno— la inició.

Tras la muerte de alguna persona famosa, héroe o villano, surgen por todo el mundo historias de que se le ha visto vivo por ahí. Esto ocurrió con Elvis Presley, con Marilyn Monroe, e incluso con Adolf Hitler. Es difícil entender por qué a la gente le gusta transmitir este tipo de rumores cuando los escuchan, pero el caso es que lo hacen, y eso es en gran parte el motivo por el que los rumores se extienden.

Este es un ejemplo reciente de cómo se inician esos rumores. Poco después de la muerte del popular cantante Michael Jackson, en 2009, el equipo de una cadena de televisión americana realizó una visita guiada en su famosa mansión, llamada Neverland. En una escena de la película que grabaron, la gente creyó ver a su fantasma al final de un largo pasillo. Yo he visto esa grabación y no me convence para nada; no obstante, fue suficiente como para iniciar esos rumores que luego se han extendido. ¡El fantasma de Michael Jackson anda suelto! Pronto surgieron multitud de imitaciones. Por ejemplo, en la página anterior puedes ver una fotografía que tomó un hombre de la superficie pulida de su coche. Para ti y para mí, especialmente cuando comparamos la «cara» con las otras nubes, lo que vemos es obviamente el reflejo de una nube, pero para la calenturienta imaginación del devoto seguidor tan solo podía ser el fantasma de Michael Jackson, y la imagen ha recibido ¡más de 15 millones de visitas en YouTube!

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En realidad, hay algo interesante en todo esto que merece la pena comentar. Los humanos somos animales sociales, por tanto, el cerebro humano está preprogramado para ver las caras de otros humanos, incluso donde no las hay. Es por eso que la gente imagina a menudo que ven caras en patrones aleatorios hechos por las nubes, en tostadas de pan o en manchas de humedad en la pared.

Las historias de fantasmas que ponen la piel de gallina son divertidas de contar, especialmente si dan mucho miedo, e incluso más si aseguramos que son ciertas. Cuando yo tenía ocho años, mi familia vivió brevemente en una casa llamada Cuckoos, de unos 400 años de antigüedad, con vigas Tudor negras que no paraban de moverse. No es de extrañar que la casa tuviera una leyenda sobre un predicador muerto muchos años atrás, oculto en un pasaje secreto. La historia decía que se podían escuchar sus pasos en las escaleras, pero con el añadido de que un paso se oía mucho más, y la espeluznante explicación era que en el siglo XVI ¡la escalera tenía un escalón más! Recuerdo el placer que sentía al contarle la historia a mis compañeros del colegio. Nunca se me ocurrió preguntarme si había alguna evidencia. Bastaba con que la casa era antigua, y mis amigos quedaban impresionados.

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A la gente le emociona transmitir historias de fantasmas. Y lo mismo ocurre con los relatos de milagros. Si en un libro aparece un rumor de un milagro, dicho rumor es difícil de cuestionar, sobre todo si el libro es antiguo. Si un rumor es lo suficientemente antiguo, comienza a denominarse «tradición», y después la gente termina por creerlo. Es curioso, porque podrías pensar que los rumores más antiguos serían ciertos porque han tenido más tiempo para distorsionarse que los rumores más modernos, demasiado cercanos al suceso al que aluden. Elvis Presley y Michael Jackson vivieron hace demasiado poco como para que sus tradiciones hayan crecido, y por eso no hay tanta gente que crea historias como: «Se ha visto a Elvis en Marte». Pero quizá dentro de 2000 años…

¿Y esas extrañas historias que la gente cuenta sobre haber soñado con alguien al que no han visto ni recordado en años y, después, al despertar, encuentran una carta de esa persona en el felpudo? ¿O los que se despiertan y leen que la persona ha fallecido esa noche? Puede que incluso tú hayas experimentado algo similar. ¿Cómo podemos explicar coincidencias de ese tipo?

Bueno, la explicación más probable es que son exactamente eso: coincidencias, y nada más. La clave es que solo nos molestamos en contar historias cuando suceden coincidencias extrañas, y no cuando no ocurren. Nadie dice: «Anoche soñé con un primo al que no había visto durante años, y a la mañana siguiente desperté y resulta que no había muerto esa noche».

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Cuanto más espeluznante sea la coincidencia, más probable es que se extiendan las noticias sobre la misma. A veces impresiona tanto a alguien que envía enseguida una carta a un periódico. Quizá ha soñado, por primera vez en su vida, con alguna famosa actriz del pasado, y después ha despertado y ha descubierto que ha muerto esta noche. Una visita de despedida en un sueño; ¡qué espeluznante! Pero simplemente piensa por un momento lo que ha ocurrido en realidad. Para que una coincidencia aparezca en un periódico, basta con que la haya experimentado una sola persona de entre los millones de lectores que podrían haber escrito al periódico. Si nos centramos únicamente en Gran Bretaña, unas 2000 personas mueren cada día, y debe de haber cien millones de sueños cada noche. Si lo piensas de esa forma, es normal que de vez en cuando alguien se despierte y descubra que la persona con la que ha soñado ha muerto esa noche. Son estos los únicos que envían cartas al periódico.

También sucede que las historias van creciendo a medida que pasan de boca en boca. A la gente le gusta tanto una buena historia que la embellecen para hacerla aún mejor de como se la contaron. Es tan divertido ponerle a la gente la piel de gallina que exageramos la historia, solo un poquito, para hacerla algo más colorida, y después la siguiente persona por la que pasa la exagera un poquito más, y así una tras otra. Por ejemplo, si te has despertado y has descubierto que alguien famoso ha muerto esa noche, puedes investigar para descubrir exactamente cuándo murió. La respuesta podría ser: «Debe de haber muerto aproximadamente a las tres de la mañana». Después lo mejoras suponiendo que tú podías haber estado soñando con ella alrededor de las tres de la mañana. Y antes de que te des cuenta, el «aproximadamente» y el «alrededor de» desaparecen de la historia hasta que se convierte en: «Murió exactamente a las tres de la mañana, y ese fue el momento exacto en el que la nieta de la mujer del amigo de mi primo estaba soñando con ella».

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A veces podemos conectar la explicación con una extraña coincidencia. Un gran científico estadounidense, llamado Richard Feynman, perdió trágicamente a su esposa por un cáncer, y el reloj de su dormitorio se detuvo en el preciso instante en el que ella murió. ¡La piel de gallina! Pero el doctor Feynman no era un gran científico por casualidad. Estudió una explicación razonable. El reloj estaba fallando. Si lo cogía y lo agitaba tendía a pararse. Cuando la señora Feynman murió, la enfermera necesitaba apuntar la hora para el certificado oficial de defunción. La habitación estaba a oscuras, así que cogió el reloj y lo acercó hacia la ventana para poder verlo. Y ese fue el momento en el que el reloj se detuvo. No fue en absoluto un milagro, solo un mecanismo que falló.

Incluso si no hubiera existido esta explicación, incluso si la cuerda del reloj se hubiera acabado en el momento exacto en el que la señora Feynman murió, tampoco debería impresionarnos tanto. Es indudable que en algún minuto del día o de la noche, muchos relojes en Estados Unidos se detienen. Y mucha gente muere cada día. Para repetir mi argumento anterior, no esperaremos ver en las noticias «Mi reloj se detuvo exactamente a las 16:50, y (¿puedes creerlo?) nadie murió».

Uno de los charlatanes que mencioné en el capítulo sobre la magia presumía de poner en marcha relojes con el «poder de la mente» Invitaría a su gran audiencia televisiva a buscar por su casa algún reloj parado y a mantenerlo en la mano mientras él trataba de ponerlo en marcha a distancia con el poder de la mente. Casi de inmediato el teléfono del estudio sonaría y una voz sin aliento desde el otro extremo anunciaría que el reloj había vuelto a funcionar.

Parte de la explicación podría ser similar al caso del reloj de la señora Feynman. Probablemente, ocurre menos con los modernos relojes digitales, pero en los tiempos en los que estos tenían cuerda, con el simple hecho de coger un reloj parado a veces volvía a funcionar porque el movimiento de la mano activaba la espiral. Esto puede ocurrir con más facilidad si el reloj se calienta un poco, y el calor de una mano puede ser suficiente para hacerlo; no es muy frecuente, pero tampoco tiene que serlo cuando tienes a 10 000 personas por todo el país con un reloj parado en la mano, quizá agitándolo y apretándolo entre sus manos calientes. Tan solo con que uno de los 10 000 relojes se ponga en marcha, su propietario cogerá el teléfono para comunicarlo con gran excitación y para impresionar a toda la audiencia televisiva. Nunca escuchamos nada sobre los 9999 relojes que no se pusieron en marcha.

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Una buena forma de pensar en los milagros

Hubo un famoso pensador escocés en el siglo XVIII llamado David Hume que planteó un razonamiento inteligente sobre los milagros. Comenzó por definir un milagro como una «transgresión» (o rotura) de una ley de la naturaleza. Caminar sobre el agua, o convertir el agua en vino, o arrancar o detener un reloj con el poder de la mente o convertir a una rana en príncipe serían buenos ejemplos de rotura de una ley de la naturaleza. Milagros de ese tipo serían inquietantes, incluso para la ciencia, por los motivos que expliqué en el capítulo sobre la magia. Inquietantes si hubieran ocurrido, quiero decir. ¿Cómo deberíamos responder entonces a las historias sobre milagros? Esa fue la pregunta que se planteó Hume; y su respuesta fue el razonamiento inteligente que he mencionado.

Las palabras que utilizó Hume aún se conservan, aunque la traducción no es exacta porque su inglés es de hace más de 200 años:

Ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea de tal tipo que su falsedad resulte más milagrosa que el hecho que trata de establecer.

Permíteme que exponga el argumento de Hume con otras palabras. Si Juan te cuenta una historia milagrosa, solo debes creerla si resulta más milagroso aún que sea una mentira (o un error o una ilusión) Por ejemplo, podrías decir: «Apostaría mi vida a que Juan dice la verdad, él nunca miente, sería un milagro que Juan dijera una mentira». Eso está bien y es razonable, pero Hume habría dicho algo como esto: «Por improbable que pueda ser que Juan diga una mentira, ¿es realmente más improbable que el milagro que asegura haber visto?». Supón que Juan asegura haber visto una vaca saltar por encima de la luna. No importa la confianza ni la honestidad habitual de Juan, la idea de él diciendo una mentira (o teniendo una alucinación honesta) sería menos milagrosa que una vaca literalmente saltando por encima de la luna. Así que preferirías la explicación de que Juan estaba mintiendo (o se había equivocado).

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Este es un ejemplo extremo e imaginario. Veamos ahora algo que sí ocurrió en realidad para comprobar la idea de Hume. En 1917, dos primas inglesas llamadas Frances Griffiths y Elsie Wright hicieron unas fotografías de lo que dijeron que eran hadas. Arriba puedes ver una de las fotografías de Elsie posando con sus «hadas».

Podrías pensar que la fotografía es un truco obvio, pero en aquella época, cuando la fotografía era aún algo muy nuevo, incluso el gran autor sir Arthur Conan Doyle, creador del famosísimo Sherlock Holmes, creyó el engaño, y también mucha otra gente. Años más tarde, cuando Frances y Elsie eran ancianas, por fin admitieron que esas «hadas» no eran más que recortes de cartulina. Pero pensemos como Hume y tratemos de averiguar por qué Conan Doyle y el resto deberían haber acertado y no caer en el truco. ¿Cuál de las dos siguientes posibilidades crees que sería más milagrosa, si fuera cierta?

1 Eran realmente hadas, gente pequeñita con alas, volando entre las flores.

2 Elsie y Frances recortaron las cartulinas y falsearon las fotografías.

No hay lugar a duda, ¿o sí? Los niños juegan a inventar cosas todo el tiempo, y eso es fácil de hacer. Incluso aunque fuera difícil, incluso aunque sintieras que conocías muy bien a Elsie y Frances y siempre hubieran sido chicas completamente sinceras, que nunca pensarían en hacer un truco similar; incluso si las chicas hubieran tomado una droga de la verdad y hubieran pasado sin problemas el detector de mentiras; incluso si con todo esto junto fuera un milagro que dijeran una mentira, ¿qué habría dicho Hume? Él habría dicho que el «milagro» de que ellas mintieran sería un milagro menor que el de las hadas que aseguraban haber visto.

Elsie y Francés no hicieron ningún daño serio con su broma, y hasta resulta gracioso que llegaran a engañar al propio Conan Doyle. Pero a veces este tipo de trucos de jovencitas no son asuntos de risa, por decirlo de manera suave. Volviendo al siglo XVII, en un pueblo de Nueva Inglaterra llamado Salem, un grupo de jovencitas se obsesionaron histéricamente con las «brujas», y comenzaron a imaginar, o crear, todo tipo de cosas que, por desgracia, los muy supersticiosos adultos de la comunidad creyeron. Muchas mujeres mayores y también algunos hombres fueron acusados de ser brujas en connivencia con el diablo, y de haber hecho conjuros a las niñas, que dijeron haberlas visto volando por el aire y haciendo algunas otras cosas extrañas que se creía que solían hacer las brujas. Las consecuencias fueron muy serias: el testimonio de las niñas envío a cerca de veinte personas a la horca. Incluso un hombre fue lapidado en una ceremonia, algo horrible para una persona inocente, simplemente porque un grupo de niñas se habían inventado unas historias sobre él. No logro entender por qué hicieron aquello. ¿Quizá porque intentaban impresionarse unas a las otras? ¿Pudo haber sido algo parecido al «ciberacoso» que se perpetra en la actualidad a través del correo electrónico y las redes sociales? ¿O realmente creyeron sus propias historias?

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Volvamos a las historias sobre milagros en general y a cómo se iniciaron. Quizá el ejemplo más famoso de jovencitas diciendo cosas extrañas y siendo creídas es el denominado milagro de Fátima. En 1917, en Fátima, Portugal, una niña de 10 años llamada Lucía, acompañada por sus dos jóvenes primos Francisco y Jacinta, aseguró haber tenido una visión en una colina. Los niños dijeron que la colina había recibido la visita de una mujer llamada la «Virgen María», muerta mucho tiempo atrás y que se había convertido en una especie de diosa de la religión local. Según Lucía, la fantasmagórica María le habló y les dijo a ella y a los otros niños que seguiría volviendo el día 13 de cada mes, hasta el 13 de octubre, día en el que realizaría un milagro para demostrar que era quien decía ser. Los rumores del supuesto milagro se extendieron por todo Portugal, y en el día señalado una ingente cantidad de más de 70 000 personas se acercó para ver el milagro. El milagro, cuando llegara, tendría que ver con el sol. Los relatos sobre qué se supone que hizo exactamente el sol difieren unos de otros. Para algunos testigos pareció que «bailaba», para otros giraba como una rueda pirotécnica. El relato más dramático asegura que

… el sol pareció desplomarse del cielo y precipitarse sobre la aterrada multitud… Justo cuando parecía que la bola de fuego iba a caerles encima y destrozarlos, el milagro cesó, y el sol volvió a su lugar habitual en el cielo, brillando tan pacífico como siempre.

Entonces, ¿qué creemos que ocurrió realmente? ¿Hubo realmente un milagro en Fátima? ¿Apareció realmente la fantasmagórica María? Curiosamente, era invisible para todo el mundo, salvo para los tres niños, por lo que no tenemos que tomarnos esa parte de la historia demasiado en serio. Pero se supone que el milagro del sol moviéndose lo vieron 70 000 personas, así que, ¿cómo hacemos ahora? ¿Se movió realmente el sol (o se movió la Tierra con relación a él, de manera que el sol pareció moverse)? Pensemos como Hume. Estas son tres posibilidades a tener en cuenta.

1 El sol realmente se movió por el cielo y se dirigió hacia la multitud aterrada antes de volver a su posición anterior. (O la Tierra cambió su patrón de rotación de tal forma que pareció como si el sol se hubiera movido).

2 Ni el sol ni la Tierra se movieron en realidad, y 70 000 personas simultáneamente experimentaron una alucinación.

3 No ocurrió nada en absoluto, y todo el incidente se exageró o simplemente se inventó por completo.

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¿Cuál de estas posibilidades crees que es la más plausible? Las tres parecen bastante improbables. Pero seguramente la posibilidad 3 es la menos improbable con diferencia, la que menos merece el título de milagro. Para aceptar la posibilidad 3 solo tenemos que creer que alguien contó una mentira que implicaba a 70 000 personas viendo el sol moverse, y la mentira se fue repitiendo y se extendió igual que cualquier leyenda urbana que recorre Internet en la actualidad. La posibilidad 2 es menos probable. Requiere que creamos que 70 000 personas simultáneamente experimentaron una alucinación con el sol. Bastante improbable. Pero por poco probable que sea —casi milagrosa—, la posibilidad 2 es mucho menos milagrosa que la posibilidad 1.

El sol es visible durante el día en la mitad del planeta, no solo en ese pueblo de Portugal. Si realmente se hubiera movido, millones de personas en todo el hemisferio —no solo en Fátima— se habrían aterrado con esa visión. De hecho, el caso contra la posibilidad 1 es aún mayor que eso. Si el sol realmente se hubiera movido a la velocidad que aseguran —en dirección hacia la multitud— o si algo hubiera hecho cambiar la rotación de la Tierra lo suficiente como para que pareciera que el sol se había movido a esa velocidad tan colosal, habría sido el final catastrófico para todos nosotros. O la Tierra se habría salido de su órbita y ahora sería un planeta sin vida, una roca fría volando por el oscuro vacío, o habríamos caído dentro del sol y nos habríamos frito. Recuerda del Capítulo 5 que la Tierra está rotando a una velocidad de muchos miles de kilómetros por hora (1600 kilómetros por hora si lo medimos en el ecuador), pero el movimiento aparente del sol sigue siendo muy lento para nosotros porque está muy lejos. Si de pronto el sol y la Tierra se movieran uno en dirección al otro, lo suficientemente deprisa para que una multitud viera al sol «cayendo» hacia ellos, el movimiento real tendría que haber sido miles de veces más rápido de lo habitual, y literalmente habría sido el fin del mundo.

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Se dice que Lucía le pidió a su audiencia que mirara hacia el sol. Esto es algo bastante estúpido, por cierto, porque podría dañar sus ojos de forma permanente. Eso también pudo haber inducido una alucinación de que el sol se movía en el cielo. Incluso con que una sola persona hubiera alucinado, o hubiera mentido diciendo que el sol se movía, y se lo hubiera dicho a otra, que a su vez hubiera dicho a otra, que se hubiera dicho a muchos otros, cada uno de los cuales lo contaría a mucha más gente… eso sería suficiente para iniciar un rumor popular. Quizá una de esas personas que escuchó el rumor llegó a escribirlo. Pero tanto si es eso lo que ocurrió como si no, no es lo que le importa a Hume. Lo que importa es que por muy imposible que pueda ser o no que 70 000 testigos estén equivocados, es mucho menos posible que el sol se mueva de esa forma.

Hume nunca dijo que los milagros fueran imposibles. Solo nos pidió que pensáramos en un milagro como un evento improbable, un elemento cuya improbabilidad pudiéramos estimar. La estimación no tenía por qué ser exacta. Es suficiente con que la improbabilidad de un milagro pueda ubicarse en algún tipo de escala, y después compararla con una alternativa como la alucinación o la mentira.

Volvamos al juego de cartas del que hablé en el primer capítulo. Recordarás que imaginamos a cuatro jugadores que recibieron una mano perfecta: todo picas, todo corazones, todo diamantes, todo tréboles. Si realmente ocurrió, ¿qué pensaríamos de ello? De nuevo podemos anotar tres posibilidades.

1 Hubo un milagro sobrenatural, perpetrado por algún brujo, mago o dios con poderes especiales, que violó las leyes de la ciencia para cambiar todos los corazones, picas, tréboles y diamantes de las cartas, de manera que se ubicaran perfectamente en la mano.

2 Es una casualidad impresionante. Al barajar las cartas se produjo esta mano perfecta.

3 Alguien realizó un truco muy inteligente, quizá sustituyendo la baraja por otra escondida bajo la manga en la que las cartas habían sido ordenadas para que salieran así.

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Y ahora, ¿qué crees tú, basándote en la suposición de Hume? Cada una de las tres posibilidades puede resultar difícil de creer. Pero la posibilidad 3 es con mucho la más fácil de creer. La posibilidad 2 podría haberse dado, pero hemos calculado lo improbable que es, y de hecho es muy muy muy improbable: 53 644 737 765 488 792 839 237 440 000 contra 1. No podemos calcular lo rara que resulta la probabilidad 1 con esta precisión, pero simplemente piensa en ello: algún poder o fuerza que nunca ha sido demostrado y que nadie entiende manipuló docenas de cartas imprimiendo en ellas tinta roja y negra a la vez. Quizá te cueste utilizar una palabra tan fuerte como «imposible», pero Hume no te pide que hagas eso: lo único que dice es que la compares con las alternativas, que en este caso son un truco de manos y un gigantesco golpe de suerte. ¿No hemos visto todos algún truco (por cierto, normalmente de cartas) tan impresionante como este? Es obvio que la explicación más probable para la mano perfecta no es la suerte pura, ni mucho menos una interferencia milagrosa con las leyes del universo, sino el truco de un mago o de un crupier deshonesto.

Veamos ahora otra famosa historia sobre milagros, la que mencioné antes sobre el predicador judío llamado Jesús que convirtió el agua en vino. Una vez más podemos ver tres tipos principales de explicación posible.

1 Realmente ocurrió. El agua se convirtió realmente en vino.

2 Fue un truco inteligente.

3 No pasó nada de eso. Es solamente una historia, un elemento de ficción que alguien creó. O hubo un malentendido con algo mucho menos importante, que es lo que realmente ocurrió.

Yo no tengo duda sobre mi orden de preferencias aquí. Si la explicación 1 fuera cierta, violaría algunos de los principios más profundos de la ciencia que conocemos, por el mismo tipo de motivo que vimos en el primer capítulo, cuando hablamos sobre calabazas que se convertían en carruajes o ranas en príncipes. Las moléculas de agua pura tendrían que haberse transformado en una compleja mezcla de moléculas, incluyendo alcohol, taninos, azúcares de distintos tipos y muchas otras cosas. Las explicaciones alternativas tendrían que ser muy improbables si eligiéramos esta por encima de las demás.

El truco de magia es posible (se han hecho trucos mucho más inteligentes en un escenario y en televisión), pero menos probable que la explicación 3. ¿Por qué molestarse siquiera en sugerir un truco, cuando no hay pruebas de que el incidente ocurriera en absoluto? ¿Por qué pensar en un truco cuando la explicación 3 es en comparación mucho más convincente? Alguien se inventó la historia. La gente inventa historias todo el tiempo. En eso consiste la ficción. Porque es muy verosímil que la historia sea ficción, no necesitamos complicarnos en pensar en trucos de magia ni mucho menos en milagros reales que violan las leyes de la ciencia y tiran por tierra todo lo que sabemos y entendemos sobre el funcionamiento del universo.

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Da la casualidad de que sabemos que se ha creado gran cantidad de ficción alrededor de este predicador llamado Jesús. Por ejemplo, hay una canción muy bonita llamada Cherry Tree Carol que quizá hayas escuchado o cantado alguna vez. Habla de cuando Jesús estaba aún en el vientre de su madre María (que, por cierto, es la misma María de la historia de Fátima) y ella caminaba con su marido José cerca de un árbol de cerezas. María quiso coger algunas cerezas, pero estaban tan altas en el árbol que no pudo alcanzarlas. José no tenía ganas de trepar al árbol, pero…

Habló Jesús desde el vientre de María:

Inclínate tú, la rama más alta,

para que mi madre pueda coger alguna.

Inclínate tú, la rama más alta,

para que mi madre pueda coger alguna.

 

Y se inclinó la rama más alta

hasta tocar la mano de María.

Y ella gritó: «Mira, José,

tengo cerezas por doquier».

Y ella gritó: «Mira, José,

tengo cerezas por doquier».

La historia del árbol de las cerezas no aparece en ningún libro sagrado antiguo. Nadie, literalmente nadie, por mucho que sepa o bien educado que esté, piensa que sea algo distinto de una ficción. Mucha gente cree que la historia del agua en vino es cierta, pero todo el mundo coincide en que la historia del cerezo es ficción. La historia del cerezo se inventó hace tan solo unos 500 años. La historia del agua en vino es más antigua. Aparece en uno de los cuatro evangelios sagrados de la religión católica (en el Evangelio según San Juan, en ninguno de los otros tres), pero no hay motivo para creer que no sea una historia inventada, creada hace unos cuantos siglos antes de la del árbol de las cerezas. Los cuatro evangelios, por cierto, fueron escritos mucho después de los sucesos que relatan, y ninguno de ellos por testigos presenciales. Podemos concluir, por tanto, que la historia del agua en vino es pura ficción, igual que la historia del árbol de las cerezas.

Lo mismo podemos decir de todos los supuestos milagros, todas las explicaciones «sobrenaturales» de cualquier cosa. Supón que ocurre algo que no entendemos, y no podemos determinar si es un fraude o un truco o una mentira: ¿sería razonable concluir que tiene que ser sobrenatural? ¡No! Tal como expliqué en el Capítulo 1, eso pondría fin a todas las discusiones o investigaciones posteriores. Sería vago e incluso deshonesto afirmar que no hay ninguna explicación natural posible. Si afirmamos que algo extraño tiene que ser sobrenatural, no solo estamos diciendo que no lo entendemos, estamos afirmando que nunca podrá ser entendido.

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Los milagros de hoy, la tecnología de mañana

Hay cosas que ni siquiera los mejores científicos de la actualidad pueden explicar. Pero eso no significa que debamos parar todas las investigaciones y volver a «explicaciones» falsas que impliquen magia o algo sobrenatural, que en realidad no explican nada. Imagina cómo reaccionaría un hombre de la Edad Media —incluso el mejor educado de su época— si viera un avión, un ordenador portátil, un teléfono móvil o un dispositivo GPS. Probablemente diría que es sobrenatural, milagroso. Pero estos dispositivos ahora mismo son de lo más común; y sabemos cómo funcionan porque la gente los ha construido siguiendo principios científicos. No ha habido necesidad de implicar a la magia, los milagros o lo sobrenatural, y ahora vemos que el hombre de la Edad Media se habría equivocado al decirlo.

No hace falta volver tan lejos como la Edad Media para ver este asunto. Una banda de criminales internacionales victorianos, equipados con modernos teléfonos móviles, podrían haber coordinado sus actividades de forma que a Sherlock Holmes le pareciera telepatía. En el mundo de Holmes, un sospechoso en un caso de asesinato que pudiera probar que estaba en Nueva York la tarde después de haberse cometido el asesinato en Londres, tendría una coartada perfecta, porque a finales del siglo XIX era imposible estar en Nueva York y en Londres en el mismo día. Cualquiera que dijera lo contrario estaría implicando algo sobrenatural. Pero los modernos aviones sí lo permiten. El eminente escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke resumió esta teoría como la Tercera Ley de Clarke: Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Si hubiera una máquina del tiempo que nos llevara hacia el futuro un siglo más o menos, veríamos maravillas que hoy pensamos que serían imposibles: milagros. Pero eso no significa que todo lo que hoy pensamos imposible vaya a ocurrir en el futuro. Los escritores de ciencia ficción pueden imaginar fácilmente una máquina del tiempo, o una máquina antigravedad o un cohete que pueda transportarnos más rápido que la luz. Pero el mero hecho de que podamos imaginarlas no es motivo para suponer que esas máquinas algún día serán realidad. Algunas de las cosas que podemos imaginar hoy pueden convertirse en realidad. La mayoría no.

Cuanto más pienses en ello, más te darás cuenta de que la simple idea de los milagros sobrenaturales carece de sentido. Si algo parece ser inexplicable por la ciencia, puedes concluir con seguridad una de estas dos cosas: o no ha ocurrido en realidad (el observador se equivocó, o mintió o le engañaron) o hemos expuesto algo que la ciencia aún no ha descubierto. Si la ciencia actual encuentra una observación o un resultado experimental que no puede explicar, no debemos parar hasta que hayamos mejorado nuestra ciencia de manera que podamos proporcionar una explicación. Esto requiere un nuevo tipo radical de ciencia, una ciencia revolucionaria tan extraña que los científicos más viejos apenas reconocen como ciencia, y es normal. Ya ha ocurrido antes. Pero nunca seas tan perezoso —tan derrotista— como para decir: «Eso tiene que ser sobrenatural» o «Eso tiene que ser un milagro». En lugar de eso di que es un puzle, que es extraño, que es un reto al que debemos llegar. Tanto si llegamos al reto cuestionando la verdad de la observación o expandiendo nuestra ciencia en direcciones nuevas y excitantes, la respuesta adecuada a cualquier reto de este tipo es abordarlo de frente. Y hasta que encontremos una respuesta apropiada al misterio, es perfectamente válido decir: «Esto es algo que aún no entendemos, pero en lo que estamos trabajando». De hecho, es lo único honesto que podemos hacer.

Los milagros, la magia y los mitos pueden ser divertidos, y nos hemos divertido con ellos en este libro. A todo el mundo le gusta una buena historia, y espero que hayas disfrutado de los mitos con los que he iniciado la mayoría de mis capítulos. Pero más aún espero que hayas disfrutado de la ciencia que he expuesto en cada capítulo después de los mitos. Espero que coincidas conmigo en que la verdad tiene magia por sí misma. La verdad es más mágica —en el mejor y más facinante sentido de la palabra— que cualquier mito, misterio inventado o milagro. La ciencia tiene su propia magia: la magia de la realidad.