3. ¿Por qué hay tantos tipos distintos de animales?

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HAY MUCHOS mitos que tratan de explicar por qué ciertos tipos de animales son como son —mitos que «explican» cosas como por qué los leopardos tienen motas y por qué los conejos tienen cola—. Pero no parece que haya muchos mitos sobre el amplio rango y variedad de distintos tipos de animales. No he logrado encontrar nada similar al mito judío de la torre de Babel, que explica la gran variedad de idiomas. Érase una vez —según reza este mito— que toda la gente del mundo hablaba el mismo idioma. Por tanto, podían trabajar de forma armoniosa para construir una gran torre con la que esperaban alcanzar el cielo. Dios se enteró de ello y no le gustó que todo el mundo se entendiera con todo el mundo. ¿Hasta dónde serán capaces de llegar si pueden hablar todos con todos y trabajar juntos? Así que decidió «confundir su idioma» de manera que «no pudieran entenderse entre ellos». Es por eso por lo que, según el mito, hay tantos idiomas distintos, y por lo que cuando la gente intenta hablar con gente de otra tribu o país, su discurso suena casi siempre como un balbuceo incomprensible. Y aunque lo parezca, la palabra «balbuceo» no tiene nada que ver con la torre de Babel.

Esperaba encontrar un mito similar sobre la gran diversidad de animales, porque existe cierta similitud entre la evolución de los idiomas y la evolución de los animales, como veremos después. Pero no parece haber ningún mito que trate específicamente el inexplicable número de animales distintos que existen. Resulta sorprendente, porque hay pruebas indirectas de que los pueblos tribales eran conscientes de que hay muchos tipos distintos de animales. En los años veinte del siglo pasado, un científico alemán —muy famoso ahora— llamado Ernst Mayr realizó un estudio pionero de los pájaros de las tierras altas de Nueva Guinea. Logró completar una lista de 137 especies, y después descubrió asombrado que los miembros de la tribu local utilizaban nombres diferentes para 136 de ellas.

Volvamos ahora los mitos. La tribu Hopi de Norteamérica tenía una diosa llamada «Mujer Araña».

En su mito sobre la creación, la diosa se unió con Tawa, el dios del Sol, y cantaron a dúo la primera canción mágica. Esa canción dio lugar a la Tierra y a la vida. Mujer Araña tomó después los hilos de los pensamientos de Tawa y los tejió hasta darles forma sólida, creando así los peces, los pájaros y el resto de los animales.

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Otras tribus norteamericanas, los Pueblo y los Navajo, tienen un mito sobre la vida similar a la idea de la evolución: la vida emergió de la tierra como una planta que nace y crece en una serie de pasos. Los insectos escalaron desde su mundo, el Primer Mundo o Mundo Rojo, hasta el Segundo Mundo, el Mundo Azul, en el que vivían los pájaros. El Segundo Mundo empezó a estar demasiado abarrotado, así que los pájaros y los insectos volaron hacia el Tercer Mundo o Mundo Amarillo, donde vivían las personas y otros mamíferos. El Mundo Amarillo también se llenó y empezó a escasear la comida, de forma que todos, insectos pájaros y personas, escalaron al Cuarto Mundo, el Mundo Blanco y Negro del día y la noche. Aquí los dioses ya habían creado gente más inteligente que sabía cómo crear granjas en el Cuarto Mundo, y que enseñaron a los recién llegados cómo hacerlo.

El mito judío hace aún más justicia a la diversidad, pero realmente no intenta explicarla. De hecho, el libro sagrado de los judíos tiene dos mitos diferentes para la creación, tal como vimos en el capítulo anterior. En el primero, el dios judío lo creó todo en seis días. El quinto día creó a los peces, las ballenas y todas las criaturas marinas, y también a los pájaros. El sexto día creó al resto de los animales terrestres, incluyendo al hombre. El mito presta cierta atención al número y variedad de criaturas vivas —por ejemplo: «Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie», y creó a «todos los animales de la tierra» y a «todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie»—. Pero ¿por qué tanta variedad? No nos lo dijeron.

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En el segundo mito se dan algunas pistas sobre que su dios pudo pensar que el primer hombre necesitaría una compañía variada. Adán, el primer hombre, fue creado solo y colocado en un magnífico jardín. Pero después el dios se dio cuenta de que «no es bueno que el hombre esté solo», y por tanto, «creó a todas las criaturas terrestres y a todas las aves de los cielos; y se los mostró a Adán para que este les diera nombres».

¿Por qué hay realmente tantos tipos distintos de animales?

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LA TAREA DE ADÁN de nombrar a todos los animales fue ardua —más de lo que los antiguos hebreos podrían haber imaginado—. Se calcula que hay al menos dos millones de especies a las que se ha asignado un nombre científico, y no son más que una pequeña fracción del número total que aún falta por nombrar.

¿Cómo se decide si dos animales pertenecen a la misma especie o a dos especies diferentes? Dado que los animales se reproducen sexualmente, podemos llegar a cierta definición. Los animales pertenecen a distintas especies si no pueden procrear entre ellos. Existen algunos casos fronterizos como el de los caballos y los burros, que pueden procrear, pero engendran animales estériles (llamados mulas), incapaces de reproducirse. Por eso colocamos al caballo y al burro en especies diferentes. Aún más obvio, los caballos y los perros pertenecen a distintas especies porque jamás intentan siquiera reproducirse entre ellos, y no podrían generar descendencia aunque lo hicieran, ni siquiera estéril. Pero los cocker y los galgos pertenecen a la misma especie porque sí pueden reproducirse, y los cachorros que alumbran también son fértiles.

Todos los nombres científicos de animales o plantas están formados por dos palabras en latín, normalmente escritas en cursiva. La primera palabra hace referencia al «género» o grupo de especies y la segunda, a la especie concreta dentro de ese género. Homo sapiens (hombre sabio) y Elephas maximus (elefante muy grande) son un par de ejemplos. Todas las especies pertenecen a algún género. Homo es un género. Elephas también. El león es Panthera leo y el género Panthera incluye también al tigre, Panthera tigris, al leopardo, Panthera pardus y al jaguar, Panthera onca. Homo sapiens es la única especie superviviente de nuestro género, pero los fósiles han recibido nombres como Homo erectus y Homo habilis. Otros fósiles de aspecto humano son suficientemente distintos del Homo como para colocarlos en otros géneros, por ejemplo, Australopithecus africanus y Australopithecus afarensis (nada que ver con Australia, por cierto: australo significa «del sur», y de ahí procede también el nombre de Australia).

Cada género pertenece a una familia, que suele escribirse en tipografía «normal» con la primera letra en mayúscula. Los gatos (incluyendo leones, leopardos, guepardos, linces y muchos pequeños felinos) forman la familia Felidae. Cada familia pertenece a un orden. Gatos, perros, osos, comadrejas y hienas pertenecen a distintas familias dentro del orden Carnivora. Los monos, los simios (nosotros entre ellos) y los lémures pertenecen a distintas familias dentro del orden Primates. Y cada orden pertenece a una clase. Todos los mamíferos estamos en la clase Mammalia.

¿Eres capaz de ver la forma de árbol desarrollándose en tu cabeza mientras lees está descripción de la secuencia de agrupamientos? Es un árbol genealógico: un árbol con muchas ramas, cada una de ellas con subramas, y cada subrama con más subramas a su vez. El extremo de las ramas más pequeñas son las especies. Los otros agrupamientos —clase, orden, familia y género— son las ramas y subramas. El árbol completo es la totalidad de la vida en la Tierra.

Piensa en por qué los árboles tienen tantas ramas. Ramas de otras ramas. Cuando tenemos suficientes ramas de ramas de ramas, el número total de extremos puede ser muy grande. Eso es lo que ha ocurrido en la evolución. El propio Charles Darwin dibujó un árbol con ramas como única imagen en su libro más famoso, El origen de las especies. Más abajo puedes ver una primera versión del dibujo del árbol de Darwin que trazó en uno de sus cuadernos algunos años antes. En la parte superior de la página escribió un misterioso y pequeño mensaje para sí mismo: «Pienso». ¿Qué crees que quiso decir? Quizá empezó a escribir una frase y uno de sus hijos le interrumpió y nunca la terminó. Tal vez le resultara más fácil representar rápidamente lo que estaba pensando con este diagrama, en lugar de usar palabras. Quizá nunca lo sepamos. Hay otra anotación a mano en la página, pero es difícil de descifrar. Resulta tentador leer las notas auténticas de un gran científico, escritas en un día en concreto sin intención de ser publicadas.

Aunque no es exactamente así como se ramifica el árbol de los animales, puedes hacerte una idea de ello. Imagina una especie ancestral que se divide en dos especies. Si cada una de ellas se divide luego en otras dos, tendremos cuatro. Si cada una de esas cuatro se divide en dos, tendremos ocho, y después 16, 32, 64, 128, 256, 512… La idea es que si sigues duplicando, muy pronto llegarás a los millones de especies que existen. Quizá sea suficiente con esto, pero tal vez te preguntes por qué una especie tiene que dividirse. Bueno, más o menos por el mismo motivo por el que se dividen los idiomas humanos, así que detengámonos a pensar en ello durante un momento.

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Vayamos por partes: cómo se dividen los idiomas y las especies

Aunque, obviamente, la leyenda de la torre de Babel no es cierta, nos permite plantearnos la interesante cuestión de por qué hay tantos idiomas diferentes.

Igual que las especies que más se parecen están ubicadas en la misma familia, también hay familias de idiomas. El español, el italiano, el portugués, el francés y muchos otros idiomas y dialectos europeos como el romanche, el gallego, el occitano y el catalán son muy similares entre sí; todos juntos forman lo que se denominan «lenguas romances» Este nombre procede de su origen común, el latín, el idioma de Roma (no de nada que tenga que ver con otro tipo de «romances»), pero utilicemos una expresión de amor como ejemplo. Dependiendo de en qué país te encuentres, podrán declarar tus sentimientos de una de estas maneras: «Ti amo», «Amote», «T’aimi» o «Je t’aime». En latín sería «Te amo», exactamente igual que en español moderno.

Para expresarle tu amor a alguien en Kenia, Tanzania o Uganda podrías decirle, en swahili, «Nakupenda». Algo más al sur, en Mozambique, Zambia o Malawi, donde pasé parte de mi infancia, podrías decirle, en el idioma Chinyanja: «Ndimakukonda». En otros idiomas denominados Bantú del sur de África podrías decirle: «Ndinokuda», «Ndiyakuthanda» o, a un zulú: «Ngiyakuthanda». Esta familia Bantú de idiomas es bastante distinta de la familia Románica, y ambas son distintas de la familia Germánica, que incluye el holandés, el alemán y los idiomas escandinavos. Fíjate que utilizamos la palabra «familia» para los idiomas, lo mismo hacemos para las especies (la familia gato, la familia perro) y además, por supuesto, para nuestra propia familia (la familia Pérez, la familia García o la familia Dawkins).

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No es difícil adivinar cómo familias de idiomas relacionados se separan a lo largo de los siglos. Escucha el modo en que os habláis tú y tus amigos, y compáralo con la forma en la que lo hacen vuestros abuelos. Su forma de hablar es solo ligeramente diferente y los entendéis con facilidad, pero solo hay dos generaciones de diferencia. Ahora imagina que no hablas con tus abuelos, sino con tus antepasados de hace 25 generaciones. Si eres español, eso te llevaría al siglo XIV, la época del Arcipreste de Hita, que escribió poemas como este.

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Bueno, se trata de castellano reconocible, ¿no? Pero apuesto a que te costaría aún más si lo escucharas de su propia voz. Y si fuera algo más distinto, probablemente lo considerarías un idioma diferente, tan diferente como el español del italiano.

Por tanto, los idiomas de cualquier parte del mundo cambian de siglo en siglo. Podríamos decir que «se desvían» hacia algo diferente. Ahora añade el hecho de que la gente que habla el mismo idioma en distintos lugares no suele tener la oportunidad de escuchar a otros (o al menos no lo hacían antes de que se inventaran los teléfonos y los aparatos de radio); y el hecho de que los idiomas se desvían en distintas direcciones en cada lugar. Esto se aplica tanto al modo de hablar como a las propias palabras: piensa en lo distintos que suenan el español de México, el de Argentina, el de Cuba o el de España. Y los españoles pueden distinguir con facilidad un acento de Madrid de uno de Sevilla o de Bilbao. A lo largo del tiempo, tanto las palabras como la forma en la que se hablan los idiomas se convierten características de una región; cuando dos formas de hablar un mismo idioma se han separado lo suficiente, podemos denominarlas «dialectos».

Pasados los siglos suficientes, distintos dialectos regionales pueden llegar a convertirse en algo tan diferente que la gente de una región ya no pueda entenderse con la de otra. Llegado este punto, los denominamos idiomas diferentes. Eso es lo que ocurrió cuando el alemán y el holandés se desviaron en distintas direcciones a partir de un idioma ancestral que ya no existe. Lo mismo ocurrió con el francés, el italiano, el español y el portugués, que se desviaron del latín en distintas partes de Europa.

Puedes dibujar un árbol genealógico de los idiomas con «primos» como el francés, el portugués y el italiano en «ramas» vecinas, y antepasados como el latín mucho más abajo en el árbol —igual que hizo Darwin con las especies—.

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Al igual que los idiomas, las especies cambian a lo largo del tiempo y la distancia. Antes de analizar por qué ocurre, necesitamos ver cómo sucedió. En el caso de las especies, el equivalente de las palabra es el ADN —la información genética almacenada en cada ser vivo que determina cómo está hecho, tal como vimos en el Capítulo 2—. Cuando los individuos se reproducen sexualmente, mezclan sus ADNs. Y cuando miembros de una población local emigran a otra población local e introducen allí sus genes reproduciéndose con individuos de dicha población, se produce lo que denominamos «flujo genético».

El equivalente, por ejemplo, del italiano y el francés desviándose uno del otro sería el ADN de dos poblaciones distintas de una misma especie que se hace cada vez más diferente. Su ADN se hace cada vez menos capaz de mezclarse con el otro para crear bebés. Los caballos y los burros pueden cruzarse, pero el ADN del caballo se ha desviado tanto del ADN del burro que ya no logran entenderse entre ellos. Mejor dicho, aún pueden mezclarse lo suficientemente bien —los dos «dialectos de ADN» pueden entenderse entre sí— como para crear una criatura viva, una mula, pero no lo suficiente como para crear una que pueda también reproducirse: las mulas, ya lo vimos antes, son estériles.

Una diferencia importante entre las especies y los idiomas es que estos pueden «tomar prestadas» palabras de otros idiomas. Por ejemplo, el inglés, mucho después de convertirse en un idioma independiente de sus orígenes románico, germánico y céltico, tomó prestadas las palabras «shampoo», del hindi; «iceberg», del noruego; «bungalow», del bengalí y «anorak» del inuit. Por el contrario, las especies animales nunca (o prácticamente nunca) vuelven a intercambiar ADN una vez que se han desviado lo suficiente como para impedir la reproducción. Las bacterias son otra historia: ellas sí intercambian genes, pero no hay espacio suficiente en este libro para profundizar en ello. En el resto de este capítulo, suponed que estoy hablando de animales.

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Islas y aislamiento: el poder de la separación

Por tanto, los ADN de las especies, igual que las palabras de los idiomas, se desvían cuando se separan. ¿Por qué ocurrirá esto? ¿Qué puede provocar esa separación? Una posibilidad obvia es el mar. Las poblaciones de islas distantes no se reproducen entre sí —normalmente—, de manera que sus dos tipos de genes tienen la oportunidad de desviarse uno del otro. Esto hace a las islas extremadamente importantes en el origen de nuevas especies. Pero podemos pensar en una isla como algo más que un pedazo de terreno rodeado por agua. Para una rana un oasis es una «isla» en la que puede vivir, rodeada por un desierto en el que no puede. Para un pez, un lago es una isla. Las islas son importantes tanto para las especies como para los idiomas, porque la población de una isla está apartada del contacto con otras poblaciones (lo que evita el flujo genético en el caso de las especies y la deriva en los idiomas) y, por tanto, es libre para empezar a evolucionar en su propia dirección.

El siguiente asunto importante es que la población de una isla no necesariamente estará totalmente aislada para siempre: los genes pueden cruzar en ocasiones la barrera que la rodea, tanto si se trata de agua como si es tierra inhabitable.

El 4 octubre 1995, una balsa formada por troncos y árboles arrancados llegó flotando a una playa de la isla caribeña de Anguila. En la balsa había quince iguanas verdes, vivas después de lo que debió de ser un viaje desde otra isla, probablemente Guadalupe, a 160 millas de allí. Dos huracanes, llamados Luis y Marilyn, habían arrasado el Caribe durante el mes anterior, arrancando árboles y arrojándolos al mar. Parece ser que uno de esos huracanes debió de arrancar los árboles en los que estaban las iguanas (les encanta sentarse en los árboles, tal como pude comprobar en Panamá) y los llevó mar adentro. Cuando llegaron a Anguila, abandonaron su curioso medio de transporte en la playa y comenzaron una nueva vida, alimentándose, reproduciéndose y transmitiendo su ADN a su nuevo hogar.

Sabemos que esto ocurrió porque algunos pescadores de Anguila vieron llegar a las iguanas. Siglos antes, aunque nadie estuviera allí para atestiguarlo, debió de ocurrir algo similar para que las iguanas llegaran a la isla de Guadalupe. Y más o menos la misma historia ocurrió para que las iguanas llegaran a las islas Galápagos, que es hacia donde nos dirigimos para el siguiente episodio de nuestra historia.

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Las islas Galápagos son importantes históricamente porque es muy probable que inspiraran las primeras ideas de Charles Darwin sobre la evolución, cuando las visitó como miembro de la expedición del HMS Beagle, en 1835. Se trata de una serie de islas volcánicas en el Pacífico, cerca del ecuador, a unas 600 millas al oeste de Sudamérica. Se trata de islas jóvenes (de tan solo unos pocos millones de años) formadas por volcanes que emergieron del fondo del mar. Esto significa que todas las especies de animales y plantas de esas islas han llegado de algún otro sitio —presumiblemente, de tierra firme, en Sudamérica— y recientemente, por estándares evolutivos. Una vez allí, las especies pudieron hacer pequeños viajes de una isla a otra, lo suficientemente a menudo como para alcanzar todas las islas (quizá una vez o dos cada siglo), pero lo suficiente como para que fueran capaces de evolucionar de forma separada —de «desviarse», tal como hemos dicho en este capítulo— durante los intervalos entre salto y salto. Nadie sabe cuándo llegaron las primeras iguanas a las Galápagos. Probablemente, lo hicieron desde tierra firme, igual que las que llegaron a Anguila en 1995. En la actualidad, la isla más cercana a tierra firme es San Cristóbal (Darwin la conoció con el nombre inglés de Chatham), pero hace millones de años también había otras islas que ahora descansan bajo el mar. Las iguanas podrían haber llegado primero a una de las islas ahora sumergidas y después cruzar a otras islas, incluyendo aquellas que aún están a flote.

Una vez allí, tuvieron la oportunidad de prosperar en un nuevo lugar, igual que las que llegaron a Anguila en 1995. Las primeras iguanas de Galápagos podrían haber evolucionado para hacerse distintas de sus primas de tierra firme, en parte por «desviación» (igual que los idiomas) y en parte porque la selección natural habría favorecido nuevas técnicas de supervivencia: una isla volcánica es un lugar muy distinto de la tierra firme de Sudamérica.

Las distancias entre las distintas islas son mucho menores que la distancia de cualquiera de ellas a tierra firme. Por tanto, el cruce accidental entre islas podría ser relativamente común: quizá una vez por siglo en lugar de una vez por milenio. Y las iguanas habrían empezado a aparecer en casi todas las islas. Ese salto entre islas sería lo suficientemente infrecuente como para permitir algunas diferencias evolutivas en cada una de las distintas islas, entre «contaminaciones» de los genes por posteriores saltos de isla: lo suficientemente escasos como para permitirles evolucionar tanto como para que ya no pudieran procrear unas con las otras. El resultado es que ahora hay tres especies distintas de iguana terrestre en las Galápagos, que ya no son capaces de reproducirse con las demás. Conolophus pallidus se encuentra únicamente en la isla de Santa Fe. Conolophus subcristatus vive en varias islas, entre ellas Fernandina, Isabela y Santa Cruz (la población de cada isla posiblemente está en camino de convertirse en una especie diferente) Conolophus marthae está confinada en la parte norte de una cadena de cinco volcanes de la gran isla de Isabela.

Esto nos lleva a otro asunto interesante. ¿Recuerdas que dije que un lago o un oasis podría considerarse una isla, aunque no se trate de tierra firme rodeada por agua? Bien, lo mismo ocurre con cada uno de los cinco volcanes de Isabela. Cada volcán de la cadena está rodeado por una zona de rica vegetación (coloreada en verde en el dibujo) que es una especie de oasis separado del siguiente volcán por un desierto. La mayoría de las islas Galápagos tienen un único y gran volcán, pero Isabela tiene cinco. Si el nivel del mar aumenta (quizá por el calentamiento global) Isabela podría convertirse en cinco islas separadas por el mar. Mientras, podemos pensar en cada volcán como una especie de isla dentro de la misma isla. Así es como lo vería un animal como la iguana terrestre (o como la tortuga gigante), que necesita alimentarse de la vegetación que solo se encuentra en las laderas que rodean a los volcanes.

Cualquier tipo de aislamiento creado por una barrera geográfica que pueda atravesarse alguna vez pero no demasiado a menudo, producirá una ramificación evolutiva. (De hecho no tiene por qué ser una barrera geográfica. Existen otras posibilidades, sobre todo en insectos, pero para simplificar no entraremos en ellas). Y una vez que las poblaciones divididas se han desviado lo suficiente como para no poder reproducirse entre sí, la barrera geográfica ya no es necesaria. Las dos especies pueden seguir caminos evolutivos diferentes sin contaminar el ADN de la otra. Son este tipo de separaciones las responsables principales de todas las nuevas especies que han aparecido en el planeta: incluso, como veremos más tarde, la separación original de, por ejemplo, los antepasados de los caracoles y los de todos los vertebrados incluyéndonos a nosotros.

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En algún momento en la historia de las iguanas de Galápagos se produjo una ramificación que dio lugar a especies muy peculiares. En una de las islas —no sabemos cuál— una población local de iguanas terrestres cambió completamente su forma de vida. En lugar de comer plantas de las laderas de los volcanes se fueron a la costa y empezaron a comer algas. La selección natural favoreció entonces a los individuos con habilidades para nadar, hasta el punto de que sus descendientes actuales bucean en busca de las algas. Se denominan iguanas marinas y, a diferencia de las terrestres, no se encuentran en ningún sitio más que en Galápagos. Disponen de numerosas características extrañas que las equipan para la vida en el mar y esto las hace realmente distintas de las iguanas terrestres de Galápagos y de cualquier otra parte del mundo. Con seguridad han evolucionado a partir de las iguanas terrestres, pero no son primas demasiado cercanas de las actuales iguanas de Galápagos, por lo que es posible que hayan evolucionado de un género anterior ahora extinto que colonizó las islas desde tierra firme, mucho antes de las actuales Conolophus. Existen distintas razas de iguanas marinas, pero no especies diferentes, en las distintas islas. Es probable que algún día estas razas se separen lo suficiente como para denominarlas especies diferentes dentro del género iguana marina.

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Algo similar sucede con las tortugas gigantes, los lagartos de la lava, los extraños cormoranes que no vuelan, los sinsontes, los pinzones y muchos otros animales y plantas de Galápagos. Y algo similar ocurre por todo el mundo. Galápagos es tan solo un ejemplo particularmente claro. Las islas (incluyendo lagos, oasis y montañas) fabrican nuevas especies. Un río también puede hacerlo. Si a un animal le resulta difícil cruzar un río, los genes de las poblaciones de ambas orillas se desviarán por separado, igual que nuestro idioma puede desviarse para generar dos dialectos que más tarde acabarán siendo dos idiomas. Las cadenas montañosas puede jugar el mismo papel en la separación. Igual que las largas distancias. Los ratones de España pueden estar conectados por una cadena reproductiva con los ratones de todo el continente asiático hasta China. Pero a un gen le llevaría tanto tiempo viajar de un ratón a otro una distancia tan larga que es igual que si estuvieran en dos islas separadas. Y la evolución de los ratones en España y en China podría desviarse en direcciones diferentes.

Las tres especies de iguanas terrestres de Galápagos han tenido solo unos cuantos miles de años para desviarse en su evolución. Después de muchos cientos de millones de años, los descendientes de una única especie ancestral pueden ser tan distintos como, por ejemplo, una cucaracha y un cocodrilo. De hecho, es absolutamente cierto que una vez existió un antepasado de la cucaracha (y de muchos otros animales como los caracoles y los cangrejos) que fue también el antepasado de los cocodrilos (por no mencionar al resto de los vertebrados). Pero tendrías que retroceder muchísimo, quizá más de mil millones de años, para encontrar un ancestro como ese. Eso es mucho tiempo para que nos preguntemos cuál fue la barrera original que los separó por primera vez. Sea quien fuera, tuvo que estar en el mar, porque en aquellos lejanos días no había animales terrestres. Quizá la especie de ese ancestro común solo pudiera vivir en barreras de coral, y dos poblaciones terminaron en dos corales separados por una franja de agua inhabitable.

Tal como vimos en el capítulo anterior, solo necesitas retroceder seis millones de años para encontrar el ancestro común más reciente de todos los humanos y los chimpancés. Eso es suficientemente reciente como para preguntarnos por una posible barrera geográfica que pudiera haber ocasionado la división original. Algunos sugieren que fue el Gran Valle del Rift, en África, con humanos evolucionando en la parte este y chimpancés en la oeste. Más tarde, la línea ancestral de los chimpancés se dividió en chimpancés comunes y chimpancés pigmeos o bonobos: también se ha dicho que la barrera en este caso fue el río Congo. Tal como vimos en el capítulo anterior, el ancestro compartido por todos los mamíferos supervivientes vivió hace unos 185 millones de años. Desde entonces, sus descendientes se han ido ramificando y ramificando y ramificando, dando lugar a los miles de especies de mamíferos que existen actualmente, entre ellos 231 especies de carnívoros (perros, gatos, osos, comadrejas, etc.), 2000 especies de roedores, 88 especies de ballenas y delfines, 196 especies de animales de pezuña (vacas, antílopes, cerdos, ciervos, ovejas, etc.), 16 especies de la familia caballo (caballos, cebras, tapires y rinocerontes), 87 conejos y liebres, 997 especies de murciélagos, 68 especies de canguros, 18 especies de simios (incluyendo a los humanos) y cientos y cientos de especies que se han ido extinguiendo con el tiempo (incluyendo algunos humanos extintos, conocidos únicamente a partir de los fósiles).

Movimientos, selección y supervivencia

Me gustaría rematar el capítulo contando de nuevo la historia con un lenguaje algo diferente. Ya he mencionado brevemente el flujo genético; los científicos también hablan de algo denominado acervo genético (en inglés, gene pool, algo así como piscina de genes) y ahora quiero hablar más sobre lo que significa. Es obvio que no puede ser literalmente una piscina de genes. La palabra «piscina» sugiere un líquido en el que los genes podrían repartirse. Pero los genes tan solo se encuentran en las células de los seres vivos. ¿Qué sentido tiene entonces hablar de una «piscina» de genes?

En cada generación, la reproducción sexual se encarga de que los genes se mezclen. Tú naciste con los genes mezclados de tu padre y de tu madre, lo que significa los genes mezclados de tus cuatro abuelos. Eso mismo se aplica a cada individuo de una población en el largo, largo, largo período de tiempo de la evolución: miles de años, decenas de miles, cientos de miles de años. Durante ese tiempo, este proceso de mezcla sexual ha hecho que los genes dentro de una población estén tan mezclados, incluso revueltos, que tendría sentido hablar de una gran piscina de genes revueltos: la piscina de genes o, dicho formalmente, el «acervo genético».

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¿Recuerdas nuestra definición de especie como un grupo de animales o plantas que pueden reproducirse entre sí? Ahora entenderás la importancia de esta definición. Si dos animales son miembros de la misma especie en la misma población, eso significa que sus genes se están mezclando en la misma piscina de genes. Si dos animales son miembros de distintas especies no pueden ser miembros de la misma piscina de genes, porque su ADN no puede mezclarse por reproducción sexual, incluso aunque vivan en el mismo país y se crucen a menudo uno con otro. Si poblaciones de la misma especie están separadas geográficamente, sus piscinas de genes tienen la oportunidad de desviarse —tanto que si volvieran a encontrarse no podrían reproducirse—. Ahora que sus piscinas de genes han sobrepasado la distancia de reproducción, se han convertido en especies diferentes y pueden seguir evolucionando durante millones de años, hasta el punto de convertirse en algo tan diferente uno de otro como los humanos de las cucarachas.

Evolución significa cambio en la piscina de genes —en el acervo genético—. Cambio en un acervo genético significa que algunos genes se hacen más numerosos y otros menos. Genes que eran comunes acaban siendo raros, e incluso terminan desapareciendo. Genes que eran raros se convierten en comunes. Y el resultado es que la forma, o el tamaño, o el color o el comportamiento de miembros típicos de la especie varían: evolucionan debido a los cambios en los distintos genes del acervo genético. Eso es la evolución.

¿Por qué deberían los distintos genes cambiar a medida que avanzan las generaciones? Bueno, lo cierto es que resultaría sorprendente si no lo hicieran, dada la inmensa cantidad de tiempo trascurrido. Piensa en cómo cambian los idiomas a lo largo de los siglos. Palabras como «atraquina», «churriana» y «acertajo» prácticamente han desaparecido del español, mientras que otras que hace veinte años apenas existían, como «abrefácil» o «salvapantalla», son ahora de uso diario.

Hasta ahora en este capítulo no he necesitado profundizar más allá de la idea de que, en poblaciones separadas, distintos acervos genéticos pueden irse desviando, igual que los idiomas. Pero en realidad, en el caso de las especies, hay mucho más que simplemente desviación. Ese «mucho más» es la selección natural, el proceso sumamente importante que fue el gran descubrimiento de Charles Darwin. Incluso sin selección natural, cabría esperar que los acervos genéticos se desviaran y evolucionaran por separado. Pero habrían evolucionado de una forma aleatoria. La selección natural ayuda a que la evolución tome una dirección particular: en concreto, la dirección de la supervivencia. Los genes que sobreviven en un acervo genético son los genes que resultan buenos para la supervivencia. ¿Y qué hace a un gen ser bueno para la supervivencia? Ayuda a otros genes a construir cuerpos que son buenos para sobrevivir y reproducirse: cuerpos que sobreviven lo suficiente como para pasar esos genes que les han ayudado a sobrevivir.

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Cómo ocurre exactamente es algo que varía de una especie a otra. Hay genes que sobreviven en los cuerpos de pájaros o murciélagos ayudándoles a construir alas. Hay genes que sobreviven en los cuerpos de los topos ayudándoles a construir manos fuertes con forma de pala. Hay genes que sobreviven en los cuerpos de los leones ayudándoles a construir patas que corren más deprisa, y colmillos y garras más afilados. Hay genes que sobreviven en los cuerpos de los antílopes ayudándoles a construir patas que corren más deprisa, y oído y vista más agudos. Hay genes que sobreviven en los cuerpos de insectos hoja haciendo que sean indistinguibles de las hojas. Sean cuales sean los detalles diferentes, en todas las especies el nombre del juego es supervivencia de genes en un acervo genético. La próxima vez que veas un animal —cualquier animal— o una planta, obsérvalo y repítete a ti mismo: lo que estoy viendo es una máquina fabricada para transmitir los genes que la construyeron. Estoy viendo una máquina de supervivencia para genes. La próxima vez que te mires en el espejo, simplemente piensa: tú también eres eso.