11. ¿Por qué ocurren cosas malas?

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¿POR QUÉ ocurren cosas malas? Después de un terrible desastre como un terremoto o un huracán, escucharás a la gente decir cosas como estas:

Es tan injusto. ¿Qué ha hecho esa pobre gente para merecer un destino como este?

Si una persona realmente buena cae enferma y muere, mientras personas realmente malas conservan una salud magnífica, una vez más gritaremos:

¡Injusticia! O diremos:

¿Dónde está la justicia en esto?

Es difícil evitar sentir que, de alguna forma, debería haber algún tipo de justicia natural. Las cosas buenas deberían ocurrirle a la gente buena. Las cosas malas, si tienen que ocurrir, deberían pasarle únicamente a la gente mala. En la magnífica obra de Oscar Wilde «La importancia de llamarse Ernesto», una institutriz anciana llamada Miss Prism explica cómo, mucho tiempo atrás, escribió una novela. Cuando le preguntaron si tenía un final feliz, ella contestó: «El bueno termina feliz, y el malo infeliz. Eso es lo que significa ficción». La vida real es distinta. Las cosas malas ocurren, y le ocurren a gente buena y a gente mala. ¿Por qué? ¿Por qué la vida real no es como la ficción de la señora Prism? ¿Por qué ocurren cosas malas?

Mucha gente cree que sus dioses trataron de crear un mundo perfecto, pero por desgracia algo salió mal, y hay infinidad de ideas sobre qué es ese algo. La tribu Dogon de África occidental cree que al principio del mundo había un huevo cósmico del que emergieron dos gemelos. Todo habría ido bien si los dos gemelos hubieran salido del huevo a la vez. Lamentablemente, uno de ellos salió demasiado pronto y arruinó el plan de perfección del dios. Ese es el motivo, según los Dogon, por el que ocurren cosas malas.

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Existen multitud de leyendas sobre cómo apareció la muerte en el mundo. Por toda África, distintas tribus creen que el camaleón recibió la noticia de la vida eterna y se le pidió que la comunicara a los humanos. Por desgracia, el camaleón anduvo tan despacio (así lo hacen, y yo lo sé: como cualquier niño en África tuve una mascota camaleón llamada Hookaria) que la noticia de la muerte, llevada por un lagarto (o algún otro animal más rápido en otras versiones de la leyenda) llegó antes. En una leyenda de África occidental la noticia de la vida fue encargada a un sapo muy lento, que lamentablemente fue adelantado por un perro más rápido que llevaba la noticia de la muerte. Debo decir que me confunde un poco que el orden en el que llegan las noticias sea tan importante. Las malas noticias son malas, lleguen cuando lleguen.

La enfermedad es un tipo especial de cosa mala, y ha generado multitud de mitos por sí sola. Uno de los motivos es que durante mucho tiempo las enfermedades fueron algo misterioso. Nuestros antepasados se enfrentaban a otros peligros como leones y tigres de dientes de sable, enemigos de otras tribus o la amenaza del hambre, pero los veían venir y los entendían. En cambio, la viruela, la peste negra o la malaria parecían provenir de ninguna parte, sin aviso previo, y no había forma de prevenir sus ataques. Eran un misterio terrorífico. ¿De dónde provenían las enfermedades? ¿Qué habíamos hecho para merecer estas enfermedades dolorosas, los terribles dolores de muelas o los espantosos granos? No es de extrañar que la gente acudiera a la superstición cuando trataban desesperadamente de entender la enfermedad, y aún más desesperadamente trataban de prevenirse frente a ella. En muchas tribus africanas, hasta hace bien poco, si alguien caía enfermo o tenía un hijo enfermo enseguida se buscaba a un mago malvado o una bruja a quien echarle la culpa. Si mi hijo tiene fiebre alta, debe de ser porque un enemigo ha pagado a un brujo para que recite un conjuro en su contra. O quizá es porque no fui capaz de sacrificar una cabra cuando nació. O quizá porque una gran oruga verde se cruzó en mi camino y olvidé conjurar al espíritu del mal.

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En la Grecia antigua, los peregrinos enfermos debían pasar la noche en un templo dedicado a Esculapio, el dios de la curación y la medicina. Creían que ese dios les curaría o les revelaría cómo hacerlo a través de un sueño. Incluso hoy en día, un número sorprendentemente grande de enfermos viajan a lugares como Lourdes, donde se sumergen en una piscina sagrada con la esperanza de que el agua bendita les cure (en realidad, yo sospecho que es más probable que cojan alguna enfermedad de otra gente que se ha bañado en la misma agua) Cerca de 200 millones de personas han peregrinado a Lourdes durante los últimos 140 años, con la esperanza de encontrar una cura. En muchos casos no tienen nada grave, y por suerte la mayoría mejoran, igual que si se hubieran quedado en su casa.

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Hipócrates, el «padre de la medicina» de la antigua Grecia, que dio su nombre al juramento que se supone han de cumplir todos los médicos, pensaba que los terremotos eran causas importantes de enfermedad. En la Edad Media mucha gente creía que las enfermedades estaban causadas por los movimientos de los planetas en el firmamento de las estrellas. Esto es parte de un sistema de creencias denominado astrología que, por ridículo que suene, sigue teniendo en la actualidad miles de seguidores.

El mito más extendido sobre la salud y la enfermedad que se mantuvo desde el siglo V a. C. hasta el siglo XVIII de nuestra era fue el de los cuatro «humores» Cuando decimos que alguien «está de buen humor» estamos usando una expresión que procede de ahí, aunque la gente ya no cree en el concepto en el que se basa. Los cuatro humores eran la bilis negra, la bilis amarilla, la sangre y la flema. La buena salud, por tanto, dependía de un buen «equilibrio» entre ellos, y aún puedes escuchar cosas similares a curanderos que te impondrán sus manos con el fin de «equilibrar» tus «energías» o tus «chakras».

En realidad, la teoría de los cuatro humores no podía ayudar a los médicos a curar las enfermedades, pero tampoco hacía más daño que el de permitirles practicar sangrías en sus pacientes. Esto consistía en abrir una vena con un instrumento afilado llamado lanceta y extraer cierta cantidad de sangre en un cuenco especial. Esto, como es lógico, hacía que el pobre enfermo se pusiera aún peor (y contribuyó a la muerte de George Washington), pero los médicos creían tanto en el mito antiguo de los humores que lo repetían una y otra vez. Y lo que es peor, la gente no solo se dejaba sangrar cuando estaba enferma. A veces le pedían al médico que lo hiciera como prevención de posibles enfermedades.

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Una vez, cuando estaba en el colegio, nuestra maestra nos pidió que pensáramos por qué ocurrirán las enfermedades. Un niño levantó la mano y contestó que eran ¡por culpa de los pecados! Hay mucha gente, incluso en la actualidad, que piensa que el pecado es, en general, el origen de las cosas malas. Algunos mitos sugieren que las cosas malas ocurren en el mundo porque nuestros antepasados pecaron hace muchos años. Ya he mencionado el mito judío de nuestros antepasados Adán y Eva. Recordarás que Adán y Eva hicieron una única cosa terrible: se dejaron convencer por la serpiente para comer la fruta del árbol prohibido. Ese crimen mítico ha perdurado durante generaciones, y se sigue viendo como el responsable de todas las cosas malas que han sucedido en el mundo hasta ahora.

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Muchos mitos hablan de un conflicto entre dioses buenos y dioses malos (o diablos). Los dioses malos son los responsables de las cosas malas que ocurren en el mundo. O podría haber un único espíritu del mal, llamado diablo o algo similar, que lucha con el dios bueno o los dioses buenos. Si no hubiera esta lucha entre dioses y demonios, o dioses buenos y dioses malos, nunca ocurrirán cosas malas.

¿Por qué ocurren en realidad cosas malas?

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¿POR QUÉ ocurre cualquier cosa? Es una pregunta difícil de responder, pero es una pregunta más razonable que «¿por qué ocurren cosas malas?». Esto se debe a que no hay un motivo para tratar las cosas malas de forma independiente, a menos que las cosas malas ocurran con más frecuencia de lo que se espera, por casualidad; o a menos que creamos que debería haber una especie de justicia natural, lo que significaría que las cosas malas solo deberían ocurrirle a la gente mala.

¿Las cosas malas ocurren con más frecuencia de lo que cabría esperar? Si fuera así, realmente tendríamos algo que explicar. Puede que hayas oído hablar en broma sobre la «ley de Murphy» Esta ley afirma lo siguiente: «Si se te cae una tostada con mermelada al suelo, siempre caerá con la mermelada hacia abajo». O de forma más general: «Si algo puede salir mal, saldrá mal». La gente suele hacer chistes sobre este asunto, pero a veces da la sensación de que creen que es algo más que un chiste. Parecen creer realmente que el mundo trata de atacarles.

He grabado bastantes reportajes para documentales en televisión, y una de las cosas que pueden salir mal en una filmación «en exteriores» es el ruido no deseado. Cuando se escucha a lo lejos un avión tienes que dejar de filmar y esperar a que pase, y eso puede llegar a ser muy irritante. Los dramas costumbristas de siglos pasados se arruinan con el ruido de un avión. La gente del cine tiene la superstición de que los aviones eligen deliberadamente los momentos en los que el silencio es más importante para sobrevolar sus cabezas, y automáticamente invocan a la ley de Murphy.

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Hace poco, los encargados de una película en la que trabajaba eligieron una ubicación en la que creímos estar seguros de que no habría ruido, una gran pradera vacía cerca de Oxford. Llegamos por la mañana temprano para asegurarnos de que habría silencio y tranquilidad, pero nada más llegar descubrimos a un escocés solitario practicando con su gaita (quizá expulsado de su casa por su mujer). «La ley de Murphy», dijimos todos. La verdad, como es lógico, es que prácticamente todo el tiempo hay ruido, pero solo lo notamos cuando nos molesta, por ejemplo, cuando interfiere en una filmación. Existe cierta predisposición a percibir aquello que nos enoja, y eso nos hace pensar que el mundo trata de molestarnos de manera deliberada.

En el caso de la tostada, no debe sorprendernos que caiga con la mermelada hacia abajo la mayoría de las veces, porque las mesas no son muy altas, y la tostada suele empezar la caída con la mermelada hacia arriba, por lo que le da tiempo justo para dar media vuelta antes de llegar al suelo. Pero el caso de la tostada es simplemente un ejemplo vistoso para expresar la idea general de que…

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Quizá este sería un ejemplo mejor para la ley de Murphy: «Si te juegas algo a cara o cruz, cuanto más desees que salga cara, más probable es que salga cruz».

Esta es, al menos, la visión pesimista. Hay optimistas que piensan que cuanto más desees que salga cara, más probable es que la moneda caiga de cara. Quizá podríamos denominarlo la «ley de Pollyanna», o creencia optimista de que las cosas tienden a salir bien. O podría denominarse la «ley de Pangloss», nombre de un personaje inventado por el gran escritor francés Voltaire. Su doctor Pangloss pensaba que «todo es para bien en este mundo, el mejor de los mundos posibles».

Cuando lo vemos así, descubrimos rápidamente que tanto la ley de Murphy como la ley de Pollyanna carecen de sentido. Las monedas, o las tostadas, no tienen forma de saber lo que tú deseas, y ningún deseo propio les hará cambiar de postura. Además, lo que es malo para una persona puede ser bueno para otra. Los jugadores de tenis pueden rezar fervientemente por la victoria, pero ¡uno de los dos tiene que perder! No hay un motivo especial para preguntarse por qué ocurren cosas malas. La pregunta que subyace es más general: «¿por qué ocurre cualquier cosa?».

Suerte, oportunidad y causa

A veces la gente dice: «Todo ocurre por algún motivo». En cierto sentido es verdad. Todo ocurre por un motivo, que es lo mismo que decir que los sucesos tienen causas, y la causa siempre aparece antes que el suceso. Los tsunamis ocurren porque hay terremotos bajo el mar, y los terremotos se producen porque hay corrimientos en las placas tectónicas de la Tierra, tal como vimos en el Capítulo 10. Ese es el sentido verdadero de la afirmación de que todas las cosas ocurren por una razón: el sentido en el que «razón» significa «causa anterior». Pero la gente a veces utiliza la palabra «razón» en un sentido muy diferente: para indicar algo como «propósito» Dicen cosas como:

El tsunami fue un castigo por nuestros pecados, o La razón del tsunami fue destruir los clubes de striptease y las discotecas y bares y otros lugares de pecado.

Es increíble con qué frecuencia recurre la gente a este tipo de sinsentidos.

Quizá es una resaca de la infancia. Los psicólogos infantiles han demostrado que los niños muy pequeños, cuando se les pregunta por qué ciertas rocas son puntiagudas, evitan las causas científicas como explicación y prefieren esta otra respuesta: «Para que los animales puedan rascarse cuando les pica». La mayoría de los niños abandonan con la edad ese tipo de explicaciones para las rocas puntiagudas. Pero muchos adultos son incapaces de deshacerse de ese mismo tipo de explicación cuando se trata de grandes desgracias como terremotos, o de buena suerte como el hecho de escapar de uno.

¿Y qué pasa con la «mala suerte»? ¿Existe algo como la mala suerte, o incluso la buena suerte? ¿Hay gente más afortunada que otra? La gente habla a veces de una «racha» de mala suerte. O dicen: «Me han ocurrido tantas cosas malas últimamente que me merezco tener un golpe de buena suerte». O quizá dicen: «Fulanito de tal es una persona desafortunada, las cosas siempre parecen salirle mal».

«Merezco un golpe de buena suerte» es un ejemplo de una interpretación errónea y muy extendida de la «ley de promedios». En el juego del críquet es bastante decisivo qué equipo batea primero. Los dos capitanes se juegan a cara o cruz quién aprovecha esa ventaja, y los seguidores de cada equipo esperan que su capitán gane ese sorteo. Antes de un reciente partido entre la India y Sri Lanka, en una página web de Yahoo apareció esta pregunta:

¿Volverá Dhoni [el capitán indio] a tener suerte una vez más con la moneda?

De entre las respuestas que recibieron, se eligió la siguiente como «mejor respuesta» (por algún motivo que aún no entiendo):

Yo creo firmemente en la ley de promedios, así que apuesto por que Sangakkara [el capitán de Sri Lanka] tendrá suerte y ganará el famoso sorteo.

¿No te parece que es una estupidez? En una serie de partidos anteriores, Dhoni siempre ganó el sorteo. Se supone que las monedas no están trucadas. Por tanto, la malentendida «ley de promedios» diría que Dhoni, como ya ha tenido tanta suerte, ahora debería perder el sorteo para equilibrar la balanza. Otra forma de expresarlo sería decir que ahora es el turno de Sangakkara para ganar el sorteo. O que sería injusto si Dhoni ganara de nuevo. Pero la realidad es que, independientemente de cuántas veces haya ganado Dhoni, las opciones de que vuelva a ganar siempre son 50/50. Ni el «turno» ni la «justicia» tienen nada que ver. Nosotros podemos ocuparnos de lo justo y lo injusto, ¡pero las monedas no deciden! Tampoco el universo decide.

Sí es cierto que si lanzas una moneda 1000 veces, cabe esperar que salgan aproximadamente 500 caras y 500 cruces. Pero supón que has lanzado la moneda 999 veces y siempre ha salido cara. ¿A qué apostarías en la última tirada? Según la errónea interpretación de la «ley de promedios», deberías apostar a cruz, porque es el turno de la cruz, y porque sería muy injusto si volviera a salir cara. Pero yo apostaría a que sale cara, y tú deberías hacerlo también. Una secuencia de 999 caras sugiere que alguien ha trucado la moneda o hace trampa al lanzarla. La malentendida «ley de promedios» ha sido la ruina de muchos jugadores.

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Lo cierto es que, a posteriori, podrías decir: «Sangakkara tuvo muy mala suerte al perder el sorteo, porque eso significó que India bateara en primer lugar y consiguiera una gran distancia en el marcador». No hay nada incorrecto en eso. Lo único que estás diciendo es que esta vez, ganar el sorteo sí suponía una diferencia, de forma que quien ganara el sorteo en esa ocasión en concreto tendría suerte por haberlo hecho. Lo que no deberías decir es que como Dhoni ha ganado el sorteo muchas veces antes, ¡ahora es el turno de Sangakkara! Tampoco deberías decir algo como esto: «Dhoni es un buen jugador de críquet, pero el motivo real por el que deberíamos hacerle capitán es que tiene mucha suerte con el sorteo inicial». La suerte en los lanzamientos de monedas no es algo que posean algunas personas en concreto. Puedes decir de un jugador de críquet que es buen bateador o mal boleador. Pero no puedes decir que es bueno o malo ganando el sorteo de la moneda.

Por ese mismo motivo, carece absolutamente de sentido pensar que puedes mejorar tu suerte llevando un amuleto alrededor del cuello o cruzando los dedos a la espalda. Esas cosas no influyen en absoluto en lo que ocurre, salvo en el hecho de cómo te sientes: tendrás más confianza y los nervios más calmados antes de sacar, por ejemplo, en un partido de tenis. Pero eso no tiene nada que ver con la suerte; eso es psicología.

Si quieres un ejemplo realmente divertido de «propensión a los accidentes» no tienes más que ver la desternillante película La Pantera Rosa, protagonizada por Peter Sellers como el inspector Jacques Clouseau. El inspector Clouseau sufre continuamente accidentes divertidos y embarazosos, pero se debe a que es un chapucero, no a que tenga constantemente mala «suerte», que es como alguna gente utiliza esa frase. (Por cierto, trata de ver la película original, La Pantera Rosa, no las versiones posteriores con títulos como El hijo de la Pantera Rosa, La venganza de la Pantera Rosa, etc., que aparecieron como secuelas).

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Pollyanna y paranoia

Por tanto, hemos visto que las cosas malas, al igual que las cosas buenas, no ocurren más a menudo por casualidad de lo que deberían. El universo no tiene mente, ni sentimientos ni personalidad, por tanto, no hace las cosas con el fin de dañarte o beneficiarte. Las cosas malas ocurren porque las cosas ocurren. Si son buenas o malas desde nuestro punto de vista no influye en la probabilidad de que ocurran. A mucha gente le cuesta admitir esto, prefieren pensar que los pecadores reciben su merecido y que la virtud es recompensada. Lamentablemente, al universo no le importa lo que la gente prefiera.

Pero dicho todo esto, me detendré un momento a pensar. En cierta forma divertida, he de admitir que parte de la ley de Murphy es cierta. Aunque definitivamente no es cierto que el clima o un terremoto vayan a por ti (porque a ellos no les importas tú, de una forma u otra), las cosas son algo diferentes cuando hablamos del mundo viviente. Si eres un conejo, el zorro sí va a por ti. Si eres un pez pequeño, el lucio sí va a por ti. No quiero decir que el zorro o el lucio piensen en ello, aunque podría ser. Sería igual que decir que un virus va a por ti, y nadie creería que los virus piensen en nada. Pero la evolución por selección natural ha demostrado que los virus, y los zorros y los lucios se comportan de forma activamente mala para sus víctimas, se comportan como si fueran deliberadamente a por ellas, algo que no podemos decir de los terremotos, los huracanes o las avalanchas. Los terremotos y los huracanes son malos para sus víctimas, pero no dan pasos activos para hacer cosas malas: en realidad no dan pasos activos para hacer nada, simplemente ocurren.

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La selección natural, la lucha por la existencia tal como la denominó Darwin, significa que toda criatura viviente tiene enemigos que se esfuerzan para acabar con ella. Y a veces los trucos que los enemigos naturales utilizan tienen la apariencia de estar inteligentemente planeados. Las telas de araña, por ejemplo, son trampas ingeniosas diseñadas para atrapar insectos distraídos. Un pequeño insecto llamado hormiga león construye trampas para que sus presas caigan en ellas.

La hormiga león se sienta al fondo de un agujero cónico que previamente ha cavado y se come a cualquier hormiga que caiga en el agujero. Nadie está sugiriendo que la araña o la hormiga león sean ingeniosas, que hayan pensado su trampa. Pero la selección natural les ha hecho cerebros evolucionados que parecen ingeniosos a nuestro entender. Del mismo modo, el cuerpo de un león parece ingeniosamente diseñado para saltar sobre el lomo de los antílopes y las cebras. Y podemos imaginar que si tú fueras un antílope, un león que acecha, persigue y salta podría parecer que va a por ti.

Es fácil ver que los depredadores (los animales que matan y se comen a otros animales) trabajan para atrapar a su presa. Pero también es cierto que las presas trabajan para evitar que sus depredadores las atrapen. Se esfuerzan para escapar de ser comidas, y si tienen éxito sus depredadores podrían morir de hambre. Lo mismo sucede entre los parásitos y sus huéspedes. También ocurre entre miembros de las mismas especies, que están real o potencialmente compitiendo unos con otros. Si la vida es fácil, la selección natural favorecerá la evolución de mejoras en los enemigos, ya sean depredadores, presas, parásitos, anfitriones o competidores: mejoras que harán que la vida de nuevo sea más dura. Los terremotos y los tornados son molestos e incluso podrían denominarse enemigos, pero no van «a por ti» de la misma forma que los depredadores y los parásitos.

Esto tiene consecuencias para el tipo de actitud mental que se espera de cualquier animal salvaje, como un antílope. Si tú eres un antílope y ves moverse la hierba alta, puede que se trate del viento. No es nada de lo que preocuparse, porque el viento no va a por ti: es completamente indiferentes para los antílopes y su bienestar. Pero el movimiento de la hierba alta podría ser un leopardo al acecho, y un leopardo es casi seguro que sí va a por ti: le gusta el sabor de tu carne y la selección natural favoreció a los antiguos leopardos para que fueran buenos cazadores de antílopes. Por tanto, los antílopes, y los conejos y muchos otros animales tienen que estar constantemente en alerta. El mundo está lleno de peligrosos de predadores y lo más seguro es pensar que parte de la ley de Murphy es cierta. Pongámoslo en palabras de Charles Darwin, en el lenguaje de la selección natural: aquellos animales individuales que actúan como si creyeran que la ley de Murphy es cierta, tienen más probabilidades de sobrevivir y reproducirse que aquellos que siguen la ley de Pollyanna.

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Nuestros antepasados estaban casi todo el tiempo en peligro mortal por leones y cocodrilos, pitones y dientes de sable. Por eso es probable que decidieran adoptar una visión sospechosa —algunos podrían decir paranoica— del mundo, para ver una posible amenaza en cada movimiento de la hierba, en el ruido de cada rama, y asumir que había algo allí que iba a por ellos, un agente deliberado planeando matarlos. «Planeando» es una forma incorrecta de verlo si piensas en ello como una intención deliberada, pero es fácil hacerse a la idea en el lenguaje de la selección natural: «Hay enemigos ahí fuera dotados por la selección natural para comportarse como si planearan matarme. El mundo no es neutral ni indiferente con mi bienestar. El mundo va a por mí. La ley de Murphy puede ser o no verdad, pero comportarse como si lo fuera es más seguro que comportarse como si la ley de Pollyanna fuera cierta».

Quizá ese es un motivo por el que, hasta el día de hoy, mucha gente mantiene creencias supersticiosas de que el mundo está en su contra. Cuando lo llevan al extremo, decimos que son «paranoicos».

Enfermedad y evolución: ¿una obra inacabada?

Como ya he dicho, los depredadores no son los únicos que nos acechan. Los parásitos son una amenaza más silenciosa, pero igual de peligrosa. Entre otros parásitos están la tenia y los nematodos, las bacterias y los virus, que viven a base de alimentarse de nuestros cuerpos. Los depredadores como los leones también comen cuerpos, pero la diferencia entre un depredador y un parásito suele estar clara. Los parásitos se alimentan de víctimas aún vivas (aunque a veces pueden matarlas), y suelen ser mucho más pequeños que sus víctimas. Los depredadores suelen ser mayores que sus víctimas (como un gato es mayor que un ratón), o si son más pequeños (como un león es más pequeño que una cebra) es por poco. Los depredadores matan a sus presas y después se las comen. Los parásitos se comen a sus víctimas de forma más lenta, y la víctima puede seguir estando viva mucho tiempo con el parásito royéndola por dentro.

Los parásitos acostumbran a atacar en gran número, como cuando nuestro cuerpo sufre una infección masiva por fiebre o virus del resfriado. Los parásitos que son demasiado pequeños para verlos a simple vista se denominan a menudo «gérmenes», pero esa es una palabra algo imprecisa. Entre ellos están los virus, que son muy pequeños; las bacterias, que son mayores que los virus pero también muy pequeñas (hay virus que actúan como parásitos en las bacterias); y otros organismos unicelulares como el parásito de la malaria, que son mucho más grandes que las bacterias, pero, aun así, demasiado pequeños para verlos sin un microscopio. El lenguaje común no tiene un nombre general para estos parásitos mayores de una única célula. Algunos de ellos pueden denominarse «protozoos», pero este no es un término que los abarque a todos. Otros parásitos importantes son los hongos, por ejemplo, la tiña y el pie de atleta (cosas grandes como los champiñones o las setas dan una falsa impresión de cómo son la mayoría de los hongos).

Algunos ejemplos de enfermedades provocadas por bacterias son la tuberculosis, algunos tipos de neumonía, la tosferina, el cólera, la difteria, la lepra, la fiebre escarlata, la forunculosis y el tifus. Entre las enfermedades virales están el sarampión, la varicela, las paperas, la viruela, los herpes, la rabia, la polio, la rubeola, distintas variedades de gripe y el gran número de enfermedades que conocemos como «resfriado común». La malaria, la disentería y la enfermedad del sueño son algunas de las causadas por «protozoos» Otros parásitos importantes, más grandes aún —suficientemente grandes como para verlos a simple vista— son los distintos tipos de gusanos, incluyendo los gusanos planos (platelmintos), los gusanos redondos (lombrices) y los trematodos. Cuando era niño vivía en una granja, y encontraba a menudo animales muertos como ratas o topos. Estaba aprendiendo biología en el colegio, y me atraía lo suficiente como para diseccionar esos pequeños cadáveres cuando los encontraba. Lo que más me impresionaba es que estaban llenos de gusanos vivos (lombrices, técnicamente llamadas nematodos). No había lo mismo en las ratas y conejos domesticados que nos daban para diseccionar en el colegio.

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El cuerpo tiene un sistema muy ingenioso y habitualmente efectivo de defensa natural frente a los parásitos, denominado sistema inmunitario. El sistema inmunitario es tan complicado que llevaría un libro entero explicarlo. Brevemente, cuando detecta un parásito peligroso, el cuerpo se moviliza para producir células especiales que la sangre transporta a la batalla, como una especie de ejército hecho a medida para atacar a esos parásitos en particular. El sistema inmunitario suele vencer la batalla y la persona se recupera. Después de eso, el sistema inmunitario «recuerda» el equipo molecular que ha desarrollado para esa batalla en particular y en posteriores infecciones del mismo tipo de parásito combatirán tan rápidamente que ni siquiera lo notaremos. Ese es el motivo por el que una vez que has pasado una enfermedad como las paperas, el sarampión o la varicela, ya es muy difícil que la vuelvas a padecer. La gente solía creer que era bueno que los niños tuvieran paperas, por ejemplo, porque la «memoria» del sistema inmunitario les protegería cuando fueran adultos, y las paperas son más problemáticas para los adultos (en especial para los hombres, porque ataca a los testículos) que para los niños. La vacunación es la ingeniosa técnica de hacer algo similar a eso. En lugar de tener que pasar la enfermedad, el médico te inocula una versión debilitada de la misma, o quizá una inyección de gérmenes muertos, para estimular al sistema inmunitario sin que padezcas realmente la enfermedad. La versión debilitada es mucho menos nociva que la enfermedad real: de hecho, normalmente no notas nada. Pero el sistema inmunitario «recuerda» los gérmenes muertos, o la versión debilitada de la enfermedad, y así se prepara para luchar con ellos si alguna vez aparecen.

El sistema inmunitario tiene la difícil tarea de «decidir» quién es «extranjero» y, por tanto, a quién atacar (a un sospechoso de ser parásito) y quién debería ser aceptado como parte del propio cuerpo. Esto puede ser particularmente complicado, por ejemplo, con las mujeres embarazadas. El bebé que llevan dentro es un «extranjero» (los bebés no son genéticamente idénticos a sus madres, porque la mitad de sus genes proceden del padre). Pero es importante que el sistema inmunitario no ataque al bebé. Ese fue uno de los problemas más difíciles de resolver cuando el embarazo evolucionó en los antepasados de los mamíferos. Al final se resolvió, y muchos bebés logran sobrevivir en el vientre de su madre lo suficiente como para llegar a nacer. Pero también hay muchos abortos, lo que quizá sugiere que a la evolución le ha costado resolver el asunto y que la solución aún no está completa. Incluso a día de hoy, muchos bebés sobreviven únicamente porque los médicos se encargan de ellos, por ejemplo, cambiándoles completamente la sangre en el mismo momento en que nacen, en algunos casos de sobreactuación del sistema inmunitario.

Otra forma en la que el sistema inmunitario puede equivocarse es cuando lucha con demasiada fuerza contra un supuesto «agresor» Eso es lo que son las alergias: el sistema inmunitario lucha, sin necesidad, con un gasto extremo y hasta dañando al cuerpo, contra cosas que no son dañinas. Por ejemplo, el polen en el aire no suele ser dañino, pero el sistema inmunitario de algunas personas sobreactúa contra él, y eso es lo que ocurre cuando tienes una reacción alérgica denominada «fiebre del heno»: no paras de estornudar y te lloran los ojos, lo que es muy incómodo. Hay gente que es alérgica a los gatos o a los perros: sus sistemas inmunitarios sobreactúan contra moléculas inocuas que están en el pelo de dichos animales. Las alergias pueden ser a veces muy peligrosas. Hay gente tan alérgica a los cacahuetes que con solo comer uno de ellos pueden llegar a morir.

A veces una sobreactuación del sistema inmunitario va hasta tal punto que la persona se convierte en alérgica ¡a sí misma! Esto provoca las denominadas enfermedades autoinmunes. Algunos ejemplos de enfermedades autoinmunes son la alopecia (se te cae el pelo porque el cuerpo ataca a tus propios folículos capilares) y la psoriasis (una sobreactuación del sistema inmune que causa erupciones en la piel).

No es extraño que el sistema inmunitario sobreactúe a veces, porque hay una línea muy fina entre fallar el ataque cuando deberías y atacar cuando no deberías. Es el mismo problema que vemos en un antílope tratando de decidir si corre para huir de un león en la hierba alta. ¿O es un leopardo? ¿O un movimiento inofensivo del viento? ¿Es una bacteria peligrosa o es un grano de polen inofensivo? No dejo de preguntarme si la gente con sistemas inmunitarios hiperactivos, que pagan esos excesos con alergias o incluso con enfermedades autoinmunes, podría tener menos probabilidades de sufrir ciertos tipos de virus y otros parásitos.

Estos problemas de «equilibrio» son muy comunes. También es posible tener demasiada «aversión al riesgo», tratar cada movimiento de la hierba como peligroso, o lanzar una respuesta inmunitaria masiva a un cacahuete inofensivo, o a los tejidos del propio cuerpo. Y también es posible ser demasiado confiado, fallar en la respuesta al peligro cuando es muy real, o fallar al crear una respuesta inmunitaria cuando hay un parásito realmente peligroso. Es difícil trazar la línea, y se sufren castigos cuando la sobrepasamos en uno u otro sentido.

Los cánceres son un caso especial de algo malo que ocurre: extraño, pero muy importante. Un cáncer es un grupo de nuestras propias células que han dejado de hacer lo que se suponía que tenían que hacer en el cuerpo, y se convierten en parásitos. Las células cancerígenas suelen agruparse juntas, formando un «tumor» que crece sin control, alimentándose de partes del cuerpo. Los peores cánceres se trasladan a otras partes del cuerpo (lo que se denomina metástasis) y pueden llegar a matarlas. Los tumores que hacen eso se denominan malignos.

El motivo por el que los cánceres son tan peligrosos es que sus células están derivadas directamente de las propias células del cuerpo. Son nuestras propias células ligeramente modificadas. Esto significa que al sistema inmunitario le cuesta mucho trabajo reconocerlas como extraños. También significa que es muy difícil encontrar un tratamiento que acabe con el cáncer, porque cualquier tratamiento en el que podamos pensar —como un veneno, por ejemplo—, probablemente mataría también a nuestras células sanas. Es mucho más fácil matar bacterias, porque las células de las bacterias son distintas de las nuestras. El veneno que mata las células de la bacteria, pero no nuestras propias células se denomina antibiótico. La quimioterapia envenena a las células cancerígenas, pero también envenena al resto del cuerpo, porque nuestras células son muy similares. Si nos excedemos con la dosis del veneno, podemos matar al cáncer, pero matar también al pobre paciente.

Volvemos a tener el mismo problema de encontrar un equilibrio entre atacar a los auténticos enemigos (las células cancerígenas) y no atacar a los amigos (nuestras propias células normales): de nuevo el problema del leopardo en la hierba alta.

Permíteme que termine este capítulo con una especulación. ¿Es posible que las enfermedades autoinmunes sean una especie de subproducto de una guerra evolutiva, a lo largo de muchas generaciones, contra el cáncer? El sistema inmunitario gana muchas batallas frente a las células precancerígenas, sorprendiéndolas antes de que tengan la oportunidad de convertirse en realmente malignas. Mi sugerencia es que, en su constante vigilancia frente a las células precancerígenas, el sistema inmunitario a veces se excede, y ataca a tejidos inocuos del cuerpo, y eso es lo que denominamos enfermedad autoinmune. ¿Es posible que la explicación de las enfermedades autoinmunes sea que se trata de una prueba del trabajo evolutivo en busca de un arma efectiva contra el cáncer?

¿Tú qué crees?

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Cómo gestiona el sistema inmunitario un intento de ataque por un virus de la gripe (abajo).

 

La secuencia de arriba muestra un ataque exitoso. El virus de la gripe se acerca a una célula (1). La llave del virus se introduce en la cerradura de la célula (el receptor en la superficie de la célula) (2), de forma que al virus se le permite entrar en la célula (3) donde se multiplica. Por último (4), cientos de virus replicados salen de la célula infectada.

 

La secuencia de abajo muestra al sistema inmunitario rechazando el ataque.

Los anticuerpos del sistema inmunitario se acercan al virus (1) y se pegan a él (2) Ahora el virus ya no encaja en la cerradura de la célula (3) de forma que no puede entrar a en ella.

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