10. ¿Qué es un terremoto?
Imagina que estás sentado tranquilamente en tu habitación, quizá leyendo un libro o viendo la televisión o jugando con la consola. De pronto, escuchas un ruido aterrador y toda la habitación comienza a temblar. La luz parpadea en el techo, los adornos se caen de las estanterías, los muebles acaban en el suelo y tú te caes de la silla. Después de dos minutos más o menos vuelve la calma, y el silencio lo invade todo, únicamente roto por el llanto de un niño asustado y el ladrido de un perro. Te levantas y piensas lo afortunado que eres porque tu casa no se te ha caído encima. En un terremoto fuerte podría haber ocurrido.
Mientras empezaba a escribir este libro, la isla caribeña de Haití fue golpeada por un devastador terremoto y su capital, Puerto Príncipe, se destruyó casi por completo. 250 000 personas murieron y muchas otras, incluyendo a niños huérfanos, aún deambulan por las calles, sin hogar o viviendo en campamentos temporales.
Más tarde, mientras revisaba el libro, otro terremoto aún mayor sacudió la costa noreste de Japón. Provocó una ola gigantesca —un tsunami— que arrastró una destrucción inimaginable a su paso, arrasando pueblos enteros, matando a miles de personas y dejando a millones sin hogar, además de provocar explosiones muy peligrosas en una central nuclear ya dañada por el terremoto.
Los terremotos y los tsunami que causan son habituales en Japón (de hecho, la palabra tsunami es de origen japonés), pero el país nunca había experimentado uno como este en toda su historia reciente. El primer ministro lo describió como la peor catástrofe desde la Segunda Guerra Mundial, cuando las bombas atómicas destruyeron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. De hecho, los terremotos son habituales en todo el borde del océano Pacífico; la ciudad neozelandesa de Christchurch sufrió grandes daños y pérdidas de vidas humanas en un terremoto justo un mes antes del que sacudió Japón. A esta zona se la denomina también «anillo de fuego», y abarca gran parte de California y de los estados del oeste de Estados Unidos, donde se produjo un famoso terremoto en la ciudad de San Francisco, en 1906. La enorme ciudad de Los Ángeles también está en peligro.
¿Qué ocurre cuando golpea un terremoto?
PUEDES HACERTE una idea de lo que sería un gran terremoto cerca de Los Ángeles gracias a una simulación por ordenador. Esta simulación es un tipo de previsión visual de algo que aún no ha ocurrido, pero podría, basada en ciencia realista, una especie de película «si ocurriera» generada por el ordenador. La película nos muestra un suceso que en realidad no ha ocurrido para que puedas ver cómo sería si ocurriera —y probablemente algún día ocurra—.
Las imágenes que se muestran aquí son fotogramas de dos secuencias de la simulación. La estrecha banda de la izquierda en ambas páginas presenta el área desde arriba, de sur a norte, con la ciudad de Los Ángeles marcada, como si fuera un mapa. Las manchas roja y amarilla en la parte inferior de las dos primeras imágenes señalan dónde comienza el terremoto. Se denomina «epicentro» del terremoto. La delgada línea roja que asciende por el mapa es la falla de San Andrés, de la que hablaremos dentro de un momento. Por ahora, piensa simplemente en ello como en una grieta en el suelo, una línea de debilidad en la superficie de la Tierra.
Las imágenes más anchas de la parte derecha no son un mapa, sino una vista del terreno tal como se vería desde un avión, mirando en la dirección opuesta, hacia el sudeste desde Los Ángeles, hacia las montañas y el epicentro del terremoto (marcado también en rojo).
Si reproduces la simulación en tu ordenador podrás ver algo realmente aterrador. En el mapa verás el centro rojo del terremoto desplazándose hacia el norte por la falla de San Andrés, con olas de color azul, verde y amarillo que representan movimientos de tierra de distintas intensidades ensanchándose hacia ambos lados. Después de unos 80 segundos, el centro rojo alcanza la zona opuesta de Los Ángeles, y las olas amarilla y verde ya han sobrepasado la ciudad. Después de otros 10 segundos, las olas rojas han alcanzado el centro de Los Ángeles. En ese momento puedes mirar la imagen de la derecha, la «vista desde el avión», para comprobar qué está ocurriendo ahí abajo, y es extraordinariamente revelador. Todo el suelo se está comportando como si fuera líquido. Parece el mar, con olas que lo atraviesan. Tierra sólida y seca batida por las olas, ¡como si fuera el mar! Eso es un terremoto.
Si estuvieras abajo, en el suelo, no verías las olas porque estarías demasiado cerca de ellas y serías demasiado pequeño en comparación con las mismas. Tan solo sentirías cómo el suelo se mueve y se sacude bajo tus pies, tal como he descrito en la escena que abría este capítulo. Si la sacudida llegara a ser suficientemente fuerte, tu casa podría venirse abajo.
Los colores de la simulación se denominan «colores falsos», y los utiliza el ordenador simplemente como una forma de transmitirnos la fuerza del terremoto en distintos lugares. El azul significa un movimiento débil, el rojo significa un movimiento fuerte, y entre ellos el verde y el amarillo. Los colores nos ayudan a visualizar las olas de movimiento por la superficie de la Tierra, y a ver lo deprisa que se mueven. El centro «rojo» del terremoto asciende por la falla de San Andrés a unos 8000 kilómetros por hora.
Como ya he dicho, esto es solo una simulación por ordenador, no una película de un terremoto real. El ordenador ha exagerado la cantidad de movimiento, por lo que parece miles de veces peor de lo que sería en la vida real. Pero aun así, sería aterrador.
Dentro de un momento explicaré lo que es realmente un terremoto, y lo que es una línea de falla como la de San Andrés y otras similares en distintas partes del planeta. Pero antes veamos algunos mitos.
Si dispones de acceso a Internet, puedes ver la película aquí:
www.booksattransworld.co.uk/dawkins-earthquake
Mitos sobre terremotos
Empezaremos con un par de mitos que podrían haber surgido a partir de terremotos concretos, terremotos que realmente ocurrieron en algún momento de la Historia.
Una leyenda judía nos habla de dos ciudades, Sodoma y Gomorra, que fueron destruidas por el dios hebreo porque la gente que vivía en ellas era realmente perversa.
La única buena persona en ambas ciudades era un hombre llamado Lot.
El dios envió dos ángeles para avisar a Lot de que huyera de Sodoma antes de su destrucción.
Lot y su familia se dirigieron a las montañas, justo antes de que el dios lanzara una lluvia de fuego sobre la ciudad de Sodoma. Recibieron órdenes estrictas de no mirar atrás, pero lamentablemente, la mujer de Lot desobedeció al dios. Se volvió para echar un último vistazo. El dios la convirtió en una estatua de sal, que algunas personas dicen se puede ver a día de hoy.
Algunos arqueólogos afirman haber encontrado pruebas de que un gran terremoto sacudió la región en la que se supone que estaban Sodoma y Gomorra hace unos 4000 años.
Si eso es cierto, la leyenda de su destrucción podría entrar en nuestra lista de mitos sobre terremotos.
Otro mito bíblico que podría haberse iniciado con un terremoto concreto es la historia de cómo se destruyó Jericó. Jericó, que estaba al norte del mar Muerto, en Israel, es una de las ciudades más antiguas del mundo. Lleva sufriendo terremotos desde siempre y hasta hace bien poco: en 1927 estuvo muy cerca del centro de un gran terremoto que sacudió toda la región y mató a cientos de personas en Jerusalén, a unos 25 kilómetros de allí.
La antigua historia hebrea habla de un héroe legendario llamado Josué, que quería conquistar al pueblo que vivía en Jericó desde hacía miles de años.
Jericó estaba rodeada por altas y sólidas murallas, y la gente se encerró dentro para evitar ser atacada. Los soldados de Josué no podían atravesar las murallas, así que este les pidió a sus sacerdotes que hicieran sonar sus cuernos de carnero y a todos los demás que gritaran todo lo que pudieran.
El ruido fue tan ensordecedor que las murallas se resquebrajaron y se vinieron abajo. Los soldados de Josué entraron entonces y mataron a toda la población de la ciudad, incluyendo mujeres y niños, e incluso vacas, ovejas y burros.
También lo quemaron todo, salvo la plata y el oro, que le ofrecieron a su dios, tal como este les había ordenado. Según lo cuenta el mito, fue una buena acción: el dios del pueblo de Josué quería que fuera así para que su gente pudiera ocupar el territorio que previamente había pertenecido a Jericó.
Jericó está en una zona propensa a los terremotos, por lo que hay quien sugiere que la leyenda de Josué y Jericó podría haber comenzado con un antiguo terremoto, que sacudió la ciudad de forma tan violenta que sus murallas se derrumbaron. Es fácil imaginar cómo un recuerdo popular tan antiguo de un terremoto desastroso puede llegar a exagerarse y a distorsionarse, mientras pasa de boca en boca, de generación en generación, por gente que no podía leerlo ni escribirlo, hasta que llegó a convertirse en la leyenda del gran héroe tribal Josué y de sus ruidosas trompetas de cuerno de carnero.
Los dos mitos que he descrito podrían haber comenzado con terremotos concretos de la historia. Hay muchos otros mitos, surgidos por todo el mundo, que han nacido del intento de la gente por entender qué son, en general, los terremotos.
Japón sufre muchos terremotos, por lo que no es extraño que allí hayan surgido muchos e interesantes mitos al respecto.
Según uno de ellos, la Tierra flotaba en la espalda de un gigantesco pez llamado Namazu. Cuando Namazu movía su cola, la Tierra se sacudía.
Muchos miles de kilómetros al sur, los maoríes de Nueva Zelanda, que llegaron en canoa y se establecieron allí varios siglos antes de la llegada de los marinos europeos, creían que la madre Tierra estaba embarazada de su hijo, el dios Ru. Cada vez que el bebé Ru se movía dentro del vientre de su madre, se producía un terremoto.
De vuelta en el norte, algunas tribus de Siberia creían que la Tierra estaba sentada en un trineo tirado por perros y conducido por un dios llamado Tull. Los pobres perros tenían pulgas, y cuando se rascaban se producía un terremoto.
En una leyenda de África occidental, la Tierra es un disco sujetado por una gran montaña en un extremo y un gigante monstruoso en el otro, cuya esposa sujeta el cielo. Cada vez que el gigante y su esposa se abrazan, como podrás imaginar, la Tierra se mueve.
Otras tribus de África occidental creían que vivían en la cima de una cabeza gigantesca. Los bosques eran el cabello y la gente y los animales eran como pulgas que se movían por esa cabeza.
Los terremotos eran lo que ocurría cuando el gigante estornudaba. Al menos eso es lo que ellos creían, aunque dudo de que realmente lo creyeran.
A día de hoy, sabemos lo que son en realidad los terremotos, y ya es el momento de olvidarnos de los mitos y mirar a la realidad.
Qué son realmente los terremotos
En primer lugar, necesitamos escuchar la extraordinaria historia de la tectónica de placas.
Todo el mundo sabe qué aspecto tiene un mapamundi. Sabemos la forma que tienen África o Sudamérica, y sabemos que el ancho océano Atlántico las separa. Todos somos capaces de reconocer Australia, y sabemos que Nueva Zelanda se encuentra al sudeste de Australia. Sabemos que Italia parece una bota a punto de patear el balón de Sicilia, y hay quien cree que Nueva Guinea tiene forma de pájaro. Podemos reconocer fácilmente el contorno de Europa, incluso aunque sus fronteras interiores cambien continuamente. Los imperios van y vienen; las fronteras entre los países van desplazándose a lo largo de la historia. Pero el contorno de los continentes se mantiene estable. ¿O no? Bueno, no, no es así, y ese es el asunto importante. Se desplazan, aunque muy despacio, igual que la posición de las cadenas montañosas: los Alpes, el Himalaya, los Andes y las Rocosas. A decir verdad, estas grandes marcas geográficas se fijan en la escala del tiempo de la historia humana. Pero cabría pensar que para la Tierra eso no es nada de tiempo. La Historia escrita se remonta únicamente hasta hace 5000 años. Si retrocedemos un millón de años, es decir, 200 veces más atrás que la Historia escrita, los continentes mantienen más o menos la misma forma que hoy, al menos hasta donde nuestros ojos son capaces de ver. Pero ¿y si retrocedemos 100 millones de años?
Fíjate en el mapa de abajo. El océano Atlántico Sur es un estrecho canal en comparación con lo que es actualmente, y parece como si se pudiera casi saltar de África a Sudamérica. El norte de Europa prácticamente está tocando con Groenlandia, que a su vez está prácticamente tocando con Canadá. Y fíjate dónde está la India: no es parte de Asia, sino que está justo debajo de Madagascar. África también está desplazada con respecto a su ubicación actual.
Si te paras a pensarlo, ¿te has dado cuenta alguna vez, cuando miras un mapa moderno, que el lado este de Sudamérica se parece sospechosamente al lado oeste de África, como si «quisieran» encajar como piezas de un puzle? Resulta que si retrocedemos un poco más en el tiempo (digamos unos 50 millones de años más, aunque siga siendo muy poco tiempo en la vasta y lenta escala de tiempo geológica), comprobaremos que en realidad estaban juntas. El mapa de abajo a la derecha muestra cómo eran los continentes del sur hace 150 millones de años.
África y Sudamérica estaban completamente unidas, no solo ellas, sino también con Madagascar y la Antártida, además de Australia y Nueva Zelanda, unidas por el otro extremo de la Antártida, aunque no aparecen en la imagen. Todo ello era una gran masa de tierra llamada Gondwana (bueno, Gondwana es el nombre que se le ha dado después; los dinosaurios que vivían allí no la llamaban de ninguna manera, pero hoy la llamamos Gondwana) Más tarde Gondwana se dividió en trozos, creando un continente tras otro.
Suena un poco a cuento chino, ¿no crees? Me refiero a que parece ridículo que una cosa tan grande como un continente pueda desplazarse miles de kilómetros, pero ahora sabemos que sí ocurrió, y lo que es más, entendemos cómo ocurrió.
Cómo se mueve la Tierra
También sabemos que los continentes no solo se alejan unos de otros. A veces chocan unos con otros, y cuando eso ocurre, enormes cadenas montañosas se elevan hacia el cielo. Así es como se formó la cordillera del Himalaya: cuando la India chocó con Asia. En realidad no es del todo cierto que India chocara con Asia. Tal como veremos, lo que chocó con Asia fue algo mucho mayor llamado «placa», con la India colocada justo encima. Todos los continentes están asentados encima de «placas» Enseguida veremos lo que son, pero antes pensemos un poco más en esos «choques» y en la separación de los continentes.
Cuando escuchas una palabra como «chocar» puedes pensar en un choque instantáneo, como cuando un camión choca contra un coche. No es exactamente así. El movimiento de los continentes es extremadamente lento. Alguien dijo una vez que se mueven a la velocidad a la que crecen las uñas. Si te sientas y te quedas mirando a tus uñas, no las verás crecer. Pero si esperas unas cuantas semanas, podrás ver que han crecido, y deberás cortártelas. De forma similar, no puedes ver cómo Sudamérica se separa de África. Pero si esperas 50 millones de años, observarás que los dos continentes se han separado bastante.
«La velocidad a la que crecen las uñas» es la velocidad media a la que se mueven los continentes. Pero las uñas crecen a una velocidad más o menos constante, mientras que los continentes se desplazan a tirones: se produce un tirón, después una pausa de cientos de años, mientras va aumentando la presión capaz de moverlos, y después otro tirón, y así siempre.
Quizá ya te estés preguntando qué son en realidad los terremotos. Sí: un terremoto es lo que sentimos cuando se produce uno de esos tirones.
Te estoy diciendo que eso es un hecho conocido, pero ¿cómo lo conocemos? Y ¿cuándo lo descubrimos por primera vez? Es una historia fascinante que necesito contarte.
Algunas personas en el pasado habían observado la curiosa forma en que encajaban Sudamérica y África, pero no supieron deducir nada de ello. Hace unos cien años, un científico alemán llamado Alfred Wegener sugirió algo curioso. Fue tan curioso que mucha gente pensó que estaba loco. Wegener sugirió que los continentes se separaban como barcos gigantescos. África y Sudamérica, y el resto de grandes masas de tierra del sur, según la visión de Wegener, habían estado alguna vez juntas. Después se fueron separando a través de los mares en distintas direcciones. Eso es lo que pensaba Wegener, y la gente se rio de él. Pero ahora se ha demostrado que llevaba razón; bueno, al menos cierta razón, y estaba mucho más cerca de la verdad que la gente que se reía de él.
La teoría moderna de las placas tectónicas, que se sustenta por multitud de pruebas, es más o menos la misma idea de Wegener. Wegener llevaba razón en lo de que África y Sudamérica, India, Madagascar, la Antártida y Australia estuvieron alguna vez unidas y después se separaron. Pero la forma en la que ocurrió, según la teoría del placas tectónicas, es algo distinta a como lo planteó Wegener. Él pensó que los continentes flotaban sobre el mar, no sobre el agua, sino sobre el fondo, sobre las capas fundidas o semifundidas de la corteza terrestre. La moderna teoría de las placas tectónicas estudia toda la corteza terrestre, incluyendo el fondo de los mares, como un conjunto completo de placas que chocan entre sí. Por tanto, lo que ocurre no es que los continentes se muevan: son las placas sobre las que se asientan las que lo hacen y no hay ni un pedazo de superficie terrestre que no forme parte de una placa.
Las principales placas tectónicas de la Tierra
La mayor parte del área de la mayoría de las placas está bajo el mar. Las masas de tierra que conocemos como continentes son la parte superior de las placas que sobresale del agua. África es la parte superior de la enorme placa africana, que se extiende por el Atlántico Sur. Sudamérica es la parte superior de la placa sudamericana, que se extiende por la otra mitad del Atlántico Sur. Otras placas son la india y la australiana; la placa euroasiática, que incluye a Europa y toda Asia salvo la india; la placa arábiga, que es algo más pequeña y se encuentra entre las placas euroasiática y africana; la placa norteamericana, que incluye a Groenlandia y Norteamérica, y se extiende por el fondo del Atlántico Norte. Y hay algunas otras placas que contienen algo de tierra seca encima, como, por ejemplo, la enorme placa pacífica.
En la imagen puedes comprobar que la división entre la placa sudamericana y la placa africana atraviesa por medio el Atlántico Sur, a miles de kilómetros de ambos continentes. Recuerda que las placas incluyen también el fondo del mar, y eso significa roca dura. Por tanto, ¿cómo es posible que Sudamérica y África estuvieran juntas hace 150 millones de años? Wegener no habría tenido problema en explicarlo, porque pensaba que los propios continentes flotaban. Pero si Sudamérica y África una vez estuvieron juntas, ¿cómo se explica lo de las placas tectónicas bajo el mar, de roca dura, que ahora las separa? ¿Han crecido de alguna forma las partes sumergidas de las placas?
La expansión del fondo marino
Sí. La respuesta se basa en algo llamado «expansión del fondo marino» Alguna vez habrás visto esas pasarelas en los aeropuertos para que la gente arrastre su equipaje y camine largas distancias como, por ejemplo, entre la entrada de la terminal y la zona de embarque. En lugar de tener que caminar toda esa distancia, los pasajeros se suben en una cinta que se mueve y los transporta desde un punto hasta otro. Las pasarelas móviles de los aeropuertos tienen la anchura justa para que la gente se mantenga encima de pie. Pero imagina ahora una pasarela móvil de miles de kilómetros de anchura, ocupando la mayor parte del espacio entre el Ártico y la Antártida. Y ahora imagina que en lugar de desplazarse a la velocidad de una persona caminando se mueve a la velocidad a la que crecen las uñas. Sí, lo has adivinado. Sudamérica y toda la placa sudamericana están siendo arrastradas lejos de África y de la placa africana, sobre algo así como una pasarela móvil colocada bajo el mar y que abarca desde el lejano norte hasta el lejano sur del océano Atlántico, desplazándose muy despacio.
¿Y África? ¿Por qué no se mueve la placa africana en la misma dirección, y por qué no se mueve al ritmo de la placa sudamericana?
La respuesta es que África está sobre una pasarela móvil distinta, una que se mueve en sentido contrario. La pasarela africana se mueve de oeste a este, mientras que la sudamericana se mueve de este a oeste. ¿Y qué ocurre entonces en el medio? La próxima vez que estés en un gran aeropuerto, detente justo antes de dar el paso de entrada a la pasarela móvil y obsérvala. Surge de una grieta en el suelo y se aleja de ti. Es una cinta que da vueltas y que se mueve por el suelo y regresa a ti por debajo del suelo. Ahora imagina otra cinta haciendo el mismo movimiento, pero exactamente en sentido contrario. Si colocas un pie en una cinta y el otro pie en la otra, te verás obligado a abrirte de piernas.
El equivalente a esa ranura del suelo en el fondo del océano Atlántico va desde el norte más alejado hasta el sur del sur. Es lo que se ha denominado «dorsal mesoatlántica» o cordillera atlántica.
Las dos «cintas» surgen de la dorsal mesoatlántica y se desplazan en direcciones opuestas, una arrastrando suavemente a Sudamérica hacia el oeste y la otra arrastrando a África hacia el este. Y al igual que las cintas del aeropuerto, las grandes cintas que desplazan las placas tectónicas se dan la vuelta y regresan por debajo del fondo de la Tierra.
La próxima vez que estés en un aeropuerto, súbete en una pasarela móvil y deja que te lleve, mientras imaginas que eres África (o Sudamérica, si lo prefieres) Cuando llegues al otro extremo de la pasarela y salgas de ella, observa cómo la cinta se sumerge bajo tierra para regresar a la posición en la que te subiste en ella.
Las pasarelas móviles de un aeropuerto funcionan con motores eléctricos. ¿Qué es lo que hace moverse a las cintas que arrastran las grandes placas de la Tierra con sus continentes encima? Bajo la superficie de la Tierra, a gran profundidad, hay algo que se denomina «corrientes de convección». ¿Qué es una corriente de convección? Quizá tengas en tu casa un calentador de convección eléctrico. Así es como funciona para calentar una habitación. Calienta el aire. El aire caliente se eleva porque es menos denso que el aire frío (por eso es por lo que los globos aerostáticos se elevan). El aire caliente sube hasta que choca con el techo, donde ya no puede subir más y se ve desplazado hacia las paredes por el aire fresco que lo empuja desde abajo. A medida que se desplaza hacia los lados, el aire se enfría y, por tanto, desciende. Cuando llega abajo vuelve a desplazarse por el suelo hasta que choca con el calentador y vuelve a elevarse. Aunque esta explicación es bastante simple, la idea básica es la misma: en condiciones ideales, un calentador de convección puede mantener el aire moviéndose por la habitación, circulando. Ese tipo de circulación es lo que se denomina «corriente de convección».
Lo mismo ocurre con el agua. De hecho, puede suceder con cualquier líquido o cualquier gas. Pero ¿cómo puede haber corrientes de convección bajo la superficie de la Tierra? No hay líquido ahí abajo, ¿o sí? Bueno, en cierto sentido, así es. No es líquido como el agua, pero es algo semilíquido como la miel dura o la melaza. Es así porque hace tanto calor que todo se funde. El calor procede de muy al fondo. El centro de la Tierra está muy caliente, y sigue caliente hasta muy cerca de la superficie. De vez en cuando, ese calor sale al exterior por un hueco en la superficie que denominamos volcán.
Alimentado por calor
Las placas están hechas de roca sólida, y como hemos visto antes, la mayor parte de ellas se encuentra bajo el mar. Cada placa tiene un grosor de varios kilómetros. Esta armadura sólida se denomina litosfera, que literalmente significa «esfera de piedra» Bajo la esfera de piedra existe una capa aún más gruesa, si es que logras imaginarla, que no se denomina esfera de melaza, pero probablemente debería (es en realidad el manto superior) Podría decirse que las duras placas de roca de la esfera de piedra «flotan» sobre la esfera de melaza. El enorme calor que hay bajo ese manto y dentro del mismo provoca corrientes de convección muy lentas, que arrastran a las grandes placas de roca que flotan encima.
Las corrientes de convección siguen unas rutas ciertamente complicadas. Basta con que pienses en las distintas corrientes oceánicas, e incluso en los vientos, que son una especie de corrientes de convección de alta velocidad. Por tanto, no es extraño que las distintas placas de la superficie terrestre puedan ser arrastradas en cualquier dirección, en lugar de dar vueltas como si estuvieran en un tiovivo. Las placas se montan unas encima de otras, o se alejan lentamente, o se sumergen una bajo otra, o se rozan entre sí. Y es normal que sintamos esas fuerzas titánicas —rozando, desgarrándose, rugiendo y rascando— en forma de terremotos. Lo extraño no es que haya terremotos, sino que no haya movimientos aún más terribles.
A veces una placa en movimiento se sumerge bajo una placa vecina. Eso es lo que se denomina «subducción» Parte de la placa africana, por ejemplo, está siendo subducida bajo la placa euroasiática. Ese es uno de los motivos por los que hay terremotos en Italia, y es uno de los motivos por los que el monte Vesubio entró en erupción en la época de la antigua Roma, y destruyó las ciudades de Pompeya y Herculano (porque los volcanes tienden a ubicarse en los bordes de las placas). La cordillera del Himalaya, en la que se encuentra el monte Everest, fue levantada cuando la placa india se subdujo ligeramente bajo la placa euroasiática.
Habíamos empezado hablando de la falla de San Andrés, así que volvamos a ella. La falla de San Andrés es una línea más o menos recta entre la placa pacífica y la placa norteamericana. Ambas placas se mueven de norte a oeste, pero la placa pacífica se mueve más deprisa. La ciudad de Los Ángeles está sobre la placa pacífica, no sobre la placa norteamericana, y se está acercando muy lentamente hacia San Francisco, cuya mayor parte está en la placa norteamericana. Siempre se producen constantes terremotos en toda esa región, y los expertos hablan de que habrá uno gigantesco en los próximos diez años. Por suerte, California, a diferencia de Haití, está muy bien equipada para soportar la terrible plaga de las víctimas de un terremoto. Algún día, parte de Los Ángeles podría terminar en San Francisco. Pero falta mucho para eso, y ninguno de nosotros estará aquí para verlo.