6. ¿Qué es el Sol?
EL SOL es tan deslumbrantemente brillante, tan reconfortante en los climas fríos, tan inclementemente abrasador en los cálidos, que no es de extrañar que muchas tribus y pueblos antiguos lo hayan considerado un dios. El culto al dios sol suele estar acompañado por el culto a la luna, y el sol y la luna suelen representarse como de sexos opuestos. La tribu Tiv de Nigeria y otras partes del oeste de África cree que el sol es el hijo de su dios supremo, Awondo, y que la luna es la hija de Awondo. La tribu Barotse del sudeste de África cree que el sol es el marido de la luna, no su hermano. Los mitos tratan a menudo al sol como un varón y a la luna como una hembra, pero también los hay que lo hacen al revés. En la religión sintoísta japonesa el sol es la diosa Amaterasu y la luna es su hermano Ogetsuno.
Las grandes civilizaciones que florecieron en el sur y en el centro de América en el siglo XV antes de la llegada de los españoles, también humanizaban al sol. Los incas de los Andes creían que el sol y la luna eran sus antepasados. Los aztecas de México compartían muchos de sus dioses con civilizaciones más antiguas de la zona, como los mayas. Muchos de esos dioses tenían cierta conexión con el sol, y en algunos casos eran el propio sol. El «mito azteca de los cinco soles» mantiene que hubo cuatro mundos antes del actual, cada uno de ellos con su propio sol. Los cuatro primeros mundos fueron destruidos uno tras otro por catástrofes, provocadas a menudo por los dioses. El primer sol fue el llamado Tezcatlipoca Negro. Luchó con su hermano, Quetzalcóatl, quien le golpeó con su bastón y le expulsó del cielo. Después de un período de oscuridad, sin sol, Quetzalcóatl se convirtió en el segundo sol. Enojado, Tezcatlipoca convirtió a todos los humanos en monos, y Quetzalcóatl, en respuesta, expulsó a todos los monos y se convirtió en el segundo sol.
El dios Tláloc se convirtió después en el tercer sol. Enfadado con Tezcatlipoca por haberle robado a su esposa, Xochiquétzal decidió impedir que cayera la lluvia, lo que provocó una terrible sequía. La gente suplicaba sin parar por la lluvia, y Tláloc terminó hartándose y envió una lluvia de fuego. Eso quemó el mundo y los dioses tuvieron que comenzar todo de nuevo.
El cuarto dios (diosa) sol fue la nueva esposa de Tláloc, Chalchiuhtlicue. Comenzó haciéndolo bien, pero después Tezcatlipoca se sintió tan ofendido por ella que lloró lágrimas de sangre durante 52 años, de forma ininterrumpida. Esto inundó completamente el mundo y una vez más los dioses tuvieron que empezar desde cero. ¿No es extraño, por cierto, que los mitos especifiquen con exactitud estos pequeños detalles? ¿Cómo decidieron los aztecas que lloró 52 años, y no 51 o 53?
El quinto sol, que los aztecas creyeron que es el que aún permanece en el cielo, fue el dios Tonatiuh, conocido también como Huitzilopochtli. Su madre, Coatlicue, lo trajo al mundo después de haber quedado encinta accidentalmente por un manojo de plumas. Esto puede parecerte extraño, pero cosas como esas habrían resultado normales para gente educada con mitos tradicionales (otra diosa azteca quedó encinta por un jícaro, que es la piel seca de una fruta similar a la calabaza). Los 400 hijos de Coatlicue se enfurecieron tanto al ver que su madre estaba embarazada de nuevo que trataron de decapitarla. No obstante, tuvo tiempo de dar a luz a Huitzilopochtli. Nació completamente armado y no tardó en matar a sus 400 hermanastros, a todos salvo a unos pocos que escaparon «hacia el sur» Huitzilopochtli asumió entonces sus obligaciones como quinto dios sol.
Los aztecas creían que debían sacrificar a víctimas humanas para apaciguar al dios sol, que en caso contrario no se levantaría en el cielo por el este cada mañana. Aparentemente, no se les ocurrió probar el experimento sin realizar sacrificios, para ver si el sol se levantaba o no. Los sacrificios en sí eran famosos por su violencia. Al final de la época azteca, cuando llegaron los españoles (con su propio abanico de horrores), el culto al sol había alcanzado su clímax de violencia. Se calcula que entre 20 000 y 80 000 seres humanos fueron sacrificados en la reinauguración del Gran Templo de Tenochititlan, en 1487. Se podrían haber ofrecido muchos otros regalos para apaciguar al rey sol, pero lo que él quería era sangre humana y corazones humanos aún latiendo. Uno de los motivos principales de la guerra fue reunir suficientes prisioneros para poder sacrificarlos, normalmente extrayéndoles el corazón. La ceremonia solía tener lugar en un lugar elevado (para estar más cerca del sol), por ejemplo, encima de una de las magníficas pirámides que han hecho famosos a los mayas, los incas y los aztecas. Cuatro sacerdotes sujetaban a la víctima sobre el altar mientras un quinto sacerdote empuñaba el cuchillo. Lo hacía lo más rápido posible para sacar el corazón y que aún siguiera latiendo cuando se lo ofrecía al sol. Mientras, los cuerpos ensangrentados y sin corazón se dejaban caer rodando por la ladera de la colina o de la pirámide hasta abajo, donde eran recogidos por los ancianos y los tullidos, a menudo para comérselos en ceremonias rituales.
También asociamos las pirámides con otras civilizaciones antiguas como la de Egipto. Los antiguos egipcios también adoraban al sol. Uno de los de sus principales dioses fue Ra, el dios del sol.
Una leyenda egipcia afirmaba que la curvatura del cielo era el cuerpo de la diosa Nut, tumbada sobre la Tierra. Cada noche la diosa se tragaba al sol, y a la mañana siguiente lo traía de nuevo al mundo.
También asociamos las pirá mides con otras civilizaciones antiguas como la de Egipto. Los an tiguos egipcios también adoraban al sol. Uno de los de sus principales dioses fue Ra, el dios del sol.
Una leyenda egipcia afirmaba que la curvatura del cielo era el cuerpo de la diosa Nut, tumbada sobre la Tierra. Cada noche la diosa se tragaba al sol, y a la mañana siguiente lo traía de nuevo al mundo.
Distintos pueblos, entre otros los antiguos griegos y los escandinavos, tenían leyendas sobre un sol que conducía un carruaje por el cielo. El dios griego del sol era Helios y ha dado su nombre a distintos términos científicos asociados con el sol, tal como vimos en el Capítulo 5.
En otros mitos, el sol no es un dios, sino una de las primeras creaciones de un dios. En el mito de la creación de las tribus hebreas de Oriente Medio, el dios tribal YHWH creó la luz en los seis primeros días de la creación —pero después, sorprendentemente, ¡no creó el sol hasta el cuarto día!—. «Dios hizo las dos grandes luces, la gran luz como gobernadora del día y la pequeña luz como gobernadora de la noche, e hizo también las estrellas». No nos dice nada sobre el origen de la luz del primer día, antes de que el sol y las estrellas existieran.
Pero ya es hora de volver a la realidad y a la naturaleza real del sol, tal como la confirman las pruebas científicas.
¿Qué es en realidad el sol?
El sol es una estrella. No es distinta de otros miles de estrellas, salvo porque está cerca de nosotros y nos parece mucho mayor y más brillante que las demás. Por ese motivo, el sol, a diferencia de cualquier otra estrella, nos proporciona calor, daña nuestros ojos si lo miramos directamente y quema nuestra piel si permanecemos demasiado tiempo bajo sus rayos. No está solo un poquito más cerca que cualquier otra estrella; está muchísimo más cerca. Es complicado entender lo lejos que están las estrellas, lo grande que es el espacio. De hecho, es más que complicado, es prácticamente imposible.
Hay un magnífico libro de John Cassidy titulado Earthsearch (algo así como «Buscando la Tierra») que trata de hacer una aproximación al tema utilizando un modelo a escala.
- Acércate hasta un campo bien grande con un balón de fútbol y colócalo en el suelo para representar el sol.
- Camina después 25 metros y deja caer un grano de pimienta para representar el tamaño de la Tierra y su distancia al sol.
- La luna, para mantener la misma escala, debería ser una cabeza de alfiler, y estaría a tan solo cinco centímetros del grano de pimienta.
- Pero la siguiente estrella más cercana, Próxima Centauri, manteniendo la misma escala, sería otro balón de fútbol (aunque algo más pequeño) ubicado digamos…
… a unos… ¡6500 kilómetros de distancia!
Puede que haya o no planetas girando alrededor de Próxima Centauri, pero lo que es seguro es que hay planetas orbitando otras estrellas, quizá la mayoría de ellas. Y la distancia entre cada estrella y sus planetas es normalmente pequeña en comparación con la distancia entre una estrella y otra.
¿Cómo funcionan las estrellas?
La diferencia entre una estrella (como el sol) y un planeta (como Marte o Júpiter) es que las estrellas son brillantes y calientes, y las vemos gracias a su propia luz, mientras que los planetas son relativamente fríos y los vemos únicamente por la luz que las estrellas cercanas reflejan en ellos. Dicha diferencia, a su vez, es el resultado de la diferencia de tamaño. Veamos cómo.
Cuanto mayor es un objeto, mayor es la fuerza gravitatoria que contiene su centro. Todo tira de todo, por gravedad. Incluso tú y yo ejercemos una atracción gravitatoria entre nosotros. Pero esa atracción es tan débil que es imposible notarla, a menos que uno de los dos cuerpos sea muy grande. La Tierra es muy grande y por eso sentimos una fuerte atracción hacia ella, y cuando soltamos algo, cae «hacia abajo», es decir, hacia el centro de la Tierra.
Una estrella es mucho mayor que un planeta como la Tierra, por tanto, su atracción gravitatoria es mucho más grande. El núcleo de una gran estrella está sometido a una enorme presión debido a las gigantescas fuerzas gravitatorias que atraen toda la materia hacia el centro. Y cuanto mayor es la presión dentro de una estrella, más caliente se vuelve. Cuando la temperatura alcanza niveles muy altos —mucho más de lo que tú o yo podamos imaginar—, la estrella comienza a comportarse como una especie de bomba de hidrógeno de acción lenta, expulsando ingentes cantidades de calor y luz, y por eso las vemos brillar en el cielo nocturno. El calor intenso tiende a hacer que la estrella se hinche como un globo, pero al mismo tiempo la gravedad tira de ella. Existe un equilibrio entre la fuerza hacia fuera del calor y la fuerza hacia dentro de la gravedad. La estrella actúa como su propio termostato. Cuanto más caliente se pone, más se infla, y cuanto mayor es, menos concentrada es la masa de materia en el centro, y por eso se enfría un poco. Esto significa que empieza a contraerse de nuevo, y vuelve a calentarse, y así una y otra vez. Lo he contado como si las estrellas palpitaran como un corazón, pero no es así. Se mantienen en un tamaño intermedio, lo que hace que conserven la temperatura adecuada para mantener su forma.
He comenzado diciendo que el sol es tan solo una estrella como muchas otras, pero en realidad hay muchos tipos de estrellas diferentes y con un amplio rango de tamaños. Nuestro sol (debajo) no es muy grande comparado con otras estrellas. Es ligeramente mayor que Próxima Centauri, pero mucho menor que la mayoría del resto de estrellas.
¿Cuál es la mayor estrella conocida? Eso depende de cómo la midamos. La estrella con una mayor distancia en superficie se llama VY Canis Majoris. De extremo a extremo (el diámetro) es 2000 veces mayor que el sol. Y el diámetro del sol es 100 veces mayor que el de la Tierra. Sin embargo, VY Canis Majoris es tan etérea y brillante que a pesar de su gigantesco tamaño, su masa solo es unas 30 veces mayor que la del sol, en lugar de los miles de millones de veces que sería si su materia fuera igual de densa. Otras, como la Estrella Pistola y la más recientemente descubiertas Eta Carinae y R136a1 (¡un nombre muy poco pegadizo!), tienen una masa 100 veces superior a la del sol, o incluso más. Y el sol tiene una masa 300 000 veces mayor que la de la Tierra, lo que significa que la masa de Eta Carinae es 30 millones de veces la de la Tierra.
Si una estrella gigante como R136a1 tiene planetas, deberán estar muy muy lejos de ella, porque si no habrían ardido instantáneamente hasta evaporarse. Su gravedad es tan enorme (debido a su gigantesca masa) que sus planetas podrían estar muy lejos de ella y aun así seguir orbitándola. Si existe ese planeta, cualquiera que viva en él probablemente verá la estrella del mismo tamaño que nosotros vemos el sol, porque aunque es mucho mayor, tendrán que estar mucho más lejos; justo a la distancia necesaria, de hecho, y justo con el mismo tamaño aparente para mantener la vida, ¡si no tampoco podrían estar allí!
Biografía de una estrella
El hecho real es que parece bastante improbable que haya planetas orbitando a R136a1, y mucho menos que haya vida en ellos. El motivo es que las estrellas tan enormes tienen una vida muy corta. R136a1 probablemente solo tenga un millón de años, lo que es menos de la milésima parte de la edad del sol: y no es tiempo suficiente para que evolucione la vida.
El sol es una estrella más pequeña, más «dominante»: el tipo de estrella que tiene una biografía de miles de millones de años (no solo unos cuantos millones), durante los cuales ha pasado por una serie de etapas larguísimas, más o menos como un niño que crece, se convierte en un adulto, pasa a la mediana edad, se hace viejo y muere. Estas estrellas dominantes suelen estar compuestas principalmente de hidrógeno, el elemento más simple de todos (véase el Capítulo 4). La «bomba lenta de hidrógeno» del interior de una estrella convierte el hidrógeno en helio, el segundo elemento más simple (y que también recibe su nombre del dios griego del sol, Helios), y libera una inmensa cantidad de energía en forma de calor, luz y otros tipos de radiación. ¿Recuerdas que dije que el tamaño de una estrella es un equilibrio entre el empuje hacia fuera del calor y la atracción hacia dentro de la gravedad? Bueno, este equilibrio se mantiene prácticamente inalterable, logrando que la estrella permanezca estable durante miles de millones de años, hasta que empieza a quedarse sin combustible. Lo que suele ocurrir después es que la estrella se contrae por la desmedida influencia de la gravedad, momento en el que se desata el caos absoluto (si es que resulta posible imaginar algo más caótico que el interior de una estrella).
La biografía de una estrella es demasiado larga para que los astrónomos puedan ver más allá de un par de fotogramas de la misma. Por suerte, como se pasan el día escudriñando el cielo con sus telescopios, los astrónomos pueden encontrar gran variedad de estrellas, cada una en una etapa distinta de su desarrollo: algunas estrellas «bebé» son captadas en el momento en que empiezan a formarse a partir de nubes de gas y polvo, tal como hizo nuestro sol hace 4500 millones de años; muchas estrellas de «mediana edad» como nuestro sol; y algunas ancianas y muriendo, lo que da una visión futura de lo que ocurrirá con nuestro sol dentro de unos cuantos miles de millones de años. Los astrónomos han reunido un importante «zoológico» de estrellas, todas de distintos tamaños y en distintas etapas de sus ciclos vitales. Cada miembro de ese «zoo» muestra lo que debieron de ser los demás, o lo que terminarán siendo.
Una estrella normal como nuestro sol puede agotar su hidrógeno, y como ya he dicho, comenzar a «quemar» helio en su lugar (he entrecomillado la palabra «quemar» porque lo que ocurre es mucho más caliente que lo que entendemos por quemar). En esa etapa se denomina una «gigante roja». El sol se convertirá en una gigante roja dentro de unos 5000 millones de años, lo que significa que está más o menos en la mitad de su ciclo vital. Mucho antes de eso, nuestro pequeño planeta se habrá vuelto demasiado cálido para vivir en él. Dentro de 2000 millones de años el sol será un 15 por ciento más brillante que ahora, lo que significa que la Tierra será como es hoy Venus. Nadie podría vivir en Venus: la temperatura allí supera los 400 grados centígrados. Pero 2000 millones de años es mucho tiempo, y los humanos seguramente se habrán extinguido mucho antes de eso, de forma que no quedará nadie para freírse. O quizá nuestra tecnología haya avanzado hasta el punto de que seamos capaces de desplazar la Tierra a una órbita más confortable. Después, cuando también se acabe el helio, el sol desaparecerá en una nube de polvo y detritos, dejando un pequeño núcleo llamado enana blanca, que se enfriará y se apagará.
Supernovas y polvo de estrellas
La historia acaba de forma distinta para las estrellas que son mucho mayores y calientes que nuestro sol, como las estrellas gigantes de las que hablábamos antes. Esos monstruos «queman» su hidrógeno mucho más deprisa, y su «bomba de hidrógeno» nuclear no se conforma con bombardear núcleos de hidrógeno para hacer núcleos de helio. Los hornos más calientes de las estrellas más grandes siguen bombardeando núcleos de helio para hacer elementos aún más pesados, y así hasta que han producido un amplio rango de átomos más pesados. Esos elementos más pesados incluyen al carbono, el oxígeno, el nitrógeno y el hierro (pero por ahora nada más pesado que el hierro): elementos abundantes en la Tierra y en todos nosotros. Después de un tiempo relativamente corto, una estrella muy grande comienza a destruirse a sí misma en una explosión gigantesca llamada supernova, y donde se forman los elementos más pesados que el hierro.
¿Qué pasaría si Eta Carinae explotara mañana como una supernova? Sería la madre de todas las explosiones. Pero no te preocupes: no te enterarías de ello hasta dentro de 8000 años, que es el tiempo que tardaría la luz en recorrer la inmensa distancia entre Eta Carinae y nosotros (y nada viaja más deprisa que la luz). ¿Qué pasaría entonces si Eta Carinae hubiera explotado hace 8000 años? Bueno, en ese caso la luz y otras radiaciones de la explosión sí podrían alcanzarnos en la actualidad. En el momento en que lo viéramos sabríamos que Eta Carinae había explotado hace 8000 años. Solo se han observado unas 20 supernovas desde que existen registros al respecto. El gran científico alemán Joannes Kepler vio una el 9 de octubre de 1604. En la figura inferior de esta página se muestran los restos de la explosión tal como los vemos a día de hoy: los detritos se han expandido desde que Kepler los vio por primera vez. La explosión ocurrió hace unos 20 000 años, más o menos la época en la que se extinguieron los neandertales.
Las supernovas, a diferencia de las estrellas normales, pueden crear elementos incluso más duros que el hierro: por ejemplo, plomo y uranio. La titánica explosión de una supernova esparce todos los elementos que la estrella, y después la supernova, han creado, incluyendo los elementos necesarios para la vida, lejos y muy separados en el espacio. A veces, las nubes de polvo ricas en elementos pesados comienzan el ciclo de nuevo, condensándose para crear nuevas estrellas y planetas. De ahí procede la materia de nuestro planeta, y ese es el motivo por el que contiene los elementos necesarios para construirnos a nosotros. El carbono, el nitrógeno, el oxígeno, etc., proceden del polvo restante después de que una supernova iluminara el cosmos, y la frase poética «somos polvo de estrellas» es literalmente cierta. Sin ocasionales explosiones de supernovas, los elementos necesarios para la vida no existirían.
Gira que te gira
No podemos ignorar el hecho de que la Tierra y el resto de planetas solares orbitan su estrella en el mismo «plano». ¿Qué significa eso? Teóricamente, podías pensar que la órbita de un planeta puede inclinarse con el ángulo que quiera. Pero no es así como funciona. Es como si existiera un disco plano invisible en el cielo, con el sol en el centro y todos los planetas moviéndose sobre ese disco, aunque a distintas distancias del centro. Aún más, todos los planetas giran alrededor del sol en la misma dirección.
¿Por qué? Probablemente debido al modo en el que se crearon. Veamos primero la dirección de rotación. Todo el sistema solar, el sol y sus planetas, comenzó como una pequeña nube de gas y polvo que rotaba, probablemente restos de la explosión de una supernova. Como prácticamente todos los objetos que flotan libremente en el universo, la nube rotaba sobre su propio eje. Y sí, lo has adivinado: la dirección de su rotación era la misma que la dirección en la que los planetas orbitan ahora el sol.
Entonces, ¿por qué están todos los planetas «al mismo nivel»; en el nivel de ese «disco»? Por razones gravitatorias complicadas en las que no vamos a entrar, pero que los científicos entienden a la perfección, una gran nube de gas rotando en el espacio tiende a formar un disco de revolución con una enorme masa en el centro. Y eso es lo que parece que ocurrió con nuestro sistema solar. El polvo, el gas y los pequeños trozos de materia no son para siempre polvo y gas. La atracción gravitatoria los atrae hacia sus vecinos tal como describí antes en este mismo capítulo. Unen fuerzas con esos vecinos y forman pedazos mayores de materia. Cuanto mayor es un pedazo, mayor es su poder de atracción gravitatoria. Por tanto, lo que ocurrió en nuestro disco giratorio fue que los trozos más grandes se hicieron aún más grandes y se unieron con sus vecinos más pequeños.
El trozo más grande se convirtió en el sol. Otros trozos, suficientemente grandes como para atraer a trozos más pequeños y suficientemente lejos del sol para no ser atraídos por él, se convirtieron en los planetas. En orden del más cercano al sol al más alejado, ahora se llaman Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. En la lista antigua también estaba Plutón, después de Neptuno, pero actualmente ha sido considerado demasiado pequeño para ser un planeta.
Asteroides y estrellas fugaces
En otras circunstancias podría haberse formado también otro planeta entre las órbitas de Marte y Júpiter. Pero los pequeños trozos que podrían haberse unido para formar este planeta extra no pudieron hacerlo, probablemente por la influencia gravitatoria de Júpiter, y quedaron orbitando como un anillo de detritos llamado cinturón de asteroides. Estos asteroides forman un anillo entre las órbitas de Marte y Júpiter, que es donde podría haberse creado el nuevo planeta si hubieran logrado unir. Los famosos anillos que rodean al planeta Saturno son prácticamente lo mismo. Podrían haberse condensado para crear otra luna (Saturno ya tiene 62 lunas, así que esta habría sido la número 63), pero en realidad se quedaron separados como un anillo de rocas y polvo. En el cinturón de asteroides —el equivalente del sol a los anillos de Saturno— algunos de los trozos de detritos son suficientemente grandes como para ser llamados planetesimales (algo así como «casi planetas»). El mayor de ellos, llamado Ceres, tiene unos 1000 kilómetros de diámetro, suficiente tamaño para ser esférico como un planeta, pero la mayoría de ellos son rocas informes y trozos de polvo. De vez en cuando colisionan entre ellos como bolas de billar, y a veces alguno es golpeado fuera del anillo de asteroides y puede acercarse a otro planeta como la Tierra.
Los vemos con cierta frecuencia, ardiendo en la atmósfera superior como estrellas fugaces o «meteoritos».
Menos frecuente es que un meteorito sea tan grande como para sobrevivir a la entrada en la atmósfera y choque contra el suelo. El 9 de octubre de 1992, un meteorito chocó contra la atmósfera y un fragmento del tamaño de un ladrillo impactó en un coche en Peekskill, en el estado de Nueva York. Un meteorito mucho más grande, del tamaño de una casa, explotó sobre Siberia el 30 de junio de 1908, provocando un incendio que arrasó grandes zonas forestales.
Los científicos tienen ahora pruebas de que un meteorito aún mayor golpeó Yucatán, en lo que ahora es Centroamérica, hace 65 millones de años, causando un desastre global que es probablemente el que acabó con los dinosaurios. Se ha calculado que la energía liberada por esa colisión catastrófica fue miles de veces mayor que la que liberarían todas las armas nucleares del mundo explotadas a la vez. Debió de haber terremotos impresionantes, tsunamis épicos e incendios en todos los bosques del mundo, y una densa nube de polvo y humo habría oscurecido la superficie de la Tierra durante años.
Esto habría matado de hambre a las plantas, que necesitan la luz del sol, y habría matado de hambre a los animales, que necesitan a las plantas. La pregunta no es si los dinosaurios murieron, sino si sobrevivieron nuestros antepasados mamíferos. Quizá una pequeña población sobrevivió hibernando bajo tierra.
La luz de nuestras vidas
Quiero cerrar este capítulo hablando sobre la importancia del sol para la vida. No sabemos si existe vida en otras partes del universo (ya hablaremos de eso en otro capítulo), pero lo que sí sabemos es que si hay vida fuera de aquí, casi seguro será cerca de una estrella. También podemos afirmar que si es similar a nuestro tipo de vida, será probablemente en un planeta que esté a la misma distancia aparente de su estrella que la que nos separa a nosotros del sol. Con «distancia aparente» quiero decir distancia tal como la percibe la propia vida. La distancia absoluta podría ser mucho mayor, tal como hemos visto en el ejemplo de la estrella supergigante R136a1. Pero si la distancia aparente fuera la misma, su sol se vería del mismo tamaño que el nuestro, lo que significa que la cantidad de calor y luz recibidos serían aproximadamente los mismos.
¿Por qué tiene la vida que estar cerca de una estrella? Porque toda vida necesita energía, y la fuente obvia de energía es la luz de una estrella. En la Tierra, las plantas atrapan la luz del sol y la convierten en energía disponible para el resto de criaturas vivientes. Se podría decir que las plantas se alimentan de la luz solar. También necesitan otras cosas, como dióxido de carbono del aire, y agua y minerales del suelo. Pero su energía la obtienen de la luz del sol, y la utilizan para fabricar azúcares, que son un tipo de combustible que hace funcionar cualquier cosa que necesiten hacer.
No se puede hacer azúcar sin energía. Y una vez que tenemos el azúcar, podemos «quemarla» para recuperar la energía, aunque nunca recuperaremos toda la energía; parte de ella se pierde en el proceso. Y cuando decimos «quemar» no significa que se haga humo. Quemar literalmente es solo una de las formas de liberar energía de un combustible. Hay formas más controladas de dejar que la energía fluya, de forma lenta y útil.
Una hoja verde es como una fábrica lenta y dispersa cuyo techo es un gran panel solar, que atrapa la luz del sol y la utiliza para mover las cadenas de montaje que hay bajo el techo. Ese es el motivo por el que las hojas son delgadas y planas: para darles una gran superficie en la que caiga la luz del sol. El producto final de la fábrica es distintos tipos de azúcares. Después se distribuyen por las venas de las hojas al resto de la planta, donde se utilizan para crear otras cosas, como el almidón, que es una forma más conveniente de almacenar energía que el azúcar. A veces, la energía es liberada por el almidón o el azúcar para construir el resto de las partes de la planta.
Cuando las plantas son comidas por herbívoros (herbívoro significa precisamente eso: «comedor de plantas») como los antílopes o los conejos, la energía pasa a esos herbívoros, y de nuevo, parte de ella se pierde en el proceso. Los herbívoros la utilizan para construir sus cuerpos y para mover sus músculos cuando hacen sus cosas. «Sus cosas» incluyen, por supuesto, pastar y buscar más plantas para comer. La energía que alimenta los músculos de los herbívoros cuando caminan, y comen, y luchan, y se reproducen, proviene al final del sol, a través de las plantas.
Después otros animales, los carnívoros, se comen a los herbívoros. La energía vuelve a pasar —y de nuevo, parte de ella se pierde en el camino— y alimenta los músculos de los carnívoros para que también hagan sus cosas. En este caso, sus cosas incluyen cazar más herbívoros para comer, así como el resto de cosas que hacen, como reproducirse, pelear, subir a los árboles, y en el caso de los mamíferos, fabricar leche para sus crías. Y sigue siendo el sol el que proporciona la energía, aunque ahora llegue por una ruta indirecta. Y en cada paso de esta ruta indirecta, una buena parte de la energía se pierde, en forma de calor, lo que contribuye a la inútil tarea de calentar el resto del universo.
Otros animales, los parásitos, se alimentan de los cuerpos vivos tanto de los herbívoros como de los carnívoros. Una vez más, la energía que alimenta a los parásitos procede del sol, y una vez más no toda ella es utilizada, porque parte se desperdicia en forma de calor.
Por último, cuando algo muere, ya sea una planta, un herbívoro, un carnívoro o un parásito, puede ser comido por carroñeros como los escarabajos sepultureros, o puede descomponerse y ser comido por bacterias y hongos, que son otro tipo de carroñeros. De nuevo, la energía del sol es la que manda, y de nuevo parte de ella se disipa en forma de calor. Ese es el motivo por el que los montones de compost (abono) están calientes. Todo el calor procedente del compost viene del sol, atrapado por los paneles solares de las hojas el año pasado. Hay unos pájaros australianos fascinantes, llamados megapodos, que utilizan el calor del compost para incubar sus huevos. A diferencia de otros pájaros, que se sientan sobre sus huevos y los mantienen templados con su calor corporal, los megapodos construyen un gran montón de compost en el que depositan sus huevos. Regulan la temperatura del compost, apilando más compost en la parte superior para hacerlo más caliente o quitando compost para hacerlo más frío. Pero todos los pájaros, en última instancia, utilizan la energía solar para incubar sus huevos, tanto si es a través de su cuerpo como si es con un montón de compost.
A veces las plantas no son comidas, sino enterradas en turberas. Durante siglos se fueron comprimiendo en capas de turba aplastadas por nuevas capas. Los habitantes del oeste de Irlanda o de las islas escocesas arrancan esa turba y la cortan en trozos como ladrillos, que después queman a modo de combustible para mantener sus casas calientes en invierno. Una vez más, es el sol, en este caso atrapado siglos antes, el que proporciona la energía para las chimeneas y las cocinas de Galway y de las islas Hébridas.
En las condiciones adecuadas, y durante millones de años, la turba puede compactarse y transformarse en carbón. A igual peso, el carbón es más eficiente que la turba y arde a una temperatura mucho mayor, y fueron los fuegos y los hornos de carbón los que alimentaron la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX.
El intenso calor de las acerías o de los altos hornos, las incandescentes calderas de combustión que condujeron las locomotoras victorianas y los barcos de vapor: todo ese calor procedía originalmente del sol, a través de las hojas verdes de las plantas que vivieron hace 300 millones de años.
Algunas de las «oscuras y satánicas fábricas» de la revolución industrial funcionaban con calderas de vapor, pero muchas de las antiguas fábricas de algodón estaban alimentadas por molinos de agua. La fábrica se construía cerca de un río de aguas bravas, que eran conducidas para fluir a través de una rueda. Esa rueda hacía girar un eje o árbol motor, que recorría toda la fábrica. A lo largo de ese árbol motor, cintas y ruedas dentadas movían las máquinas de hilar, las máquinas de cardar y los telares. Incluso aquellas máquinas estaban alimentadas por el sol. Así es como funcionaban.
Las ruedas del molino eran movidas por el agua, que bajaba por el río debido a la gravedad. Pero eso solo funciona porque existe un suministro continuo de agua en la parte alta de las montañas de las que desciende. Esa agua se suministra en forma de lluvia, procedente de las nubes, que cae en colinas y montañas. Y las nubes obtienen su agua a través de la evaporación de los mares, los lagos y los ríos de la Tierra. La evaporación requiere energía, y dicha energía procede del sol. Por tanto, toda la energía que movía los molinos de agua que hacían girar las máquinas de hilar, cardar y los telares, procedía en última instancia del sol.
Más tarde, las fábricas de algodón funcionaron con calderas de vapor alimentadas con carbón, y de nuevo utilizaron energía procedente del sol. Pero antes de pasar definitivamente al carbón, las fábricas tuvieron un paso intermedio. Mantuvieron la gran rueda de agua para mover los ejes y los telares, pero utilizaron un motor de vapor para subir agua a un tanque desde el que fluía de nuevo sobre la rueda de agua, y otra vez para arriba. Así, tanto si el agua caía de las nubes por efecto del sol como si era subida al depósito por un motor alimentado con carbón, la energía seguía procediendo del sol. La diferencia es que la energía del vapor procede de la luz del sol acumulada en las plantas durante millones de años y enterrada después en forma de carbón, mientras que la del molino utiliza la luz solar procedente solo de unas cuantas semanas antes y almacenada en forma de agua en las cimas de las montañas. Este tipo de «luz solar almacenada» se denomina energía potencial, porque el agua tiene el potencial —el poder almacenado— de hacer un trabajo cuando fluye río abajo.
Esto nos proporciona una curiosa forma de entender cómo la vida es alimentada por el sol. Cuando las plantas utilizan la luz del sol para fabricar azúcar, es como empujar agua colina arriba, o a un depósito en el techo de la fábrica. Cuando las plantas (o los herbívoros que comen esas plantas, o los carnívoros que se comen a los herbívoros) utilizan el azúcar (o el almidón que está hecho de azúcar, o la carne que está hecha de almidón), podemos pensar en que el azúcar se ha quemado en una combustión lenta: por ejemplo, para que funcionen los músculos, igual que el carbón se quema en una combustión rápida para conseguir que el vapor mueva una máquina en una fábrica.
No nos habría beneficiado en absoluto quemar literalmente el azúcar y otros alimentos combustibles en una hoguera. El fuego es una forma inútil y destructiva de recuperar la energía del sol almacenada. Lo que ocurre en nuestras células es tan lento y cuidadosamente regulado que viene a ser como el agua que baja por una colina y mueve una serie de ruedas de molino. La reacción química alimentada por el sol que se produce en las hojas verdes para fabricar azúcar es el equivalente a bombear agua colina arriba. Las reacciones químicas en las células de animales y plantas que utilizan energía —por ejemplo, para mover los músculos— obtienen la energía en etapas cuidadosamente controladas, paso a paso. Los combustibles de alta energía, sean azúcares o cualquier otro, están pensados para que liberen su energía poco a poco, a través de una cascada de reacciones químicas, cada una alimentando a la siguiente, como un flujo de pequeñas cataratas que van moviendo pequeños molinos, uno por uno.
Sean cuales sean los detalles, todos los molinos, y ejes y árboles motor de la vida son movidos en última instancia por el sol. Quizá las tribus antiguas habrían adorado más aún al sol si hubieran sabido hasta qué punto la vida depende de él. Lo que ahora me pregunto es cómo moverán muchas otras estrellas los motores de la vida de los planetas que las orbitan. Pero eso deberá esperar a otro capítulo.