9. ¿Estamos solos?

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POR LO QUE YO SÉ, son muy pocas, si es que hay alguna, las leyendas antiguas que hablan de alienígenas en otras partes del universo, quizá porque la simple idea de que exista un universo mucho mayor que nuestro propio mundo no surgió nunca. Antes del siglo XVI, los científicos ni siquiera tenían claro que la Tierra orbitaba alrededor del sol, ni que otros planetas también lo hacían. Pero la distancia y el número de estrellas, por no hablar de otras galaxias, era algo de lo que no se hablaba, ni siquiera se soñaba, hasta la época moderna. Y no hace tanto que la gente ha aceptado que la dirección que consideramos hacia arriba en una parte del mundo (como Borneo, por ejemplo) sería hacia abajo en otra parte del mundo (por ejemplo, en Brasil) Antes de eso, la gente creía que «arriba» siempre era la misma dirección en cualquier sitio, la dirección hacia donde vivían los dioses, «sobre» los cielos.

Han existido infinidad de leyendas y creencias sobre extrañas criaturas muy cercanas: demonios, espíritus, genios, fantasmas… la lista es extensa. Pero en este capítulo, cuando pregunto si «estamos solos» me refiero a: «¿Hay formas de vida alienígena en otros mundos en alguna parte del universo?». Como ya he dicho, es extraño encontrar mitos de este tipo entre las tribus antiguas. Sí son bastante habituales, sin embargo, entre los modernos ciudadanos urbanos. Los mitos actuales son interesantes porque, a diferencia de los antiguos, podemos verlos nacer. Vemos mitos que surgen delante de nuestros ojos. Por eso los mitos de este capítulo van a ser modernos.

En California, en marzo de 1997, una secta religiosa llamada «La puerta del cielo» terminó de una forma trágica cuando 39 de sus miembros se envenenaron. Se suicidaron porque creían que un ovni del espacio exterior recogería sus almas y se las llevaría a otro mundo. En aquel momento un cometa brillante llamado Hale-Bopp era visible en el cielo, y los miembros de la secta creyeron —porque su líder espiritual así se lo dijo— que una nave espacial acompañaba al cometa en su viaje. Compraron un telescopio para observarlo, pero después lo devolvieron a la tienda porque «no funcionaba». ¿Cómo supieron que no funcionaba? ¡Porque no lograron ver la nave espacial!

¿Creía el líder de la secta, un hombre llamado Marshall Applewhite, en el sinsentido que inculcó a sus seguidores? Probablemente sí, porque él también tomó el veneno, así que ¡podemos creer que era sincero! Muchos líderes de sectas buscan únicamente poseer a sus seguidoras femeninas, pero Marshall Applewhite fue uno de los muchos miembros de su secta que previamente habían sido castrados, por lo que no cabe pensar que el sexo fuera su idea principal.

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Una cosa que todas esas personas parecen tener en común es su amor por la ciencia ficción. Los miembros de la secta «La puerta del cielo» estaban obsesionados con Star Trek. Las historias de ciencia ficción sobre seres de otros planetas no escasean, desde luego, pero la mayoría de nosotros sabemos que es eso lo que son: ficción, historias inventadas, no cosas que realmente hayan pasado. Pero hay algunas personas que creen firmemente, sinceramente y sin lugar a duda que han sido capturadas («abducidas») por alienígenas del espacio exterior. Y tienen tantas ganas de creerlo que lo hacen basándose en «pruebas» irrisorias. Un hombre, por ejemplo, creía haber sido abducido por algo tan simple como que solía sangrar por la nariz. Su teoría era que los alienígenas le habían colocado un radiotransmisor en la nariz para poder espiarlo. También creía que él mismo era medio alienígena, porque su color de piel era algo más oscuro que el de sus parientes.

Un número increíblemente grande de estadounidenses, muchos de ellos normales por lo demás, creen sinceramente que han sido llevados a bordo de platillos volantes y que han sido víctimas de horribles experimentos llevados a cabo por pequeños hombrecillos verdes con grandes cabezas y enormes ojos abombados. Hay una mitología bastante extensa sobre «abducciones alienígenas», tan llena de imágenes y detalles como la propia mitología griega y sus dioses del monte Olimpo. Pero estos mitos sobre abducciones son modernos, e incluso puedes hablar con personas que afirman haber sido abducidas: aparentemente normales, cuerdas, juiciosas, que te dirán que han mirado a los alienígenas a la cara; te dirán, de hecho, qué aspecto tenían, y lo que les dijeron mientras les sometían a esos repugnantes experimentos y les introducían agujas en el cuerpo (los alienígenas hablan inglés, ¡por supuesto!).

Susan Clancy es una de los muchos psicólogos que han realizado estudios detallados sobre personas que afirman haber sido abducidas. No todas ellas conservan recuerdos claros del hecho, e incluso algunas ningún recuerdo en absoluto. Lo justifican diciendo que los alienígenas, obviamente, habrán utilizado alguna técnica diabólica para borrarles la memoria después de haber terminado el experimento con sus cuerpos. A veces acuden a hipnotizadores o a psicoterapeutas de algún tipo para que les ayuden a «recuperar los recuerdos perdidos».

Recuperar recuerdos «perdidos» es otra historia completa; por cierto, interesante en sí misma. Cuando creemos recordar un incidente real, podemos estar recordando únicamente otro recuerdo… y así retroceder hasta lo que pudo o no haber ocurrido en el incidente original. Los recuerdos de recuerdos de recuerdos pueden ir distorsionándose progresivamente. Existen pruebas fiables de que algunos de nuestros recuerdos más vívidos son en realidad falsos. Y los recuerdos falsos pueden ser implantados deliberadamente por «terapeutas» sin escrúpulos.

El síndrome de los recuerdos falsos nos ayuda a entender por qué algunas de las personas que creen haber sido abducidas por alienígenas insisten en que tienen recuerdos muy claros del incidente. Lo que suele ocurrir es que una persona se obsesiona con los alienígenas a través de noticias que lee en los periódicos sobre otras personas que afirman haber sido abducidas. A menudo, como ya he dicho, esas personas son fanáticos de Star Trek o de otras historias de ciencia ficción. Es un hecho demostrado que los alienígenas que creen haber conocido suelen tener el mismo aspecto que los que aparecen en las series más recientes de televisión sobre alienígenas, y también realizan el mismo tipo de «experimentos» que acaban de aparecer en la tele.

Lo siguiente que puede ocurrir es que la persona sufra un episodio de pánico llamado parálisis del sueño. Es bastante común. Quizá tú mismo hayas experimentado alguno, en cuyo caso espero que la próxima vez sea menos aterrador gracias a lo que te voy a contar a continuación.

Normalmente, cuando estás dormido y soñando, tu cuerpo está paralizado. Imagino que es para evitar que tus músculos se muevan acompañando a tu sueño y te pasees por ahí sonámbulo (aunque a veces ocurre). Y normalmente, cuando despiertas y tu sueño se desvanece, la parálisis desaparece y puedes mover los músculos.

Pero en ocasiones se produce un retraso desde que tu mente recobra la consciencia hasta que tus músculos recuperan la actividad, y eso es lo que se denomina parálisis del sueño. Es aterrador, como podrás imaginar. Estás despierto en cierto sentido, y puedes ver tu habitación y todo lo que hay en ella, pero no puedes moverte. La parálisis del sueño suele venir acompañada por alucinaciones terroríficas. Quien la padece suele sentirse rodeado por una sensación de peligro espantosa a la que son incapaces de poner nombre. A veces incluso, ven cosas que no están allí, como en un sueño. Y como también ocurre en los sueños, todo les parece absolutamente real.

Ahora, si tuvieras que tener una alucinación producida por la parálisis del sueño, ¿qué aspecto tendría? Un fanático de la ciencia ficción moderna podría ver hombrecillos verdes con cabezas enormes y ojos abombados. Hace siglos, antes de la aparición de la ciencia ficción, las apariciones que tenía la gente eran distintas: duendecillos, quizá, o tal vez hombres lobo; vampiros chupadores de sangre o (si tenían suerte) maravillosos ángeles alados.

El tema es que las imágenes que alguien ve cuando sufre una parálisis del sueño no están realmente ahí, aparecen en la mente a partir de antiguos miedos, leyendas o ficción. Incluso aunque no alucinen, la experiencia es tan aterradora que, cuando por fin logran despertar las víctimas de la parálisis del sueño, suelen creer que les ha ocurrido algo horrible. Si eres de los que creen en vampiros, podrías despertar con la certeza de que un chupador de sangre te ha atacado. Si yo soy más de creer en abducciones, podría despertar creyendo haber sido abducido y mis recuerdos borrados por los alienígenas.

Lo siguiente que les suele ocurrir a quienes sufren parálisis del sueño es que, incluso aunque no alucinen con alienígenas ni experimentos espantosos en ese momento, la reconstrucción de lo que sospechan que ha sucedido se consolida como un falso recuerdo. Este proceso se ve reforzado de vez en cuando por familiares y amigos, que les piden más y más detalles de lo ocurrido, e incluso les dirigen con preguntas del tipo: «¿Había alienígenas? ¿De qué color eran? ¿Eran grises? ¿Tenían ojos abombados como los de las películas?». Las propias preguntas pueden ser suficiente para crear o consolidar un falso recuerdo. Cuando lo ves de esta forma, ya no sorprende tanto que en una encuesta realizada en 1992 se llegara a la conclusión de que cerca de cuatro millones de estadounidenses creían haber sido abducidos por alienígenas.

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Mi amiga, la psicóloga Sue Blackmore, señala que la parálisis del sueño es también la causa más probable de los horrores imaginados más antiguos, antes de que se popularizaran los alienígenas. En la Edad Media la gente afirmaba haber recibido en mitad de la noche la visita de un «íncubo» (un demonio que visitaba a las mujeres para tener sexo con ellas) o de un «súcubo» (una demonio femenina que visitaba a los hombres con iguales intenciones). Uno de los efectos de la parálisis del sueño es que, si tratas de moverte, sientes como si algo te presionara y te impidiera hacerlo. Esto podría interpretarse fácilmente como un ataque sexual. Una leyenda de la isla de Terranova habla sobre una «bruja anciana» que visitaba por la noche a la gente y les presionaba el pecho. Y en una leyenda de Indochina aparece un «fantasma gris» que les visita a medianoche y les paraliza.

Ya tenemos una idea clara de por qué la gente cree haber sido abducida por alienígenas, y podemos conectar los mitos modernos de abducción alienígena con los más antiguos sobre íncubos y súcubos, o vampiros que nos visitan por la noche y nos chupan la sangre. No hay pruebas fiables de que este planeta haya sido visitado alguna vez por seres extraterrestres (ni tampoco de la existencia de íncubos, súcubos o demonios de cualquier tipo). Pero aún nos queda la pregunta de si existe realmente vida en otros planetas. El hecho de que no nos hayan visitado no significa que no existan. ¿Es posible que en otros planetas también se hayan producido procesos evolutivos como el nuestro, o incluso muy distintos del nuestro?

¿Realmente hay vida en otros planetas?

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QUIÉN SABE. Si me obligaras a darte una respuesta te diría que sí, y que probablemente la hay en millones de planetas. ¿Pero a quién le importa una opinión? No hay pruebas directas. Una de las grandes virtudes de la ciencia es que los científicos saben cuándo carecen de respuesta para una pregunta. Admiten alegremente que no lo saben. Alegremente porque no conocer la respuesta es un aliciente para buscarla.

Puede que algún día tengamos una prueba definitiva de la vida en otros planetas, y entonces lo sabremos con seguridad. Por ahora, lo mejor que pueden hacer los científicos es publicar el tipo de informaciones que ayuden a reducir las incertidumbres, que nos hagan pasar de suposiciones a estimaciones de probabilidad. Y eso, en sí, ya es un desafío interesante al que enfrentarse.

Lo primero que cabría preguntarse es cuántos planetas hay. Hasta hace bien poco, era posible creer que los que orbitaban al sol eran los únicos, porque era imposible detectar planetas ni siquiera con los telescopios más potentes. A día de hoy hay pruebas fiables de que muchas estrellas tienen planetas, y cada día se descubren nuevos planetas «extrasolares». Un planeta extrasolar es cualquier planeta que orbite una estrella distinta del sol.

Podrías pensar que la forma más obvia de detectar un planeta es mediante un telescopio. Por desgracia, los planetas son muy pequeños como para verlos a gran distancia —no brillan con luz propia, sino con la que reflejan de su estrella—, de forma que no podemos verlos directamente. Tenemos que utilizar métodos indirectos, y el mejor de todos vuelve a ser el que utiliza el espectroscopio, el instrumento que conocimos en el Capítulo 8. Así es como funciona.

Cuando un cuerpo celeste orbita a otro de tamaño aproximadamente igual, se orbitan uno a otro, porque ejercen aproximadamente la misma fuerza gravitatoria uno con otro. Muchas de las estrellas brillantes que vemos cuando miramos al cielo son en realidad dos estrellas —denominadas binarias— orbitando una alrededor de la otra como si fueran las pesas de una mancuerna conectadas por una barra invisible. Cuando un cuerpo es mucho más pequeño que el otro, como ocurre con un planeta y su estrella, el más pequeño orbita alrededor del más grande, mientras que el grande solo experimenta ligeros movimientos en respuesta a la gravedad del pequeño. Decimos que la Tierra orbita al sol, pero en realidad también el sol realiza pequeños movimientos en respuesta a la gravedad terrestre. Y un planeta tan grande como Júpiter puede tener un efecto apreciable sobre la posición de su estrella. Estos movimientos de respuesta en la estrella son muy pequeños como para decir que «rodea» al planeta, pero suficientemente grandes como para ser detectados por nuestros instrumentos, incluso aunque no podamos ver el planeta.

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El modo de detectar estos movimientos es interesante en sí mismo. Cualquier estrella está demasiado lejos de nosotros como para poder ver ese movimiento, ni siquiera con un potente telescopio. Pero por extraño que parezca, aunque no podamos ver a la estrella moverse, podemos medir la velocidad a la que lo hace. Suena raro, pero es ahí donde el espectroscopio entra en escena. ¿Recuerdas el efecto Doppler del Capítulo 8? Cuando el movimiento de la estrella se produce alejándose de nosotros, su luz se desplaza hacia el rojo. Si el movimiento la acerca a nosotros, el desplazamiento es hacia el azul. Por tanto, si una estrella tiene un planeta en órbita, el espectroscopio mostrará una variación rítmica que marcará un patrón rojo-azul-rojo-azul, y el tiempo de esos saltos regulares nos indicará la duración del año en ese planeta. Como es lógico, resulta complicado cuando hay más de un planeta. Pero los astrónomos son buenos con las matemáticas y pueden solventar esa complicación. Mientras escribo este libro (enero de 2011) se han detectado con ese método 484 planetas orbitando 408 estrellas. Seguramente serán más cuando estés leyendo esto.

Hay otras maneras para detectar planetas. Por ejemplo, cuando un planeta pasa por delante de una estrella, una mínima porción de esa estrella se oscurece o eclipsa, como cuando vemos la luna eclipsando al sol, salvo que la luna parece mucho mayor porque está mucho más cerca.

Cuando un planeta se coloca entre nosotros y su estrella, la estrella pierde una cantidad mínima de su brillo, y a veces nuestros instrumentos son suficientemente sensibles para detectarlo. Hasta ahora se han descubierto así 110 planetas. Y hay más métodos, que han localizado otros 35 planetas. Algunos planetas han sido detectados por más de un sistema, y el total hasta ahora es de 519 planetas orbitando estrellas de nuestra galaxia aparte del sol.

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En nuestra galaxia, la gran mayoría de las estrellas en las que hemos buscado planetas han resultado tenerlos. Por tanto, si asumimos que nuestra galaxia es típica, podríamos deducir que la mayoría de las estrellas del universo tienen planetas en órbita. El número de estrellas de nuestra galaxia es de casi 100 000 millones, y el número de galaxias en el universo aproximadamente el mismo. Eso significa más o menos 10 000 trillones de estrellas en total. Cerca del 10 por ciento de las estrellas conocidas están consideradas por los astrónomos como «tipo sol». Las estrellas que son muy distintas del sol, aunque tengan planetas, no pueden proporcionar vida a esos planetas por varios motivos: por ejemplo, las estrellas mucho mayores que el sol no suelen durar lo suficiente antes de explotar. Pero aunque nos limitáramos a los planetas que orbitan estrellas tipo sol, estaríamos manejando cifras de miles de billones de planetas, y quizá nos quedemos cortos.

Vale, pero ¿cuántos de esos planetas que orbitan «el tipo adecuado de estrella» tienen posibilidades de albergar vida? La gran mayoría de los planetas extrasolares descubiertos son de tipo Júpiter. Eso significa que son «gigantes de gas», compuestos principalmente por gas a alta presión. Esto no resulta sorprendente, porque nuestros métodos de detección de planetas no suelen localizar planetas de menor tamaño que Júpiter. Y los de tipo Júpiter —gigantes de gas— no están preparados para albergar vida. Como es lógico, eso no significa que la vida que conocemos sea el único tipo de vida posible. Podría haber vida incluso en Júpiter, aunque lo dudo. No sabemos qué proporción de esos miles de billones de planetas serán rocosos como la Tierra, frente a los gigantes gaseosos como Júpiter. Pero aunque la proporción sea muy pequeña, el número absoluto seguirá siendo muy alto porque el total es inmenso.

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A la búsqueda de zonas de habitabilidad (zonas Goldilocks)

La vida, tal como la conocemos, depende del agua. Una vez más, deberíamos evitar fijar nuestra atención en la vida tal como la conocemos, pero por ahora los exobiólogos (científicos en busca de vida extraterrestre) consideran el agua imprescindible, tanto que gran parte de sus esfuerzos se centran en escrutar los cielos en su busca. El agua es mucho más fácil de detectar que la vida en sí. Que localicemos agua no significará que vayamos a encontrar vida, pero es un paso en la dirección adecuada.

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Para que exista vida como la que conocemos, al menos parte del agua tiene que estar en forma líquida. El hielo no sirve, ni el vapor. Los análisis más detallados de Marte muestran pruebas de agua líquida en el pasado, y quizá actualmente. Y muchos otros planetas tienen al menos algo de agua, aunque no esté en su forma líquida. Europa, una de las lunas de Júpiter, está cubierta de hielo, y no es descabellado pensar que bajo ese hielo haya un mar de agua líquida. En otro tiempo se pensó que Marte era el mejor candidato del sistema solar para albergar vida extraterrestre, y un famoso astrónomo llamado Percival Lowell llegó a trazar lo que él consideraba eran canales que se cruzaban en su superficie. Distintas naves espaciales han tomado nuevas fotografías detalladas de Marte, e incluso han aterrizado en su superficie, y los canales han resultado ser producto de la imaginación de Lowell. A día de hoy Europa ha sustituido a Marte como primer lugar candidato para albergar la posible vida extraterrestre en nuestro sistema solar, aunque la mayoría de los científicos creen que debemos buscar aún más lejos. Las pruebas sugieren que el agua no es algo extraño en los planetas extrasolares.

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¿Y qué pasa con la temperatura? ¿Cómo de ajustada debe estar la temperatura de un planeta para poder albergar vida? Los científicos hablan de algo llamado la «zona Goldilocks» (nombre original de la protagonista de Ricitos de oro y los tres osos): «ni fría ni caliente» (como la papilla del bebé oso) entre los extremos demasiado caliente (la papilla del padre oso) y demasiado frío (la papilla de la madre oso). La órbita de la Tierra está «ni fría ni caliente» para la vida: no demasiado cerca del sol, donde el agua herviría, ni demasiado lejos, donde el agua se congelaría y no habría luz solar suficiente para alimentar a las plantas. Aunque hay decenas de miles de billones de planetas ahí fuera, solo una pequeña minoría estará justo en la zona adecuada en cuanto a temperatura y distancia a su estrella.

Hace poco (en mayo de 2011) se descubrió un «planeta Goldilock» orbitando una estrella llamada Gliese 581, que está a unos veinte años luz de nosotros (no muy lejos para ser una estrella, pero lejísimos para los estándares humanos). La estrella es una «enana roja», mucho más pequeña que el sol, y su zona de habitabilidad (la podemos llamar así en español) está, por tanto, más cerca. Tiene al menos seis planetas, llamados Gliese 581e, b, c, g, d y f. Varios de ellos son pequeños planetas rocosos como la Tierra, y uno en particular, Gliese 581d, parece estar en la zona de habitabilidad para poder contener agua líquida. No se sabe si en realidad hay agua en Gliese 581d, pero si la hay es probable que esté en estado líquido. Nadie ha dicho que haya vida en Gliese 581d, pero el hecho es que se ha descubierto poco después de empezar a buscar, y eso nos hace pensar que es probable que haya muchos planetas de este tipo ahí fuera.

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¿Y el tamaño de los planetas? ¿Existe un tamaño de habitabilidad, no demasiado grande ni demasiado pequeño? El tamaño de un planeta —su masa, para ser más exactos— tiene un gran impacto sobre la vida debido a la gravedad. Un planeta con el mismo diámetro que la Tierra, pero hecho principalmente de oro sólido tendría una masa tres veces mayor. La atracción gravitatoria de ese planeta sería tres veces más fuerte que la que soportamos en la Tierra. Todo pesaría el triple, y eso incluye también a los cuerpos vivos. Colocar un pie delante del otro sería un trabajo costoso. Un animal del tamaño de un ratón necesitaría tener huesos muy fuertes para soportar su cuerpo, y se movería con la torpeza de un rinoceronte en miniatura, mientras que un animal del tamaño de un rinoceronte podría ahogarse bajo su propio peso.

Igual que el oro es más pesado que el hierro, el níquel y otros materiales que componen la Tierra, el carbón es más ligero. Un planeta del tamaño de la Tierra, pero compuesto principalmente por carbón, tendría una gravedad cinco veces menor que la nuestra. Un animal como el rinoceronte podría caminar sobre patas finas y alargadas como las de una araña. Y animales mucho mayores que los más grandes de los dinosaurios podrían evolucionar felizmente, si el resto de condiciones en el planeta fueran las apropiadas. La gravedad de la luna es aproximadamente una sexta parte de la nuestra. Por eso los astronautas que pisaron la luna se movían con ese curioso balanceo, algo casi cómico con esos enormes trajes espaciales. Un animal que evolucionara en un planeta con ese tipo de gravedad presentaría una estructura muy distinta, producto de la selección natural.

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Si la atracción gravitatoria fuera muy grande, como ocurre en una estrella de neutrones, la vida sería imposible. Una estrella de neutrones es un tipo de estrella que se ha colapsado. Tal como aprendimos en el Capítulo 4, la materia suele estar compuesta en su mayor parte por espacio vacío. La distancia entre los núcleos de los átomos es enorme comparada con el propio tamaño de los núcleos. Pero en una estrella de neutrones, «colapsada» significa que todo el espacio vacío ha desaparecido. Una estrella de neutrones puede tener tanta masa como el sol, pero en un tamaño tan pequeño como una ciudad, por lo que su fuerza gravitatoria es aplastantemente grande. Si te dejaran caer en una estrella de neutrones, pesarías 100 000 millones de veces lo que pesas en la Tierra. Te aplastarías. No podrías moverte. Un planeta solo necesitaría tener una mínima fracción de la fuerza gravitatoria de una estrella de neutrones para salir disparado de la zona de habitabilidad, y no solo para el tipo de vida que conocemos, sino probablemente para cualquiera que pudiéramos imaginar.

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Alguien te mira

Si hay criaturas vivas en otros planetas, ¿qué aspecto tendrán? Existe una creencia extendida muy cómoda para los creadores de ciencia ficción de imaginarlos con aspecto humano, salvo alguna que otra modificación menor, como las cabezas más grandes o algún ojo extra, o incluso alas. Aunque no sean humanoides, la mayoría de los alienígenas de ficción son versiones modificadas de criaturas que nos son familiares, como arañas, pulpos o champiñones. Pero quizá no sea solo una cuestión de comodidad ni de falta de imaginación. Tal vez haya motivos razonables para suponer que los alienígenas, si existieran (y yo creo que sí), podrían no ser muy distintos de nosotros. Los alienígenas de ficción han sido descritos como monstruos con ojos de insecto, así que tomaré los ojos como base para mi ejemplo. Podría haber elegido las patas, las orejas o las alas (o incluso preguntarme por qué los animales no tienen ruedas). Pero me centraré en los ojos y trataré de demostrar que no es cuestión de pereza pensar que los alienígenas, si existieran, podrían perfectamente tener ojos.

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Los ojos son algo magnífico para quienes los tienen, y eso va a ser cierto en la mayoría de los planetas. La luz viaja, a efectos prácticos, en línea recta. Allí donde haya luz disponible, como en las cercanías de una estrella, es técnicamente sencillo usar la luz para encontrar nuestro camino, para navegar, para localizar objetos. Es muy probable que cualquier planeta que contenga vida se encuentre cerca de una estrella, porque las estrellas son la fuente más obvia de la energía que necesita la vida. Por tanto, es bastante posible que allí donde haya vida también haya luz; y donde haya luz es razonable pensar que se hayan desarrollado los ojos, porque resultan muy útiles. No sería extraño que los ojos hubieran evolucionado en nuestro planeta docenas de veces de forma independiente.

Solo hay unas pocas formas de crear un ojo, y yo creo que todas ellas han evolucionado en alguna parte de nuestro reino animal. Tenemos el ojo cámara (arriba a la izquierda), que como la propia cámara es una habitación oscura con un pequeño agujero al frente que permite la entrada de la luz a través de una lente, que enfoca una imagen invertida sobre una pantalla —la «retina»— al fondo. Incluso la lente no es imprescindible. Un simple agujero hará las veces si es lo suficientemente pequeño, pero eso significa que entrará muy poca luz, y, por tanto, la imagen será muy pequeña, a menos que el planeta reciba mucha más luz de su estrella de la que recibimos nosotros del sol. Sin duda, esto es posible, en cuyo caso los alienígenas podrían tener ojos diminutos como agujeros de alfiler. Los ojos humanos (en la página anterior, a la derecha) tienen una lente para incrementar la cantidad de luz que llega a la retina. La retina está tapizada con células sensibles a la luz que se comunican con el cerebro a través de los nervios. Todos los vertebrados tienen este tipo de ojo, y el ojo cámara ha evolucionado de forma independiente en muchos otros tipos de animales, incluyendo los pulpos. Y, por supuesto, también ha sido inventado por diseñadores humanos.

Las arañas saltarinas (izquierda, abajo) tienen un extraño tipo de ojo escaneador. Es una especie de ojo cámara, pero la retina, en lugar de estar forrada de células fotosensibles, es una banda fina. La retina banda está conectada a unos músculos que la mueven, de forma que «escanea» la escena que está delante de la araña. Resulta interesante que actúe como una cámara de televisión, que solo tiene un canal para enviar toda la imagen completa. Escanea a lo largo y ancho línea a línea, pero lo hace tan rápido que lo que recibe parece una única imagen. El ojo de la araña saltarina no escanea tan deprisa, por lo que tienden a centrarse en las partes más «interesantes» de la escena, como las moscas, pero el principio es el mismo.

También tenemos el ojo compuesto (derecha, abajo), que encontramos en algunos insectos, gambas y otros grupos de animales. Un ojo compuesto está formado por cientos de tubos que salen del centro de una semiesfera, cada uno de ellos apuntando a una dirección. Cada tubo termina en una pequeña lente, que podríamos imaginar como un ojo en miniatura. Pero las lentes no componen una imagen útil: solo concentran la luz en el tubo. Como cada tubo acepta luz de una dirección distinta, el cerebro puede combinar toda la información para reconstruir una imagen: una imagen en bruto, pero suficiente para que las libélulas, por ejemplo, capturen presas móviles al vuelo.

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Nuestros mayores telescopios utilizan un espejo curvado en lugar de una lente, y este principio también está presente en los ojos de los animales, en concreto en las vieiras. El ojo de la vieira utiliza un espejo curvado para enfocar una imagen sobre la retina, que está delante del espejo. Esto hace que parte de la luz se pierda, igual que ocurre en los telescopios, pero no importa demasiado porque la mayoría de la luz le llega del espejo.

No hay más formas en las que los científicos puedan imaginar un ojo, y todas ellas han evolucionado en los animales de este planeta, en la mayoría más de una vez. Apostaría que si hay alguna criatura en otros planetas que puedan ver, utilizarán ojos de un tipo similar a estos.

Vamos a ejercitar la imaginación un poco más. En el planeta de nuestros hipotéticos alienígenas, la energía irradiada por su estrella probablemente abarcará como poco el rango que va desde las ondas de radio hasta los rayos X. ¿Por qué tendrían que limitarse los alienígenas a la estrecha banda de frecuencias que llamamos «luz»? ¿Es posible que tengan ojos de radio? ¿Ojos de rayos X?

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Una buena imagen se basa en la alta resolución. ¿Qué significa esto? Cuanto mayor sea la resolución, más cerca estará un punto del siguiente del que pueda distinguirse. No es extraño, por tanto, que las longitudes de onda más largas generen peor resolución. Las longitudes de onda de la luz se miden en fracciones de menos de un milímetro, y proporcionan una excelente resolución, mientras que las longitudes de onda de radio se miden en metros. Por eso, las ondas de radio no serían adecuadas para formar imágenes, aunque sí muy buenas para las comunicaciones porque pueden ser moduladas. Moduladas significa cambiadas muy rápidamente, de forma controlada. Hasta donde yo sé, no hay criaturas en nuestro planeta que hayan desarrollado un sistema natural para transmitir, modular o recibir ondas de radio: eso tuvo que esperar a la tecnología humana. Pero quizá existan alienígenas en otros planetas que hayan desarrollado las comunicaciones por radio de forma natural.

¿Y las ondas más cortas que las de la luz, como, por ejemplo, los rayos X? Los rayos X son difíciles de enfocar, por eso nuestras máquinas de rayos X generan sombras en lugar de imágenes reales, pero no es imposible que alguna forma de vida en otro planeta utilice visión de rayos X.

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La visión de cualquier tipo depende de rayos que viajan en línea recta, o al menos predecible. Por eso no es bueno que se dispersen en ningún momento, como ocurre con los rayos de luz en la niebla. En un planeta permanentemente cubierto por una niebla densa no podrían evolucionar los ojos. En su lugar, podría prosperar el uso de algún tipo de sistema de eco, como el «sonar» que utilizan los murciélagos, las ballenas y los submarinos. Los delfines de río son magníficos en el uso del sonar porque nadan en aguas muy sucias, que es el equivalente acuático de la niebla. El sonar ha evolucionado al menos cuatro veces en animales de nuestro planeta (murciélagos, ballenas y dos tipos independientes de aves cavernícolas). No sería extraño encontrar sonares en algún otro planeta, sobre todo en aquellos cubiertos de niebla.

Si los alienígenas han desarrollado órganos que puedan manejar ondas de radio para comunicarse, también pueden haber desarrollado un radar auténtico para orientarse, y el radar sí funciona en la niebla. En nuestro planeta hay peces que han desarrollado la capacidad de orientarse mediante distorsiones en un campo eléctrico que ellos mismos generan. De hecho, este truco ha evolucionado dos veces de forma independiente, en un grupo de peces africanos y en otro completamente separado de peces en Sudamérica. Los ornitorrincos de pico de pato tienen sensores eléctricos en el pico que detectan alteraciones eléctricas en el agua provocadas por la actividad muscular de sus presas. Es fácil imaginar una forma de vida alienígena que haya desarrollado una sensibilidad similar a la de estos peces y ornitorrincos, pero a un nivel mucho mayor.

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Este capítulo es algo diferente a los demás de este libro, porque se centra en cosas que no conocemos, en lugar de ocuparse de las que sí conocemos. Pero aunque aún no hayamos descubierto vida en otros planetas (y de hecho puede que nunca lo hagamos), yo espero que te hayas hecho una idea de lo mucho que la ciencia puede contarnos sobre el universo. Nuestra búsqueda de vida en otras partes no es caprichosa ni aleatoria: nuestros conocimientos de física, química y biología nos permiten buscar la información adecuada sobre estrellas y planetas muy lejanos, y también identificar planetas que son al menos posibles candidatos a albergar vida. Aún queda muchísimo por descubrir, y no es probable que lleguemos a descifrar todos los secretos de un universo tan vasto como el nuestro: pero, armados con la ciencia, al menos podemos plantearnos cuestiones razonables sobre él y reconocer las respuestas creíbles cuando las encontremos. No necesitamos inventar historias imposibles: ya tenemos la gran satisfacción y el entusiasmo de la investigación científica real y los descubrimientos reales para alimentar nuestra imaginación. Y al final eso es mucho más apasionante que la fantasía.