ESCENA CUARTA

DON JUAN MANUEL MONTENEGRO, tras de cenar y beber con largura, oyendo las burlas del criado, se levanta de la mesa tambaleándose y cae en su lecho. DON GALÁN comienza a quitarle las botas.

EL CABALLERO.— ¿Qué hora es, Don Galán?

DON GALÁN.— Hora de dormir, mi amo.

EL CABALLERO.— Llama a Liberata.

DON GALÁN.— Le silbaré.

EL CABALLERO.— Quiero que me caliente la cama.

DON GALÁN.— ¡Jujú!

DON GALÁN acaba de acostar a su amo y sale. EL CABALLERO se ha dormido cuando el bufón y la manceba entran en la alcoba con misterio de clásica trapisonda.

DON GALÁN.— ¡Si no eres celosa, has hecho tu suerte, Liberata la Blanca!… ¡Que no fuese tu marido Don Galán! ¡Jujú!

LIBERATA.— ¡Calla, burlista, no despiertes al señor mi rey!

DON GALÁN.— Ya eres el ama, Liberata.

LIBERATA.— ¡Qué tengo de ser el ama!

DON GALÁN.— El ama. ¿Pues no sabes que dejó la casa Doña Sabelita?

LIBERATA.— ¡La casa! ¡Qué tiene de dejar la casa!

DON GALÁN.— ¡Así muerto me entierren si te cuento mentira!

LIBERATA.— ¡A los Infiernos vayas con tus andrómenas[98]!

DON GALÁN.— ¡Jujú! Bien puedes mercarme unos calzones.

LIBERATA.— ¿Pero cuidas que no magino a lo que llamas tú la casa?

DON GALÁN.— Pues es malicia que a mí no se me alcanza.

LIBERATA.— ¡A ti, que eres el padre de todas!

DON GALÁN.— ¡Por estas que son cruces!

LIBERATA.— No condenes tu alma.

DON GALÁN.— ¿Quieres declararte?

LIBERATA.— A la cama del amo llamas la casa.

DON GALÁN.— ¡Jujú!

LIBERATA.— ¿Que no?

DON GALÁN.— ¡Jujú!

LIBERATA.— Mira si alcanzo tus teologías.

DON GALÁN.— ¡Jujú! Tendrás que mercarme los calzones.

LIBERATA.— Fuera ello cierto que habías de tenerlos de paño sedán[99].

DON GALÁN.— ¡Cuánta majeza! ¿Y si luego te enamorabas de verme?

LIBERATA.— Ya tendría buen tino de cerrar los ojos cuando pasares por la mi vera.

EL CABALLERO se agita en su lecho y murmura palabras confusas, entrecortadas con ronquidos. El bufón y la molinera callan un momento. Fuera se oye el ladrido de los perros.

LIBERATA.— ¡Asús! No puedo sentir los canes sin que se me estremezcan las carnes.

DON GALÁN.— ¡Qué ricas!

LIBERATA.— ¡No relinches, rijoso[100]!

DON GALÁN.— Si fuese can te lamería toda… Y como tienes unas carnes tan blancas, también alguna vez te chantaría los dientes[101], pero haríalo con más amor que los sabuesos de Don Pedrito.

LIBERATA.— ¿Escomenzamos[102], Don Galán?

DON GALÁN.— Aquí, no… Tras de la puerta.

LIBERATA.— ¡Mira que si el amo te escuchare!

DON GALÁN.— Reiríase.

LIBERATA.— ¡Mía fe, que sabes jugar de burlas!

DON GALÁN.— Por ellas como.

LIBERATA.— Oye, Don Galán ¿debo esperarme aquí hasta que el amo se despierte?

DON GALÁN.— Pues mandó que te llamase, tú verás.

LIBERATA.— Pero tú conoces las costumbres.

DON GALÁN.— Aún no las tengo bien deprendidas[103].

LIBERATA.— ¿Y si en toda la noche no se despierta?

DON GALÁN.— Te acuestas, que la cama es ancha.

LIBERATA.— No hables más picardías, Don Galán.

DON GALÁN.— ¿Pues no me has preguntado?

LIBERATA.— Fue por aquel mor de saber si tenía de esperarme o si tenía de irme.

DON GALÁN.— ¡Nueva eres, y más que te haces, Liberata!…

LIBERATA.— ¡Calla!… Parecióme que iba a despertarse.

DON GALÁN.— Si eso deseas, ¿por qué no le haces cosquillas donde le guste?

LIBERATA.— No escomiences.

DON GALÁN.— A tú solas te dejo.

LIBERATA.— En este rincón voy a descabezar un sueño, hasta que mi señor sea servido de abrir los ojos.

DON GALÁN.— ¡Jujú!

LIBERATA se acomoda para dormir a los pies de la cama. DON GALÁN sale de la alcoba con los carrillos inflados por su gran risa bufonesca. LIBERATA le ve salir, se santigua y reza una oración. Con el amén en los labios va a correr el cerrojo de la puerta, y comienza a desnudarse. Toda blanca y temblorosa llega a la cama, mulle las almohadas y se oculta en las cobijas con arrumacos de gata. La alcoba yace en silencio. En una lamparilla de plata tiembla la luz. Los ratones corren y chillan bajo las tablas del piso.